Jirones y arena

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Jirones y arena


© Derechos Reservados

Alma Rosa Tapia González

3a Cerrada de Minas 146, Edif. D5-504,

Colonia Arvide, Delegación Álvaro Obregón, C.P. 01280

Certificado de derecho de autor: 03-2008-081113192500-14

© Derechos Reservados

Por características tipográficas y de diseño editorial Instituto Nacional de las Mujeres INMUJERES

Alfonso Esparza Oteo 119,

Colonia Guadalupe Inn,

Delegación Álvaro Obregón,

C.P. 01020, México, D.F.

Primera edición: agosto de 2010 ISBN: 978-607-7825-18-0

Impreso en México / Printed in Mexico

www.inmujeres.gob.mx

Esta obra fue financiada con recursos del Instituto Nacional de las Mujeres. Las ideas vertidas en esta obra son responsabilidad de sus autoras/es, y no representan necesariamente el punto de vista del Instituto Nacional de las Mujeres.

Ejemplar gratuito. Prohibida su venta


Dedicamos esta obra a las frĂĄgiles palomas con

a las rotas, a su esencia mimetizada con el desierto. A las madres, hijas e hijos y a todos aquellos abrazados al vacĂ­o que lamentan la pĂŠrdida insustituible del ser amado.

Valga

esta dedicatoria con la esperanza de erradicar la impunidad y corrupciĂłn que impera en nuestra historia.


Pres entac ión La poesía es un medio de correspondencia, de conocimiento y descubrimiento del prójimo. Hagamos de ella también un nuevo sendero hacia la paz. Irina Bokova Directora general de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO)

El arte y la poesía son medios de expresión que, entre sus principales cualidades, está traducirnos realidades y acercarnos a nuestro prójimo de una manera que nos sería casi imposible hacerlo por otras vías. Su perspectiva, sin comparación con otras disciplinas, supera a la expresión o transmisión de cada realidad que evocan. Como bien señaló Irina Bokova, en ocasión del día internacional de la poesía en 2010, la poesía es un territorio universal en que los pueblos pueden encontrarse para dialogar sobre temas de actualidad como la paz, la no violencia y la tolerancia. Convencida de que el arte, en cualquiera de sus expresiones, constituye una trinchera legítima en la cual podemos reflexionar y encontrarnos con prójimos distantes geográficamente, pero cercanos por los mutuos sentires que nos vinculan, me complace presentar Jirones y arena. Se trata de una obra en que la poetisa Alma Rosa Tapia y el colectivo Arte Norte han unido su inspiración y arte para expresar su visión


sobre una de las problemáticas cuyas raíces más profundas están sin duda en la discriminación de género: las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Este tema, de suyo doloroso, refuerza nuestra convicción de que la principal fortaleza de lugares como Ciudad Juárez es su tejido social, donde no sólo convive la violencia, sino y sobre todo el empuje de su gente y su indeclinable espíritu de lucha. Desde el Instituto Nacional de las Mujeres, dedicamos esta edición a las madres, hermanas, amigas, y quienes en el afán de encontrar respuestas a la violencia de género, también edifican una ciudad libre de discriminación. A todas ellas, nuestra sororidad. Rocío García Gaytán Presidenta del Instituto Nacional de las Mujeres



