Toque de queda no. 7

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Toque∙de∙Queda Un espacio para la palabra Noviembre 2012

Taller Literario Bernal Díaz del Castillo

Casa de Cultura de Coatzacoalcos


Toque de Queda N o. 7 Publicación semestral del Taller Literario Bernal Díaz del Castillo, Casa de Cultura de Coatzacoalcos Coordinación General: José González Gálvez Coordinación Editorial: Carolina Guzmán Sol María Esther Balcázar Márquez Edición y diseño de portada: Adriana Ortega Conde Ilustración: “El dormitorio" óleo s/tela Vincent van Gogh Coatzacoalcos, Veracruz. Noviembre de 2012




Toque de Queda No. 7



A Pánfila Chee Reyes, cimiento del Taller Bernal Díaz del Castillo, como testimonio de gratitud. A tu talento, al garbo de tu narración; de tu pluma el alfabeto firme, niña Chee, de alguna historia gaviotita roja en nuestro corazón.



Un taller en el espacio de Coatzacoalcos El Taller de Literatura “Bernal Díaz del Castillo”, nació una noche de miércoles, en los salones de la Biblioteca Municipal “Quetzalcoatl”, y como todo parto, su anunciación fue dolorosa, los primeros estertores sacudieron el polvo de los viejos textos, y las sibilancias finales ahogaron el murmullo de todos sus integrantes. Nació alrededor del año de 1986, bajo la protección de una mujer, Doña Oralia, enamorada de los recuerdos y de la poesía, y uno a uno acudieron los amantes furtivos de todas las edades, dejando a un lado las ocupaciones para transformar su tiempo libre, en un caudal de conocimientos que cimentaron la reputación del Taller. Cuando niño se llamó “Entre libros y amigos”, y luego de adolescente adoptó el homónimo del conquistador español que rompió los hierros para marcar indios en la Villa del Espíritu Santo, actualmente ciudad de Coatzacoalcos. Los integrantes somos nómadas, nos vamos pero regresamos, por amor a las letras y a los amigos, y así, poco a poco el Taller sigue creciendo. Para salir del anonimato, durante los primeros años publicamos una recopilación de nuestros trabajos en la revista “Vitral”, donde la poesía, el cuento breve, el ensayo, la crítica y la entrevista se dieron la mano con el firme propósito de continuar forjando nuestro prestigio, que hemos logrado a base de perseverancia de relojero. Pero no contentos con la revista, convocamos la participación de nuevos talentos en un primer concurso de cuento corto, el “Guazacoalco” que después de nueve años, hermanó a los estados de Oaxaca, Chiapas, Tabasco, Puebla, Morelos, Nuevo León y Michoacán. Contando con la participación de Elena Poniatowska como jurado calificador.


Como reconocimiento a nuestro esfuerzo y tesón, el Patronato Pro-Casa de Cultura, que presidió acertadamente el Lic. Omar Béjar Gómez, en combinación con el Instituto Veracruzano de Cultura, cuya responsabilidad estuvo a cargo de la Dra. Ida Rodríguez Prampolini, se decidió, previa autorización del Departamento Editorial de la mencionada institución, la publicación de un libro, con una selección de los cuentos participantes. Ahora, después de varios años y con tres libros colectivos publicados, nos vemos en la necesidad de ampliar nuestro horizonte literario. Modificamos la revista, en forma y contenido, para convertirlo en libro, y le dimos el apelativo de “Toque de queda”; incursionamos en el periodismo cultural, publicando la página mensual “Ex libris”. También contamos con una página electrónica. Tenemos mucho trabajo por delante, y mucho corazón que bombea continuamente sangre nueva, por eso “Los Bernales” nos vamos pero regresamos, como sentencia bíblica. Dr. José González Gálvez


Contenido En pos del silencio

Una silla imaginaria

El menoscabo de mi cuarto

Recuerdos de la infancia

Yabin Cabrera Ramos ........................17

Rolando Contreras Rosario ............43

Noche de octubre

El regalo de Tampico

Rolando Contreras Rosario.............18

Pánfila Chee Reyes  ...........................44

Minimalismo

Casi vivo

Cecilio Fernández García.................19

Cecilio Fernández García ................46

Decisión

Reencuentro

Ma. Esther Balcázar Márquez ..........15

Gloria Gallegos Ruiz........................21

Rita María Argudin Jiménez .............41

Gloria Gallegos Ruiz  .......................47

Alcobas donde duermen los sueños

Mundo de gigantes

Primer piso a la izquierda

Historia de Celina y la sillita heredada

A la hora de la siesta

Yo, la que no recuerdas

Rosa Lotfe Calderón ....................... 26

Carolina Guzmán Sol  .......................51

En venta

En palo de rosa

Rosa Márquez Martínez................... 28

Rosa Lotfe Calderón  ........................53

Un espacio placentero

Mi sillón verde

Yolanda Placeres Heredia................30

Lourdes Marín Ramírez ...................55

El dormitorio y el reloj

Luna llena

Roberto Cortes.................................31

Dora Berenice Paredes Acosta .........57

Flor de alcoba

La sillita del niño

Fausto Sánchez Del Hoyo..................34

Roberto Sánchez Cortes ..................59

Inquietante alcoba circular

La silla de mi infancia

José González Gálvez........................23

Carolina Guzmán Sol .......................25

Francisco Uscanga Castañeda ..........37

Alcoba o recámara

Antonio Yáñez Gallegos ..................39

Ricardo García Morales ..................48

José González Gálvez .......................49

Lilia María Zamudio Ortiz ................61



Todas las recámaras cuando por fin me he dormido han lanzado sobre mí el castigo de los sueños. Louis Aragon



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En pos del silencio

Ma. Esther Balcázar Márquez Por el aire volaban romanzas sin sonido y en su almohada de pasos yo me quedé dormido. Gerardo Diego.

Con la mirada la recorro una y otra vez desde mi almohada… los muros rugosos color palo de rosa fueron entintados cuidadosamente para estar en sintonía con los muebles de madera: cajoneras para ropa menuda, dos libreros, una silla, un cabezal y un escritorio. Testigo y cómplice de vigilias y sueño profundo; aquí se decantan los días, que tímidos, reviven en cada amanecer. Intruso distractor de mis intentos literarios es el televisor que ocupa un rincón de escasa preferencia, me daría igual no tenerlo en este sitio, tan individual como la cama, reflejo de quien la usa y cuyo diseño, evita compañías algunas veces no gratas. Como un claro de luna en la penumbra de la pared lateral, pende un espejo de forma irregular; devolver la imagen fiel cuando lo miro es la misión, su juicio es inmisericorde, y su deber es volverme a la realidad terrena. Al estar frente a él, no puedo evitar fijar la mirada en las flores decoloradas por el sol, que yacen sin vida en la repisa; de perfume ausente, seguramente no serán inspiración de ningún poeta, pero me recuerdan la fragilidad de mi ser y lo breve de su estancia. Perderme en el divino laberinto de un texto a la luz de una lámpara encorvada, es una práctica gratificante, solo comparable con la absorta contemplación del cielo en su azul infinito, inventado por el ojo humano. Sentía, sin embargo, que la luz de mi intimidad era insuficiente y decidí acudir al bazar de cosas útiles, donde al igual que pepe, adquirí una lámpara de escritorio; él compró la original de “tiffany”, yo la imitación. La autenticidad era irrelevante ante la delicadeza de su panta15


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lla iridiscente, que en la obscuridad, proyecta para mi deleite una escala cromática llena de fantasía. Adusta, sin cambios, pocas veces quieta, la mecedora que le regalara a mi madre un 10 de mayo, se enseñorea al pie de la ventana, donde las cortinas de gasa se mueven incesantes abatidas por el viento del norte, como si fueran banderas a toda asta; son meramente decorativas, pues me gusta sentir la llegada del nuevo día. Los grandes ventanales me dan sensación de libertad, desde allí veo el techo geométrico de la casa vecina y puedo consumir horas enteras en la contemplación del cielo nocturno y su camino de nubes viajeras. Presente y pasado de varias generaciones se hallan plasmados en la enorme galería fotográfica, dispuesta de forma asimétrica en el muro mas resguardado del espacio, para evitar que la luz en demasía, desdibuje los recuerdos de familia. En la cabecera de la cama, como regalo para mi espíritu, he colocado un grabado de lety tarragó, pintora xalapeña que pervive en mis afectos como relación heredada de francisco morosini, amigo y hermano. Es notoria la ausencia de alguna representación mesiánica, asomo sugerente de herejía o falta de fe; negación a exhibir un ídolo sin rito, es optar por la práctica de la enseñanza milenaria, enriquecedora de la raza humana. He dejado para el final mi reloj luminoso, eterno vigilante sobre el buró más cercano, de impaciente tic tac, que por las madrugadas agiganta su sonido anunciando el inexorable avance del tiempo; en aquel entonces hubiera querido detenerlo para evitar la llegada del último aliento. En la habitación contigua, un alma entrañable y buena, se asomaba a las puertas de la gloria. Este rincón de la casa es mi retiro indispensable, que da reposo a mi cerebro errante, donde hago recuento de las horas gastadas a toda prisa y espero las horas por venir como renuevo de esperanza. Febrero de 2011

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El menoscabo de mi cuarto Yabin Cabrera Ramos

No necesito llave; la puerta, que no lo parece, se abre con el timbre de mi voz al instante. Desde la entrada, saltan a la vista los objetos más extraños de mi vagancia por el mundo, de cuya explicación me honro cada que alguien, necesariamente, pregunta cómo, cuándo y dónde. Con un chasquido enciendo el reproductor, que de manera inteligente continúa el género musical. Ya descalzo, sobre la alfombra amazónica que llegó para quedarse en una noche de invierno, bailo La vie en rose en la soledad de mi cuarto. Todo me gusta. Mi cama, que es la más confortable, se vislumbra siempre delicada y suave como las nubes blancas desde un avión. Al tocar un botón y en sonido envolvente, los recados emergen dictados por una voz tierna y femenina. Al frente, los cuadros parisinos de artistas urbanos, que contemplo sin hastío en las pausas largas de las lecturas nocturnas. Y en la mesa de cristal, el libro para la inmortalidad que casi termino. En eso estaba cuando un grito estrepitoso interrumpe mi delirio y me devuelve al patio, con la escoba en la mano y la hojarasca al tobillo. ¡Hombre! ¡Y ahí! ¿A quién le haces el amor? Me cuestionó Jahir acostado en la banqueta, donde minutos antes empezamos el peligroso juego de soñar. Pues… no sé, no hace falta, le contesté dando las primeras sacudidas con la escoba. ¿No hace falta? refutó con brusquedad. ¿Y entonces? ¡Qué caso tiene soñar!.

