El gentilicio regional en Leon

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EVOLUCIÓN DEL GENTILICIO REGIONAL EN LEÓN Emilio Gancedo Fernández

Si el estudio diacrónico de un gentilicio concreto ofrece al investigador interesado en el resbaladizo mundo de las identidades un inestimable caudal de información sobre los vaivenes con que las mareas políticas, económicas y sociales han venido zarandeando a un trozo determinado de la gran balsa humana, no es menos cierto que el análisis de esas ‘apariciones públicas colectivas’ en textos de orden literario o técnico debe ser aplicado con todas las prevenciones, seguros como estamos de que tales indicadores de la vinculación directa entre un lugar y unos individuos no poseen en modo alguno el mismo valor, la misma precisión ni el mismo alcance que los que les otorgamos en estos días nuestros de obsesión identitaria. La contextualización se hace, pues, en estos casos, del todo imprescindible, y eso intentaremos en este recorrido –necesariamente breve, y por tanto apoyado tan solo en un puñado de significativos textos históricos- por los diferentes gentilicios regionales aplicados al actual territorio leonés con el correr de los tiempos. Pero si, como decimos, ha de resultar de gran interés el seguimiento de esa marca común, de ese adjetivo en ocasiones sustantivizado que indica la pertenencia de una persona o grupo de personas a un lugar concreto, el rastreo específico del gentilicio regional de los hoy leoneses se nos antoja de alto valor por las singulares características que en este concurren, entre las cuales no son las menores lo difuso e inconcreto de su extensión actual (o, si queremos, las variadas y aun opuestas concepciones de su alcance), la reivindicación que desde planos políticos y culturales se hicieron y hacen de su contenido, y el hecho innegable de que se trata de un pedazo de la vieja Iberia cuyos avatares –al menos durante unas etapas precisas de su Historia- resultaron a la postre vitales para la moderna configuración de España. Todo viaje temporal en la búsqueda del primero de los gentilicios aplicados a esta esquina del Noroeste peninsular pasa ineludiblemente por Roma. No sabemos cómo se denominaban a sí mismos los habitantes de lo que con el andar del tiempo daría en llamarse comarcas leonesas, tan sólo conocemos lo que las fuentes clásicas dicen de su contacto con estas gentes y el conjunto humano en el que las engloban, que no es otro que el de Asturia. Entre las primeras referencias significativas al concepto de Asturia y a su gentilicio, el de astures, está la del insigne geógrafo griego Estrabón (Amasia, Ponto, 64 o 63 a.C.-19 o 24 d.C) en este archiconocido pasaje de su magna Geografía, obra escrita entre el 29 a. C. y el año 7: “Todos los montañeses hacen una vida sencilla, bebiendo agua, durmiendo en el suelo y llevando el pelo largo como las mujeres... Toman sus comidas sentados, haciendo alrededor de la pared bancos de piedras. La comida se sirve en giro. Durante la bebida bailan en rueda acompañados por flauta y corneta o también haciendo saltos y genuflexiones... Todos llevan generalmente capas negras y duermen sobre pajas envueltos en ellas. Las mujeres llevan sayos y vestidos con adorno floral. Usan recipientes de


madera, como los celtas..., despeñan a los condenados a muerte y a los parricidas los apedrean fuera de la ciudad o del confín... Ponen a los enfermos junto a los caminos, como hicieron los egipcios en el pasado, a fin de consultar a los viajeros que hubiesen padecido un mal parecido. Su sal es rojiza, pero machacada se vuelve blanca. Tal es la vida de los montañeses, es decir, como he dicho de los pueblos que ocupan el lado septentrional de Iberia: los Galaicos y Astures y Cántabros hasta los Vascones y el Pirineo. Ya que es idéntica la vida de todos ellos... El carácter inculto y salvaje de aquellos pueblos se explica no sólo por su vida guerrera, sino también por su situación apartada... También el territorio de algunos con su pobreza y sus montañas debió aumentar tal falta de cultura” Apenas hay que hacer notar la connotación de estas palabras, interesadas en hacer constar lo bárbaro, inculto y atrasado de estos pueblos norteños en comparación con la civilización greco-romana y el beneficio que les habría de reportar su incorporación en el Imperio de Roma. Aunque, para beneficio, el que la propia potencia extraería de estas tierras en forma de toneladas y toneladas de preciado oro que marchaban rumbo a la metrópoli. Según Adolf Schulten, la primerísima alusión histórica a ‘lo astur’ se hace con referencia a sus caballos, los asturcones, muy apreciados por los romanos, y tan singulares que hasta daban nombre a similares razas equinas de otras latitudes. Se encuentra en la retórica ad Herennium (4, 50, 63), que se escribió hacia el año 80 a.C.: “Asturconi locus ante ostium suum detur”. El oro astur, la fortaleza, ligereza y rusticidad de sus guerreros, la resistencia de sus caballos, incluso el término ‘Astyr’ empleado como nombre propio… son lugares comunes en la época y aparecen puntualmente en importantes autores como Petronio, Séneca, Lucano, Silio Itálico, Marcial o Suetonio, como bien detalló Schulten. Pero quizá las referencias más conocidas sean las de los cronistas de las guerras asturcántabras, quienes, aunque escribieron sus textos tiempo después de ocurridos aquellos sucesos, se basaron en la obra de un contemporáneo, Tito Livio. Veamos algunos: “En Occidente, casi toda Hispania estaba pacificada excepto la que baña el Océano Citerior y toca a las montañas de la extremidad del Pirineo. Aquí se agitaban dos pueblos muy fuertes aún no sometidos, los cántabros y los astures” “Los astures, por este tiempo, descendieron con un gran ejército de sus nevadas montañas. Y no era a ciegas que aquellos bárbaros emprendían el ataque sino que, poniendo su campamento junto al río Astura, dividiendo el ejército en tres columnas, se preparaban para atacar a un mismo tiempo los tres campamentos romanos. Y hubiera habido una lucha cruenta y dudosa (...) de no ser por la traición de los brigecinos que avisaron a Carisio y éste actuó con su ejército (...) La poderosa ciudad de Lancia acogió los restos del ejército en derrota y se luchó en ella tan encarnizadamente que, cuando tomada la ciudad los soldados reclamaban que se la pegase fuego, a duras


