Emily Bronte - Winifred Gérin

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WINIFRED GÉRIN E M I LY B R O N T Ë

ATA L A N TA


Emily Brontë ha sido objeto de muchos estudios literarios pero de escasas biografías fiables. La pérdida de sus papeles ha dejado el campo libre a todo género de fantasías interpretativas: románticas, feministas, incluso lésbicas… Winifred Gérin no ha querido sumarse a esta tendenciosa corriente, por el contrario ha tratado de buscar la verdad que subyace bajo su imagen literaria, procurando siempre seguir el rastro de toda una vida, en sus últimos tres años en los que la escritora fue «una suerte de Atenea salida de la cabeza de Zeus». Gérin ha puesto al servicio de su investigación todo el material reunido a lo largo de diecisiete años de trabajo sobre los Brontë: un minucioso estudio de los manuscritos originales y su íntimo conocimiento de los melancólicos páramos de Haworth, donde residió durante diez años. El resultado no sólo es el retrato de un genio singular sino el desarrollo de una inteligencia que desde su niñez estuvo abierta a las influencias religiosas, regionales y literarias de su tiempo. Gérin analiza el mundo imaginario de «Gondal» creado por las hermanas Brontë en su infancia en la verdadera perspectiva de sus prototipos góticos y románticos. Los paralelismos temáticos y metafísicos entre «Gondal» y «Cumbres Borrascosas» son objeto de un análisis especial. Finalmente, presenta por primera vez el texto íntegro de sus «Ensayos franceses».




MEMORIA MUNDI

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WINIFRED GÉRIN EMILY BRONTË

TRADUCCIÓN ANA BECCIU

A TA L A N TA 2008


En primera de cubierta: Dibujos de Emily Brontë. Colección privada. En cuarta de cubierta: Retrato de Emily Brontë por Branwell Brontë © National Portrait Gallery, London. Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Dirección y diseño: Jacobo Siruela. Título original: Emily Brontë. A Biography. © Oxford University Press, 1971. © De la traducción: Ana Becciu © EDICIONES ATALANTA, S. L.

Mas Pou. Vilaür 17483. Girona. España Teléfono: 972 79 58 05 Fax: 972 79 58 34 atalantaweb.com ISBN: 978-84-936510-1-5 Depósito Legal: M-50.187-2008


ÍNDICE

Una niña preciosa 11 Exploradores 25 La materia de Gondal 44 Estudios irregulares 62 No quería ir al colegio 81 El pecador estimulante 89 Law Hill 109 La fuerza tenaz 130 El sargento mayor 156 Bruselas 178


El visionario 204 «El mundo exterior» 227 «El mundo interior» 256 Ellis Bell 278 Cumbres Borrascosas 299 Avidez de fama 324 El «fantasma oculto» 344 «La última frontera» 356 Apéndice A 379 Apéndice B 392 Apéndice C 394


Emily Brontë Una biografía


«… jóvenes o viejos, nuestro destino, el corazón y el hogar de nuestro ser, está en el infinito, sólo allí…» WORDSWORTH, El preludio, Bk. vi


CAPÍTULO I «UNA NIÑA PRECIOSA…»1

Emily Jane Brontë nació en la rectoría de su padre, en Thornton, en la parroquia de Bradford, el 30 de julio de 1818. Era el quinto vástago de una familia en la que el menor apenas tenía cuatro años y tres meses. El nacimiento de otra hermana, Anne, el 17 de enero de 1820, aunque no había mucha diferencia de edad entre los niños, resultó ser algo maravilloso para Emily, porque Anne fue su confidente y amiga durante toda la vida: una bendición para una chica tan poco comunicativa como Emily. Sólo conocemos dos hechos relacionados con su infancia: además de la fecha de su nacimiento, que consta en el diario de Elizabeth Firth, una joven amiga de sus padres, el único hecho registrado concerniente a Emily es el de su bautismo en St. James, la iglesia de su padre en Thornton, el 20 de agosto de 1818; sus padrinos fueron el Sr. John Fennell y su esposa, tíos de su madre, y Jane, la hija de ambos, casada con el reverendo William Morgan, el mejor amigo del señor Brontë. A Emily le pusieron Jane como segundo nombre por la señora Fennell y su hija; las dos se llamaban Jane. La hermana mayor del señor 1. Gaskell, 48.

