Una familia prevenida vale por dos

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Zoricelis Dรกvila

EDITORIAL MU N D O H I S PA N O


Editorial Mundo Hispano

7000 Alabama Street, El Paso, Texas 79904, EE. UU. de A. www.editorialmundohispano.org

Nuestra pasión: Comunicar el mensaje de Jesucristo y facilitar la formación de discípulos por medios impresos y electrónicos.

Una familia prevenida vale por dos. © Copyright 2010, Editorial Mundo Hispano. 7000 Alabama Street, El Paso, Texas 79904, Estados Unidos de América. Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción o transmisión total o parcial, por cualquier medio, sin el permiso escrito de los publicadores. Editora: Alicia Zorzoli Diseño de la cubierta: Iván Tempra Diseño de páginas: Gloria Williams-Méndez Primera edición: 2010 Clasificación Decimal Dewey: 248.4 Tema: Familia ISBN: 978-0-311-46259-6 EMH Núm. 46259 3 M 5 10 Impreso en Colombia Printed in Colombia


Contenido Introducción

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1. Dos familias, una tormenta 2. Dios y la crisis familiar

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3. Por qué hacemos lo que hacemos

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4. Nuestra cultura: su rol e influencia en la familia

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5. Por el ojo de la cerradura: Una mirada a las características y necesidades de la familia 99 6. Diferentes modelos familiares 7. Un matrimonio de tres

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8. ¿Dónde se aprende a ser padres? 9. ¡Y llegaron los niños! 10. Ahora que son jóvenes 11. La herencia

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Abreviaturas de versiones bíblicas BAD

La Biblia al Día

NVI

Nueva Versión Internacional

RVA

Reina Valera Actualizada

DHH RVR-1960

RVR-1995 BLA BPT

Dios habla hoy

Reina Valera Revisada 1960 Reina Valera Revisada 1995 Biblia Latinoamericana Biblia para todos


Agradecimientos Este libro ha sido un trabajo en equipo; fui respaldada por la oración, el amor y el apoyo de un grupo muy especial de personas en mi vida. Hay muchos a quienes agradecer por esta oportunidad de escribir un recurso que traiga sanidad espiritual, emocional, y personal para las familias, pero el primero y más importante es a mi Señor y Salvador Jesucristo. Estoy inmensamente agradecida por haberme creado, escogido, salvado y llamado a servirle. Y ahora por haberme dado la oportunidad de realizar este proyecto y haber dirigido cada uno de los pasos. Desde conocer a la editora que hizo esto posible hasta dirigir cada uno de los capítulos del mismo. Mi vida es lo que es solo gracias al amor y la misericordia de Dios.

A la familia de la fe que Dios me ha regalado en mi Iglesia Bautista Southwayside. Gracias porque han sido mi familia y mi apoyo. Oran por mí, me escuchan, me orientan. Cada uno de ustedes es parte vital en mi vida, desde mi pastor y su esposa, Rubén y Dora Martínez, hasta cada una de las familias que forman parte de esa iglesia. Ustedes son mi familia. A mi círculo íntimo de amistades (ustedes saben quienes son), gracias por las muchas conversaciones, gracias por las largas sesiones de terapia durante los ensayos del equipo de alabanza y las cenas interminables, gracias por su amor y apoyo incondicional. Ustedes alegran mi vida.

A mi prima Lymari, quien siempre estuvo apoyándome, animándome y, sobre todo, pendiente de que yo me cuidara y tomara tiempo para mí. ¡Gracias! A mis hermanas Lilly, Adlin, y Dora; ustedes no tienen


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idea de cuánto las amo y les agradezco sus consejos, su paciencia, su amor incondicional y su apoyo.

A Tito (y Kelly), mi sobrino, mi técnico de computadora, mi consultante; ¡eres un genio! A toda la familia Cotto, Héctor y Lizzie Franco; las palabras no son suficientes para agradecerles. A mi asistente Jescika Witt. Gracias por tu dedicación y todo el trabajo que haces; tu contribución y tu ayuda hacen que mi trabajo sea más fácil. ¡Eres una bendición!

