
15 minute read
Ana Triveño GutiérrezBasta con un Cerillo
BASTA CON UN CERILLO
Por: Ana Triveño Gutiérrez
Advertisement
Hay hechos que pueden cambiarte la vida. Un suceso que puede durar segundos, cuyas consecuencias logran extenderse por años. Un accidente, una muerte, una victoria, un insulto, estamos expuestos a un montón de riesgos día a día, sin saber cuándo llegará uno de esos momentos que cambiará nuestro sentido para siempre. Me he puesto a pensar mucho en este tipo de cosas, porque creo que me ha pasado algo así hace un par de semanas. A veces basta con un cerillo para cambiar el mundo.
Soy voluntario en una institución que se ocupa de ayudar a las personas en emergencias. Generalmente atendemos casos de incendio, fugas de gas y algunas veces ayudamos a controlar la seguridad de las personas que hacen filas para grandes eventos en nuestra ciudad. La gente puede estar loca, eso lo aprendí tras un par de años como voluntario.
Por las mañanas, me ocupo de dictar clases en un colegio particular que está de acuerdo con lo que hago. Por las tardes, termino de calificar ciertos trabajos y antes de las 16:30 ya estoy en camino para uniformarme junto a mis compañeros. Como los incendios son los más frecuentes tenemos ropa de bomberos que gentilmente nos donó una empresa de seguridad industrial, con logos incluidos, claro está. Nuestra única remuneración es la gratitud de las personas que ayudamos, ya que las empresas que nos apoyan lo hacen a través de equipamiento, comida y la renta de lo que llamamos nuestro cuartel general. En mi clase varios estudiantes me consideran un héroe. No me gusta negarme, pero tampoco presumo por ello. Debería haber más gente como yo en la sociedad.
Hace unas semanas, recibimos una llamada a eso de la una y cuarto de la mañana. Suelo quedarme alerta hasta las dos, porque necesito dormir antes de mis clases. Se trataba de un incendio en un vecindario de la zona sur. La mujer que nos llamó no denotaba verdadero pánico, por lo que seguramente el incendio apenas estaba empezando. Aunque mis compañeros me aseguraron que podían hacerlo sin mí, decidí acompañarlos de todas maneras. Me quedaban 45 minutos de guardia, no creía que ese incendio nos tomara más de media hora.
Partimos enseguida en nuestro camión prestado por los Bomberos, los oficiales. Como ayudábamos en su área, decidieron prestarnos dos en total, aunque generalmente usábamos uno a la vez. Llegamos al vecindario indicado y vimos la casa en cuestión. Era pequeña, de dos pisos, salía humo de sus ventanas aunque no se divisaban todavía las llamaradas. Los vecinos estaban alrededor, a una distancia poco prudente a mi criterio.
Mis compañeros se pusieron a trabajar al instante. Mientras dos de ellos verificaban el interior de la casa, el resto preparaba la manguera para extinguir el fuego. Por mi parte, comencé a alejar a los vecinos y les pregunté si había personas dentro la casa. Nadie supo asegurarme nada. Unos decían que no había nadie, pero otros pensaban que podía haberse quedado dentro una pareja de la tercera edad que vivía ahí. humo, así que mi visión poco sirvió. Me adentré más para poder dar con alguien, hasta que llegué a las gradas. Subí con mucho cuidado, atento por si la madera cedía. El uniforme me protegía del fuego y mi máscara del humo, lo único que me preocupaba era mi campo de visión. Me adentré hasta la habitación donde se escuchaban las llamaradas. Lo que vi, fue lo más bizarro que había visto en la vida.
Esperé a que alguno de mis compañeros saliera de la casa para confirmarnos de que no hubiera nadie. Lo extraño era que ninguno de los dos que habían entrado, salían. Se estaban demorando mucho. Con una seña le dije a otro de mis colegas que entraría a ver cómo estaban. Me afirmó con la cabeza mientras seguía preparando la manguera con otros tres.
- Viven ahí una pareja de ancianos, su hija, su esposo y un niño que creo es su hijo.
- ¿Está alguno por aquí ahora?
- Es lo raro. No vemos a ninguno, pero tampoco hemos escuchado gritos así que pensamos que no había nadie en casa. Fíjese las luces, están todas apagadas. Y el garaje, no está el auto del esposo de la hija.

Entré a la casa y noté que el incendio era en la planta superior. Todo estaba lleno de
Dentro ese cuarto había una pila de ramas y troncos medianos apilados sobre la cama, como si hubieran hecho una fogata dentro la casa a propósito. Todos los cuadros estaban apoyados contra la pared, en el piso. Alguien los había descolgado. Eran fotografías en blanco y negro, cuyos protagonistas parecían observar el incendio con una sonrisa. En las paredes habían escrito la palabra ragnarok con lo que parecía carbón, una y otra vez, con diferentes tipos de letra y tamaño. Y en el techo, alguien había trazado un enorme círculo justo encima de la cama, como si pretendiera contener el incendio.