Pró logo “El infierno, decía Jean Paul Sartre, son los otros”. Y es verdad: son los otros, los que suelen mirar la realidad desde mundos en los cuales no existe más compromiso que consigo mismos, son ellos los que lo crean. Existen quienes a través de la maldad, de la violencia, del crimen, le dan forma y contexto a ese infierno, pero es la indiferencia, el prejuicio, la discriminación, la que lo genera. Buena parte de ese infierno está, y sigue estando, en Ciudad Juárez, una ciudad que ha luchado siempre contra el desierto, que creció y se consolidó en la frontera, siendo ella misma, en el más amplio sentido de la palabra, fronteriza. Era 1996 cuando entrevisté a Francisco Barrio Terrazas, entonces gobernador de Chihuahua y antes presidente municipal de Ciudad Juárez: varios meses atrás había tenido noticias, habíamos publicado y mostrado en televisión, por primera vez, que se estaban asesinando mujeres en forma sistemática en Ciudad Juárez. Que las muertes, brutales de por sí, reproducían un patrón, un estilo, una forma de sacrificar a jóvenes con las mismas características físicas y sociales: todas eran morenas, delgadas, muy jóvenes, trabajaban en maquiladoras y eran independientes. Víctor Ronquillo, quien con base en esas investigaciones publicaría luego el libro Las muertas de Juárez, había logrado testimonios, fechas, nombres. Con esa historia entrevisté al entonces gobernador: me dijo que no era verdad, que morían mujeres como en cualquier otro lugar del país, pero que en el caso de Juárez, además, se trataba de muchachas que vivían solas, que de alguna manera se buscaban lo que les estaba sucediendo porque iban a los bares a divertirse, a buscar con quien pasar una noche, porque usaban minifaldas. Ese era el verdadero infierno, el creado por los otros: ya de por sí era terrible que se estuviera asesinando a jóvenes mujeres en forma sistemática, sin que las autoridades hicieran algo por aclarar esos crímenes, pero era mucho peor, más grave y doloroso, que desde el poder se castigara a las víctimas, se las transformara en las responsables de su propia tragedia, simplemente por ser mujeres independientes y atreverse a salir de noche y usar minifaldas.


Buena parte de ese infierno está, y sigue estando, en Ciudad Juárez, una ciudad que ha luchado siempre contra el desierto, que creció y se consolidó en la frontera, siendo ella misma, en el más amplio sentido de la palabra, fronteriza. Desde aquellos reportajes y entrevistas han pasado muchos años y las muertes siguen produciéndose. Las distintas investigaciones, algunas bien intencionadas, otras simplemente realizadas para impedir una verdadera investigación, se han sucedido: hay detenidos, algunos responsables reales, otros no, muchas mujeres aún desaparecidas y lo que tenemos es una historia que tomó cuerpo hasta tornarse, como todas las de esas características, casi mitológica, creando su propia historia, a veces real, en otras disfrazada; en varias ocasiones como cobertura de intereses personales o de grupo. Como toda tragedia, a veces en los medios se convirtió en espectáculo y se masificó, y la información se desdibujó hasta convertirse en un lugar común. Las muertas de Juárez fue un titular que no sirvió, en muchas ocasiones, para explicar nada, ni siquiera el cruce de caminos que permitió que esa historia se convirtiera en realidad. Juárez, por supuesto, no es sólo sus mujeres asesinadas con saña y sin sentido: es una ciudad de verdad pujante, es una lucha constante contra los elementos, es empresas, industrias, frontera, una ciudad que explota demográficamente, una cultura que la expresa, incluso algunas notables luchas políticas, pero es también narcotráfico, violencia, muerte, corrupción. En Juárez he visto esfuerzos notables para resistir, salir adelante, crear, pero también he visto personas asesinadas; decenas, cientos de tiendas de venta de drogas; lugares en donde por una ventana los jóvenes introducen los brazos para ser inyectados por alguna sustancia que se vende a un dólar la dosis, mientras la policía local ronda el lugar para proteger a los delincuentes. He visto enterrados clandestinamente, en jardines de casas de clase media, diez, doce cuerpos; he visto una sala de tortura ubicada en una cocina en una casa en la cual vivía una familia con niños que no parecían notar nada extraño en lo que allí ocurría: que en la cocina hubiera secuestrados, torturados, muertos.