Finalmente, a Editorial Mundo Hispano y todo su equipo. Gracias por brindarme esta oportunidad; todas las palabras no son suficientes para expresar mi gratitud y aprecio. A mi editora, amiga, anfitriona y consejera, Alicia; Dios te trajo a mi vida como contestación a una oración y sé que su propósito en unir nuestras vidas es más extenso que este proyecto. Gracias por tu oído, tus consejos, tu experiencia, tu sentido del humor, tu dedicación y tu amor. ¡Tú y Rubén son una maravilla! A Miryam Picott; mil gracias por todo: tu amistad, profesionalismo y alegría; eres una bendición. Solo me resta decir como el apóstol Pablo a todos ustedes, colaboradores en el servicio de Dios: “Que Dios nuestro Padre y el Señor Jesucristo les concedan gracia y paz”. 1 Corintios 1:3, NVI


Introducción

Una familia feliz. No solo esto es lo que todas las personas dicen que anhelan tener, sino que también era el plan original de Dios para el ser humano. Una familia que viva en una relación personal con Dios, disfrutando de la felicidad que proviene de vivir en comunión y obediencia a él. Sin embargo, estas mismas personas también preguntan cómo es esto posible cuando están viviendo en crisis y con un sinnúmero de problemas. Esas mismas personas declaran cuán difícil les es servir a Dios teniendo problemas, y cuánto desean tener una familia saludable y feliz. Como consejera escucho las mismas situaciones de crisis una y otra vez, solamente cambian las caras y los nombres. Situaciones de tristeza, separación, divorcio, problemas con los hijos, etc. Los problemas son los mismos, las causas son las mismas. Cuando voy a iglesias y otros lugares a donde me invitan a hablar a las familias, me encuentro hablando y enseñando las mismas destrezas, ideas y sugerencias. Ideas que les ayuden a disfrutar de una relación familiar funcional y saludable en la que los miembros de la familia vivan satisfactoriamente. Nota que usé las palabras funcional y saludable. Muchas veces escucho frases que implican que se espera que la familia sea perfecta y sin problemas. Escucho personas que me dicen: “Se supone que la familia debe ser feliz” o “Se supone que los hijos deben ser obedientes a sus padres”. Así como estas, escucho otras ideas que crean falsas expectativas de lo que la familia debería ser o no. Sin embargo, lo que estas frases indican es que esperamos una vida sin problemas, con hijos callados y perfectos, un matrimonio perfecto y parientes fabulosos. Estas expectativas crean frustración y desmotivación para los miembros de la familia pues, en la mayoría de los casos, no existe perfección. 7


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Veo familias que viven negando la realidad de que en su familia sí existen problemas, porque es más fácil negar la realidad y pretender que no sucede nada que admitir lo que es evidente. El admitir que hay un problema representa un compromiso de cambio. Obliga a hablar del problema y buscar soluciones. Estas soluciones requieren esfuerzo, trabajo, energía, acción, tiempo y cambio. La palabra cambio parece crear un pánico inmenso en las personas. La gente le tiene miedo a lo desconocido y a lo que nunca ha experimentado, aunque eso nuevo o desconocido tenga la probabilidad de mejorar la relación. Este libro intenta hablar con claridad y de forma directa acerca de los problemas que enfrentan las familias, sus causas, los obstáculos que impiden que dichos problemas se resuelvan, y las ideas, sugerencias y alternativas que contribuyen a crear una familia saludable, efectiva, funcional y, por consiguiente, feliz. Este libro es diferente de otros libros porque habla de una realidad cruda y fea de la que nadie quiere hablar. Las familias quieren negar la realidad de sus crisis cerrando los ojos y pretendiendo que todo está bien. Prefieren esperar que el problema se resuelva solo. Entonces, ¿por qué quiero escribir este libro acerca de la familia? Quiero proveer un recurso a la familia para que tomen acción en sus manos para comenzar a crear familias saludables, efectivas, productivas y felices a nivel social, psicológico, espiritual y personal. Es necesario mirar los problemas de la familia específicamente para resolverlos en vez de mirarlos de forma general y continuar la queja perpetuando el problema. Quiero prevenirte y prepararte para que, cuando llegue la tormenta y el momento difícil, tú ya estés preparada tomando acción y tu familia no se destruya. A aquellas familias que están bien, que son saludables, felices y bien adaptadas, les digo que ustedes no son el problema; sigan haciendo lo que están haciendo. El objetivo son aquellas familias y


