Celebremos la
NAVIDAD
El nacimiento de nuestro Se単or Jesucristo
Celebremos la
NAVIDAD
El nacimiento de nuestro Se単or Jesucristo
Arzobispado de Lima - Oficina de Pastoral Jr. Chancay 282, Cercado de Lima TelĂŠfono: 203-7718 www.arzobispadodelima.org
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Queridos hermanos La Oficina de Pastoral ha preparado este sencillo folleto que contiene al igual que el año pasado algunas liturgias para rezar en familia en el tiempo de Navidad, como por ejemplo: una oración para bendecir el árbol de Navidad, otra para bendecir el nacimiento y finalmente una para ser rezada durante la Nochebuena. También les ofrecemos las homilías del año pasado del Santo Padre con ocasión de la Navidad y el Año Nuevo (Santa María, Madre de Dios). Sabemos que la Navidad se está convirtiendo cada vez más en nuestra cultura en una fiesta comercial. Las grandes tiendas tienen las mejores ventas del año y la publicidad inunda todos los rincones de la ciudad. La gente intercambia regalos sin tener suficiente conciencia acerca del sentido verdadero de esta fiesta. Para muchos la Navidad es simplemente un día para celebrar el valor de la familia o para expresar buenos deseos de paz y fraternidad. Llama la atención que en muchas tarjetas de Navidad va desapareciendo progresivamente el misterio del nacimiento que es remplazado por Papa Noel, por un árbol lleno de adornos o por cualquier imagen o mensaje humanitario, pero en los que no está presente Jesús. Uno de los objetivos de la fiesta litúrgica de la Navidad en la Iglesia Romana era cristianizar la fiesta pagana del Sol Invicto. Hoy está sucediendo un fenómeno inverso, se está paganizando una fiesta cristiana. Los creyentes debemos esforzarnos por vivir intensamente el sentido cristiano de la Navidad y afirmar con nuestras palabras y testimonio de vida que Jesús es el centro de la Navidad y que Él es Dios con Nosotros. Como enseña el Papa Benedicto: “El Señor está presente. Desde este momento, Dios es realmente un «Dios con nosotros». Ya no es el Dios lejano que, mediante la creación y a través de la conciencia, se puede intuir en cierto modo desde lejos. Él ha entrado en el mundo. Es quien está a nuestro lado. Dios se ha hecho pequeño para que nosotros podamos comprenderlo, acogerlo y amarlo”. En este Año de la Fe, contemplemos y anunciemos el misterio que aconteció hace más de dos mil años en el pesebre de Belén, y que por la acción de la gracia puede y debe seguir aconteciendo en nuestras vidas: La Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros. ¡Feliz Navidad! P. Juan Carlos Rivva Lamas Vicario Episcopal de la Pastoral Arquidiocesana 5
El árbol de Navidad Además del “belén” o “pesebre de Navidad” es costumbre utilizar en el tiempo navideño el “Árbol de Navidad”. Veamos algunos de sus elementos que nos pueden ayudar a profundizar en el misterio de la Navidad-Encarnación.
LAS LUCES. Nos recuerdan que el Señor Jesús es la luz del mundo que lumina nuestras vidas, sacándonos de las tinieblas del pecado y guiándonos en nuestro peregrinar hacia la Casa del Padre.
LA ESTRELLA. Al igual que en Belén hace dos mil años diez años cuando una estrella se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño Jesús, con María, su Madre, causando este hecho una gran alegría a los Sabios de Oriente (Mt 2, 9-10), una estrella corona hoy nuestro árbol recordándonos que el acontecimiento del nacimiento de Jesús es el motivo de nuestra felicidad y gozo.
LOS REGALOS. Colocados a los pies del árbol simbolizan aquellos regalos con los que los Sabios de Oriente adoraron al Niño Dios. Asimismo, nos recuerdan que tanto amó Dios Padre al mundo que le entregó (le regaló) a su único Hijo para que todo el que crea en Él tenga la vida eterna.
