I CONGRESO EUCARÍSTICO Y MARIANO ARQUIDIÓCESIS DE LIMA Recopilación de discursos, homilías y ponencias Del 29 de mayo al 6 de junio de 2010
I CONGRESO EUCARÍSTICO Y MARIANO ARQUIDIÓCESIS DE LIMA Recopilación de discursos, homilías y ponencias Del 29 de mayo al 6 de junio de 2010
© Arzobispado de Lima, 2011 Jirón Chancay 282 - Cercado de Lima www.arzobispadodelima.org Primera Edición – Diciembre 2011 1000 ejemplares No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, sea electrónico, fotocopia, registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del titular del Copyright. Cualquier acto ilícito cometido contra los derechos de Propiedad Intelectual que corresponden a esta publicación será atendido de acuerdo al D.L. 822 (Ley sobre Derechos de Autor) y con leyes que protegen internacionalmente la propiedad intelectual. Oficina de Pastoral Arzobispado de Lima Impreso por Graffic Express de Carlos Rojas Huerto Av. Los Paracas No. 682 - Urb. Recaudadores. Ate. Lima Teléfono: 4296964 Lima, diciembre de 2011 Impreso en Perú - Printed in Peru Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú No. 2011-15746
Índice - ENCUENTRO MARIANO Plaza Mayor de Lima, 29 de mayo Discurso del Cardenal Juan Luis Cipriani Thorne Arzobispo de Lima y Primado del Perú - ENCUENTRO CON LAS FAMILIAS Coliseo Mariscal Cáceres (Chorrillos), 30 de mayo Homilía del Cardenal Juan Luis Cipriani Thorne Arzobispo de Lima y Primado del Perú - SIMPOSIO TEOLÓGICO INTERNACIONAL Auditorio del Colegio San Agustín, del 1 al 3 de junio • Discurso inaugural del Cardenal Juan Luis Cipriani Thorne Arzobispo de Lima y Primado del Perú • Cardenal Antonio Cañizares Llovera Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Ponencia: “La Eucaristía, Misterio de Nuestra fe” • Monseñor Juan Ignacio González Errázuriz Obispo de San Bernardo - Chile Ponencia: “Forma Eucarística de la vida Cristiana” • Monseñor Emilio Carlos Berlie Belauzarán Arzobispo de Yucatán - México Ponencia: “María, mujer Eucarística”
- ENCUENTRO CON LOS JÓVENES Campo de Marte de Lima, 5 de junio. Discurso del Cardenal Juan Luis Cipriani Thorne Arzobispo de Lima y Primado del Perú - SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI Clausura del I Congreso Eucarístico y Mariano de Lima Campo de Marte de Lima, 6 de junio Homilía del Cardenal Juan Luis Cipriani Thorne Arzobispo de Lima y Primado del Perú
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Encuentro Mariano Plaza Mayor de Lima Sàbado, 29 de mayo de 2010
Discurso del Cardenal Juan Luis Cipriani Thorne Arzobispo de Lima y Primado del Perú
Muy queridos hermanos en el Episcopado, sacerdotes, religiosas, religiosos y miembros de las diferentes comunidades, que hoy con tanto cariño nos acompañan en este encuentro lleno de amor a Nuestra Madre Santa María. La confianza es una señal de los buenos hijos. Madre Mía, en ti confiamos. Míranos con compasión, no nos dejes solos. Acompáñanos y fortalécenos. En el rezo del Rosario hemos unido a la meditación, el gozo, pidiéndole tantas cosas buenas, dándole gracias, contemplándo a Nuestra Madre. Les pido a todos con mucho cariño, seamos verdaderamente marianos rezando el Rosario, participando de esta cruzada del Rosario en los hogares, en los hospitales, en las calles y en todos los rincones del país. María siempre es la puerta por donde entramos a ver a su hijo Jesús. En este Congreso Eucarístico y Mariano hemos querido empezar de la mano con nuestra Madre. El testamento de Jesús lo recordamos todos: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. 7
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¡Qué buena es María!, ¡cómo nos ha recibido desde el primer instante como madre! Seamos buenos hijos de tan buena madre. Por eso el propósito concreto es el rezo del Santo Rosario en las parroquias, en los hogares y en los colegios. Reza un misterio, un Ave María, y contempla la vida de María junto a Jesús. De esa manera, hermanos, queremos terminar esta vigilia. Estoy seguro que desde el cielo Nuestra Madre nos contempla. Para mí es de particular emoción ver a María, a Nuestra Señora de la Evangelización con esa rosa que le entregó el Papa Juan Pablo II. Por eso quisiera, de una manera muy concreta, que estemos muy unidos al Santo Padre con la oración, con la obediencia, con ese amor lleno de obras; muy unidos a los pastores y a los sacerdotes. Y también quisiera pedirles que elevemos un gran aplauso por el Papa Benedicto XVI. Agradezco a todos los que han participado en la organización de esta noche maravillosa. Que Dios los bendiga de una manera muy especial. Damos inicio ya al Congreso. Mañana tendremos la celebración del día de la familia. Desde ya los convoco a participar en sus parroquias en esta Semana Eucarística y los invito al Campo de Marte, el día sábado por la juventud y el domingo Solemnidad del Corpus Christi. Que Jesús se sienta bien en esta ciudad porque Lima es una ciudad Eucarística.
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Encuentro con las familias Coliseo Mariscal Cáceres de Chorrillos Domingo, 30 de mayo de 2010
Homilía del Cardenal Juan Luis Cipriani Thorne Arzobispo de Lima y Primado del Perú
Muy queridos hermanos, Con mucha alegría me dirijo a todos ustedes que han venido de distintos lugares, que han tenido que madrugar, a todas las parroquias con sus párrocos a la cabeza quienes se han organizado para estar aquí, los saludo con mucho cariño. Saludo especialmente también a esos hermanos nuestros que nos siguen afuera del Coliseo, pero en el espíritu los tenemos aquí presentes1. Queridos hermanos Obispos Auxiliares de Lima, saludo especialmente a todos los sacerdotes, religiosas y religiosos y a todos los que con tanto esfuerzo han preparado esta jornada que tiene como centro la Eucaristía, a todos ustedes mi cariño, mi cercanía y mi saludo más fraterno.
1. La convocatoria a los encuentros fue masiva, a tal punto que se superó la capacidad del Coliseo Mariscal Cáceres y numerosos fieles siguieron el encuentro desde las afueras, a través de unas pantallas gigantes.
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La familia es el primer camino y el más importante que nos lleva a Dios En las palabras del libro de los Proverbios que hemos leído ahora, nos dice el Señor que Dios gozaba con los hijos de los hombres. Esto es lo que hoy, en esta Eucaristía dedicada a la familia, queremos vivir, del gozo de la presencia de Dios, del gozo del amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones. Hoy, al recordar esta Solemnidad de la Santísima Trinidad, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, con gran pasión inclinamos nuestra cabeza. ¡Qué grande es nuestro Dios!, ¡Qué bueno es nuestro Dios!, ¡Qué admirable es nuestro Dios! Y al contemplar a todos ustedes acá reunidos: papás, jóvenes, niños, abuelas, abuelos, queremos contemplar a todas las familias de la Arquidiócesis de Lima. Entre esos caminos que nos llevan a Dios, la familia es el primero y el más importante. En primer lugar, porque todos nosotros hemos venido al mundo en el seno de una familia, el mismo Hijo de Dios vino al mundo en esa Sagrada Familia, en ese vientre purísimo de la siempre Virgen María, en esa custodia del hombre fiel y puro, José. Por eso, nos dice San Juan que tanto amó Dios al mundo que nos dio a su Hijo único. Jesús pasa gran parte de su vida en una familia. Hermanos, esto es vital e importante. Todos recordamos con enorme agradecimiento a nuestros padres, todos queremos a nuestra mamá, a nuestro papá y los papás ¡cómo quieren a sus hijos!, y no digamos las abuelas. 10
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¡Benditas sean las abuelas! No se pongan celosos los papás, pero las abuelas pueden engreír, los papás ya tienen que educar. Las abuelas en estos tiempos son un tesoro en tantos hogares donde el papá y la mamá salen a trabajar, tiempos en que a veces surgen pequeñas dificultades en la casa, ahí está la queridísima abuelita en un rincón mirando al nieto, preparándole unos pequeños detalles, acompañando a la hija o al hijo para que tenga paciencia y le hable con experiencia. Por eso en la familia hoy más que nunca son necesarios los abuelos. La Oración, modo sencillo de unión familiar Yo quisiera brevemente hablarles de estas palabras de Jesús “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos”. Ahora, que estamos más de dos o tres en nombre de Jesús, ¡aquí está Jesús con nosotros! “Yo estoy contigo”. Y es muy necesaria en la familia que la oración esté siempre presente, de manera sencilla. Enseñar a los hijos hacer la señal de la cruz, enseñarle a los hijos agradecer a Dios cuando se levantan por la mañana y cuando se acuestan por la noche. Esa oración en familia, que tantas veces está presidida por un crucifijo en algún lugar de la casa o por el Sagrado Corazón de Jesús o por esa imagen preciosa “Jesús, en ti confío”, son diferentes maneras de recordar: Jesús, tú tienes un lugar especial en mi hogar. Por eso, los animo a no dejar esa costumbre maravillosa de que el hogar esté presidido por una imagen de Jesús, por un crucifijo, por una imagen de la Virgen, porque así 11
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cuando llegas, tu primer saludo es: "Hola Jesús de mi alma, acompaña a mis hijos, acompaña a mi mujer, a mi marido"; y el hogar se convierte en un hogar de Dios. Por lo tanto, propósitos concretos: oración en familia, Cristo reinando en el hogar, María y el rezo del Rosario en familia. No es fácil, pero poco a poco, porque como les he dicho, Jesús goza con tus hijos, con tus nietos, contigo papá y mamá, con aquel joven que juega al rebelde, que no es rebelde. Todos hemos pasado por esa rebeldía a los 12, 13 ó 14. “No me da la gana”, “Vamos a Misa: No quiero”, “¿A qué hora regresas?, no sé”. Pero también Jesús les pide a los papás ¡paciencia! Es la edad de la juventud. Sepamos comprender, acompañar y ayudar. Por eso, ¡oración en la familia! Defendamos la vida en este mundo que vive una crisis de verdad Les digo con verdadera preocupación ¡cuidemos la vida desde la concepción, desde ese primer instante de la vida hasta la muerte natural! Dios es tan bueno que le ha dicho al papá y a la mamá “Pongo en ustedes una inclinación natural, buena, que los lleva a amarse en ese amor conyugal del cual brota la vida”. Papás y mamás, ¿hacen el propósito serio de defender la vida desde la concepción hasta la muerte? ¡Hay que defender la vida! No podemos negar que estamos en una época en el mundo entero que vive una gran crisis, porque hay una crisis de verdad. No nos interesa a veces conocer bien qué es el amor, qué es la vida, qué es la alegría, qué es la belleza, qué es la bondad, qué es la solidaridad, qué es la justicia. Se ha perdido la posibilidad de comunicarnos. Porque yo digo amor y uno se imagina una cosa contraria al amor, y yo 12
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digo libertad y mucha gente entiende “hago lo que me da la gana”, ¡No! Por eso si se complican las palabras, que cuando yo te digo “te quiero” no te digo “te deseo” y porque te quiero te respeto y porque te respeto te amo; te amo como mujer, como hija, como esposa, como madre, como abuela, pero no como un objeto. El amor sigue siendo la razón principal que une a la familia, pero conozcamos la verdad ¿qué es amor? “Tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su Hijo”. Promesa familiar de amar el amor hermoso, de educar a sus hijos para que sepan amar limpiamente. ¡Papás tienen esa obligación de amar limpiamente! Yo lo veo aquí, todos están diciendo con su mirada y con su alegría, “háblanos de ese amor hermoso; háblanos de ese cariño de padres e hijos; queremos ser buenos, queremos amarnos; ¡ayúdennos!; ¡Iglesia, llévanos por el camino del amor!" Y eso es lo que quiere la Iglesia: enseñarles a buscar ese amor hermoso y ese amor hermoso nos llena de alegría. Por eso, junto a la oración les he hablado del amor y junto al amor les hablo de la libertad. La libertad significa: me entrego porque quiero y me entrego a algo bueno, me entrego por amor, para amar. ¡Papás, mamás e hijos, eduquen esa libertad! Si sabemos escoger bien, si sabemos escoger la verdad, si sabemos amar seremos libres, nadie nos contará cuentos, seremos muy libres en el bien, en la verdad, en el amor y en la oración. ¡Y eso es amor hermoso! Y ¿qué dice el cuarto Mandamiento?: “honrar padre y madre”. La honra tiene que ver con la justicia y la justicia 13
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tiene que ver con el amor a Dios. Por eso cuando dicen honrar, pues yo respeto por amor a Dios el amor a mis padres y ese honrarlo tiene que ver con la obediencia. Tarea importante de la familia: Educar a los hijos en la verdad Papás, tienen una autoridad que es ejemplo, una autoridad que es ayuda y amor. Hijos, tienen una obediencia que no es esclavitud pero es viendo el ejemplo, escuchando a los papás; seguirlos, y cuando ya están un poco mayores, ayudarlos; y cuando se ponen un poquito majaderos, comprenderlos. La edad pasa, no somos siempre niños. Este cuarto Mandamiento nos lleva a honrar, a amar y a obedecer a los padres. Y a los papás los lleva a querer y a educar a sus hijos. La educación es una tarea muy importante en la familia. Educar a sus hijos en la verdad y educar a sus hijos en el amor. Por eso papás, la principal tarea cuando traen una vida al mundo es educar a sus hijos. Los hijos no se entregan a las escuelas y a los colegios. ¡No! Es tu tarea, la escuela te ayuda, el colegio colabora, pero papás ustedes son los primeros y los principales educadores de sus hijos. No abandonen el hogar porque la educación es fundamental. Hagamos este propósito. El Pastor con tanto cariño les dice eduquen a sus hijos en la libertad, en el amor, en la alegría y en la verdad. En ese ámbito de la educación, la Iglesia tiene un papel muy importante, la Iglesia procura formar en la fe la educación religiosa, por eso acudan a las parroquias, a esa Catequesis de Primera Comunión. Cuando somos niños somos buenos, los papás están 14
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cerca; pero cuando crecen un poco hay que poner más esfuerzo. Cuando pasa el tiempo y los hijos más los necesitan, a veces los papás se cansan. ¡No se cansen! Ese muchacho, esa hija, te necesita mucho. A los párrocos, a los religiosos y religiosas, a las profesoras de los colegios les agradezco esta tarea de Catequesis, este esfuerzo para preparar los Sacramentos a toda la comunidad parroquial. Muchas gracias por esa tarea en la educación religiosa. Muy queridas familias, ¿ustedes tienen miedo a los riesgos? Pues atrévanse a amar a Jesús, atrévanse a confesar su fe, atrévanse a rezar, atrévanse a decirle al amigo que está al lado “Yo amo a Jesús”, atrévanse a sacar su Rosario y a rezarlo. Entren a esas preciosas Capillas del Santísimo, lleven a sus amigos, a sus parientes y amigos del barrio. Que la gente vea que tenemos una fe viva. No tengamos miedo. La fuerza de Dios es mucho más grande que las dificultades. Pregúntenles a sus abuelos, yo jugaba básquet en este coliseo. No pensé que Dios tuviera tanta paciencia, que me llamara al sacerdocio, que luego me llamara al episcopado y luego me hiciera Cardenal. Yo pensé que en el básquet terminaba todo. Pero así es la vida, así llama Jesús. Nadie programa. En este coliseo que es un gran templo, Jesús vendrá ahora, renovando su muerte en la cruz, sacrificio, dolor por tus pecados y por los míos. Y el sacerdote dirá "Esto es mi Cuerpo"; y cuando el sacerdote levanta ese pan, ya no es pan, es el Cuerpo de Cristo. Y lo mismo sucede cuando el vino se convierte en su Sangre. En este momento tan bonito le pediremos a Dios be15
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dice a todas las familias, a los hijos, a los abuelos, a los nietos, a los hermanos, vivos y difuntos, para que en esta gran Comunión de los Santos veamos cómo sube al cielo adoración, amor, alegría, fe, dolor, perdón y esperanza; sube un arco iris lleno de nuestros sentimientos y deseos. Y el Señor que goza nos recibe, nos escucha, nos bendice y nos ayuda. En estos tiempos les he hablado con esta fuerza de la verdad, para que comprendan los grandes bienes del matrimonio, de la familia, de la vida, de la educación y el gran misterio del amor de Dios Uno y Trino volcado en el amor humano. El Espíritu Santo nos une, nos da fuerzas; uno siente que hay un solo corazón, un solo pensamiento. Quisiera agradecerles muchísimo a los Obispos, a los sacerdotes, religiosos y religiosas y a todos los grupos que hoy con el esfuerzo de todos nos hemos reunido en nombre de miles de familias. Los espero el domingo que viene en el Campo de Marte, a ver si entre todos movilizamos a Lima para decirle ¡cuánto lo amamos! Queridísimos hermanos y hermanas, hacemos el compromiso, como familias cristianas de ser discípulos y misioneros. Que la Sagrada Familia: Jesús, María y José. Que la Familia de Dios: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Que esa familia humana y divina presida nuestros corazones, nuestros pensamientos. Y qué mejor que terminar con una gran alabanza a Nuestra Madre: María, Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, esposa de Dios Espíritu, más que tú sólo Dios. Madre del amor hermoso, ¡acompáñanos, bendícenos y protégenos! Así sea.
