G I AC O M O CA S A N OVA AV E N T U R A S E N V E N E C I A ATA L A N TA
BIBLIOTHECA CASANOVENSIS
ATA L A N TA
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GIACOMO CASANOVA AVENTURAS EN VENECIA TRADUCCIÓN MAURO ARMIÑO
PRÓLOGO Y EDICIÓN MARINA PINO
A TA L A N T A 2011
En cubierta: Santa María della Salute, Francesco Guardi. En guardas: Láminas XIV y XV, Carceri, Giovanni Battista Piranesi. Dirección y diseño: Jacobo Siruela.
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Título original: Histoire de ma vie © De la traducción: Mauro Armiño © Del prólogo: Marina Pino © EDICIONES ATALANTA, S. L.
Mas Pou. Vilaür 17483. Girona. España Teléfono: 972 79 58 05 Fax: 972 79 58 34 atalantaweb.com ISBN: 978-84-938466-3-3 Depósito Legal: B-21.558-2011
ÍNDICE
Prólogo 11
Volumen 1 Historia de Giacomo Casanova de Seingalt, veneciano, escrita por él mismo en Dux, Bohemia Nequicquam sapit qui sibi non sapit. Capítulo I 25 Capítulo II Mi abuela viene a internarme en casa del doctor Gozzi. Mi primera amistad tierna 38 Capítulo III Bettina tomada por loca. El padre Mancia. La viruela. Mi marcha de Padua 58 Capítulo IV El patriarca de Venecia me otorga las órdenes menores. Mi amistad con el senador Malipiero, con Teresa Imer, con la sobrina del cura, con la señora Orio, con Nanette y Marton, con la Cavamacchie. Me hago predicador. Mi aventura en Pasiano con Lucia. Cita en el tercero 77
Capítulo V Noche lamentable. Me enamoro de las dos hermanas; olvido a Angela. Baile en mi casa. Giulietta humillada. Mi regreso a Pasiano. Lucia desgraciada. Tormenta favorable 110 Capítulo VI Muerte de mi abuela, y sus consecuencias. Pierdo el favor del señor de Malipiero. Me quedo sin casa. La Tintoretta. Me meten en un seminario. Me expulsan. Me meten en una fortaleza 132 Capítulo VII Mi breve estancia en el fuerte de Sant’Andrea. Mi primer arrepentimiento galante. Placer de una venganza y hermoso efecto de una coartada. Mi excarcelación. Llegada del obispo. Dejo Venecia 153
Volumen 2 Capítulo VI Mi regreso a Venecia. Me hago violinista 168 Capítulo VII Me convierto en un verdadero golfo. Una gran suerte me saca de la abyección y llego a ser un hombre rico 171
Capítulo VIII Vida desordenada que llevo. Zawoiski. Rinaldi. L’abadie. Me embarco en una góndola en san Giobbe para ir a Mestre 188 Capítulo IX Me enamoro de Cristina y le encuentro un marido digno de ella. Sus bodas 194
Volumen 4 Capítulo XII Bajo los Plomos. Temblor de tierra 222 Capítulo XIII Diversos incidentes. Compañeros. Preparo mi evasión. Me cambian de calabozo 242 Capítulo XIV Prisiones subterráneas llamadas los Pozos. Venganza de Lorenzo. Inicio correspondencia con otro prisionero, el padre Balbi; su carácter. Concierto mi fuga con él. De qué forma. Estratagema que utilizo para hacerle llegar mi espontón. Éxito. Me dan un compañero infame; su retrato 277
Capítulo XV Traición de Soradaci. Medios que empleo para atontarlo. El padre Balbi concluye felizmente su trabajo. Salgo de mi calabozo. Reflexiones intempestivas del conde Asquin. Momento de la partida 300 Capítulo XVI Mi salida del calabozo. Peligro en el que estoy a punto de perder la vida en el tejado. Salgo del palacio ducal, me embarco y llego a tierra firme. Peligro al que me expone el padre Balbi. Estratagema que me veo obligado a emplear para separarme momentáneamente de él 318
Volumen 5 Capítulo I Voy a alojarme en casa del jefe de los esbirros. Paso una noche deliciosa y recupero totalmente mis fuerzas y la salud 338
PRÓLOGO
