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No sea así entre ustedes
caerían; las brechas entre ricos y pobres desaparecerían; y las crisis sociales serían superadas. Sin embargo, mientras oídos y corazones estén cerrados a la escucha de la Palabra, el mundo seguirá encerrado en su ceguera llena de egoísmo y aversión por los demás. En suma, es necesario que la humanidad escuche la Palabra de Dios y la ponga en práctica.
- No sea así entre ustedes
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188. El sueño de Dios, su proyecto originario al crear el cosmos y a la humanidad era que todos fueran hermanos y hermanas. El sueño no acabó tras la caída de nuestros primeros padres; y al enviar a su Hijo para redención del mundo San Pablo nos recuerda el sueño de un Dios que entregó todo (hasta su único Hijo) por amor a nosotros: Que todos seamos uno en Cristo Jesús (cf. Ga 3, 28).
189. El sueño de Dios no ha sido compartido por la humanidad quien, desde la salida del Paraíso, penetrado por el pecado comenzó la lucha de dominio de unos sobre otros. De hordas, se pasó a clanes, de clanes a pueblos, de pueblos a ciudades y de ciudades a imperios. Sus gobernantes crearon programas de gobierno y no fructificando lo suficiente para satisfacer su ambición, crearon proyectos de muerte. Unos y otros se fueron sucediendo en la historia: Egipto, Babilonia, Asiria, Siria, hasta llegar a Roma – el imperio más grande y poderoso de la Edad Antigua – que tanta destrucción y muerte provocó en el mundo. El lujo, la grandeza, la gloria, el poderío y las riquezas de estos imperios eran a costa de la sangre derramada por miles de personas que vivían bajo los pueblos sometidos a ellos.
190. Jesús nació bajo el imperio de Augusto César, y Herodes el grande no era más que un rey vasallo obligado a pagar tributos y a postrarse ante un emperador extranjero.
Jerusalén y el resto de pueblos conocían muy bien el significado de vivir bajo el dominio imperial. Jesús lo describe Entre los paganos los que son tenidos por gobernantes dominan a las naciones como si fueran sus dueños y los poderosos imponen su autoridad (Mc 10, 43); en otras palabras, dominaban a las naciones como objetos, cosificando, esclavizando y bestializando a las personas. Y, frente a esta realidad opresiva y de muerte, Jesús contrapone el liderazgo cristiano.
191. Dos de sus discípulos discutían pedir a Jesús, el sentarse uno a la derecha y otro a la izquierda (cf. Mc 11, 37); pero, Jesús explica que en su reino el honor y la gloria no consiste en la lucha por los mejores puestos. Consiste en “servir a los demás” a semejanza de Él: Quien quiera ser el primero que se haga sirviente de todo, porque el Hijo del Hombre no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos (Mc 10, 44-45). Según, los evangelistas los apóstoles no comprendieron muy bien estas palabras. Su sentido más profundo lo comienzan a intuir en el lavatorio de los pies cuando vieron a su Maestro quitarse el manto, tomar una toalla, atarla a su cintura y postrarse frente a cada uno para lavarle los pies (cf. Jn 12, 4-5). Tras Pentecostés, esto que provocó su admiración fue comprendido, y puesto en práctica. Todos y cada uno se pusieron en camino, y evangelizando a cuantos encontraban les servían como Cristo sirvió a los suyos. Fue tanta su entrega a la misión del Señor, fue tanta su pasión en vivir con compasión por los demás, que compartieron la pasión del Señor ofrendando sus vidas en martirio.
192. Eso es el liderazgo cristiano: Entregarse a los demás en servicio de amor, sin esperar recompensas, ni agradecimientos, si no solo, entregarse hasta desgastar la vida por el Señor, y un día, cansados por tanto trabajar en la Viña, morir por él; o tal vez, odiados, perseguidos e incomprendidos como Cristo,