A la vez, estos regalos son una invitación constante a vivir nuestra existencia como un verdadero don a Dios y a nuestros hermanos
RITO DE BENDICIÓN DEL ÁRBOL NAVIDEÑO Todos los presentes, santiguándose, dicen: En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
LECTURA Uno de los presentes lee el siguiente texto de la Sagrada Escritura: Escuchemos con atención la lectura del libro del profeta Isaías: “Vendrá a ti, Jerusalén, el orgullo del Líbano, con el ciprés y el abeto y el pino, para adornar el lugar de mi santuario y ennoblecer mi estado”. 7
ORACIÓN DE BENDICIÓN Quien dirige la liturgia dice:
BENDITO SEAS, SEÑOR Y PADRE NUESTRO, QUE NOS CONCEDES RECORDAR CON FE EN ESTOS DÍAS DE NAVIDAD LOS MISTERIOS DEL NACIMIENTO DEL SEÑOR JESÚS, CONCÉDENOS, A QUIENES HEMOS ADORANADO ESTE ÁRBOL Y LO HEMOS EMBELLECIDO CON LUCES, CON LA ILUSIÓN DE CELEBRAR LA NAVIDAD, QUE PODAMOS VIVIR TAMBIÉN A LA LUZ DE LOS EJEMPLOS DE LA VIDA PLENA DE TU HIJO Y SER ENRIQUECIDOS CON LAS VIRTUDES QUE RESPLANDECEN EN SU SANTA INFANCIA. GLORIA A ÉL POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS.
Todos responden: Amén. Todos los presentes entonan el siguiente canto:
CRISTIANOS, VAYAMOS
Cristianos, vayamos, jubilosa el alma. La estrella nos llama junto a Belén. Hoy ha nacido el Rey de los cielos. VENID Y ADOREMOS, VENID Y ADOREMOS, VENID Y ADOREMOS A DIOS AMOR
Humildes pastores dejan su rebaño y llevan sus dones al Niño Dios. Nuestras ofrendas con amor llevemos.
Bendita la noche que nos trajo el día, bendita la noche de Navidad. Desde un pesebre el Señor nos llama.
El Dios invisible se viste de carne, El Rey de la gloria llorando está. Viene a la tierra a darnos el cielo 8
Al final, todos los presentes, santiguándose, dicen: En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Oración de Bendición del Nacimiento 1. Invocación inicial: Mamá: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Todos: Amén.
2. Introducción: Mamá: Alabemos y demos gracias al Señor, que tanto amó al mundo que le entregó a su propio Hijo. Todos: Bendito seas por siempre, Señor. Mamá: Durante estos días tan especiales de Adviento y Navidad, vamos a contemplar el significado de este nacimiento colocado en nuestro hogar y meditaremos el gran amor del Hijo de Dios, que siendo Dios inmenso, quiso hacerse pequeñito para habitar en medio de nosotros y mostrarnos el camino de la Vida. Pidamos, pues, a Dios, que el misterio que representa el pesebre que nuestras manos han preparado, sea vivido intensamente por nuestros corazones y nos haga crecer en la fe en el Hijo de Dios.
3. Lectura de la Palabra de Dios: Uno de los presentes lee el siguiente texto del Evangelio de San Juan: En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron. Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. 9
Después de la lectura se puede hacer algún canto navideño apropiado.
4. Preces: Mamá: En este momento en que nos hemos reunido toda la familia para la bendición del nacimiento, dirijamos nuestros corazones y nuestra oración a Cristo, Hijo de Dios vivo, que quiso ser también hijo de una familia humana; y digámosle: Todos: Por tu nacimiento, Señor, protege a nuestras familias y a nuestro pueblo. Hijo(s): Tú que amaste y fuiste amado por tus padres en la Sagrada Familia de Nazareth, afianza a nuestra familia en el amor y la concordia. Oremos al Señor. Todos: Por tu nacimiento, Señor, protege a nuestras familias y a nuestro pueblo. Hijo(s): Tú que naciste en un humilde establo, infunde tu Espíritu a nuestro pueblo para que nuestro amor y nuestra solidaridad se manifieste de manera particular con los más pobres y los que sufren. Oremos al Señor. Todos: Por tu nacimiento, Señor, protege a nuestras familias y a nuestro pueblo. Hijo(s): Tú que has dado parte de tu gloria a María y a José, admite a nuestros familiares, que en otros años celebraban las fiestas de Navidad con nosotros, en tu familia eterna. Oremos al Señor. Se hacen peticiones libres.
5. Oración de Bendición: Papá:
“Señor Dios, Padre nuestro, que tanto amaste al mundo que nos entregaste a tu Hijo único, nacido de María la Virgen, dígnate bendecir este nacimiento y a la familia cristiana que está aquí presente, para que las imágenes que representan el episodio de tu nacimiento en Belén de Judá, nos ayuden a profundizar en la gratitud y la fe. Te lo pedimos por Jesucristo, tu Hijo amado, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos”.
Todos: Amén.