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Noche de octubre

Rolando Contreras Rosario No era necesaria la lámpara situada en el centro de la recámara, la luz del plenilunio formaba un paisaje que bien podía apreciar desde el suave lecho donde me encontraba, los objetos parecían cobrar vida ante la claridad. Era notoria la imagen del Cristo que se encontraba en la esquina del tocador. Con las puertas entreabiertas del pequeño clóset, la ropa danzaba un vals sin fin, movida por el aire fresco que también participaba en el escenario. El televisor situado sobre el mueblecito de madera cuadrada, daba la impresión de ser un pequeño robot de La guerra de las galaxias. Abracé la almohada y me dispuse a dormir, poco a poco las imágenes se fueron perdiendo hasta no verlas más. Al amanecer, la alarma del teléfono celular sonó como de costumbre, al no lograr levantarme a la primera vez, sonó con exigencia; por si esto fuera poco, se aunaron semejantes gritos que llegaban desde la calle: ¡gaaaas!, ¡hay tamales y champurradooos!, ¡Bolillooos calientitooos!. Tomé del armario la ropa y los zapatos que había seleccionado antes. Sentado en el banquito de madera frente al espejo del tocador, peiné con calma mi cabello y dispuse de la loción que se encontraba cerca, de inmediato el lugar se llenó de un delicioso aroma agradable y fresco. Con la mirada firme recorrí la habitación despidiéndome de ella, en ese instante las personas del cuadro que está situado casi a la salida del cuarto, me miraron con ternura diciéndome: hasta pronto. Cerré la puerta, y en ese espacio quedaron atrapados los objetos que duermen conmigo… todas las noches. Octubre 12 a noviembre 24 de 2011. 18


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Minimalismo

Cecilio Fernández García Ahora me doy cuenta que nadie es feliz con lo que tiene, algunos tienen cosas de más, y a otros les hace falta lo que a los de arriba les sobra. El momento idóneo para ser feliz llegará cuando el que tenga de más, decida dar obsequios a los que tienen menos, y estos los remuneren con el mejor pago que puede brindar el ser humano, que es, una sonrisa y un gracias surgido desde el fondo del alma. Lo mismo sucedió conmigo cuando era más joven que ayer. Cada día llegaba a casa con la esperanza de que mis ascendientes decidieran emanciparme de su gran cuarto. Realmente no era el niño más feliz durmiendo con un hombre y una mujer veinte años mayor que yo; pero aunque era pequeño, mi madurez intelectual era mayor, y mi masa encefálica sabía que mi infelicidad propiciaba el goce de sus, hasta ahora, jóvenes corazones. Realmente es de todos sabido, que dividir casa, no es una habilidad que tengamos y que no hayamos querido desarrollar. Claro, pues teniendo casa de un solo piso y con tres grandes recámaras, donde solo habitábamos una, es sinónimo de que les gustaba vivir hacinados y al mismo tiempo unidos. Una mañana se dieron cuenta de que ya no era tan pequeño, y mucho menos del mismo tamaño de cuando llegué a casa, pues el espacio de la cama ya no era suficiente para tres personas. Fue ahí cuando decidieron regalarme el primer ejemplo sobre la administración de una casa: mi alcoba. Ocho de enero del año dos mil, es la fecha en que para el suscrito, nació una corriente estética digna de mi estilo, la cual hasta el crepúsculo de hoy se mantiene casi intacta. Solo hay una cama que está en la misma posición que el sol, a la cual le corté las alas desde que se instaló en mis aposentos. Esta no tiene complejos de superioridad, por eso se mantiene al ras del suelo. Un guardarropa el cual esconde cuarenta y dos camisas, y siete pantalones: uno para cada día de la semana, cinco 19


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cinturones, y seis pares de zapatos; un arsenal de libros heredados por el tan recordado Capitán Mayor de Infantería: mi abuelo. También mi baúl de los recuerdos, los cuales siempre tengo presentes, porque a veces hasta el olvido extraña, este contiene pergaminos de amor y de otros no tanto, de diversas épocas de mi educación escolar, que me han sido entregados a lo largo de mis veinte años, y por último un tesoro nacional, que al día de hoy pasa a ser un secreto público, es una manifestación artística plasmada sobre una de las cuatro paredes en donde claramente se observa la representación de “La Creación”. Esta pequeña gran alcoba ha servido de laboratorio para plasmar mis profundos pensamientos en donde se externan los más grandes derroches de emociones, a veces provocados por terceros. Esta alcoba es como el que la posee, es lo que se ve, tiene consigo lo necesario y lo suficiente para ser un mortal, si, un mortal, pero uno exitoso.

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Decisión

Gloria Gallegos Ruiz Al llegar María a su casa lo único que le apetecía era descansar. Se quitó los zapatos, se sirvió una copa de vino y se dirigió a su lugar preferido: su recámara. A pesar del cansancio por el inmenso trabajo y actividad del día vivía satisfecha, lo disfrutaba mucho. Abrió la puerta de madera color café, al introducirse a la habitación, el aroma de incienso de sándalo que reinaba en el lugar llegó a su olfato. Colocó los zapatos en el closet color chocolate, ubicado al lado derecho de la cama de gran tamaño, misma que María cubría con sábanas de color neutro y varios cojines. En la parte superior de la pared, justo arriba de la cama, un cuadro con la imagen de la virgen de Guadalupe - regalo de su madre- al lado izquierdo una mesita de noche, en donde se encontraba un reproductor de tamaño mediano. Buscó un disco en la cajonera situada en la base de la cama, le agradó uno que contenía música relajante, lo colocó y se acomodó dispuesta a disfrutarlo. Fue en ese instante que María, al volver su mirada sobre el tocador de madera de cedro instalado frente a la cama, observó la fotografía de Pedro, aquel muchacho que tiempo atrás fue el amor de su vida. Pedro le pidió en matrimonio, solo que ella se encontraba en la cúspide profesional, ¿Cómo podía hacerlo? Reflexionó. Le acababan de informar que debía viajar al extranjero, era la gran oportunidad que estaba esperando, ¿Cómo le diría a su jefe que no podría hacerlo porque se iba a casar? En ese momento decidió comunicarle a Pedro que se marcharía al extranjero y no se casaría con él.

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Terminó de recordar, se asomó por la amplia ventana que se encontraba por la parte izquierda de su cama; el paisaje que vio era sorprendente: al frente estaba el mar, desde ahí lograba escuchar el sonido de las olas. Miró hacia el cielo, observó las estrellas, degustó el vino y pensó…. ¡Fue una excelente decisión!.

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Alcobas donde duermen los sueños José González Gálvez

Te ven mis ojos cerrados entrar en mi alcoba oscura. Xavier Villaurrutia

Desde hace veinticuatro meses exactamente, soy dueño absoluto de mi recámara. ¡Por fin, mi anhelada zona sagrada! En el centro de la habitación se enseñorea mi cama queen size, vestida con sábanas azules de algodón y cinco almohadones con fundas de la misma tonalidad; un pareo hace la función de sobrecama. De ambos lados, existen dos burós de madera cruda con herrajes antiguos, sobre ellos un par de lámparas de cerámica blanca en forma de cilindro con base de aluminio. A modo de cabezal, la pared desnuda, pintada de color piñón. Del lado derecho se encuentra una vitrina de rattán con mis portarretratos favoritos, con fotos de mis hijos, mi hermana, mi mamá y una Santísima Trinidad que perteneció a mi abuela Celia; un gato de porcelana que compré en Sausalito, y una lámpara votiva art decó. Enfrente, un amplio clóset de caoba. En el lado izquierdo de la cama existe un ventanal que ocupa la pared completa, en la esquina, una maceta de barro con un laurel de la India recortado. El baño es pequeño pero confortable, el sanitario cómodo, el lavabo bien fijado. En la regadera paso momentos inigualables, refrescándome y cavilando en las bondades únicas del agua. El balcón, siempre con las ventanas abiertas, es mi refugio verde. Por ahí quiero que entre la rosa de los vientos cuando esté desorientada, y el invierno terrible que me abanicará en el momento en que mis huesos se despostillen, y la memoria se equivoque en las esquinas de los cuatro puntos cardinales. Aprendí a dormir desnudo, porque cuando descanso quiero

