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En busca del sueño americano

Por Javier Castaño

El inmigrante Richard Egalite vive desde septiembre del año pasado en el Hotel Marriott de la calle 112 y Northern Boulevard, en Corona, Queens. La mayoría de sus residentes son familias inmigrantes de Venezuela. Más de 40 mil indocumentados han ingresado en los últimos meses a la ciudad de Nueva York en busca de asilo político.

Esta es la historia de un inmigrante negro indocumentado que está dispuesto a trabajar y luchar por su futuro y el de fu familia: su esposa María, su hija Naita de 4 años y una bebé de dos meses, Abel, quien nació ciudadana estadounidense.

Agalite nació en Puerto Principe, Haití, hace 42 años. Creció rodeado de 11 hermanos y recuerda con nostalgia sus años de niñez cuando acudía a la iglesia y era miembro de los Boy Scouts de su país. “Era feliz porque Haití era más estable antes de 1999 y después que mataron a dos de mis hermanos, mi mamá se deprimió mucho y murió en el 2021 de tristeza”, dijo Agalite a la entrada del Hotel Marriott.

Por la crisis económica y la violencia en Haití, de sus 8 hermanos uno vive en México, otro en República Dominicana y otra en Canada. Agalite salió de su país en avión rumbo a Chile. Viajó solo e ilusionado, pero la situación económica de Chile fue empeorando.

“Chile es parecido a Nueva York porque son ciudades grandes con estaciones de metro y buen transporte público, aunque el racismo es sistemático”, dijo Agalite. “Trabajé como recepcionista en un hotel y nunca me promocionaron a pesar del buen trabajo que realicé. Chile siempre me negó la residencia”.

En Chile Agalite se casó con María y tuvieron a Naila, pero las leyes de ese país suramericano cambiaron y a los padres de niños nacidos en Chile les quitaron el derecho de obtener la residencia y la ciudadanía. Entonces decidió salir con su familia rumbo a Estados Unidos.

“Salimos de Chile el 20 de agosto del 2022 y llegamos a Chiapas, al sur de México, el 7 de octubre, después de atravesar Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras y Guatemala”, recuerda Agalite. “Atravesar la selva de El Darién en Colombia no fue nada fácil y mucho menos con mi esposa e hija”.

En Chiapas les dieron una visa humanitaria para que pudieran viajar por México. Caminando, en bus o tren llegaron a la frontera con Estados Unidos. “Fue algo muy simple”, dijo Agalite. “Representantes de una organización sin ánimo de lucro nos ayudaron a cruzar un puente, hablamos con los agentes de inmigración de esta nación y quedamos libres con los papales de parole (libertad condicional)”.

Como Agalite no tenía dinero, entonces trabajó como traductor de español a creole, el idioma haitiano que se semeja al francés. Ahorró suficiente dinero para pagar por los boletos de autobús de Texas a la ciudad de Nueva York en donde tenía un amigo haitiano que los esperaba. Acudió a Caridades Católicas de

Brooklyn y allí recibió orientación para que acudiera al Departamento de Ayuda a Desamparados de la ciudad de Nueva York. Lo ubicaron con su esposa e hija en el Hotel Marriott de Corona en donde tiene una habitación con una cama, una cuna para Abel, la recién nacida y baño. No pueden cocinar en el cuarto de hotel, aunque Agalite usa un microondas para calentar o preparar la comida que quieran.

Los indocumentados que viven en ese hotel pueden salir a la hora que quieran, pero deben ingresar antes de las 11 de la noche. Todos los días de la semana. Si trabajan y pueden regresar solo en la madrugada, entonces deben de solicitar un permiso especial. Reciben desayuno, almuerzo y comida, “tipo americano”, dijo este inmigrante haitiano.

Dijo que ha aprendido a convivir con el racismo porque reconoce que es debido a la ignorancia de las personas. No sabía que febrero es el mes dedicado al legado y la cultura de la comunidad afroamericana en los Estados Unidos.

Agalite dijo que agradece todo lo que está recibiendo de la ciudad de Nueva York y que no le gusta pedir, sino trabajar para comprar lo que necesita. Trabaja de peluquero por citas porque aún no tiene licencia para cortar el cabello. Está sacando la licencia de conducir porque quiere manejar camiones.

Agalite acaba de comprar una bicicleta de motor para trabajar repartiendo comida. Le costó 1.300 dólares y la tiene que pagar a contados. Compró varias cadenas para asegurar que no se la roben, porque se han robado 4 bicicletas y 2 motos en ese hotel de Corona. Aún no ha bajado la aplicación a su teléfono celular para comenzar a laborar. Reconoce que su mayor problema son los documentos de inmigración y cree que recibirá asilo político. Ya tuvo su primera cita con un juez de inmigración en el bajo Manhattan.

Acude a la Iglesia Bautista de la calle 108 de Corona y sale a caminar por el vecindario con su esposa e hijas, aunque haga frío. Está aprendiendo inglés. “Estoy en un 60 por ciento”, dijo Agalite.

“Quiero el permiso de trabajo para poder ganar dinero sin problemas y salir del hotel con mi familia a un apartamento”, concluyó Agalite en un perfecto español y con una enorme sonrisa.

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