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Pero nada sintetiza mejor ese cosmos que las mujeres muertas en Juárez: lo simboliza por su valentía y espíritu de independencia, por el rencor machista que ese espíritu genera, por la violencia y la saña con que se quiere acabar con las mismas, por la indiferencia de las autoridades. Para contarlo no es suficiente el periodismo, la crónica, la investigación: la dimensión de la tragedia necesita de la poesía y de la pintura, del cine y del teatro, de las visiones alternas y de las tradicionales, de la pasión por mostrar un drama que está más allá de la comprensión. De las muertas de Juárez en términos de información dura, se ha dicho todo y no se ha dicho nada; se ha escrito mucho y se ha hablado demasiado, pero no se ha llegado a mostrar plenamente la profundidad de esos crímenes, de esa violencia, de ese infierno cotidiano. Por eso una línea, un poema, un trazo, una obra, pueden abrir otras puertas, otros espacios, otras percepciones, puede darle a la muerte, como siempre injusta e inaprensible, pero en estos casos absolutamente irracional e incomprensible, otra dimensión, más humana, más real, que una simple nota periodística. Dice Jorge Luis Borges que “no nos une el amor sino el espanto”. ¿Y qué espanto puede ser mayor que la maldad transitando libremente por las calles?

Jorge Fernández Menén dez


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Estrellas cabello

de negro cielo

Desesperada elevé la mirada con mi dolor y el amargo llanto al cielo para saber si ahí te encontraba; con extrañeza noté que a las estrellas les había brotado cabello, eran largas hebras que se perdían con el negro de la noche, con tristes ojos titilantes. Creí que era ilusión, pero cuando restregué mis ojos, los astros eran niñas, púberes, jóvenes, todas mujeres; eran madres, hermanas, hijas; sin explicación, todas mujeres; cada una con su nombre escrito en la frente de estrella; se incendiaban con intensidad, con ello querían lograr ser reconocidas. Algunas aparecieron distantes con el ánimo cansado; casi enceguecida pero interesada, me esforcé por mantener fija la vista. Finalmente te encontré en el centro, aún pequeña como eres, te distinguí, a ti mi niña, mi Iris; a tu alrededor destellaron María, Rosa, Alejandra, Lupita, Mirna, Verónica, cientos… tan incontables como entristecidas. Adornaban el cielo, conté hasta cuatrocientas con nombre y casi quinientas sin rostro ni letras, pero ahí estaban todas. Cuando tú hija te diste cuenta de que aunque lejos mi clamor te alcanzaba, abismal pero tan dentro de mi agonía, sonreíste a tus amigas, sonreíste como en días pasados cuando devorabas con hambre tortas de frijoles en el descanso, como cuando tu compañera con entusiasmo te dijo que estudiaba los fines de semana. Ellas brillaron ya tranquilas, con sus límpidas boquitas mandaron un beso que el viento mensajero hizo llegar hasta mis rasposas mejillas, tostadas de buscarte bajo el candente sol por el estéril desierto, por las grises calles, por los polvosos baldíos, por los empinados barrancos, por todos los rincones de esta tierra de humanos infames, con la esperanza en mi alma clamando justicia. Ahora puedo despedirme de ti, para mañana en cuanto oscurezca, elevar la mirada al cielo, darte las buenas noches con cada día que fallezca, porque sé en dónde te encuentras, sé que la luna con amor te arropa. Descansa en paz mi niña estrella, descansa tranquila, mientras tanto yo secaré mis lágrimas, cuando todas seamos una.


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Desdibujada vereda Con difuso cabello abrazado a los hombros te vas María. A la ventisca tus largas hebras de ónix. Las campanadas de maquila golpean tus oídos de púber. Insaciables tornillos lamen tus dedos de ave inocente. El abismo te sonríe lejos de donde germina la nochebuena, cerca en lluvia de polvo. Desprotegidos por una medalla sin poderes, los pasos siguen la desdibujada vereda. Bajo nubes púrpuras con piel tostada son estrangulados, consumidos por la arena. Tu pecho mordido se desvanece en el umbral de una virgen dormida. Una virgen en celeste broquel colgada a tu cuello. No te salva, los demonios son roedores de la inopia que tiembla entre cabellos resistentes. En vorágine tenebrosa una oruga asoma la cabeza con las hebras de ónix extirpadas. Sarnosas lenguas de famélicos perros y cinco braguetas agusanadas chupan los días venideros.