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sentirme sin ataduras, pienso que de esa manera la piel se recompone y tonifica. Cuando hace un poco de frío me cubro con un edredón ligero. Actualmente leo un diario de viajes de Julieta Campos, escucho música chillout, lounge, o jazz, prendo incienso con olor a lavanda o sándalo, y cuando el sueño me invade duermo placenteramente, sin sobresaltos. La recámara es mi refugio, mi muro de los lamentos, mi quinto misterio gozoso, mi amante furtiva. Es donde escribo, donde creo, donde doy vida a mis inquietudes y donde barloventeo en la mar oceána de los sueños. Febrero de 2011

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Primer piso a la izquierda Carolina Guzmán Sol

Por un rato me recuesto a gozar de la tranquilidad del lugar y del aroma a pachulí del incienso, mientras observo curiosas figuras que se forman al reflejo de la luz sobre la pared rugosa; pareciera que tienen más altura, se distorsiona la forma del sombrero vaquero que utilizo de pantalla, originalmente era una lámpara moderna pero preferí el estilo rústico porque lo percibo más cálido. El techo y las paredes son de color blanco, le van bien de fondo a la cama de madera con su cabecera en semicírculo sin garabatos. El colgador de ropa improvisado lo hice una madrugada para vaciar las cajas de la mudanza, por la mañana no había tiempo, menos cuando uno se cambia en tan sólo un día; no está bien asegurado, cuando tomo la ropa se balancea porque no es suficiente detenerlo de la pared. Frente a la cama está una estantería de seis niveles, la pinté con cera rústica para mejorar su apariencia, además que mantiene la temática del ambiente. Así también la cajonera de cuatro piezas que compré con un vendedor ambulante; últimamente se ha enmohecido en las rendijas, la limpio con frecuencia para eliminarle, de la línea a bajorrelieve, el polvo húmedo que se le forma. Del lado derecho un jarrón color terracota, de aquel juego traído desde Cuernavaca, está encima del otro buró de mi cama, las varas secas que tiene dentro también viajaron ese verano. Sigo siendo la misma persona pero, al pasar esta puerta blanca, suelto la bolsa de mano con las carpetas del trabajo y, al instante, la privacidad me transforma. Primer piso a la izquierda y vivo una sensación de libertad. Agosto de 2010 a noviembre 2011

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A la hora de la siesta Rosa Lotfe Calderón

Una mañana de mayo allá por el año de 1970, la Kiki y yo decidimos darnos una vuelta por el empedrado barrio del viejo Coyoacán, donde se instalaba un mercado de pulgas. Nos quedaba a tan sólo siete cuadras del convento de las Madres Franciscanas que funcionaba como internado para estudiantes de provincia. Sólo íbamos a mirar, pues en aquella época apenas si nos alcanzaba la mensualidad para ir al cine cada quince días. Caminábamos de puesto en puesto admirando objetos antiguos cuando de repente me topé con un mueble que me hizo retroceder diez años en un instante. ¡No! ¡No puede ser! Ahí estaba el pequeño taburete semicircular tapizado en tela de gobelino con sus patitas en forma de cono de helado, que alguna vez fue parte del mobiliario de la recámara de mis padres. ¿Sería el mismo? Quién sabe, pero si no, era una réplica exacta del mismo alzapiés donde me pasaba una hora diaria repitiendo la cartilla mientras mi papá dormía la siesta... eme a... eme a... mamá ene i... eñe o... niño... eme e... ese a... mesa... No pude resistir las ganas de volverme a sentar en él. Al acariciar la tela rugosa del forro, una lluvia de imágenes llegó de improviso... las tardes en el patio de la dueña de la sombrerería “El Castor” que se encontraba en la calle Hidalgo, frente a mi casa... el rostro de doña Amelia Herrera - la maestra- sus ojos exageradamente pintados con lápiz negro, el olor intenso de su polvorete y su bigote entrecano que me provocaba pesadillas, su andar despacito mostrando su enorme joroba, sus manos huesudas de uñas largas y puntiagudas que sostenían la vara con la que nos propinaba un “estate quieto” ante cualquier distracción... ¡y es que había tantas cosas que ver! Mien-

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tras deletreábamos la cartilla... hacíamos rechinar el plástico que cubría el antiguo sofá, observábamos a las gallinas corretear por la cocina o al viejo perro peludo que nos miraba indiferente, triste y aburrido, escuchábamos el gorjeo de los guajolotes que venía desde el corral y el trinar de los canarios que volaban desesperados de un lado a otro en su jaula.Y así, todos los días hasta que del enorme reloj de pared salía el cucú que nos avisaba que la clase había terminado y esperábamos con ilusión la paleta de hielo con sabor a limón que a veces doña Amelia nos daba de premio. Me acomodé en el taburete que ahora resultaba incómodo y pequeño, las rodillas me quedaban a la altura del pecho y me obligaban a estar casi en posición fetal, más al evocar a mi papá escuchando mi sonsonete a la hora de la siesta, sonreí con una mueca que bien podría llamarse nostalgia. Marzo 2011

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En venta

Rosa Márquez Martínez Me detengo en la puerta, la contemplo, totalmente vacía se ve impersonal; por años fue la recámara preferida de la casa paterna y hoy está a punto de pasar a otras manos; se puso en venta muy a mi pesar pues me resisto a desprenderme del pasado. Me recargo en el quicio mientras evoco las imágenes de infancia; mis padres descansando en la alcoba, yo durmiendo en otra habitación toda en rosa con su pequeña lámpara de buró; esa tenue luz reflejaba en la pared sombras aterradoras que me acechaban y me hacía ver que no había nadie a mi lado. Con cierto temor bajaba de la cama y me dirigía a la recámara de ellos, en medio de un silencio interrumpido por el tap tap de mis pies descalzos sobre el mosaico fresco. En cuanto entraba me sentía segura, sabía que mis monstruos infantiles se quedarían afuera incapaces de enfrentar la grandeza de mi padre. Subía a la cama y me acomodaba entre ellos; me encantaba abrazar a mamá, sentir su calor, percibir su aroma y dormir al lado de papá sabiéndome protegida. Al llegar mi adolescencia esa habitación pasó a ser mía y los retratos de boda que adornaban la pared fueron sustituidos por carteles de artistas y de películas en exhibición. El lila se convirtió en el color predominante en edredones, cortinas, tapetes y peluches. Conservé mi pequeña lámpara de buró y añadí un escritorio con llave donde guardaba mis diarios, ya no eran mis pisadas las que se escuchaban en la noche, sino más bien el taconeo apresurado cuando tenía que ir al trabajo o a una fiesta. Al partir yo, esa volvió a ser su alcoba, y el ruido se fue disipando para dar paso al tenue roce de los zapatos en el piso, cuando los años son tantos que se acumulan en los pies y es casi imposible levantarlos. 28


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Fue en esa recámara que los despedí; primero mi padre con esa expresión formal que lo caracterizó toda la vida, después mi madre cuyo rostro se dulcificó con la edad y las arrugas. Nos dijo adiós pidiendo perdón por todo y a todos, siempre en esa dualidad entre lo que fue y lo que hubiera querido ser. Aquí nací, cuando ellos eran un par de jóvenes inquietos que recorrían el país en mezclilla y playera; pero por el embarazo de mi madre decidieron sentar cabeza y buscar una casa “decente”, que fue ésta. Tal vez por eso mi resistencia a venderla. -Disculpe, ¿Es usted Doña Amalia? -Si, ¿Por qué?- Contesté en automático ante lo sorpresivo de esa presencia. Ante mí estaba una pareja de jóvenes de no más de veinticinco años. -Mi esposa y yo estamos interesados en comprar la casa, por eso estamos aquí. ¿Sabe? Esperamos un bebé y creemos que este es el hogar que buscamos, nos gustó esta recámara en especial. Los observé: él sonreía mientras ella se mostraba inquieta con su mirada tímida y un rostro todavía adolescente. Mi vista se detuvo en sus pantalones de mezclilla y su amplio blusón de mujer en espera. -¡La casa es de ustedes!, dije con un aplomo que me asombró. Al cerrar la puerta por última vez sonreí. Comprendí que, después de todo, la vida se renueva.

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Un espacio placentero Yolanda Placeres Heredia

Acudo a mi recámara cuando deseo reposar después de una jornada de trabajo, cuando quiero ordenar mis ideas, para saborear acontecimientos agradables o tristezas y el llanto inunda mis ojos. También si quiero leer, meditar o rezar. Es mi refugio, en donde me siento cobijada y encuentro paz interior. En algunas tardes observo, desde la ventana lateral de mi alcoba, el oleaje del mar, y admiro los colores que tiñen la inmensidad del cielo a la puesta del sol, y a nuestros guardianes, el Santa Martha y el San Martín; espectáculos dignos de ser plasmados en un lienzo. En mi refugio, aparte de la cama, tengo un secreter que uso para el trabajo, en la superficie están alineados mis libros favoritos y algunos portarretratos. No guardo muchos recuerdos, pero en la computadora personal, están almacenadas todas mis vivencias, quizá mal archivadas, pues es cualquier momento, salta a la pantalla de mi conciencia, algún hecho del pasado sin invocarlo, pero si requiero información no aparece enseguida, sino hasta después de un rato. ¿Porqué será? tal vez lo medite en mi recámara.