Escuché entonces unos golpes a mis espaldas. Al voltear, vi a mis compañeros arrastrando un cuerpo gradas abajo. Me asomé entonces al otro cuarto y vi algo aterrador: había tres personas adultas maniatadas sobre la cama. Ninguna parecía despierta. Me acerqué para sacar a otra, entonces comprendí por qué mis compañeros habían tardado tanto con una. Aparte de las ataduras en sus extremidades, estaban envueltos con un alambre de púas a la cama. ¿Quién sería capaz de hacer semejante atrocidad?
Intenté desenredar a una, tendría que sacar a la persona poco a poco hacia abajo, con el riesgo de provocarle cortaduras. Entre dos seguramente era más rápido, pero estando yo solo, era preferible ir por el cortador de metal, aunque las púas estaban tan pegadas a la piel de las personas que pensé las pinzas no servirían en ese caso.
Por fortuna mis compañeros dieron detalle de la situación y vi a más colegas subir por las gradas portando un par de extinguidores. Consiguieron apagar el fuego en menos de quince minutos. Ya con el humo despejándose, entre todos pudimos dar con el inicio del alambre de púas y desenredarlo fue mucho más sencillo que intentar cortarlo. Desgraciadamente, las personas que yacían sobre la cama habían fallecido por asfixia, mientras que la mujer que habían rescatado mis compañeros, aparentemente la hija de la pareja de ancianos, se encontraba en estado crítico. Según ellos era la única que todavía respiraba para cuando llegamos.
Antes de irnos, la Policía llegó para investigar la escena del crimen. Lo que les habían hecho a esa familia no era normal, así que debían buscar responsables. Lo que remató la noche y la convirtió en uno de esos momentos que te cambian la vida, fue lo que uno de los policías comentaba con uno de mis compañeros, mientras el resto guardábamos todo.
- ¿No lo oyeron?
- No, el sonido de las llamas opacaron su voz. Ya ven que ni siquiera pudimos revisar los cuartos hasta apagar el incendio.
- Es una pena. Nosotros no nos dimos cuenta hasta que se nos ocurrió ver debajo de la cama.
- ¿Estaba atado igual que los demás?
- Sí, solo que en lugar de tenerlo sobre la cama, lo amarraron justo debajo. Pobre niño, esperemos que haya perdido el conocimiento antes de quemarse de esa manera. La autopsia nos lo dirá.
Esa noche no pude dormir. Mi esposa tuvo que abrazarme un largo rato para que dejara de llorar. ¿Quién podría hacerle eso a un niño? Una muerte así no se la merecía nadie. Por la mañana, en clases, nuevamente me puse a llorar. Tuve que excusarme a descansar un poco. Ya en la tarde, vi en las noticias la fotografía de la familia afectada en aquel incendio. Ver el rostro del niño volvió a quebrarme. No volví al voluntariado hasta tres días después, cuando uno de mis colegas vino a verme a casa y me habló sobre que esas cosas pasaban y que estaban fuera de nuestro control. Así que hice la culpa a un lado y regresé a mi rutina normal.
Casi una semana pasó, cuando volvimos a recibir otra llamada por un incendio. Nuevamente la voz de una mujer poco preocupada. Tuve un mal presentimiento. Acudimos de inmediato, nuevamente a la zona sur, aunque en un vecindario diferente. La casa en cuestión era más pequeña que la anterior, de un solo piso. Las llamas estaban más intensas ahora, la gente no se animaba a acercarse. Todos aseguraban que había un hombre, uno que vivía solo. Inmediatamente comenzamos con nuestra labor. Esta vez nos costó más de media hora, pero finalmente conseguimos extinguir las llamas. Al ingresar, por segunda vez ese mes, me encontré con otra escena bizarra, lista para alimentar mis pesadillas.
El hombre estaba ahí, como habían señalado los vecinos, mas ya no estaba con vida. Yacía colgado de una viga, como si se hubiera suicidado. Debajo de él estaba otro montón de ramas y troncos carbonizados. Me vino a la mente la quema de brujas de antaño. El cuarto presentaba cuadros descolgados y dispuestos alrededor del hecho, así como ragnarok aparecía numerosas veces en sus paredes. El círculo negro en el techo rodeaba al hombre.