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Simposio Teológico Internacional Auditorio del Colegio San Agustín Del martes 1 al jueves 3 de junio de 2010
Discurso Inaugural del Cardenal Juan Luis Cipriani Thorne Arzobispo de Lima y Primado del Perú
Muy buenas noches tengan todos, Quiero saludar y dar la más cordial bienvenida, con un especial agradecimiento a mi amigo y hermano el Cardenal Antonio Cañizares, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, añado yo, muy cercano colaborador del Santo Padre Benedicto XVI. Saludo también a mi amigo, el Señor Obispo Juan Ignacio González Errázuriz, quien viene de la Diócesis de San Bernardo, en Chile, que mañana nos hablará de la Coherencia Eucarística, sus consecuencias en la vida y en la sociedad. Muchas gracias Juan Ignacio por acompañarnos. A mi querido amigo Monseñor Emilio Berlie, Arzobispo de Yucatán, que ha llegado recién esta madrugada.
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A los señores panelistas, mi agradecimiento por su generosa participación, muy queridos hermanos Obispos, sacerdotes, religiosas, quiero también presentarles al nuevo Secretario de la Nunciatura Monseñor Kevin. Bienvenido. A todos ustedes que hoy nos acompañan en esta primera jornada mi saludo lleno de cariño, con el deseo de que este Simposio no solamente nos enseñe, sino que nos lleve a amar más a Jesús en la Eucaristía y a Nuestra Madre Santa María. Hay un pasaje del Evangelio de San Juan que me parece que nos ayuda a enmarcar estas circunstancias. En el capítulo VI del Evangelio de San Juan se acordarán que Jesús habla a sus discípulos diciéndoles: “Yo soy el pan de vida, si alguno come de este pan vivirá eternamente”. El Señor desarrolla de una manera clara y directa el hecho de que su carne es verdadera comida y ¿que ocurre?, que la gente reacciona diciendo “esta enseñanza es muy dura, ¿quien puede seguirla o creer en ella?” y algunos discípulos se fueron a quejar tanto que el Señor le dice a Pedro ¿Ustedes también se van? y Pedro contesta: "Señor, a quien iremos, Tú tienes palabras de vida eterna". Renovemos nuestra fe en Jesús Eucaristía, respetando su grandeza Este pasaje me permite hacer una breve reflexión. Hemos contemplado en estas ultimas décadas que el engreimiento del hombre contemporáneo -y vamos a ser sinceros- en muchas ocasiones conducidos por algunos pastores, que olvidando que realizan una verdadera Acción Dei, en ocasiones por ligereza, en otras por soberbia, en cualquier caso en relación a la Eucaristía han impuesto su capricho, 18
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diciendo que son muy creativos, que quieren estar cerca del pueblo, que de esta manera hay una mayor sintonía. No lo creían ni ellos, pero realmente presentaron una liturgia totalmente fuera de contexto, fueron minando la dimensión sagrada del misterio y se fue imponiendo una falta de respeto muy grande en relación de la Eucaristía con todas las gravísimas consecuencias para la vida de la Iglesia y de la sociedad, y por eso me venía a la mente ese pasaje de la Escritura. Pues, en ese esfuerzo serio, intenso, teológico en el cual estuvo empeñando Juan Pablo II y hoy Benedicto XVI, lo que queremos es renovar nuestra fe en Jesús Eucaristía. El deseo de Jesús de permanecer con nosotros, de vivir esa solidaridad con todo hombre y toda mujer, de estar vivo de una manera realmente impresionante. Se habló del espíritu del Concilio y lo que hemos visto es un abuso totalmente ajeno a lo que el Espíritu Santo quiso darnos a través de este magno evento. Pero gracias a Dios con la oración, el sacrificio y el trabajo bajo la guía maravillosa del Siervo de Dios Juan Pablo II y hoy del Papa Benedicto XVI, con la colaboración de muchos de sus pastores y por eso mi agradecimiento especial al Señor Cardenal Antonio Cañizares porque siendo fiel intérprete de lo que el Papa quiere para su Iglesia, está trabajando de manera denodada, intensa y siempre agradece nuestra oración para esta tarea del Papa que pasará a la historia como el Papa de la Eucaristía, el Papa que le devolvió a la liturgia el esplendor, el amor, la veneración a Jesús Eucaristía. Por eso mi queridísimo Antonio (Cañizares), gracias por tu presencia, por este esfuerzo, vas de un lado para otro 19
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queriendo llevar esa palabra y esa luz que ilumina este esfuerzo del Papa Benedicto XVI. El Espíritu Santo como nos dice San Agustín, -hoy estamos en el auditorio de este colegio y que agradecemos especialmente a la Orden Agustina por habernos facilitado este local-: “La Iglesia que está entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios”. Por eso, con Pedro, hoy el Papa Benedicto XVI, le decimos a Jesús al inaugurar el Simposio: Señor, aquí diremos: Tú tienes palabras de vida eterna, por eso venimos a aprender y venimos a vivir este momento tan bonito eucarístico y mariano. La liturgia es la fuente de donde emana la fuerza de la Iglesia Brevemente, quisiera simplemente decirles qué importante es poner ese empeño en la liturgia, porque es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo es la fuente de donde emana toda su fuerza y para ello también ser concretos; la urbanidad de la piedad, que quiere decir ese conjunto de normas, de respeto, de educación, que van desde renovar periódicamente el Santísimo en los Sagrarios, de custodiar la llave del Sagrario, de hacer la genuflexión con gozo, con alegría delante del Santísimo, de recibir la comunión de manera ordinaria y preferente en la boca y de rodillas. No estamos luchando con nadie, es amor, es respeto, es veneración, no son teorías sociales, no son campañas. Por eso aquí en Lima, ya ha sido dispuesto el uso preferente de esa forma habitual, en la boca y de rodillas, y esta es una indicación que la dice el Pastor para que la den a conocer en todas las parroquias, capillas e iglesias de la arquidiócesis, ¿y por qué lo hace?, porque el Papa Benedicto XVI, en su Iglesia Catedral, en la Basílica de San Pedro des20
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de hace más de un año, ha hecho la principal encíclica: unos reclinatorios y la comunión en la boca y de rodillas. Hermanos, hoy de una manera concreta quisiera que realmente estas señales del amor a Jesús se hagan presentes en la vida de cada uno de nosotros. Me he atrevido a proclamar a Lima como Ciudad Eucarística, porque he visto que los sacerdotes, religiosos y religiosas con enorme ilusión han preparado y establecido muchas capillas del Santísimo, yo he llegado a contar más de sesenta en la que Jesús con gozo y alegría está en ese cara a cara con las almas, está dando unos frutos maravillosos, vocaciones, familias, conversión; y por eso les agradezco esa maravillosa respuesta. Una referencia a San Martín de Porres, aquel santo nacido en Lima, que nos dicen sus biógrafos, vivía de la adoración del Señor presente en la Eucaristía, pasando noches enteras en oración, mientras durante el día se ocupaba incasablemente de los enfermos: adoración, oración y acción. Fruto de este congreso: hacer de la Eucaristía un programa de vida Termino pidiéndole a todos que como fruto de este Congreso Eucarístico, realmente logremos que la principal preocupación de esta Arquidiócesis y pienso que del mundo entero sea vivir para Cristo, hacer de la Eucaristía un programa de vida. Que María Santísima nos acompañe en este camino eucarístico, en Ella encontramos la esencia de la Iglesia realizada de modo más perfecto, la Iglesia ve en ella a la mujer eucarística como la llamaba el Siervo de Dios Juan Pablo II, por eso debemos todos esforzarnos para presentar nosotros también el resplandor y la belleza que brilla en el rito litúrgico cuando realmente se transmite el miste21
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rio santo de Dios. “Yo estoy contigo”, es el lema del Congreso y por eso venimos con gozo, como testigos de este gran misterio de Eucaristía, unidos a María para anunciar a los demás la presencia de Cristo vivo y para adorarlo. Cristo que quiere estar presente en cada uno de nosotros, en cada una de las Iglesias y de los hogares, quitemos tantas mediaciones, pongámonos delante de ese Cristo Vivo y manifestémosle no solamente con un respaldo teológico y litúrgico sino, con una coherencia, vivamos realmente con Cristo vivo en nuestros hogares. Estoy convencido que este nuevo amanecer de la Iglesia ha empezado -y les repito- el Papa Benedicto XVI nos agradece y nos pide que no lo dejemos solo en este enorme afán de devolverle a la liturgia y a la Eucaristía la centralidad de la vida cristiana. Muchas Gracias.
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“La Eucaristía, misterio de nuestra Fe” Auditorio del Colegio San Agustín Martes, 1 de junio de 2010
Ponencia del Cardenal Antonio Cañizares Llovera Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
Querido hermano y amigo, gran amigo Cardenal Juan Luis Cipriani, Arzobispo de Lima, Queridos hermanos, amigos, Arzobispos y Obispos, Muy queridos todos, Para mí es una alegría muy grande estar de nuevo aquí en Lima y, además, siempre con el recuerdo de aquel gran Santo que todos admiramos, Santo Toribio de Mogrovejo. Una alegría además, por poder participar en este Simposio que abre el I Congreso Eucarístico y Mariano de Lima. Iniciamos este Simposio, que tiene el propósito de ayudar a participar más y mejor en el misterio de la Eucaristía dentro de nuestra fe y de la vida cristiana -como acaba de señalarnos nuestro querido Cardenal-. Se trata de adentrarnos en el conocimiento de este Misterio para adorarlo y vivirlo, para contemplarlo e interiorizarlo, para alabar al Señor, presente en este sacramento de nuestra fe y cumplir el manda23
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miento nuevo que en él se nos entrega “Amaos como yo los he amado”. Con estas reflexiones que ofrezco, deseo llamar la atención sobre la verdad de la Eucaristía, misterio de nuestra fe, poniéndome con ustedes en adoración delante de este Misterio: Misterio grande, Misterio de misericordia, sencillamente Misterio, porque es presencia de Dios entre nosotros. ¡Qué más podía hacer Jesús por nosotros! Verdaderamente en la Eucaristía nos muestra un amor que llega hasta el extremo, un amor que no conoce medida; nos muestra sencillamente a Dios que es amor. Hace casi dos mil años, por vez primera en el cenáculo de Jerusalén, cuando en la noche que iba ser entregado, Jesús cenaba con los Apóstoles la cena de la Pascua, nos entregó su memorial, instituyó la Eucaristía, sacramento de nuestra fe, fuente y culmen de toda la vida cristiana dentro de la Iglesia. Aquella noche, Jesús tomó pan y vino en sus manos y, anticipando y perennizando su único sacrificio redentor, el gesto supremo suyo por nosotros, dijo: “Tomad y comed todos de él porque esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros. Tomad y bebed todos de él porque este es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna que será derramada por vosotros para el perdón de los pecados. Haced esto en memoria mía”. Dando a los Apóstoles su Cuerpo como comida y su Sangre como bebida, Él expresó la profunda verdad del gesto que iba a ser realizado poco después en el Gólgota: en el Pan eucarístico está el mismo Cuerpo nacido de María y ofrecido en la cruz. La Eucaristía: Memorial y actualización del sacrificio de la Cruz Como recordaba el Papa Juan Pablo II en su carta encíclica Ecclesia de Eucharistía (nº 11), el Señor Jesús la noche 24
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en que fue entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre. Entre las dimensiones o realidades perdidas en estos últimos años sobre la Eucaristía, está precisamente el ser memorial del sacrificio de Cristo y es una realidad vital; sin embargo, hemos reducido la Eucaristía a banquete, hemos reducido la Eucaristía a una celebración de la comunidad, hemos reducido la celebración eucarística a un recuerdo, pero no ciertamente al sacrificio mismo de Cristo que se entrega por nosotros en la cruz. Sin esto no entendemos nada de la Eucaristía y no celebramos prácticamente nada, nada más que a nosotros mismos. Las palabras del apóstol Pablo en la primera carta a los Corintios (cap. 11), nos lleva a las circunstancias dramáticas en que nació la Eucaristía. En ella está escrito de forma indeleble el acontecimiento de la pasión y muerte del Señor, que no solo la evoca sino que la hace sacramentalmente presente. Es el sacrificio de la cruz que se perpetúa por los siglos. Esta verdad la expresan bien las palabras con las cuales el pueblo responde a la proclamación del misterio de la fe que hace el sacerdote: «Anunciamos tu muerte Señor». La Eucaristía es el sacrificio mismo del Cuerpo y de la Sangre del Señor Jesús, que Él instituyó para perpetuar en los siglos hasta su segunda venida el sacrifico de la cruz, confiando así a la Iglesia el memorial de su muerte y resurrección. La Iglesia vive continuamente de este sacrificio redentor y accede a él, no solamente a través de un recuerdo lleno de fe, sino también de un contacto actual, puesto que este sacrificio se hace presente, perpetuándose sacramentalmente en cada comunidad que ofrece por manos del ministro consagrado y, solamente por él, en la persona de Cristo. De este modo la Eucaristía aplica a los hombres de hoy la salvación obtenida por Cristo, de una vez por todas, para la humanidad de 25
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todos los tiempos. El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son un único sacrificio. La naturaleza sacrificial del misterio eucarístico no puede ser entendida, por tanto, como algo aparte, independiente de la cruz, o con una referencia solamente indirecta al sacrificio del calvario. La Eucaristía es memorial del sacrificio de Cristo, en el sentido que hace presente y actual el sacrificio mismo que Cristo ha ofrecido al Padre, de una vez para siempre sobre la cruz, en favor de la humanidad. El carácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las mismas palabras de la institución: “Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros... Este cáliz es la nueva alianza en mi Sangre que será derramada por vosotros”. El sacrificio de la cruz y el sacrificio de la Eucaristía son un único sacrificio, son idénticas la víctima y el oferente y solo es distinto el modo de ofrecerse: de manera cruenta en la cruz, e incruenta en la Eucaristía. Reconocemos y confesamos en las palabras Anunciamos tu muerte Señor, que sellan el relato de la Cena, el cumplimiento del amor de Dios que nos ha amado hasta el extremo, entregándonos a su propio Hijo por nosotros. “Por nosotros”, ahí está todo; por nosotros es el amor de Jesús en su muerte que nos redime y nos salva. Ahí está el amor de Cristo, el amor de Dios que se nos da todo para que esté en nosotros y nosotros en Él. La Eucaristía: don de amor infinito al Padre y a nosotros En la Eucaristía, el Salvador continuó ofreciéndose a la humanidad entera y entregándose por nosotros como fuente de vida, como don de amor infinito, sin reservarse nada; un amor, pues, que llega hasta el extremo, un amor que no tiene medida, un amor que es Dios mismo. No olvidemos, por lo 26
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demás, que el don del amor y obediencia de Cristo hasta el extremo de dar la vida, es en primer lugar un don a su Padre de los cielos. Ciertamente es un don en favor nuestro, más aún, de toda la humanidad, pero don ante todo al Padre; sacrificio que el Padre aceptó, correspondiendo a esta donación total de su Hijo que se hizo obediente hasta la muerte, con su entrega paternal, es decir, con el don de la vida nueva e inmortal de la resurrección. Es ofrenda, consagración al Padre, es el gesto supremo de reconocer que Dios, es Dios, y que solamente Él merece la consagración entera. Por todo ello, la Iglesia ha recibido en la Eucaristía, de Cristo, su Señor, no solo un don entre otros muchos, aunque sea valioso, sino el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona, de su santa humanidad y, además, de su obra de salvación. Ésta no puede quedar relegada al pasado, pues todo lo que Cristo es y todo lo que Cristo hizo y padeció por los hombres, participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos. Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento de salvación y se realiza la obra de nuestra redención. ¿Quién no se conmueve; quién no se estremece; quién no se postra precisamente ante este sacrificio único de Cristo? Tenemos necesidad de un Dios próximo, de un Dios que se entrega y se pone en nuestras manos y que nos habla en la Eucaristía. Cristo está realmente presente ante nosotros. Es una presencia dinámica que nos agarra plenamente a sí mismo para hacernos suyos, para así asimilarnos a Él mismo. Cristo nos atrae a sí y nos hace ser nosotros uno con Él, nos hace salir de nosotros mismos para que Él esté enteramente en nosotros y seamos una sola cosa con Él. De este modo, Él nos inserta en la comunidad de hermanos, que es preci27
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samente fruto de esta unión con el Señor, y que es, además, comunión con los hermanos y hermanas. Todo esto es entrar en la sustancia de la Eucaristía, que no podemos trivializar en modo alguno, que requiere de veneración y respeto, -como nos recordaba nuestro querido Cardenal-, que reclama de todos, no solamente cuidarla, sino toda nuestra entrega y todo nuestro corazón, para poner en esta celebración solamente aquello que acontece y nada más lo que acontece: es Cristo mismo ofreciéndose al Padre por nosotros. En el sacramento de la Eucaristía se hace realidad viva el sacrificio redentor de Cristo y el don personal de la promesa del Señor antes de subir a los cielos: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Estaré como vuestro salvador, aquí Jesucristo es verdaderamente Emmanuel, Dios con nosotros, Dios con los hombres, que ha puesto su morada aquí en la tierra; por esto se ha entregado a los hombres para siempre en una alianza salvadora y definitiva. Por la Eucaristía, la plenitud de los tiempos no es un acontecimiento pasado, sino una realidad presente mediante aquellos signos sacramentales que lo evocan y perpetúan. No es un simple recuerdo, sino memorial que se actualiza. No vuelta simbólica al pasado, sino presencia viva del Señor en medio de los suyos con toda su realidad y fuerza de salvación. La Eucaristía: Presencia Real del Señor Jesús Jesús está presente en la Eucaristía, Él mismo en persona, de modo único e incomparable. Está presente, en efecto, de modo verdadero, real y sustancial con su cuerpo y con su sangre, con su alma y divinidad: Cristo todo entero. Dios y hombre están presentes en ella, en la Eucaristía de manera sacramental, es decir, bajo las especias eucarísticas de pan y vino. 28
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En la Eucaristía acontece lo que se llama la transustanciación, que significa la conversión de toda la sustancia del pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su Sangre. Esta conversión se opera en la plegaria eucarística con la consagración, mediante la eficacia de la palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo. Sin embargo, permanecen inalteradas las características sensibles del pan y del vino, las especies eucarísticas. Y, dénse cuenta, que subrayo que es la eficacia de la palabra de Cristo, que el sacerdote y, no otro, pronuncia en la persona misma de Cristo. Es presencia sacramental de Cristo sacerdote; solamente Cristo puede decir “Esto es mi Cuerpo”. En la Eucaristía, por ello, se contiene el sumo bien de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra pascua en pan vivo, que por su carne vivifica y es vivificante -por la acción del Espíritu Santo- para dar vida a los hombres. Es el Misterio en el que se anuncia y se celebra la muerte y resurrección de Cristo en espera de su venida; en el que se actualiza, por tanto, el mayor amor que es dar la vida por los amigos y, el abismo insondable e incondicional del amor de Cristo a los suyos, a los que amó hasta el extremo; este Misterio eucarístico encierra toda la riqueza y vida de la Iglesia, es la fuente desde la que toda vida emana y la meta a la que conduce; constituye así el corazón de la vida eclesial. Así la Eucaristía es fuente y culmen de toda la vida cristiana, en ella alcanza su cumbre la acción santificante de Dios sobre nosotros y nuestro culto a Él. La Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia. El mismo Cristo, nuestra pascua, expresa y produce la comunión de la vida divina y la unidad del pueblo de Dios. Mediante la celebración eucarística, nos unimos a la liturgia del cielo y anticipamos la vida eterna. Es signo de la unión con Dios, con Cristo, con su Iglesia; es signo de unidad, signo de 29