penas pudo conseguir el general que se la perdonase para que, quedando en pie, fuese mejor monumento para la victoria romana que incendiada” (Lucio Anneo Floro, siglos I-II, Compendio de la Historia Romana). Así pinta Silio Itálico a un paradigmático astur: “Le conduce (el astur) Cydno, endurecido por la caza en la cordillera pirenaica, aumentando el combate con su jabalina gala o su dardo moro”. Textos que precisan aún más y nos muestran un pueblo astur, una colectividad, estructurada, además de en clanes, en dos grandes subgrupos, los astures trasmontanos (entre las montañas y el mar) y los astures augustanos o cismontanos (entre las montañas y el Duero), éstos últimos, por tanto, en gran parte correspondientes con la actual provincia de León y el norte de Zamora, una circunscripción que se repite en otros periodos de la historia leonesa. Toda la Asturia formaba el Conventus Iuridicus Asturicensis o Conventus Iuridicus Asturum con capital en Asturica Augusta, la actual Astorga. “A continuación de ellos (los cántabros) se hallan los veintidós pueblos de los astures, divididos en astures augustanos y astures transmontanos, con Asturica, una ciudad magnífica: entre ellos están los gigurri, los pésicos, los lancienses y los zoelas. El número de hombres libres de toda esa población llega a doscientos cuarenta mil” (Plinio el Viejo, 23-79, Historia Natural, antes del año 77) De Lancia dice Dión Casio (159-229) que es “la mayor ciudad de los astures” en su Historia Romana, compuesta sobre el año 202. He aquí otro ‘retrato’ del astur, esta vez en un poema de Claudio Claudiano (finales del siglo IV). “Callaecia sonrió con sus flores, y el hermoso Duria con sus orillas llenas de rosas. Los vellones de las ovejas totalmente teñidos de púrpura. El océano Cántabro arrojó a la playa sus perlas; ni el pálido Astur se deja perder por las galerías de las minas, que vomitan en abundancia el oro ofrecido para el sagrado natalicio; y en las cavernas de los Pyrineos las ninfas fluviales leyeron presagios en las piedras de fuego” Como en tantas otras ocasiones, las supuestas rudeza, ferocidad, espíritu de combate y capacidades de los guerreros astures y cántabros bien pudieron haber sido exageradas con el fin de subrayar aún más la necesidad que había de someter (o ‘pacificar’) a estos pueblos del Norte de la Península y de realzar la conquista romana y su proceso de civilización del territorio. Esta concepción de las guerras contra los astures continuaría invariable en el tiempo. “En el año 726 de la fundación de Roma, siendo cónsules el emperador Augusto por sexta vez y Marco Agripa por segunda vez, entendiendo que a poca cosa se reducía lo hecho en Hispania durante doscientos años si


permitía que los cántabros y los astures, los dos pueblos más fuertes de Hispania, se portasen a su albedrío, abrió las puertas del templo de Jano y salió en persona con un ejército hacia Hispania” (Paulo Orosio, 383-c.420, Historias contra los paganos) Exagerados o no, lo cierto es que el tópico del astur rebelde y arriscado permaneció siglos después. Tras la toma de la ciudad de Lancia en el año 25 a. C., en torno al 24 y 23 a. C. continuaron las campañas, en 20-22 a.C. los astures se rebelaron de nuevo y, aunque el 19 a.C. marca el final de la guerra en el Norte, hay constancia de una revuelta más de los astures durante el reinado de Nerón, en algún momento antes del año 61. Incluso en su Historia Gothorum, San Isidoro de Sevilla (556-636) da cuenta de que el rey Sisebuto “fue esclarecido en las lecciones de la guerra y en la victoria. A los astures rebeldes, enviando su ejercito, los redujo a su dictado”. El mismo erudito habla en sus Etimologías de los “Astures, pueblo de Hispania, así llamados porque les rodea el río Astura, habitan protegidos por sus frondosas selvas y montes y bosques”. Aunque aún sigue habiendo cierto debate en torno a la ubicación exacta del Astura y el origen del topónimo, son mayoría quienes lo sitúan en el actual río Esla, el mayor de los ríos leoneses. Como es sabido, la evolución puede rastrearse bien a través de los documentos históricos medievales (Astura, Astula, Estola, Estla, Esla). La persistencia de una circunscripción, de un concepto territorial y jurídico llamado Asturia, con capital en Asturica Augusta -la actual Astorga, ciudad situada en un punto central de este territorio-, y poblada por unas gentes a las que se da el calificativo de astures o el más culto de asturicenses, es un hecho innegable durante la época visigoda, pues los godos intentaron mantener intacta la división administrativa romana, situando, a la cabeza de cada convento o provincia, un gobernador o duque (dux). Por ejemplo, y en contexto de las guerras contra los suevos –que también ocuparon parte de la actual provincia de León-. San Isidoro indica que Teodorico, el Rey de los godos, “penetró con numeroso ejército en las Hispanias. El rey Requiario, con multitud de suevos, avanzó contra él, a doce millas de la ciudad asturicense (Astorga), sobre el río llamado Urbicum (Órbigo)... siendo vencido”. Pero el uso del gentilicio astur o asturicense al sur de la cordillera, no obstante, va a sufrir una brusca ruptura tras la invasión musulmana de la península en el año 711 y la entrada de estas tierras en una serie de años oscuros por su alejamiento de los centros de poder y la, sino despoblación total de la zona, como han querido algunos investigadores, sí el notable deterioro de la autoridad, las actividades productivas y el comercio. Las noticias contemporáneas languidecen o desaparecen del todo y solo las crónicas escritas siglos después ofrecen información sobre los hechos acaecidos y las gentes que los protagonizaron. Lo importante es reseñar que, tras el surgimiento de un reducto cristiano de resistencia, autónomo del poder musulmán, los gentilicios astur (que se empleará básicamente como cultismo) y asturiense (asturiano) se reservan únicamente para la antigua Asturia Transmontana y no para la Cismontana; es más, estos gentilicios se extienden a territorios de la Cantabria, que pierde su vieja denominación de forma


