ARZOBISPADO DE LIMA | ABRIL 2013
¿En qué creemos?
VIVIENDO NUESTRA FE
SUBSIDIO PASTORAL DEL ARZOBISPADO DE LIMA | AÑO DE LA FE
# 07
La profesión de fe: el Credo Todos los Domingos, cuando vamos a Misa, luego de la homilía del celebrante rezamos juntos el Credo. Hacemos una profesión de nuestra fe, es decir, proclamamos las verdades esenciales en las que creemos como católicos. A veces nos puede suceder que nos hemos acostumbrado a rezar el Credo y lo rezamos mecánicamente, sin prestar atención a la riqueza que contiene cada palabra. Nos podría parecer, incluso, que el Credo no tiene ninguna relación con nuestra vida cotidiana. Sin embargo, nada más lejos de la verdad. El Credo es un texto que desde muy antiguo forma parte de la Iglesia. Originalmente estaba vinculado al Bautismo, donde por medio de preguntas y respuestas, el nuevo cristiano profesaba las verdades que lo identificaban como cristiano. Se articuló desde un principio en base a las tres partes que ahora conocemos: Creo en Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Con el tiempo se le irían añadiendo otras verdades de fe, explicitándose mejor algunos de sus contenidos. La Iglesia conserva muchas de estas profesiones de fe, entre las cuales destacan dos muy antiguas: el Credo de los Apóstoles y el Credo Niceno-Constantinopolitano1. A pesar de sus variaciones, ambos expresan con fidelidad los aspectos centrales de la fe, y por eso la Iglesia los ha atesorado con gran cuidado a lo largo de los siglos y los reza en la Santa Misa dominical y festiva. Creo Para empezar, es importante comprender que para el cristiano el Credo no es una mera formulación de enseñanzas. Cuando decimos “creo” no estamos solo repitiendo una fórmula, sino que estamos haciendo una “profesión”. Esto quiere decir que estamos dando un testimonio, y ese testimonio tiene que expresar una convicción e ir acompaña-
do de un modo de vida coherente con lo que decimos. La fe, que profesamos en el Credo, no es solo una teoría, sino que debe ser fundamento de nuestra vida y manifestarse a través de ella. Sobre esto señalaba Benedicto XVI: «Cuando afirmamos: «Creo en Dios», decimos como Abrahám: Me fío de Ti; me entrego a Ti, Señor, pero no como a Alguien a quien recurrir sólo en los momentos de dificultad o a quien dedicar algún momento del día o de la semana. Decir «creo en Dios» significa fundar mi vida en Él, dejar que su Palabra la oriente cada día en las opciones concretas, sin miedo de perder algo de mí mismo»2. Cuando en el Rito del Bautismo se pregunta tres veces: “¿Creéis?” en Dios, en Jesucristo, en el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia Católica y las demás verdades de fe, la triple respuesta se da en singular: “Creo”. Se dice en singular, porque se trata de una respuesta personal que cada uno profesa desde lo íntimo de su conciencia. Una respuesta que compromete mi modo de pensar y juzgar la realidad, mis valores y opciones cotidianas, mis sentimientos y sobre todo mi modo de actuar y comportarme. Por otro lado, usualmente el Credo lo rezamos durante la celebración Eucarística dominical. Cuando así lo hacemos, expresamos también una dimensión muy importante del ser cristiano. Es verdad que quien profesa la fe es cada una de las personas a título personal. Es decir, cuando rezo el Credo, es cada uno de nosotros quienes decimos “creo”. Sin embargo, en la Misa lo decimos al unísono con todas las personas que participan de la celebración. El “creo” se convierte entonces en un “creemos”. No se trata de un simple juego de palabras, sino de la expresión de una experiencia muy importante. Rezar el “Credo” es un acto eclesial, y lo hacemos como parte de la Iglesia. Expresa, de modo muy particular, nuestro ser parte del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.
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