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caridad, sagrado banquete en que Cristo mismo en persona es nuestra comida; pan vivo bajado del cielo, que nos llena de gracia y nos da la prenda de la gloria futura, de la vida eterna; es, sencillamente, el darnos a comer su propia carne porque ese pan es su carne para la vida del mundo. Por eso, para nosotros es una inmensa alegría, -debería ser siempre una inmensa alegría-, participar de la Eucaristía y, al mismo tiempo, es una responsabilidad grande el estar tan estrechamente vinculados a este Misterio. No podemos entendernos sino es por la Eucaristía; es la clave también de interpretación de lo que somos, de lo que somos por la fe, de lo que somos en cuanto criaturas nuevas, de lo que somos en cuanto obra del amor de Dios que de esta manera nos ha dado vida. Por eso es necesario tomar conciencia de este misterio con el corazón lleno de admiración y gratitud y, con esos sentimientos, entrar también en el Congreso Eucarístico de Lima. La Eucaristía: Misterio de comunión Deberíamos adentrarnos en la espesura y en la inmensidad de este Misterio eucarístico, ahí está todo, ahí está nuestra esperanza, ahí está el amor de Cristo que nos redime y nos habla, el amor que se nos da en comunión para que nosotros en comunión con Él nos demos a los demás «Tomad y comed... Haced esto en memoria mía…Un mandamiento nuevo os doy, amaos como yo os he amado». No podemos amar como si fuese un imperativo más, es sencillamente amar con el mismísimo amor de Cristo, y esto es posible por el Misterio de nuestra fe, la Eucaristía. Aquella misma tarde en que el huracán de la violencia se precipitó sobre el príncipe de la paz, Jesús mismo, el manso 30
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y humilde y de corazón pacífico, Jesús se rebajó, se puso ese atuendo de esclavo, la ropa de nuestra miseria y ejerció el servicio de esclavo: se arrodilló ante cada uno de los discípulos, uno tras otro, ante todos, y les lavó los pies. Ya purificados pueden sentarse a la mesa con los demás. Así es Jesús, ahí está todo el sentido de su vida y de su pasión, despojarse de su rango, inclinarse ante nuestros sucios pies, ante la inmundicia de nuestras vidas, lavarnos, purificarnos y acondicionarnos como comensales para que nos sentemos a la mesa con Dios que nos invita y, con los demás invitados, nuestros hermanos los hombres, encontrados en todos los lugares: lisiados y pobres de los caminos, maltrechos y necesitados por las cosas de la vida; Él no hace excepción de nadie, ni siquiera del que le iba a traicionar o del que le negaría tres veces; ni de los que, miedosos y cobardes, huirían ante el aparente fracaso del Maestro. La Eucaristía también es misterio de comunión. La palabra comunión, ante todo, remite al centro eucarístico de la Iglesia. Así comprendemos a la Iglesia, como el espacio más íntimo del encuentro entre Jesús y los hombres y, con la expresión siempre viva del acto de su entrega por nosotros. De ahí y a partir de ahí, de la Eucaristía, podemos entender y vivir mejor todo lo que significa comunión, también lo que Juan Pablo II denominó al comenzar el nuevo milenio “la espiritualidad de la comunión”. El concepto de comunión está tan vinculado al santísimo sacramento de la Eucaristía y hoy, en el lenguaje de la Iglesia, a la recepción de este Sacramento solemos llamarla con razón simplemente Comunión. No es una parte más de la Misa, es entrar en la profundidad de la misma. De este modo resulta evidente también el significado social y práctico de este acontecimiento sacramental y, esto, con un radicalismo imposible de alcanzar con relaciones exclusivamente horizontales, exclusivamente comunitarias. 31
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Aquí se nos dice, en cierto modo, que a través del Sacramento entramos en comunión de sangre con Jesucristo, donde sangre, según la concepción judía, equivale a vida y por consiguiente se afirma la compenetración de la vida de Cristo con la nuestra. Evidentemente, sangre en el contexto de la Eucaristía equivale también a don, a existencia, que por así decirlo, se entrega, se da por nosotros y a nosotros. Así, la comunión de sangre es también inserción en la dinámica de esta vida, de esa sangre derramada, dinamización de nuestra existencia, gracias a la cual puede convertirse en un ser para nosotros, como podemos verlo con evidencia ante nosotros en el corazón abierto de Cristo. Además se trata de la comunión con el cuerpo de Cristo, que San Pablo compara con la unión del hombre y de la mujer. San Pablo explica esto también desde otro punto de vista, cuando dice: Es un solo pan idéntico que todos recibimos, el pan, el nuevo maná que Dios nos da, es, para todos, el único y el mismo Cristo, su carne y su cuerpo. Verdaderamente, el único e idéntico Señor es a quien recibimos en la Eucaristía o mejor es quien nos acoge, nos asume en Sí mismo. San Agustín expresó esto con unas palabras que percibió en una especie de visión: “Come el pan de los fuertes; no me transformarás en ti sino que yo te transformare en mí”. Eso quiere decir que el alimento corporal que asumimos es asimilado por el cuerpo y se convierte él mismo en un alimento constitutivo de nuestro cuerpo. Pero en este pan, el de la Eucaristía, -Dios aquí es más grande, más elevado que nosotros-, nosotros no somos los que lo asimilamos; sino que es Él quien nos asimila a Sí. De esta forma, en algún modo llegamos a configurarnos a Cristo, como dice San Pablo, nos hacemos miembros de su 32
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cuerpo, una sola cosa, todos comemos la misma persona, no solo la misma cosa; de este modo todos somos arrancados de nuestra individualidad cerrada, e insertados en una más grande; todos somos asimilados a Cristo y, así, por medio de la comunión con Cristo, también unidos entre nosotros, hechos idénticos, una sola cosa en Él, miembros los unos de los otros. La espiritualidad eucarística: escuela de comunión Comulgar con Cristo es por su misma esencia, comulgar uno con otros, cada uno de nosotros que comulga es para mí, por decirlo así, «huesos de mis huesos y carne de mi carne». Así, una auténtica espiritualidad de comunión, además de la profundidad cristológica, tiene necesariamente un carácter social. Así pues, durante la comunión, por una parte debo mirar totalmente a Cristo, dejarme transformar por Él, también dejarme quemar por su fuego que me envuelve, pero precisamente por esto, también debo tener claramente presente que de este modo Él me une orgánicamente con todos los demás que comulgan, con los que están a mi lado y que tal vez no me caen simpáticos; también con aquellos que se encuentran lejos. Al llegar a ser uno con Él, debo aprender a abrirme en aquella dirección e implicarme en esa situación. Esta es la prueba de la autenticidad de mi amor a Cristo: si estoy unido con Cristo lo estoy juntamente con los demás y esta unidad no se limita con el momento de la comunión, aquí solamente comienza, luego se transforma en vida, carne y sangre, en la cotidianidad de estar con otro y junto al otro. Cuando la Eucaristía se comprende en toda la interioridad de la unión de cada uno con el Señor presente, se transforma también en sacramento social al máximo de la vida. En realidad, los grandes santos sociales eran también grandes 33
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santos eucarísticos, porque quien reconoce al Señor en el Sagrario y también lo reconocen en los que sufren y en los necesitados, pertenecen a aquellos a quienes el Señor dirá: “tenía hambre y me diste de comer, tenía sed y me diste de beber, estaba desnudo y me vestiste, estaba enfermo y me visitaste, en la cárcel y viniste a verme” (Mt 25, 31). La Comunión con Jesús se convierte en comunión con Dios mismo, unión con la luz y con el amor, se transforma así en vida recta y todo esto nos une los unos a los otros en la comunión; solo en considerar la comunión con esta profundidad y amplitud tenemos algo que decir al mundo. Comprenderemos así porqué debemos poner tanto empeño en no dejar la Eucaristía por nada y en vivir una vida eucarística de comunión, en la que es necesario poner un decidido empeño programático, como señaló el Papa Juan Pablo II en la Novo Millennio Ineunte (nº 43), porque es la expresión de una caridad verdadera, de la auténtica e inquebrantable. Así pues, hacer de la Iglesia la casa y la escuela de comunión, este es el gran desafío ante nosotros en el milenio que ha comenzado, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo. En el centro de todo la Eucaristía y sin la Eucaristía no existe comunión. Hacer de la Iglesia casa y escuela de comunión, significa y exige promover una espiritualidad eucarística, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre cristiano, donde se educan los ministros del Altar, las personas consagradas y los agentes pastorales; donde se construyen las familias y las comunidades. Espiritualidad eucarística, espiritualidad de la comunión, significa, ante todo, una mirada del corazón hacia el misterio de la Trinidad 34
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Santa que habita en nosotros y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado. La espiritualidad eucarística, espiritualidad de la comunión, significa, además, la capacidad de sentirnos hermanos de fe en la unidad profunda del cuerpo místico y, por tanto, como uno que le pertenece para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, ofrecerle una verdadera y profunda amistad. Espiritualidad eucarística, espiritualidad de la comunión, es, también, capacidad de ver, ante todo, lo que hay de positivo en el otro para acogerlo, amarlo como regalo de Dios; un don para mí, además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente. El fin de la espiritualidad de la comunión eucarística es saber dar espacio al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros, y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos acechan y engendran competitividad, desconfianza y envidias. No nos hagamos ilusiones, concluye el Papa Juan Pablo II, sin este camino espiritual que nace de la Eucaristía, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión; se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión, más que su modo de expresión y crecimiento. En la Eucaristía todos quedan convocados a la mesa de la unidad; para esto ha venido Él, para reunir a los hijos de Dios dispersos en la unidad de la misma y única mesa de la que nos hace comensales a todos; en la que Él mismo nos sirve entregándose todo como pan único partido, su carne para la vida del mundo, por cada uno de los hombres, para que vivamos en unión con Él. Nuestra unión con Cristo, que es la unidad para cada uno, hace querer que estemos asociados también a la unidad de su cuerpo que es la Iglesia. El don que recibimos en la Eucaristía, la comunión con el Cuerpo de Cristo, colma con gran plenitud los anhelos de vida fraterna que alberga el corazón humano y, al mis35
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mo tiempo, eleva la experiencia de fraternidad, propia de la participación común en la misma mesa eucarística, a niveles que están muy por encima de la simple experiencia de convivencia humana. La Eucaristía, por el bien de la Iglesia, crea precisamente por ello, comunidad entre los hombres. De la Eucaristía brota, y a partir de ella se realiza, la comunión y la unidad de la Iglesia, se realiza sencillamente la Iglesia. La Eucaristía, suprema manifestación sacramental de la Iglesia, que es misterio de comunión, misterio eucarístico, es el sacramento por antonomasia de la comunión y misión, cumple el deseo de Jesús de que todos sean uno en Él y con el Padre, nos hace ser un solo cuerpo en Él y por Él; su cuerpo nos mantiene unidos a Él como el sarmiento a la vid para que demos frutos abundantes. Todos nosotros hemos de agradecer a la Santísima Trinidad que, en estas últimas décadas, muchos fieles, en todas partes del mundo, se hayan sentido atraídos por el deseo ardiente de la unidad entre los cristianos. La aspiración a la meta de la unidad nos impulsa a dirigir la mirada a la Eucaristía que es el supremo sacramento de la unidad del pueblo de Dios, al ser su expresión apropiada y su fuente insuperable. En la celebración del sacrificio eucarístico la Iglesia eleva su plegaria a Dios, Padre de misericordia para que conceda a sus hijos la plenitud del Espíritu Santo de modo que llegue a ser en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu. La Eucaristía es fuente y culmen de la vida cristiana y de toda la vida de la Iglesia; con la Sagrada Comunión se acrecienta nuestra comunión con Cristo y con su Iglesia, conserva y renueva la vida de gracia recibida en el bautismo y la confirmación y nos hace crecer en el amor al prójimo, expresión de la gracia actual de Dios entre nosotros. Es raíz y centro de la existencia cristiana, siembra el sentido de fraternidad y de 36
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servicio a todos los hombres, empezando por los más necesitados en el cuerpo o en el espíritu. Recordemos además, también, que siempre en la Eucaristía, Jesucristo Resucitado, el Señor de la gloria, el mismo de ayer, hoy y siempre, se hace presente en todos los lugares de la tierra donde se celebra el sacrificio eucarístico y ahí donde se conserva el sacramento consagrado por el poder del Espíritu. Al sacramento de la Eucaristía se le debe rendir el culto de la adoración reservada a Dios, tanto durante la celebración eucarística, como fuera de ella. La Eucaristía, en sí misma, es el gran acto de culto a Dios La Iglesia guarda, con la máxima diligencia, las hostias consagradas, las llevan a los enfermos y a otras personas imposibilitadas; la presenta a la solemne adoración de los fieles, las lleva en procesión e invita a la frecuente visita y a adoración del Santísimo Sacramento reservado en el Sagrario. Creo que esto es algo fundamental que la secularización de nuestra sociedad y la visión no completa de la Eucaristía, nos ha llevado a casi hacer desaparecer en la conciencia de muchos; -como recordaba nuestro querido Cardenal- a no hacer la genuflexión ante el Sagrario, a no saber a su vez dónde se encuentra el Sagrario y en definitiva a ignorar la presencia real y viva de Cristo en medio de nosotros. Por eso, el culto que se da a la Eucaristía fuera de la misa es de un valor inestimable en la vida de la Iglesia. Pero es que la Eucaristía en sí misma es el gran acto de culto a Dios, ella misma es adoración y, la comunión con el cuerpo de Cristo es, precisamente, unión con Cristo, para mostrar que Dios es Dios a través de toda nuestra oración. No podemos trivializar la Eucaristía, ni podemos utilizar la Eucaristía; no podemos 37
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reducirla a un acto social, ni a una reunión de hermanos; no podemos reducir la Eucaristía a un acto comunitario, pues la Eucaristía es, por encima de todo, adoración, es culto debido a Dios y que solo a Dios se le puede dar; porque sencillamente unidos a Cristo es que podemos tributarle a Dios toda gloria, todo honor, todo lo que somos y que no nos pertenece, porque es obra y regalo suyo. El culto que se da a la Eucaristía tanto en la Misa como fuera de ella, no puede nada más que ser un culto de adoración, “es hermoso, muy hermoso estar con Cristo, -decía el Papa Juan Pablo II en Ecclesia de Eucharistía (nº 25)-, reclinarse sobre su pecho, como el discípulo predilecto y palpar el amor infinito de su corazón. Si el cristianismo ha de distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el arte de la oración, ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largo rato en conversación espiritual en la adoración silenciosa, en actitud de amor ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo! Que sea el Sagrario donde se custodia el Santísimo Sacramento, como el corazón vivo de nuestras iglesias en las que no debe faltar nuestra presencia adoradora; que fomentemos la adoración eucarística y, de manera muy particular, que abramos espacios para la adoración perpetua del Santísimo Sacramento, como está sucediendo en tantos lugares del mundo porque Dios así lo pide, como esta sucediendo aquí en la ciudad de Lima. Que creemos, además, los signos de oración y culto eucarístico como son la genuflexión, la lámpara encendida, la dignidad del lugar de la reserva, etc., para que sin cesar vayamos avanzando y consolidando la conciencia y la experiencia en todo el pueblo de Dios de que en la Eucaristía se contiene verdaderamente el supremo bien de la Iglesia. No olvidemos nunca las palabras del Concilio Vaticano II en 38
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la Constitución Sacrosanctum Concilium: “Nuestro Salvador, en la ultima cena, la noche que iba a ser entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y de Su Sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y, a confiar así a su esposa la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vinculo de caridad, banquete pascual en el cual se come a Cristo, se da el signo de gracias y se nos da la prenda de la gloria futura” (nº 47). La Eucaristía es prenda de esa gloria futura porque nos colma de toda gracia y bendición del cielo, nos fortalece en la peregrinación de nuestra vida terrena y nos hace desear la vida eterna, uniéndonos a Cristo sentado a la derecha del Padre, a la Iglesia del cielo, a la Santísima Virgen María y a todos lo Santos. Aquí está expresado todo lo que es este misterio insondable de la Eucaristía. En la Eucaristía está toda la realidad del misterio de nuestra salvación, está toda la realidad de la buena nueva, de la salvación que Dios ha hecho posible en su Hijo Jesucristo. La Adoración a Dios es la dimensión central de la Eucaristía Hemos recordado y subrayado que la Eucaristía es el mismo y único sacrificio de Cristo. De esta concepción básica se deriva el carácter de adoración de la liturgia, de la celebración. Cristo murió santo, Él antepuso su sí al Padre a la oportunidad política y, por eso, fue crucificado. De esta manera, instauró en la cruz el sí al Padre y, esta forma de morir, es la que le llevó como consecuencia lógica a la resurrección. Eso significa que el sí a la vida liberadora y victoriosa se sitúa en la adoración. En verdad, la resurrección significa sumergirse en la adoración, digo esto porque frecuentemente, con toda 39
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razón, la Eucaristía se dice que es una fiesta, pero debemos tener en cuenta que esa fiesta acontece porque es la muerte del Señor, porque es la entrega del Señor, porque es el gesto supremo de entrega a Dios Padre por el Espíritu y, que esto significa sencillamente que por encima de todo es, como decía antes, adoración, sumergirse en adoración. Toda Eucaristía, toda celebración de la Santa Misa debería expresar en todos sus aspectos esa realidad de adoración. Hablar de liturgia, hablar de celebración eucarística como expresión máxima de la liturgia, es hablar de Dios, reconociendo que en el principio está la adoración a Dios. La liturgia eucarística no es una reunión espontánea del pueblo que celebra a su modo a Dios. En este contexto, la Iglesia deriva de la adoración, de la misión de glorificar a Dios. La eclesiología que tiene que ver por su naturaleza con la liturgia, es algo fundamental; sin embargo, entendemos mal la Iglesia como realidad que hacemos nosotros, porque entendemos mal la Eucaristía como realidad que hacemos nosotros, no como realidad y acontecimiento en el que Dios actúa, en el que Dios quiere hacerse presencia, en que Él es el protagonista. No somos los sacerdotes los que presidimos, solamente preside Cristo. Es sacerdote en cuanto que es presencia sacramental de Cristo sacerdote. Daos cuenta de todo esto, lo que significa para el cambio, los cambios que deben operarse en las mentes, en muchas mentes en torno a la Eucaristía y las maneras concretas de celebrarla y de vivirla. No en pocos lugares la reforma litúrgica ha consistido prácticamente en la obra de los hombres, en una celebración creativa de la comunidad reunida. La salvación, coincidentemente, debe venir por la adoración, porque Dios puso en primer lugar a la comunidad, para que esté reunida por la palabra de Dios y para glorificar su nombre.