aún no aclarada del todo. Así, las primeras crónicas emplean los nombres de godos, astures o cristianos de forma casi sinónima. La Asturia son ahora las Asturias, pues, posiblemente, la degradación de la vida pública, lo difuso de las fronteras, movió al uso de estos plurales –recordemos Primorias, Bardulias-, que remiten, como quiere Juan José Sánchez Badiola (Las armas del reino, 2003), a una fragmentación del territorio, a una gran diversidad de espacios comarcales. De aquí en adelante, y en vez de situarse en un eje Norte-Sur, como antes, el topónimo Asturias se ubica en otro Oeste-Este, con unas Asturias de Oviedo, unas Asturias de Santillana y hasta algunas pocas referencias a unas Asturias occidentales, las de Tineo. En la Crónica de Alfonso III: “...Pelayo, habiendo conseguido escapar a los musulmanes y refugiándose en Asturias, es elegido rey por una asamblea, y organiza la resistencia de los asturianos en el monte Auseva, en la cova dominica (Covadonga)” El gentilicio que va a surgir para cubrir la zona ubicada al suroeste de la cordillera irá ligado, pero con el correr del tiempo, en un largo alumbramiento, a una ciudad del Noroeste hispano ubicada en el espacio cismontano, al abrigo de los montes cantábricos pero ya abierta a la meseta: la actual León. Recordemos la génesis de su nombre. En las guerras por la conquista del norte ibérico (29-19 a.C.) ya participó una legión romana que había sido fundada por el propio Augusto, la Legio VI Victrix, que levantó un campamento estable entre los ríos Torío y Bernesga hacia los años 15-10 a.C. En el año 68 d.C., el gobernador de la provincia Tarraconense, Servio Sulpicio Galba, se subleva contra el emperador Nerón, tachado de loco y asesino. Sólo había por entonces una legión romana al sur de los Pirineos, la Legio VI Victrix. Pero Galba, sabiéndose demasiado débil para enfrentarse al poder imperial al contar sólo con el apoyo de esa legión, decidió fundar una nueva unidad militar formada solo por hispanos. Fue la Legio VII, llamada entonces Galbiana o Hispana, por el nombre de su fundador y su lugar de origen. La Legio VII nació en Clunia (Burgos), y recibió estandartes militares el 10 de junio del año 68. A los pocos días de su fundación se conoció la noticia de la muerte del emperador Nerón y Galba ocupó el cargo imperial durante un breve espacio de tiempo, hasta que la inestabilidad y las luchas por el poder terminaron también con su vida. La Legio VII luchó en Roma y el Danubio, y llevó al candidato Vespasiano a la victoria, mas quedó tan dañada que fue necesario reconstruirla con unidades militares procedentes de otras legiones. Es entonces cuando recibe nuevos apelativos y pasó a ser conocida como Legio VII Gemina Felix. Con el emperador Vespasiano llegó la estabilidad, iniciándose una nueva dinastía, la de los emperadores Flavios. En el año 74 la Legio VII Gemina regresa de nuevo a Hispania, asentándose en el campamento construido por la Legio VI. Levanta edificios más sólidos y ya en el siglo III construye la muralla de cubos que aún hoy puede verse en la ciudad.


La importancia y el significado de León vienen dados, pues, por el hecho de haber sido la Legio VII Gemina la única legión asentada en Hispania hasta la caída del Imperio Romano de Occidente, lo cual indica que, durante todo ese tiempo, la población fue la capital militar de la Península. Para las gentes que vivieron entre el imperio y los comienzos de la Edad Media, y posiblemente hasta bien entrada esta, la ciudad legionense, con sus imponentes murallas, era sinónimo de poder militar. En 853, el rey Ordoño I se preocupó de incorporar León al reino de Asturias, repoblándola con éxito. Recordemos que la ciudad perteneció al Conventus Asturum, con capital en Asturica Augusta, el cual formó parte de la provincia Tarraconense hasta el siglo III, cuando, con la creación de la provincia de Gallaecia, fue integrado en ésta. Por ello, en algunos textos medievales León aparece como ubicada en Gallaecia, siguiendo el concepto de la antigua circunscripción romana. Así, en el año 874, “in Territorio Gallecie” y, en 946, “Legione de Galletia” (Sánchez Badiola, 2003). La evolución del nombre de esta Legio (normalmente escrito Legione, en ablativo) hasta el de León puede seguirse tanto por medio de las inscripciones en monedas acuñadas en la ciudad como de las alusiones en textos. La variedad de ‘corrupciones’ latinas del nombre original en su tránsito al romance pleno traerá muchas versiones, y sólo a partir de la implantación cada vez más amplia de los romances peninsulares en los textos oficiales (siglos XII-XIII) se empleará con normalidad los términos de Leon o León y de leonés-leones-leonesa. Hagamos ahora un repaso por la evolución del nombre de León -referido a la ciudad, no a un espacio regional- en los textos de la época, y que tanto tendrá que ver en la aparición de un gentilicio de ámbito creciente con el correr del tiempo. Siguiendo al profesor Ricardo Chao Prieto, la primera referencia del ‘romanceado’ de este nombre se encuentra en un documento de la Catedral de León, fechado en el año 911, y donde se lee la forma sorprendentemente moderna –que además sí podría aplicarse a un espacio regional- de “in territorio cognominantur Leon” (en territorio llamado León), al que Chao considera, por varias razones, una falsificación. Por el contrario, en el año 923, en otros dos documentos de la Catedral aparece la forma “Leione”, que sí correspondería con la lógica evolución del Legione latino. Del mismo año es el diploma en el que figura la “Leonense ciuitate” (ciudad leonesa). Leonense, de legionense, es gentilicio ciudadano profusamente usado en los textos. En el 940, en un documento del Monasterio de San Román de Entrepeñas (montaña Palentina) figura “Leione”, así como en otro de la Catedral, del año 943. Chao muestra como caso curioso el del documento nº 202 de la Catedral, fechado en el 948: en él se dice “Obecus episcopis in Lion” y hace constar que es el único caso en el que ha encontrado esta sustitución de la e por i, a excepción de otro documento del siglo XI del castellano monasterio de San Millán de la Cogolla en el que aparece “Lione”. En el año 951 hay dos documentos catedralicios que hacen referencia a un “teridorio (sic) Leionens”. Un caso parecido es el documento del Monasterio de San Claudio de