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El dormitorio y el reloj Roberto Sánchez Cortes

Estaba ahí en el dormitorio tirado boca arriba sobre el catre de tijera, cuya parte de reposo construida de yute tenía una sábana sucia y maloliente. En una de las paredes ralladas y descostradas, lucía un hermoso reloj de péndulo, configurado con números romanos. Mis pensamientos volaron hacía años atrás: recordé vívidamente cuando le conocí en el año de 1957; era un muchacho delgado, de tez morena, cabello ondulado y estatura ordinaria alrededor de 1.70 metros. Vivía solamente con su padre y recientemente se habían cambiado de domicilio porque su progenitor había llegado a un arreglo con su ex esposa, a quien le había comprado una parte de su terreno donde construyó una casa de dos pisos, el de abajo era de concreto armado y el de arriba de madera y lámina de zinc; la parte de abajo fue dedicada a tienda de abarrotes y la parte de arriba a casa habitación. Él iba a comenzar el segundo año de preparatoria en la única escuela de ese nivel en el poblado, la escuela Secundaria y de Bachilleres “Gral. Miguel Alemán González”; yo iba apenas al sexto año de primaria y en el barrio todos andábamos en los estudios primarios. Así que era una admiración en el vecindario contar con una persona que transitaba ya en ese nivel de estudios. Era un tipo simpático, sonriente siempre, amable y respetuoso con todos. Enfundado en su uniforme caki rigurosamente planchado, pulcro, oliendo a lavanda, y con los zapatos lustrosos, haciendo equilibrio sobre las calles de arena del puerto para no empolvarlos; siempre con libros bajo el brazo y anteojos para el sol. A todos los varones nos caía bien y las féminas suspiraban por él, aunque bien parecido no era. Pronto se hizo novio de la joven más bonita del barrio, una chica que le 31


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decían Coty, con hermosa piel apiñonada, ojos y cabello obscuro. Cuando platicaba nos mantenía alelados por lo que nosotros juzgábamos excelentes conocimientos. En el fin de año siempre iba a las fiestas del casino “Puerto México” y, particularmente lo recordé un 24 de Diciembre luciendo un tuxedo de chaqueta blanca y pantalón negro, con zapatos negros combinados en ante y charol. Se fue a estudiar a la ciudad de México para Licenciado en Economía y su padre le regaló un hermoso reloj de péndulo marca Junghans, tallado en madera. Pronto su padre se enteró que no estaba estudiando; había conocido una señora en la capital que al parecer fue su pasión, se iba al puerto de Acapulco y agotaba el dinero que le enviaban, comenzó a tomar más de lo debido. Un buen día regresó al puerto, dejó de estudiar, comenzó a sustituir a su padre en la atención de la tienda hasta que éste falleció. Entonces se volvió alcohólico, tomaba con los parroquianos de la tienda en donde expendía bebidas embriagantes; la tienda se extinguió, los clientes escaseaban y él necesitaba dinero. Vendió la propiedad que había heredado, vendió todas sus propiedades excepto el reloj. Dijeron en el barrio que su madre le obligó a comprarle un cuarto de los que ella poseía, para que tuviera donde descansar, y así lo hizo. Tenía amigos que lo querían bien en la sociedad porteña. Algunos de ellos le ayudaron, le consiguieron empleo en el Instituto Mexicano del Petróleo, pero él cobraba y se gastaba el dinero en alcohol; poco a poco se fue convirtiendo en un paria. En sus momentos de sobriedad ayudaba en algunas tiendas de otros amigos. Sus amigos vieron que era inútil el empeño en ayudarle, dejaron de hacerlo. Comenzó a sobrevivir en la mendicidad, pedía ayuda a todos lo que le conocían o no. Se quedaba tirado en las banquetas, aunque perdió el respeto por sí mismo, nunca perdió el respeto por los demás. Algunas veces platiqué con él aprovechando que me pedía ayuda, todo era inútil, el alcohol lo había poseído y lo devoraba rápidamente. Comenzó a sufrir alucinaciones y lloraba.

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Ahora estaba ahí en el dormitorio tirado boca arriba sobre el catre de tijera, cuya parte de reposo construida de yute tenía una sábana sucia y maloliente. En una de las paredes ralladas y descostradas, lucía un hermoso reloj de péndulo, configurado con números romanos y que ahora tenía sus manecillas detenidas. Todo el dormitorio olía a alcohol, debajo del catre había una botella de aguardiente de caña y encima su cadáver, una piltrafa, había fallecido. ¿Cuántas veces habrá pensado en vender aquel reloj? Quizás muchas. Pero el fuerte cariño al recuerdo de su padre se lo impidió. Una vecina inició la colecta para preparar el velorio y darle sepultura. Me pregunté si este triste despojo era el mismo al que habíamos admirado por su talento y educación.

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Flor de alcoba

Fausto Sánchez Del Hoyo Mientras la recordaba, seguía el ritmo de la canción que se dejaba escuchar viniendo de algún lugar cercano “…señora tentación de frívolo mirar mujer encantadora ansiosa de besar…”. A sus 45 años, Pati-ta (como él le decía) seguía siendo hermosa. Diosa erótica que subyuga y esclaviza a hombres y mujeres. La última vez que llegó a su casa alcanzó a palpar sus muslos, en ese momento deseó que todo espacio fuera propicio para amarla. Tal vez la madurez la había convertido en un ser más deseable, más codiciable. Con la atracción especial y natural: con la mirada y entusiasmo de que era poseedora y siempre agradaba. ¿Qué relaciones lleva con mi esposa? de súbito le preguntó Sergei-. No llega a casa desde el sábado. Las normales, fue la contestación mientras a su mente acudía García Lorca “…y que yo me la llevé al río / creyendo que era mozuela / pero tenía marido…¿está con usted? …en las últimas esquinas / toqué sus pechos dormidos / que se me abrieron de pronto / como ramos de jacintos… ¿Qué relaciones? ¡Las normales! …ni nardos ni caracolas / tiene el cutis tan fino… (las normales entre un hombre y una mujer, quiso decir) …aquella noche corrí / el mejor de los caminos / montado en potra de nacar / sin bridas y sin estribos…”. Es 13 de febrero. Un préstamo urgente, así de pronto para evitar el embargo a su casa. Mañana es Día del Amor y la Amistad, hay que pasarlo. Hoy es 15 de febrero. ¿Puedo pasar? -¡Pase! En el comedor, al costado de la escalinata, un beso atrevido, calculado, premeditado, seguido de habilidad para dejar caer la pantaleta por debajo de la falda y jugándola con los pies despojarse de ella. 34


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Intriga, curiosidad, sorpresa. Laberinto mental. La alcoba está arriba… la cama… el baño… Como modelo posando ora así, ora asado ante el tocador de amplias lunas, testigo mudo. Perfecto equilibrio de las formas de la joven mujer, 34 años. Pétalos entreabiertos de rosa roja, los labios recién saboreados descubren tras el rojo carmín la sonrisa que invita a la alegría, al gozo, al placer. No hay más sol ni luna ni estrellas ni luz; sus ojos marrón lo iluminan todo. Su mirada inunda el aposento. Mientras la admira, expectante, el agudo animal comienza a despertarse. Con desparpajo, sin inhibición, no hay pudor. Desnudez total. Inquietos los dedos de las manos transitan recorriendo el encarnado albaricoque, augurio de paraíso terrenal. Serían las 7:15 cuando llegó; aún no se levantaba y la amenaza de 40 grados a mediodía era esperada. No lo sorprendió porque ella tenía llave para entrar. Dueto de jícaras al revés, ánforas redondeadas, aparecía anunciando su presencia; bajo la blusa el par de volcanes recostados con los picos señalando hacia el horizonte parecían a punto de hacer erupción. Vestía faldón grueso, largo hasta los tobillos cuando le expresó: Quise verte temprano. Él, incómodo le preguntó por qué no vestía alguna falda corta, si acaso larga nada más hacia abajito de las rodillas. El calor… no terminó la frase: Nos lo exigen así. Tenemos recorrido. Mi pareja es Leti. Asombrado se entera que son “propagadoras”de una fe y van de puerta en puerta con la pretensión de ganar adeptos. Le había ocultado que era casada aunque sabía que tenía tres hijos. Ahora también esto. ¿Por qué vienes? ¿Por qué te comportas así? -¡Porque me gustas, porque te quiero mucho! (Entonces recordó el escrito que le hizo llegar días antes en el cual advertía cuánto le quería) TQM, había puesto. “eres muy

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especial. He conocido a muchos pero nadie como tú, etc. ¿A muchos?, le consultó. A muchos. A muchas personas, aclaraba. Surgía la duda. Se incubaba el celo. Misterio, enigma. Lo arcano femenino como género único. Faraónica, diosa erótica dispuesta cada vez hasta saciar desde lo más profundo el placer del encuentro carnal, sexual, lúbrico. Es ilimitada la indignidad… ¡desde el sábado no llega a casa…! Flor de alcoba. Patita y Leticia, después de un viaje de ida y vuelta hasta la playa, en el paradísiaco puerto de Acapulco, hace ya tres meses que viven juntas…

Septiembre 13 de 2011

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Inquietante alcoba circular Francisco Uscanga Castañeda

Salgo desnudo del baño Miranda se ha ido así que subo las piernas en la mesa de centro y prendo un cigarrillo barato mientras escurre agua en la alfombra. En este momento quisiera saltar y pegarle a Dios en la quijada pero ahora soy una máquina dormida con el encendido mojado y el corazón oxidado. Este abandono envenena gota a gota y deslava las paredes sucias de mi alma torcida, solo miro cuadros alrededor abstracción oscura agonizante que gritan la verdad premonitoria de tu traición asquerosa de tu descaro aberrante representada en navajas y cucarachas. Sólo anhelo internarme dentro de un lugar oculto de mi mente enferma donde pueda estar a salvo de ti donde la dulce mordedura de la serpiente no logre alcanzarme. Pero no puedo porque estoy atrapado entre el recuerdo dorado de la suavidad de tus senos y la humedad de tus muslos. Gira y gira Miranda un recuerdo bailando 37


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al comp谩s de la muerte, gira y gira rev贸lver 38 en mi cabeza llena de preocupaciones. Una sola bala. Una sola bala. Una sola ba...

