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JACOBO SIRUELA EL MUNDO BAJO LOS Pร RPADOS
ATA L A N TA 2016
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En cubierta: Erinia durmiente. Foto: Inka Martí En guardas: Hipno. Escultura griega en bronce del siglo IV. Dirección y diseño: Jacobo Siruela Atalanta agradece a las editoriales Abada, Gredos, Espasa Libros y Asociación Española de Neuropsiquiatría por su permiso para incluir los fragmentos de traducción aquí reproducidos Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Tercera edición aumentada y corregida
Todos los derechos reservados. © De la traducción Jenofonte, Anábasis, Libro IV, 3, 8-9. Trad. de Ramón Bach Pellicer: Gredos © De la traducción Herodoto. Historia, Libro I. 106-108. Trad. de Francisco R. Adrados: Gredos © De la traducción Suetonio, Vida de los doce Césares, XLVI. Trad. de Alfonso Cuatrocasas: Espasa Libros, S. L. © De la traducción Walter Benjamin, Sueños, GS VI. Trad. Juan Barja y Joaquín Chamorro Miielke: Abada Editores © De la traducción Gerolano Cardano, El libro de los sueños. Trad. de Marciano Villanueva Salas: Asociación Española de Neuropsiquiatría
© Jacobo Siruela, 2010 © EDICIONES ATALANTA, S. L.
Mas Pou. Vilaür 17483. Girona. España Teléfono: 972 79 58 05 Fax: 972 79 58 34 atalantaweb.com ISBN: 978-84-945231-9-9 Depósito Legal: GI 1303-2016
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ÍNDICE Prefacio 9 Los sueños y la historia 23 El sueño y lo sagrado 79 El espacio onírico 139 Sueño y tiempo 201 Sueño y muerte 279 Etcétera 319 Bibliografía 345 Bibliografía complementaria 362 Índice de ilustraciones 369 Índice onomástico, toponímico y de obras citadas 373
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A Inka, por todos los sueños que he escuchado de sus labios.
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Etcétera
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Las dos puertas del sueño Hay dos puertas para los leves sueños: una, construida de cuerno; y otra de marfil. Los que vienen por el bruñido marfil nos engañan, trayéndonos palabras sin efecto; y los que salen por el pulimentado cuerno anuncian, al mortal que los ve, cosas que realmente se van a verificar. Homero, Odisea, XIX
La segunda vida El sueño es una segunda vida. No he podido penetrar sin estremecerme esas puertas de marfil o cuerno que nos separan del mundo invisible. Los primeros instantes del sueño son la imagen de la muerte; un adormecimiento nebuloso embarga nuestro pensamiento y no podemos determinar el instante preciso en que el yo, bajo otra forma, continúa la 321
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obra de la existencia. Es un subterráneo indefinido que se ilumina poco a poco, y donde se desenvuelven a la sombra de la noche, las pálidas figuras, gravemente inmóviles, que habitan en la mansión del limbo. Después, el cuadro se forma, una claridad nueva lo ilumina y las fantásticas apariciones se mueven: el mundo de los Espíritus se abre ante nosotros. Swedenborg llamaba a estas visiones Memorabilia y las consideraba más propias del delirio que del sueño. El asno de oro, de Apuleyo, La Divina Comedia, de Dante, son los modelos poéticos de esos estudios del alma humana. Gérard de Nerval, Aurelia, pág. 1
El mal presagio Tras estos acontecimientos murió Ciaxares, después de un reinado de cuarenta años incluidos los de dominio escita. Heredó, entonces, el reino Astiages, hijo de Ciaxares. Astiages tuvo una hija a la que puso por nombre Mandane y creyó ver en sueños que su hija orinaba tanto, que anegaba su ciudad y que incluso hasta inundaba Asia entera. Sometió, entonces, la visión al juicio de los magos intérpretes de sueños y quedó aterrorizado cuando supo por ellos el significado de la misma. Posteriormente, cuando la tal Mandane llegó a edad núbil, por el temor que le inspiraba la visión no la dio por esposa a ningún medo digno de su rango, sino a un persa llamado Cambises que, en su opinión, era de buena familia y de carácter apacible, aunque lo consideraba muy inferior a un medo de mediana condición. Pero, durante el primer año de matrimonio de Mandane con Cambises, Astiages tuvo otra visión: le pareció que del sexo de esa hija suya salía una cepa 322
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y que esa cepa cubría Asia entera. Ante esa visión, que sometió al juicio de los intérpretes de sueños, hizo venir de Persia a su hija, que estaba próxima a dar a luz, y a su llegada la hizo vigilar con el propósito de dar muerte al ser que engendrara, pues, basándose en su visión, los magos intérpretes de sueños le auguraban que el fruto de su hija llegaría a reinar en su lugar. Herodoto. Historia, libro I, 106-108
Sueño de Jenofonte Durante aquel día y aquella noche permanecieron muy preocupados. Pero Jenofonte tuvo un sueño: se vio atado con grilletes y que éstos se le caían solos resbalando, de modo que quedó libre y podía andar a su gusto. Cuando amaneció, fue a ver a Quirísofo y le dijo que tenía esperanzas de que todo saldría bien, y le explicó el sueño. Éste se alegró, y tan pronto como apareció la aurora, todos los estrategos presentes hicieron sacrificios. Y los presagios resultaron favorables desde el primer momento. Jenofonte, Anábasis, libro IV, 3, 8-9
Sueños de Nerón Se hallaba aterrado, además, por innegables prodigios, tanto antiguos como nuevos, manifestados en sueños, augurios y presagios. Él, que antes nunca solía soñar, después de muerta su madre vio en sueños que se rompía el timón de una nave gobernada por él, que era arrastrada por su esposa 323
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Octavia a unas espesísimas tinieblas, y que, unas veces, su cuerpo se cubría de hormigas aladas, y otras, las estatuas de los pueblos, erigidas junto al teatro, le rodeaban y le impedían avanzar; soñó también que su corcel asturiano, que era su preferido, se transformaba en simio en sus cuartos traseros y que por la cabeza, la única parte intacta de su cuerpo, emitía relinchos cantarines. Suetonio, Vida de los doce césares, XLVI.