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¿En qué consiste la verdadera adoración? ¿Cuál es el sacrificio que Dios quiere? La Eucaristía es acción de gracias a Dios, es estar presentes delante de Dios y ser atendidos por Él; es sacramento de la presencia de Dios tres veces santo; es acogida de su amor y de su misericordia. La Constitución sobre la Sagrada Liturgia, del Vaticano II, enseña que la finalidad de la celebración litúrgica es la gloria de Dios y la salvación de los hombres. En la liturgia, Dios es perfectamente glorificado y los hombres son santificados. En el canon Romano el sacerdote reconoce que forma parte de los ministros del Señor, que han sido admitidos inmerecidamente a su presencia para servir: nosotros tus siervos y todo tu pueblo santo; el ministro no es el actor principal de una obra de teatro, no es él quien está delante del pueblo, sino que es Jesucristo, a quien el ministro representa. Ya que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, por amor fue creado y en el amor encuentra el sentido auténtico de su existencia; si el hombre edifica su vida personal y social al margen de Dios, la edificará contra sí mismo, ya que Dios es su origen, camino y meta, fuente, compañía enorme. Dios no es competidor del hombre sino amigo del hombre. La Eucaristía como culto debido a Dios, nos irradia en toda su amplitud y profundidad; abarca en última instancia el orbe de toda la vida humana en el sentido de las palabras de San Ireneo, el hombre se convierte en glorificación de Dios y queda, por así decirlo, iluminado por la mirada que Dios pone en él, esto es el culto. Este culto se pervierte cuando se convierte en una fiesta que la comunidad se ofrece a sí misma y en la que se confirma a sí misma, la adoración a Dios en lugar de ser lo que es, se convierte en un girar sobre sí mismo. El baile alrededor del altar mayor, la fiesta, es más que un 41
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culto que se busca así mismo, convirtiéndose en una especie de auto-afirmación, que no es realmente reconocimiento y aceptación del don de Dios; estamos, por eso, ante una cuestión principal y fundamental, el principio, insisto, está en la adoración, porque Dios ocupe el primer lugar y la comunidad esté reunida por la palabra de Dios y para glorificar su Nombre. En la liturgia es donde acontece primordialmente la adoración; se trata de vivir la Eucaristía como adoración y, de la prolongación de la Eucaristía en adoración del Santísimo Sacramento del altar; nunca deberíamos olvidar aquello que el Papa Benedicto XVI, dice en Sacramentun Caritatis: en la Eucaristía “el Hijo de Dios viene a nuestro encuentro y desea unirse con nosotros”. La adoración eucarística no es sino la continuación obvia de la celebración eucarística, la cual es el acto más grande de la adoración de la Iglesia; recibir la Eucaristía significa adorar al que recibimos, precisamente así y solo así nos hacemos una sola cosa con Él y en cierto modo redescubrimos la belleza en la liturgia eucarística. Eucaristía: sacerdocio y renovación litúrgica La adoración fuera de la Santa Misa prolonga e intensifica lo acontecido en la misma celebración litúrgica, es adoración. En efecto, solo la adoración puede madurar una acogida profunda y verdadera, y precisamente, en este acto personal de encuentro con el Señor madura la visión social comprimida en la Eucaristía, y que quiere romper la barreras no solo entre el Señor y nosotros, sino también, y sobre todo, las barreras que nos separa a los unos de los otros; por eso podemos comprender el gesto de la providencia de Dios en el Concilio Vaticano II, que hizo que se aprobase, en primer lugar, la Constitución sobre la Sagrada Liturgia. No podemos entender la Gaudium et Spes, -la Iglesia presenta el mundo para renovar nuestra hu42
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manidad-, si no es en la base en la que todo se fundamenta, que es la celebración litúrgica, que es la Eucaristía, como centro y culmen de todo celebración. No habrá una Iglesia de Gaudium et Spes si no es una Iglesia primero de Sacrosanctum Concilium. Y por eso podemos entender perfectamente, por qué el Santo Padre Benedicto XVI pone tantísimo interés, tantísima insistencia en la liturgia, como la nueva aportación suya, la que Dios le pide en esta hora del mundo y de la Iglesia. Por eso cuando se interpreta la renovación litúrgica como cambios meramente rituales, no es entender nada lo que el Santo Padre nos está diciendo a la humanidad entera, nos está diciendo de manera muy singular a la Iglesia, necesitada de esta renovación en profundidad, qué es lo que entiende por el misterio de la Eucaristía. En la Eucaristía tenemos además toda la fuente de nuestra esperanza en la gloria futura, en la felicidad, en la dicha plena de todo hombre, que todo hombre anda buscando y que no puede hallar si no es precisamente en la unión íntima con Dios; a partir de todos los tiempos vinculados precisamente a nuestro Señor, podemos participar en esa vida eterna. La Eucaristía, es por ello mismo también, la fuente y la cima de toda la vida cristiana, toda la vida cristiana brota de la Eucaristía y tiende a la Eucaristía. Cuánto daño se hizo en los años setenta, diciendo que lo importante del cristiano no era participar de la Eucaristía, no era ir a misa sino, que había que hacer otras cosas que eran más urgentes. ¿Qué es más urgente que adorar a Dios? ¿Qué más urgente que estar en comunión con Cristo? ¿Qué más urgente que participar de su muerte? ¿Qué más urgente que comunicar a los demás el amor que hemos recibido de Él? Porque toda vida cristiana parte del amor de Dios que nos ha entregado en su Hijo Jesucristo. Toda la vida cristiana, como la Iglesia entera, surge del costado abierto de Cristo, del que mana esa agua 43
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viva que nos hace vivir y permanecer en la Vida; y toda la vida cristiana tiende precisamente, a partir de esta raíz del amor de Dios, a desplegarse en un amor que testifica el amor mismo a Dios, a desplegarse en el servicio de los demás; es signo y presencia en medio de los hombres del amor divino; tiende a encontrarse definitivamente también en la comunión misma con Dios que es adonde tiende toda la vida del hombre. Pero además también todos los demás sacramentos, incluso todos los misterios de la Iglesia, todas las obras del apostolado, están unidos con la Eucaristía y hacia ella tienden. No hay ministerio que no esté referido a la Eucaristía. La Eucaristía y el sacerdocio están estrechamente vinculados, de tal manera que sin sacerdotes no hay Eucaristía y sin sacerdotes, consiguientemente, no hay Iglesia. Los sacerdotes somos necesarios, no para que funcione la Iglesia, no somos funcionarios. No para que la Iglesia esté bien organizada, ni siquiera para enseñar una doctrina; somos sacerdotes precisamente para que exista la Eucaristía, para que haya Eucaristía, para que haya Iglesia, cuerpo de Cristo que vive y surge precisamente de la Eucaristía. Creo que esto es fundamental y, de esta manera, podemos entender la necesidad de santos sacerdotes como una meta imprescindible en la vida misma de la Iglesia y, por eso, es un paréntesis que hago, nos urgen tanto las vocaciones sacerdotales y, por eso, debemos pedir tan apremiantemente por las vocaciones sacerdotales, porque si no hay sacerdotes no hay Iglesia, porque si no hay sacerdotes no hay Eucaristía. Por ello es fundamental que esto lo tengamos muy presente en todo lo que constituye en la vida de la Iglesia. No olvidemos jamás que la Eucaristía es la cima de todo el culto cristiano en el Espíritu Santo, porque ciertamente, es a través de la Eucaristía como nosotros adoramos, en respuesta de obediencia, en respuesta de conocimiento, en respuesta de 44
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oración, en respuesta de acogimiento enteramente del don de Dios y en respuesta del reconocimiento del señorío único de Dios. Devolvemos en la fuerza del Espíritu, ese don mismo que es Dios para nosotros y así le tributamos todo nuestro culto, es más, nos unimos al culto que el mismo Hijo tributa al Padre, porque es el memorial de la obediencia de Cristo al Padre, de esa vida que no ha tenido otro alimento sino hacer la voluntad del Padre, de esa vida que ha sido una vida de obediencia. Aprendió a sufrir y a obedecer, y a vivir en confianza incondicionada a Dios, Su Padre. Y por eso nosotros, incorporándonos a Cristo, nos unimos también a esa obediencia, a esa entrega sin condiciones de Cristo al Padre por la acción del Espíritu; de esta manera le tributamos a Dios el único culto que cabe, el culto en Espíritu y en verdad. En la Eucaristía se realiza el designio de Dios, su voluntad salvífica universal, y nosotros, al participar de la Eucaristía, en una participación activa y fructuosa, nos unimos precisamente al cumplimiento de ese designio definitivo de la voluntad de Dios en favor de los hombres. Nuestra participación en la Eucaristía no está en hacer muchas cosas, no está en salir a leer las lecturas, hacer tal o cual cosa, que habrá que hacerlo; pero, consiste sobretodo, en la participación activa y fructuosa, está en que todo nuestro corazón, todo nuestra vida esté metida precisamente en ese gesto del cumplimiento de la voluntad del Padre, en buscar la voluntad del Padre, en vivir en la obediencia al Padre, como acontece en la Eucaristía, de esta manera la Iglesia quedará renovada con la participación del misterio eucarístico. La Eucaristía, fuente de fecundación y renovación de nuestra sociedad La Eucaristía es el misterio de la fe por antonomacia y, 45
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por eso necesitamos revitalizar esa fe para celebrar la Eucaristía y alimentar también esa fe desde la misma Eucaristía para proclamarla, testificarla, para hacer partícipe a los demás de esa luz que es la luz de la fe, de ese modo que es sentirse hijo de Dios, de esa alegría que es saber que Cristo es el Señor porque ha triunfado sobre los poderes de la muerte. De verdad, la Eucaristía es fuente de fecundación y renovación de nuestra sociedad, es llevar a cabo la obra de renovación de la sociedad que es precisamente la obra de la evangelización. La Eucaristía, por eso, ha de constituir el centro de toda nuestra vida porque es sencillamente el misterio de nuestra fe. Renovar la Eucaristía, el sentido eucarístico, participar activamente, con esa participación que pide el Concilio Vaticano II, en la Eucaristía es fuente de futuro, garantía absoluta de un futuro para la Iglesia. Qué bien lo entendieron esto los primeros cristianos y qué bien también entendieron esto los emperadores, cuando unos fueron perseguidos y otros organizaban aquellas persecuciones, porque sabían que aquí está verdaderamente el verdadero peligro para una humanidad que no reconoce a Dios y que se vuelve contra el hombre. Solamente la recuperación de la Eucaristía en el centro de todo, el vivir de la Eucaristía, es lo que hará una Iglesia unida, una Iglesia de esperanza, una Iglesia puesta en lo alto. Es lo que intentamos hacer sencillamente desde la Congregación para el Culto en estos momentos, ayudar a que se celebre y se participe bien activamente en la Eucaristía, misterio de nuestra fe. Muchas gracias.
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“Forma Eucarística de la vida cristiana” Auditorio del Colegio San Agustín Miércoles, 2 de junio de 2010
Ponencia de Monseñor Juan Ignacio González Errázuriz Obispo de San Bernardo - Chile
Sean mis primeras palabras de agradecimiento por esta invitación, que el Señor Cardenal, Juan Luis Cipriani bondadosamente me ha hecho y que me permite dirigirme a ustedes, y al mismo tiempo, conocer a esta Iglesia hermana, una de las primeras de América, y aprender de ella, porque vengo de una diócesis joven, con sólo 23 años de existencia, donde estamos empezando a caminar y soy el segundo obispo. Recordaba a San Cipriano cuando escribió el Tratado de la Paciencia. A sus auditores les dijo que hay que tener paciencia para oír el Tratado de la Paciencia. Eso es lo que les pido ahora, en este momento, para escuchar esta exposición. Vivimos un tiempo muy particular en la vida de la Iglesia, alumbrada por la potente supremacía del Concilio Vaticano II, y las enseñanzas posteriores de los grandes pontífices como Paulo VI y Juan Pablo II, y por la sabiduría del Papa Benedicto XVI. Cualquier observador imparcial, 47
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podría suponer que en ella todo debería discurrir en calma, conforme a las orientaciones y a las enseñanzas que conocemos muy bien. Los acontecimientos de la Conferencia General de Aparecida, con la presencia entre nosotros del Santo Padre, también, daría lugar a pensar que todas las iglesias de nuestro continente discurren con normalidad y sin contratiempo; sin embargo, las cosas no son así, tendríamos que intentar explicar al observador imparcial, porqué no lo son y cuáles parecen los caminos necesarios y adecuados para volver al cauce que quizás hemos perdido. Desde ya, se podría decir, que poner a Cristo en medio de nuestra vida, de nuestro mundo y de la sociedad es verdaderamente el único y principal remedio para todas las crisis que sufrimos. Y, en ese sentido, el tema de esta conferencia es una expresión de este deseo. Una y otra vez, volvemos a la afirmación que en la santidad de cada uno de nosotros, está la solución a todos los problemas; porque sólo desde ella tenemos la verdad de aquellas dificultades y la manera de darles solución. La hermenéutica de la discontinuidad y la ruptura; y, la hermenéutica de la reforma y renovación Por eso, la forma eucarística de la vida cristiana, es otra manera de decir que queremos que Nuestro Señor, alumbre toda la existencia humana. Sin embargo, para que ello suceda es necesario descubrir los nubarrones que cubren los limpios cielos de la Iglesia, alguna vez con persistencia y que nos hacen vivir en continuas tempestades. Y pienso que no hay ningún análisis más lúcido, sereno y alumbrador acerca del momento que vive la Iglesia, que el que hizo el Papa ante la Curia Romana, el mes de diciembre del año 2005, que seguramente muchos de ustedes conocen y han meditado.