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Brontë, que murió en torno a la fecha en que nació Emily, también se llamaba Jane. Las sirvientas, que cuando ya eran muy ancianas se explayaron mucho sobre Charlotte, la hermana inteligente de Emily, lo único que dijeron de Emily fue que era «la más bonita de todos».2 El nacimiento de Anne se produjo poco tiempo antes de que a su padre le asignaran un nuevo beneficio eclesiástico a ocho millas de Thornton, en Haworth, adonde la familia se trasladó el 20 de abril de 1820. Aunque Haworth gozaba de una reputación considerable entre los evangélicos por la fama que había adquirido en el siglo anterior gracias a William Grimshaw, el cargo no representó riquezas para el señor Brontë. Fue una «coadjutoría perpetua» de la parroquia de Bradford, que no tuvo categoría autónoma hasta después de la muerte del señor Brontë. Por eso, es incorrecto referirse a él como al «pastor» o «párroco» de Haworth, como todavía se sigue haciendo. No desempeñó ninguno de los dos cargos y durante todo su largo ministerio tuvo que abonar a Bradford las ofrendas hechas a su iglesia; una imposición amarga para un clérigo pobre con una familia numerosa. De todas las cosas que influyeron en la vida de Emily, el paisaje de Haworth, su hogar, fue lo que más contribuyó a agilizar su mente y a formar su carácter. Y, sin duda, la influencia humana más perdurable fue la de su padre, un hombre criado en el campo con un profundo amor por la naturaleza y que muy temprano le abrió los ojos al universo natural que se extendía a las puertas de su hogar. En su lucha solitaria por alcanzar una vida mejor, las cosas que más significado tenían para él no eran las posesiones materiales, sino la compañía de la naturaleza y la comunión con todas las criaturas vivientes. Por torpes que fueran sus tentativas para describir la belleza que lo conmovía, había en ellas un sentimiento irrefrenable que deseaba transmitir a sus hijos. Mucho antes de que Ellis Bell escribiera sobre 2. Gaskell, 30.

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El pardillo en la quebrada, la alondra en el aire, la abeja entre campánulas.

Patrick Brontë escribía cosas como éstas: Vosotras, aves cantoras de la floresta: filomela dulce y paloma arrulladora, jilguero, pardillo gris, melodioso tordo y mirlo clamoroso, y tú, alondra, que surcas el cielo con tus gritos, ¿adónde vais con vuestros pensamientos? El espino lechiblanco, la rama con hojas, la arboleda fragante y el día estival no volverán a mirarse en vuestros ojos. Ah, venid a posaros en aleros propicios con vuestras cabezas cabizbajas, al abrigo del frío glacial del invierno.3

En el jardín de la nueva rectoría había lilas y groselleros, y en el centro un cuadro de césped donde los pequeños podían jugar sin peligro. En el patio, detrás de la casa, había un palomar. Cada una de las palomas tenía nombre, porque los niños las identificaban por su manera de brillar cuando volaban: Arcoiris, Diamante, Copo de nieve. Los ecos de las avecillas que pueblan los páramos, de las alondras invisibles, de los pardillos que conversan en los aleros de las casas, son una característica de esta región. Emily creció entre estos sonidos. Los niños mayores, muy andariegos al igual que su padre, traían a casa trofeos de sus excursiones por los páramos ignotos: una pluma dorada de avefría, un ramillete de arándanos rojos, un copo de musgo brillante, un vellón de la lana que las ovejas viejas mudaban al calor de los pastizales. Emily amaba estas cosas. La atracción por los animales era instintiva en todos los hijos 3. Del poema «Invierno», incluido en The Rural Minstrel, 1813; véase Collected Works del Rev. Patrick Brontë, ed. J. Horsfall Turner, Bingley, 1898.