Introducción

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personas cuyos miembros no hacen lo que deben hacer para proteger a su familia, lo que resulta en crisis. Te voy a hablar como si estuvieras en mi oficina, sentada en el sofá, tomando un café conmigo. A puerta cerrada, hablando de mujer a mujer, de consejera a mujer, y entre amigas. No te voy a adornar mucho las cosas y no te voy a engañar, te voy a liberar con la verdad y con la verdad bíblica. Sí, te voy a dar herramientas para que tu familia sea la mejor familia que puedas tener. Sí, te voy hablar con el amor de Cristo para que vivas esa vida abundante que él nos da. Y sí, te voy a hablar con la confianza con que una consejera que ha visto demasiado te hablaría para prevenirte del desastre. Podemos desarrollar mejores familias, pero todo comienza contigo, con tu decisión de que vas a contribuir con tu parte de la responsabilidad que te toca en tu familia. Si todos esperan que cambie el otro, nadie cambia. Si todos dicen: “Yo voy a contribuir para cambiar yo y mi familia”, entonces todos cambian y tenemos mejores familias. La meta de este libro es: • Ayudarte a reconocer la realidad del estado de tu familia con el propósito de cambio. • Proveerte las herramientas necesarias para actuar y llevar a tu familia a un estado de salud espiritual, emocional, social y personal. • Ayudarte a poner en práctica principios bíblicos y destrezas que promueven el cambio y mejoramiento de la familia. Al terminar este libro debes haber aumentado tu conocimiento acerca de: • El propósito de Dios para tu vida y la de tu familia. • Las necesidades básicas de la familia y cómo proveerlas.


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U N A FA M I L I A P R E V E N I DA VA L E P O R D O S

• El rol de cada miembro de la familia. • Los problemas más comunes y serios que existen, cómo trabajar con ellos y cómo evitar que sucedan. • Cómo proteger a tu familia de la crisis y la tormenta a pesar de que la tormenta llegará a tu vida. • Cómo dejar una herencia de bendición a tu familia. • Cómo vivir una vida familiar feliz en Cristo Jesús.

También te daré múltiples herramientas e ideas de cómo prevenir o minimizar la mayoría de estos problemas, cómo prepararte para situaciones inesperadas e inevitables, y cómo mantener la familia saludable y funcional en todos los niveles. Al terminar este libro tienes la opción de poner en práctica estos principios y experimentar la bendición de lo que Dios ofrece para ti en tu vida familiar, o dejar lo que aprendiste a un lado convirtiendo este libro en uno más en tu biblioteca personal. Dios creó a la familia y al ser humano con el propósito de tener una relación permanente con él disfrutando de los beneficios y bendiciones que trae consigo esa relación. Lamentablemente, cuando Adán y Eva desobedecieron en el paraíso rechazaron la bendición de disfrutar de una familia sin problemas. Yo no pretendo decir que en este libro encontrarás la receta, el secreto o la clave para una familia perfecta. Pretendo darte ideas que te ayuden a transformar a tu familia y disfrutar de forma más saludable la bendición que Dios te da al tenerla. Así que, si estás lista, te animo a que tomes aire, respires profundo y continúes adelante. Escojan hoy a quien van a servir… pero yo y los de y mi casa serviremos a Jehová. Josué 24:15, BAD


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Dos familias, una tormenta

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urante las últimas dos semanas, todos los canales de televisión habían estado dando seguimiento a una tormenta originada en las costas de África. Marta ya se estaba poniendo nerviosa. Ella y su familia apenas se estaban recuperando de la tormenta que les había golpeado el año anterior. Recordó con terror ver a sus hijos asustados, llorando y gritando por miedo de que el viento los arrastrara a ellos también. De no ser por sus vecinos de enfrente que llegaron a tiempo para ayudarles, nadie sabe lo que les hubiera sucedido. La verdad es que se sentía con miedo y enojada con su esposo porque él se rehusaba a prepararse para esta tormenta ni quería que se fueran a un refugio. Decidió llamar a su esposo y pedirle que llegara temprano para que, por lo menos, asegurara ciertas áreas de la casa. Cuando lo hizo, lo que escuchó fue: “¿Cuántas veces te voy a pedir que no me llames a la oficina? ¡No me gusta que me interrumpas en 11