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Alcoba o recámara Choque de conceptos Antonio Yáñez Gallegos He sido testigo de una gran duda surgida por una tarea. La duda no surgió respecto a los nombres de los títulos, sino a su significado individual. Damarís se ha cuestionado sobre lo que es apropiado para comenzar a realizarla. Todos sus compañeros comprendieron aparentemente bien la indicación. Ella es soltera, vive en un pequeño departamento muy cerca del malecón. Su decoración es austera, pero con un toque de comodidad y buen gusto. Sus colores favoritos son: rojo, gris y morado. Los ha distribuido y combinado de acuerdo a las piezas de su “depa”. La sala muestra una combinación en rojo y gris. En la cocina predomina el verde para el desayunador y alacenas. El comedor que colinda con la sala y cocina se ve “chic” con aire de “glamour” en blanco y morado. Damarís es perfeccionista, precisa en sus acciones. Habla poco, pero piensa mucho…metódica. Para la tarea, decide consultar en un diccionario enciclopédico, pero termina por consultar por internet, pues no recordaba que lo prestó a su sobrina. Usa el buscador Google y escribe la palabra “alcoba”. El resultado que selecciona: dormitorio; -aunque le hubiera gustado el otro significado de intimidad conyugal, pero no tiene marido--. Luego procede a buscar la palabra “recámara”. Resultado que selecciona: “aposento después de la cámara donde se guardan los vestidos”. Después de avanzar un poco con su tarea, camina a su recámara, entra al baño para refrescarse y luego escoge, con buen ánimo, usar una prenda suave, ligera y sensual. Normalmente duerme en una king-size, con sábanas satinadas en morado y unas super cómodas almohadas en jacquard liso, color palo de rosa. Se protege de la luz exterior con unas persianas horizontales y en la pared de la cabecera tiene un gran cuadro de Botero -Buen gusto -.

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Es especialmente vanidosa, le gusta sentirse hermosa y verse reflejada en su amplio espejo frente a la cama, y que es la puerta corrediza del closet… esta noche, en su camisón de seda café y sentada en su cama, después de pensar en la tarea nuevamente y verse rodeada de tan especial comodidad, decide continuarla. Levanta su mirada hacía mi con sus grandes y negros ojos, me hace una seña para que vea lo que escribe; la titula “Alcoba”, pero en el sentido de saberse en la intimidad conyugal. Yo, dentro de su privacidad, en oportuno momento y a especial invitación, le ayudo a redactar.

De enero 14 a octubre 15 del 2011

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Una silla imaginaria Rita María Argudin Jiménez

¿Cómo sería la silla de mi niñez, si hubiera existido? la respuesta más cercana que encontré, fue un recipiente de plástico naranja con asa semicircular donde el cuerpo de mi hija, con tan solo catorce meses de edad, se amoldaba cómodamente mereciendo el título de “cubeta favorita”. Cuando nació, presentí que sería una niña segura de sí misma, autosuficiente, capaz de tomar decisiones, amiguera, romántica y con gran sensibilidad, así que desde ese momento he sido su amorosa guía dejándola ser y hacer todo lo que su imaginación pudiera desarrollar, para que la distancia entre sus ojos y el horizonte fuera enorme, permitiéndole disfrutar y enriquecer cada día de su vida. Como madre sin experiencia, aprendí sobre la marcha y me enfrenté a la difícil hora de los alimentos porque tenía que imitar sonidos, caminar y correr tras ella, interpretando personajes creados aceleradamente por mi cerebro, forzándolo a realizar las sinapsis necesarias, que me permitieran reproducir un ambiente de maravillosa fantasía, logrando así transportarme a épocas de grandes sueños y descubrimientos de mi infancia, que habían permanecido dormidos en la espontaneidad de aquel tiempo y gracias a su temperamento, me conecté con esos instantes olvidados de mi pericia, en los cuales todo era natural y asombroso; adoptaba la personalidad que podría convencerla de abrir la boca y saborear la delicia del plato fuerte o el postre, pero, a pesar de mi esfuerzo ¡todo era inútil! Sucedió un día que compré una cubeta para realizar las labores de limpieza; desde el momento en que mi bebé la descubrió, pude observar cómo le brillaban los ojos y la expresión de sus delgados labios dibujaba la satisfacción de haber encontrado el juguete que se convertiría en compañero de travesuras. Al meterse a la fascinante cubeta se sentía muy a gusto, protegi41


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da, era el lugar idóneo para desayunar, comer o cenar, ya no tenía que corretearla. Disfrutábamos juntas la utopía de cada personaje creado y mi satisfacción de verla sonreír al abrir la boca y saborear cada cucharada triunfando en la lucha de “doctor, mi hija no quiere comer”. La cubeta estuvo presente en los juegos y fábulas de todos los días, en ocasiones era un castillo, o algún tipo de transporte. Nos acompañaba en los viajes y se convirtió en la silla perfecta para disfrutar los alimentos, en esos minutos que solo nos pertenecían a ella y a mí. Yo no tuve la silla favorita, pero estoy segura que me hubiera encantado tener la cubeta que mi hija escogió para construir un mundo de ilimitadas fantasías. Febrero 23 del 2011.

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Recuerdos de la infancia Rolando Contreras Rosario

Cuando regresé a casa la encontré escondida en un lugar frío y oscuro, al mirarla me percaté de que era víctima del abandono: desarreglada, sin pintura, desajustada y con una patita rota. Recorrí con la mirada el paisaje desolador, me detuve en el viejo ropero, me dio la impresión que quería contarme lo ocurrido, tenía el aspecto de un gran guerrero que había luchado por no sucumbir ante la modernidad, pero al final fue confinado al cuarto de los trebejos. ¡Sentí pena y tristeza por lo ocurrido!, no podía comprender cómo pude olvidar a mi pequeña amiga que, aunque fue creada por un carpintero, yo le di la vida. Suspiré profundamente, deseaba compartir nuevamente mi aliento con ella. El cansancio que sentía hizo que me quedara dormido en un rinconcito, al tiempo cobraban vida también los recuerdos en mi mente: la llegada a la escuela para tomar las lecciones, las carreras con nuestras sillitas, e incluso, pude percatarme de lo alegre que jugaba a la rayuela juntando las canicas en el centro, nos arrastrábamos en el suelo sin importarnos ensuciar los pantalones, queríamos tener la mejor posición de tiro. Las niñas jugaban rondas y a la gallina ciega, acompañadas por la señorita Lorena. Todos sabíamos que a la salida de la escuelita, la sillita debía colocarse correctamente en su lugar, en eso estaba cuando resbalé, el sobresalto fue tan fuerte que desperté de inmediato. Tomé a mi pequeña amiga entre mis brazos, curé con ternura cada una de sus heridas, la vestí de hermosos colores, y le prometí que nunca más la dejaría sola. Marzo 3 a noviembre 24 del 2011.

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El regalo de Tampico Pánfila Chee Reyes

Un fuerte ciclón desatado en el Golfo de México, allá por la década de los años 30´s, causó tremenda destrucción en las ciudades costeras, pero la que más sufrió, según decires de la gente, fue el puerto de Tampico. No obstante la distancia, en el mar de Puerto México, el bravo oleaje dejaba en su orilla cantidad de artículos domésticos y otras cosas: sillas, mesas, camas, estufas de petróleo, neveras, trasteros, tambos de combustible, techos enteros de casas, mucha palizada, árboles de madera fina, pollos, vacas, caballos, cerdos y unos que otros seres humanos. Murmuraban los viejos vecinos, que Tampico había desaparecido del mapa… Los pescadores del pueblo, que siempre andaban en las orillas del mar y del río, se abastecieron de muebles que, después de arreglarles los desperfectos, les sirvieron de maravilla. Mi hermano mayor, que también era pescador, rescató con la ayuda de algunas personas, un techo de casa forrado de madera de cedro, lo desarmó poco a poco, puso a secar la madera, y una vez bien seca, le pidió a Don Beto, el carpintero del barrio, le confeccionara una mesa grande y algunas sillas, las que pudieran salir, mismas que después de barnizadas, quedaron impecables. El buen carpintero, honesto y comedido, como le sobraban unas cuantas tablitas, hizo una sillita para niño, de la cual no le cobró la hechura y se la dio a mi hermano como la “ñapa”. Siendo yo la más pequeña de la familia (cinco años), la sillita fue para mi. Al principio fue toda una novedad entre los niños, todos los vecinitos se querían sentar en ella, para “ver como se sentía”. Mi hermano Layo no fue la excepción, a jalones me la quería quitar, al ver este jaloneo, mi hermana Teresa le dijo a Layo: “¿Para qué quieres tú la sillita? Esa silla es para niña y tú eres un joven…” (Layo tenía siete años). Con ese adjetivo de “joven” para mi hermano fue como si le dijeran que era un príncipe, y de inmediato soltó la silla. Así terminó 44