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de Patrick Brontë. Anne, al evocar aquellas tempranas afinidades, escribió: La niña ama a su pájaro, ¿por qué? ¿Porque vive y siente? ¿Porque es indefenso e inofensivo? Un sapo también vive y siente y es indefenso e inofensivo; pero, aunque no lastimaría a un sapo, no puede amarlo como ama al pájaro de forma delicada, suave plumaje y unos ojos brillantes que hablan…4

Anne sigue allí, en su cuna de madera, que está todavía en su antiguo hogar y que hace un ruido a postigos al mecerla sobre el suelo de madera de la casa. Su indefensión despertaba sentimientos protectores en todas sus hermanas. Un día, Charlotte, que tenía cinco años, corrió al despacho de su padre para decirle que había un ángel parado encima de la cabeza de Anne, y después, desconcertada al comprobar que la aparición se había ido sin esperar a que llegara su padre, declaró resueltamente que era verdad que había estado allí. Si bien es cierto que en el hogar de Patrick Brontë la prosperidad material no era lo más importante (Ellen Nussey, al referirse a ello años más tarde, dijo que la habían sustituido por las cosas de la mente), es falso decir que los niños carecían de lo necesario para ser felices. Tenían amor, tenían seguridad (las dos bondadosas criadas de Thornton, Nancy y Sarah Garrs, los siguieron a Haworth), tenían juguetes –muñecas, marionetas, bolos, ladrillos de madera (una gran cantidad fue hallada en un escondite, debajo de las tablas del suelo de la habitación de los niños, después de que todos ellos fallecieran); tuvieron sucesivas cajas de soldaditos que despertaron su imaginación y su afán por convertirse en aventureros, escritores épicos o cronistas– y, por encima de todo, tenían libros. La lectura les sobrevino como una epidemia: en cuanto uno de ellos aprendía a leer, se infectaban los demás. El señor Brontë conversaba con sus hijos mayores, que eran unos niños asombrosamente perspicaces, tratándolos como si 4. Agnes Grey, capítulo 17.

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fueran sus iguales y tuvieran sus mismos intereses; les enseñaba a observar las mutaciones de la naturaleza, a ver a Dios en todas partes, impaciente por hacer de ellos los niños perfectos que prometían ser. ¿Cómo podría reprochársele que creyera en tan favorables auspicios? Había sido un hombre feliz al casarse con una joven intrépida de elevados ideales que pensaba que la pobreza era una ventaja positiva en el camino de la perfección, una opinión que expuso en un agudo ensayo escrito antes de casarse5 y antes de darse cuenta de las responsabilidades inherentes a la maternidad. Por desgracia, no tuvo una salud equiparable a su coraje: murió de cancer dieciocho meses después de que la familia se hubo instalado en Haworth, a los treinta y ocho años de edad. Su muerte afectó profundamente al viudo y a sus huérfanos, marcándolos para toda la vida. Aunque luego, en tres oportunidades, el señor Brontë intentó reemplazarla como esposa, su respetable pobreza no halló entre las candidatas más atractivas de su círculo la misma respuesta que había encontrado en Maria Branwell. Ni siquiera Elizabeth Firth, cuyos diarios delatan una fuerte inclinación hacia Patrick Brontë, se animó a correr el riesgo. El señor Brontë se quedó sin esposa a los cuarenta y cuatro años, abandonado a su sempiterna miseria y a las rarezas de su carácter, cada día más notorias, y los niños a merced del autoritarismo de una tía soltera, Elizabeth Branwell, la hermana mayor de su madre. La señorita Branwell llegó a Haworth directamente de Penzance para hacerse cargo de la casa de su cuñado y criar a sus hijos. El arreglo, obligado por la necesidad, fue una desdicha para todos, inclusive para ella, que siempre echó de menos la vida refinada de Penzance. Lo único que las niñas, de mayores, fueron capaces de reconocerle fue que les había inculcado el sentido del deber, el