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Pasos en el desierto Con alas en las manos confeccionaron el futuro. Más cuando el sol quemante tembló congelado, sólo jirones de vestidos bajo rocas en el desierto. La frontera norte fue anhelo, esperanzas e ilusiones, despojadas por innombrables bestias. Con cemento en los ojos ocho años sepultaron. Pasos en el desierto. Pasos infantiles descaminados. Ojos inconsolables oscilan en precipicio, derraman el llanto. El llanto de niños sin leche. El hambre no saciada. Inconcebibles historias de efigies contritas por la justicia indolente silenciadas. ¿Quién resarcirá el daño? ¿Quién con oídos y ojos? ¿A quién en este mundo ciego? ¡Mundo sordo, mundo manco! Cuando el silencio árido sea respuesta… Eleva el canto. Cuando la herida en campo infértil arda… Eleva el canto.


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Graves pinceladas No eres un grano de arena que escapa de un puñado. Granates y nutridas gotas, son el rocío de un hueco. Cercada por aguijones extenuados al centro de un círculo con tus brazos como eje. Presa sin escape en un circo de ángeles negros sin cabeza. Hundida en la bruma, eres nulificada. Testículos rellenos de alacranes, se vuelcan, batidos en celaje ensangrentado. Sin arrepentimiento las tenazas se retiran, impregnadas de saña execrable. Saciados caminan sin obstáculo y alejan los pasos de las aves sin vida. Los sórdidos aguijones son vergüenza de mexicanos. Negro estigma en humanidad que se amontona, que se amontona y clama justicia. Las aves con alas rotas no son olvidadas. Alguien delinea el drama, artistas con graves pinceladas. En pleno ocaso, los dedos palpitan, ordenan frases inacabadas. Taciturnas grafías corean al compás de imperturbables teclados.


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Mancha roja en la historia Un hiriente cactáceo, entre dos frágiles e inertes columnas de mármol. Mancha roja en la historia. Doble vida pretextan, equivocan el castigo, castigo para la madre y no para el homicida, que libre lleva los pasos al mismo acto. ¿Cuántas ninfas en huraño sepulcro de escarlata beligerante? Las sombras de tierra estéril rondan la garganta del desierto. A medio día bajo el sol ardiente una margarita, extinta, con desmembradas hojas, alimenta el desierto.


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Ni un alma más Ni una más que en decúbito ventral muerda arenisca envenenada. Ni una más perdida en nubarrón escarlata desvanecido. Ni una más con alas quebradas en la frontera del progreso. Ni una más insertada por letales espinas en vientre indefenso. Ni una más expulsada a incandescentes órbitas demoniacas. ¡Ni una más en manos de raza maldita! ¡Ni una más en estupro de animalidades! ¡NI UNA MÁS!


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Ni

un alma

menos

Ni una menos que no lleve el pan a casa. Ni una menos que con la leche en los senos fallezca. Ni una menos que deje brazos maternos en espera. Ni una menos que no lleve sus libros a la escuela. Ni una menos que a medias deje una prenda. Ni una menos con la sopa servida en la mesa. Ni una menos que su victimario quede sin sentencia. ยกNI UNA MENOS!


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El

pecado de dios El pecado de dios es mantenerse impasible ante la existencia de las vivas desgracias en terráqueas tinieblas. El pecado de dios es haber creado una tierra uterina que parió a las razas siniestras. El pecado de dios es abandonar en Ciudad Juárez a niños y niñas sin madres, mordiendo ratas de coladera. El pecado de dios es dejar a incontables sirenas asfixiadas en pantanosas tempestades. El pecado de dios es dejar que un bárbaro con bisturí y sus negras manos, haga un deshonesto trasplante. El pecado de dios es no existir en los rezos que implora una madre.