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el pleito y yo quedé como dueña absoluta del pequeño mueble. Por las mañanas, de lunes a viernes, una de mis hermanas cargaba con la famosa silla, una bolsa de manta conteniendo una pizarra, pizarrín, cartilla, un bolillo con huevo y frijolitos y una botella de agua de limón. Tomándome de la mano, me llevaba a la casa de la señora Chepita, quien me enseñaba la cartilla del silabario de “San Miguel Arcángel” el: a, e, i, o, u y en mi pizarra planas aburridas de las consonantes con las vocales: ba, be, bi, bo, bu. A intervalos, me dormía, pero la señora Chepita me gritaba desde su cocina: “¡No te duermas niña Chee!” entonces me despertaba bruscamente y abría la bolsa de manta para darle unas cuantas mordidas al bolillo, y unos tragos a la botella de agua de limón, para despabilarme. Antes de las doce del día, llegaba mi hermana para llevarme a casa. Pasó el tiempo, crecí (aunque no mucho) y ya no cabía en la sillita, inicié la primaria en la escuela de mi barrio. En casa ya no había niños pequeños, por lo tanto la sillita ya no era utilizada. Como estaba bien conservada y era de madera fina, una vecina pidió a mi madre se la regalara o se la vendiera para su niño, pero yo lloré, grité y pataleé a fin de que no se la llevaran, pues yo sentía que era el único objeto que me pertenecía. La vecina se fue a su casa sin la silla yo me fui a la escuela, cuando regresé, ya no estaba la silla, al preguntar por ella, me dijeron que la habían guardado en el tapanco para que no se sintiera la vecina. Nunca supe la verdad, a lo mejor sí se la regalaron o vendieron a la vecina, y la guardada en el tapanco, solo fue un cuento que se inventó mi familia para que yo me aplacara, porque jamás volví a ver a la querida sillita que me regaló Tampico. Febrero de 2011

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Casi vivo

Cecilio Fernández García Aún recuerdo aquella tarde en que Maru Quintero te trajo a casa con una gran sonrisa en su rostro, y yo como siempre por cumplirle sus caprichos y no ver su seño fruncido, decidí en un abrir y cerrar de ojos que te instalaras en nuestra peculiar sala. Pero en estos momentos no solo ocupas un lugar en este espacio, sino también un espacio en mi corazón. Debió ser difícil para ti, soportar tanta indiferencia, ya que solo eras un mueble cuya finalidad era servir de asiento a una sola persona. Pero el tiempo ha pasado, y te has convertido en mi sostén, me llenas de tanta seguridad que me haces sentir digno y elegante. Pero qué decir de ti, que ahora te observo, eres única, no importa que seas obscura como la noche y que en un tiempo pasado no muy lejano, pertenecieras a magnates y gente rica, eso queda perdonado ya que solo quedamos tú y yo, porque sé que puedo contar contigo, como tú conmigo siempre, y en dado caso que te lastimen o quiebren, yo remendaré tus heridas. Quizá nunca logré dejar de mirar tus adornos, esos demonios con rostro de mujer, cuerpo de león y alas de ave, que tienes tatuados sobre tu cuerpo confeccionado de ébano, ese respaldo que encuentro en ti cada noche al leer a José Saramago, es peculiar, es fuera de serie. Esas siestas profundas que me hacen recordar escenarios que por ningún motivo volveré a vivir. Ahora puedo entender porqué mi Maru Quintero me nombró propietario legítimo de ti, mediante ese trámite administrativo, que me duele mencionar. Fue sobre ti quien escribió dicho documento, del mismo modo donde inició un sueño muy profundo del cual hasta el sol de hoy, no ha podido regresar. Lo que me hace fuerte es saber que ambos la extrañamos; que trataré de hacer todo lo posible juntos, porque sobre ti, podemos volver a sentirla con nosotros. Febrero 02 de 2011 46


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Reencuentro

Gloria Gallegos Ruiz El maestro del taller literario nos dejó de tarea hacer la descripción de nuestra sillita infantil. De pronto, algo dentro de mí se movió; sentí la pesada nostalgia del tiempo. Recordé cuando mi padre me regaló una sillita color rosa, de madera de pino, fue el primer regalo que me hizo. Tenía cinco años cuando iba a la escuelita. En el lugar donde nací no había jardín de niños, así que, tomábamos clase con una señora que por las mañanas enseñaba a leer y escribir, para asistir era necesario llevar un pequeño libro con las primeras lecciones y nuestra sillita. Llegó a convertirse en mi fiel compañera; iba conmigo a las fiestas de mis amiguitos, cuando veía la televisión y cuando me sentaba a escuchar en las noches los cuentos de la radio. Pasó el tiempo de la escuelita y en la primaria, ella ya no podía acompañarme, además ya se le aflojaban las patas muy seguido. Mi padre de vez en cuando le ponía algunos clavos, pero nunca volvió a quedar igual; tal vez por eso, un día mi madre decidió tirarla. Al paso de los años murieron mis padres, mis hermanos y yo heredamos la casa, misma que fuimos a limpiar a los pocos días del último deceso, empezamos por el cuarto de los tiliches. Con cierto cuidado movimos algunas cosas, de pronto... ¡ahí estaba en un rincón esperándome!. Noviembre 17 del 2010

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Mundo de gigantes Ricardo García Morales

En este mundo de gigantes, ¡Todo es tan grande! Me dicen que tengo tres años y que pronto creceré, que seré tan grande como ellos y que por eso debo de comer todo lo que mamá pone en mi plato. A veces las cosas están en lugares tan altos, que necesito la ayuda de alguien mayor para que yo las pueda alcanzar. ¡Todo me parece enorme!: las mesas, las sillas, las cucharas, pero sobre todo los vasos, que me cuesta tanto sujetar. Recuerdo cuando se me cayó un vaso de cristal, al romperse hizo un gran estruendo… ¡Crash! ¡Pero los grandes hicieron aún más ruido! ¡Me asusté mucho! Ellos dijeron que debía tener cuidado, ¡pero si yo tengo cuidado!, lo que pasa es que las cosas son muy grandes, mis manos muy pequeñas… y yo estoy creciendo tan despacio. Hoy sucedió algo maravilloso. El abuelo trajo una silla para mí, justo a mi medida. Es de madera, está pintada de amarillo y el asiento es de un tejido que llaman junco. Me gusta mucho, la llevo a la sala para sentarme con mamá o al patio para descansar. Por las tardes me siento a ver el libro con ilustraciones que mamá me lee para dormir; tiene cuentos de dragones, brujas, guerreros y magos. Algunas cosas me dan miedo, pero mamá dice que solo son historias que han inventado las personas para hacer volar la imaginación de los niños como yo, que las escucho fascinado. Ahora me dejan sentar en la mesa pequeña, porque con la silla no necesito que me estén cargando para comer. También me sirve para alcanzar las cosas que están en lugares altos; debo trepar con cuidado y estirarme mucho, pero es mejor que esperar a que alguien me ayude. Estoy feliz con mi silla, que es como una compañera en este mundo de gigantes, ¡Donde todo es tan grande! 23 de noviembre de 2011. 48


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Historia de Celina y la sillita heredada José González Gálvez

Todos los muebles, menos la silla del rincón que me ha servido para estar durante todo este tiempo. Gabriel García Márquez

Cuando el sol dobló la esquina de la tarde para hacer noche el día, las gallinas, casi chocando por la somnolencia, se colocaron ordenadamente en los horcones para disponerse a dormir. Celina, dentro del reto de una pubertad de pueblo, cerró con un aldabón la puerta del gallinero. En el suelo, la débil flama de un quinqué luchaba por no desaparecer. La niña con un vestido de popelina sin color, lo levantó y se marchó a la cocina. La estufa estaba encendida, en la hornilla se calentaba un café oloroso, y en el horno, el pan hinchado por la levadura. Dejó la lámpara con petróleo sobre la mesa, en silencio se sirvió el café en un pocillo de peltre, se sentó un su sillita de ocote burdo, adornada con unas florecitas pintadas a mano en el respaldo, y mordió gustosa una semita. Esa era su vida desde que tenía uso de razón: encerrar a las gallinas al oscurecer, recoger los blanquillos en las mañanas, limpiar los nidos, poner agua fresca y maíz limpio en los comederos. Su única distracción era sentarse en la sillita de patas torcidas, heredada de sus catorce hermanos anteriores, para devorar con gula discreta el pan dulce y quemarse la lengua con el café hirviendo. La cocinera, artrítica pero diligente, la consentía por ser la pequeña de la casa, y Celina correspondía a ese cariño tallando antes de irse a dormir, los dedos arqueados de la anciana. Celina creció dejando atrás los vestiditos ya casi sin forma por el uso frecuente de tantas hermanas, pero como era la última de la familia, continuó cuidando a las gallinas mestizas que se vendían para caldo con verduras. A pesar de su edad, 49


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no abandonó la costumbre de ir a cenar con la cocinera, que la esperaba ansiosa, con la sillita recién lavada a mano con estropajo, el pan oloroso y el café caliente. La anciana, ya casi ciega por tantas cataratas, le contaba de tantísimos años que habían pasado en esa casa de alegría, a la sombra de una inmensa ceiba con raíces retorcidas como sus dedos. Celina reía con sus ocurrencias sentada en la sillita a pesar de su tamaño de mujer joven. Así descubrió que a pesar de su aislamiento existía otro mundo más allá de las cercas de palo mulato; un universo donde la gente se entendía en varios idiomas como torre bíblica, y viajaban a través del viento en vehículos de metal. Entonces también aprendió a desear. Una noche, ni Celina le abrió la puerta a las gallinas que ya estaban enloquecidas de sueño, ni la vieja horneó pan ni preparó café. Las dos abandonaron la casa que las vio crecer y envejecer, y cargando sus pocas pertenencias en una maleta desvencijada, subieron al último camión de las nueve y media, que hacía el recorrido a la capital. En la cocina apagada, quedó la sillita de ocote que de tanto uso ya había perdido el dibujo de las florecitas pintadas a mano.

