Cuentos Medievales

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Para niñas y niños que saben que son iguales


Presidenta Rocío García Gaytán Directora General Adjunta de Comunicación Social y Cambio Cultural Ingrid Velázquez Alcalá Directora de Comunicación Social Sofía García Guzmán Director de Difusión e Imagen Carlos Vargas Cisneros Subdirectora de Cambio Cultural Ma. Amalia Fernández Moreno Subdirector de Arte Armando Mata Sevilla

Guión, narración y voces: Minerva Paredes Diseño de audio de todos los cuentos: Carolina Durán Fuentevilla Carolina Valle Mendoza Claudia Ortigoza Pérez Excepto en: Hadas S.A.: Jesús González Urbán El heredero: José de Jesús Sánchez Juana: Enrique Gil Grabación de voz en frío: Departamento de operación IMER


Minerva Paredes Con cuatro libros publicados para leer en voz alta, diseĂąados para promover la lectura y la convivencia familiar, Minerva es una escritora mexicana, autora de historias breves escritas en rima. Colaboradora incondicional del Instituto Nacional de las Mujeres y del Instituto Mexicano de la Radio.


Carlota y el armonio -¡Tengo dos hijos gallardos con un enorme intelecto!, decía el rey, ¡ah! y una hija... bueno, el mundo no es perfecto. El monarca hizo el anuncio de una absurda decisión: -Carlota no necesita ni libros ni educación. ¡Enseñen a los muchachos, serán los futuros reyes! ¡Concéntrense en los varones! , así dictaban las leyes. A los príncipes enviaron todos los días a la escuela. A Carlota le entregaron hilos, agujas y tela. -¡Que aprenda a bordar, les dijo, eso será suficiente! Es mujer, decía el monarca, y no es tan inteligente. Sin que supieran, Carlota, leyendo bajo una mesa, llenaba de aprendizaje su diminuta cabeza. Un profesor de pautado llegó con un organillo. -¡Soy el profesor de armonio!, dijo al llegar al castillo.


-¡Odio esta clase!, exclamaban bostezando sus hermanos, mas Carlota estaba ansiosa de poner en él sus manos. -¡Pero qué bello instrumento!, dijo la niña curiosa oprimiendo los pedales y aquellas teclas graciosas. Los príncipes no encontraban los tonos por ningún lado y seguían desafinando y atormentando al teclado. A escondidas, mientras tanto, Carlota con gran maestría dominaba el instrumento. –Practicaré noche y día. Una tarde la chiquilla, que ya era casi una experta, pensó: «Tocaré un poquito, y olvidó cerrar la puerta». Las notas eran divinas, volaban por todos lados. El rey pensaba: «¡Qué hermoso! ¡Qué muchachos aplicados!» Y asomándose al estudio para admirar tal proeza, exclamó con gran asombro: –¡Es la pequeña princesa! Luego dijo: -No es posible tanto dominio y talento. ¡Y yo creí que no podría ni limpiar el instrumento! El rey ordenó a su paje que trajera al instructor. -¡Clases para la princesa! -¡Con todo gusto, mi lord! El rey admitió ese día: –¡No tiene nada qué ver, para aprender un oficio, ser un hombre o una mujer!


Merlín En Camelot hace tiempo, estaba Merlín el Mago metido en enorme lío: –¡Ay por Dios, y ahora qué hago! ¡Innumerables pedidos, hay tantas solicitudes que ya no me doy abasto! Terribles vicisitudes. El mago desesperado había dormido muy poco cuando de pronto –¡Qué idea!, se le había prendido el foco. Rascando su larga barba gritó el hombre de repente: –¡Cómo no lo había pensado, contrataré un asistente! Puso un anuncio en el reino: «Se busca, con gran urgencia, alguien que sepa de hechizos. Se solicita experiencia.» Ya sabrás que de inmediato, se formaron en la hilera gnomos, duendes, brujos, brujas… no era una fila cualquiera. –Muy bien, dijo el mago entonces, ¡que empiece la selección!, pero hizo algo muy injusto, escucha con atención. –A ver… los brujos primero, las muchachas para atrás dio instrucciones el anciano. ¿Qué pasó luego?, verás…