5. The Advantages of Poverty in Religious Concerns. El manuscrito fue firmado con la inicial «M» y refrendado por el señor Brontë: «Fue escrito por mi querida esposa y enviado para que fuera incluido en una de las publicaciones periódicas. Consérvese en memoria de ella». SLL, ii, Apéndice I.

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orden y la puntualidad. Nunca se puso en cuestión el amor entre ellas, si bien Elizabeth Branwell tenía sus preferencias: su sobrino Branwell y Anne, la más pequeña. Esta circunstancia, como muchas otras de la vida familiar, tampoco afectó a Emily, y aparentemente su tía no tuvo en ella la menor influencia. Durante la enfermedad de su madre, las niñas mayores, Maria y Elizabeth, que tenían siete y seis años de edad respectivamente, asumieron la responsabilidad de velar por sus hermanos. Eran cariñosas y fueron particularmente hábiles, teniendo en cuenta su edad, para enseñarles a leer y cantarles por las noches antes de dormir. Charlotte y Branwell las adoraban, especialmente este último. No tuvieron tanta influencia sobre Emily y Anne porque ellas estaban al cuidado de la joven Sarah Garrs. Sin embargo, la muerte de la madre y la llegada de la tía unió a todos los niños en la necesidad común de protegerse mutuamente. Su interdependencia, que fue tan característica en su vida adulta y en sus carreras de escritores, surgió de esa doble necesidad de amor y de unión frente a una «amenaza» común. Nunca fue posible conciliar lo que la tía les exigía con lo que ellos apasionadamente querían ser y hacer. Mientras que la situación provocaba en Charlotte pensamientos de rebeldía, cuando no adoptaba actitudes francamente rebeldes (le contó a la señora Gaskell que la tía de Jane Eyre era muy parecida a la suya), y entristecía a Anne, Emily simplemente se refugiaba en sí misma. Su profunda reserva, que nada tenía que ver con la duplicidad, se originó en la necesidad vital de preservarse de las interferencias. Años más tarde dijo que deseaba ser «tal como Dios la había hecho». Y lo consiguió, hasta un extremo difícil de encontrar entre los hombres y casi sin equivalente entre las mujeres. Todos los niños debieron de parecerle reservados a su maravillado padre cuando volvió a ocuparse de ellos tras la muerte de su esposa. Para comprobar sus conocimientos y lo que verdaderamente sentían con respecto a ciertas cosas, les hacía preguntas que estimaba apropiadas para niños de su edad. Según le contó a la señora Gaskell (la presencia de Maria y de Elizabeth sitúa el hecho antes de 1824, cuando iban al colegio), le pedía a 16