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el trabajo! ¡Ya te dije que nada va a pasar! Ya Dios nos castigó con la última tormenta, dudo que nos vuelva a hacer lo mismo. No quiero que te pongas a estar preparando nada ni comprando nada para que después toda la comida envasada se pierda. Ya te he dicho que es dinero perdido”. Marta escuchó el click de la línea telefónica cuando su esposo cortó la comunicación. No era la primera vez que Paco le colgaba el teléfono cuando ella trataba de pedirle algo. Marta decidió no ir a la tienda a comprar nada porque, si Paco regresaba y veía que ella se había preparado, le esperaría otra discusión. Pensó en llamar a su vecina Isabel para conversar un rato. Isabel siempre la calmaba. Siempre le hablaba con mucha paz, la animaba y le aconsejaba bien. Mientras tanto, Isabel se encontraba en la cocina preparando todo lo necesario en caso de que no tuvieran servicio de agua o luz. José, su esposo, estaba en el patio asegurándose de que la cisterna de agua estuviera llena y sin averías. Entonces sonó el teléfono. Era Marta, su vecina. ―¿Cómo estás Isabel? ¿Qué estás haciendo? ―preguntó Marta. ―Aquí estoy, preparando los víveres de emergencia y poniendo todo en orden por si acaso la tormenta nos toca de nuevo. ―¡Ay, por favor Isabel, no exageres! ―le dijo Marta con frustración―. Esta tormenta no nos va a llegar. Ya tuvimos suficiente con la del año pasado y Dios no va a permitir que nos vuelva a pasar. ―Bien, Marta, pero quiero que sepas que estamos aquí en caso de que nos necesites ―dijo Isabel respirando profundo y un poco preocupada. Un poco molesta, Marta le dijo: ―No te preocupes, m’hija, no necesito de tu ayuda porque no va a pasar nada. La tormenta no va a llegar, así que es una pérdida de tiempo prepararme. Adiós. Isabel se quedó pensando, preocupada. No podía entender cómo


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Marta y su esposo no se querían preparar ya que la última vez habían perdido todo y apenas se estaban recuperando. Y, además, tenían cuatro hijos. Los pensamientos de Isabel fueron interrumpidos por su esposo preguntándole ―¿verificaste si necesitabas algo más de comida? Voy a ir al supermercado a comprar más víveres. Escuché en las noticias que la tormenta está tomando más fuerza. José notó preocupación en el rostro de su esposa. ―¿Qué te preocupa? ―Acabo de hablar con Marta y me dice que tampoco van a prepararse esta vez. Me preocupan sus niños ―Isabel le contestó. José pensó por un momento en todo lo que les había pasado a sus amigos el año pasado. José y Paco, el esposo de Marta, habían ido juntos a la secundaria y desde ahí mantenían una amistad fuerte como de hermanos. Cuando ambos se casaron decidieron construir sus casas en el mismo barrio para ser vecinos y que sus hijos se criaran juntos. Sin embargo, Paco no quiso escuchar el consejo del constructor que les recomendó construir la casa del otro lado del lago donde el fundamento era más sólido y con tierra rocosa. Esa sección de tierra era un poco más costosa pero garantizaba un fundamento sólido. Pero Paco quería construir rápido y economizarse dinero, así que escogió la sección cerca del lago, que tenía una vista preciosa pero el fundamento era más arenoso pues en el pasado esa región era pantanosa. Los pensamientos de José se interrumpieron por la voz de Isabel: ―Mi amor, ¿estás bien? ―Sí, mi vida, estoy bien. Solo estaba pensando en lo que me acabas de decir. Espero que no tengan que enfrentarse a una tragedia más para que hagan algo diferente. ―Está bien, yo voy a preparar sábanas y los colchones de aire de