Uno a uno fueron pasando para mostrarle sus dones. –¿Quién sigue?, decía el abuelo pero sólo a los varones, que las señoras esperen pues los hombres son más diestros, exclamaba convencido. ¡Ah qué cabezón maestro! Cuando ningún candidato pudo cumplir los quehaceres, Merlín suspirando dijo: –Sólo quedan las mujeres. Ni modo, bueno… que pasen… Fueron entrando una a una: la bruja detuvo el tiempo, el hada pintó la luna. –¡Ah qué muchachas tan listas!, exclamó el anciano experto, ¿pues dónde aprendieron tanto? ¡Me han dejado boquiabierto! Acomodando sus gafas y su enorme gorro en pico, dio el veredicto a las chicas… espera que ahora te explico. –Pues me parece evidente que yo estaba equivocado y andaba medio perdido buscando por otro lado, y siguió diciendo luego. –¿Qué les parece un contrato para que todas se queden? Y claro, les gustó el trato. ¡Hoy Merlín está contento con las nuevas aprendices y colorín colorado, todos vivieron felices!


Hipatia Hace tiempo en el palacio, las cosas iban muuuuy lentas porque por más que trataban, pues no les salían las cuentas. –¡Mi lord, dijo aquel lacayo, las arcas están vacías! El rey siguió derrochando. –¡Ay! ¡No digas tonterías! Pero descubrió el monarca las pérdidas colosales y exclamó lleno de pena: –¿Ya no habrá más lujos “reales”? ¿Cómo pasó? ¡No es posible…!, debe haber algún error, decía el rey atolondrado, ¡seremos pobres, qué horror! Los consejeros dijeron: –Si me permite, mi lord, necesitamos “urgente” un excelente contador. –¡Pues traigan a los mejores! ¡Pobres, no sabían qué hacer! ¡Y todo el mundo corriendo! No había tiempo qué perder. –¡Que vengan hoy al palacio, decía la convocatoria, los que entiendan de ecuaciones!, así lo dice la historia. Para ocupar aquel puesto llegaron de todos lados, personas sabias de ciencia, y hasta brujos despistados.


Hipatia llegó a la fila y nadie lo podía creer, se escucharon carcajadas. ¡Pero si es una mujer! El rey exclamó muy serio. –Pues quien resuelva el problema se quedará con el puesto. Qué desafío, qué dilema. –¡De todos los candidatos, Hipatia fue la mejor!, dijo el lacayo en secreto. –¿Ahora qué hacemos, mi lord? –¡Si la chica ha demostrado tener más conocimiento no hay vuelta de hoja, se queda! Y fue verdad, no te miento. Hipatia fue contratada por su mérito y destreza. –¡Arreglaré de inmediato las finanzas de su alteza! Y desde entonces Hipatia hizo el balance y las cuentas: –Gastos, ingresos… sumamos, las ganancias de las ventas. Luego el rey puso un anuncio: “Se solicita ingeniera –pues también se aceptan mujeres– pagaremos lo que quiera”. El monarca anunció entonces: –¡Política rigurosa: aceptar a los más aptos y no aceptar otra cosa! Y si es mujer, bienvenida, les dijo el rey, y adivina: ¡Hipatia fue muy famosa por salvarlo de la ruina!


El curandero Había una vez un castillo con banderas y armaduras pero llegó aquella noche y… vayamos a la lectura. Con un bebé y dos princesas los reyes vivían contentos –¡Qué encantadora familia!, y así lo narra este cuento. Sonaron las campanadas que indicaban ya las doce y las dos lindas princesas empezaron tose y tose. –¿Qué pasa?, dijo la reina y siguieron cien estornudos, ¡las niñas!, ella corriendo y todo mundo hecho nudos. El rey gritó –¡De inmediato!, y se le ocurrió primero llamar a brujas y brujos, curanderas, curanderos. –¡De prisa!, mandó la reina, están hirviendo de fiebre. –No se apure, dijo un brujo, traigo juguito de liebre. Luego llegaron los magos, mas ni con la hechicería las niñas daban señales de mínima mejoría. Por fin llegó el curandero seguro y bien preparado. –Con permiso… con permiso…, por favor háganse a un lado.