León, del año 954, donde se habla de la “Leionense sedis” y de la “ciuitatis Leione”. En otro documento del Monasterio de Otero de los Dueñas (año 1030) aparece “in territorio Leonia” (año 1030). Otro diploma del mismo monasterio dice “in territorio Leonese”. De Alfonso VI (1065-1109) están referenciados “Leione” y “Leone”, también en documentos del Monasterio de Sahagún. Además, los motivos de las monedas acuñadas en tiempos de este rey están inspirados en emisiones francesas. Muestran, en el anverso, cruz griega patada con la leyenda: ANFVS REX. En los reversos, crismones con la primera y última letra del alfabeto griego, alfa y omega, y las leyendas de la ceca con todas las letras: LEO CIVITAS. Y también LEGIO CIVITAS CAPUT SPANIE (Ciudad de León Cabeza de las Españas). Los términos usados en los documentos emitidos durante los reinados de Urraca y de Alfonso VII el Emperador (1105-1157) no se desvían del vocablo latino “Legione”, pero en las monedas del Emperador, en cambio, abunda la denominación “Leon”, junto a otras como “Leo”, “Leonis”, “Leoni”, etc. Las leyendas de los reversos de las monedas suelen ser LEO CIVITAS, LEONI, LEO, LEONIS CIVI, LEGIONENS, LEGIO CIVITAS, LE CIVITAS y también LEON. Pero independientemente del nombre que recibía la ciudad y quizá su terreno más inmediato, la fórmula usada en los documentos de la época para el espacio que a grandes rasgos coincidiría con la actual provincia, esa amplia extensión de valles, riberas y páramos extendida al sur de la cordillera cantábrica, y dividida longitudinalmente por los Montes de León, es la de Foris Montes o Terra de Foras, es decir, la tierra de afuera, la tierra situada más allá de las montañas, un concepto norteño, claramente forjado en las Asturias y/o en Galicia y que enlaza, en su significado, con aquella Asturia Cismontana. Sánchez Badiola en Las armas del Reino explica que los documentos de los siglos X y XI distinguen claramente entre Asturias y Foris Montes, o entre Galicia y Terra de Foris, y aporta algunos ejemplos: “En 1007 se distingue entre Castelle, terre Forizense, Galliciense uel Asturiense” (Badiola, 2003: 144). “Una donación de 976 diferencia bienes sitos tanto en Campos como en Asturias como en Foris Montes, donde se ubican León, Coyanza, Argüello, Luna, Laciana, Babia, Ordás, Sollanzo, Los Oteros o Zamora. El Bierzo puede aparecer ocasionalmente diferenciado: ‘territorio Bergido’ o también incluido en la zona foramontana. En 1096, la villa de Cubillos del Sil es situada ‘foris montes, in valle de berizo”. (Badiola, 2003: 145). Los términos se repiten con ligeras variantes: Foris Montes, Terra de Foras, terris foris montanie, foris montaneis, territorio Terra de Foras… Aunque aparece esporádicamente afectando a la naciente Castilla, este nombre se emplea fundamentalmente, en los documentos tratados, para designar la actual provincia de León, y el norte de las de Zamora y Palencia. Hoy, en la provincia de Orense se cuentan cuatro pueblos con el topónimo de Faramontaos. En la de Zamora existe Foramontanos (o Faramontanos) de Tábara y, en Salamanca, Cabeza de Framontanos. Sánchez Badiola da con la clave cuando escribe: “Un aspecto fundamental es saber cuándo comienza a utilizarse el gentilicio ‘legionense’ para esta región concreta. En


realidad, ello se produjo a lo largo de un proceso sumamente complejo y prolongado, que se relaciona íntimamente con la progresiva extensión del control de la ciudad de León a contornos espaciales sucesivamente más amplios: el alfoz foral, delimitado en 1017; el territorium o suburbium, que sería el ámbito más directamente relacionado con las autoridades capitalinas y de superficie extensa, aunque variable (…); el territorio ‘regional’ foramontano (…) y el reino o espacio político dependiente del rey de León” (Badiola, 2003: 146-147). Esta conexión entre la ciudad y el espacio creciente controlado por ella puede verse en títulos como los de “Regnante in Legione et prouincie sue” (Ordoño II) o “in provincia sua” (Ordoño II, Sancho I, Ramiro III). Regione o patria son otros términos espaciales usados en las denominaciones reales y a los que no podemos aplicar el significado que tienen actualmente: provincia se refiere al alfoz foral, a la zona controlada jurídicamente por la ciudad, y patria es el territorio heredado del padre, y sobre el que, por tanto, el monarca tiene potestad. Algunos de los títulos más frecuentes y repetidos son, en esta época, “rex Legionis” (Ramiro II), “rex Legionensis” (Vermudo III), “regno legionense” (Alfonso VI) y “legionense regnum” (Alfonso VII). También puede distinguirse delimitaciones como, aparte de este “Legionense regnum”, la “terra legionis” (formada por las diócesis de León y Astorga, más la abadía de Sahagún) y la “legionense prouincia” del privilegio foral concedido por Alfonso VI en 1091. Repetimos que, a falta de otras fuentes de información, estas son las denominaciones gentilicias y toponímicas leonesas que se hallan en los textos de la época. Hay que dejar bien claro el relativo laconismo y la falta de concreción que se aprecia en ellas, fruto de los tiempos difíciles vividos por entonces, máxime si las comparamos con la viveza, profusión, y ampliación de estilos que va animando a la literatura administrativa, histórica y lírica de toda Europa a partir del siglo XIII, precisamente cuando León deja de contar con monarcas privativos y cuando los centros de poder se desplazan desde la capital leonesa al centro y sur de la Península. No obstante, de esta etapa histórica extraemos como conclusión la desaparición, como ámbito espacial, de la Terra de Foris una vez sobrepasado el siglo XI y el surgimiento paulatino de una nueva denominación para estas gentes, la de leoneses, que parece instalarse con plena comodidad en el antiguo terreno de los foramontanos y de los astures cismontanos, encajando a la perfección entre Galicia, las Asturias y Castilla. Y es que una mayor parcelación regional, una mayor fijación entre las fronteras de estos territorios y por tanto una relativa mayor claridad a la hora de hablar de sus habitantes puede apreciarse tras la muerte de Fernando I y la partición de su reino en tres, uno de ellos, precisamente el más poderoso e influyente, el de León. El gentilicio leonés, aún en latín, pero ya con valor regional, se aprecia en documentos como la Historia Compostelana, escrita en torno a 1139, y donde estos leoneses de los que hablamos se equiparan con todo derecho con otros pueblos del norte peninsular: “Pues allí había, entre los moradores de la ciudad, gallegos, asturianos, leoneses, de Campos, castellanos y muchos otros”.