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Oración para ser rezada en familia en la Noche Buena en el día de Navidad ante el Nacimiento INDICACIONES: • Si es en la Nochebuena, debe realizarse 10 minutos antes de las 12 de la noche. • Es recomendable que la familia esté reunida frente al pesebre. • Es bueno hacer intervenir a todos o a la mayoría de los presentes (se recomienda previamente repartir lo que debe leer cada uno). • Los cantos son SUGERIDOS; pueden ser reemplazados por un villancico conocido. • Se debe tener preparado el Nacimiento (Belén) sin el niño puesto; además, debe haber: cirio, fósforos, copias suficientes para los participantes. Todos:
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Monitor:
Jesús nació en la humilad de un establo, de una familia pobre; unos sencillos pastores son los primeros testigos del acontecimiento. En esta pobreza se manifiesta la gloria del cielo. La Iglesia no se cansa de cantar la Gloria de esta noche:
LA VIRGEN DA HOY A LUZ AL ETERNO, Y LA TIERRA OFRECE UNA GRUTA AL INACCESIBLE. LOS ÁNGELES Y LOS PASTORES LE ALABAN, Y LOS MAGOS AVANZAN CON LA ESTRELLA, PORQUE TÚ HAS NACIDO PARA NOSOTROS, NIÑO PEQUEÑO, ¡DIOS ETERNO! SÓLO HOY SERÁ NAVIDAD, SI EN MÍ Y EN NUESTRA FAMILIA NACE DE MARÍA EL SEÑOR JESÚS. 11
PADRE O MADRE DE FAMILIA DICE: El Señor Jesús ha nacido de Santa María. El pesebre que decora nuestro hogar nos recuerda el gran amor del Hijo de Dios que ha querido habitar entre nosotros. Aquello que ocurrió hace más de dos mil años, lo revivimos esta noche santa en el misterio que contemplamos. El Señor Jesús es el mismo, ayer, hoy y siempre. Monitor:
Escuchemos, ahora, las palabras del Santo Evangelio según San Lucas 2,4-7:
(Uno de los miembros de la familia (hijo o hija), lee el siguiente texto de la Sagrada Escritura): “En aquellos días, José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaban allí le llegó el tiempo del parto, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre”. Monitor:
Palabra del Señor.
Todos:
Gloria a Ti, Señor Jesús.
Después de la lectura, uno de los hijos menores de la familia coloca al Niño en el pesebre y otro prende la vela o cirio a los pies del portal. Monitor:
Cantemos Noche de Paz (u otro canto apropiado).
NOCHE DE PAZ
Noche de paz, noche de amor: Llena el cielo un resplandor; En la altura resuena un cantar: “os anuncio una dicha sin par, En la tierra ha nacido Dios, Hoy en Belén de Judá”.
Noche de paz, noche de amor: Todo duerme en derredor; 12
Solo velan mirando la faz De su niño en angélica paz, José y María en Belén (2 veces)
Noche de Dios, noche de paz: Esplendor inmortal, luz eterna en la noche brilló: Es la gloria del Hijo de Dios. Duerme el Niño Jesús (2 veces)
PETICIONES: (Algunos miembros de la familia leen las peticiones) Monitor:
En este momento, en que nos hemos reunido toda la familia para celebrar la Navidad, dirijamos nuestra oración al Niño Jesús, el Hijo Eterno de Dios que quiso ser también hijo de Santa María y nacer en una familia humana.
A las peticiones respondemos: “TE DAMOS GRACIAS POR SALVARNOS, SEÑOR”.
- Te pedimos, Niño Jesús, por el Santo Padre Benedicto XVI y por todos los obispos y sacerdotes de nuestra Iglesia Católica, para que los sigas iluminando en su misión de conducirnos al encuentro contigo. ROGUEMOS A DIOS. - Protege e ilumina a nuestros gobernantes, para que protejan los derechos de la familia y defiendan la dignidad de la vida humana. ROGUEMOS A DIOS. - Por las familias más pobres, para que no pierdan la esperanza y con nuestra ayuda solidaria puedan vivir con alegría esta Nochebuena. ROGUEMOS A DIOS. - Dios-con-nosotros, que quisiste nacer en el seno de una familia, bendice nuestro hogar, para que siempre reine la fe, el amor y la esperanza. ROGUEMOS A DIOS. - Por todos los miembros de nuestra familia y amigos, que ya nos han precedido en el camino hacia la vida eterna, para que Nuestro Señor los tenga en su gloria. ROGUEMOS A DIOS. - Por todos los que se sienten tristes y solos en esta Navidad, para que la luz de la fe los ilumine y guíe sus pasos como la Estrella para que puedan encontrar a tu Hijo y adorarlo. ROGUEMOS A DIOS. 13
- Para que cesen los conflictos y las guerras en el mundo entero y el Niño Jesús, rey de la paz, reine hoy y siempre. ROGUEMOS A DIOS. Se pueden añadir intenciones libres… (Se deja un tiempo para que cada uno eleve sus oraciones al Niño Jesús). Monitor: Por todas las intenciones que quedan en lo más profundo de nuestros corazones y que bien conoces, concédenos los dones que necesitamos para ser mejores cristianos. Y ahora todos juntos oramos a nuestro Padre como Jesús nos enseñó: PADRE NUESTRO…
ORACIÓN DE BENDICIÓN: Padre de familia dice: Señor Dios, Padre nuestro, Que tanto amaste al mundo Que nos entregaste a tu Hijo único Nacido de María, la Virgen, Dígnate bendecir este nacimiento Y a la familia cristiana Que está aquí presente, Para que las imágenes de este Belén Nos ayuden a profundizar en la fe. Te lo pedimos por Jesús, tu Hijo amado, que vive y reina por los siglos de los siglos. TODOS:
Amén.