–Mis remedios naturales son potentes y efectivos, decía mientras preparaba unos polvos curativos. Pero seguían muy enfermas y la reina en su discurso ordenó que utilizara ¡hasta el último recurso! –En mi herbario tengo miles de plantitas con poderes pero no todas se pueden administrar a mujeres. Estas hierbas prodigiosas son para curar al rey si las uso de otro modo me castigaría la ley. –¡Pues soy el rey!, se oyó entonces. ¡Cambiaré los estatutos, y ya no habrá diferencias!, los reyes eran astutos. Aquel curandero entonces, que había logrado el permiso, preparó las infusiones; cumplió con el compromiso. Justo a los cuatro minutos las princesitas perfectas estaban sanas y salvas, jugando y dando de vueltas. La botánica y la ciencia pueden no servir de nada cuando existen diferencias y reglas muy atrasadas. El rey y la reina entonces dieron gracias al galeno. ¡Lo que hizo el rey esa noche fue ciertamente muy bueno!


La copista Músicos y hasta escritores de la época medieval utilizaban copistas, pues para eso… para copiar. Transcribían sus partituras, sus códices y legajos, entregando puntualmente sus detallados trabajos. Un músico de aquel tiempo, arrogante y muy pesado, presumía de su “talento”, que era un talento prestado. La verdad no era muy hábil, pero te diré una cosa tenía un enorme secreto, su copista era virtuosa. –¡Soy el mejor!, alardeaba. ¡He hecho tantas sinfonías!, pero era aquella muchacha la que en verdad componía. –¿Mujeres? ¿Grandes pianistas?, opinaba el fanfarrón, no entienden las armonías, menos la composición. Cuando la humilde copista recibía sus manuscritos repletos de garabatos y manchones mal escritos, suspiraba y con paciencia rellenaba su tintero. –Veamos, decía resignada, qué terrible batidero.


La muchacha apasionada por el arte del pautado convertía aquellos borrones en trabajos terminados. Un día el rey dijo al artista: –¡Componga una sinfonía! Pero como siempre pasa, la quería el siguiente día. –Claro mi lord, dijo el tipo; pero acabó por enviar como siempre a la copista, lo que tendría que arreglar. –Los acordes, la armonía, anotaba concentrada. Tarará, ella imaginaba las notas cuando cantaba. Mientras tocaba en su piano, revisando el pergamino, el rey pasó en su carroza, justo por ese camino. Al escuchar a la niña y las notas de su concierto, el monarca fascinado pensó: «¡No puede ser cierto!» –¡Alto!, ordenó de inmediato, conozcamos al prodigio. El músico, ya imaginas, perdería su gran prestigio. –¡Se ha descubierto su truco! Qué vergüenza. ¡Ella es la artista!, dijo el rey, y desde entonces, fue famosa la copista. Su armonía llenó el castillo de júbilo y alegría.


La reina Una reina quedó viuda y para asumir el poder, tendrían que cambiar las cosas, sería difícil quehacer. Hubo muchos comentarios, y hubo mucho malos ratos. –Aunque lo intente, decían, no llenará los zapatos. Incluso hubo quien pusiera un cartel: “Se busca rey” a las puertas del palacio, aunque iba contra la ley. La reina se preguntaba –¿Pero, por qué está tan mal ser reina?, y le contestaban: –¡Una reina no es igual! –La política, decían, es asunto de varones. Aunque tenga la corona, no tendrá los pantalones. –Las mujeres, rumoraban entre burlas y entre risas, son frágiles, delicadas, muy complejas e indecisas. Los enemigos del reino pensaron «¡Qué gran momento! ¡Nos quedaremos con todo!» Y ¿qué pasó?, ahora te cuento: –Reina, dijeron, te haremos una visita amistosa. Pero la reina sentía que tramaban otra cosa.