Decir Casanova es como decir Venecia, y, al revés, también sería cierto que decir Venecia es como decir Casanova. Ambos, ciudad y personaje, se complementan y necesitan, porque del mismo modo que la extraña ciudad supo forjar un personaje fascinante y barroco, hay que decir que el personaje, Casanova, le devolvió, como en un espejo, la historia fascinante y barroca que le correspondía a la ciudad. Ella es al mismo tiempo la madre y la madrastra, y él el hijo díscolo y fugitivo que al cabo de una vida de peregrinaje sólo anhela regresar a su Venecia, donde se habla un dialecto materno que invita a la chanza como ningún otro y donde se baila al ritmo frenético de la furlana. ¿Dónde hay más teatros que en Venecia? ¿Dónde más libertad de costumbres debajo de la bauta de seda negra? También es verdad que hay muchas «bocas de león», esos buzones de metal dorado donde los espías depositan todo el producto de su laboriosa tarea. Hay que andar con cuidado, por tanto. Venecia es una ciudad-estado, una república milenaria, que debe defenderse de mil enemigos exteriores, sean reales o figurados. Está prohibido a un veneciano visitar a un diplomático extranjero. Y si por casualidad un súbdito veneciano se encontraba por azar con un extranjero, debía comunicar el hecho ante las autoridades competentes a la mayor brevedad posible. La ciudad vivía en un permanente estado de paranoia conspirativa. También vivía en una especie de fiesta perpetua, colmada de teatros y carnavales que duraban buena parte del año por el mismo motivo: mientras el grave consejo y las señorías del Gobierno deliberaban en secreto sobre vidas y haciendas, la 11
población se mantenía entretenida y la autoridad sólo intervenía en caso de infracción muy grave, o cuando el demonio del juego se extendía más allá de las casas públicas de juego que mantenían los nobles, por calles, plazuelas, puentes y tabernas. Jugar, fornicar y asistir al teatro era el derecho de los ciudadanos. De los asuntos políticos, religiosos y de buena policía se ocupaban los nobles y sus domésticos. Un número incontable de espías mal pagados y un temible Santo Oficio no impedían ser feliz en la República Serenísima. Casanova fue feliz por lo menos hasta los treinta años. Hasta esa edad Venecia forjó su carácter. Luego Casanova se puliría en París, como mandaba el canon del aspirante a caballero. Entretanto, es en Venecia donde se forja ese personaje extrañísimo y al mismo tiempo entrañable que es Giacomo Casanova. Durante la mayor parte de su infancia vive, enfermo y como atontado, sin otro amor que el de su abuela analfabeta, Marzia, despreciado o desatendido por una madre dedicada al teatro en Londres, de donde regresará con otro niño en brazos. Ninguna línea de sus célebres Memorias refleja el menor amor por esa madre pechugona y espléndida, demasiado ocupada por el teatro y una prole que pronto crecerá hasta los cinco o seis vástagos: Francesco, Giovanni, Maddalena, muerta en la infancia, la segunda Maddalena y Gaetano Alvise, que ya será un vástago póstumo, muerto el padre, Gaetano, todavía joven, de un tumor no diremos que mal curado, sino más bien agravado por una medicina inexistente y criminal. Esta fuerte impresión, la de ver a su padre agonizando sobre una mesa rodeado de impostores con el título de médico, es lo que empujó primero al joven Giacomo a desear ser médico, pero un médico que se guiara por la observación del enfermo y actuara en consecuencia, no un matarife en latín, y más tarde, cuando ya lo habían obligado a estudiar Leyes, al menos a seguir su instinto natural y a obedecer los consejos de los prácticos más sensatos. En caso de apuro, Casanova se ponía inmediatamente a dieta y sobre todo impedía, si era menester a tiros, las absurdas y debilitantes sangrías. Sobre la cura mágica a la que lo sometió su abuela para curarle las frecuentes hemorragias nasales que sufría de niño, 12
