A.6 ❱ INTERNACIONAL
amquerétaro.com / Viernes 6 de diciembre de 2013 / AM Querétaro, Querétaro
AM Querétaro, Querétaro / Viernes 6 de diciembre de 2013 / amqueretaro.com
INTERNACIONAL ❱ A.7
❱❱ La muerte es algo inevitable. Cuando un hombre ha hecho lo que él considera como su deber para con su pueblo y su país, puede descansar en paz. Creo que he hecho ese esfuerzo y que, por lo tanto, dormiré por toda la eternidad ❰❰ Nelson Mandela Presidente de Sudáfrica (1994-1999)
HASTA SIEMPRE MANDELA
›› Sólo meses después de cumplir los 95 años, el “alma de Sudáfrica” pierde la batalla contra la neumonía, dejando en vilo una nación que llora la pérdida de su brújula moral
LUTO
Nelson Mandela, el político más admirable de estos tiempos revueltos, falleció el día de ayer víctima de una infección respiratoria que lo mantuvo hospitalizado desde el pasado 9 de junio. Hijo de Nkosi Mphakanyiswa Gadla Henry y de la señora Nonqaphi Nosekeni Fanny (tercera de cuatro esposas), Nelson Mandela vio la luz del día el 18 de julio de 1918, y casi un siglo más tarde, podemos estar seguros de que todos los elogios que lluevan sobre su tumba serán justos, pues el estadista sudafricano transformó la historia de su país de una manera que nadie creía concebible y demostró, con su inteligencia, destreza, honestidad y valentía, que en el campo de la política los milagros son posibles. Su niñez se produjo en la zona rural de Qunu, donde observando cómo los líderes tribales atendían los problemas de la comunidad, le fue inculcado un indudable sentido consensual para abordar su vida futura y la de toda una nación. Tras renunciar a su derecho hereditario de convertirse en jefe de la tribu xhosa, Mandela se hizo abogado en 1942 y para 1944 ingresó en el African National Congress (ANC), un movimiento de lucha contra la opresión de los negros sudafricanos, convirtiéndose en uno de los líderes de la Liga de la Juventud que llegaría a constituir el grupo dominante y cuya ideología sería el socialismo africano: nacionalista, antirracista y antiimperialista. En 1948 llegó al poder en Sudáfrica el Partido Nacional, que institucionalizó la segregación racial creando el régimen del apartheid, un fenómeno que englobaba a las minorías no blancas (es decir, negros, mulatos, indios, chinos, japoneses y otros grupos minoritarios), como incapaces de ejercer el sufragio libre y secreto en el África. Este sistema consistía básicamente en la división de los diferentes grupos raciales para promover el “desarrollo”. Todo este movimiento estaba dirigido por la raza blanca, que instauró todo tipo de leyes que cubrían, en general, aspectos sociales. Se hacía una clasificación racial de acuerdo a la apariencia, a la aceptación social o a la ascendencia.
Presa del destino
Inspirado en las enseñanzas de Mahatma Gandhi, un joven Nelson Mandela pronto comprendió eran necesarios métodos de lucha no violentos para derrocar al autoritarismo blanco, por lo que desde 1951 organizó campañas de desobediencia civil contra las leyes segregacionistas del apartheid. Por aquella época, la represión produjo 8 mil detenciones, incluyendo la de Mandela, que fue confinado a la cárcel de Johannesburgo por tres años. Ahí estableció el primer bufete de abogados negros de Sudáfrica, y para 1955, cumplidas sus condenas, reapareció en público, promoviendo la aprobación de una Carta de la Libertad, en la que se plasmaba la aspiración de un Estado multirracial, igualitario y democrático, una reforma agraria y una política de justicia social en el reparto de la riqueza. Su atrevimiento le costó nuevamente la libertad: Madiba fue acusado de alta traición a la patria.
Durante el largo juicio tuvo lugar la matanza de Sharpeville, en la que la policía abrió fuego contra una multitud desarmada que protestaba contra las leyes racistas, acabando con la vida de 69 manifestantes. Todo aquello gestó, en la soledad de su conciencia, en la desolada prisión de Robben Island donde Mandela cumpliría una pena de trabajos forzados a perpetuidad, la verdadera ideología de la victoria.