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emergencia en caso de que tengan que venir a quedarse con nosotros ―le contestó Isabel. Mientras Isabel continuaba preparando la casa, les dio instrucciones a los niños de cómo preparar sus cuartos y juntar algunos juegos y actividades para hacer si se quedaban sin electricidad durante la tormenta. Ya eran las cinco de la tarde y estaba muy oscuro. A lo lejos se escuchaban los primeros truenos y ya comenzaba a llover. En casa de Paco y Marta los niños estaban inquietos. A Paco ya se le había acabado la paciencia y comenzó a gritarles a los niños para que se tranquilizaran. ―¡Cállense! ¡Ya me tienen cansado con tanto llorar y correr de aquí para allá! Marta lo interrumpió y comenzaron a discutir delante de los niños. Ya era costumbre de Paco discutir y gritar enfrente de los niños. Los niños miraban asustados. Carmelito tenía cuatro años y estaba en un rincón de la sala abrazando su oso de peluche y llorando asustado. No entendía completamente lo que estaba pasando pero sentía miedo. Miraba a lo lejos a sus padres peleándose y se preguntaba si ocurriría lo mismo de la tormenta anterior. Marta le reclamaba a Paco no haberse preparado cuando los interrumpió el corte de electricidad. Al instante los niños comenzaron a gritar y llamar a sus padres ―¡Mamá! ¡Papá! ¡Buaaaaa! ―¡Cállense! ―les gritó Paco―. ¡Dejen de llorar que no pasa nada! ―¿Cómo que no pasa nada? ―respondió Marta indignada mientras buscaba una linterna, trataba de abrazar a sus hijos y les pedía que se sentaran en el sofá todos juntos para que se sintieran protegidos. Marta y Paco continuaban discutiendo, culpándose uno al otro de quién tenía que haber hecho algo para prepararse para la tormenta. Paco interrumpió a Marta:


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―¡Ya deja de preocuparte; voy a ir a la tienda para comprar madera y prepararnos! ―¿Cómo vas a ir a la tienda ahora? ¿No ves que la tormenta ya está azotando y no hay ninguna tienda abierta? ¡Ya no podemos hacer nada! ―le gritó Marta en estado de histeria. Marta comenzó a llorar delante de los niños. Pedrito, de ocho años, lloraba y preguntaba: ―¿Nos vamos a quedar sin casa otra vez? Marta tenía tanto miedo y confusión que le dijo: ―Sí, y ¡todo por culpa de tu padre! En ese momento el caos aumentó. Lidia, con sus 13 años, ya estaba cansada de tanta pelea y se fue corriendo, tropezando con todo en la sala, a esconderse en el baño. Le puso seguro a la puerta y se metió en la tina vacía a llorar. En ese momento deseó morirse. No era la primera vez que Lidia quería morir. Varias veces había intentado cortarse pero algo pasaba que se lo impedía. Era como si Dios no quisiera que ella se quitara la vida. En ese momento se escuchó un trueno fuertísimo e inmediatamente cayó una parte del techo del baño y la lluvia comenzó a entrar. Gracias a Dios que el techo no le cayó encima pero, entre la oscuridad y la lluvia, la niña no podía ver para salir de ahí. Trató de abrir la puerta pero no pudo, y comenzó a gritar asustada, cuando de momento escuchó la voz de su padre y un estruendo como si estuvieran rompiendo la puerta. Afuera los relámpagos y los truenos eran cada vez más intensos. La lluvia aumentaba cada vez más y ya se comenzaba a inundar la