Incubaciones en las iglesias cristianas del siglo VI Al caer la noche y cerrar la iglesia, el guardia iniciaba su ronda, apagando las velas y las lámparas, y dejando sólo la luz de la tumba, que iluminaba débilmente la celda. La iglesia iluminada por la luna, que proyectaba toscas sombras sobre los muros y las columnas de mármol, en las que se reflejaban ocasionales escenas de milagros y expresivas pinturas, lucía misteriosa y sombría. El olor del incienso y el remanente calor de las velas recién apagadas creaban una atmósfera pesada y sofocante. Los inválidos permanecían en vela entre el altar y la tumba, echados en el suelo o arrodillándose a veces, con una vela en la mano. Algunos de ellos, agotados por el ayuno y demasiado débiles para poder moverse apenas, en el terror de la soledad, se mantenían extáticos. A quienes elevaban sus oraciones en la noche, el sonido más leve les parecía una voz; se quedaban oyendo atentamente, creyendo reconocer la voz del santo. Otros, mientras tanto, dormían. El santo no tardaba en aparecer. Hacía el signo de la cruz sobre la parte enferma y el afectado sentía un agudo y repentino dolor, tras lo cual sus miembros quedaban flácidos. Cuando después despertaba, se hallaba curado. 324
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Con frecuencia el sueño era muy largo. Entonces el inválido veía iluminarse la basílica, y oía salmos entonados por voces celestiales. Era el santo que bajaba del cielo para decir la misa en el templo. A veces llegaba tarde, y el inválido oía los gemidos de los que estaban esperando. El santo llegaba y explicaba las razones de su ausencia. Su tardanza obedecía a que había tenido que auxiliar a unos marineros náufragos; como prueba mostraba sus hábitos, que estaban empapados. Los inválidos lo oían con toda su atención; olvidados de su dolor, trataban de tocar al santo, de mojarse de las gotas de sus ropas. Los que lo lograban quedaban curados al despertar. Al día siguiente me describió el aspecto del santo: era un hombre de avanzada edad y elevada estatura, de barba blanca y ropas blancas como la nieve. Algunos de los enfermos podían dar aún más detalles. Su voz era dulce, su rostro sonriente. Era él, sin duda, tal como lo reconocía la fe. La visión, la cura, la apariencia del santo serían tema de discusión en la basílica durante todo el día, las mismas cosas que habrá visto quien aguardaba su curación lleno de fe. Gregorio de Tours cuenta la visión que tuvo una joven que llevaba enferma largo tiempo. Incapacitada para participar en la vigilia, permanecía postrada en su lecho en el atrio. Por la noche se durmió, y a los pocos minutos vio al santo de pie ante ella. El santo había notado su ausencia, y venía a reñirla por no mantenerse con los más fieles. Un inválido, temblando sin poder remediarlo, le hizo ver al santo que estaba paralizada. Y san Martín, movido a compasión, la levantó suavemente y la condujo al interior de la iglesia. Firmemente sostenida por el santo, la joven se acercó confiada hasta el altar. En ese momento, las cadenas que le atenazaban los miembros cayeron, y con ese ruido se despertó, encontrándose curada. Pero el sueño también podía ser aterrador. En él, el asustado paciente imploraba el favor del santo; si era incapaz de 325
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pronunciar sonido, en ese mismo momento volvía a encontrar su voz. Pero Satán se introducía en el sueño del paciente para darle falsos remedios que hicieran flaquear su fe. No obstante, el santo pronto aparecía haciendo el signo de la cruz, y el paciente era salvado. A. Marignan, La Medécine dans l’Église au VIe siècle (1887)
Sueños lúcidos de Van Eeden En la Navidad de 1911 tuve el siguiente sueño, que empezó con la sensación de volar y estar flotando. Me sentía estupendamente vigoroso y liviano, contemplando extensos y hermosos panoramas: primero un pueblo, y después paisajes del campo, con brillantes y fantásticos coloridos, cuando de pronto vi a mi hermano que estaba sentado –el mismo que había muerto en 1906–. Me acerqué a él y le dije: «Aquí estamos soñando los dos». Él me contestó: «No, yo no». Entonces recordé que había muerto. Hablamos largo rato sobre la existencia después de la muerte, y yo le pregunté en particular por el estado de claridad de conciencia, de visión interior. Pero no pudo responderme; parecía no experimentarla. En eso, el sueño lúcido se interrumpió pasando a un sueño ordinario en el que me encontré a una dama de pie sobre un puente, quien me dijo que me había oído hablar en sueños. Supuse entonces que mi voz había sido audible durante el sueño lúcido. A continuación siguió un segundo período de lucidez, en el que vi al profesor Van’t Hoff, el célebre químico holandés, a quien conocí cuando era estudiante, que estaba de pie en una especie de sala de una universidad, rodeado de un grupo 326