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Allí, el Papa, hace una consideración muy precisa sobre el proceso vivido por la Iglesia, en el tiempo que siguió al Concilio Vaticano II y cómo se contrapusieron dos visiones, que a la postre explican en parte las dificultades que hoy sufrimos. Dice el Santo Padre: “El acontecimiento de este año sobre el que quisiera reflexionar en esta ocasión, es la celebración de la clausura del Concilio Vaticano II hace 40 años. Ese recuerdo suscita la pregunta ¿cuál ha sido el resultado del Concilio?, ¿ha sido recibido de modo correcto? En la recepción del Concilio ¿qué se ha hecho bien?, ¿qué ha sido insuficiente o equivocado?, ¿qué queda aún por hacer?”. Y continúa: “Nadie puede negar que en vastas partes de la Iglesia, la recepción del Concilio se ha realizado de un modo difícil, aunque no queremos aplicar a lo que ha sucedido en estos años la descripción que hace San Basilio, de la situación de la Iglesia después del Concilio de Nicea. La compara con una batalla naval en la oscuridad de la tempestad, diciendo entre otras cosas: «el grito ronco de los que por discordia se alzan unos contra otros, las charlas incomprensibles, el ruido confuso de los gritos ininterrumpidos ha llenado ya a casi toda la Iglesia, tergiversando por exceso o por defecto la recta doctrina de la fe». Y sigue el Santo Padre: “No queremos aplicar precisamente esta descripción dramática de la situación del post Concilio, pero refleja algo de lo que ha acontecido. Surge la pregunta ¿por qué la recepción del Concilio, en grandes zonas de la Iglesia, se ha realizado hasta ahora de un modo tan difícil?” Pues bien, todo depende de la correcta interpretación del Concilio, -como ya ayer lo expuso Monseñor Javier- o 49
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como diríamos hoy, de su correcta hermenéutica, de la correcta clave de lectura y aplicación. Los problemas de la recepción han surgido del hecho de que se han confrontado dos hermenéuticas contrarias y se ha entablado la lucha entre ellas. Dice el Papa. “Una ha causado confusión; la otra, de forma silenciosa pero cada vez más visible, ha dado y da sus frutos”; que es la que el Papa está impulsando con tanta fuerza en estos años. Por una parte existe una interpretación que podría llamar la «hermenéutica de la discontinuidad y la ruptura», que a menudo ha contado con la simpatía de los medios de comunicación y también de una parte de la teología moderna”, especialmente, en nuestra América y en naciones como Perú y Chile. “De otro lado, está la «hermenéutica de la reforma», de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia que el Señor nos ha dado; es un sujeto que crece en el tiempo y se desarrolla, pero permaneciendo siempre él mismo, único sujeto del pueblo de Dios en camino. La hermenéutica de la discontinuidad corre el riesgo de acabar con la ruptura entre Iglesia preconciliar e Iglesia postconciliar, de la cual quizás todos tenemos elementos para decir que efectivamente así ha sucedido. Afirma que los textos del Concilio como tales no serían aún la verdadera expresión del espíritu del Concilio. Serían el resultado de componendas, que para darle la unanimidad se tuvo que retroceder aún, reconfirmando muchas cosas antiguas ya inútiles. Pero en estas componendas no se reflejaría el verdadero espíritu del Concilio, sino en los impulsos hacia lo nuevo que subyacen en los textos: sólo esos impulsos representarían el verdadero espíritu del Concilio, y partiendo de ellos y de acuerdo con ellos sería necesario seguir adelante”. Hay quienes hablan una y otra vez, quizás en los úl50
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timos años menos, de un Concilio Vaticano III, “Precisamente porque los textos sólo reflejarían de modo imperfecto el gran espíritu del Concilio y su novedad”. Dice el Papa que “sería necesario (está suponiendo la postura de estos que piensan así) tener la valentía de ir más allá de los textos, dejando espacio a la novedad en la que se expresaría la intención más profunda, aunque aún indeterminada, del Concilio. En una palabra: sería preciso seguir no los textos, sino su espíritu”. Ayer, su Eminencia, el Cardenal Cañizares nos decía que la respuesta de una de ellas es precisamente que tenemos que volver a leer y a meditar de nuevo las enseñanzas del Concilio Vaticano II y particularmente aquellas que se refieren a la constitución sobre la liturgia. “A la hermenéutica de la discontinuidad -sigue el Papase opone la hermenéutica de la reforma, como la presentaron primero Juan XXIII, en su discurso de apertura del Concilio el 11 de octubre de 1962, y luego, el Papa Pablo VI en el discurso de clausura el 7 de diciembre de 1965. Aquí quisiera citar solamente muy conocidas palabras de Juan XXIII, en las que esta hermenéutica, se expresa de forma inequívoca, cuando dice que el Concilio «quiere transmitir la doctrina en su pureza e integridad, sin atenuaciones ni deformaciones», y prosigue: «Nuestra tarea no es únicamente guardar este tesoro precioso, como si nos preocupáramos tan sólo de la antigüedad, sino también, dedicarnos con voluntad diligente, sin temor, a estudiar lo que exige nuestra época. Es necesario, que esta doctrina verdadera e inmutable, a la que se debe prestar fielmente obediencia, se profundice y exponga según las exigencias de nuestro tiempo. En efecto, una cosa es el depósito de la fe, es decir, las verdades que contiene nuestra venerable doctrina, y otra distinta el modo como se enuncian estas verdades, conservando sin embargo el mismo sentido y significado»”. 51
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La santidad es la respuesta a la crisis de la Iglesia Recientemente, el Santo Padre, en su viaje a Fátima ha querido una vez más ahondar en el sentido de los sufrimientos de la Iglesia, especialmente, aquellos relacionados al tema de los abusos que en muchas naciones estamos sufriendo y que esperamos que en Perú no sea así. Refiriéndose a los abusos, ha dicho en Fátima: “Es verdad que además del momento indicado en la visión, se habla, se ve la necesidad de una pasión de la Iglesia, que naturalmente se refleja en la persona del Papa, pero el Papa está por la Iglesia y, por tanto, son sufrimientos de la Iglesia los que se anuncian. El Señor nos ha dicho que la Iglesia tendría que sufrir siempre, de diversos modos, hasta el fin del mundo. Lo importante es que el mensaje y la respuesta de Fátima, no tiene que ver sustancialmente con devociones particulares, sino una respuesta fundamental, es decir, la conversión permanente, la penitencia, la oración, y las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad”. De este modo, vemos aquí, la respuesta verdaderamente fundamental que la Iglesia debe dar, que nosotros (cada persona) debemos dar en esta situación de crisis. La novedad que podemos descubrir hoy, en este mensaje, reside en el hecho de que los ataques al Papa, y a la Iglesia, no sólo vienen de fuera, sino, que los sufrimientos de la Iglesia proceden precisamente de dentro de la Iglesia, del pecado que hay en la Iglesia. También esto se ha sabido siempre, pero hoy lo vemos de modo realmente tremendo; que la mayor persecución de la Iglesia no procede de los enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia y que la Iglesia, por tanto, tiene una profunda necesidad de volver a aprender la penitencia, de aceptar la purificación, de aprender, de una parte, el perdón, pero también la necesidad de la justicia. El perdón no sustituye la justicia, dice 52
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el Papa; en una palabra: debemos volver a aprender estas cosas esenciales: la conversión, la oración, la penitencia y las virtudes teologales. De este modo, responderemos en forma realista al saber que el mal ataca siempre, ataca desde el interior y el exterior; pero también que las fuerzas del bien están presentes y que, al final, el Señor es más fuerte que el mal; y la Virgen para nosotros, es la garantía visible y materna de la bondad de Dios, que es siempre la última palabra de la historia. En el fondo, el Santo Padre, nos está haciendo un llamado a la santidad divina, y este mismo Congreso no es, sino, una expresión pública y externa, como lo es este tiempo Eucarístico y Mariano que está viviendo esta Arquidiócesis de Lima, del deseo de todos nosotros de ser santos, que no queremos nosotros mismos inferir heridas al Cuerpo de Cristo, y no queremos oponernos al proyecto del mismo Dios de alumbrar a todos los hombres de todas las épocas con su gracia. En esta perspectiva de confrontación, que se vio acelerada en la época que se vivió inmediatamente después del Concilio, hemos de reconocer que muchos aspectos de la enseñanza multisecular de la iglesia sufrieron embates graves y dañinos para la vida del pueblo de Dios. Una de las verdades que se oscureció, pese a las afirmaciones del Concilio, fue la verdad sobre la Eucaristía y su centralidad en la vida de la Iglesia. La liturgia fuente y cumbre de toda la vida cristiana. Se intentó oponer una Iglesia que se dedicaría a la sacramentalización, y una Iglesia que estaría dedicada a la evangelización y a la promoción social, estableciéndose también en este ámbito una dinámica de discontinuidad 53
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que aún hoy subsiste. De alguna manera, la vida de la gracia pasó a ocupar un lugar secundario en el empeño evangelizador, y hoy mismo, en muchos países no ocupa el centro verdadero de nuestras tareas; sabemos que esto es una visión equivocada, que a la postre, por ser parte de esa discontinuidad de la que habla el Santo Padre, ha comenzado también a mostrar sus pobres resultados. El Papa Pablo VI, ya había salido al paso de esta dificultad en la guía maravillosa de exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi. Allí señala “Sin embargo, no se insistirá bastante en el hecho que la evangelización no se agota con la predicación y la enseñanza de una doctrina, porque aquella debe conducir a la vida: a la vida natural a la que da un sentido nuevo gracias a las perspectivas evangélicas que le abre; a la vida sobrenatural, que no es una negación, sino purificación y elevación de la vida natural. Esta vida sobrenatural encuentra su expresión viva en los siete sacramentos, y en la admirable fecundidad de gracia y santidad que contienen. La evangelización despliega de este modo, toda su riqueza cuando se realiza la unión más íntima, o mejor, una intercomunicación jamás interrumpida, entre la Palabra y los sacramentos. En un cierto sentido, es un equívoco oponer, como se hace a veces, la evangelización a la sacramentalización, porque es seguro que si los sacramentos se administran sin darle un sólido apoyo de catequesis sacramental, y de catequesis global, se acabaría por quitarles gran parte de su eficacia. La finalidad de la evangelización es, precisamente, la de educar en la fe, de tal manera, que conduzca a cada cristiano a vivir, y no a recibir de modo pasivo o apático los sacramentos como verdaderos sacramentos de la fe”. El Santo Padre, en su visita a Brasil, con ocasión de la inauguración de la Conferencia General del Episcopado en Aparecida, quiso reafirmar esta verdad con fuerza. Dice en 54
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el discurso a los Obispos de esa ocasión: “De aquí el mandato de evangelizar: «Id, pues, enseñar a todas las naciones; bautizarlas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñarles a guardar todo lo que os mandé. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». Son palabras simples y sublimes en la cual está indicado el deber de predicar la verdad de la fe, la urgencia de la vida sacramental, la promesa de la continuada asistencia de Cristo a su Iglesia. Estas son realidades fundamentales, que se refieren a la instrucción en la fe y en la moral cristiana y a la práctica de los sacramentos. Donde Dios y su voluntad no son conocidos, donde existe la fe en Jesucristo sin Su presencia en las celebraciones sacramentales, falta lo esencial también para la solución de los urgentes problemas políticos y sociales”. Durante un diálogo del Papa Benedicto XVI, con los párrocos de Roma en febrero del año 2009, uno de ellos le explicó cómo había comenzado a comprender mejor la relación entre Pastoral y Liturgia, y la comprensión de la enseñanza del Concilio que nos dice “La Liturgia es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza”, como conocemos del Sacrosanctum Concilium Nº 10. El Papa, entre otras cosas, señaló: “Para mí, realmente, es importante, que los sacramentos, la celebración eucarística, no sean algo extraño al lado de trabajos más contemporáneos, como la educación moral, económica, y todas las cosas que ya hemos dicho. Puede suceder fácilmente que el sacramento quede un poco aislado en un contexto más pragmático y se convierta en una realidad no totalmente insertada en la totalidad de nuestro ser”. Por eso, queridos amigos, retomar con mayor fuerza la centralidad del culto eucarístico, como con mucha alegría he comprobado en estos días en Lima, al pisar muchas igle55
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sias y ver al Señor expuesto en capillas donde está en adoración, con muchas personas en oración. Retomar con mayor fuerza la centralidad del culto eucarístico, relacionando adecuadamente el sentido de fe y eucaristía, darle verdadero y auténtico sentido a la celebración de la Santa Misa, que es hoy una prioridad en la vida de la Iglesia, y por ello este Congreso en el contexto de la Misión Continental es el lugar adecuado y preciso para reflexionar acerca de esto. En la exhortación apostólica Sacramentum Caritatis, ya recordada el día de ayer, que recoge y explicita las propuestas de los Padres Sinodales, el Papa Benedicto XVI, señala que: “Sin duda, la plena participación en la Eucaristía, se da cuando nos acercamos también personalmente al altar para recibir la Comunión. No obstante, se ha de poner atención para que esta conversión correcta no induzca a cierto automatismo entre los fieles, como si por el solo hecho de encontrarse en la iglesia durante la Liturgia se tenga ya el derecho o quizás incluso el deber de acercarse a la Mesa Eucarística. Aún cuando no es posible acercarse a la Comunión Sacramental, la participación en la Santa Misa sigue siendo necesaria, válida, significativa y fructuosa. En estas circunstancias, es bueno cultivar el deseo de la plena unión con Cristo, practicando, por ejemplo, la comunión espiritual, recordada por Juan Pablo II y recomendada por los santos maestros de la vida espiritual”. Es necesario, preguntarse entonces ¿qué debemos hacer para que la Santísima Eucaristía sea el eje central de la vida de la Iglesia y de cada fiel?, y según la enseñanza secular de la Iglesia, y la reafirmación que ha hecho el Concilio en el catecismo obtenido por él como primera premisa al estudiar el sacramento: “La Eucaristía es fuente y cima de toda vida cristiana”, repitiendo las palabras de Lumen Gentium. “Los demás sacramentos, como todos los ministerios eclesiales 56
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y todas las obras de apostolado están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, a Cristo mismo, nuestra Pascua”. Carácter sacrificial de la eucaristía. San Ireneo afirma que “Nuestra manera de pensar armoniza con la Eucaristía, y a su vez, la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar”. Uno de los elementos centrales y, quizás, uno en el mayor olvido -y que ayer salió a raíz de la estupenda conferencia que nos dio el Cardenal Cañizares-, y con ello desdibujado desde muchos sitios, que la verdadera naturaleza de la Eucaristía, ha sido su carácter sacrificial. De alguna manera, al insistir en el carácter de cena, banquete y asamblea, que evidentemente son esenciales, como lo dice el mismo Catecismo, ha puesto en un lugar subordinado el elemento sacrificial, y, sin embargo, sabemos que por ser memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía es también un sacrificio. El carácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las palabras de la misma institución: “Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros y esta copa de la nueva alianza es mi Sangre que será derramada por vosotros”. En la Eucaristía, Cristo da el mismo Cuerpo que por nosotros entregó en la cruz, afirma el Catecismo, y la Sangre misma que derramó por muchos para remisión de los pecados. En nuestros países, por lo menos en Chile, ya todos hemos adoptado la fórmula que el Santo Padre ha pedido que se use para la consagración. Es pues, un sacrificio porque representa el sacrifico de la cruz, porque es un memorial y aplica su fruto. Cristo, nuestro Señor, se ofreció a Dios Padre una vez por todas muriendo como intercesor sobre 57
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el altar de la cruz, a fin de realizar para ellos, los hombres, nosotros, una redención eterna. Sin embargo, su muerte, no debía poner fin a su sacerdocio. En la Última Cena, la noche que fue entregado, quiso dejar a la Iglesia, su esposa amada, un sacrificio visible como lo reclama nuestra naturaleza humana, donde sería representado el sacrificio sangriento que iba a realizarse una única vez en la cruz, y en cuya memoria se perpetuaría a través de los siglos, como recuerda San Pablo en la Carta a los Corintios; y a cuya virtud saludable se aplicaría la redención de los pecados que cometemos cada día, como recuerda el Concilio de Trento. El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía, son pues, un único sacrificio, -lo recordaba ayer nuestro Cardenal- y es una y la misma víctima, que se ofrece ahora por medio del ministerio de los sacerdotes, y que se ofrece a sí misma en todos sus recursos, sólo difiere la manera de ofrecer. Y, puesto que ese mismo sacrificio que se realiza en la Misa, se contiene y mora incruentamente el mismo Cristo, que en el altar de la cruz se ofreció a sí mismo una vez de modo cruento, este sacrificio es verdaderamente propiciatorio. La Eucaristía es igualmente el sacrificio de la Iglesia. La Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, participa en la ofrenda de su cabeza; con Él, ella se ofrece totalmente, se une a su intercesión ante el Padre por todos los hombres. En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo, es también, el sacrificio de los miembros de su pueblo. La vida de los fieles, su alabanza, su aliento, su oración y su trabajo se unen porque Cristo es su gran ofrenda y adquiere así un valor nuevo. El sacrificio de Cristo presente sobre el altar da a todos los cristianos la posibilidad de unirse a su fe. No se trata, -ya lo dijo ayer su Eminencia el Cardenal Cañizares- de ahondar aquí en esta verdad teológica sino de descubrir que si ella es opacada, 58
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entonces, también se opaca su carácter de centralidad vivencial y aun se desvirtúa su profundo sentido porque el sacrificio de la cruz es el centro de la vida de la Iglesia. Este designio divino de la salvación a través de la muerte del Siervo, del justo, había sido anunciado antes en la Escritura como un misterio de redención universal, es decir, del rescate que libró a los hombres de la esclavitud del pecado. San Pablo profesa en una confesión de fe, que dice haber recibido que Cristo ha muerto por nuestros pecados según la Escritura. La muerte redentora de Jesús cumple, en particular, la profecía del Siervo de Oriente, el profeta Isaías, como todos sabemos. Jesús mismo presentó el sentido de su vida y de su muerte a la luz del Siervo de Oriente. Después de su Resurrección, dio esta interpretación a las Escrituras a los discípulos de Emaús, luego a los apóstoles como lo cuenta el Evangelio de San Lucas. Es fácil comprender, entonces, que un olvido por transposición de este aspecto esencial de la Eucaristía provoca una transformación en la transmisión del mensaje y muestran una realidad distorsionada de su más profundo sentido. Por otra parte, la enseñanza secular de la Iglesia, acepta la reparación interior y exterior de cada persona para recibir la Eucaristía, también, ha sufrido la praxis una contestación muy fuerte. El Catecismo de la Iglesia nos recuerda que el Señor nos dirige una invitación urgente a recibir el sacramento de la Eucaristía. “En verdad, en verdad os digo, si no coméis la carne del hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros”, según la afirmación del Señor, en San Juan. Pero, al mismo tiempo, nos llama el Catecismo a recibir la Santa Eucaristía, debidamente preparados, recordando las duras advertencias de San Pablo en la Primera Carta a los 59