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calle. La lluvia se deslizaba por el techo de la cocina y el agua ya estaba llegando a la sala. Los niños lloraban asustados. Los truenos estremecían las paredes de la casa y los relámpagos no cesaban ni un minuto. Paco solo gritaba y murmuraba molesto. Mientras sacaba a Lidia del baño le gritaba: “¡Fue tu culpa! ¿Quién te mandó a esconderte en el baño?”. Por un momento, Marta recordó las palabras de su madre cuando su hija le dijo que se iba a casar con Paco: “M’hija, ese muchacho no es muy responsable, es muy insensato y no te conviene. Si te casas con él solo vas a sufrir”. De repente apareció Paco con su caja de herramientas para tratar de reparar el techo mientras continuaba filtrándose el agua. Nuevamente comenzó la discusión entre Paco y Marta. “No puedes arreglar el techo ahora mientras se viene abajo, puedes tener un accidente y hacerte daño” le dijo Marta, pero Paco la ignoró y continuó con su objetivo. En casa de Isabel y José, ambos estaban en la sala sentados en el piso a la luz de las linternas de gas cuando se comenzaron a sentir vientos más fuertes y los niños vinieron corriendo. A Tito se le veían los ojos grandes y asustados; sin embargo, le dijo a su hermanita: “No te preocupes, todo va a estar bien… papá y mamá se prepararon y compraron comida, hay agua, el perro está en el cuarto de atrás en su canastita, y yo voy a orar para que Dios nos cuide”. “Tengo que admitir que me enterneció el corazón”, le dijo Isabel a su esposo mientras continuaba. “Me calma saber que contamos con la protección de Dios pase lo que pase, y que hicimos lo mejor que pudimos para protegernos”. Tito se acercó y, como si escuchara los pensamientos de su mamá, le preguntó: ―Mami ¿podemos dormir hoy todos juntos en tu cama grande?


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Hay tormenta y me siento mejor si estamos todos juntos. José e Isabel se miraron y le contestaros al mismo tiempo con una mezcla de ternura, amor, y sentido de protección. ―Sí, mi amor. A pesar de la tormenta que azotaba afuera, dentro de la casa se sentía un ambiente de paz. Estaban calmados y hasta bromeando con los sonidos de la tormenta. Entonces se oyó el timbre del teléfono. ―¡José! ―se oyó el grito de Paco al otro lado del teléfono. El rostro de José palideció. La voz preocupada de Paco apenas se entendía entre el ruido de la lluvia y los niños llorando al otro lado de la línea. José dijo: ―Vénganse a casa con nosotros inmediatamente. No se arriesguen, yo los voy a buscar con un par de linternas. Al colgar el teléfono le dijo a Isabel: “Paco y Marta necesitan nuestra ayuda. El agua comenzó a filtrarse por el techo del cuarto de los niños, y el techo de la cocina ya se desplomó. Los niños están muy asustados. La ventana de atrás explotó con el viento y se les está inundando la casa”. Como si tuviera un resorte, Isabel comenzó a darles instrucciones a los niños para que prepararan sus cuartos para la llegada de sus amiguitos mientras ella ayudaba a su esposo a buscar los materiales que ya habían preparado para Marta y Paco en caso de que esto sucediera. La calle estaba tan inundada que parecía un río. Decidieron que primero iban a traer a los niños y luego a Marta. Apenas se podía ver con la lluvia y la oscuridad así que, con mucho cuidado, Isabel salió al balcón para alumbrar a José con la linterna y poder ayudarle un poco a la distancia. La lluvia seguía cayendo y el viento seguía soplando. Ataron una soga alrededor de la cintura de los


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niños para evitar que se fueran a ir con la corriente o el agua subiera repentinamente y los arrastrara. Atados a la cintura de José comenzaron a tratar de cruzar la calle. Se los oía gritar y llorar asustados. José les hablaba a los niños con una voz calmada, firme y tranquilizante. El agua seguía creciendo y le llegaba a José poco más arriba de las rodillas. Luego ayudó a cruzar a Marta, y finalmente a Paco. Cuando al fin estuvieron todos a salvo en casa, Isabel buscó ropa seca y limpia para que se cambiaran. Paco y Marta discutían sin parar. Los niños ya estaban un poco más entretenidos con Isabel que los había acomodado en el cuarto en sus respectivos colchones de aire y sus camas mientras les contaba una historia para que se fueran calmando y lograran conciliar el sueño. Isabel se fue a la sala a buscar a Marta para ayudarla a calmarse y detener la discusión de alguna manera. “Ya no tiene sentido que sigan discutiendo”, les dijo a Marta y a Paco. José agregó: “El momento de prevenir esta tragedia era antes de la tormenta, no ahora que está en todo su apogeo. No discutan más; si se echan la culpa el uno al otro no podrán proteger a su familia y su relación. Lo hecho, hecho está”. Al día siguiente en el cielo se comenzaban a distinguir unos rayos de sol a través de algunas nubes. Ya la tormenta había pasado. José e Isabel se levantaron a ver lo que había quedado de la casa. Cuando salieron, sus ojos no podían creer lo que veían. La casa había desaparecido, solo quedaban los escombros de lo que apenas unas horas antes estaba en pie. Como si se hubiesen comunicado con Paco y Marta, detrás de ellos se oyó el llanto de Marta gimiendo desconsolada: “¡No, Dios, no, otra vez no!”. Paco parecía estar hipnotizado. No emitía palabra, solo miraba en dirección a donde una vez había estado su casa. Al momento se oyó un grito de enojo: ¨¿Por qué? ¿Por qué a mí,