Podemos por tanto adentrarnos ahora en las referencias ya romances de ese gentilicio, en el término ya fijado de leoneses, a lo largo de las etapas históricas siguientes. Los primeros testimonios no latinos, los del siglo XIII, se refieren casi exclusivamente al dinero leonés, a la moneda que se usaba en el Reino de León (reino que, a pesar de no contar ya el reino con monarcas propios, continuó durante varios siglos funcionando con sus leyes, Cortes y moneda propias a pesar de compartir los mismos monarcas con otros reinos como los de Castilla, Galicia, etc.). El términos aparece de manera meramente indicativa e instrumental. “Mando a María, mía criada, C morauedís pora casamiento, e un lecho de

ropa con una coçedra e con una colcha e con un xumazo e con un faceruelo. E mando que den a esta María e a súa hermana Johanna vinte e siete morauedís de la bona moneda leonés o la quantía destos blancos a commo montan en estos vinte e siete morauedís”. Testamento (Catedral de León, 1275) Pero no sólo la moneda leonesa aparece de forma harto abundante, también las unidades de medida leonesas, que eran diferentes de las burgalesas o castellanas: “Era MCCXCVII, XIII días por andar del mes de abril. Coñozuda cosa sea a todos per aqueste escrito que nós doña Sancha Moniz, pella gracia de Dios abadessa del monesterio de Carrizo, e el convento d'esse meismo logar damos e otorgamos a vós don Monio García e a vuestra mujer doña Teresa Martínez toda quanta heredat nós avemos e aver devemos en Quintaniella de Solamas e en sos términos, convién a saber: casas, solos, vassallos, terras, viñas, prados, montes, fontes, parte en egresia, árvoles con frucho e sine frucho, con exemiento, con retornamiento e con todas suas derechuras e todas suas pertenencias; e otrosí vos damos cada año X [...] de bon centeno bien medido pella quarta leonés a la fiesta de Santa María de setembrio enna nuestra villa de Grulleros”, Donación de bienes (monasterio de Carrizo, 1259) En el tránsito a la baja Edad Media, así pues, encontramos dos tipos de tratamiento en lo que se refiere al gentilicio leonés, este ‘instrumental’, referido a las monedas y a las medidas, y que aparece con extraordinaria abundancia, y otro en el que el gentilicio se aplica aparentemente de modo ordinario para referirse a la colectividad de habitantes del Reino de León, aunque en ocasiones no queda claro si la cita se refiere a los moradores de la ciudad o a los de ese espacio regional leonés. Una colectividad humana que, además de su propia moneda, medidas y otros usos cotidianos, sigue contando con su propia legislación (los leoneses se regían por el Fuero Juzgo) y el hecho de que, tras 1230, las comarcas de la actual provincia de León y la de Zamora hasta el Duero quedaron enmarcadas en la figura jurídica del Adelantamiento Mayor del Reino de León, que contaba con su propio Adelantado o gobernante, su Sargento Mayor, su archivo, su cárcel, etc. Hechos que otorgan mayor sentido a la singularidad con la que León se mantiene dentro del conglomerado regido por unos reyes de creciente poder e


instalados en espacios trasladados, desde la Castilla histórica, cada vez más al centro y sur de la península. “De iudizio de cort. et es fuero de ynfançones fillos dalgo que ningun rey de espayna non deua dar iudizio fuera de cort ni en so cort a menos que no y aya alcalde .iij. de sos Ricos omes. o mas en troa .vij. & que sean de la tierra en que fueren. si daragon aragoneses. Si en cataloyna cataloyneses. si en Nauarrosa Nauarros. Si en castieylla casteyllanos. Si en leon leoneses. Si en portogal portogaleses. Si en oltra puertos segunt la tierra & su alcalde deue auer et portero & maordompno de la tierra o fuere. & assi deue ordenar sos tierras & sos pleytesias”. Fuero General de Navarra (1250-1300) Poco a poco, en cambio, comienzan a aparecer, intercaladas con éstas, otras valoraciones cuando se habla de León y de los leoneses, sobre todo en los cantares, crónicas y tratados pseudohistóricos escritos desde el reino de Castilla, espacio político preponderante que irá imponiendo paulatinamente no sólo sus usos, lenguaje y leyes, sino también su propia visión global de la historia, de la realidad por tanto, a través de cantares de gesta y discursos históricos mitificados. Los documentos indican, por un lado, disposiciones legales encaminadas a unificar las medidas y dineros leoneses con los castellanos; repertorios y refundiciones históricas en las que la visión de León y de los leoneses suele ser negativa, como ‘sojuzgadores’ del pueblo castellano; y romances en los que quedarán fraguados, por mucho tiempo, tópicos sobre las desavenencias entre leoneses y castellanos, bien que perfectamente separados y singularizados pero que en los albores del Renacimiento se irán confundiendo o diluyendo los unos en los otros cada vez más. Todo esto, huelga decirlo, siempre desde los textos literarios o legales, pues estas épocas no se caracterizan precisamente por dar voz al pueblo llano. Veamos unos cuantos ejemplos. “E mando que, en raçon de las cosas que se deven conprar en regno de Leon, que pongan tanto de [mas a los moravedis] leoneses, por que se fagan eguales las conpras de los moravedis leoneses a los moravedis de Castiella”. Carta Real (Documentos de Alfonso X dirigidos al Reino de León, 1253) “Et desta guisa que aqui es contado; salieron los Castellanos de premia & de seruidumbre & del poder de Leon; & de sus leoneses”. Estoria de España, II, de Alfonso X (1270-1284) El poeta Gonzalo de Berceo refiere lo ‘esforzado’ de los leoneses. “Si a vos semejasse, nuestro seso tal era,/ ir sobre leoneses luego de la primera,/ qebrantar a Remiro, tollerlo de carrera,/ desend' los otros pueblos non valdrién una pera./ De la primera muebda, como fueron fablados,/ al regno de León movieron los fonsados;/ maguer son leoneses firmes e esforçados,/ fueron con estas nuevas ferament' espantados”. Gonzalo de Berceo, Vida de San Millán de la Cogolla (sobre 1230)