Sentí que mi estómago se revolvía. Salí corriendo para no vomitar dentro la casa. Llegué hasta un árbol en la acera de enfrente y me incliné dispuesto a vaciar mis intestinos. Las náuseas cesaron y no vomité, pero alcancé a ver a una joven parada en una esquina, contemplándome. Al verla fijamente, se alejó deprisa.
Pregunté a mis colegas si alguno había hablado con la mujer que había llamado por el incendio. Ninguno afirmó haberla encontrado. Indagué sobre el anterior incendio, obteniendo la misma respuesta. Nadie sabía quién era la mujer que nos había llamado. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal al evocar en mi mente a esa misteriosa joven. En mis pesadillas, ella era la responsable de semejantes atrocidades.
Mi esposa cuidó de mí bastante esos días. Me tomó más de tres recuperarme. Creo que perdí cerca de siete kilos. Mi desempeño en clases disminuyó tanto que los padres comenzaron a quejarse. Mis colegas voluntarios dejaron de insistirme en volver, creo que tenían miedo de que perdiera la cordura. Un voluntario menos, no había diferencia. No era como si tuvieran que liquidarme un contrato o algo así. En ese estado era mejor que no acudiera a más emergencias.
No sabía por qué me afectaba tanto esos casos. El fuego era un destructor que yo mismo conocía, y muy de cerca. ¿Había sido lo tétrico de ambos casos? ¿Los homicidios? ¿El estado de la habitación? Algo en particular me hacía perder los estribos, traté de descubrir qué era. Me puse a hacer mapas mentales, escribí un montón de observaciones en mi laptop, investigué sobre crímenes con características similares, hasta compré una grabadora para poder almacenar todas mis teorías, mis pensamientos.
Por las noches, en lugar de mi voluntariado me dedicaba a recorrer las calles en busca de algún incendio, con la esperanza de volver a ver a esa joven. No pasó mucho tiempo hasta que tuve una gran pelea con mi esposa y dejamos de hablarnos. El director del colegio me llamó la atención, explicándome que a la más mínima queja me despedirían. Nada de eso me importó. Estaba obsesionado.
Y de esa manera llego al presente. Hoy.
Empezó como un día normal, aunque de normal ya casi no tenía. Trabajé acelerado en el colegio, al salir me dirigí directamente a mi casa para verificar unos datos en internet, sin siquiera pensar en comer algo. No obstante, al entrar, comprendí que algo estaba mal. No había sonido alguno. La televisión, que solía estar puesta en el canal de noticias, no estaba encendida. La radio tampoco. ¿Es que mi esposa aún no había llegado? Subí las gradas con la esperanza de encontrarla sobre nuestra cama, durmiendo una siesta como rara vez hacía. Y vaya que la encontré. Ella estaba ahí, maniatada e inconsciente. Justo entonces alguien me golpeó en la cabeza y ya no recuerdo más.

Ahora creo que es de noche. Me duelen los brazos. Noto que están atados con fuerza a mi espalda. No puedo mover los pies, seguramente también están atados. Me encuentro a lado de mi esposa, sobre nuestra cama. Observo con horror que los muebles del cuarto han sido trasladados. Veo cuadros apoyados entre el piso y las paredes. No son nuestros, alguien los ha llevado allí. Las personas de las fotos sonríen al verme. Inmediatamente miro al techo. Siento que mi corazón se detiene al encontrar un círculo en torno a nosotros, como si pretendiera encerrarnos.
Escucho pasos. Miro hacia la puerta y la veo. La mujer de la que tanto sospechaba, está allí. Aunque no sonríe, parece disfrutar mi tormento. Trato de zafarme. Es inútil. La observo con un pedazo de carbón en la mano. Comienza a escribir ragnarok en las paredes. Las cortinas están cerradas, afuera los autos van y vienen sin imaginar nuestra situación. Mi esposa aún no despierta, pienso que no está respirando. Cambio de estrategia. Intento hablar con la mujer que hace esto. ¿Por qué lo haría? ¿Por qué a nosotros?
Cuando ella está por terminar de cubrir las paredes con esa palabra, escucho a alguien subir por las gradas. No está sola. Entra a la habitación un hombre fornido, lleva una capa que le cubre el cuerpo hasta los tobillos y una máscara que esconde su rostro.
Esa máscara, circular, con llamas de fuego dibujadas, como si ardiera, activa mis recuerdos.
Ocurrió en mi infancia, no sé a qué edad exactamente. Estaba en mi casa, con mis padres. Mis verdaderos padres, no los que me adoptaron meses después. Era de noche, así que ellos dormían, mientras que yo me había escabullido a la sala para ver televisión.