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de personas instruidas. Me dirigí a él, sabiendo que había muerto, y seguí con mis preguntas sobre la vida después de la muerte. Fue una charla larga y tranquila, en la que tuve plena conciencia de la situación. Le pregunté, en primer lugar, cómo, no teniendo ya los órganos de los sentidos, podíamos tener la certeza de que la persona con la que hablábamos era en realidad esa persona y no una ilusión subjetiva. Van’t Hoff me respondió: «Al igual que en la vida ordinaria, por nuestra impresión general». «Pero», repliqué, «en la vida ordinaria hay una estabilidad de los hechos observables, que se consolida por la repetición de la observación.» «Aquí también», contestó Van’t Hoff. «Y la sensación de certidumbre es la misma.» Entonces tuve la fuerte sensación de certeza de que era con Van’t Hoff con quien realmente estaba hablando, y no con una ilusión subjetiva. Le repetí mi pregunta sobre la claridad de conciencia, la lucidez, la estabilidad de ese mundo de sombras, pero obtuve la misma respuesta dudosa, incierta e insatisfactoria que con mi hermano; no obstante, la atmósfera general del sueño era de claridad, felicidad y buen ánimo, y las personas que rodeaban a Van’t Hoff parecían simpáticas, aunque yo no las conocía. «Seguramente pasará todavía algún tiempo antes de que me reúna con usted», le dije; pero en ese momento me tomaba a mí mismo por más joven de lo que realmente era. Después de esto tuve varios sueños ordinarios, de los que desperté muy descansado, y sabiendo que mi voz no había sido audible en el mundo de vigilia. En mayo de 1903 soñé que estaba en un pequeño pueblo holandés de provincia, donde me encontré con mi cuñado que había muerto hacía algún tiempo. Estaba completamente seguro de que era él, así como de que había muerto. Me dijo que solía tener mucha relación con mi «controlador» –así lo 327
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expresó–, mi espíritu guía. Me sentí contento; nuestra conversación fue muy cordial, más íntima de lo que había sido en vida de él. Me dijo que me amenazaba un desastre financiero inminente: alguien me robaría diez mil florines. Le respondí que estaría al tanto, aunque cuando desperté me sentí desconcertado y sin saber qué hacer. Me refirió que se lo había dicho mi espíritu guía; y yo le conté la historia a alguien más en mi sueño. Entonces le pedí a mi cuñado que me contara más de ese estado después de la vida, y justo cuando estaba a punto de responderme, desperté. Fue como si hubieran cortado la comunicación. Para ese entonces no tenía la habilidad de prolongar mis sueños que tengo ahora. Quiero señalar que ésta fue la única predicción que he recibido en un sueño lúcido de una manera tan directa. Y se cumplió, con una diferencia: que la cantidad que perdí fue veinte veces mayor. En el momento del sueño no parecía existir la más remota posibilidad de que eso me sucediera; ni siquiera tenía el dinero que perdí después. Pero pronto se sucederían los hechos –cuando empezaron las huelgas de trenes de 1903– que me llevaron a la ruina financiera. Frederik van Eeden, A Study of Dreams (1913)
El «eterno presente» Todo hecho del pasado, presente o futuro, acontecido en cualquier punto del espacio, existe actualmente de algún modo, en un eterno presente; y siendo, por tanto, existentes, es posible en ciertos estados mentales adquirir conciencia de hechos acontecidos en lo que llamamos futuro, esto es, de un tiempo al que todavía no hemos llegado en el transcurso de nuestra vida. M. Maeterlinck refiere un impresio328
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nante caso que le sucedió a él, cuando empezaron a producirse unos acontecimientos que había soñado previamente, y pudo decirle a quien le acompañaba exactamente lo que iba a suceder. La misma teoría la sugiere parcialmente el señor Wells en La máquina del tiempo, y Camille Flammarion en Lo desconocido. De acuerdo con esta teoría, todo sueño es un estado de conciencia parcial de algunas escenas o acontecimientos de ese eterno presente; eventos que pueden ser pasados, presentes o futuros. De manera semejante a como vemos un paisaje cuando paseamos por la cima de una colina, tanto si contemplamos un punto por el que ya hemos pasado como el camino que intentamos seguir, siempre veremos en todo caso lo que esté ante nuestros ojos según la dirección en que ponemos la mirada. Y dado que los hechos que observamos se encuentran con frecuencia en el pasado, algunos –un tanto precipitadamente– concluyen que todo sueño no es más que una «mezcla» de recuerdos. Pero quienes tienen muchos sueños y se toman la molestia de escribirlos y analizarlos saben que no es así. A veces pueden seguir la secuencia de escenas pasadas, con frecuencia irremediablemente enredadas, lo que sugiere que el cerebro, al estar al tanto de muchas escenas a la vez, no ha podido organizarlas y ordenarlas bien y presenta a la conciencia despierta una variedad de imágenes inconexas y confusamente entremezcladas. Lo cual explicaría los sueños confusos, de los que a veces se piensa que son causados por indigestión o intoxicación. Cuando no son éstas, en realidad, sus causas, ya que un estado físico no puede causar imágenes mentales, pero sí impedir que el cerebro coordine correctamente las imágenes recibidas y origine la confusión. Pero también hay sueños en los que las escenas del pasado aparecen en una clara secuencia lógica en un cerebro 329
