HELEN KELLER EL MUNDO EN EL QUE V I VO ATA L A N TA
«Aunque Helen Keller es más conocida por La historia de mi vida, su siguiente libro, El mundo en el que vivo, es más cálido, más íntimo y aún más bello; es la obra en donde encontramos su más extraordinaria fuerza, imaginación y originalidad como escritora.» Oliver Sacks
«Veo, pero no con mis ojos. Escucho, pero no con mis oídos. Hablo y me hablan, sin el sonido de una voz. Y me emociono hasta disfrutar de unas visiones de inefable belleza que nunca he podido ver en el mundo físico. [Mis visiones] refuerzan mi convencimiento de que el mundo que crea la mente a partir de incontables sugerencias y experiencias sutiles es más bello que el mundo de los sentidos. El esplendor del crepúsculo que pueden mirar mis amigos al otro lado de las montañas rojizas seguramente es estupendo. Pero la puesta de sol de la visión interior trae consigo un deleite más puro porque es la más fervorosa mezcla de belleza que podamos conocer y desear.» Helen Keller
TRADUCCIÓN: ANA BECCIU
I M A G I N AT I O V E R A
ATA L A N TA
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Helen Keller, 1948. Š Yousuf Karsh Fonds.
HELEN KELLER EL MUNDO EN EL QUE VIVO TRADUCCIÓN ANA BECCIU
ATA L A N TA 2012
En cubierta: Helen Keller contempla las vibraciones de la música, que no puede escuchar. Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. En contracubierta: Helen Keller con su profesora, Anne Sullivan.
Dirección y diseño: Jacobo Siruela
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Título original: The World I Live In © De la traducción: Ana Becciu © EDICIONES ATALANTA, S. L.
Mas Pou. Vilaür 17483. Girona. España Teléfono: 972 79 58 05 Fax: 972 79 58 34 atalantaweb.com ISBN: 978-84-939635-2-1 Depósito Legal: GI-397-2012
ÍNDICE
El mundo en el que vivo (1908) 9 Prefacio 11 La mano que ve 13 Las manos de los demás 21 La mano de la raza 29 El poder del tacto 35 Las vibraciones más sutiles 45 El olfato: el ángel caído 53 Valores relativos de los sentidos 61 El mundo de los cinco sentidos 65 Visiones interiores 71 Analogías en la percepción de los sentidos 79 Antes de que el alma amanezca 85
Las mayores sanciones 91 El mundo onírico 99 Los sueños y la realidad 113 Un sueño consciente 119
Un canto de oscuridad 129
Mi historia (1894) 141
Fuentes bibliográficas de las citas 161
El mundo en el que vivo 1908
PREFACIO
Los ensayos y el poema que componen este libro aparecieron inicialmente en Century Magazine. Los ensayos llevaban los títulos de «Una charla sobre la mano», «Juicio y sentimiento» y «Mis sueños». El señor Gilder me sugirió la idea de escribir estos artículos, y le doy las gracias por su amable interés y estímulo. Pero, junto con mi gratitud, deberá también aceptar su responsabilidad, pues se debe a su deseo y al de otros editores que yo me permita hablar tanto de mí misma. Todos los libros son, en cierta manera, autobiográficos. Sin embargo, mientras que a otras criaturas que dejan constancia de sí mismas se les permite al menos dar la impresión de que cambian de tema, por lo visto a nadie le importa lo que yo piense sobre los aranceles, la conservación de nuestros recursos naturales o los conflictos que suscita el nombre de Dreyfus. Si propongo reformar el sistema educativo del mundo, mis amigos editores dicen: «Es interesante. Pero ¿po11
dría contarnos qué noción tenía usted de la bondad y la belleza a los seis años de edad?». Primero me piden que cuente la vida de la niña, que es madre para la mujer. Luego me convierten en mi propia hija y me piden una descripción de mis sensaciones de adulta. Por último, me solicitan que escriba sobre mis sueños, y entonces me convierto en una abuela anacrónica; contar sueños, ya se sabe, es un privilegio especial de los ancianos. Los editores son tan amables que sin duda tienen razón al pensar que nada de lo que yo tenga que decir sobre los asuntos del universo sería interesante. Pero, mientras no me den la oportunidad de escribir sobre cuestiones que no sean yo misma, el mundo continuará sin instrucción y privado de reformas, y yo sólo podré dar lo mejor de mí mediante el único e intrascendente tema que me es permitido tratar. En el «Un canto de oscuridad», no fue mi intención presumir de poeta. Pensé que estaba escribiendo en prosa, a no ser por el magnífico pasaje de Job que estaba parafraseando. Pero a mis amigos les pareció que esta parte era un texto independiente de mi exposición y lo transformé en una suerte de poema. H. K. Wrentham, Massachusetts, 1 de julio de 1908