vuelto de cara a la pared, pálido y casi tonto, Casanova es ambiguo. No porque creyera que la operación estrambótica a la que se entregó con él la bruja de Murano fuera verdaderamente eficaz, sino porque Casanova ya intuye el poder de la sugestión sobre la mente del individuo. Las hemorragias no cesaron pero se espaciaron. Sin embargo, lo que las cura del todo es un cambio de aires en Padua que le receta un médico sensato, Macop, que sabía que el aire de Venecia era pestífero. Por algo los nobles tenían su casa de verano a orillas del río Brenta, extendiéndose por amenos campos hacia la ciudad de Padua, lo más lejos posible de la divina cloaca. Lo más interesante de la estancia de Casanova en Padua, aparte de descubrirnos la tacañería de los nobles tutores de la familia Casanova, los Grimani, que creen que bastan unas pocas monedas para alojar y alimentar al hijo de la viuda Casanova, es que nos revela un verdadero cuadro de costumbres. Después de probar una pensión inmunda, Giacomo es trasladado a vivir con su maestro, el padre Gozzi, un hombre ignorante y bueno, con el que comparte, ojo, no sólo la gramática, las ciencias y las humanidades, sino la cama. Ésta es una de las costumbres que definen de verdad al siglo XVIII, esa magnífica promiscuidad de lechos en las casas particulares y en las posadas, donde las gentes se acomodan por el sistema del apilamiento o la suma en hilera de colchones, buscando quizá el calor o el mejor acomodo en un siglo sin comodidades, que no tiene ni idea de la naciente ciencia suiza del hotel como Dios manda. A Giacomo el cambio de cama, de la apestosa pensión que le habían asignado los Grimani a la mullida y caldeada del cura, lo entusiasma. Pero pronto Giacomo crece, se desarrolla su aguda inteligencia y se ríe de su preceptor. Aquel buen hombre de la Iglesia todavía cree que la Tierra es plana y que para que suene el violín hay que tratarlo como quien golpea a un mulo testarudo. Además de clases de violín y humanidades, el joven veneciano recibe su primera «manustupración» de manos de la encantadora hermana del cura, Bettina, y un cursillo rápido de astucia mujeril. No lo olvidará nunca. Si la abuela representa para él el amor materno, la fresquísima Bettina representa la promesa de un placer venidero que 13
aún no conoce. Porque Giacomo es virgen todavía. Y lo será aún por bastante tiempo. En Padua el esmirriado Giacomo comienza a crecer desmesuradamente, se aplica al estudio de las leyes y se une a los grupos ruidosos y descontrolados de estudiantes intocables, armas de fuego incluidas, antes de regresar a Venecia, donde le esperan las órdenes menores y las prácticas en el bufete de un notario con el fin de encaminarse al servicio de la curia eclesiástica. A su definitivo regreso a Venecia, a Giacomo la faltaban todavía unas cuantas cocciones en lo tocante al trato social, conocimiento que en Padua no estaba a su alcance, vistas las limitaciones de su primer preceptor y el desenfreno estudiantil de la universidad. Va a ser el viejo y experimentado senador Malipiero el encargado de pulir a Giacomo en cuestión de usos sociales. Y no sólo encandila al viejo, sino lo que es mucho más importante, se hace merecedor de ser presentado a su tertulia. Gente madura y discreta, pero que tiene «saber estar». El joven y gracioso abate, delgado y cada vez más alto, y de una coquetería en el peinado que hace las delicias de aquellas tolerantes y paternales gentes, se convierte pronto en el «coqueluche» de la tertulia.