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saludable y bien organizado, así como otros de escenas desconocidas que pueden pertenecer al futuro, como imágenes nítidas de lugares que quizá llegaremos a visitar y reconocer más adelante en nuestra vida, o escenas como las que refiere M. Maeterlinck en su libro, que algún día podremos experimentar y comprobar. Es posible que podamos también llegar a ser conscientes de escenas que no serán nunca parte de nuestras vidas, pero sí de las vidas de otros, de los que existen algunos casos claramente registrados. J. W. Brodie-Innes, The Occult Review, 1918
El lugar oculto de las respuestas de la vida … cuando los dioses crearon a los hombres, argumentaron mucho sobre el lugar en el que tendrían que poner las respuestas de la vida para que los humanos tuvieran que buscarlas. Uno de los dioses dijo: «Coloquemos las respuestas en la cima de una montaña. Nunca se les ocurriría buscarlas allí». «Nooo», dijeron los otros, «será fácil que las encuentren.» Otro dios dijo entonces: «Coloquémoslas pues en el centro de la Tierra. Jamás se les ocurrirá buscarlas allí». «Noooo», dijeron los otros, «será fácil que las encuentren.» Y otro dios dijo: «Pongámoslas en el fondo del mar. Nunca se les ocurrirá buscarlas allí». «Nooooo», dijeron todos, «será fácil que las encuentren.» Entonces se hizo un silencio… y al cabo de un rato 330
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otro dios sentenció: «Entonces coloquemos las respuestas en el interior de los humanos. Allí nadie las irá a buscar». Y así lo hicieron. Marie-Louise von Franz, The Way of the Dream (1988)
Del Talmud de Babilonia Dijo también R. Jisda: un sueño que no se interpreta es como una carta que no se lee. Luis F. Girón Blanc, Textos escogidos del Talmud (1998)
El rico Yin y su criado En Tchéou vivía un hombre rico llamado Yin, que poseía una enorme fortuna, quien hacía trabajar a sus sirvientes y empleados sin descanso, día y noche. Tenía un servidor doméstico de avanzada edad al que, estando ya en el límite de sus fuerzas, le imponía pesadas tareas. Este hombre hacía su trabajo jadeando durante el día, de tal manera que por las noches caía agotado. Su espíritu liberado soñaba entonces, cada noche, que era un rey y que su reinado se extendía sobre gran cantidad de gente. Todos los asuntos del reino estaban en sus manos. En su sueño, paseaba por su palacio y sus recintos privados disfrutando felizmente de todo cuanto poseía. Al despertar, volvía otra vez a su condición de esclavo. En una ocasión en la que cierto individuo, compadecido al ver su trabajo y sus penalidades, quiso consolarlo, el viejo replicó: 331
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–Aunque llegue a durar cien años, la vida del hombre se compone de días y de noches en partes iguales. Durante el día soy esclavo y, en verdad, es dura mi suerte. Pero por las noches soy rey, y entonces disfruto de una felicidad sin par. No tienes por qué compadecerme en tales condiciones. Por su parte, Yin vivía atareado en cosas mundanas, y el cuidado de sus muchos bienes le ocasionaba no pocas preocupaciones. Acababa el día tan cansado que terminó enfermándose de cuerpo y de alma. Y así, cada noche soñaba que era esclavo y que tenía que realizar grandes esfuerzos para cumplir sus tareas. Recibía golpes y bastonazos. Ninguna calamidad le estaba dispensada. En sus sueños, se quejaba y anhelaba una vida mejor. Sólo con la llegada del día encontraba reposo. Un día Yin habló con un amigo, a quien le contó sus sufrimientos. El amigo le dijo: –Tu posición te hace acreedor de grandes honores; posees en abundancia tesoros y riquezas, y gozas de una situación considerablemente mejor que la de la mayoría de los hombres. Si en tus sueños eres esclavo, ello es sólo consecuencia de la naturaleza de las cosas, a saber, de la alternancia que existe entre los goces y las penas. Pretender que la vigilia y el sueño sean idénticos es algo imposible. Yin comprendió las palabras de su amigo. Y así, aligeró las cargas que les imponía a sus sirvientes y redujo el ritmo de sus propios asuntos –que tantas preocupaciones le causaban–, y su dolencia fue menor. Liezi, Tratado de la Perfecta Vacuidad, III, 6 (450 a.C.)