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LA MANO QUE VE
Acabo de tocar a mi perro. Estaba revolcándose en el césped, sintiendo el placer en cada uno de sus músculos y miembros. Quise captar una imagen suya en mis dedos, y lo toqué muy levemente, como si tocara telarañas; pero entonces su cuerpo robusto se giró, se puso rígido y duro al levantarse, ¡y su lengua me lamió la mano! Se pegó a mí, como si quisiera meterse dentro de mi mano. Mostraba su alegría con la cola, las patas y la lengua. Si hubiera podido hablar, creo que habría dicho lo mismo que yo: el paraíso se alcanza con el tacto, puesto que en el tacto residen el amor y la inteligencia. Este pequeño incidente me dio la idea de ofrecer una charla sobre las manos, de manera que, si por fortuna mi charla sale bien, se lo tendré que agradecer a mi perro-estrella. En cualquier caso, es grato hablar de un tema que nadie ha monopolizado aún. Es como trazar una nueva senda en la selva virgen, abrir camino por donde nadie ha pasado antes. Me complace 13
tomaros de la mano y llevaros por una senda no hollada a un mundo donde la mano es soberana. Sin embargo, ya de entrada nos encontramos con una dificultad. Estáis tan acostumbrados a la luz que temo que deis un traspié cuando yo trate de guiaros a través del país de la oscuridad y del silencio. Se supone que los ciegos no somos los más indicados para servir de guías. Aun así, aunque no pueda garantizaros que no os extraviaré, prometo que no os conduciré al fuego ni al agua, y que no caeréis en ningún pozo. Si tenéis la paciencia de seguirme, descubriréis que «hay un sonido tan sutil que nada vive entre este sonido y el silencio», y que hay mucho más significado en las cosas que en aquello que se presenta a los ojos. Mi mano es para mí lo que el oído y la vista son para vosotros. Viajamos por las mismas carreteras, leemos los mismos libros, hablamos el mismo idioma, y sin embargo nuestras experiencias son distintas. Todas mis actividades giran sobre mi mano como sobre un eje. La mano es lo que me une al mundo de los hombres y de las mujeres. La mano es mi antena, con ella salgo del aislamiento y de la oscuridad, y aprovecho cada placer, cada actividad que mis dedos encuentran a su paso. Con una simple palabra que la mano de otra persona dejó caer en mi mano, un leve movimiento de los dedos, empezó la inteligencia, la alegría y la plenitud de mi existencia. Al igual que Job, siento como si una mano me hubiera hecho, hubiera dado forma a todo mi cuerpo y moldeado mi alma. En todas mis experiencias y pensamientos, soy consciente de la presencia de una mano. Todo lo que 14
me conmueve, todo lo que me emociona y me llena de ilusión, es una mano que me toca en la oscuridad, y ese contacto es mi realidad. Decir que las impresiones que he acumulado mediante el tacto son irreales es como llamar irreal a una visión que os hace felices o a una desgracia que anega de amargas lágrimas vuestros ojos. El delicado temblor de las alas de una mariposa en mi mano; los suaves pétalos de las violetas enroscándose en los frescos pliegues de sus hojas o asomando dulcemente entre la hierba de los prados; el contorno preciso, firme, del rostro y de los miembros; el arco suave del cuello de un caballo y el tacto aterciopelado de su hocico: todo ello, y las numerosas combinaciones resultantes que toman forma en mi mente, constituyen mi mundo. Las ideas componen el mundo en el que vivimos y las impresiones nos proveen de ideas. Mi mundo está hecho de sensaciones táctiles, desprovistas de color y sonido físicos; pero, aun sin color ni sonido, es un mundo que respira y palpita lleno de vida. En mi mente, cada objeto está asociado a cualidades táctiles, las cuales, combinadas de incontables maneras, me proporcionan una sensación de poder, de belleza o de incongruencia, pues con mis manos puedo sentir tanto lo cómico como lo hermoso en el aspecto exterior de las cosas. Tened presente que vosotros, que dependéis de la vista, no os dais cuenta de la cantidad de cosas que son tangibles. Todas las cosas palpables son móviles o rígidas, sólidas o líquidas, grandes o pequeñas, calientes o frías, y estas cualidades se modifican de muy diversa manera. La frescura del nenúfar 15