(Concluida la oración de la bendición del pesebre, toda la familia reza junta la siguiente oración): SALVE, REINA DE LOS CIELOS Y SEÑORA DE LOS ÁNGELES; SALVE RAÍZ, SALVE PUERTA, QUE DIO PASO A NUESTRA LUZ.
ALÉGRATE, VIRGEN GLORIOSA, ENTRE TODAS LAS MÁS BELLA; SALVE, AGRACIADA DONCELLA, RUEGA A CRISTO POR NOSOTROS. 14
Todos:
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. (Se pueden entonar luego algunos villancicos)
Bendición de la cena de Nochebuena INDICACIONES: • En el centro de la mesa se colocará una vela apagada. • Toda la familia, de pie, se reúne alrededor de la mesa. Todos: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Madre: Hoy nos encontramos reunidos celebrando el nacimiento del Señor Jesús. Dios, en muestra de su inmenso amor, envió a su Hijo para que la comunión perdida por el pecado fuera restablecida. Él nos reúne esta noche y, unidos de la misma forma que la familia de Nazaret, nos muestra que nuestra espera no ha sido en vano. Tío:
“Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor. El ángel les dijo: “No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Cristo y Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Y de pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes Él se complace””. (Lc 2, 8-14)
(Mientras uno de los hijos enciende el cirio colocado en medio de la mesa, todos entonan Campanas) CAMPANAS
Campana sobre campana y sobre campana una, 15
Asómate a la ventana, verás al Niño en la cuna.
BELÉN, CAMPANAS DE BELÉN QUE LOS ÁNGELES TOCAN ¿QUÉ NUEVAS NOS TRAÉIS?
Recogido, tu rebaño, ¿adónde vas, pastorcito? Voy a llevar al portal mi canción y mi cariño
Campana sobre campana y sobre campana dos, asómate a la ventana, porque está naciendo Dios.
Padre de Familia:
OREMOS, DIOS PADRE, QUE NOS ENVIASTE A TU HIJO MUY AMADO, DERRAMA TU BENDICIÓN SOBRE ESTOS ALIMENTOS Y TAMBIÉN SOBRE LOS MIEMBROS DE ESTE HOGAR, PARA QUE ASÍ, COMO AHORA ACOGEMOS, GOZOSOS, A TU HIJO RECONCILIADOR, LO RECIBAMOS TAMBIÉN CONFIADOS CUANDO VENGAS AL FIN DE LOS TIEMPOS.