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Corintios. Para concluir, que quien tiene conciencia de estar en pecado grave, debe recibir el sacramento de la reconciliación antes de acercarse a comulgar. Una insistencia desequilibrada en la Eucaristía como banquete, ha ido instalando en algunos ambientes teológicos la idea de que es contraproducente ser invitado a una cena, y no permitir a los que asisten alimentarse, de manera que sería necesaria una reformulación de la praxis de la Iglesia sobre la reparación y disposiciones necesarias para recibir la Eucaristía. El Papa Juan Pablo II, consciente de esta dificultad, quiso explicitar muy claramente la enseñanza a la Iglesia en aquella memorable carta Dominicae Cenae del año 1980, afirmando que “La Eucaristía es por encima de todo un sacrificio: sacrificio de la redención y en un tiempo sacrificio de la nueva alianza, como creemos y como claramente profesan las Iglesias orientales”. El sacrificio actual -afirmaba hace siglos la Iglesia griega- es como aquel que un día ofreció el Unigénito Verbo Encarnado, es ofrecido (hoy como entonces) por Él, siendo el mismo y único sacrificio. Por eso, y precisamente haciendo presente este sacrificio único de salvación, el hombre y el mundo son restituidos a Dios por medio de la novedad pascual de la resurrección. Esta restitución no puede faltar, es fundamento de la alianza nueva y eterna de Dios con los hombres y del hombre con Dios. Si llegase a faltar -dice el Papa- se debería poner en tela de juicio bien sea la excelencia del sacrificio de la redención que fue perfecto y definitivo, bien sea el valor sacrificial de la Santa Misa. Por tanto, la Eucaristía, siendo verdadero sacrificio, obra esa restitución de nosotros a Dios. Esta reafirmación del carácter sacrificial de la Santa 60
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Misa está en directa relación con la función del ministro ordenado que la celebra. “Se sigue de ahí que el celebrante, en cuanto ministro del sacrificio, es el auténtico sacerdote, que lleva a cabo en virtud del poder específico de la sagrada ordenación, el verdadero acto sacrificial que lleva de nuevo a los seres a Dios”. En cambio, todos aquellos que participan en la Eucaristía, sin sacrificar como él, ofrecen con él, en virtud del sacerdocio común, sus propios sacrificios espirituales, representados por el pan y el vino, desde el momento de su presentación en el altar. Efectivamente, este acto litúrgico solemnizado por casi todas las liturgias, tiene su valor y su significado espiritual. El pan y el vino se convierten, en cierto sentido, en símbolo de todo lo que lleva la asamblea eucarística, por sí misma, en ofrenda a Dios y que ofrece en espíritu. Este valor sacrificial está bien expresado en cada celebración, con las palabras con las que el sacerdote concluye la presentación de los dones, al pedir a los fieles que oren para que “este sacrificio mío y de ustedes sea agradable a Dios, Padre Todopoderoso”. Tales palabras tienen un valor de compromiso en cuanto expresan el carácter de toda la Liturgia Eucarística, y la plenitud de su contenido tanto divino como eclesial. Es interesante recordar que el actual Papa siendo aún Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, nos expresó con claridad su pensamiento, develando hace ya treinta años problemas que hoy enfrentamos y estamos analizando. En efecto, en aquel libro impactante en su tiempo, Informe sobre la Fe, que habremos seguramente leído, escribió: “La Liturgia para algunos parece reducirse a la Eucaristía vista únicamente en los aspectos del banquete fraterno, pero la Misa no es solamente una comida entre amigo,s que se reúnen para conmemorar la Última Cena del Señor mediante 61
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la participación de un mismo pan. La Misa es el sacrificio común de la Iglesia en el cual el Señor ora por nosotros y para nosotros y a nosotros se entrega. Es la renovación sacramental del sacrificio de Cristo. Por consiguiente, su eficacia salvífica se extiende a todos los hombres presentes y ausentes, vivos y muertos. Debemos hacernos de nuevo conscientes de que la Eucaristía no pierde su valor por el hecho de no comerla; de esta toma de conciencia, problemas dramáticamente urgentes, como la admisión al sacramento de los divorciados que se han vuelto a casar, perderían mucho de su peso agobiante, -dice el Papa, agregando- que si la Eucaristía se explica, se vive sólo como el banquete de una comunidad de amigos, quien se halla excluido de aquel pan y de aquel vino se encuentra realmente separado de la unión fraterna”. Cultivar la forma eucarística de la vida cristiana. Planificar en la praxis pastoral estas verdades esenciales tiene directa relación con el empeño de volver a poner a la Eucaristía en el centro de la vida de la Iglesia, de manera que su vivencia sea lo que dé forma a la vida cristiana y particularmente a la Misa Dominical, a la cual el Papa Juan Pablo II le dedicó un maravilloso documento, que no ha sido suficientemente considerado. Este documento Pontificio salía al paso de las dificultades que muchos países encuentran hoy para la celebración dominical. Resulta evidente que la imposibilidad que muchos fieles participen plenamente en la Eucaristía, mediante la comunión sacramental, no es argumento suficiente para permitir una distorsión en aquello que es el centro de la vida de la Iglesia, como si estuviera en nuestras manos cambiar las enseñanzas de Jesús que la Iglesia nos transmite. “Por el contrario, al reafirmar y vivir la enseñanza verdadera, la visión completa de la Misa, -dice el Cardenal Ra62
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tzinger en el Informe sobre la fe-, es decir, comida fraterna y, al mismo tiempo, sacrificio del Señor que tiene fuerza y eficacia en sí mismo para quien se une a Él en la fe, entonces también el que no come de aquel pan participa igualmente, a su medida, de los dones ofrecidos a todos los demás”. Recuperar la fórmula eucarística de vida cristiana exige de todos, especialmente de los ministros y de nosotros los Pastores, una fidelidad completa a las enseñanzas de la fe. La Santa Misa nos sitúa de este modo ante los misterios primordiales de la fe, porque es la donación misma de la Trinidad a la Iglesia. Así se entiende que la Misa sea el centro y la raíz de la vida espiritual del cristiano. Es el fin de todos los sacramentos. En la Misa se encamina hacia su plenitud la vida de la gracia, que fue depositada en nosotros por el Bautismo, y que crece, fortalecida por la Confirmación. “Cuando participamos de la Eucaristía -escribe San Cirilo de Jerusalén- experimentamos la espiritualización deificante del Espíritu Santo, que no sólo nos configura con Cristo, como sucede en el Bautismo, sino que nos cristifica por entero, asociándonos a la plenitud de Cristo Jesús”. La donación que la Trinidad misma hace al hombre al ofrecer el sacrificio de Jesús por la humanidad, exige de todos nosotros una actitud de adoración asombrada, que nos hace volver nuestra vida a Dios y abrir toda nuestra existencia a Él, respuesta que yo la consigo en el empeño de vivir en la coherencia eucarística, como la ha llamado el Papa Benedicto XVI. Quien en su caridad descubre, quizás poco a poco, el sentido y el valor de la Santa Misa, de la Eucaristía, y participando en ella se alimenta del Cuerpo de Cristo, no sólo participa de la acción litúrgica sino que descubre el sentido más profundo de la comunión con sus hermanos y con los que han pasado a la vida eterna, es decir, se inserta en la Communio Sanctorum. 63
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“La comunión tiene siempre y de modo inseparable una connotación vertical y una horizontal: –dice el Papa- comunión con Dios y comunión con los hermanos y hermanas. Las dos dimensiones se encuentran misteriosamente en el don eucarístico. Donde se destruye la comunión con Dios, que es comunión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo, se destruye también la raíz y el manantial de la comunión con nosotros. Por eso, si queremos que nuestro mundo sea un mundo de paz, de fraternidad, es necesario que esta visión vertical, esta unión con Cristo en la Eucaristía, sea efectivamente una realidad en la vida de todos nosotros y cada vez de más hombres y mujeres, porque el Señor ha venido a salvar a todos los hombres de todas las épocas”. La forma eucarística de la vida cristiana es sin duda una forma eclesial y comunitaria. El modo concreto en que cada fiel puede experimentar su pertenencia al Cuerpo de Cristo se realiza a través de las diócesis y las parroquias, como estructuras fundamentales de la Iglesia en un territorio particular. Asociaciones, movimientos eclesiales y nuevas comunidades, con la vitalidad propia de sus carismas concedidos por el Espíritu Santo, así como también los Institutos de vida consagrada, tienen el deber de ofrecer su contribución específica para favorecer en los fieles la percepción de pertenecer al Señor. El fenómeno de la secularización, que comporta aspectos marcadamente individualistas, ocasiona sus efectos deletéreos sobre todas las personas que se aíslan, y por el escaso sentido de pertenencia. El cristianismo, desde sus comienzos, supone siempre una compañía, una red de relaciones vivificantes, vivificadas continuamente por la escucha de la Palabra, la celebración de la Eucaristía y animadas por el Espíritu Santo.
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La centralidad de la eucaristía es la garantía de una verdadera transformación moral y social. En un mundo que busca alejarse de Dios y que, como tantas veces nos ha advertido el Santo Padre, se va secularizando, la centralidad de la Eucaristía en la vida de cada uno de nosotros es la verdadera garantía de una transformación social y personal, pues descubrir la belleza de la forma eucarística de la vida cristiana nos lleva a reflexionar sobre la fuerza moral que dicha forma produce para defender la auténtica libertad de los hijos de Dios. –Sigue diciendo- “Con esto deseo recordar una temática surgida en el Sínodo sobre la relación entre forma eucarística de la vida y transformación moral”. El Papa Juan Pablo II, afirmaba que la vida moral posee el valor de un culto espiritual que nace y se alimenta de aquella inagotable fuente de santidad y glorificación de Dios que son los sacramentos, especialmente la Eucaristía. En efecto, participando en el sacrificio de la Cruz, el cristiano comulga con el amor de donación de Cristo y se capacita y compromete a vivir esta misma caridad en todas sus actitudes y comportamientos de la vida. En definitiva, en el culto mismo, en la comunión eucarística está incluido a la vez el ser amado y el amar a los otros. Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma. De estas realidades teológicas surge un concepto que estuvo presente en el Sínodo de la Eucaristía, y que ya hemos recordado: la coherencia. En efecto, el culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales; al contrario, exige el testimonio público de la propia fe. Obviamente, esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes, por posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre los valores fundamentales, 65
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como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su muerte natural, la familia fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores –como nos ha enseñado el Papa- no son negociables. Pero para no negociar con ellos, es necesario, tener la centralidad de la vida eucarística y la forma eucarística de la propia vida. Así pues, los políticos y los legisladores católicos, conscientes de su gran responsabilidad social, deben sentirse particularmente interpelados por su conciencia, rectamente formada, para presentar y apoyar leyes inspiradas en los valores fundados en la naturaleza humana. Esto tiene además una relación objetiva con la Eucaristía. Los obispos han de llamar constantemente la atención sobre estos valores. Ello es parte de su responsabilidad para con la grey que se les ha confiado. La forma eucarística de nuestra vida cristiana es, verdaderamente, una forma comprometida y en este tiempo, como lo ha querido decir el Papa en la primera de sus Encíclicas, de alguna manera, martirial, porque exige dar testimonio de las enseñanzas del Evangelio en circunstancias difíciles, como las que todos vivimos, donde la persecución está presente en la vida de un cristiano que quiere ser coherente. Vivir la enseñanza de Jesús “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” exige la capacidad propia de la vocación a la santidad a la que estamos llamados. De aquí que la Iglesia necesita una y otra vez la centralidad de la Eucaristía, porque es la centralidad del mundo. Vivir la Santa Misa es permanecer en oración continua; convencernos de que, para cada uno de nosotros, es este un encuentro personal con Dios: adoramos, alabamos, pedimos, damos gracias, reparamos por nuestros pecados, nos purificamos, 66
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nos sentimos una sola cosa en Cristo con todos los cristianos. Quizá, a veces, nos hemos preguntado cómo podemos corresponder a tanto amor de Dios; quizá hemos deseado ver expuesto claramente un programa de vida cristiana. La solución es fácil, y está al alcance de todos los fieles: participar amorosamente en la Santa Misa, aprender en la Misa a tratar a Dios, porque en este sacrificio se encierra todo lo que el Señor quiere de nosotros, como enseña Santo Tomás de Aquino: “No existe verdaderamente nada más útil para la salvación que este sacramento que purifica los pecados, aumenta las virtudes y se encuentra la abundancia de todos los carismas espirituales. Se ofrece en la Iglesia en provecho de todos, vivos y difuntos, porque fue instituido para la salvación de todos los hombres”. La Iglesia de América Latina y El Caribe ha comprendido bien esta renovada enseñanza de la Iglesia al poner en un lugar central el encuentro con Cristo, tal como está recogido en muchos documentos y particularmente en el documento de Aparecida, que dice: “La Eucaristía es el lugar privilegiado de encuentro del discípulo con Jesucristo. Con este Sacramento Jesús nos atrae hacia sí, y nos hace entrar en su dinamismo hacia Dios y hacia el prójimo. Hay un estrecho vínculo entre las tres dimensiones de la vocación cristiana: creer (ayer lo recordaba muy bien Monseñor Javier), celebrar y vivir el misterio de Jesucristo, de tal modo, que la existencia cristiana adquiera verdaderamente una forma eucarística. En cada Eucaristía los cristianos celebran y asumen el Misterio Pascual, participando en él. Por tanto, los fieles deben vivir su fe en la centralidad del Misterio Pascual de Cristo a través de la Eucaristía, de modo que toda su vida sea cada vez más Eucaristía. De todo, podemos decir que se convierta en un vivir dando gracias, y después, en un vivir en preparación 67
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para recibir al Señor en la Eucaristía. La Eucaristía, fuente inagotable de la vocación cristiana es, al mismo tiempo, fuente inextinguible del impulso misionero”. Esta relación esencial debemos profundizarla. Es necesaria la respuesta y quien no está cerca de la Eucaristía difícilmente podrá transmitir al Señor, porque nadie da lo que no tiene, porque el impulso misionero sale de esa fuente inagotable que es Cristo presente en el mundo de la Eucaristía y Cristo en la vida de cada uno de nosotros en la recepción de la Eucaristía. Esta forma eucarística de la vida cristiana, además de expresarse en la centralidad de la Eucaristía y particularmente en la Misa Dominical, como ya hemos señalado, exige también un salto de calidad en las celebraciones litúrgicas de nuestras comunidades. Centralidad de la Adoración Eucarística. La celebración sobre la Sagrada Liturgia en el Concilio Vaticano II, nos muestra el lugar y la condición de la Liturgia en el seguimiento de Cristo y la acción que se da en los cristianos en la vida nueva de Cristo y en la vida de nuestros pueblos. Entre las formas de celebración debe ocupar un lugar muy especial la adoración, al respecto la Congregación del clero, nos ha pedido a todos los obispos del mundo un empeño especial en la adoración eucarística como un punto central del trabajo misionero de la Iglesia. ¿A qué llego con eso? Expresar simplemente todo lo que hemos venido diciendo. ¿Si en verdad el Señor es la vida en el centro de nuestra comunidad y en el centro de nuestra alma, y en el centro de nuestra vida, todo lo que hagamos serán discursos del momento, empeños que durarán un tiempo y después decaerán? La Eucaristía debe ocupar un lugar muy especial en 68
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la adoración, dedicando tiempo y espacios para que arraigue más en nuestros fieles el amor a Jesús Eucaristía. En algunas iglesias particulares ha entrado a formar parte de la tarea pastoral de la iglesia la adoración perpetua, como en esta Arquidiócesis de Lima, que expresa una madurez en la fe de toda una comunidad, capaz de estar por medio de sus miembros en contacto y con tanta duración al Señor en la Eucaristía, un don que se ha recibido y pienso no puede perderse y que tiene que irse manifestando y se irá manifestando en el tiempo con muchas acciones pastorales, misioneras, apostólicas, para traer a muchos que están lejos. Si la Eucaristía, en la celebración de la Santa Misa es el centro de la vida de la Iglesia, y de cada fiel, como hemos señalado, entonces, ello implica que toda su vida se debe convertir en un antes y después de ese momento único de algarabía, de manera que lo que antecede es preparación y lo que le sigue es Acción de Gracias y se establece así un flujo espiritual rectificante compuesto de un continuo prepararse, recibir y pedir, porque la manifestación del amor debe nacer del corazón, prolongarse con testimonios de conducta cristiana. Si hemos sido renovados por la recepción del Cuerpo del Señor, hemos de manifestarlo con obras, que nuestros pensamientos sean sinceros, de paz, de entrega, de servicio; que nuestras palabras sean verdaderas, claras, oportunas, que sepan consolar y ayudar, que sepan sobre todo llevar a otros la luz de Dios; que nuestras acciones sean coherentes, eficaces, acertadas, que tengan ese espíritu de Cristo porque recuerdan su modo de comportarse y vivir. Si hemos sido testificados con el pan sagrado, si tenemos las composiciones para que esa comunión con Cristo nos transforme, entonces descubriremos con particular agudeza aquellas cosas de nuestra propia vida, que no son coherentes con la transformación interior que el Señor va 69
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produciendo y, al mismo tiempo, al descubrir con esa luz aquello que en nuestra vida no es coherente, tendremos la claridad para rectificar y mejorar esa conducta, instaurándose en cada uno de nosotros una verdadera esencia espiritual, formada por nuestras continuas caídas y levantadas de la mano del Señor. Se conforma así un caminar cristiano alegre, realista, donde el fiel cristiano está cada vez día más seguro de Dios y menos seguro de sí mismo. Termino estas palabras, para todos seguramente conocidas, pero que conviene repetir de tanto en tanto sobre el misterio central de nuestra fe, que el Santo Padre quiso señalar al inaugurar la Conferencia de Aparecida el año 2007. Dice el Papa: “El encuentro con Cristo en la Eucaristía suscita el compromiso de la evangelización y el impulso a la solidaridad; despierta en el cristiano el fuerte deseo de anunciar el Evangelio y de testimoniarlo en la sociedad para que sea más justa y humana. De la Eucaristía ha brotado a lo largo de los siglos un inmenso caudal de caridad, de participación en las dificultades de los demás, de amor y de justicia. Sólo de la Eucaristía brotará la civilización del amor que transformará Latinoamérica y El Caribe para que, además de ser el continente de esperanza, sea también el continente del amor”. Agradezco a todos su paciencia. Muchas gracias.