a punto de florecer es diferente de la del viento de una noche de verano, y diferente a su vez de la frescura de la lluvia que penetra en el corazón de todas las cosas que crecen dándoles vida y cuerpo. El terciopelo de la rosa no es el de un melocotón maduro, ni el de la mejilla con hoyuelos de un bebé. La dureza de la roca es a la dureza de la madera lo que la voz profunda y grave de un hombre es a la voz suave de una mujer. Lo que yo llamo belleza lo encuentro solamente en ciertas combinaciones de todas estas cualidades, y resulta en gran parte del flujo de líneas rectas y curvas que se produce sobre todas las cosas. Supongo que os preguntaréis qué significa para mí una línea recta. Significa varias cosas. Simboliza el deber. Según parece, posee la misma cualidad de lo inexorable que el deber. Cuando tengo algo que hacer y no puedo eludirlo, siento como si avanzara en línea recta, obligada a llegar a alguna parte, o a no dejar de avanzar un solo momento sin desviarme a la derecha ni a la izquierda. Eso es lo que significa. Ahora bien, para escapar a este sentido moralizador, deberíais preguntarme: «¿Cómo se siente la línea recta?». Se siente como supongo que es, recta: un pensamiento monótono que se prolonga interminablemente. En el caso del tacto, la elocuencia no reside en las líneas rectas, sino en las que no lo son, o en muchas líneas curvas y rectas juntas. Estas líneas aparecen y desaparecen; son ora profundas, ora superficiales, se interrumpen, se alargan o sufren ondulaciones. Se elevan y se hunden 16
debajo de mis dedos, no paran de hacer movimientos bruscos y pausas, y su variedad es inagotable y maravillosa. Como veis, aunque mi mano no pueda percibir los colores brillantes de una puesta de sol o de las montañas, o penetrar en el azul intenso del cielo, no estoy excluida de la región de las cosas hermosas. La física me enseña que puedo vivir cómodamente en un mundo que, según me han dicho, no conoce el color y el sonido, pero que está hecho en términos de medida, de forma y de cualidades inherentes, ya que, en mi caso, cada objeto se presenta a mis dedos en una posición vertical bien firme, no en una imagen invertida en la retina como la que, según tengo entendido, recibe vuestro cerebro, que debe tomarse el inmenso, aunque inconsciente, trabajo de volver a ponerla de pie. Un objeto tangible pasa a mi cerebro en su forma completa, sin perder su calor vital, y ocupa el mismo lugar que ocupa en el espacio, pues, sin egocentrismo, la mente es tan vasta como el universo. Cuando pienso en colinas, pienso en la fuerza que necesito para subir a ellas. Cuando es el agua el objeto de mi pensamiento, tengo la fresca sensación de la zambullida y el presto ceder de las olas que se encrespan y acarician mi cuerpo. Mi mano reconoce las variaciones agradables entre lo áspero y lo liso, lo flexible y lo rígido, lo curvo y lo recto que se producen en la corteza y en las ramas de un árbol. La roca inamovible, con sus salientes y su superficie combada, se curva bajo mis dedos formando toda clase de surcos y cavidades. La protuberancia de una sandía y las redondas hinchazones de las calabazas, que germinan, brotan y maduran en esa 17
extraña huerta cultivada en alguna parte detrás de las yemas de mis dedos, son la parte absurda de mi memoria táctil y de mi imaginación. Mis dedos se deleitan con la suave cascada de la risa de un bebé y se divierten con el vigoroso cacareo del déspota del corral. Una vez tuve un gallo de mascota que solía posarse en mi rodilla, estirar el cuello y cacarear. Más valía entonces un pájaro en mi mano que ciento… en el corral. Mis dedos no pueden, por supuesto, tener de un vistazo la impresión de un todo global, pero siento las partes y luego mi mente las une entre sí. Me desplazo por mi casa tocando un objeto tras otro, en orden, antes de que pueda hacerme una idea de toda la casa. En las casas de otras personas sólo puedo tocar lo que me muestran: objetos de especial interés, tallas en las paredes o alguna particularidad arquitectónica, todo ello expuesto como en un álbum de familia. De ahí que una casa con la que no estoy familiarizada no me produzca al principio ningún efecto, ni encuentre armonía en sus detalles. No es una concepción completa, sino una colección de objetos-impresiones que llegan a mí desconectados y separados. Pero mi mente está llena de asociaciones, sensaciones y teorías, y con ellas construye la casa. El proceso me recuerda a la edificación del templo de Salomón, donde no había sierras ni martillos, ni ninguna otra herramienta conocida, mientras las piedras se iban colocando una sobre otra. El trabajador silencioso es la imaginación que saca a la realidad del caos. ¡Qué pobre sería mi mundo sin la imaginación! Mi 18