cada uno que se levantara y hablara con una máscara puesta a fin de que le respondieran con toda franqueza. Tras plantearles preguntas metafísicas a los tres mayores, a Emily le formuló una totalmente práctica: ¿qué hacer con Branwell cuando se portaba mal? ¿Acaso lo hizo porque el sentido práctico de Emily, un rasgo característico de su personalidad, ya era evidente, o fue un disparo en la oscuridad? El temperamento violento de Branwell era a menudo un problema para sus hermanas cuando jugaban con él, como revelan los primeros cuentos de Charlotte.6 «Razonar con él», fue la respuesta lacónica de Emily, que tenía seis años, «y si no atiende a razones, azótalo.»7 La necesidad de dar a sus cinco hijas una educación diferente a la rudimentaria instrucción que les impartía su tía fue lo que decidió al señor Brontë a enviarlas al colegio. Deseaba ardientemente proporcionarles la mejor educación que sus circunstancias le permitían, especialmente a Maria, que era brillante y que, a pesar de no haber cumplido aún diez años, tenía una madurez que lo asombraba. Las envió primero al famoso Hogar Escuela Crofton, en Wakefield, que era muy caro, donde se había educado la señorita Firth (la señorita Mangnall fue la primera directora de este colegio), y después las inscribió en el colegio para las hijas de clérigos, que abrió sus puertas en enero de 1824, en Cowan Bridge, cerca de Kirkby Lonsdale. La pensión y la educación costaban 14 libras por año, con arreglo al plan de caridad ideado para las hijas de los clérigos indigentes. En aquella época, esta suma no era tan irrisoria como nos parece hoy, particularmente si se tiene en cuenta que los fondos caritativos asignados a la escuela estaban destinados a suplir todas las necesidades de las niñas que no cubrían las matrículas. La historia es demasiado conocida como para repetirla aquí al detalle. Seducido por las promesas del folleto, que ofrecía a las niñas una educación excelente, con idiomas y música, que las capacitaría para ganarse la vida como maestras o institutrices, y 6. Véase Tales of the Islanders [Historias de los isleños]. Colección Berg, Biblioteca Pública de Nueva York. 7. Gaskell, 36.

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llevado por la opinión de sus colegas, como el rector de Keighley, el reverendo Theodore Dury, cuya hija Isabella iba a ese colegio, el señor Brontë llevó a sus dos hijas mayores a Cowan Bridge el 1 de julio de 1824. Charlotte las siguió el 10 de agosto. Como aquella primavera toda la familia había enfermado de tos ferina, Emily, a quien se proponía dar la misma oportunidad que a sus hermanas, tuvo que quedarse en casa para recuperarse completamente antes de reunirse con ellas. Esta demora fue la ocasión para que asistiera a un fenómeno natural cuyo impacto, a tan tierna edad, evidentemente repercutió en su actitud ante la naturaleza. Se encontraba en los páramos con Branwell y Anne, al cuidado de Nancy y Sarah, cuando se abrió la ciénaga de Crow Hill, el 2 de septiembre de 1924, hecho que el señor Brontë y otros lugareños, debido a la tensión del momento, no dudaron en llamar terremoto. El señor Brontë, quien los había animado a que salieran, «porque estaban indispuestos y el día era hermoso…, a tomar el aire al brezal…»,8 pasó momentos tremendamente angustiosos. Por lo que refirió después, se asomó a la ventana trasera de su casa, alarmado por la extraordinaria quietud, la amenaza sofocante de las nubes de tormenta y la oscuridad que se avecinaba, y vio, literalmente, cómo saltó el cristal de la ventana y se levantó el suelo de la habitación en cuanto estalló la tormenta. Mientras tanto, los niños habían hallado un refugio, pero él no lo sabía. Por aquella época había en los páramos muchas granjas deshabitadas. La violencia de la tormenta, los ostensibles temblores de la tierra, los latigazos del viento y la lluvia y las sucesivas detonaciones que se producían cada vez que el subsuelo de turba estallaba y se derramaba fragoroso por la ladera situada encima de Ponden, lanzando cantos rodados desde las cimas a los valles, conmocionó a otras personas que fueron testigos del fenómeno además del señor Brontë. El señor Heaton, de la casa 8. «A Sermon preached at Haworth Church on Sunday 12th September 1824, in Reference to an Earthquake» [Sermón pronunciado en la iglesia de Haworth el domingo 12 de septiembre de 1824, en referencia a un terremoto], Bradford, 1824, imprenta particular.