Muchas veces se agrupa a leoneses y gallegos como grupos unidos por una especial afinidad, en contraposición con los castellanos. “Con el rey van leoneses e mesnadas gallizianas,/ non son en cuenta, sabet, las castellanas”. Poema de Mio Cid, versos 1982 y 1983, (sobre 1200) “Et el conde respondiól que a omne del mundo non plazdría más que a él folgar et estar vicioso si pudiesse, mas que bien sabía que avían grand guerra con los moros et con los leoneses et con los navarros”. Juan Manuel, El Conde Lucanor (1325-1335) En cambio, las obras redactadas en León o refundidas de autores leoneses ensalzan la ciudad y el reino o sencillamente los nombran sin mayor intención. “E el rey Fernando començo a honrar las eglesias e axemplar su regno faziendo nueuas poblationes. E poblo en Extremadura la ciudat de Roderico e Letesma e Transserra, Granada e el terretorio de Çamora e el castiello de Tarapha. En tierra de Legion poblo Majorcha, Benauento, Manseyla, Vilarpando e Coyaca. Tierra de Legion es dicha por el fluujo de Pisorga e por el fluujo Dorio e por los montes de los submontanos. E en la tierra aquella ha una ciudat reyal la qual es clamada Legion o Leyon” “La ciudat de Legion hauje excellencia, porque era tierra alegre e de ayre sano e se regaua de riyos e era habundant en huertos e en prados e deliciosa en montanyas e en fuentes e tierra bien arborada e muy apta a hombres religiosos”. Obra sacada de las crónicas de San Isidoro, de Don Lucas, Obispo de Tuy (1385-1396) Leoneses y asturianos también se suelen presentan juntos, como lo hacen también castellanos y navarros por un lado; y gallegos y portugueses por otro. “Dio a don alfonso el bueno leon desde pisuerga fasta las asturias de trasmjera fasta el Rio que ha nonbre ouea & astorga & avn vna partida del canpo delos godos çamora toro & beriz fasta villan ux que es en monte ezebrero. Alabando los otrossi mucho a los leoneses & alos esturianos que eran loçanos & francos & nobles & quando entrauan en batalla que guardauan bien su Señor”. Anónimo, Crónica de veinte Reyes. Escorial Y.I.12, (1325) “E de tierra de leon gano vna grand partida & ouo muchas faziendas con moros & con leoneses”. Anónimo, Crónica (1344). “Del conde ferran gonçalez/ Dexando alos leoneses/ gallegos & asturianos/ Pasome alos Castellanos/ vizcaynos & alabeses/ que como altos çipreses/ del libano alto cresçieron/ muchos dellos floresçieron/ Con virtuosos arneses/ Aflitos & molestados/ delos reys de leon/ & de ser en subgeçion/


Tan luenga mente enojados/ Como toros mal domados”. VV.A.A., Cancionero de París, 1436-1470 “Del alboroto de los leoneses contra castellanos”. Alfonso Martínez de Toledo, Atalaya Corónicas (1443-1454) “E después que el rrey don Bermudo fue muerto, el rrey don Fernando fue çercar a León porque no dexaba fijos e le perteneçía por rrazón de la rreyna doña Sancha, su muger, que era hermana del dicho rrey /lxvii r. 195. E como quier que algunos días sse le detubieron, al fin no se podiendo defender, diéronsele los leoneses e rrezibiéronlo por su rrey e señor, e fue allá coronado. E en este rrey don Fernando el Magno, se juntaron los rreynos de León y Castilla. E de allí adelante çesaron las contiendas de entre los leoneses e castellanos” “Los gallegos e leoneses eran mucho fabladores” “El rrey don Alonso fue derecho a Çamora donde fueron ayuntados los castellanos, e navarros, e leoneses, e gallegos”. Pedro de Escavias, Repertorio de príncipes de España (1467-1475) “En el reinamiento de los reinos de León corrían en estos reinos la moneda de los leoneses e, después qu'el virtuoso conde Ferrand González sacó a Castilla de la sojuçión de los Reyes de León, corría l[a] moneda de los burgaleses (…) E después de muerto este rey don Ferrando, reinando el rey don Alonso, su fijo, que llamaron el Savio, en el año del Señor de mil CCXC años fizo desfazer la moneda de los leoneses e pepiones e labró en todos sus reinos la moneda de los burgaleses…” “Los moros, ensoverveçidos, entraron en el reino de León, quebrantando las treguas a los leoneses; feziéronlos mucho daño en las tierras e tomaron la çiudad de Çamora e destruyéronla toda” “Contado ha la istoria de los castellanos cómo se alçaron contra los leoneses” “E vençida esta batalla, entró este Rey de Aragón por tierra de Canpos e llegó a León, faziendo mucho daño en la tierra. E juntáronse todos los leoneses e gallegos e tomaron por mayor a don Alonso, fijo d'esta reina doña Urraca e nieto del rey don Alonso de Castilla, que era pequeño de edad. E topáronse en batalla con el dicho Rey de Aragón entre Astorga e Carrión e, después de mucho ferida, fueron vençidos los leoneses e gallegos e muertos e presos muchos d'ellos”. Lope García de Salazar, Istoria de las bienandanzas e fortunas (1471-1476) “Y llego a galizia: porque todo lo dexasse vencido y alla peleo como de nueuo con toda la fidalguia dela montaña: ca sabida la victoria mortal que


delos castellanos leuara: salieron a el mano armada / todos los asturianos / galliegos / y leoneses : que presumen tan de fidalgos / que entendian de le detener: y ahun pelear conel”. Gonzalo de García de Santa María, Traducción de la Corónica de Aragón de fray Gauberto Fabricio de Vagad, (1499) Tras este periodo, el concepto de León y los leoneses queda ‘galvanizado’ como referido a gentes esforzadas, los primeros en enfrentarse a los musulmanes y ‘salvar’ España según el mito de la Reconquista, asimilados muchas veces con los asturianos pero también, y lo que es más curioso, al ser los primeros, lo son a veces también de la ‘nación castellana’ precisamente en una época en la que Castilla fraguaba su concepto moderno de Estado en equivalencia con el término España. Una especie, pues, de ‘pioneros españoles’. “Por África, sin vasallos/ vino el coronado rey/ que a buena y mala moneda/ anda aruñando el envés;/ el que debe a la pintura/ más braveza que a su ser,/ vencible a punta de cuerno,/ invencible en el pincel;/ el que dio nombre en Castilla/ al esforzado leonés;/ por lo real y rapante”. Poesías, Francisco de Quevedo (1597-1645) “No soy leonés, gallego ni asturiano,/ de mis castillos soy y de mis villas,/ si Rey cristiano no me diere sueldo,/ Córdoba tiene moros y Sevilla,/ Cuenca y Alcalá, Avila, y Najera” “IÑIGO: Hoy es, bellísima Sol/ aquél deseado día/ que se junta en un crisol/ tu amor y la sangre mía,/ el ser leonés y español”. Los Benavides, Lope de Vega (1598-1602) Los textos de la época asimilan o identifican unas veces lo leonés con lo castellano y otros los presentan como independientes, pero también se aprecia como lo leonés es algo que antecede a lo castellano en una suerte de progresión histórica que desde lo godo conduce a lo español. “Bien creo que depende de los reyes y príncipes el darse sus nobles a unas viviendas o a otras; y como los reyes españoles hayan sido godos, enemigos de letras, o después leoneses y después castellanos, tan ocupados en guerras sobre recobrar a España de los moros, parécese decir que con el tráfago de las armas no se lleva bien la quietud de los estudios”. Diálogos familiares de la agricultura cristiana, Juan de Pineda (1589) “Este era señor de gran número de gente que habitaba toda aquella grande serranía, que llamaban ciguayos, cuasi nazarenos como entre los judíos, porque nunca se cortaban o pelaban pelo alguno de sus cabellos; y así traían las cabelleras crecidas hasta la cinta y más abaxo, de sus cuerpos. Y desta manera solían en Castilla la Vieja, hacia el reino de León, los leoneses o