–¡Atacaremos su reino! Esto será pan comido, decían, pero aquella reina nada les había creído. Dio precisas instrucciones: –¡Que se reúna el consejo! Les pondremos una trampa, más sabe el diablo por viejo. Y es que su sexto sentido, su pericia y su agudeza eran grandes cualidades que también tenía su alteza. Escondidos esperaron verlos llegar con paciencia; la reina había aprovechado sus años y su experiencia. –Estamos, dijo la reina, preparados y pendientes, listos para recibirlos. Qué muchachos inocentes… Y en efecto aquella noche llenaron el calabozo. El pueblo estaba contento, sorprendido y orgulloso. Desde ese día el reglamento lo establece claramente: –Para hombres, para mujeres y para toda la gente, los derechos son los mismos, y desde hoy dirán las leyes que podrán sin diferencias, ¡haber reinas y haber reyes! –¡Nuestra reina es muy valiente!, exclamaban por las calles y todavía en aquel reino se comentan los detalles.


El famoso rey Un famoso rey, buscando una perfecta consorte, hizo su lista completa para traerla hasta la corte: –Por favor que sea obediente, noble y buena cocinera, por supuesto muy bonita, pero que también me quiera. Su consejero anotaba sus palabras con cuidado. –Su alteza, como usted diga, tendré todo preparado. –Que toque el arpa y la lira, y pida mi consentimiento. ¡Espera, no he terminado!, también que me cuente un cuento. Sus lacayos escuchaban poniendo gran atención a cada requerimiento de la absurda petición. –Que piense, pero poquito; que sea muy hacendocita y que nunca abra la boca, la prefiero calladita. Pero el destino al monarca puso frente a su nariz a una mujer diferente, ¡que lo iba a hacer muy feliz! –Yo no sé lavar la ropa, dijo la futura esposa, tampoco sé de cocina, de bordados y esas cosas.


Soy buena para las cuentas y sé de administración cálculos o proyecciones y cualquier negociación. El rey, que estaba prendado de la dichosa doncella, dijo a todos de inmediato: –¡Me quiero casar con ella! Organicemos las nupcias porque me caso en abril. –Mi lord, existe un problema, ella no cubre el perfil. –Pero es brillante y creativa, quién se fija en pequeñeces. Se casaron y tuvieron un bebé a los nueve meses. Los monarcas decidieron que administrarían los bienes; ella dirigiría el reino y él, el palacio y los nenes. Su majestad se dio cuenta de que el intercambio propuesto era algo muy divertido. –¡Ay pero cómo que gusta esto! Lo de cambiar los pañales y meterme a la cocina es mucho más divertido que pasarla en la oficina. Hoy el rey vive contento y vive encantada su alteza, ya hasta tienen 2 varones y 3 hermosas princesas. Cada quien está en lo suyo. Qué suerte y qué gran fortuna, las acciones del palacio “subieron hasta la luna”.


Jerónima Jerónima era su nombre, esposa de un impresor, con temperamento alegre, curioso e innovador. A Jerónima “las letras” siempre le habían atraído. ¡Pero en los tiempos antiguos para ella estaba prohibido! –¡Debo quedarme en mi casa, decía, porque soy mujer! ¡A remendar calcetines, a cocinar y a tejer! Pero al taller a escondidas se asomaba si podía. –¡Voy a recoger los pliegos! ¡Qué terrible! ¡Qué osadía! Cosiendo los cuadernillos, la encontrabas en la imprenta. –¡Acomodaré las letras! Siempre estaba muy atenta. Se aprendió cada detalle del penoso mecanismo. –¡Pero ese es trabajo de hombres!, comentaban, ¡qué cinismo! Juan Pablos era el maestro y Jerónima la aprendiz; curiosa, hacía mil preguntas, y en todo metía la nariz. Cuando el trabajo aumentaba y cuando la carga era mucha Jerónima encuadernaba, ¡a todo le hacía la lucha!