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Ponden, y su gente, que se encontraban en las cimas, bajaron precipitadamente a refugiarse en sus hogares. Sin embargo, parece que el espectáculo sencillamente encantó a Emily, que tenía seis años, a juzgar por lo mucho que siempre le gustaron después las tormentas. La autora de Cumbres Borrascosas nunca consiguió ocultar su desdén por los mortales que se horrorizaban ante la furia de la naturaleza. Antes de ir al colegio con sus hermanas, fue la primera en verse afectada por un cambio en la vida doméstica que tuvo lugar ese otoño: Nancy Garrs partió para casarse (su primer marido fue un constructor irlandés llamado Pat Wainwright) y Sarah se fue con ella. El señor Brontë les dio una gratificación de diez libras a cada una de ellas como recompensa por sus leales servicios. Las opiniones que ellas mismas vertieron años después permiten suponer que el régimen impuesto por la señorita Branwell en la rectoría pudo tener algo que ver con el hecho de que Sarah y Nancy se apresuraran a contraer matrimonio. Nancy, ya anciana, en homenaje a la bondad de la señora Brontë como ama, comentó lo siguiente: La señorita Branwell era diferente, siempre de mal humor, señalando continuamente lo mal que hacíamos esto o aquello, siempre detrás de nosotras, a Sarah y a mí nos daba sólo un cuarto de pinta de cerveza, y nos la traía ella misma a la hora de la comida, no nos permitía bajar a la bodega a servirnos nosotras mismas. Nos daba una pinta diaria, o sea, media para mí y media para Sarah.9

En reemplazo de Nancy y Sarah, Patrick Brontë contrató, para economizar, a «una mujer mayor», según le confió a su banquero, y además, como Emily ya iba al colegio, no hacían falta dos criadas. La «mujer mayor» era Tabitha Aykroyd (la «Tabby» inmortal de la saga Brontë), una viuda de cincuenta y seis años, metodista practicante desde hacía mucho tiempo. La aspereza de su lengua y sus métodos de disciplina eran equiparables a su buen corazón y a su generosidad innata. Con 9. H. Arnold, «The Reminiscences of Emma Cortazzo», BST, 1958.

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ella, los niños tuvieron lo que ninguna madrastra les hubiera podido dar: una devoción desinteresada; y a medida que pasaron los años y ella se volvió más una carga que una ayuda para la casa, los niños se la retribuyeron con creces. Fue, en el sentido más primario del término, un miembro más de la familia, y sólo los abandonó cuando se fue a la tumba. Aunque Tabby quiso a todos los niños por igual, parece ser que prodigaba a Emily un afecto y una atención especiales, porque era su niña mimada y la que más necesitaba su amor. Se conserva la carta que el señor Brontë envió a sus banqueros con la finalidad de retirar la suma de dinero destinada a abonar la matrícula del colegio de Emily. Está fechada el 10 de noviembre de 1824 y dice: Estimado señor: Aprovecho esta oportunidad para informarle de que dentro de quince días es mi intención retirar unas veinte libras de su banco de ahorros. Me dispongo a enviar a otra de mis pequeñas al colegio, lo cual al principio ha de costarme un poco –pero al final no habré perdido–, pues de momento dispongo de dos criadas, pero voy a quedarme solamente con una mujer mayor, quien, cuando mi otra hijita vaya al colegio, podrá atendernos, creo, a mí y a los demás niños.10

El 25 de noviembre de 1824, Emily se reunió con sus hermanas en el colegio para hijas de clérigos. En los registros consta que Patrick Brontë condujo hasta allí a las tres mayores, pero no hay certeza de ello en el caso de Emily, lo cual permite suponer que, como Jane Eyre, viajó desde Keighley al cuidado del vigilante del coche. Probablemente lo hizo con otros niños del distrito que viajaban acompañados de sus padres. En los registros del colegio, Emily fue inscrita como la alumna cuarenta y cuatro, con la mención de: «Lee muy bien y escribe un poco». Su edad había sido anotada incorrectamente, cinco años y nueve meses, puesto que en realidad tenía seis 10. El señor Brontë al señor Marriner, Worsterd Manufacturer, Keighley; Lock & Dixon, A Man of Sorrow (1965), p. 255.