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Piel mimetizada Unos pies con zapatos rotos muerden casas de cartón, escalan hacia fronteras rumiantes, avanzan con paso firme. Después de sacudirse en la travesía, colisionan, se derrumban, tienen hambre, caen, luego ascienden, de nuevo escalan; penetran en las fauces de la industria, luego de una agotable jornada, los pies con venas saltadas, recogen billetes malolientes, son papeles quemados, papeles de esclavas. Abordan artilugio urbano, de abarrotado paisaje, desvían el camino, se disipan en infecundos tramos, las extremidades son machacadas, sometidas sin zapatos. Machacadas hasta quebrarse, hasta sólo ser polvo, adormecidas se mimetizan con arena, la piel-polvo se abate, se pierde y gira en sempiterna borrasca.


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Dagas

en la arena

Si pudiera por un instante, escapar de esta t贸rrida imagen. Si pudiera por un instante, quitar las dagas de la arena. Si pudiera por un instante, con mi llanto, enjuagar arenisca de tus ojos. Si pudiera por un instante, cambiar tu destino infame. Si pudiera por un instante, borrar con tu sonrisa el acto. Si pudiera por un instante, zambullirme en arenoso delirio y no saber nada. Si pudiera por un instante, dejar de ser pasiva espectadora de injusticias. Si s贸lo pudiera sentir tus manos en mi frente enferma.


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Los

cactus son tu aureola

Princesa desteñida, con una aureola trenzada por cactus de sol sobre tu inocencia. Los ojos con fisuras, son untados por cebollas. Crispados por rendijas, observan un estático y seco paisaje. Sin árboles que iluminen la demacrada yerba. La garganta muda, gruñe, reza para que el manantial de leche no sea arrancado. El rostro es carcomido por una túnica de serpientes con antorchas. Los ojos inertes se revuelcan por inclementes y aceradas descargas. Una piel de sapo, atraganta cenizas de los huesos que se expanden. Bajo láminas de un techo agujerado, hincadas en el altar, devoran escupitajos de barbarie.


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Ciudad en gris Mírame sin niños jugando en la calle, ahora encerrados tras una insegura cueva que arde por el monstruo quemante. Míralos atrapados, con sus manos pegadas al sucio cristal; la calle sin libertad, no pertenece, no es campo de futbol, no es edén para caminar. No pases de largo, mira las mujeres con el corazón en la boca, con el miedo en las venas, míralas aunque sea de soslayo. Escucha el un-dos-tres-un-dos-tres, en compás de casquillos, botas de soldados, sitiando humanidad. Escúchalos amenazantes, es guerra de ángeles y demonios con balas para sospechosos y asesinos. Los campos trastocan el algodón en chubasco carmesí que roban su fertilidad. Toca la hierba seca, más de una década sin reverdecer es un exceso. El sol ya no calienta, los rayos incendian los cuerpos y atraviesan corazones. Ya no aletean las mariposas porque la ciudad huele a sangre, mi triste ciudad partida en dos. Pero no olvides que al clarear el alba, el sol mitiga su furia quemante. No olvides que los caminos están trazados. No olvides dirigir tus pasos avante.


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En el camino Lánguida mujer con marcas en el cuello de terribles manos aciagas. Los ojos palidecen tras sanguinarios proyectiles sin guerra. Incineran su quimera y en una hoguera la leyenda. Dudosas e inconclusas investigaciones de ayer, hoy y mañana, sin reclamo, fluctuante en terrible inconciencia. Lo único que se sabe es que su incólume esencia en un lugar inhóspito descansa.