Todos:
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Solemnidad de la Natividad del Señor
Homilía de S.S. Benedicto XVI Basílica Vaticana Sábado, 24 de diciembre de 2011
Queridos hermanos y hermanas: La lectura que acabamos de escuchar, tomada de la Carta de san Pablo Apóstol a Tito, comienza solemnemente con la palabra apparuit, que también encontramos en la lectura de 16
la Misa de la aurora: apparuit – ha aparecido. Esta es una palabra programática, con la cual la Iglesia quiere expresar de manera sintética la esencia de la Navidad. Antes, los hombres habían hablado y creado imágenes humanas de Dios de muchas maneras. Dios mismo había hablado a los hombres de diferentes modos (cf. Hb 1,1: Lectura de la Misa del día). Pero ahora ha sucedido algo más: Él ha aparecido. Se ha mostrado. Ha salido de la luz inaccesible en la que habita. Él mismo ha venido entre nosotros. Para la Iglesia antigua, esta era la gran alegría de la Navidad: Dios se ha manifestado. Ya no es sólo una idea, algo que se ha de intuir a partir de las palabras. Él «ha aparecido». Pero ahora nos preguntamos: ¿Cómo ha aparecido? ¿Quién es él realmente? La lectura de la Misa de la aurora dice a este respecto: «Ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre» (Tt 3,4). Para los hombres de la época precristiana, que ante los horrores y las contradicciones del mundo temían que Dios no fuera bueno del todo, sino que podría ser sin duda también cruel y arbitrario, esto era una verdadera «epifanía», la gran luz que se nos ha aparecido: Dios es pura bondad. Y también hoy, quienes ya no son capaces de reconocer a Dios en la fe se preguntan si el último poder que funda y sostiene el mundo es verdaderamente bueno, o si acaso el mal es tan potente y originario como el bien y lo bello, que en algunos momentos luminosos encontramos en nuestro cosmos. «Ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre»: ésta es una nueva y consoladora certidumbre que se nos da en Navidad. En las tres misas de Navidad, la liturgia cita un pasaje del libro del profeta Isaías, que describe más concretamente aún la epifanía que se produjo en Navidad: «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva al hombro el principado, y es su nombre: Maravilla de Consejero, Dios fuerte, Padre perpetuo, Príncipe de la paz. Para dilatar el principado con una paz sin límites» (Is 9,5s). No sabemos si el profeta pensaba con esta palabra en algún niño nacido en su época. Pero parece imposible. Este es el único texto en el Antiguo Testamento en el que se dice de un niño, de un ser humano, que su nombre será Dios fuerte, Padre para siempre. Nos encontramos ante una visión que va, mucho más allá del momento histórico, hacia algo misterioso que pertenece al futuro. Un niño, en toda su debilidad, es Dios poderoso. Un niño, en toda su indigencia y dependencia, es Padre perpetuo. Y la paz será «sin límites». El profeta se había referido antes a esto hablando de «una luz grande» y, a propósito de la paz venidera, había dicho que la vara del opresor, la bota que pisa con estrépito y la túnica empapada de sangre serían pasto del fuego (cf. Is 9,1.3-4). Dios se ha manifestado. Lo ha hecho como niño. Precisamente así se contrapone a toda violencia y trae un mensaje que es paz. En este momento en que el mundo está constantemente amenazado por la violencia en muchos lugares y de diversas maneras; en el que siempre hay de nuevo varas del opresor y túnicas ensangrentadas, clamemos al Señor: Tú, el Dios poderoso, has venido como niño y te has mostrado a nosotros como el que nos ama y mediante el cual el amor vencerá. Y nos has hecho comprender que, junto a ti, debemos ser constructores de paz. Amamos tu ser niño, tu no-violencia, pero sufrimos porque la violencia continúa en el mundo, y por eso también te rogamos: Demuestra tu 17
poder, ¡oh Dios! En este nuestro tiempo, en este mundo nuestro, haz que las varas del opresor, las túnicas llenas de sangre y las botas estrepitosas de los soldados sean arrojadas al fuego, de manera que tu paz venza en este mundo nuestro. La Navidad es Epifanía: la manifestación de Dios y de su gran luz en un niño que ha nacido para nosotros. Nacido en un establo en Belén, no en los palacios de los reyes. Cuando Francisco de Asís celebró la Navidad en Greccio, en 1223, con un buey y una mula y un pesebre con paja, se hizo visible una nueva dimensión del misterio de la Navidad. Francisco de Asís llamó a la Navidad «la fiesta de las fiestas» – más que todas las demás solemnidades – y la celebró con «inefable fervor» (2 Celano, 199: Fonti Francescane, 787). Besaba con gran devoción las imágenes del Niño Jesús y balbuceaba palabras de dulzura como hacen los niños, nos dice Tomás de Celano (ibíd.). Para la Iglesia antigua, la