huerta sería una parcela de tierra silenciosa llena de estacas de una gran variedad de formas y aromas. Sin embargo, cuando los ojos de mi mente se abren a su belleza, la tierra desnuda se ilumina bajo mis pies, el seto revienta de hojas y el rosal esparce su fragancia por doquier. Conozco el aspecto que tienen los árboles en flor y penetro en el gozo enamorado de las aves que se acoplan, éste es el milagro de la imaginación. El milagro es doble cuando, con ayuda de mis dedos, mi imaginación se expande para encontrarse con la imaginación de un artista plasmada en la forma de una escultura. Comparado con el rostro expresivo y cálido de una persona amiga, el mármol es frío, no late ni reacciona, y sin embargo mi mano lo encuentra hermoso. El movimiento ondulante de sus curvas y sus ángulos son un verdadero placer; sólo le falta respirar. Pero, bajo el sortilegio de la imaginación, el mármol vibra y se convierte en la divina realidad del ideal. La imaginación pone un sentimiento a cada línea y cada curva, y así, al tocarla yo, la estatua es ciertamente la diosa, esa misma que, hechicera, respira y se mueve. Es verdad, sin embargo, que hay ciertas esculturas que, siendo incluso reconocidas obras de arte, no le agradan a mi mano. Cuando toco lo que resta de la Victoria Alada, lo primero que me evoca es un sueño sin cabeza ni miembros que vuela hacia mí mientras duermo presa de la angustia. La túnica que lleva la Victoria se despliega tiesa a sus espaldas y no se parece en nada a las prendas que yo he sentido volar, plegarse o desplegarse con el viento. Pero la imaginación 19
completa estas imperfecciones, y al instante la Victoria se convierte en una poderosa figura animada, con ráfagas de viento en su túnica y el esplendor de la conquista en sus alas. En una hermosa estatua encuentro tanto la perfección de la forma corporal como las cualidades del equilibrio y la perfección. La Minerva, con su red de alusiones poéticas, me da una sensación de euforia casi física; y me encantan los abundantes cabellos ondulados de Baco y de Apolo, y la guirnalda de hiedra, evocadora de las festividades paganas. Así es como la imaginación corona la experiencia de mis manos. Ellas aprendieron a ser astutas gracias a las sabias manos de otra persona, las cuales, guiadas también por la imaginación, me condujeron sana y salva por senderos que yo no conocía, convirtieron en luz la oscuridad que había delante de mí y enderezaron los caminos tortuosos.
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Helen Keller nació en Tuscumbia, una pequeña ciudad rural de Alabama, en 1880. A los diecinueve meses, una fiebre desconocida la dejó sorda, muda y ciega. Desde entonces sus dedos se convirtieron en sus «nuevos ojos»; las vibraciones del suelo, en las distancias del espacio. Podía oler, saborear y tocar el mundo, pero eso era todo. Este absoluto aislamiento la distanció de su desarrollo humano hasta quedar reducida al estado larvario de un animalito salvaje suspendido en una interminable noche de silencio. Helen permaneció así hasta que sus padres encontraron una educadora especial, Anne Sullivan, que a las pocas semanas logró vencer su terca ferocidad y comenzó a hacer progresos. Un día dejó caer sobre la mano de Helen un chorro de agua y luego deletreó varias veces en su palma la palabra water. La niña entendió enseguida el significado de esos signos, y esa palabra despertó a su espíritu de las tinieblas. A partir de ese momento, su educación experimentó un avance sorprendente. En diez semanas aprendió el alfabeto y podía comunicarse con su educadora. Gracias al poder del lenguaje, el mundo empezaba a cobrar un significado nuevo, cada vez más complejo. Tras mucho entrenamiento, Helen pudo «escuchar» por la vibración de sus labios las palabras que pronunciaba y acabó dando conferencias. También escribió varios libros. William James y Mark Twain le profesaron su admiración. Murió en 1968, a los ochenta y siete años, feliz, habiéndose ganado el reconocimiento mundial.
Imaginatio vera
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