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ptibles estrellas A las dadoras de imperce

Oda

a una

madre

Una mirada sin iris se difumina en el cielo. Luto desgarrador escarcha el alma de una madre. El cielo suma una inocente Estrella-niña. Desde lo alto con infantiles manos, desmorona su infierno de vida y le devuelven las ilusiones. Indefinido brote de agua con sal, entristece las madrugadas. En una calma ilusoria, amalgama los sueños y cierra los ojos al pasado. Abraza una eterna sonrisa. En este día. En esta alba y hasta la sempiterna oscuridad que inunda tus días.


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¿Dónde está tu padre? Has permanecido dibujada en la bruma, débil imagen en orfandad terrenal. Desprovista de padre, sin mantos celestes para guarnecer tu cabeza. ¿Aquel silente colgado en lo alto es tu padre? ¿Quién hurtó su trono? ¿Quién en piedra caliza su corazón? Fallece abatido, abatido e inutilizado. Rascas en laberintos desérticos, con una esperanza que se volvió abismo. Te escondes bajo un cielo con boquetes arrinconada en la oquedad de un hogar. Pero unos brazos de lumbre te encuentran, hacen trizas y te arrojan al fango. Te he visto caer una y otra vez en marañas de oscuros sueños. En noctámbulas madrugadas, que con dilación trajo la aurora. Desperté, no era pesadilla, los tobillos enredados y las muñecas atadas. ¿Sabe tu padre que una bandera tricolor, entregó tu vientre-patria? Y un gobierno armado con mentiras en la mano, olvidó deliberadamente su misión. ¿Qué cómplice de impunidad es la tierra que en la aurora te vio nacer y extinguirte al anochecer entre la bruma? ¿Quién es el responsable? ¿Es aquel que viste casimir con brazos cruzados?


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Triste corazón asfáltico Cuando el día sea reproche y alrededor oscurezca, agudiza tus sentidos y descubre un tenue rayo lunar en la quietud de la noche. Cuando las preguntas sin respuesta tiemblen en los días adversos, no claudiques, grita hasta despertar señales dormidas. Cuando por las calles entrampadas no haya eco de voz, protesta hasta que en el cielo escuchen tu súplica. Cuando un parpadeo de polvo, nuble tu visión y todos crean que has muerto, pisa fuerte y avanza con paso firme. Cuando tus palabras pierdan el sonido, canta hasta confundir las coplas con el trinar de los pájaros al amanecer en pleno corazón asfáltico.


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Jirones Sobre un puñado de huesos los jirones de un alma al viento. Ímpetu de guiñapos que desembocaron en el fuego. Los pedazos de conciencia de innumerables sacrificios sin leyes aplicadas. Sólo remiendos de objeción fue un trasplante que huecos dejó en la esencia. Sólo precipitación de vacío. Sólo destinos nublados.


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Todas son una Atrapadas en un rompecabezas incompleto con marcas incurables en el alma. Por retorcidas mentes en destinos entreverados. Horadadas por sombría aparición de un fantasma cenagoso. Todas fueron rapto de un pernicioso y sus atrocidades. Con fúnebres mañanas y turbias noches sin clemencia, dormidas en la eternidad con el corazón machacado.


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Extinta justicia Con siniestra magia olvidaron hacer justicia a las niñas de sombrías historias. Historias de vidas sublevadas. Cientos de úteros indefensos, asolados. Impunidad ante misoginia criminal de extranjeros y mexicanos. Manadas de simios al volante, sin freno dirigen arrolladoras máquinas en el ocaso. Son rastros de llantas sobre gráciles mariposas. Monstruos y demonios empachados entre gruñidos y polvo. ¿Será justo terminar en la carretera? ¿O más terrible en infértil campo? Algunas en lechos de paso. Otra más en el basurero. Ecos de víctimas sin nombre. Identidades en un expediente costrado de polvo en el olvido. Lúgubres, inanimadas, duermen sempiternas con el sesgo del inasequible sueño americano. ¿Acaso no habrá alguien que los detenga? ¡Que alguien dicte una sentencia!