De puntitas cada noche buscaba la perfección y frente aquel armatoste cuidaba cada impresión. –En el tiro de la prensa acomodaré los textos, y hasta ayudaba al esposo inventando mil pretextos. Pablos, como pocos hombres, no encontraba las razones de no enseñarle un oficio que era sólo de varones. Jerónima aprendió todo: corrección, prueba y cotejo. –¡Mujer, le decía su esposo, pues me has dejado perplejo! Libros de ciencia y cultura hacían los dos como equipo; de literatura y lenguas, los había de todo tipo. Una noche Pablos dijo con algo de desconcierto: –¡Jerónima lo lograste! ¡Ya superaste al experto! Y aunque muchos lo negaran por orgullo o ignorancia Jerónima trabajaba con destreza y elegancia. Hoy no hay roles exclusivos, por fin lo hemos aprendido: ¡las mujeres y los hombres trabajan mejor unidos! Y así esta historia confirma lo que no querían creer, que siempre ha sido importante el papel de la mujer.


La cocinera Había una vez un castillo, con ocho torres gigantes, mil sirvientes, y lacayos, cocheros y acompañantes. Había cincuenta escribanos y cuarenta zapateros, cientoveinte camareras, y otros tantos carpinteros. -¡Ya están floreando de nuevo mis rosales y claveles!, decía el viejo jardinero que era uno de los más fieles. -¡Este traje y esta capa van bien con aquel tocado le encantarán a la reina!, decía el sastre emocionado. Recibían cada semana puntuales, y bien contados cada uno sus honorarios por los servicios prestados. Esperando sus monedas ya formados en hilera, algo muy desagradable descubrió la cocinera. -¿Cómo es que diseñadores, bufones y consejeros, todos hombres por supuesto, recibieron más dinero? -Disculpe, dijo muy seria interrumpiendo al pagador, estoy haciendo las cuentas y debe haber un error.


El hombre dijo impaciente: –Todo está bien calculado ahora regresa a la fila no me estorbes, ¡hazte a un lado! Las mujeres ganan menos, lo marca la tradición. –¿Ah sí? ¿Con qué esas tenemos?, y pensó en la solución. –¡Si su alteza ha decidido que merezco la mitad, la mitad será lo justo, ya verá su majestad! De la cocina salieron media taza y medio plato, medio puchero servido, media copa y medio pato. –¡Traigan a la cocinera!, gritó el monarca furioso. La mujer ya estaba lista y le dijo en tono chistoso: –Mi lord, por lo que me paga ésta es la medida justa. –¡Pero todavía tengo hambre, y este trato no me gusta! -Pues por el pago completo podría ofrecerle a mi lord mis labores terminadas. Y el rey dijo: –Eso es mejor. Que les paguen de inmediato a todas lo que es lo justo. Ahora ya tráeme mi cena y así todo el mundo a gusto. La guisandera al monarca le había dado una lección: ¡cualquier trabajo es valioso y no debe haber distinción! .


El heredero Después de mucho desearlo y de largos meses de espera se enteraron de la nueva. La reina fue la primera. –Mi reina, dijo el galeno, por fin llegará un bebé. –¿Es varón?, dijo el monarca, ¡ pues eso sí no lo sé! El rey muy emocionado pidió 100 metros de tul para decorar el cuarto –¡Todo debe ser azul! Ordenaré un trenecito con vagones y cabús. ¡Y asegúrense de que al cuarto entre siempre mucha luz! Fueron pasando los meses y el rey con mucho cariño preparaba los detalles para recibir a un niño. Y por fin llegó el momento –¡Felicidades, fue niña! «¿Qué cosa?» pensó su alteza, y se armó tremenda riña. –No es posible, gritó entonces, yo no pedí una mujer. Necesito un heredero, ¿la podemos devolver? Bueno, eso no era posible, así que berrinche y todo el rey dijo resignado –Nos la quedamos, ni modo…


La reina dijo al monarca –Una niña es muy valiosa. –Tal vez…, dijo el rey muy triste, yo pensaba en otra cosa. Llevarlo de cacería y también jugar ajedrez; la cuestión con una niña, pues, tú sabes, así no es. Con sus gracias, sin embargo, aquella linda criatura fue rompiendo poco a poco su enorme coraza dura. La bebita lentamente conquistó su corazón y el rey dijo convencido –¡La reina tenía razón! Jugaban a los carritos y hasta a las tazas de té. La historia no ha terminado… espera te contaré. El rey estaba encantado ¿arrepentido? ¡Qué va! y un día como de sorpresa la beba dijo: –Papá. Su alteza dijo a la reina –Me vendrían bien otras 3, pero que sean todas niñas, ¿se podrá? ¿Tú cómo ves? Los reyes ya tienen cuatro, dos niñas y dos varones juegan ajedrez, muñecas, con ollitas y balones. –Es mejor sin distinciones trátese de quién se trate, dijo el rey. Yo estoy de acuerdo, así es mejor ¡jaque mate!