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La doctrina del yoga del sueño El origen de todos los sueños puede encontrarse (1) en su existencia en la mente del soñador; (2) en las impresiones acumuladas en sus palabras, hechos y pensamientos provenientes de existencias anteriores, las cuales existen allí permanentemente y no pueden ser suprimidas salvo mediante la práctica de algún tipo de yoga, ya sea pranayana o surt-shabd; (3) en los deseos latentes del hombre, que entran parcialmente en acción cuando encuentran la oportunidad de hacerlo en el sueño, y tienen, en ciertas circunstancias, la peculiar tendencia a repetirse; (4) en los reflejos e impresiones de la experiencia diurna; (5) en una palabra al azar o en un casual compás musical o en un espectáculo ocasional que el soñador haya oído o presenciado antes de irse a dormir, y haya atraído su atención; (6) en el deseo ilusorio de ser una persona distinta en este mundo y diferenciarse de sus otros moradores; (7) en su constante identificación con el cuerpo, la mente, el espíritu, etcétera; (8) en su errónea idea de persistir en la falsa noción de que el mundo existe como algo distinto y aparte de sus deseos y respuestas; (9) en su apego a las ideas de salud, riqueza, mujeres, niños y posesiones mundanas, a las que se ha acostumbrado a mirar como propias; (10) en su amor por las cosas curiosas y las novedades que le atraen y fascinan; (11) en el poder de su facultad creativa; (12) en el estado de su cuerpo y sus mecanismos; y (13) en el hábito de su sensibilidad. Babu Shivbarat Lal Warman, The Dream Problem, 1917
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Sueños de Ruskin Había bebido demasiado vino. Soñé que paseaba con Joan y Connie, recorriendo todos los atajos del campo, y que las empujaba por el camino, y luego volvía con ellas saltando arriba y abajo por montículos de tierra que más adelante se aplanaban y desaparecían bajo las aguas de un arroyo. Luego le enseñaba a Joanna una bonita serpiente, haciéndole ver que era inofensiva; levantaba esbelta el cuello, en el que tenía un anillo verde, y le hice sentir las escamas. Ella me hizo tocarla a su vez, y entonces se convirtió en una cosa fofa, como una sanguijuela, que se pegó a mi mano y me costó mucho quitármela. Entonces me desperté. John Ruskin, Diarios, 9 de marzo, 1868
Estaba inquieto, con mal sabor de boca, y tuve el peor sueño que hasta entonces había tenido en mi vida con una serpiente. El letal animal entró en la habitación por debajo de la puerta y se irguió como una cobra, con unos espantosos ojos redondos y pechos de mujer o, al menos, de Medusa. Me perseguía por las habitaciones, como si viniera del salón de estar que teníamos en Herne Hill; yo agarré unas piezas de mármol de una mesa y se las fui arrojando, lo cual la acobardó e hizo retroceder; pero otra serpiente más pequeña se pegó a mi cuello como una sanguijuela, y no podía deshacerme de ella. Diarios, 1 de noviembre de 1869
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Sueño de Baudelaire Para: Charles Asselineau Jueves 13 de marzo de 1856
Querido amigo: Puesto que los sueños le divierten, aquí le mando uno que estoy seguro de que no le disgustará. Son las cinco de la mañana, así que está recién salido del horno. Tenga en cuenta que sólo es uno de los mil sueños que me acosan y no hace falta que le diga que su completa singularidad, su carácter general son absolutamente diferentes de mis ocupaciones o de mis aventuras pasionales, lo cual me empuja a pensar que están en un lenguaje jeroglífico de cuya clave no dispongo. Eran (en el sueño) las dos o las tres de la madrugada y estaba paseando solo por las calles. Me encuentro con Castille que, si no recuerdo mal, tenía varios recados por hacer, y le digo que la acompañaré y aprovecharé su coche para hacer un recado personal. Así que cogemos un coche. Consideraba que era un deber ofrecerle un libro mío que acababa de ser publicado a la dueña de una gran casa de prostitución. Al mirar el libro que tenía en las manos resultó que se trataba de un libro obsceno y eso me dio la explicación de por qué sentía la necesidad de regalarle ese libro a esta mujer. Además, en el fondo, esta necesidad no era más que un pretexto, una ocasión para, de paso, follarme a una de la chicas de la casa; lo cual implica que si no hubiera tenido la necesidad de ofrecer el libro no me habría atrevido a ir a una casa semejante. A Castille no le explico nada de todo esto, hago que el coche pare a la puerta de la casa y dejo a Castille en el coche, 335