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Descuida

un

instante

Si en un instante, la imagen de inocentes desamparadas, abrieran sus ojos al abismo tangible de esta infame tierra. Cuida tirano, que tu falo verdugo sea degollado por un hacha y caiga en el vertiginoso limbo. Espera que tus ojos sean los de Edipo atravesados por una estocada en un virulento e implacable espiral infinito. Que tu pútrido cerebro de bárbaro sea carcomido por hambrientas ratas de fuego. Que en un eterno acto repetitivo, las órbitas de tus ojos ciegos sean masticadas por colmillos del infierno. Y tu cuerpo descarnado y perpetuo navegue en un mar cáustico. Que las interminables lágrimas de una madre, sean tu agonía perenne.


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Por un cambio en el anda r Cuídate del pájaro rapaz, llamado desventura cuando abrace al desierto, cuídate cuando flagele tu destino. Acompaña tu camino con letras fieles, te librarán de la desesperanza. Llévalas como escudo de guerra en combate de la ignorancia. Cambia el hilo de las prendas por las alas de un libro. En plena revolución, en medio de los reductos de ánimos, será tu confidente, aliento y comprensión. En un viaje al horizonte desnudo, forjarán entereza y protección contra la melancolía. Encuentra en ellas alivio, y en el cambio tu esperanza.


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Con una flor en la

mano

Con una flor en la mano, no dejes que el cielo me caiga. Con una flor en la mano, quiero alcanzar la calma. Con una flor en la mano, ruego que tu alma no sea perturbada. Con una flor en la mano, borrarĂŠ el dolor tolerado. Con una flor en la mano, deja que selle tu existencia.


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Prisión Una imagen con inmaculado manto observa tras los barrotes un drama. Las manos cuarteadas, se arrastran, resisten. Los dedos sin uñas se aferran a la tierra, enfermos escurren, son masticados por raíces protervas. Engullidos por bulbos emergidos de una hendidura deshidratada. Ella sólo observa, es una virgen encerrada. ¿Quién construyó la cárcel? ¿La hizo para que no escape? Tal vez pensó en protegerla imagen maniatada que al perder sus poderes, una tormenta borró su rostro de amasijo de yeso.


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Canción

para una niña ausente

Una mañana te vi salir con los libros bajo el brazo. Una razón no tuve para seguir tus pasos. Paciente te esperé al atardecer, pero tu vereda no tuvo regreso. A la escuela marchaste con el futuro en tus manos. Al siguiente día, azoté mi cabeza con el corazón destrozado. Le canto a mi niña perdida cuando desesperada abrazo la nada. Me he preguntado cien veces quién sería el canalla. Bailan mis pasos solos al ritmo de la nada. Bailan mis pasos solos al ritmo de tu ausencia. Azotó mi cabeza cien veces al pensar en el canalla. Canto al corazón, que guarda tu imagen etérea. Y en interminables noches vacías tu recuerdo seguirá en mi mente. Duerme, duerme mi niña bonita, sueña que eres mariposa. Extiende tus alas en transparencia, asciende vuela, vuela y cumple tus anhelos al llegar hasta el cielo. Y en tanto yo seguiré cantando al triste crepúsculo de una infantil cama sin mariposa.


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Entre clavos e injusticias De adulta me vestí una noche para escapar por un hueco, mientras el camaleón dormía entre botellas de vino. Con seis años huí de los azotes, escapé de mi cama, huí del clavo salvaje, cuando de cansancio cesó su danza. Tuve miedo de ser niña, tuve miedo de crecer entre cucarachas y ratones. Tuve miedo de ser congelada por el aliento de la noche fría. Poco a poco mi espíritu engrandeció, cuando mis huesos por el hambre se resquebrajaron. Tuve fuerzas y por las calles desoladas caminé, pero caí en el abismo. De noche en el asfalto, los clavos también me violentaron. Clavos en mi piel, clavos en mis recuerdos, Clavos en una corona que gotea en tinieblas. Niña soy que llora de día y nadie ha visto un morete. Niña soy que escapa de noche y nadie ha visto nada. Invisible para todos y cuando logro materializarme, lascivas son las manos, hirientes los ojos. Hirientes clavos de mi infancia. En la calle me presentan la injusticia, en mi hogar, la amenaza doliente. ¿Dónde estás madre? ¿Dónde las manos que acariciaban? ¿Cuándo vendrás por mí? Presiento que en este invierno, un 25 de noviembre, cuando alguien mire los ojos, cuando una mano se extienda.