Hadas S.A Hubo una vez en el mundo de la magia y de los magos un evento inolvidable que causó muchos estragos. Pues resulta que cada año, entre centellas y truenos, se reunían los hechiceros a jugar... ni más ni menos. Aquel acontecimiento era algo muy singular, pero las reglas del juego muy pronto iban a cambiar. Porque los brujos pensaban y alardeaban con certeza: –Las hadas no saben nada, no hay sesos en su cabeza. Así que aquellos malvados publicaron un aviso: –¡No jugaremos con ellas, no les daremos permiso! Pero las hadas dijeron: –¡Nos parece muy injusto! ¡Nosotras solo mirando y ustedes ahí muy a gusto! –Pueden traer los pastelitos y pueden vernos ganar, dijeron aquellos brujos, ¡pero no pueden jugar! Como ellas eran distintas los brujos tenían un plan –¡Por ser hadas y no brujos NO serán parte del clan!


Las hadas enfurecidas dijeron –¡Ahora verá! y formaron convencidas la firma Hadas S. A. Se fueron varita en mano y de modo inteligente firmaron ante notario registrando la patente. Para ser miembro honorario y tener tu credencial sólo existía un requisito y era “No portarse mal”. Fueron llegando costales de cartas de candidatos que pasaban divertidos y contentos grandes ratos. Los dueños de la franquicia de aquellos brujos de enfrente se estaban quedando solos... se estaba yendo la gente. Las hadas a cada socio trataban de acomodar, mientras los brujos muy tristes no tenían con quién jugar. Todos los brujos pensaron –Creo que nos equivocamos. Y se fueron con las hadas y dijeron –¿No jugamos? Por fin hicieron las paces. Firmaron todos los puntos, según el nuevo contrato ahora sí jugarían juntos. La cláusula que firmaron todavía sigue vigente. ¡Hoy juegan hadas y brujos, y juega toda la gente!


Juana Don Pedro Manuel de Asbaje fue el papá de la chiquilla; Inés era apasionada y sencilla. Hija del vasco y la criolla, nacida allá en San Miguel, de libros y de cultura siempre admiradora fiel. –Su inclinación literaria y gran amor por la lectura, decía su abuelo orgulloso, definen a la criatura. –Hoy entraré de puntitas a la enorme biblioteca y me pasaré unas horas leyendo sin que se sepa. –Juana Inés deja esos libros, decía su madre angustiada, a estas alturas muchacha yo ya estaba bien casada. La marquesa de Mancera la llamó y le dijo un día: –Te aceptaré con agrado de dama de compañía. Porque Juana en vez de casa, de bebés y de marido quería estudiar, pero entonces para ella estaba prohibido. –El lugar de las mujeres, decían en tono grosero, es la casa, la cocina, la estufa y el lavadero.


Entre libros y poesías, pasaba ratos amenos. –¡No quiero saberlo todo, pero quiero ignorar menos! Las carmelitas descalzas la recibieron al fin. –Aprenderé con empeño gramática… y hasta latín. –Cuarenta sabios reunidos, dijo el Virrey de Toledo, examinarán a Juana. Y Juana dijo: –¡Yo puedo! Todos dicen que es brillante, pero es sólo una mocosa; veremos si lo demuestra. Juana salió victoriosa. Luego un día dijo contenta: –Quiero estudiar teología. –¡Eso es cosa de varones! Era mujer, no podía. Y a San Jerónimo entonces, a los 18 Sor Juana, llegó llena de ilusiones y sueños una mañana. La obra de Sor Juana vive y se recuerda en nuestros días a través de sus tratados, música, teatro y poesías. Sus manuscritos, comedias, legados de la doncella distinguen su gran trabajo y siguen dejando huella. Las 9 musas de Apolo lo dirían, estoy segura, que nuestra “décima musa” está también a la altura.