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“María, mujer Eucarística” Auditorio del Colegio San Agustín Jueves, 3 de junio de 2010
Ponencia de Monseñor Emilio Carlos Berlie Belauzarán Arzobispo de Yucatán - México
El sugerente título del Capítulo VI de la Encíclica Ecclesia de Eucharistia y la invitación a participar en este congreso me han dado la ocasión de reflexionar y hacer un ensayo de pedagogía mariana-eucarística, tratando de sistematizar la intuición de Juan Pablo II al hablar de la escuela de María. Lo que pretendemos hacer es analizar los números 53 al 58 de la encíclica, para desprender de ellos implicaciones prácticas que ayuden al creyente a vivir la fe eucarística bajo la conducción de la mejor de las maestras: la Santísima Virgen María. Con anterioridad el Papa nos había invitado a “imitar la contemplación de María, la cual, después de la peregrinación a la ciudad santa de Jerusalén, volvió a su casa de Nazaret meditando en su corazón el misterio del Hijo (cf. Lc 2,51).” (cf. Novo Millennio Ineunte 59). Y posteriormente, el mismo Juan Pablo II, insistió en la necesidad de contemplar el rostro de Cristo con María y la presenta también como maestra de la contemplación (cf. Rosarium Virginis 71
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Mariae 3). Ante la evidencia de que nadie conoce a Jesús como María, porque nadie ha amado a Jesús como María, se impone la tarea de desarrollar la estrategia educativa de la Madre del Salvador, de modo que nos encaminemos a un conocimiento nacido del amor semejante al de ella, para que siempre hagamos lo que él nos diga (cf. Jn 2,5). La centralidad de la eucaristía en la vida de la Iglesia es un dato que no necesita ser probado, por el contrario, es una evidencia irrefutable que para el objeto de esta disertación basta enunciar (cf. EE 1). Junto con esto, afirmamos como uno de los puntos de partida de nuestro planteamiento que María es modelo de la Iglesia, por lo tanto ella también debe ser modelo de la fe eucarística (cf. EE 53). “Así que la “relación profunda” (cf. EE 53) entre María y la Eucaristía hay que colocarla en la afirmación rica de contenido del capítulo VIII de la Lumen Gentium, el cual afirma que “por su especial participación en la historia de la salvación, María reúne e irradia todos los datos de la fe” (cf. LG 65). A estos máximos datos de la fe pertenece la Eucaristía, mysterium fidei por excelencia”1. La singular relación que une a María y a Cristo, la califica como a nadie para ser guía que nos lleve al encuentro con Él, que está verdaderamente presente en la Eucaristía. Así como muestra su cuerpo recién nacido a los pastores,
1. DE FIORES, Stefano; Conferencia en el Simposio Teológico-Pastoral del XLVIII Congreso Eucarístico Internacional de Guadalajara, México, Octubre de 2004
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así nos presenta su cuerpo sacramental y nos enseña a adorarlo (cf. EE 53). Los ojos de María que contempla al hijo recién nacido, al adolescente intrépido, al rabino sabio, al varón de dolores y al salvador glorioso son el instructivo de cómo amar a Cristo que recibimos en la comunión, y adorarlo en el sagrario o en la exposición solemne (cf. 55). María es nuestra “educadora en la fe” y la “pedagoga del Evangelio”2 . Su presencia femenina crea en la comunidad una sana atmósfera de familia que propicia nuestro experimentar la maternidad de la Iglesia. María nos ofrece la “presencia sacramental de los rasgos maternales de Dios”3. CRISTERIOS BÁSICOS DE LA PEDAGOGÍA EUCARÍSTICA DE MARÍA a) María es mujer eucarística con toda su vida, y la Iglesia le imita en su relación con este santísimo misterio (Cf. EE 53). Esta afirmación implica una identificación de María con la autodonación de su Hijo a favor nuestro. El P. Stefano de Fiores comenta a este respecto que “ella ha experimentado un conjunto de sentimientos que se vuelven ejemplares para toda la Iglesia: la fe, el amor, la comunión sacrifical, la alegría y la sencillez de corazón…” Según señala el P. de Fiores, “por primera vez, María es presentada como “mujer eucarística” (cf. EE 53-58), o
2. Documento de Puebla, nº 290 3. Documento de Puebla, nº 291
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sea, totalmente en relación y tensión hacia la “Eucaristía”; al punto que esta actitud de relación constituye una llave hermenéutica para poder comprender la vida de María y al mismo tiempo, una tipología antropológica para la Iglesia y para cada uno de los fieles"4. La vida de María es un espejo de las enseñanzas evangélicas, las cuales se encuentran sintetizadas en la entrega de Jesucristo en la última cena. El “tomad y comed”, expresa la autodonación amorosa del Salvador, que está en continuidad y armonía con la ilimitada disponibilidad de la que se reconoce esclava del Señor y deja que se cumpla en ella su Palabra. Este mismo aspecto puede ser ilustrado por unos párrafos inspiradores del P. Raniero Cantalamessa: “Jesús, después de haber pronunciado estas palabras: «Tomad, Comed, éste es mi Cuerpo», no dejó pasar mucho tiempo para llevar a cumplimiento lo que había prometido: después de pocas horas dio su vida y su sangre en la cruz. De otra manera, todo se convierte en un cúmulo de palabras vacías, todo viene a ser una gran mentira. “Es necesario, por lo tanto, que después de haber dicho a los hermanos en la Misa: «Tomad, Comed», nosotros nos dejemos realmente «comer»; y que nos dejemos comer sobre todo de quien no lo hace con la delicadeza y el cuidado que nosotros esperamos.
4. DE FIORES, Stefano, Conferencia en el Simposio Teológico-Pastoral del XLVIII Congreso Eucarístico Internacional de Guadalajara, México, Octubre de 2004
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“Tratemos de imaginar, lo que sucedería si celebráramos la Misa con este compromiso personal, si todos dijéramos firme y decididamente, en el momento de la consagración en alta voz o en silencio, según el ministerio de cada uno: Tomad, Comed. Una madre de familia celebra así la Misa, y luego se va a la casa y comienza su día de trabajo compuesto por mil pequeñas cosas; su vida parece estar literalmente desmenuzada. Y, sin embargo, no es cosa de nada lo que hace, sino que es una eucaristía junto con Jesús. De la misma forma una religiosa que vive la Misa con esta disposición, y luego va a su trabajo cotidiano: niños, enfermos, ancianos. Su vida también puede parecer dispersa en mil cosas, de las cuales al llegar la noche, no queda ni rastro; parecería un día perdido. Y, por el contrario, es eucaristía; ha salvado la propia vida. Imaginémonos que un joven o una joven aprende a decir en la Misa, junto con Jesús: “Este es mi cuerpo” esto los ayudará a no hacer de su cuerpo un objeto de placeres viles, los ayudará a resistir al mundo que quiere reducirlos a solo cuerpo, a sola materia, a solo sexo. Los ayudará a «glorificar a Dios en su propio cuerpo», como dice san Pablo (cf. 1 Cor 6,20). Un sacerdote, un párroco, y con mayor razón, un obispo celebra así la Misa, y después va a orar, a predicar, a confesar, a recibir y atender a la gente, a visitar a los enfermos, etc.; también su día es eucaristía. Y así como Jesús permanece uno en la fracción del pan, de la misma forma una vida gastada de este modo forma una unidad, y esto es una eucaristía. También él permanece unido en la fracción, unido en el partirse, en el entregarse”5.
5. Cf. CANTALAMESSA, Raniero, Cristo, por el Espíritu Eterno se ofreció a Sí mismo a Dios, Cimiento, México 1993, pp. 23-28
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Indiscutiblemente la vida de María se desenvolvió en esta clave de entrega oblativa y llena de alegre generosidad. b) Conservar cuidadosamente todas las cosas en el corazón. Puesto que la fe es misterio que supera nuestro entendimiento (Dios que se revela), es necesaria la actitud de María que conserva cuidadosamente todas las cosas en su corazón (cf. Lc 2,51) (cf. EE 54). María es poseedora de la humildad de una hostia, que es un pan sin pretensiones, y precisamente por eso puede ser el receptáculo de la presencia real de Jesucristo con toda su humanidad y toda su divinidad. Sabedora de su pequeñez (cf. Lc 1,38.48) no pretende ponerse por encima del misterio que se le revela sino que lo contempla, abriendo el espíritu a la acción de Dios que se manifiesta, dejándose conducir por aquél que todo lo puede. Por eso el Documento de Aparecida dice: Ella, que “conservaba todos estos recuerdos y los meditaba en su corazón” (cf. Lc 2, 19; cf. 2, 51), nos enseña el primado de la escucha de la Palabra en la vida del discípulo y misionero. (…) Así se revela que en Ella la Palabra de Dios se encuentra de verdad en su casa, de donde sale y entra con naturalidad. Ella habla y piensa con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios se le hace su palabra, y su palabra nace de la Palabra de Dios. Además así se revela que sus pensamientos están en sintonía con los pensamientos de Dios, que su querer es un querer junto con Dios. Estando íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, Ella puede llegar a ser madre de la
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Palabra encarnada”6. c) “Hagan lo que él os diga” (Cf. Jn 2,5) (Cf. EE 54) Según indica el Papa, “repetir el gesto de Cristo en la Última Cena, en cumplimiento de su mandato: « ¡Haced esto en conmemoración mía! », se convierte al mismo tiempo en aceptación de la invitación de María a obedecerle sin titubeos: « Haced lo que él os diga » (cf. Jn 2, 5) (cf. EE 54). Es decir que en las bodas de Caná, la Madre del Salvador y Madre Nuestra anticipa la actitud de docilidad espiritual de quienes participan del banquete eucarístico para abrirse a la acción del Espíritu que renueva todas las cosas. Haced lo que él os diga, se constituye en la intervención educativa de la Madre sobre el corazón de sus hijos para que todo lo hagamos en memoria del Hijo. Esta relación entre “haced” del cenáculo y el “haced” de la boda de Caná, propone la práctica de la entrega generosa a favor de los demás, al estilo del Cristo Eucarístico más allá de la acción litúrgica. Se convierte en exégesis que explica que lo que se celebra en el misterio se debe vivir en la existencia cotidiana. d) Actitud de confianza irrestricta ante Aquél que todo lo puede (Cf. Lc 1,49): María es testigo de la fidelidad poderosa de Dios, ella sabe con toda claridad que de una Virgen el Altísimo ha he-
6. Documento de Aparecida, nº 271
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cho una Madre, del agua ha hecho vino, del pan y del vino hace cuerpo y sangre del Salvador… (cf. EE 54). La auténtica actitud de fe la encontramos en María: “Durante toda su vida, y hasta su última prueba (cf. Lc 2,35), cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló. María no cesó de creer en el “cumplimiento” de la palabra de Dios. Por todo ello, la Iglesia venera en María la realización más pura de la fe"7. e) Apertura incondicional ante la bondad de Dios y sus exigencias (Cf. EE 55) En María encontramos una disposición precedente para el encuentro con Cristo: actitud de acogida del Hijo de Dios antes de la encarnación, que representa la actitud que el creyente debe tener ante cualquier presencia de Cristo que nos sale al encuentro en cada persona y en cada acontecimiento (prefacio de adviento): en el pobre, en el enfermo, en el solo, en el desnudo (cf. Mt 25); así como la delicada y dinámica conservación del estado de gracia para poder comulgar y participar plenamente en la celebración eucarística en la que recibimos a Cristo y Cristo nos recibe (cf. EE 22). La Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. En la fe, María acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo que “nada es imposible para Dios” (cf. Lc 1,37; cf. Gn 18,14) y dando su asentimiento: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí se-
7. Catecismo de la Iglesia Católica, nº 149.
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gún tu palabra” (cf. Lc 1,38). Isabel la saludó: “¡Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (cf. Lc 1,45). Por esta fe todas las generaciones la proclamarán bienaventurada (cf. Lc 1,48)8. f) Dar un Sí en el presente que se proyecta a una fidelidad abierta la eternidad (Cf. EE 55) Dar un fíat, un amén, un sí a Cristo sin restricciones, como el sí de María en la anunciación, que no cuenta con otra garantía que la promesa de Dios. Así debe ser el fíat, amén, sí que da un joven que se compromete a seguir a Cristo en las exigencias de la vida diaria del apostolado y del testimonio laical, el sí acepto de los novios que se profesan amor conyugal para toda la vida en la bella y trascendente tarea de formar una familia-iglesia-doméstica; el sí quiero, con la ayuda de Dios, que pronuncia el candidato al sacerdocio. Cada uno de estos fíat, como el de María, se abre al futuro con paz y certeza, sin conocer el mañana, pero con la seguridad de que Dios es fiel, nunca abandona y siempre provee de las gracias necesarias para afrontar los retos que en el camino se van presentando. Así es el amén que se dice antes de recibir la comunión y que al anticiparse a la intimidad que se establece entre Jesucristo y el comulgante, manifiesta la decisión de hacer vida lo que recibe en alimento, de convertirse en un sagrario ambulante que lleva la presencia de Cristo a todas partes con un testimonio misionero.
8. Catecismo de la Iglesia Católica, nº 148.
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g) Desprendimiento de sí misma para generar alegría (Cf. EE 55) Desprendimiento de sí misma y participación a otros de la presencia de Cristo como fuente de alegría son características de la acción de María, ella es el primer tabernáculo y relicario de la presencia de Cristo. Allá donde va lleva a Cristo y él revitaliza la alegría de aquellos con los que se encuentra. El pasaje de la Visitación (cf. Lc 1,36-45) manifiesta con un estilo típicamente cristiano, típicamente mariano y típicamente eucarístico la unidad que existe entre servicio y alegría: despojarse de uno para llevar el gozo de Dios a los otros. “En el himno cristológico de la Carta de San Pablo a los Efesios (2,6-11), se expresa genialmente la kénosis, que “el único motivo de la encarnación es el amor de Dios. El hijo se ha encarnado porque Dios es amor y sabemos que Dios es amor, porque el Hijo se ha encarnado”. Este desprenderse el Padre del Hijo, el Hijo del Padre y el Hijo de sí mismo a favor nuestro revela la radicalidad del amor divino: “Porque tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único” (cf. Jn 3,16). Podríamos decir que la Visitación es el manual de la kénosis del discípulo, que renuncia a sí mismo para dar vida al prójimo, llevando a Cristo. María nos enseña que la plenitud de la vida se encuentra en vivir una proexistencia en la que la felicidad propia se conquista en la donación de sí y el servicio a los demás. Salir de uno y hacerse servidor para dar vida a los otros es la ejecución histórica del mensaje del Evangelio, es 80
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vivir el mensaje del lavatorio de los pies y obedecer la voz imperativa de Cristo: también ustedes deben hacer esto los unos con los otros (cf. Jn 13, 14-15). En su viaje hasta las montañas de Judea, María anticipa el cumplimiento de las veces en las que Jesús enseñará que para ser grande primero hay que hacerse servidor de todos (cf. Mc 10,43; Lc 22,26; Mt 20,27); que el que quiera retener su vida la perderá (cf. Mt 10,39; 16,25-26; Mc 8,35; Lc 9,24; 17,33; Jn 12,25); que “hay más felicidad en dar que en recibir” (Hch 20,35). En la Eucaristía, Jesús realiza, histórica y sacramentalmente, la kénosis para desprenderse de Sí mismo y dar vida en abundancia, como María que en la visitación se pone al servicio y lleva a Cristo para dar vida y ser mensajera de la alegría. h) María vive la dimensión sacrificial de la eucaristía con toda su vida “María, con toda su vida junto a Cristo y no solamente en el Calvario, hizo suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía” (cf. EE 56). Antes de continuar con este punto hay que purificar la noción cristiana de sacrificio, que muchas veces está inadecuadamente vinculada a las ideas de mortificación, sufrimiento, derramamiento de sangre e incluso crueldad para aplacar la ira de Dios. Estas aproximaciones erróneas se desprenden más de comprensiones paganas, que de la idea veterotestamentaria de sacrificio expiatorio como acción que dispone para ser receptor de la misericordia de Dios. Además, el sacrificio pascual, ese que encuentra su cumbre en el sacrificio de Jesucristo, tampoco tiene su com81
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ponente esencial en la acción de matar a la víctima (el cordero), sino en su total dedicación o consagración a Yahvé9. Jesús, en la Eucaristía, se ofrece al Padre, como lo ha hecho siempre, toda su vida es sacrificio, porque toda ella es ofrenda (cf. Hb 10,5). María vive esta misma actitud vital (cf. Lc 1,38.48): toda su existencia es donación de su persona sin restricciones a la voluntad de Dios. Este es el sentido más profundo de su virginidad: total e irrestricta pertenencia a Dios. En esta perspectiva podemos entender que “no es una «continencia» la que convierte a María en la virgen perpetua10, sino su «actitud», su disposición de servicio para abandonarse a la voluntad de Dios, su apertura para dejarse llenar por el Espíritu divino y configurar su vida por entero de acuerdo con la fe en las promesas de Dios. Si Lucas y Juan afirman que María, pese a las dificultades, se mantuvo firme en la fe, bien podría subyacer ahí la culminación del discurso acerca de la perpetua virginidad de María. Entre los círculos ascéticos se impuso evidentemente, ya desde la antigüedad, una reducción de tal discurso a los datos biológicos y fisiológicos. El concilio Vaticano II ha estimulado a un redescubrimiento de la importancia total y personal, que comprende cuerpo y alma, de la vida «virginal» y ha conectado esa temática al discurso de la misión de la Iglesia, que actúa en el mundo como «virgen y madre» (cf. LG 64)”11.
9 Cf. GONZÁLEZ, C. I. Él es Nuestra Salvación, CEM, México 1990, p. 204; para profundizar sobre el tema, del mismo autor: Tratado de la Eucaristía, Amateditorial, México 2004, pp. 80-87. 10. HALKES, María, C.J.M. nº 61 11. Cf. SCHNEIDER, Theodor. (Dir.), Manual de Teología Dogmática, Herder, Barcelona 1996, pp 775-784.