Enero de 2011

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Yo, la que no recuerdas Carolina Guzmán Sol

No es posible que con la descripción que hizo Rosa María puedas ubicarme ahora, para eso debes profundizar en detalles particulares y en tus emociones. Pero me parece, que tus intentos han sido fallidos porque no fui la que tú querías, Alicia simplemente compró la más barata; probablemente, eso debió ser camino al Puente Xallitic, con el señor feo que permanecía sentado a la sombra del árbol chueco. Yo tampoco lo recuerdo con certeza; pudo haber sido incluso donde todos los campesinos desparraman las verduras y frutas, o bien, a la vuelta del Parque de Los Berros. Perdonarás la inexactitud, pero, han pasado como treinta y ocho años, no creas que mi memoria no se ve también afectada. Tú insistes en recordarme por los colores vivos de arriba en contraste con las patas negras, además de un tamaño más grande, pero ese comentario me da más coraje, pues nunca tuve ese verde hoja que tanto te gusta y debes saber que el amarillo se miraba mal junto al color naranja; incluso, fui tan pequeña como tú. Lo que me queda claro por ahora es que nunca me aceptaste, es una de tus costumbres; tienes una cosa y buscas cambiarla por otra; lo mismo hiciste con los tortilleros de metal en casa de “los niños de enfrente”, sabiendo que ellos no eran buenos haciendo las empanadas de plastilina, se los diste a cambio del frasco con luciérnagas que todos atraparon durante la noche, luego lo regresaste por que de día no mirabas las luces. Rosa María me quiso lo suficiente pero tú ni el esfuerzo hiciste, ¡qué importaba si nunca me pintaron y sabría Dios qué árbol me parió! a fin de cuentas eso fue algo ajeno a mi voluntad, lo importante es lo que vivimos juntas; cada que estabas conmigo yo te escuchaba como una amiga a la que se aprecia. Te acompañé muchas veces a los juegos del Paseo de Los lagos, para que alcanzaras el pasamanos, ¡eras tan feliz! Durante la 51


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temporada de desfiles en el estadio te sentabas conmigo a disfrutar del espectáculo, y en el Parque Los Tecajetes durante las vacaciones, pasabas quieta largo rato mirando al perro de agua que nadaba en ese estanque. Hoy para mi venganza, te diré que la que tú recuerdas tampoco fue tuya, esa, la de colores, era la silla de “los niños de enfrente”.

Marzo de 2011

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En palo de rosa Rosa Lotfe Calderón

Los detalles de la habitación que compartí con mis tres hermanas aún permanecen frescos en mi memoria. Entre aquellos muros pintados en un suave y cálido palo de rosa transcurrieron los momentos más vívidos de mi lejana infancia. La recámara estaba ubicada al final de un largo pasillo tapizado de libreros y era la más grande de la casa. La gruesa puerta de la entrada era en madera color cereza, debía medir como tres metros de altura, tomando en cuenta la cornisa en la parte superior del marco. En el interior, el mobiliario estaba hecho a la medida en un tono marfil veteado, que contrastaba armoniosamente con las paredes y el verde seco de los mosaicos del piso que encuadraban el dibujo de una solitaria flor de lis. El cabezal de una sola pieza de cuatro metros de ancho, servía de respaldo a dos grandes camas separadas en el centro por un buró con cuatro cajones pequeños. El tocador, empotrado en una de las paredes laterales se coronaba con un espejo inmaculado, circular y sin marco. Frente a éste, un mullido taburete redondo y de bajo respaldo forrado con una tela lisa y rosácea que hacía juego con las sobrecamas. El mueble más sobresaliente era la enorme cómoda del mismo ancho del cabezal con doce gavetas, tres para cada una; la de arriba tenía llave para que guardáramos las cosas de valor, la segunda era para la ropa interior y las piyamas, mientras que la tercera estaba destinada a los trajes de baño, los shorts y las playeras. Como dato anecdótico, no puedo dejar de mencionar que en ese entonces, los permisos estaban supeditados a la minuciosa revisión que mi madre hacía al closet ya los cajones; si ella encontraba algo fuera de lugar, no había llanto ni súplica válida que la hiciera desistir de su negativa. Sobre la cómoda estaban alineadas pequeñas figuras; unas de porcelana y otras de pasta; réplicas de santos y vírgenes, que a 53


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decir de mi madre, eran los que nos protegían. Cada una tenía la suya, la mía era Santa Rosa de Lima y en su base se guardaba un rosario de filigrana que había pertenecido a mi abuela paterna. A mí la que más me llamaba la atención era la imagen del ángel de la guarda, con sus palmas unidas, su mirada y su sonrisa benevolente que nos contemplaba sobre el buró, a la hora de rezar antes de acostamos a dormir. Lo único que rompía con toda esta ordenada pulcritud y simetría, era un tocadiscos portátil color magenta que nos trajo de Nueva Orleans una hermana de mi papá. La consola estaba en la sala y casi nunca nos dejaban estar en ese lugar de la casa, así que mi madre accedió a que colocáramos el “moderno” aparato en la esquina de la cómoda al lado de los “santitos”; en aquel tiempo la televisión aún no llegaba a Coatzacoalcos, así que el momento mágico del día era cuando regresábamos del parque y antes de la cena. Le llamábamos “la hora del tocadiscos”. Sacábamos todos los juegos del baúl y poníamos el cuarto de cabeza; bailábamos Con las canciones de Cri-Cri o escuchábamos atentas los cuentos infantiles. Nos reíamos hasta las lágrimas cambiando las revoluciones de 33 a 45 ó 78. Más tarde nos dio por disfrazarmos y cantar usando los cepillos como micrófonos para imitar a nuestros ídolos de las películas de aquel entonces: Rocío Dúrcal y Marisol. Hoy, la nostalgia me transporta hacia aquellos muros pintados en palo de rosa que cobijaron los breves instantes -de eufórica libertad- que compartimos esas cuatro niñas que jugaban a vivir y...cierro mis ojos para escuchar sus risas. Abril de 2010

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Mi sillón verde

Lourdes Marín Ramírez El alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela. Julio Cortázar

Estoy convencida que todos los humanos tenemos un lugar especial, un lugar de preferencia, de reposo, de apego, de encuentro con nosotros mismos. Y si partimos de la base que el cuerpo humano requiere dormir y descansar aproximadamente la tercera parte de cada día, concluimos que la recámara reúne las características de privacidad, confort y paz para ser el lugar preferido de gente como yo. Mi recámara es un oasis, su puerta es de madera y cuando la traspaso inhalo diferente, suelto los brazos, mis pies se adhieren a la tierra y exhalo sacando la tensión anquilosada. Lo más importante de mi recámara es un sillón de terciopelo verde, que se ha ido embelleciendo con la crítica de propios y extraños. Si algún objeto ha sufrido atentados es “mi sillón verde”, ha sido criticado, vapuleado y a punto de ser llevado al basurero. Cortázar menciona otro mueble similar en su cuento “Continuidad de los parques” y quizás por eso me deleité leyéndolo. Desde ese mágico lugar disfruto mi alcoba. A la derecha un buró que antes fue objeto decorativo y que ahora, con algo de imaginación, es la mejor mesa de noche que pude tener; sobre ella, una lámpara de color tenue proporciona la luz necesaria para mi lectura y una madona de cristal esmerilado prodiga la paz que a veces es interrumpida por el teléfono, objeto que por razones prácticas también debe estar ahí. Debajo del buró conservo algunos libros, pocos, como la Biblia, un diccionario y otros textos a medio leer. A la izquierda, un ropero antiguo me recuerda el arraigo familiar, con sus dos puertas y el gran copete de madera labrada, platica silenciosamente de generaciones pasadas, de secretos, de nacimientos, de duelos, de catástrofes naturales que lo deterioraron tal vez, pero que jamás 55


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sucumbió. Al lado de este majestuoso mueble está un pequeño tocador, con otra lámpara, un espejo diminuto y un confortable taburete. En la parte de arriba de la pared está colocada la galería familiar; con fotos de los abuelos, mis hijas, mis nietas y un reloj redondo al centro. Detrás de mi “sillón verde” está un closet grande que ocupa todo lo ancho de la habitación y en un extremo la máquina de coser, que permanece cerrada por largas temporadas, pero que resulta de gran utilidad cuando me refugio en ella creando y componiendo prendas, que más que elegantes resultan prácticas y cómodas en la rutina doméstica. La cama está en el centro, tiene una cabecera forrada con tapiz color marfil; el tamaño no lo describo, pero es el adecuado para todo, para descansar, para leer, para platicar, para sostener a toda la familia en caso de ser necesario y también, entre otras cosas...para dormir. Comparto la recámara con mi esposo, y sin profundizar en la descripción del espacio que le corresponde, solo diré que en su sección hay un mueble con muchos libros, una inmensa televisión y un gran cajón para sus gorras. Compartimos también un baño, con un enorme tragaluz que permite entrar al sol y que prodiga vida y color a las plantas que lo decoran, además, del placer de escuchar las hermosas sinfonías que las gotas interpretan sobre el techo traslúcido en los días lluviosos. Hasta aquí la cordura me permite describir mi recámara, solo enfatizo que mientras pueda, jamás intentaré cambiar nada de este maravilloso rincón.

