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Familia espiritual
- Familia espiritual
185. Su madre y sus hermanos lo buscaban en cierta ocasión; pero Jesús no salió a recibirlos, sino que, al aviso de su presencia, respondió: Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen (Lc 8, 21). En este pasaje Jesús revela que no sólo es necesario superar los límites impuestos por las divisiones étnicas, las clases sociales, las fronteras políticas, las enemistades, la edad o el sexo. Hay un límite más que romper y se trata de los lazos de consanguinidad.
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186. La gran familia de Dios no está compuesta solo por aquellos que tienen la misma sangre. Jesús no incluyó – ni incluye – bajo el sustantivo familia solo a sus primos, tíos, abuelos, etc., sino a todo aquel que escuchando su palabra la pone en práctica (cf. Lc 8, 21). Idea muy similar expresa Jesús cuando al explicar la acción del mal que después de ser expulsado regresa de donde salió y encontrando todo barrido retorna con otros siete espíritus, una mujer grita: ¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron! (Lc 11, 27); exclamación a la cual Él responde declarando quiénes son los verdaderos bienaventurados: ¡Dichosos, más bien, los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen! (Lc 11, 28).
187. La respuesta de Jesús es clara: Si la humanidad aprende a romper los lazos de consanguinidad a través de la escucha de la Palabra y su cumplimiento, formará parte de la gran familia de Dios; y con ello, construirá una sociedad contraria a la lógica del mundo. Una comunidad de hombres y mujeres que se sientan y se sepan hijos e hijas de Dios, y hermanas y hermanos de Cristo no necesitarían ni siquiera de un cuerpo de leyes civiles. Bastaría con el amor de Dios expresado en el amor al prójimo y las viejas estructuras a través de las cuales la idolatría al dinero, al poder y al prestigio