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años y tres meses. Aun así, era la más pequeña de todas las niñas que ingresaron en el colegio ese año. La diferencia de edad entre las niñas era considerable: la mayor tenía veintidós años. En total había once adolescentes, diez que tenían entre diez y doce años y sólo cuatro de menos de diez años, y de estas cuatro, tres eran las hermanas Brontë. El hecho de ser tan pequeña favoreció a Emily. Muchos años después, la señorita Evans, la directora, recordaría a Emily como «una niña preciosa», y afirmaría también que «era la mimada del colegio», lo cual explica sin duda que Emily se hubiera mantenido felizmente al margen de la miseria reinante. A este hecho puede atribuirse el que hubiera podido sobrevivir, tanto intelectual como físicamente, a las terribles experiencias de Cowan Bridge, que ocasionaron la muerte de sus dos hermanas y marcaron a Charlotte para el resto de su vida. La epidemia del mes de abril del año siguiente (1825), que las autoridades del colegio definieron como un «brote de fiebre» y que probablemente fue tifus, causó la muerte de varias niñas y la partida de muchas más. Charlotte y Emily fueron inmunes al contagio general. Maria Brontë, que había empeorado rápidamente, fue enviada el 14 de febrero de vuelta a casa, donde murió de tuberculosis el 6 de mayo. Elizabeth, cuyo estado se había agravado y que debía de encontrarse tan mal como su hermana, fue enviada a casa el 31 de mayo, y murió el 15 de junio. La situación en que llegó (al cuidado de la señora Hardacre, empleada por el colegio) no dejó dudas al señor Brontë del peligro que corrían sus otras hijas, así que al día siguiente, el 1 de junio, partió a recogerlas. Las autoridades del colegio ya habían tomado la precaución de enviarlas a The Cove [La Caleta], la residencia estival que poseían en la costa, en Silverdale, y hasta allí fue a buscarlas el señor Brontë. Al día siguiente las condujo de vuelta a la rectoría. Contrariamente a lo que le contó a la señora Gaskell treinta años después, confundiendo sus recuerdos, las niñas nunca volvieron al colegio; los registros de la institución confirman que partieron, definitivamente, el 1 de junio de 1825. El efecto que produjo en Charlotte, que tenía nueve años, la 21


muerte de sus hermanas se agravó cuando comprendió la extraordinaria bondad y la inteligencia de ambas, así como la injusticia que habían padecido. Su memoria permaneció indeleble y fue lo que la incitó a escribir Jane Eyre más de veinte años después. Al recordar sus propias experiencias escolares con su editor de entonces, se expresó con ese olvido total de sí misma habitual en ella cada vez que se comparaba con sus hermanas: «Mi carrera fue muy tranquila. Fui laboriosa y trabajadora, y tal vez seria, porque sufrí viendo morir a mis hermanas». Recibió con bastante desdén la incredulidad de los críticos ante el retrato que hizo de Maria en Helen Burns: «No se esquivoca –le escribió al señor Williams tras la publicación de Jane Eyre– al tener fe en la realidad de Helen Burns. Ella fue muy real, no he exagerado nada».11 En Branwell, los efectos de la muerte de sus hermanas fueron tan profundos y perdurables como en Charlotte. Mucha de su inestabilidad psíquica puede atribuirse al doble trauma de perder a Maria, quien representaba para él la figura materna, y de tener que presenciar su muerte y asistir a su funeral. En el número de Blackwood’s de enero de 1828 apareció un artículo firmado por «Cristopher North» (John Wilson) titulado «Sueños de Navidad», cuyo tema era la muerte de una hermanita: … hace mucho, mucho, mucho tiempo danzábamos, cogidos de la mano, con nuestra hermana de cabellos de oro…, ha pasado mucho, mucho, mucho tiempo desde el día en que murió –esa hora, mucho más tenebrosa que cualquier otra hora que pueda oscurecernos en esta tierra, cuando ella –su ataúd– y ese lienzo mortuorio de terciopelo que bajaba –y bajaba– despacio, despacio al barro horrendo, y nosotros nos dirigimos como muertos, deseosos de morir, fuera del cementerio, en el que, a partir de ese momento, pensamos, ¡jamás podríamos volver a entrar! Y, ¡oh!, qué ser multitudinario debió haber sido el nuestro, pues, antes de que nuestra adolescencia hubiera terminado, nos pudimos olvidar de su rostro enterrado!