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prometiéndome a mí mismo que no la haría esperar mucho tiempo. En cuanto llamo y entro me doy cuenta de que mi p… asoma colgando por la ranura de mi pantalón desbraguetado y considero que es indecente presentarse de este modo, incluso en un lugar como éste. Además, al notar que tengo los pies muy mojados también me doy cuenta de que voy descalzo y que los he puesto en un húmedo charco al pie de la escalera. ¡Va!, me digo, me los lavaré antes de follar y antes de salir de la casa. Subo. A partir de este momento el asunto del libro ya no existe. Me encuentro en unas vastas galerías que se comunican –mal iluminadas y de carácter triste y mustio–, como los viejos cafés, los antiguos gabinetes de lectura o las viles casas de juego. Las chicas, desperdigadas a través de las galerías, están hablando con hombres y entre ellos veo a colegiales. Me siento muy triste y muy intimidado; temo que se me vean los pies. Me los miro y me doy cuenta de que en uno de ellos hay un zapato. Al rato me doy cuenta de que están calzados los dos. Lo que más me sorprende es que las paredes de estas vastas galerías están adornadas con dibujos de todo tipo, en marcos. No todos son obscenos. Hay incluso dibujos de arquitectura y de figuras egipcias. Como cada vez me siento más y más intimidado, y no me atrevo a abordar a ninguna de las chicas, me entretengo en examinar minuciosamente todos los dibujos. En una zona apartada de las galerías encuentro una serie muy singular. Entre una multitud de pequeños cuadros veo dibujos, miniaturas, pruebas fotográficas. Representan pájaros coloreados, de brillante plumaje, pero cuyos ojos tienen vida. A veces sólo hay mitades de pájaros. A veces esto representa imágenes de seres muy raros, monstruosos, casi amorfos, como si fueran aerolitos. En 336
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una esquina de cada dibujo hay una nota: tal chica, de tal edad… ha dado a luz a este feto, en el año tal. Y otras notas del mismo estilo. Me viene la reflexión de que este tipo de dibujos está bien para dar ideas de amor. Otra reflexión es la siguiente: en el mundo no hay más que un único periódico, Le Siècle, que pueda ser lo suficientemente bobo para abrir un prostíbulo y poner a la vez una especie de museo médico. Claro, me digo de pronto, los fondos de esta especulación de burdel los ha puesto Le Siècle, y el museo médico se explica por esa manía de progreso, de ciencia, de difusión de las luces que tiene. Entonces pienso que la estupidez y la tontería modernas tienen una misteriosa utilidad y que, a menudo, todo aquello que se ha hecho para el mal, debido a una mecánica espiritual, se acaba convirtiendo en algo para el bien. Admiro en mí mismo la justicia de mi ánimo filosófico pero, entre todos estos seres, hay uno que ha vivido. Es un monstruo que nació en la casa y que se encuentra eternamente sobre un pedestal. Aunque está vivo, forma parte del museo. No es feo. Su figura es incluso bonita, muy morena, de color oriental. Tiene mucho rosa y verde. Está agachado pero en una postura extraña y contorneada. Además, hay algo negruzco que gira varias veces alrededor de sus miembros, como una gran serpiente. Le pregunto qué es; me dice que se trata de un apéndice monstruoso que le sale de la cabeza, algo elástico como si fuera de caucho, y largo, tan largo que si se lo enrollara alrededor de su cabeza como una coleta sería demasiado pesado y totalmente imposible de llevar; que desde que lo tiene se ve obligado a llevarlo enrollado alrededor de sus miembros lo cual por otra parte produce un efecto bello. Charlo durante un buen rato con el monstruo. Me cuenta sus preocupaciones y sus penas. 337
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Resulta que hace varios años que está obligado a estar en esta sala, sobre el pedestal, debido a la curiosidad del público. Pero su principal engorro es la hora de la cena. Al tratarse de un ser vivo se ve obligado a cenar con las chicas del establecimiento, a caminar de manera inestable, con su apéndice de goma, hasta la sala de la cena, donde lo tiene que tener enrollado alrededor de sí mismo o colocarlo como un paquete de cuerdas encima de una silla porque si lo dejara por el suelo el peso le haría echar la cabeza hacia atrás. Además, él, que es pequeño y poca cosa, está obligado a comer al lado de una chica grande y bien hecha. Por otra parte, todas estas explicaciones me las da sin amargura. No me atrevo a tocarle pero me intereso por él. En este momento (esto ya no es del sueño) mi mujer hace ruido con un mueble de la habitación y me despierta. Me despierto cansado, roto, con la espalda, las piernas y las caderas molidas. Supongo que estaba durmiendo en la misma posición contorneada que el monstruo. No sé si todo esto le parecerá tan gracioso como a mí. Presiento que al buen Minet le costaría mucho encontrar una adaptación moral. Atentamente, C. Baudelaire
Poemas soñados Tennyson nos dijo que con frecuencia soñaba con largos pasajes de poemas, y que en el momento le parecían buenos, aunque nunca pudo recordarlos al despertar [...]. También nos dijo que una vez soñó un poema sobre hadas extraordinariamente extenso, el cual empezaba con líneas 338