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Luna llena

Dora Berenice Paredes Acosta Había nacido con luna llena. El padre contaba que, mientras la llevaban a los cuneros, no dejaba de lanzar diminutos golpes al aire, como si estuviera lista para las peleas de la vida. Tardó, sin embargo, en aprender a caminar. Consentida por los familiares que vivían a su alrededor, en ese primer año de vida no consideraba necesario dar los primeros pasos pese a la preocupación materna. Finalmente caminó, y eso causó júbilo y excesiva admiración entre la parentela que la rodeaba. Nacho, el más joven de los primos de la madre, embaucado por esos ojos enormes y ese cabello rizado que la distinguiría a lo largo de la vida; le llevó un regalo muy especial: una sillita de madera rosa con flores azules en el respaldo. La abuela, orgullosa de esa nieta que tenía una piel aperlada, la vistió de gala para que se sentara a contemplar la tarde. El primo Nacho le había dado una especie de trono desde donde ejercería el poder de fascinación que dan los primeros años de vida. Su madre, con toda su sabiduría, no dejaba de levantar la ceja con desaprobación cada que su niña era llenada de mimos y apapachos. Una de esas tardes, en la que la abuela se sentaba a tomar café en su poltrona, y colocaba a la pequeña en esa silla color rosa mexicano, pasó lo impensable: por primera vez los oscuros ojos infantiles se fijaron en los azulejos blancos del piso, decorados con un diseño azul brillante, que la llevaron a descubrir el quicio de la puerta. Entonces resultó que la princesa dejó la silla y fue a sentarse exactamente allí: al final de esos azulejos blanquísimos, con esos manchones azules que la subyugaron. La nena, con esos ojos que Dios y madre le habían dado, decidió contemplar a todo y a todos los que pasaban frente a la casa de la abuela materna desde el lugar elegido por su voluntad. A partir de esa tarde, jamás se volvió a sentar en la sillita, era 57


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como si una princesa dejara el trono, o quizĂĄs, cansada de tanto mimo y ejerciendo una incipiente autonomĂ­a, escogiera el lugar desde donde habĂ­a decidido contemplar el mundo: el umbral de su voluntad.

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La sillita del niño Roberto Sánchez Cortes

¡Ajá! Exclamó el padre. Ahora quieres comprarle al niño una sillita porque recién ha crecido y necesita descansar. Pero ¡los niños no se cansan!. Hete aquí que corren todo el día de un lado para el otro, jugando con las cajas de cartón, aunque les hayan comprado los mejores juguetes del mundo, y tú quieres ponerlo a descansar. ¡Cómo se te ocurre! La señora no respondió, dobló su costura y la depositó en el cestillo de mimbre que usaba como costurero, se levantó de la mecedora, se puso el delantal, y después solícita preguntó a su consorte: ¿Tienes hambre, para prepararte la cena?. Él asintió. Así que ella se dirigió a la cocina, encendió una hornilla de la estufa y comenzó a preparar unos huevos con chorizo, que eran los preferidos de él. Mientras preparaba la cena, comentó: el niño está dormido, jugó mucho toda la tarde con sus carritos de madera, que le compraste en Morelia, parece que sus primos se divirtieron tanto como él, porque terminaron sucios y cansados, así que lo bañé, me dijo que tenía sueño y le preparé un atole de arroz, que bebió con apremio hasta el fondo, se subió a la cama y se quedó dormido. Sirvió con esmero la cena, acompañó el platillo con frijoles refritos, rebanadas de plátano roatán y café de olla. Se sentó junto a él y le preguntó cómo había sido su jornada de trabajo. Él gruñó que el camión se había ponchado en dos ocasiones, lo que dificultó bastante la entrega de la mercancía que le habían dado para transportación; además parecía que el camión no lo quería, porque justo se había ponchado donde no había ni siquiera un árbol para sombrearse. En eso estaban cuando se oyó un grito desde la recámara del niño. La señora dijo: baja mi amor, ya llegó tu papito. Se oyó el es59


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truendo sobre las baldosas producto de la carrera del niño, que se arrojó sobre los brazos del padre. Él lo encaramó sobre sus rodillas y lo besó. El niño comenzó a meter las manos en el plato de su padre, lo batió de frijol y de manteca de los plátanos. Entonces él pidió a su esposa que sentara a su hijo en otro lado. Entonces ella contestó que le había comprado una mesita para que comiera aparte, que el niño lo había aceptado pero que le faltaba una silla. Al día siguiente el padre se presentó con una linda sillita labrada en caoba, barnizada y coronada con dos pequeñas esferas en el respaldo. Llamó al niño y le dijo: mira lo que te compré para que puedas comer en tu mesa. El niño se sentó en su nuevo mueble, le dijo a su mamá que le sirviera ahí su comida, y comenzó a comer, desparramando todo sobre la silla y la mesa. El padre exclamó orondo: tenemos un encanto de hijo, ¡Mira lo bien que come solo!

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La silla de mi infancia Lilia María Zamudio Ortiz

La verdad es que a mis dos años y después de medio siglo, es poco lo que recuerdo de este momento particular, una fotografía que he fijado con alfileres de plata. Mi familia en ese entonces estaba formada por mis abuelos, padres de mi propio padre, de mi madre y de mi hermana recién nacida. ¿Cómo llegó la silla a casa? Pues como llegaban todos los regalos para la primera nieta: de manos de mi abuelo Luis. La jovencita que me acompañaba era Marcelina, mi cuidadora y un poco mi nana. Corrían otros tiempos y la niña de dos años que era, no sentía necesidad de nada, porque el abuelo se desvivía por complacerme. De sobra está añadir que el cariño y la atención era lo que más demandaba y lo recibía siempre en abundancia. Hurgando en los recuerdos de mi madre, me dijo que esa silla mecedora, llegó un mediodía con mi abuelo al regreso de su trabajo como encargado de un sitio de taxis. A ese lugar llamaban o llegaban las personas para pedir los servicios de un auto de alquiler por hora o por dejada. Situado en pleno centro de la ciudad, llegaban también vendedores de gallinas de rancho y empleados del muelle que vendían enlatados y embutidos, que hábilmente sacaban de las larguísimas bolsas del pantalón, hechas a propósito para transportar las cosas, semejando las ropas de los pachucos muy de moda en ese entonces. Él situaba la silla en la sala de la casa, junto a la mecedora tlacotalpeña de mi abuela, cuando ella recosía con un huevo de madera, los calcetines de mi abuelo Luis. A él nunca le gustó dormir en cama, siempre lo hizo en catre de yute, porque decía que era más fresco. Por eso alguna tarde usaba la cama de mi abuela Mauricia y me llamaba a recostarme junto él. Yo con la cabeza sobre su brazo, escuchaba embe61


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lesada el cuento de la cigüeña blanca que me había depositado en esa casa. Cuando tuve cinco años, hubo otra sillita de madera que acompañada de una tablita asentada sobre mis rodillas, hacía las veces de escritorio en la pequeña sala de la maestra Chepita. Ahí todos los días de nueve a doce y con la ayuda de una pizarra negra colgada detrás de su vieja puerta de entrada, me enseñaba las letras y los números, que después con dedicación me hacía dibujar sobre mi cuaderno siempre guiando mi mano con la suya. Tal vez hubo otras sillas, pero la constancia fotográfica y los recuerdos de mi segunda silla en la escuelita, han llenado ese espacio dedicado a ellas.

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AGRADECIMIENTOS Agradecemos a la UNIÓN FEMENINA IBEROAMERICANA por el encuentro de ideas en favor de la literatura, como una forma de promover la cultura de los pueblos.

A Yesoductos Dragados y Canales, que no ha movido cielo y mar pero sí la tierra para el fluir de las letras de este proyecto. Gracias.

Institución de prestigio que con ahínco genera compromisos sociales; que dio sustento y aliento para el logro de esta obra colectiva, fomentado el pensamiento libre, como una lección formativa extramuros.

Por la gentileza de involucrarse en esta producción editorial, como materia prima y aditivo que dio vida a la cadena de compuestos del quehacer literario, procesando ideales derivados del desarrollo cultural.

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Invitaci贸n al evento 2012

Presentaci贸n Toque de Queda No. 6. Junio 2011.

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Evento DĂ­a Nacional del Libro. Noviembre 2010

Cena Bernales. 2011 66


Cena Navide単a. 2011.

Cena Navide単a. 2011 67


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Bernales tallereando. Febrero 2011

Bernales tallereando. Febrero 2011.

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Cena Navidad. Diciembre 2011

Presentaci贸n Toque de Queda No. 6. Junio 2011. 69


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Toque de Queda No. 7, se terminó de imprimir en noviembre del 2012, en Editora laVoz del Istmo, S.A. de C.V., En los talleres de Editorial Robles ® Cuauhtémoc No. 1608 Col. Puerto México, Coatzacoalcos, Ver. El tiraje consta de 1000 ejemplares. Impreso y hecho en México.

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En el Taller Literario sesionamos los días miércoles, en horario de 20:00 a 22:00 hrs. Informes: 21 20422 (Casa de Cultura) correo: guzman72010@hotmail.com Difusión cultural del taller. Visita nuestra web

http://bernalescoatza.blogspot.com

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Toque∙de∙Queda Un espacio para la palabra 7

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Noviembre 2012


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