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Dios? ¿No te bastó con haberme destruido mi casa el año pasado? ¿Qué quieres de mí? ¿Por qué dejaste a mi familia sin casa?”. Marta comenzó a desahogarse con Isabel y contarle toda la verdad de lo que había estado pasando. Isabel no podía creer lo que escuchaba; ella tenía una impresión muy alta de sus amigos y no podía creer que su matrimonio estuviese en tal crisis. Marta le contó cómo Paco no escuchaba razones, la insultaba verbalmente cuando discutían, no pasaba tiempo con la familia y les gritaba a los niños. En el patio, José hablaba con Paco tratando de ayudarlo a razonar. Tenía la suficiente confianza como para confrontar a Paco con la verdad. “Paco, no le estés echando la culpa a Dios de tu tragedia. Tú ya sabías que el fundamento de tu casa no iba a soportar la fuerza de una tormenta de esta magnitud. Esta es la tercera vez que te pasa lo mismo”. Paco se quedó pensando en las palabras de José cuando se oyó a lo lejos el equipo de rescate de la defensa civil de la ciudad buscando quien necesitara ayuda. Se apresuraron a salir cuando vino a su encuentro Pepe, el jefe de la defensa civil. Pepe también había crecido con José y Paco. ―Paco, ¿estás bien? ¿Y los niños? ¿Cómo están? ¿Y tu esposa? ―Una pregunta a la vez, Pepe ―le dijo Paco―. Vamos, ¿es que no viste cómo está mi casa? ―Sí la vi, por eso te pregunto ―le contestó Pepe indignado―. ¿Cuántas veces te tengo que decir que ese terreno y ese fundamento no sirven? Paco hizo una mueca de frustración y bajó la cabeza sin responder. ―Mira Paco, tú eres mi amigo, mi hermano y mi compadre ―le dijo Pepe―. Tienes que irte de ahí. Yo te voy a ayudar, pero tienes que seguir mis instrucciones y las del constructor. Pepe, Paco y José continuaron hablando y evaluando los escom-


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bros de la casa de Paco. Milagrosamente, a la casa de José e Isabel no le había pasado nada. La pintura de afuera estaba maltratada con el viento pero no había nada roto. La casa había permanecido firme a pesar de la intensidad de la tormenta. Tanto José como Isabel se sentían agradecidos a Dios y preocupados por sus amigos, deseando que ellos hubiesen aprendido la lección de esta última tormenta. En la tarde los niños estaban entretenidos en el cuarto jugando mientras Isabel y Marta cocinaban para todos. Llegaron José, Paco y Pepe, y se reunieron junto a Isabel y Marta. El rostro de Paco se mostraba más calmado y hasta tenía una sonrisa avergonzada en su rostro. ―He decidido vender el terreno y reconstruir en esta sección rocosa del vecindario ―les dijo Paco entonces―. Quiero comenzar de nuevo, pero quiero comenzar bien. —Y mirando a su esposa continuó ―Marta, perdóname, he sido un insensato. Abandoné a Dios, te abandoné a ti y abandoné a mis hijos. Los puse en peligro, y todo por no hacer lo que es correcto, lo que ya Dios me había advertido que hiciera. Voy a reconstruir mi vida, nuestra vida, nuestra casa. Voy a escoger otro fundamento. Y mirando a su amigo José le dijo: ―¿Me ayudas?


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