fiesta de las fiestas era la Pascua: en la resurrección, Cristo había abatido las puertas de la muerte y, de este modo, había cambiado radicalmente el mundo: había creado para el hombre un lugar en Dios mismo. Pues bien, Francisco no ha cambiado, no ha querido cambiar esta jerarquía objetiva de las fiestas, la estructura interna de la fe con su centro en el misterio pascual. Sin embargo, por él y por su manera de creer, ha sucedido algo nuevo: Francisco ha descubierto la humanidad de Jesús con una profundidad completamente nueva. Este ser hombre por parte de Dios se le hizo del todo evidente en el momento en que el Hijo de Dios, nacido de la Virgen María, fue envuelto en pañales y acostado en un pesebre. La resurrección presupone la encarnación. El Hijo de Dios como niño, como un verdadero hijo de hombre, es lo que conmovió profundamente el corazón del Santo de Asís, transformando la fe en amor. «Ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre»: esta frase de san Pablo adquiría así una hondura del todo nueva. En el niño en el establo de Belén, se puede, por decirlo así, tocar a Dios y acariciarlo. De este modo, el año litúrgico ha recibido un segundo centro en una fiesta que es, ante todo, una fiesta del corazón. Todo eso no tiene nada de sensiblería. Precisamente en la nueva experiencia de la realidad de la humanidad de Jesús se revela el gran misterio de la fe. Francisco amaba a Jesús, al niño, porque en este ser niño se le hizo clara la humildad de Dios. Dios se ha hecho pobre. Su Hijo ha nacido en la pobreza del establo. En el niño Jesús, Dios se ha hecho dependiente, necesitado del amor de personas humanas, a las que ahora puede pedir su amor, nuestro amor. La Navidad se ha convertido hoy en una fiesta de los comercios, cuyas luces destellantes esconden el misterio de la humildad de Dios, que nos invita a la humildad y a la sencillez. Roguemos al Señor que nos ayude a atravesar con la mirada las fachadas deslumbrantes de este tiempo hasta encontrar detrás de ellas al niño en el establo de Belén, para descubrir así la verdadera alegría y la verdadera luz. Francisco hacía celebrar la santa Eucaristía sobre el pesebre que estaba entre el buey y la mula (cf. 1 Celano, 85: Fonti, 469). Posteriormente, sobre este pesebre se construyó un altar para que, allí dónde un tiempo los animales comían paja, los hombres pudieran ahora 18
recibir, para la salvación del alma y del cuerpo, la carne del Cordero inmaculado, Jesucristo, como relata Celano (cf. 1 Celano, 87: Fonti, 471). En la Noche santa de Greccio, Francisco cantaba personalmente en cuanto diácono con voz sonora el Evangelio de Navidad. Gracias a los espléndidos cantos navideños de los frailes, la celebración parecía toda una explosión de alegría (cf. 1 Celano, 85 y 86: Fonti, 469 y 470). Precisamente el encuentro con la humildad de Dios se transformaba en alegría: su bondad crea la verdadera fiesta. Quien quiere entrar hoy en la iglesia de la Natividad de Jesús, en Belén, descubre que el portal, que un tiempo tenía cinco metros y medio de altura, y por el que los emperadores y los califas entraban al edificio, ha sido en gran parte tapiado. Ha quedado solamente una pequeña abertura de un metro y medio. La intención fue probablemente proteger mejor la iglesia contra eventuales asaltos pero, sobre todo, evitar que se entrara a caballo en la casa de Dios. Quien desea entrar en el lugar del nacimiento de Jesús, tiene que inclinarse. Me parece que en eso se manifiesta una verdad más profunda, por la cual queremos dejarnos conmover en esta Noche santa: si queremos encontrar al Dios que ha aparecido como niño, hemos de apearnos del caballo de nuestra razón «ilustrada». Debemos deponer nuestras falsas certezas, nuestra soberbia intelectual, que nos impide percibir la proximidad de Dios. Hemos de seguir el camino interior de san Francisco: el camino hacia esa extrema sencillez exterior e interior que hace al corazón capaz de ver. Debemos bajarnos, ir espiritualmente a pie, por decirlo así, para poder entrar por el portal de la fe y encontrar a Dios, que es diferente de nuestros prejuicios y nuestras opiniones: el Dios que se oculta en la humildad de un niño recién nacido. Celebremos así la liturgia de esta Noche santa y renunciemos a la obsesión por lo que es material, mensurable y tangible. Dejemos que nos haga sencillos ese Dios que se manifiesta al corazón que se ha hecho sencillo. Y pidamos también en esta hora ante todo por cuantos tienen que vivir la Navidad en la pobreza, en el dolor, en la condición de emigrantes, para que aparezca ante ellos un rayo de la bondad de Dios; para que les llegue a ellos y a nosotros esa bondad que Dios, con el nacimiento de su Hijo en el establo, ha querido traer al mundo. Amén.