❱❱ Veintisiete años de su vida se
consumieron tras los muros de cárceles sudafricanas. ¿Su pecado? Plantar cara al régimen del apartheid. A pesar del aislamiento al que quisieron someterle, Mandela tomó las riendas. Las de su destino y las de su país. Las condiciones en que el régimen del apartheid tenía a sus prisioneros políticos en aquella isla rodeada de remolinos y tiburones, frente a Ciudad del Cabo, eran atroces. Una celda tan minúscula que parecía un nicho o el cubil de una fiera, una estera de paja, un potaje de maíz tres veces al día, mudez obligatoria, media hora de visitas cada seis meses y el derecho de recibir y escribir sólo dos cartas por año en las que no debía mencionarse nunca la política ni la actualidad. En vez de suicidarse o enloquecerse, como muchos compañeros de prisión, Mandela meditó y revisó sus propios ideales, hizo una autocrítica radical de sus convicciones y alcanzó aquella serenidad y sabiduría que a partir de entonces guiaría su política. Debió de tomarle mucho tiempo (meses, años) convencerse de que toda esa concepción de la lucha contra la opresión y el racismo en África del Sur era errónea e ineficaz y que había que renunciar a la violencia y optar por métodos pacíficos, es decir, buscar una negociación con los dirigentes de la minoría blanca (un 12% del país que explotaba y discriminaba de manera inicua al 88% restante) a la que había que persuadir de que permaneciera en el país porque la convivencia entre las dos comunidades era posible y necesaria, cuando Sudáfrica fuera una democracia gobernada por la mayoría negra.
Gran apuesta ciega
Para fines de los años sesenta y comienzos de los setenta, pensar semejante cosa era un juego mental desprovisto de toda realidad. La brutalidad irracional con que se reprimía a la mayoría negra y los esporádicos actos de terror con que los resistentes respondían a la violencia del Estado, habían creado un clima de rencor y odio que presagiaba para el país, tarde o temprano, un desenlace cataclísmico. La libertad sólo podría significar la desaparición o el exilio para la minoría blanca, en especial los afrikáners, los verdaderos dueños del poder. Maravilla pensar que Mandela, perfectamente consciente de las vertiginosas dificultades que encontraría en el camino que se había trazado, lo emprendiera, y, más todavía, que perseverara en él sin sucumbir a la desmoralización un solo momento, y veinte años más tarde, consiguiera aquel sueño imposible: una transición pacífica del apartheid a
la libertad, y que el grueso de la comunidad blanca permaneciera en un país junto a los millones de negros y mulatos sudafricanos que, persuadidos por su ejemplo y sus razones, habían olvidado los agravios del pasado y perdonado sus crímenes. Habría que ir a la Biblia, a aquellas historias ejemplares del catecismo que nos contaban de niños, para tratar de entender el poder de convicción, la paciencia, la voluntad de acero y el heroísmo de que debió hacer gala Nelson Mandela todos aquellos años para ir convenciendo, primero a sus propios compañeros de Robben Island, luego a sus correligionarios del ANC y, por último, a los propios gobernantes y a la minoría blanca, de que no era imposible que la razón reemplazara al miedo y al prejuicio, que una transición sin violencia era algo realizable y que ella sentaría las bases de una convivencia humana que reemplazaría al sistema cruel y discriminatorio que por siglos había padecido Sudáfrica. Yo creo que Nelson Mandela es todavía más digno de reconocimiento por este trabajo lentísimo, hercúleo, interminable, que fue contagiando poco a poco sus ideas y convicciones al conjunto de sus compatriotas, que por los extraordinarios servicios que prestaría después, desde el Gobierno, a sus conciudadanos y a la cultura democrática.
Guerrero estratégico
Hay que recordar que quien se echó sobre los hombros esta soberbia empresa era un prisionero político, que, hasta el año 1973, en que se atenuaron las condiciones de carcelería en Robben Island, vivía poco menos que confinado en una minúscula celda y, sin embargo, su tenacidad y su paciencia hicieron posible la revolución política del color.
❱❱ A finales de los ochentas, cuando las ciudades sudafricanas estaban literalmente “bajo fuego”, Mandela comenzó a platicar y negociar en secreto con el Estado apartheid aún en contra la filosofía del Congreso Nacional Africano, donde se vetaba cualquier contacto con “el enemigo”.
Sin embargo, faltaba conmover con la idea de reconciliación nacional a los blancos, la minoría que detentaba el poder y se creía con el derecho divino a ejercerlo con exclusividad y para siempre.¿Cómo convencerlos de que estaban equivocados, que debían renunciar al poder, el abuso y resignarse a vivir en una sociedad gobernada por la mayoría negra? El esfuerzo duró muchos años pero, al final, como la gota persistente que orada la piedra, Mandela fue abriendo puertas en esa ciudadela de desconfianza y temor, y el mundo entero descubrió un día, estupefacto, que el líder del ANC salía a ratos de su prisión para ir a tomar civilizadamente el té de las cinco con quienes serían los dos últimos mandatarios del apartheid: Pieter Willem Botha y Frederik Willem de Klerk. Finalmente, De Klerk hubo de ceder ante la ideología de equidad y abrir el camino para desmontar la segregación racial, liberando a Mandela en 1990 y convirtiéndole en su principal interlocutor para negociar el proceso de democratización.