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muy largas que gradualmente se iban acortando, ¡hasta terminar con cincuenta o sesenta líneas de dos sílabas cada una! Lewis Carroll, Diario, 1859
Sueño de Katherine Mansfield La primera noche que pasé en la cama, esto es, después de mi primer día recostada, me dormí. De pronto sentí que mi cuerpo se rompía. Se había roto con una violenta sacudida –como de un terremoto–, quebrándose como si fuera de cristal. Fue un largo y terrible estremecimiento, ¿sabes?, un temblor que me recorrió toda la espina dorsal y los huesos, y cada miembro y cada parte de mi cuerpo. Resonó en mis oídos con un estrépito sordo, confuso, y tuve la sensación de un centelleo de partículas verdosas, como si estallara un vidrio. Al despertar, pensé que había sido un violento terremoto, pero todo estaba en calma. Poco a poco, comprendí, hasta llegar a la convicción de que había muerto en mi sueño. Podré seguir viviendo, quizá meses, o semanas, o puede que días o unas horas. Sin tiempo. Porque en ese sueño he muerto. Katherine Mansfield, Cartas y diarios, 15 de diciembre de 1919
Sueño de Walter Benjamin Me encontraba en un laberinto de escaleras. Ese laberinto no estaba cubierto en todas partes. Subía; pero otras escaleras conducían a las profundidades. En un descansillo me di cuenta de que había llegado hasta una cima. Allí se me 339
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ofreció otra vista de todo el terreno. Veía a otros aún, sobre otras cimas. Uno sufrió un mareo y se cayó. El mareo se propagó a su alrededor, con lo que otras personas se precipitaron entonces desde otras cimas al vacío. Y cuando yo también empecé a tener esa sensación, me desperté. El 22 de junio fui a ver a Brecht. G. S. VI, 532 y s.
Sueño de Cardano (1534) ... me vi en sueños corriendo hasta los pies de una montaña que quedaba a mi derecha, en compañía de una inmensa muchedumbre de gente de toda condición, sexo y edad: mujeres y hombres, viejos, mozos y niños, pobres y ricos, todos vestidos de modo diverso. Pregunté adónde corríamos. Y uno me contestó: «A la muerte». Gerolamo Cardano, El libro de los sueños (1562)
Premoniciones [Mi padre] llegó a Exeter alrededor de las seis… y los Hart lo instaron a dormir allí. Pero él rehusó, y para evitar sus ruegos les dijo… que jamás había sido supersticioso, pero que la noche anterior había tenido un sueño que le había dejado una honda impresión. Soñó que se le aparecía la Muerte, tal como se suele representar en la pintura, y lo alcanzaba con su dardo. De hecho regresó a casa, y encontró a toda la familia levantada –a excepción de mí–. Y contó a mi madre su sueño ante un tazón de ponche; pero gozaba de buena salud 340
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y estaba radiante. Mi padre le contó todos los detalles de su viaje, incluso que había dejado a Frank en manos de un capitán muy religioso, etcétera. Y finalmente se fue a la cama feliz y animado… Pero, al poco de haberse acostado se empezó a quejar de dolor de vientre, como consecuencia del viento al que había estado expuesto. Mi madre le preparó agua de menta… y al cabo de un rato dijo: «Ya estoy mucho mejor, querida», y volvió a acostarse. Sin embargo, tan sólo un minuto después mi madre oyó que hacía ruidos con la garganta. Le habló, pero él no contestaba. Volvió a hablarle…, y en vano. El grito de mi madre me despertó…, e inmediatamente dije: «Papá ha muerto». Ni siquiera sabía que hubiera regresado, pues seguía esperándolo. ¿Cómo supe que había muerto? No sé…, pero así fue. Estaba muerto. Alguien dijo que había sido la gota lo que le afectó a su corazón… Pero seguramente fue un ataque de apoplejía. S. T. Coleridge, carta a Thomas Poole, 1797
La presencia ultraterrena Toda la noche he estado soñando con Katherine Mansfield, y me pregunto qué son los sueños, que a menudo evocan mucho más que el pensamiento: es casi como si ella hubiera regresado, en persona, y se encontrara fuera de mí, haciéndome sentir activamente su presencia, en vez de la imagen que traigo a mi mente en el recuerdo, como cuando pienso en ella ahora. Y el sueño deja, además, una traza de emoción que perdura en el día. Aunque en este momento haya olvidado casi todo lo que sucedió en el sueño, salvo que ella estaba recostada en un sofá en una de las habitaciones superiores, rodeada de muchas mujeres de rostro entristecido. 341
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De algún modo la sentía como si estuviera viva todavía, más de lo que puedo sentirla durante el día. Virginia Woolf, Diario, sábado 7 de julio de 1928