Escuché un ruido afuera. Alguien intentaba entrar. Nuestro vecindario era solitario, pobre y muy peligroso. Me escondí tras las cortinas de la sala, tal como me había enseñado mi papá ante emergencias. Vi que unos sujetos entraron y subieron las gradas, sigilosos. Ambos llevaban las máscaras que ardían. Los gritos de mi madre duraron apenas segundos. No alcancé a oír los de mi padre. Sin pensarlo, salí corriendo de la casa y llegué hasta la casa de mis vecinos. ocurriendo y lo evitaban a propósito. Minutos después escuché una ligera explosión, vi que de mi casa salía humo. Me acerqué hipnotizado por las llamas, constatando que ya era tarde para ayudar a mis papás. Alcancé a ver a través de la ventana de su alcoba las palabras en la pared, aunque no logré entenderlas. Vi una parte del círculo en el techo.
Los bomberos llegaron y ellos me ayudaron. Me cubrieron con una manta y trataron de que les contara lo que había visto. No recuerdo haberles dicho nada. Por meses, dejé de hablar. Una psicóloga me ayudó a reponerme, optando por enterrar esos recuerdos en lugar de confrontarlos conmigo.
Ahora comprendo por qué me obsesioné tanto con esas escenas. Habían activado mi subconsciente. No tengo idea de la finalidad de ese ritual. Dudo que ellos conozcan mi pasado. Sin embargo, me niego a creer que se trate de simple casualidad. con las llamas a su alrededor. Me alivia saber que no sufrirá el dolor de las quemaduras. Nuestro cuarto se torna borroso, ya no distingo nada más que el fuego. Me dedico a verlo sobre mí, agitándose con furia, desquitándose por su abrupta invocación.
El hombre de la máscara me mira como si leyera mis pensamientos. La mujer termina de escribir en las paredes y se pierde fuera del cuarto. El hombre no deja de observarme unos minutos más, hasta que sale nuevamente de la habitación. Trato de zafarme otra vez, mas es inútil. Mis extremidades ya se han adormecido tanto que ni siquiera sé si las muevo o no.
Ellos regresan cargando un montón de ramas secas y hojas de periódicos viejos. Los acomodan sobre nosotros. Ya no puedo hacer nada. Con profundo pesar alcanzo a distinguir parte de mi investigación mezclada entre los troncos. Así que ellos sabían que andaba con eso. Mi arrepentimiento crece tanto como mi miedo y la certeza de que, en breve, perderé la vida.
Creo que mi cerebro se ha desconectado de mi cuerpo, porque ya no lo siento. Sé que me estoy quemando, mas mi mente no atina a procesar esa información. En realidad me encuentro en otro plano, como si la última escena de mi vida fuera una magnífica película en 3D que me tiene fascinado. Recuerdo a mis padres con cariño, ¿habrá sido también su culpa morir así? Me alegro de no tener hijos. Me alegro de haber sido educador. ¿Dejé tarea para este lunes? Sé que a ellos no les gusta hacer tareas el fin de semana, pero tienen que aprender a organizarse. Aún no he comido hoy. Creo que se me antoja un poco de helado.
María, te amo.
Biografía:
Ana Triveño Gutiérrez, escritora, con inclinación por la literatura fantástica, con vasta producción literaria. Publicó "La Luna de Apolo" (2009) a sus 17 años. Continuó sus obras con "Cazador de Sombras"(2010), "La Muerte quiere morir"(2011), "Sibelle para Benjamín"(2012), "Devorador de Almas: Canciones del corazón mojado" (2014), "Devorador de almas: Recuerdos del corazón perdido" (2015), y “Latidos del corazón cautivo” (2017). Participó en varias antologías literarias. Su última publicación LiterArt, libro de cuentos. Es miembro fundador de la Sociedad de Escritores de Narrativa Fantástica y Ciencia Ficción, "Supernova".
Toqué la puerta a gritos, pidiendo ayuda. Nadie me abrió. Traté la casa vecina a esa, y la siguiente, pero ninguna me abrió su puerta. Era como si supieran lo que estaba 5 Las llamas se producen instantáneamente. Los intrusos se van corriendo, dispuestos a escapar. Observo una última vez a mi esposa. Es todavía más hermosa
El hombre nos baña con una sustancia viscosa. No sé qué es, pero estoy seguro de que se trata de algo inflamable. Solo moja lo que está por debajo del círculo, al tiempo que recita algo en otro idioma. Se aleja unos pasos, la mujer se aproxima ahora, esta vez lleva su propia máscara puesta. Comparte el mismo diseño que la de su compañero. También dice unas palabras y saca una caja de fósforos de uno de sus bolsillos. Enciende un cerrillo, lo arroja hacia nosotros. Lo veo como si estuviera en cámara lenta, sin poder creer que un simple cerillo era suficiente para acabar con mi vida, con nuestras vidas.