El juego de la unidad
Existe una frase que afirma que “el fútbol es un deporte de caballeros jugado por cerdos, mientras que el rugby es un deporte de cerdos jugado por caballeros”. Pues bien, el rugby fue una herramienta decisiva que Nelson Mandela utilizó para lograr la reconciliación nacional tras más de cuarenta años de segregación racial legal en Sudáfrica. Siempre fue el deporte de los blancos (y de los ricos) mientras que el fútbol era el deporte de los negros (y de los pobres), ambos símbolos de un país claramente dividido. El deporte del balón ovalado estaba tan ligado al apartheid que el equipo nacional, los Springboks, habían estado sancionados sin poder participar en las dos primeras ediciones de la Copa del Mundo. Mandela, quién había asumido la presidencia en 1994, tuvo entonces la visión de aprovechar este deporte para fomentar el perdón y unir a todo un país. Para Mandela, la Copa del Mundo de rugby de 1995 fue el principal imperativo estratégico de sus cinco años de mandato, ya que comprendió que podía usar el deporte para la construcción nacional y para promover las ideas que condujeran a la paz y la estabilidad. A lo largo del torneo se presentaron dificultades deportivas y sociales, aunque el esfuerzo tanto de Mandela como de los jugadores contribuyó al éxito filial en todos los sentidos. El gobierno utilizó la imagen de Chester Williams, el único jugador no blanco del equipo para mostrar al país y al mundo la nueva Sudáfrica. También James Small, blanco pero británico, superó su marginación inicial para arrimar el hombro y acercar el rugby a todas las razas y las clases sociales. Y, por encima de todos, François Pienaar, el capitán del equipo, alguien al que en un deporte como el rugby se le guarda un respeto reverencial, pues llevó a cabo una misión más allá del deseable título en juego: que la población negra fuera capaz de empatizar y animar a un equipo plagado de blancos, signficando la muerte de la polarización cultural.
Fin a la disgregación
Con un fin tan noble, el destino y la suerte decidieron también aliarse con los Springboks al derrotar a los invencibles All Blacks de Nueva Zelanda en la gran final. Entonces todo el país estalló en un júbilo y una comunión nunca vista antes para celebrar el título y, todavía sin llegarlo a interiorizar del todo: la reconciliación. Ese tipo de logro mitológico suele marear a sus beneficiarios y volverlos demagogos y tiranos. Pero a Mandela no lo ensombreció: siguió siendo el hombre sencillo, austero y honesto de antaño y ante la sorpresa de todo el mundo se negó a permanecer en el poder, como sus compatriotas le pedían. Se retiró y fue a pasar sus últimos años en la aldea indígena de donde era oriunda su familia. Mandela es el mejor ejemplo que tenemos (uno de los muy escasos en nuestros días) de que la política no es sólo ese quehacer sucio y mediocre que cree tanta gente, que sirve a los pillos para enriquecerse y a los vagos para sobrevivir sin hacer nada, sino una actividad que puede también mejorar la vida, reemplazar el fanatismo por la tolerancia, el odio por la solidaridad, la injusticia por la justicia, el egoísmo por el bien común, y que hay políticos, como el estadista sudafricano, que dejan su país, el mundo, mucho mejor de como lo encontraron.
DE PRISIONERO A CELEBRIDAD
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Hermanos acompañaron a Madiba durante su infancia en Qunu, un poblado de Sudáfrica con una población de apenas 300 habitantes y donde ha elegido dormir el resto de la eternidad junto a tres de sus hijos.
¿SABÍAS QUE?
MAESTRO DEL DISFRAZ: Fue apodado “El Pimpinela Negro” debido a su habilidad para evitar a las fuerzas del apartheid usando disfraces diversos. Su favorito era de conductor. CONFINAMIENTO SOLITARIO: Mientras era prisionero en la Isla Robben, a Mandela le le fue permitida sólo una visita de 30 minutos por año, sin mencionar que podia recibir dos cartas en el mismo lapso. AFICIONADO A LOS CLÁSICOS: Nelson Mandela era un apasionado de Georg Friedrich Händel y Piotr Ilich Tchaikovsky, a quienes acostumbraba escuchar disfrutando de los atardeceres. EL GUSTO POR LO SIMPLE: Los platos favoritos de Mandela incluían maíz desmoronado con leche agria y el insuperable estofado de rabo de toro con verduras y callos, una delicia xhosa. EN LA LISTA NEGRA: Durante años, Nelson Mandela fue marcado en la lista de vigilancia terrorista de EU debido a su liderazgo en el ANC. Inclusive durante su mandato era necesario que contara con un premiso especial para ingersar a Norteamérica.
76
Años tenía el Tata cuando ascendió a la presidencia luego de arrasar en los comicios del 27 de abril de 1994 con un total del 63% del electorado en su favor, convirtiéndose en el primer mandatario negro de su país.
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Proyectos de obras de caridad forman parte de la Fundación Nelson Mandela en la actualidad. El organismo fue erigido en 1999 para atender diversas crisis globales como el combate al VIH, que afecta a millones de personas.
250
Premios y reconocimientos le fueron concedidos a lo largo de cuatro décadas (incluido el Nobel de la Paz en 1993). Aunque el activismo político fue escaso en sus últimos días, la muerte del líder moral de Sudáfrica supone una conmoción para las etnias regionales.
Ilustración:Patrice Murciano
Mario Vargas Llosa El País