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De tal modo que la Iglesia encuentra en María la realización concreta de la consagración vital que plenifica la vida y constituye le expresión más pura de entrega amorosa y fecundidad espiritual. La referencia a María es muy oportuna, ya que pasamos de lo abstracto a lo concreto, de las teorías al ejemplo antropológico representado por la mujer “eucarística”, toda proyectada hacia la “Eucaristía” en actitudes “eucarísticas”. Usando un lenguaje monfortano, que ya ha entrado a formar parte del lenguaje del magisterio y de la mariología, podemos decir que María es “totalmente en relación” a Cristo, y por consiguiente, también al sacramento de la Eucaristía12. i) El modelo de adoración y reverencia eucarística en el momento de la consagración se encuentra en María Escuchemos lo que dice el Papa al respecto: “¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, las palabras de la Última Cena: «Éste es mi cuerpo que es entregado por vosotros» (cf. Lc 22, 19)? Aquel cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno! Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la Cruz.” (cf. EE 56)
12. DE FIORES, Stefano, Conferencia en el Simposio Teológico-Pastoral del XLVIII Congreso Eucarístico
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Para entender el misterio de la vida de Jesucristo es imperativo contemplarlo desde la perspectiva de María, llegando a una identificación tal que el discípulo se introduzca en la vitalidad de los eventos salvíficos y forme parte de ellos como María lo hace. Un autor de vida espiritual en una meditación sobre el nacimiento de Jesús, describe a María indecisa y emocionada, porque no sabe si abrazar a su hijo y adorar a su Dios. Esta actitud de cálida cercanía y respetuosa adoración es la que todo creyente debe tener frente a la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. j) Alabanza y acción de gracias al estilo de María (Cf. EE58): La participación litúrgica encuentra también en María una norma a seguir, bajo las siguientes características: 1. La alabanza a Dios nace de la comunión y es expresión de la misma: Cuando María exclama « mi alma engrandece al Señor, mi espíritu exulta en Dios, mi Salvador », lleva a Jesús en su seno. Siendo ella la llena de gracia, es portadora del autor de la gracia y eso la llena de gozo exultante. 2. Alaba al Padre «por» Jesús, pero también lo alaba «en» Jesús y «con» Jesús. Esto es precisamente la verdadera «actitud eucarística». 3. Al mismo tiempo, María rememora las maravillas que Dios ha hecho en la historia de la salvación, según la promesa hecha a nuestros padres (cf. Lc 1, 55), anunciando la que supera a todas ellas, la encarnación redentora.
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4. Establece un compromiso de renovación evangélica del presente. En el Magnificat, en fin, está presente la tensión escatológica de la Eucaristía. Cada vez que el Hijo de Dios se presenta bajo la «pobreza» de las especies sacramentales, pan y vino, se pone en el mundo el germen de la nueva historia, en la que se «derriba del trono a los poderosos» y se «enaltece a los humildes» (cf. Lc 1, 52). María es maestra porque es Madre: Maternidad Eclesial de María El título de Madre de la Iglesia expresa una verdadera maternidad eclesial y es consecuencia del hecho mismo de la Encarnación. En efecto, si por la Encarnación se crea una unión vital entre Cristo y los fieles, por el mismo motivo se crea una unión vital entre María y la Iglesia. La razón de ello radica en que la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo; la Cabeza es Cristo, y su cuerpo son los fieles, miembros de la Iglesia. María, por ser Madre de Cristo Cabeza, es también Ma¬dre de todo el Cuerpo, en virtud de que ese Cuerpo forma una Persona Mística con el Cristo único, el Hijo de María. En resumen, María por ser Madre de Cristo es, a la vez, Madre de los miembros del Cuerpo Místico que es la Iglesia. El cultivo de la relación filial con María no puede tener otra consecuencia que una más madura relación con Cristo en la eucaristía. Como dice Juan Pablo II: “Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros –a ejemplo de Juan– a 85
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quien una vez nos fue entregada como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía. Por eso, el recuerdo de María en el celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente.” (cf. EE 57). Muchas gracias.
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Encuentro con los jóvenes Campo de Marte de Lima Sábado, 5 de junio de 2010
Discurso del Cardenal Juan Luis Cipriani Thorne Arzobispo de Lima y Primado del Perú
Queridos jóvenes, Quiero decirles que Jesús está entre nosotros, que Jesús está con nosotros. Veo en cada uno de ustedes el amor de Jesús. Por eso les agradezco mucho porque esta I Jornada de la Juventud tiene que ser el comienzo de muchas más Jornadas con la Juventud. Juan Pablo II nos mira desde arriba, Juan Pablo II con tanta alegría contempla a los jóvenes y los bendice. Por eso, ahora quisiera pedir: Lo primero: aprendan a amar ese amor hermoso, ese amor limpio, ese amor de un joven con su enamorada, de un marido con su esposa, ese amor maravilloso que hace la vida tan alegre. Hagamos el compromiso, queridos jóvenes, hombres y mujeres, de aprender a amar ese amor hermoso. ¿Nos queremos comprometer a ese amor hermoso? Amor hermoso y limpio. Y al mismo tiempo quisiera decirle: jóvenes, promuevan siempre la verdad, la libertad y la amistad. Y para todo 87
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eso, ¿qué les puedo decir?: ¡Acérquense a la Confesión! Este Dios tan bueno nos ha dejado esta maravillosa forma de pedirle perdón en la Confesión. Recibamos el Cuerpo de Cristo con el alma limpia. Y un solo propósito más: participar de la Misa Dominical en la familia, incluida las abuelitas que son tan buenas. Démosle un gran aplauso a las abuelitas que son maravillosas. Son las abuelitas las que hoy nos mantienen alegres a todos. Un aplauso también a esas mamás maravillosas y a los papás también. Y esta juventud que se acerque siempre a la Iglesia que es su casa. Jesús los espera, y yo como Padre, Pastor y amigo les digo en nombre de Jesús: "Yo estoy contigo". Hermanos, muchas gracias y acojamos a Nuestra Madre, Santa María. ¡Qué buena es María!, ¡Qué bella es María! ¿Ustedes rezan a veces el Santo Rosario? Hay que llevar el Rosario en el bolsillo siempre y así lo rezamos. Mañana en la Eucaristía todos le diremos a Jesús "Yo estoy contigo". Muchísimas gracias a todos. Aquí está el Rosario de María. Y esta vela es la luz de Jesús, la luz del Espíritu Santo que ilumina a todos para que sepamos rezar el Santo Rosario. ¡Qué buena es María!, ¡Qué bueno es Jesús! Cantemos “Cómo no creer en Dios”. Muy buenas noches y muchas gracias.
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Solemnidad del Corpus Christi Clausura del I Congreso Eucarístico y Mariano de Lima Campo de Marte de Lima Domingo, 6 de junio de 2010
Homilía del Cardenal Juan Luis Cipriani Thorne Arzobispo de Lima y Primado del Perú
Muy queridos hermanos, Lo primero que me viene al corazón es levantar nuestra mirada a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo para darle gracias porque hoy ha querido congregar esta multitud que llena de amor, fe y esperanza, se ha reunido en este Campo de Marte. Les agradezco a mis queridos hermanos sacerdotes, religiosos, religiosas, que han sabido convocar a todos estos hermanos nuestros. Gracias y les pido a todos que agradezcamos esta tarea fiel de los sacerdotes que día a día, como pastores y como padres están al frente de sus comunidades y de sus parroquias. Todos juntos elevemos un aplauso fuerte por los sacerdotes. Ha querido el Señor elegir a sus pastores. Hoy, mis hermanos Obispos, algunos de ellos venidos de otros países: de Estados Unidos, de Chile, y mis hermanos de aquí del Perú, 89
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que de alguna manera representan al Colegio Episcopal, a esos sucesores de los apóstoles puestos por el Vicario de Cristo para pastorear, para llevar la cruz con gozo y guiarlos a ustedes. Unas fuertes palmas para estos obispos de todo el Perú. Celebramos el Cuerpo Místico de Jesús nacido de María Queridísimos hermanos en Cristo Jesús, acabamos de escuchar al apóstol San Pablo y parece que nos estuviera hablando hoy, cuando nos dice: “Yo he recibido una tradición que procede de Cristo y que a mi vez yo la transmito”. Pablo, que no vive junto a Cristo, pero que está en los primeros momentos de la vida de la Iglesia nos quiere decir que él recibió y que él transmite; y ¿qué es lo que nos dice? Que el Señor Jesús, en la noche que iban a entregarlo, tomó pan y pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi Cuerpo que se entrega por ustedes. Hagan esto en conmemoración mía”. Cómo no vamos a conmovernos, a asombrarnos, porque ese algo nuevo, ese algo que es el cielo en la tierra, ese alguien que es el mismo Dios ahora en el altar, vuelve a estar con nosotros en esta Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo. Hoy mismo decía el Santo Padre, Benedicto XVI en Chipre: “Esta Fiesta designa tres realidades distintas: el Cuerpo físico de Jesús, nacido de la Virgen María; su Cuerpo Eucarístico, el pan del cielo que nos alimenta en este gran sacramento; y su Cuerpo eclesial, la Iglesia”. Hoy celebramos el Cuerpo Místico de Jesús nacido de María; el Cuerpo Eucarístico, que recibiremos en este sacramento; y el Cuerpo que hacemos todos nosotros, la Iglesia. El Espíritu Santo, en cada Eucaristía, se hace presente 90
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para santificar los dones del pan y el vino para que puedan convertirse en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, y colma a todos los que se alimentan de esos dones sagrados para que puedan llegar a ser un solo cuerpo y un solo espíritu. Esta es una invitación, queridos hermanos, del mismo Cristo, para que cada uno de nosotros que formamos parte de la Iglesia, dejemos de lado nuestro mundo pequeño y cerrado. Y el Señor nos dice “Acepta esa compañía de todos los que comparten el pan contigo”. Por eso ya no debemos pensar en nuestro egoísmo, sino en los demás; por ello, nos dice el Santo Padre, que cuando rezamos esa oración decimos Padre Nuestro, danos nuestro pan, Cuerpo unido en Cristo, con Cristo y por Cristo. Seamos Iglesia unida Y nos dice el Evangelio, que Jesús contemplando la multitud, -como ahora esta multitud- tomando cinco panes y dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que los sirvieran a la gente. Hermanos, ¿no es esta la figura de lo que hoy estamos viviendo? ¡Aumenta nuestra fe Señor!, eres tú Cristo en el altar, ese sacerdote que ya no es él, es Cristo que presta su voz, sus manos, es Cristo que alzando la mirada y viendo esta multitud con tanto cariño le dice a los discípulos: “Denles ustedes de comer ese pan de vida eterna, ese pan que no termina”. Por eso, la Eucaristía nos invita a todos a suprimir las 91
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barreras entre nosotros, que es la primera convicción para entrar en la vida divina a la que estamos llamados, para ello necesitamos acudir con frecuencia al sacramento de la Reconciliación, bendito sacramento de la Confesión, que una y mil veces viene para sanarnos, para guiarnos, para quitarnos esas penas del alma, para decirle a Jesús una y mil veces “Ten piedad de mí que soy un pecador”. Y el Señor desde la cruz, a través del sacerdote, “Yo te absuelvo”. ¡Qué maravilla nuestra fe!, ¡Qué maravilla nuestra Iglesia que conserva y administra los Sacramentos! ¡Qué maravilla el sacerdote de manera misteriosa: Jesucristo! Por eso quisiera que todos nos hagamos el serio propósito: Seamos Iglesia unida, que adora, que perdona, que reza, seamos Iglesia que no tiene temor, y no hay desconfianza, que no cede al egoísmo, que tiene voluntad para cumplir los deberes de cada uno en su hogar, para unirnos al amor hermoso, para decir no a esos placeres pasajeros que tantas veces nos humillan, nos maltratan y nos confunden; para salir de la mentira, para que nuestro corazón vaya en paz, para que hagamos de nuestra Patria un Perú grande, solidario y justo. Todo esto, hermanos, brota de la Eucaristía. San Agustín nos dice en pocas palabras: “Sé lo que puedes ser, recibe lo que eres” Es decir, seamos Cristo. Recibe lo que eres. “Quien come mi Cuerpo y toma mi Sangre habita en Mí y yo habito en él”. Realmente, ese Cuerpo de Cristo que somos nosotros nos lleva a aprender. Nosotros somos los ojos de ese Cristo que desde la cruz nos mira con compasión, nosotros somos Cristo que pasa; nosotros somos las manos que Cristo extiende para bendecirla y para curar; nosotros somos los pies para ir y hacer el bien; somos tus labios con los que el Evangelio es proclamado.
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Queridísimos hermanos, lancémonos a esa misión maravillosa. Cristo está en ti. Cristo te espera. Cristo en su Iglesia Católica te acompaña, está con nosotros. Por eso, cuando veo esta multitud de hermanos nuestros les pido a todos “Sean sal, sean luz”. A ese que tienes al lado, a aquella hija, a aquel esposo, papá, aquel pequeño niño, al enfermo o al que está preso. Cristo te llama, te busca, te abraza. Qué grande es el amor de Cristo al quedarse con nosotros en la Eucaristía. Asómbrate, alégrate, entusiásmate. Es una maravilla ese plan de Dios para cada uno de nosotros. No digas "yo soy un pecador que no sirve", ¡sí sirves! Dile a Jesús que te perdone, que tenga paciencia contigo y verás cómo un día Jesús pasa y tú eres esa voz, esa mirada, esa palabra que ayuda a quien está solo. Nos dicen los Hechos de los Apóstoles, que la multitud tenía un solo corazón y una sola alma, y en los primeros siglos reconocían a los cristianos porque decían "Miren cómo se aman, miren cómo están dispuestos a morir por Cristo, por su Iglesia’" Hermanos, el mundo de hoy nos pide a los hijos de Dios en Cristo que seamos esa luz, que seamos esa fuerza interior que no le teme a las dificultades ordinarias, que seamos defensores de la vida. Digámosle ¡no al aborto! Digámosle con la misma firmeza ¡sí al matrimonio de uno con una para toda la vida! Maravillosa familia que Dios ha querido establecer en Jesús, teniendo a María y a José, situaciones que décadas atrás nos parecían normales y corrientes. Vocaciones sacerdotales, religiosas y matrimoniales Hoy, debemos defender el matrimonio, la familia, la vida, la educación católica, y tenemos toda la comprensión 93
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para quienes piensan diferente, pero que no nos pidan que nos callemos, hablaremos siempre con la verdad, con paciencia, con cariño y con firmeza. Hermanos, la Santísima Virgen aceptó con alegría la invitación que le hace el ángel: “Vas a ser Madre de Dios”. Hoy, desde aquí, en nombre del Espíritu Santo, quiero tocar la campana en los corazones para que quien siente la llamada del Señor a la vida sacerdotal o a la vida religiosa, le diga al Señor “Aquí estoy porque me has llamado”. Hay muchas llamadas, respondamos con generosidad. Padres de familia, apoyen a sus hijos. Y también, la gran mayoría llamados a esa vocación al matrimonio para encontrar la santidad en el amor de Dios en la vida conyugal, en la educación de sus hijos, en ese trabajo de cada día, en esos deberes y preocupaciones del día. A todos el Señor nos busca y nos señala una vocación a la santidad. Por eso, Nuestra Madre, con ese sí, cuando le dice al ángel: “Hágase en mí según tu Palabra” se abrió una esperanza que hoy nos ilumina a todos. Ese sí de María es el que impulsa a ese sí que cada uno le dice a Dios día a día. Treinta años más tarde, María, después de haber dicho que sí, está al pie de la cruz. Para ella es duro mantener la esperanza, parecería que la oscuridad es más fuerte; sin embargo, acoge a su hijo en brazos, no lo abandona nunca. María siempre nos coge en sus brazos. No podemos separar a Jesús de María, no podemos separar a Jesús y a María de la Iglesia Católica, es toda una unidad, la Trinidad que se hace presente en el altar nos habla de esa madre, hija de Dios Padre; madre de Dios Hijo; esposa de Dios Espíritu Santo, "más que tú solo Dios". 94
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Por eso, al finalizar esta homilía, les pido que recemos el Santo Rosario. ¡Qué grande es nuestra madre! ¡Qué buena es nuestra madre! ¡Qué ternura la de María, míranos con compasión! ¡Esta multitud te quiere mucho! Frutos del Congreso Eucarístico y Mariano Como frutos maduros del Congreso Eucarístico y Mariano nos proponemos la participación en la Misa Dominical en la familia o con los amigos. Me decía ayer un amigo "Invítelos a que cada uno traiga a otro, que cada uno en sus parroquias o capellanías vaya con un amigo más a la Iglesia, a la Misa Dominical". Y al mismo tiempo acompañemos a Jesús expuesto en el Santísimo. Que Dios nos bendiga. Que Dios bendiga a todos los sacerdotes, religiosos y religiosas, a todas las comunidades parroquiales, que con tanta generosidad han puesto en nuestro hogar a Jesús para que todos los días podamos visitarlo en estas Capillas del Santísimo. Ahí tenemos tres propósitos: el Rosario, la Adoración al Santísimo y acudir a la Misa Dominical. Encuentro con los jóvenes Quiero decirles, para terminar, que ayer en este mismo lugar la juventud nos dio una lección, la juventud nos dice a los Pastores: “Cuenta conmigo, estamos dispuestos a ser la fuerza, el escudo, esperanza de la Iglesia en el Perú”. Fue una multitud gozosa, viva, que realmente nos muestra a los Pastores qué buena es nuestra gente. Pero hay mucha tarea por delante. 95
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Imploremos a Nuestra Madre, Santa María, para que interceda por todos nosotros, por el pueblo peruano, ¡Cuánto queremos a nuestro Perú!, ¡Señor, bendícelo, que nos entendamos, que no haya rencores, envidias ni venganzas, que cese la violencia, que no nos engañen! Bendice a tu Iglesia, intercede por tus Pastores y tus sacerdotes. Que vengan muchas vocaciones, que la familia cristiana tenga la firmeza de defender la vida desde el instante de la concepción en el seno materno hasta el último instante de la muerte natural. Para todo eso hermanos, la Eucaristía, sacramento de amor, Sacramento de solidaridad, Sacramento de unidad. ¡Que viva Jesús Eucaristía! Así sea.
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