Vísperas de la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios y Canto del “Te Deum”
Homilía de S.S. Benedicto XVI Basílica Vaticana Sábado 31 de diciembre de 2011
Queridos hermanos y hermanas: Estamos reunidos en la Basílica Vaticana para celebrar las primeras Vísperas de la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, y para dar gracias al Señor al final del año, 19
cantando juntos el Te Deum. Os agradezco a todos que hayáis querido uniros a mi en esta ocasión tan llena de sentimientos y de significado. Saludo en primer lugar a los señores Cardenales, a los Venerables Hermanos en el Episcopado y en el Presbiterado, a los religiosos y religiosas, las personas consagradas y los fieles laicos que representan a toda la comunidad eclesial de Roma. Saludo de modo especial a las Autoridades presentes, comenzando por el Alcalde de Roma, al que agradezco por el cáliz que ha donado, según una hermosa tradición que se renueva cada año. Deseo de corazón que, con el esfuerzo de todos, la fisonomía de nuestra Ciudad esté cada vez más en consonancia con los valores de fe, cultura y civilización que corresponden a su vocación e historia milenaria. Otro año llega a su término, mientras que, con la inquietud, los deseos y las esperanzas de siempre, aguardamos uno nuevo. Si pensamos en la experiencia de la vida, nos deja asombrados lo breve y fugaz que es en el fondo. Por eso, muchas veces nos asalta la pregunta: ¿Qué sentido damos a nuestros días? Más concretamente, ¿qué sentido damos a los días de fatiga y dolor? Esta es una pregunta que atraviesa la historia, más aún, el corazón de cada generación y de cada ser humano. Pero hay una respuesta a este interrogante: se encuentra escrita en el rostro de un Niño que hace dos mil años nació en Belén y que hoy es el Viviente, resucitado para siempre de la muerte. En el tejido de la humanidad, desgarrado por tantas injusticias, maldades y violencias, irrumpe de manera sorprendente la novedad gozosa y liberadora de Cristo Salvador, que en el misterio de su encarnación y nacimiento nos permite contemplar la bondad y ternura de Dios. El Dios eterno ha entrado en nuestra historia y está presente de modo único en la persona de Jesús, su Hijo hecho hombre, nuestro Salvador, venido a la tierra para renovar radicalmente la humanidad y liberarla del pecado y de la muerte, para elevar al hombre a la dignidad de hijo de Dios. La Navidad no se refiere sólo al cumplimiento histórico de esta verdad que nos concierne directamente, sino que nos la regala nuevamente de modo misterioso y real. Resulta sumamente sugestivo, en el ocaso del año, escuchar nuevamente el anuncio gozoso que el apóstol Pablo dirigía a los cristianos de Galacia: «Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial» (Ga 4,4-5). Estas palabras tocan el corazón de la historia de todos y la iluminan, más aún, la salvan, porque desde el día en que nació el Señor la plenitud del tiempo ha llegado a nosotros. Así pues, no hay lugar para la angustia frente al tiempo que pasa y no vuelve; ahora es el momento de confiar infinitamente en Dios, de quien nos sabemos amados, por quien vivimos y a quien nuestra vida se orienta en espera de su retorno definitivo. Desde que el Salvador descendió del cielo el hombre ya no es más esclavo de un tiempo que avanza sin un porqué, o que está marcado por la fatiga, la tristeza y el dolor. El hombre es hijo de un Dios que ha entrado en el tiempo para rescatar el tiempo de la falta de sentido 20
o de la negatividad, y que ha rescatado a toda la humanidad, dándole como nueva perspectiva de vida el amor, que es eterno. La Iglesia vive y profesa esta verdad y quiere proclamarla en la actualidad con renovado vigor espiritual. En esta celebración tenemos motivos especiales para alabar a Dios por su misterio de salvación, que actúa en el mundo mediante el ministerio eclesial. Tenemos muchos motivos de agradecimiento al Señor por todo lo que nuestra comunidad eclesial, en el corazón de la Iglesia universal, realiza al servicio del Evangelio en esta Ciudad. En este sentido, junto al Cardenal Vicario, Agostino Vallini, los Obispos auxiliares, los Párrocos y todo el presbiterio diocesano, deseo agradecer al Señor, de modo particular, por el prometedor camino comunitario dirigido a adecuar la pastoral ordinaria a las exigencias de nuestro tiempo, a través del proyecto «Pertenencia eclesial y corresponsabilidad pastoral». Su objetivo es el de poner la evangelización en el primer lugar, para hacer más responsable y fructífera la participación de los fieles en los sacramentos, de tal manera que cada uno pueda hablar de Dios al hombre contemporáneo y anunciar el Evangelio de manera incisiva a los que nunca lo han conocido o lo han olvidado. La quaestio fidei es también para la diócesis de Roma el desafío pastoral prioritario. Los discípulos de Cristo están llamados a reavivar en sí mismos y en los demás la nostalgia de Dios y la alegría de vivirlo y testimoniarlo, partiendo de la pregunta siempre tan personal: ¿Por qué creo? Hay que dar el primado a la verdad, acreditar la alianza entre fe y razón como las dos alas con las que el espíritu humano se eleva a la contemplación de la Verdad (cf. Juan Pablo II, Enc. Fides et ratio, Prologo); hacer fecundo el diálogo entre cristianismo y cultura moderna; hacer descubrir de nuevo la belleza y actualidad de la fe, no como acto en sí, aislado, que atañe a algún momento de la vida, sino como orientación constante, también de las opciones más simples, que lleva a la unidad profunda de la persona haciéndola justa, laboriosa, benéfica, buena. Se trata de reavivar una fe que instaure un nuevo humanismo capaz de generar cultura y compromiso social. En este marco de referencia, en la Asamblea diocesana de junio pasado, la diócesis de Roma inició un camino de profundización sobre la iniciación cristiana y sobre la alegría de engendrar nuevos cristianos a la fe. En efecto, el corazón de la misión de la Iglesia es anunciar la fe en el Verbo que se ha hecho carne, y toda la comunidad eclesial debe descubrir con renovado ardor misionero esta tarea imprescindible. Las jóvenes generaciones, que acusan más la desorientación agravada además por la crisis actual, no solo económica sino también de valores, tienen necesidad sobre todo de reconocer a Jesucristo como «la clave, el centro y el fin de toda la historia humana» (Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 10).