castellanos antiguamente criar los cabellos como las mujeres, hasta abaxo”. Fray Bartolomé de las Casas, Historia de las Indias (1527-1561) “Castellanos y leoneses/ Tienen grandes divisiones./ El conde Fernan Gonzalez/ Y el buen Rey Don Sancho Ordoñez,/ Sobre el partir de las tierras/ Ahí pasan malas razones:/ Llamábanse hi-de-putas:/ Hijos de padres traidores;/ Echan mano á las espadas,/ Derriban ricos mantones:/ No les pueden poner treguas/ Cuantos en la corte sone”. Cancionero de romances, anómimo (sobre 1550) Uno de los ciclos en los que mejor se comprueban las resonancias épicas de este LeónAsturias’, pionero de la castellanidad entendida como españolidad es el del héroe mítico Bernardo del Carpio, fabricado como patriótico contrapunto hispano del Roldán francés. “Con los mejores de Astúrias/ Sale de Leon Bernardo,/ Puestos á punto de guerra/ A impedir á Francia el paso,/ Que viene á usurpar el reino/ A instancia de Alfonso el Casto,/ Como si no hubiera en él/ Quien mejor pueda heredallo,/ Y á dos leguas de Leon/ Se paró en medio de un llano,/ Y levantando la voz/ Volvió de esta suerte á hablallos:/ -Escuchadme, leoneses,/ Los que os preciais de hijos-dalgo,/ Y de ninguno se espera/ Hacer hecho de villano;/ A defender vuestro rey/ Vais como buenos vasallos,/ Vuestra tierra y vuestras vidas,/ Y las de vuestros hermanos./ No consintais que extranjeros/ Hoy vengan á sujetaros,/ Y mañana vuestros hijos/ Sean de Francia un pedazo,/ Y vuestras armas antiguas/ El rico blason trocando,/ Veais de lises sembradas,/ En lugar de leones bravos,/ Y el reino que ha tanto tiempo/ Vuestros abuelos ganaron,/ Por solo el temor de un dia/ Vengan á mandallo extraños./ Aquel que con tres franceses/ No combatiere en el campo/ Quédese, y seamos ménos,/ Aunque habemos de igualallos; Que yo y los que me siguieren/ Uno serémos á cuatro,/ Y cuando mas no cupieren/ Para toda Francia vamos”. “Con tres mil y mas leoneses/ Deja la ciudad Bernardo,/ Que de la perdida Iberia/ Fué milagroso restauro;/ Aquella cuya muralla/ Guarda y dilata en dos campos/ El nombre y altas victorias/ De aquel famoso Pelayo./ Los labradores arrojan/ De las manos los arados,/ Las hoces, los azadones;/ Los pastores los cayados;/ Los jóvenes se alborozan,/ Aliéntanse los ancianos,/ Los inútiles se animan,/ Fíngense fuertes los flacos,/ Todos á Bernardo acuden,/ Libertad apellidando,/ Que el infame yugo temen/ Con que los amaga el galo./ -Libres, gritaban, nacimos,/ Y á nuestro Rey soberano/ Pagamos lo que debemos/ Por el divino mandato./ No permita Dios, ni ordene/ Que á los decretos de extraños/ Obliguemos nuestros hijos,/ Gloria de nuestros pasados:/ No están tan flacos los pechos,/ Ni tan sin vigor los brazos,/ Ni tan sin sangre las venas,/ Que consientan tal agravio/ El frances ha por ventura/ Esta tierra conquistado?/ ¿Victoria sin sangre quiere?/ No, miéntras tengamos manos./ Podrá decir de leoneses,/ Que murieron


peleando;/ Pero no que se rindieron,/ Que son al fin castellanos./ Si á la potencia romana/ Catorce años conquistaron/ Los valientes numantinos/ Con tan sangrientos estragos,/ ¿Por qué un reino, y de leones,/ Que en sangre libia bañaron/ Sus encarnizadas uñas,/ Escucha medios tan bajos?”. Romancero general, anónimo (1600-1604) Estas concepciones épicas e históricas se alternan con otras en las que los leoneses parecen seguir definidos como pueblo con personalidad propia. “Nadie hay que tenga licencia para pintar armas en su casa, que no ponga un castillo y un león, que para esto basta ser castellano o leonés”. La Pícara Justina, Francisco López de Úbeda (1605). “¡Oh la más hermosa y la más ingrata mujer del orbe! ¿Cómo que será posible, serenísima Casildea de Vandalia, que has de consentir que se consuma y acabe en continuas peregrinaciones y en ásperos y duros trabajos este tu cautivo caballero? ¿No basta ya que he hecho que te confiesen por la más hermosa del mundo todos los caballeros de Navarra, todos los leoneses, todos los tartesios, todos los castellanos y finalmente todos los caballeros de la Mancha?”. Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes (1615) “En cuanto los pastores leoneses,/ gallegos, asturianos,/ navarros, viscaínos,/ castellanos,/ las ondas y cayados/ ejerciten cual sus antepasados,/ los pastos y rebaños/ seguros estarán de ajenos daños”. Ocios, Bernardino de Rebolledo (1650-1660) “No porque se prohiban estas labores en Andalucía y Valencia, ni por el contrario, sino porque, siendo en las Castillas y Reino de León donde se coge la mejor lana, es más proporcionado que en ellas se establezcan los paños, balletas y demás tejidos de dicha especie, aunque para su beneficio se necesite conducir los aceites de Andalucía”. Restablecimiento de las fábricas y comercio español, Bernardo de Ulloa (1740-1746) Lo leonés es lo noble, pero cada vez más lo antiguo, lo montañés, lo inculto, siguiendo la tradición de los sayagueses del Siglo de Oro. Es una región ubicada en los mapas, sí, pero a la vez es lo difuso, lo arcaico, casi hasta lo risible. “Yo soy furiosamente francés, aunque nacido en el seno del reino de León. Yo tengo el honor de venir a presentar a usted mis respetos y mis agradecimientos”. “El magistral, hombre ramplón, castellano macizo, leonés de cuatro suelas y que, aunque estaba más que medianamente versado en la lengua francesa”, Historia del famoso predicador Fray Gerundio de Campazas alias Zotes, José Francisco de Isla, (1758)