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Una sola voz Con ronca voz los invito a enfilarse en esta marcha. Entre notas musicales, hermana toma mi mano. Con morenas manos, secaré tu llanto, con estas trémulas manos. Para mitigar el crimen, artistas esculpen los hechos: cantores, pintores, poetas y escultores luchamos a tu lado. Ya no más tumbas sin nombre, no más nombres borrados. ¡Exijamos justicia! Unidos con los puños cerrados.


Alma Rosa Tapia González nació en 1968 en la ciudad de México. En su trayectoria como poeta y escritora, ha participado tanto en obras colectivas como individuales. Sus cuentos y poemas se han publicado en varias revistas impresas y electrónicas. Actualmente es integrante del grupo de poetas “Del silencio hacia la luz”. El colectivo Arte Norte es una organización compuesta por más de 50 artistas de la zona norte del Distrito Federal. Dirigida por el artista plástico Gustavo Medina Jaramillo, esta agrupación ha realizado más de 70 exposiciones, dirigidas a difundir el arte y la cultura. En las siguientes páginas se presenta un catálogo con la obra original que ilustra este poemario, a manera de un sencillo agradecimiento tanto a las y los artistas tanto del colectivo Arte Norte, como a Armando Mata Sevilla, quien estuvo a cargo del diseño editorial del poemario.


Página 10 Oración por una ausencia Ernesto del Valle Caballero

Página 12 Ataque al árbol de la vida Gustavo Medina Jaramillo

Página 14 Sueños para las almas Izuly Fuentes Cabello

Página 16 El sueño III Mireya Zamora Zamora

Página 18 Esperanza en la ventana Guillermo Santi


Página 22 Sin título. De la serie “Las muertas de Juárez” Ernesto Guzmán Gil Página 20 Artista intentanto capturar la realidad Marcelo Calvillo Ayala

Página 24 Obituario. Ellas, 1992-2008, Ciudad Juárez Angélica Gatica Garza

Página 26 El grito II Juan Carlos Flores Ortiz


Página 30 Árbol frutal caído José Álvaro Sosa Cortés

Página 28 Ojos vacíos Mireya Zamora Zamora

Página 32 Muerte en el desierto Verónica Fernández Domínguez


Página 34 Flama extinta Juan Carlos Flores Ortiz

Página 38 Depredación Guillermo Santi

Página 36 Lamento magenta Wendy Cárdenas Valadez

Página 40 Frustración en amarillo Carmen María Espinosa Mendoza


Página 42 Auxilio CD. Juárez Octavio Urbina Álvarez

Página 48 Raíces secretas Mireya Zamora Zamora

Página 44 Rastros Carlos Arturo Bravo Barrera

Página 46 El árbol es un funeral amado Gerardo Torres González


Página 50 Melina Jaime Santillán Hernández

Página 52 Con una flor en la mano Jaime G. Cardeña Vega

Página 54 Te adoro Sergio Bordon


Página 56 El sueño II Mireya Zamora Zamora

Página 58 Thriller de una historia José Agustín Castro López

Página 60 Por mi culpa Beatriz Borrego H. Linage


El libro Jirones y arena se terminĂł de imprimir en el mes de agosto de 2010, en Impresora y Encuadernadora Progreso, S.A. de C.V., San Lorenzo 244, Col. Paraje San Juan, Del. Iztapalapa, C.P. 09830, MĂŠxico D.F. TelĂŠfono: 5970 2600 El tiraje consta de 3 mil ejemplares.




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