11. A WSW, 28 de octubre de 1847, SSL, i. 363.

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Cuando años más tarde, en diciembre de 1835, Branwell, que era un escritor en ciernes, escribió a Blackwood’s, evocó el placer que le habían proporcionado los números de Blackwood’s y recordó los artículos del profesor Wilson, que él «leía y releía cuando era niño». «Pasajes como éstos, señor (y cuando el último fue escrito, murió mi hermana), pasajes como éstos, leídos entonces y recordados ahora, nos hacen sentir algo que, repito, no puedo describir.»12 Las consecuencias de la temprana muerte de sus dos hermanas no fueron las mismas en Emily. Y parece que no la marcaron ni las enseñanzas ni los sufrimientos de Cowan Bridge. Fue la única de la familia que no atravesó una crisis religiosa en su adolescencia, que, en el caso de Charlotte, fue uno de los efectos secundarios de la enseñanza calvinista de Carus Wilson, y, en los casos de Branwell y Anne, de la influencia de su tía. Aparentemente, como era tan pequeña, Emily no sólo no sufrió los rigores del colegio, sino que tampoco fue consciente de las consecuencias que tuvieron en las demás. Según parece, salió de aquella pesadilla de seis meses indemne física y mentalmente. No obstante, las muertes de Maria y Elizabeth no debieron de pasar desapercibidas a una niña de seis años, por mucho que reprimiera sus sentimientos. Había escuchado las frecuentes lamentaciones de su padre, de su hermana mayor y de su hermano durante demasiado tiempo como para no saber lo que significaban. Es posible que sólo la alcanzaran los ecos del golpe, pero esos ecos eran vibrantes. Branwell, que, con sus macabras imaginaciones, tuvo una fuerte influencia sobre las hermanas en cuanto hubo regresado del colegio, declaró que de noche oía la voz de Maria gimiendo al otro lado de las ventanas. Aunque Emily guardara silencio sobre ese hecho, cuando lo mencionó veinte años después demostró que no lo había olvidado. Transportó la experiencia a otro plano, con gran autenticidad. La voz de Catherine Earnshaw sollozando tras la ventana de Cumbres Borrascosas: «¡Dé12. SLL, i. 132.

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jame entrar! ¡Déjame entrar… son veinte años, veinte años… Hace veinte años que me perdí», no sería tan espeluznante si no fuera porque Maria, la mimada de la familia, llevaba muerta esa misma cantidad de años.

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«… (su nueva biografía sobre Emily Brontë) es tan buena como la de Charlotte Brontë (...) las dos juntas figuran como uno de los monumentos de erudición literaria más intuitivos de nuestros días…» Financial Times

«Con personalidades tan complejas, una parte importante podría quedar escondida hasta para el biógrafo más perceptivo, pero es evidente que la interpretación de Miss Gérin (...) se acerca al corazón de la verdad.»

Times Literary Supplement

Nacida en Hamburgo, Winifred Gérin (1901-1981) dedicó casi toda su vida a escribir las biografías de las hermanas Brontë (Anne, Charlotte y Emily) y su hermano Branwell, por las cuales recibió varios galardones. Su obra de mayor éxito fue Charlotte Brontë: The Evolution of Genius (1967).

TRADUCCIÓN: ANA BECCIU


Memoria mundi

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