Tras el salón Malipiero, Giacomo conoce nuevos salones donde se roza con otro producto típico del siglo, las cortesanas. Observa a la carísima Cavamacchie, quien, como otras cortesanas de su tipo, lleva, como se ve, un nombre bastante infamante: la Quitamanchas. Más tarde conocerá también a la Tintoretta, hija de otro tintorero, como si el gremio produjera espontáneamente bellezas mercenarias. Pero estaba escrito que las cortesanas no iban a gustarle nunca a Giacomo. Sus retratos son a menudo crueles, bajo la máscara de su supuesta belleza ve sus defectos físicos y morales, su artificio, aunque le fascina que los nobles paguen por ellas cifras desorbitadas. Ambos, cortesanas y futuro caballero de fortuna, se van a mirar siempre de reojo, y lo que él obtenga de ellas será gratis, incluidas algunas bofetadas cuando comience a convertirse en el intrépido Casanova. 14
Ahora, ya con dieciséis años, mira y observa mucho, pero si se exceptúan los jugueteos con Bettina en Padua y con Lucia de Pasiano un verano anterior, Giacomo aún no ha probado el fruto delicioso que lo hará tan célebre. Si bien se enamora de Angela, la antipática sobrina del párroco que quiere ir pura al matrimonio, su terquedad acaba lanzándolo, por fortuna, en brazos, no de otra muchacha, sino de dos, sus primas las jovencísimas hermanas Nanette y Marton, las que, audaces, le proporcionan una impresión en cera de la llave de su puerta, que la señora Orio, tía de ambas huérfanas, guarda como una ogresa. Pero Giacomo se convierte en habitual de la casa cuando le hace a la señora Orio un gran servicio a través de Malipiero, lo que demuestra el poder de las relaciones sociales. Así, cada noche se despide fingidamente de las tres mujeres para, acto seguido, volver sobre sus pasos, bien quedándose en el zaguán, bien utilizando la llave que ha sacado del molde de cera: allí está por fin el amor, o por lo menos el goce sexual, ¡y a tres! En adelante, cuando Giacomo ya sea Casanova, tendrá un marcado gusto por los tríos. Una vez el trío en la cama, Giacomo descubre sorprendido los juegos lésbicos habituales de las dos jóvenes hermanas, que es feliz completando con un par de coitos en toda regla, según se vuelva a derecha o a izquierda; son los primeros, caramba, a sus casi diecisiete años. Más tarde vendrán la deliciosa historia de la rica aldeana Cristina y la más intensa con C. C., que si algo demuestran es que Giacomo, ya convertido en Casanova, huye del matrimonio como del Diablo. La muerte de la abuela Marzia obliga a Giacomo a caminar un poco más hacia la madurez. Una vez solo en la casa que su madre mantiene desde que se ha establecido de por vida en Dresde como actriz, Giacomo entra en la etapa que podríamos llamar de primera juventud rebelde. Siempre controlado por el abate Grimani y su ayudante, el brutal Razzetta, y tras saber que su madre no piensa pagar más el alquiler de la casa y que no le importa dejarlo en la calle, no duda en vender a los judíos todo cuanto ésta contiene, con la excusa, cierta, de que tratándose de bienes pertenecientes a su padre, su madre no tiene ningún derecho a disponer de ellos. Giacomo conoce las leyes, y pronto se enzarza con Grimani y Razzetta en una alucinante espiral de en15
frentamientos que empiezan con el expoliador de ajuares internado en un seminario, del que es prontamente expulsado, y terminan nada menos que con el propio Casanova encarcelado en el fuerte de Sant’Andrea, sin más delito que sus ventas de ropas y colchones, su rabia y su rebelión frente a sus abusivos tutores. ¡Es la opresión! ¡Toda su vida luchará contra ella! Más tarde será su pobre hermano Francesco el que acabará en el mismo lugar, dedicado a copiar pinturas de batallas para el mayor del fuerte por un pequeño salario. ¡Opresión! Giacomo se dirige entonces al Sabio de la escritura, o ministro de la Guerra, logra la libertad de su hermano menor y se lo lleva consigo a su piso de soltero. Son dos muchachos aún muy jóvenes y completamen-te solos viviendo a su libre albedrío, como tantas veces sucedía en el siglo llamado de las Luces. Muchachos y hasta niños. Se moría antes, se quemaban etapas antes. Los derechos civiles tal como hoy los entendemos apenas existían en el Antiguo Régimen, aunque, como se ve, uno podía hablar directamente con el ministro de la Guerra y resolver en pocas horas un asunto peliagudo. Mas he aquí que después de muchas aventuras del género dieciochesco no muy distintas de las del Buscón, que lo alejan de las antiguas compañías de buen tono, Giacomo se ve reducido a rascar el violín en bodas y festejos, y como se trata de un oficio considerado despreciable, rueda por el precipicio del gamberrismo y hasta del delito junto a sus compañeros de orquesta. No importa. Al igual que la bruja de Murano lo salvó aparentemente de sus hemorragias, también ahora Giacomo entra en el mundo de las apariciones fantásticas al hallar al señor de Bragadin cuando ya la horca lo rondaba. No es una sola aparición sino tres, como los reyes magos: Bragadin, Barbaro y Dandolo, quienes sacan al atolondrado Giacomo del teatro y se lo llevan al palacio de Santa Marina –hoy propiedad del modisto Pierre Cardin, que en realidad es veneciano y se llama Pietro Cardino–, donde vivirá como un hijo de buena familia por medio del recurso a la cábala, que apasiona a los tres nobles solterones. Desde entonces y hasta los treinta años, el joven Giacomo se irá convirtiendo poco a poco en Casanova, hasta su definitiva 16
consagración como caballero de Seingalt, una vez que haya logrado la fantástica proeza de evadirse de la prisión de los Plomos.