El elefante En África hace unos años, en un bosque muy frondoso, en la tribu de elefantes sucedió algo muy chistoso. Las elefantas tranquilas estaban tomando el té cuando sucedió esta historia, escucha te contaré… –¡Está por llegar!, contaba una elefanta emocionada, Junior ya viene, gritaba frente a toda la manada. Habían esperado muchos meses, justo veintidós. –El heredero ha llegado, el rumor corrió veloz. Alrededor, asombradas, miraban a aquel pequeño. –Es… simpático, chistoso…, dijo una frunciendo el ceño. Las elefantas corriendo se reunieron de improviso. –Es en verdad una pena, tenemos que dar aviso. Se reunieron en el bosque abanicando una oreja. –¡Qué tragedia!, dijo entonces una elefanta ya vieja, un elefantito blanco, un caso extraño, anormal. –¡Un fenómeno!, narraban, lo habían tomado muy mal.


Se había reunido el concejo de aquel importante clan. –¡No hay manera, es imposible, porque no lo aceptarán! Los elefantes son grises, dijo a todos la matriarca, ¡si viniera Noé, seguro no los llevaría en arca! Al pobre elefante blanco por tener otro color no lo querían en el grupo. –¡Es tan extraño, qué horror! La criatura, sin embargo, sólo era la introducción de una serie de ocurrencias que cambiarían su opinión. Pues por cosas del destino o tal vez de la evolución, los nuevos elefantitos harían otra tradición. –¿No es posible, ya supieron? ¡Llegaron un par de rojos! Ya había amarillos y verdes; no podían creerle a sus ojos. Mas con el tiempo entendieron que no había gran diferencia todos los elefantitos cargaban la misma esencia. –Pensándolo bien, dijeron, así es menos aburrido, ¡con tantos bellos matices tendremos más colorido! La moraleja es muy clara, cuando hay discriminación nadie gana, todos pierden y claro, no hay diversión.


El príncipe En un reino muy lejano, como cuentan los demás, habían reyes, también nobles y los que seguían atrás. Y en las aldeas más humildes, de familias numerosas, sucedían cosas extrañas dentro de las viejas chozas. Un día el príncipe extraviado en un viaje de cacería descubrió con gran tristeza lo que en la aldea sucedía. Se topó con un pequeño como gran casualidad: –¿Cómo te llamas?, le dijo. –¿Disculpe, su majestad? –¿Cuál es tu nombre, le dijo, …tu mote, tu apelativo? –¡Tres!, contestó el muchachito, y es aquí donde yo vivo. –No entendiste mi pregunta, ¿hablas quizá otro dialecto? –¡Tres es mi nombre, le dijo, creo que es el alias perfecto! –¡Si me estás tomando el pelo, pagarás cara la guasa! –Yo soy el tres de los doce que vivimos en mi casa. Mi padre encontró la forma de no perdernos de vista y en folio consecutivo empezó a escribir la lista.


–Ocho siembra los frijoles, Seis el que ordeña la vaca, dos Sietes, que son mellizos, Cuatro limpia la barraca. –¿Pero cómo estar conforme, con un trato tan torcido? ¡Todos tenemos derecho a un nombre y un apellido! –Pues Cinco dice lo mismo, se lo ha comentado a Cuatro. ¡Mas si se enteran mis padres se va a armar enorme teatro! Uno piensa que es sencillo, pero yo le digo a Diez que así lo dictan las normas, y que la cosa así es. Al cuchitril, de inmediato fue, corriendo el heredero; había un reguero de niños y todo era un tiradero. El príncipe preocupado fue a platicar con el rey, y el rey contestó: –¡Es terrible! ¡Debemos cambiar la ley! Reunió a la audiencia y les dijo: –¡Tener nombre es un derecho! Todos los seres humanos nos lo hemos ganado a pecho. Los números por lo tanto, como alias quedan prohibidos; todos tendremos al menos un nombre y un apellido. –Ya estamos pensando el nombre, así cuando llegue el trece tendremos el adecuado. ¡Esta familia cómo crece!



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