Sueño de Remedios Varo Yo había descubierto un importantísimo secreto. Algo así como una parte de la «verdad absoluta». No sé cómo, pero personas poderosas se enteraron de que yo poseía ese secreto y lo consideraban peligrosísimo para la sociedad, pues, de ser conocido por todo el mundo, toda la estructura social funcionando actualmente se vendría abajo. Entonces me capturaron y me condenaron a muerte. El verdugo me llevó a un lugar que parecía la muralla de una ciudad. De cada lado de la muralla bajaba una pendiente muy inclinada de tierra. El verdugo parecía muy satisfecho. Yo sentía un miedo y una angustia muy grandes. Cuando vi que ya se disponía a decapitarme, empecé a llorar y a suplicarle que no me matase, que todavía era pronto para morir y que reflexionase en que yo tenía todavía por delante muchos años de vida. Entonces el verdugo empezó a reírse y a burlarse de mí. Me dijo: «¿Por qué tienes miedo a la muerte si sabes tanto? Teniendo tanta sabiduría, no deberías temer a la muerte». Entonces, me di cuenta de repente que lo que él decía era cierto y que mi horror no era tanto hacia la muerte, sino por haber olvidado hacer algo de suma importancia antes de morir. Le supliqué que me concediese unos momentos más de vida para hacer algo que me permitiese morir tranquila. Le expliqué que yo amaba a alguien y necesitaba tejer sus «destinos» con los míos, pues, una vez hecho este tejido, quedaríamos unidos para la eternidad. 342
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El verdugo pareció encontrar muy razonable mi petición y me concedió unos diez minutos más de vida. Entonces yo procedí rápidamente y tejí a mi alrededor (a la manera como van tejidos los cestos y canastos) una especie de jaula con la forma de un huevo enorme (cuatro o cinco veces mayor que yo). El material con que lo tejí eran unas cintas que se materializaban en mis manos y que, sin ver de dónde venían, yo sabía que eran su sustancia y la mía. Cuando acabé de tejer esa especie de huevo me sentí tranquila, pero seguía llorando. Entonces le dije al verdugo que ya podía matarme, porque el hombre que yo quería estaba tejido conmigo para toda la eternidad. Fariba Bogzaran, Sueños de alquimia, en VV. AA. Cinco llaves del mundo secreto de Remedios Varo, 2015
Los dos estados del ser Cuando logre someterse al sueño a un examen metódico, cuando, con instrumentos aún por determinar, lleguemos a tener una explicación completa de los sueños (lo que supone una disciplina de la memoria a lo largo de generaciones, para poder empezar a registrar los hechos más importantes) y el desarrollo de su estudio sea de una amplitud y regularidad ejemplares, es de esperar que los misterios que entonces dejen de serlo dejarán su lugar al gran Misterio. Yo creo en la resolución futura de estos dos estados, en apariencia contradictorios, que son el sueño y la realidad, en una especie de realidad absoluta, de sobrerrealidad, si puede llamarse así. A esa conquista me lanzo, con la seguridad de no llegar a ella; pero poco me preocupa la muerte si puedo apreciar aunque sea por un instante los goces de esa posesión. 343
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Se cuenta que no hace mucho, cada día antes de irse a dormir, Saint-Pol-Roux hacía poner en la puerta de su casa de campo en Camaret, un letrero que decía: «POETA TRABAJANDO». Podría decirse mucho más, pero sólo he querido tocar superficialmente un tema que requeriría por sí solo una larga exposición y mucho más rigor. Ya llegará el momento. Por ahora, mi intención no ha sido otra que denunciar una tendencia que hace estragos en algunas personas, la tendencia a reprimir lo maravilloso, a presentarlo bajo la apariencia del ridículo. Dejémoslo bien claro: lo maravilloso es siempre bello, todo lo maravilloso es bello, y sólo lo maravilloso es bello. André Breton, Manifiesto surrealista, 1, 4, 1924
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Ima gi na t i o vera Este libro no trata sobre la interpretación de los sueños, explora diferentes significados del verbo soñar y su relación con la historia, lo sagrado, las dimensiones interiores de la consciencia, las paradojas y complejidades del tiempo y el punzante enigma de la muerte. «¿Es posible aún, para el que gusta en nuestros tiempos de la literatura-literatura, encontrarse con una obra nueva? ¿Podemos encontrarnos todavía con lo que vengo llamando “ensayo inspirado”? Me he hecho estas reflexiones previas ya desde la lectura del primer capítulo de El mundo bajo los párpados.» Antonio Colinas, «El Cultural», El Mundo «El volumen resume algunas de las pasiones del autor, que se desvela como un escritor potentísimo, explorando sobre todo formas de narrar en la propia escritura.» Estrella de Diego, El País «Estamos frente a un libro necesario. Uno de esos huevos de Colón que nos obliga a preguntarnos cómo no se le ocurrió a nadie antes» Javier Moreno, Qué leer «Un libro atrevido, valiente, polémico, escrito con una pasión a veces desbordante, en el que J. S. Se adentra en un territorio difícil y rabiosamente actual.» Andrés Ibáñez, «ABC de las Letras», ABC
Publicado en 2010, El mundo bajo los párpados fue destacado ese año por el diario El País de Madrid como el segundo mejor ensayo y por el diario Reforma de México como el séptimo mejor libro.
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