Porque el 26 de julio de 1755, el jefe de los esbirros venecianos, Mattio Varutti, irrumpe en el casino o apartamento particular de Casanova, situado en los Fondamenta Nuove, y lo obliga a entregar todos sus escritos y libros, a vestirse y a seguirlo. Dada la época del año, Casanova se viste con un precioso y ligero traje de verano de color claro que le había regalado la célebre monja de Murano M. M. No sabe que va a pasar quince meses en la prisión llamada de los Plomos, de donde logrará evadirse entre el final de octubre y el principio de noviembre de 1756, ni que lo hará, no por algún ventanuco, sino por la puerta principal del Palacio Ducal y vestido de esa elegante guisa veraniega ante un portero petrificado de asombro. Pero para entender las razones que han inducido a los Inquisidores a firmar tal orden de detención hay que retroceder un poco en el tiempo. Giacomo Casanova daba demasido que hablar como para que su nombre no hubiera llegado hasta el Tribunal de los Inquisidores de Estado, de modo que en el otoño de 1754 le ordenaron a un cierto G. B. Manuzzi, confidente suyo, seguirlo de cerca e informar sobre sus movimientos. Tarea harto fácil para el espía, dado que, bajo el oficio de orfebre que tenía como tapadera, había trabado amistad con Casanova. Se inician así las investigaciones sobre Casanova y las personas que frecuenta. El 11 de noviembre de 1754, Manuzzi envía su primer informe, al que seguirían otros hasta julio de 1755. Esos informes tienen por objeto que el Tribunal conozca la vida de Casanova con todo detalle: su conducta, sus intervenciones en las malvasías y lugares de reunión de literatos y amantes del teatro, a quién trata, qué lee y qué escribe, en fin, todo lo relacionado con aquel oscuro e intrigante personaje. El Tribunal de los Inquisidores de Estado no se ocupaba de la doctrina de la Iglesia, que dejaba para un controladísimo Tribunal del Santo Oficio, sino del buen orden político y social. 17
Las hipótesis sobre el motivo de la detención de Casanova son muchas: era sospechoso de haber empujado al ateísmo a los hermanos Memmo (según la acusación de Lucia Pisani, madre de los nobles Lorenzo, Bernardo y Andrea Memmo), de practicar el libertinaje (los inquisidores estaban quizá al corriente de su relación con la monja de clausura M. M.), y de ser un jugador tramposo y un descreído «que sabe aprovecharse de la credulidad de las personas, como en el caso del N. H. –noble o patricio– Zuanne Bragadin, para vivir a costa de unos y otros», según escribía Manuzzi en su informe del 22 de marzo de 1755. Había trascendido que Casanova practicaba la cábala junto a los tres patricios con quienes convivía, Matteo Zuan Bragadin, Marco Dandolo y Marco Barbaro. La sospecha de que Casanova era un hereje que practicaba la magia fue sin duda un motivo para su detención. Lo demostraba la colección de libros esotéricos que el incauto Casanova le había enseñado tiempo atrás a su falso amigo Manuzzi. Pero eso no bastaba. Lo que asustó a Manuzzi fue una carta al parecer impía que Casanova estaba redactando y algunos de sus arreos masónicos, que al espía debieron de parecerle cosa de contubernio satánico. Al igual que sus libros de tema erótico y filosófico, demostraban sus inclinaciones al libertinaje y al librepensamiento. Todos los cargos atribuidos a Casanova fueron documentados por la incansable pluma de Manuzzi, incluida una lista exhaustiva de la biblioteca casanoviana que él tan bien conocía. En el fondo, al Tribunal no le importaban tanto esos cargos –¡al fin y al cabo eran tantos los libertinos, los jugadores y los aficionados a las ciencias ocultas!– como mantener el orden, y en un momento dado Casanova les pareció un sujeto perturbador. Los matices de este proceso se revelan por la pena de cinco años de prisión, leve para su tiempo, y sobre todo por el hecho de que a Casanova se le otorgase finalmente el perdón, cosa inaudita al haber burlado la ley con su fuga, incluso al cabo de dieciocho años de destierro. Por mucho que el Tribunal de Estado de Venecia hoy nos parezca un tribunal arbitrario y cruel, a su manera era meticuloso y serio y solía ir hasta el fondo de cada asunto antes de dictar sentencia. Si tenemos en cuenta que al carcelero de Casanova le cayeron diez años por «negligencia», en18
tonces la pena de cinco años que se llevó Casanova por su apretado currículum de impío, libertino, jugador de ventaja, satanista, cabalista y parásito de patricios nos parecerá benévola. Había también motivos más mezquinos para buscar la caída de aquel chisgarabís impertinente. Como los que tenía el inquisidor Antonio Condulmer [véase su nombre en el documento que se adjunta tras el presente Prólogo], que detestaba a Casanova porque atacaba con sátiras las malas comedias de su protegido el abate Chiari y, lo que es peor, se atrevía a galantear a su amante, la señora Zorzi, con su envidiable juventud, su gran tipo y su desparpajo.