“Si esto fuera assí, la villa de Elche i la ciudad de Denia, que tuvieron sillas obispales, tendrían derecho de recobrar la cathedralidad que obtuvieron. La iglesia de Mérida podría quitar su preeminencia a la iglesia de Sant-Iago, la de Cartagena a la de Toledo, la de Gerusalén, por más antigua que la de Roma, pretendería la primacía de toda la christiandad, i en lo secular, el Reino de León por más antiguo se preferiría al de Castilla, i todo el mundo se trastornaría”. Carta al arzobispo Andrés Mayoral, Gregorio Mayans y Siscar (1773) “-¡Viva el reino de León! ¡viva la honradez de la Montaña! (exclamaron estrepitosamente todos los concurrentes); y al diablo sea dada la arrogancia de la tierra llana”. Escenas y tipos matritenses, Ramón de Mesonero Romanos (1842-1851) “¿Pero qué, con cien mil pares de copones? - Que le sacamos a usted senador. - ¡A mí!... ¿Pero cómo, vitalicio, o...? - Electivo. Lo otro vendrá después. Primero se pensó en Teruel, donde hay dos vacantes; luego en León. Vamos, representará usted a su tierra, el Bierzo... - Menuda plaga va a caer sobre mí. Dios me guarezca de pretendientes berzanos, y de pedigüeños de toda la tierra leonesa. Y trajo una carta El Imparcial, en que narraba el efecto causado por la noticia en aquella sensata población, describiendo cómo había perdido el sentido todo el sensatísimo vecindario; cómo habían sacado en procesión por las calles, entre ramas de laurel, un mal retrato de D. Francisco que se proporcionaron no se sabe dónde; cómo dispararon cohetes, que atronaban los aires expresando la gratitud con sus restallidos, y cómo, en fin, le aclamaron con roncas voces, llamándole padre de los pobres, la primera gloria del Bierzo, y el salvador de la patria leonesa”. Torquemada en el purgatorio, Benito Pérez Galdós (1894) “El país clásico de la que llamaríamos ‘comunidad pecuaria ó ganadera’ á distinción de la comunidad agricultora de las llanuras extremeñas, leonesas y castellanas, es el Pirineo: Aragón, Navarra, Cataluña”. Colectivismo agrario en España, Joaquín Costa (1898) León, alejado desde la baja Edad Media, y durante toda la Edad Moderna, de los centros económicos y de decisión política importantes, aparece sin elites intelectuales, sociales y económicas capaces de sustentar una identidad que sí tuvo sólidas raíces y, durante un tiempo al menos, con un reflejo concreto y pujante en el imaginario general peninsular. El gentilicio va quedando al albur de lo que se quiera hacer de él otras mentalidades y,


en consecuencia, arriba a la contemporaneidad con dos significaciones: una, en retroceso, de pueblo diferenciado y de región nominal, al mismo nivel que todas las demás de España, que suele usarse de modo aséptico en medios sobre todo técnicos; y otra que, aun reconociendo ese hecho, lo entiende como una parte, no de esa Castilla la Vieja que es también otra región más de España, sino de la Castilla a secas, de ese concepto espiritual y sublimado que se fragua sobre todo a partir de la generación del 98 –y no en pequeña medida sobre textos literarios y cultistas como algunos de los que hemos visto-. Es “el león leones león de Castilla” que decía Unamuno. Veamos así, y por último, algunos ejemplos de estas dos visiones y algunas de las escasas vindicaciones del gentilicio propio hechas desde León, en un momento en el que también en este territorio comienza a prender, bien que de forma harto tibia por su atraso, su aislamiento y sus poco aucades elites, la mecha del regionalismo cultural. El franquismo, en lo que respecta a esta concepción de León, fue sin ningún género de dudas deudor de aquel castellanismo imperial y místico acuñado en el 98. Para finalizar, claro es que todo lo relativo a este tema a partir de la transición democrática habrá de ser abordado, por su complejidad y respuesta a estímulos diferentes, en ulteriores comunicaciones. “A las Cortes Constituyentes: La Comisión Provincial de León no cumpliría fielmente los deberes que le encomienda la Ley, si dejara de elevar a los Representantes del Pueblo las consideraciones que le sugiere el proyecto de Constitución Federal (...). Desde el momento en que fue conocida la división de España en 15 Estados para constituir la Federación, no ha cesado un momento de recibir las reclamaciones más enérgicas (...) de los Ayuntamientos (...) solicitando para la provincia de León la autonomía que a otras con menos derecho se trata de conceder. La provincia de León, Título y Cuna de la Reconquista, por su situación topográfica, por sus producciones, por sus costumbres, no pertenece ni debe considerarse una parte de Castilla la Vieja, y ya que cuenta con elementos más que suficientes para constituir por sí un Estado próspero, no debe ni puede ser absorbida por otro, sea cualquiera su nombre, y con el que no la unirá seguramente relaciones de ninguna especie. No pretende León (...) ser el centro de un Estado al que concurrieran otras de las actuales provincias, sino formarse por sí sola, y no perder su autonomía, ni el glorioso nombre de Leoneses sus habitantes, que con él y no con el de Castellanos se han distinguido siempre por su patriotismo, laboriosidad y cordura. Si la división responde a los antiguos reinos (...), ¿quién con más derecho que León para formar un Estado? (...) ¿Por qué Navarra y otros obtienen la preferencia cuando les supera León en población, extensión y valor de sus producciones? (...). Ante el temor de que desaparezca su autonomía, León acude ahora a las Cortes”. Comisión Provincial de León (ante el proyecto de República Federal en la que León se incluía dentro de Castilla la Vieja, 1873) “León primero, porque León fue el principio de España (…). Recuerdo haber leído hace años en un periódico de provincia elogios de otro


periódico, porque hablaba bien de León pero reconociendo la grandeza de ‘Castilla Madre’. ¿Qué Castilla Madre? Contenta y orgullosa debe de estar de ser ‘Hija’. ¡Como que Castilla tomó su nombre de los ‘castillos’ que los Reyes de León habían edificado en tierra de Campos para que los moros no volvieran a ocuparla!” Antonio de Valbuena, León y Castilla (1919) “En España, la llamada remolacha azucarera se cultiva en numerosas provincias de Cataluña (Lérida), Aragón, Navarra, Castilla la Vieja y Castilla la Nueva, Reino de León, Asturias y Andalucía, agrupadas en diez zonas”. Plantas medicinales. El Dioscórides renovado, de Pío Font (1962) “Este ‘Cancionero del Reino de León’ completa nuestro ‘Cancionero de las dos Castillas’. Así cerramos la enorme variedad del canto y baile populares castellanos”. Cancionero del Reino de León, recopilado por Juan Hidalgo Montoya (1978)


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