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Los padres son los primeros educadores de la fe de sus hijos, desde su más tierna edad; por tanto, es necesario sostener a las familias en su misión educativa, a través de iniciativas adecuadas. Al mismo tiempo, es deseable que el camino bautismal, primera etapa del itinerario formativo de la iniciación cristiana, además de favorecer una consciente y digna preparación para la celebración del sacramento, cuide de manera adecuada los años inmediatamente sucesivos al Bautismo, con itinerarios apropiados que tengan en cuenta las condiciones de vida de las familias. Animo pues a las comunidades parroquiales y a las demás realidades eclesiales a seguir reflexionando para promover una mejor comprensión y recepción de los sacramentos, a través de los cuales el hombre se hace partícipe de la vida misma de Dios. Que la Iglesia de Roma pueda contar siempre con fieles laicos dispuestos a ofrecer su propia aportación en la edificación de comunidades vivas, que hagan posible el que la Palabra de Dios irrumpa en el corazón de los que todavía no han conocido al Señor o se han alejado de él. Al mismo tiempo, es oportuno crear ocasiones de encuentro con la Ciudad, que permitan un diálogo provechoso con cuantos buscan la verdad. Queridos amigos, desde el momento en que Dios envió a su Hijo unigénito para que obtuviésemos la filiación adoptiva (cf. Ga 4,5), no hay tarea más importante para nosotros que la de estar totalmente al servicio del proyecto divino. A este respecto, deseo animar y agradecer a todos los fieles de la diócesis de Roma, que sienten la responsabilidad de devolver el alma a nuestra sociedad. Gracias a vosotras, familias romanas, células primeras y fundamentales de la sociedad. Gracias a los miembros de las múltiples Comunidades, Asociaciones y Movimientos comprometidos en la animación de la vida cristiana de nuestra Ciudad. «Te Deum laudamus!». A ti, oh Dios, te alabamos. La Iglesia nos sugiere terminar el año dirigiendo al Señor nuestro agradecimiento por todos sus beneficios. Nuestra última hora, la última hora del tiempo y de la historia, termina en Dios. Olvidar este final de nuestra vida significaría caer en el vacío, vivir sin sentido. Por eso la Iglesia pone en nuestros labios el antiguo himno Te Deum. Es un himno repleto de la sabiduría de tantas generaciones cristianas, que sienten la necesidad de elevar sus corazones, conscientes de que todos estamos en las manos misericordiosas del Señor. «Te Deum laudamus!». Así canta también la Iglesia que está en Roma, por las maravillas que Dios ha realizado y realiza en ella. Con el alma llena de gratitud nos disponemos a cruzar el umbral del 2012, recordando que el Señor vela sobre nosotros y nos cuida. Esta tarde queremos confiarle a él el mundo entero. Ponemos en sus manos las tragedias de nuestro mundo y le ofrecemos también las esperanzas de un futuro mejor. Depositamos estos deseos en las manos de María, Madre de Dios, Salus Populi Romani. Amen
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“En Navidad no nos limitamos a conmemorar el nacimiento de un gran personaje; no celebramos simplemente y en abstracto el misterio del nacimiento del hombre o en general el misterio de la vida; tampoco celebramos sólo el inicio de la nueva estación. En Navidad recordamos algo muy concreto e importante para los hombres, algo esencial para la fe cristiana, una verdad que san Juan resume en estas pocas palabras: «El Verbo se hizo carne»”. S.S. Benedicto XVI
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