Casanova había advertido signos premonitorios de lo que se le venía encima, el más inquietante de ellos el 25 de julio, un día antes de su detención, cuando al volver a su casino «al romper el alba», descubrió con sorpresa que Messer grande, el capitán de los esbirros, había efectuado un minucioso registro con la excusa de buscar un barril de sal (en esa época las leyes respecto a la tenencia de la preciada sal eran severísimas). El senador Bragadin, que había sido inquisidor y por tanto conocía el modo de actuar del Tribunal, aconsejó a Casanova que dejara su casino y se trasladara a su palacio de Santa Marina, donde no podían entrar ni secuestrar a nadie, o que se alejase de Venecia durante un tiempo, pero Casanova no siguió su consejo y, como verá el lector, no sólo cayó en desgracia sino que nunca volvería a ver vivo a su querido padrino. El 24 de julio se le encomendó a Messer grande «arrestar a G. Casanova, desposeerlo de sus documentos y conducirlo a la cárcel de los Plomos». Su rápida detención se registró en el diario del secretario de la Inquisición el 21 de agosto de 1755: «El Tribunal, teniendo conocimiento de las graves faltas cometidas por G. Casanova, en especial por sus ultrajes a la Sagrada Religión, ha decidido que sea arrestado y encarcelado en los Plomos». Como se verá más abajo, una nota menciona sin más precisiones que Casanova ha sido condenado a «años cinco». Y era costumbre del Tribunal no comunicarle al reo ni el motivo de su prisión ni la duración, lo que añadía a la condena una pena complementa19
ria. Sólo recientemente han salido a la luz los documentos acerca de la prisión del famoso aventurero veneciano, incluida la nota de los desperfectos que causó en su huida, pues confirman cuanto dice en su relato. La cárcel de los Plomos tenía fama de ser inexpugnable, una cárcel que sólo registraba una fuga en el siglo XVII, aunque seguramente no lo era tanto debido a que se encontraba en el ático del mismísimo Palacio Ducal, con todas sus dependencias administrativas y todo el ir y venir de señorías y servidores. Pero que no era fácil escapar de allí lo demuestran los intensos esfuerzos y preparativos que durante casi quince meses tuvo que llevar a cabo Casanova para escapar, pese a los «agujeros» de seguridad existentes: un carcelero relativamente comprable y al que se podía engañar, y que acabó en la prisión por ello, y la chocante posibilidad de acabar saliendo por la puerta principal del palacio por ser día festivo y no haber nadie más que un simple portero que ni siquiera estaba en su interior. Lo cierto es que aunque Casanova tuviera como protectores a tres patricios, su osada fuga no le salió gratis, ya que le valió dieciocho largos años de errancia por toda Europa; si la prisión ducal se había revelado menos inexpugnable de lo que se creía, el gobierno de la Serenísima y sus tribunales inquisitoriales lo eran más de lo que nadie podía suponer. Casanova huyó de Venecia en 1756, con treinta y un años, y no logró ser perdonado y recuperar su salvoconducto veneciano hasta 1774, cuando ya estaba a punto de cumplir los cincuenta. Pero de ese regreso Casanova nunca quiso hablar en sus Memorias. Después de muchos años de exilio y de diversos servicios a Venecia desde el extranjero, aún tuvo que aguardar dos años en Trieste a que el cónsul de Venecia, Marco de’ Monti, le entregara un salvoconducto expedido por los Inquisidores. «Lo leyó», escribe Monti, «lo releyó, lo besó varias veces y, tras un breve intervalo de concentración y de silencio, estalló en un torrente de lágrimas.» Marina Pino
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Transcripción de las órdenes de detención, condena y prisión de Giacomo Casanova por parte de los Inquisidores de Estado:
24 de julio 1755 Orden a Missier [messer grande o capitán de esbirros] de detener a Giacomo Casanova, incautar todos sus documentos y conducirlo bajo los Plomos. (Venezia-Archivio di Stato Inquisitori di Stato-B. 612)
Ill.mi Ecc. Sig.re Inq.ri di Stato Obedeciendo al mandato de VV. EE. que me ha sido impartido he detenido y conducido a la prisón a Giacomo Casanova, una vez realizado un diligente registro de su casa, donde he encontrado los documentos que envío a VV. EE. Lo que refiero humildemente y con la más profunda sumisión me inclino. Mattio Varutti
21 de agosto 1755 Llegadas a conocimiento del Tribunal las muchas culpas de Giacomo Casanova, principalmente el desprecio público de la Santa Religión, SS.EE. lo mandaron detener y pasar bajo los Plomos. Andrea Diedo Inquisidor Antonio Condulmer Inquisidor Antonio Da Mula Inquisidor
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12 de septiembre El infrascrito Casanova condenado años cinco bajo los Plomos Andrea Diedo Inquisidor Antonio Condulmer Inquisidor Antonio Da Mula Inquisidor (Venezia-Archivio di Stato Inquisitori di Stato-Annotazioni-B. 534, p. 245.)
Condena del carcelero de Casanova, Lorenzo Bassadonna. En el Archivo de Estado se dice lo siguiente –resumimos– sobre la famosa fuga de los Plomos y la responsabilidad en ella, que no ayuda ni connivencia, de su carcelero: «Sentencia de condena a Lorenzo Bassadonna, carcelero del Casanova, y encargado de las Prisiones de los Plomos, por negligencia en sus funciones, que posibilitaron la fuga el primero de noviembre de Giacomo Casanova y del padre Balbi, somasco, que habían sido condenados […]. Aunque ello mereciese la pena máxima, la clemencia y la caridad del Tribunal ordenan la condena abajo escrita. Venecia, 10 de junio, 1757. [Que] Lorenzo Bassadonna sea condenado a los Pozos [calabozos situados en los sótanos del Palacio Ducal, los peores] durante diez años. Alvise Barbarigo Inq.r, Lorenzo Grimani Inq.r, Bortolo Diedo Inq.r. [Venezia-Archivio di Stato-Annotazioni R. 535. c. 83]».
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Bi bli ot heca Ca s anovensis «Si sólo hubiera narrado “la verdad”, el libro conocido como Histoire de ma vie creo que carecería de interés literario, aunque bien pudiera haber sido un gran documento para historiadores y sociólogos. Lo asombroso es que, en su estado real, es […] también una obra maestra literaria, un relato que conmueve, exalta, divierte, inspira, solaza y excita tanto la lujuria como el raciocinio.» Félix de Azúa «[…] las aventuras del caballero Casanova son el espejo en donde debería mirarse buena parte de la sociedad actual para recobrar algo del dinamismo y la imaginación que acompañaron a nuestro héroe.» José María Guelbenzu, «Babelia», El País
Giacomo Casanova (1725–1798), veneciano universal, mantuvo con su ciudad de origen una relación compleja, mezcla de pasión y desencuentros. En cualquier caso, Venecia formó sus gustos, su mentalidad y carácter. En este volumen lo vemos pasar sucesivamente de ser un niño enclenque y enfermizo a convertirse en un adolescente «contestatario», en plena rebelión contra la autoridad de los mayores, de su transformación en un abate presumido, que empieza a hacer sus inicios en la vida social, a sus incipientes encuentros con cortesanas de moda y su primera experiencia sexual completa con dos jovencitas. El fin de este aprendizaje lo marcará el más célebre de los acontecimientos de su vida: su encarcelamiento en la prisión de Los Plomos, de la que huirá para no volver a su ciudad natal hasta pasados dieciocho años. Esta extraordinaria peripecia es, sin duda, la mayor aventura de toda su accidentada y fascinante vida.
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