Cuentos de lo extraño

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Robert Aickman, considerado por muchos uno de los más destacados escritores ingleses de literatura fantástica de la segunda mitad del siglo XX, siempre sostuvo que no escribía cuentos de terror, sino historias de lo extraño –así le gustaba definirlas–, historias que tienen la rara virtud de sumergirnos en una tensa atmósfera envolvente tan inquietante como poética. El primer cuento se introduce con naturalidad en el corazón mismo del mito femenino. Las tres mujeres que habitan la misteriosa ciudad abandonada de una isla, a la que nadie puede llegar, son las únicas supervivientes de una era remota del mundo en la que la tierra estaba viva (como la «roca» donde habitan) y se vivía con los ritmos naturales, bajo el gobierno de la mujer. «Los trenes», «Che gelida manina» y «Nunca vayas a Venecia» son historias fantasmales, pero no de las que dejan caer un espectro en cada esquina o lugar sombrío, sino de aquellas que nos sumergen sutilmente en un concierto de sentimientos –extrañamiento, terror, desesperanza, erotismo, anhelo– que se vuelven turbadores. El centro argumental de «La habitación interior» gira en torno a una suntuosa casa de muñecas cuya vida secreta vamos poco a poco conociendo a través de insinuaciones. Como dice Andrés Ibáñez en su prólogo, «En las entrañas del bosque» es «la joya de la colección». En efecto, el misterioso hotelsanatorio, perdido en el bosque y habitado por perpetuos insomnes, es una poderosa metáfora de ciertas sabidurías asiáticas: Los que estamos aquí tenemos que ser conscientes de la realidad las veinticuatro horas del día, explica uno de los huéspedes, pues la humanidad sólo puede alcanzar la verdad absoluta mediante un gran sacrificio, un sobresalto o una convulsión. TRADUCCIÓN : ARTURO PERAL SANTAMARÍA


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ROBERT AICKMAN CUENTOS DE LO EXTRAÑO

PRÓLOGO ANDRÉS IBÁÑEZ

TRADUCCIÓN ARTURO PERAL SANTAMARÍA

ATA L A N TA 2011


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En cubierta: Water shadow. Foto de Inka Martí. En contracubierta: Fragmento de una foto del autor. Dirección y diseño: Jacobo Siruela

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Todos los derechos reservados. Título original: Strange Stories © 2008, The Estate of Robert Aickman © De la traducción: Arturo Peral Santamaría © Del prólogo: Andrés Ibáñez © EDICIONES ATALANTA, S. L.

Mas Pou. Vilaür 17483. Girona. España Teléfono: 972 79 58 05 Fax: 972 79 58 34 atalantaweb.com ISBN: 978-84-937784-3-9 Depósito Legal: B-1.272-2011


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ÍNDICE

Prólogo 9 El vinoso ponto 23 Los trenes 79 Che gelida manina 143 La habitación interior 179 Nunca vayas a Venecia 228 En las entrañas del bosque 272

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PRÓLOGO

I ¿Qué sería de nosotros sin los extravagantes, es decir, sin los escritores extravagantes, es decir, sin los escritores ingleses? Harold Bloom tiene mucha razón cuando afirma que las grandes obras de la literatura siempre destacan por su carácter extraño e insólito, pero de todas las tradiciones literarias que conozco ninguna muestra tanto respeto por lo extraño y lo insólito como la inglesa. Y no me refiero, por supuesto, a las obras cuyo tema es literalmente lo extraño o lo fantástico, sino a esa cualidad de las letras anglosajonas de abrirse siempre a talentos únicos, a obras singulares y a géneros narrativos alejados de la famosa representación de la vida corriente de todos los días. Resulta curioso señalar que en la novela de Cervantes, Don Quijote es un loco ridículo y patético que vive su locura en medio de las risotadas de los otros, mientras que en la continuación que escribiera Chesterton (El regreso de Don Quijote), Don Quijote no es loco 9


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en absoluto sino un simple caballero extravagante que, en vez de provocar las burlas desaforadas de los demás, logra reunir a un amplio séquito de seguidores que también quieren hacerse caballeros andantes como él. En España, un loco; en Inglaterra, simplemente un tipo pintoresco. No nos extraña por eso que en uno de sus relatos, Aickman cite al barón Corvo, un clásico ejemplo de escritor inglés extravagante, quizá para dar a entender que él también pertenece a esa estirpe de hombres de letras británicos dotados de una personalidad pintoresca y dueños de una obra inclasificable. ¡Y hay tantos!: Max Beerbohm, William Beckford, Lewis Carroll, Mervyn Peake, Walter de la Mare, Edwin Abbot… Robert Fordyce Aickman nació en Londres el 27 de junio de 1914. Era nieto por parte de madre del prolífico novelista victoriano Richard Marsh, autor de una novela ocultista titutlada The Beetle (1897) que rivalizó en popularidad, en su tiempo, con el propio Drácula de Bram Stoker. William Aickman, padre de nuestro autor era, en palabras de su hijo, «el hombre más raro [odd] que he conocido nunca». Esperó a cumplir los 53 años y convertirse en un solterón empedernido y lleno de manías para casarse con la joven que sería madre de su hijo, una muchachita de apenas veinte. El matrimonio fue un desastre y la infancia de Robert se vio oscurecida por las continuas discusiones de sus padres en un hogar caótico y carente de afecto. Cuando sólo es un adolescente, la madre abandona el hogar, aunque Aickman cuenta 10


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que fue ella, precisamente, la que le animó desde el principio a que se dedicara a la literatura. Poco después desaparece también el padre, dejando al joven Aickman viviendo solo en la casa familiar. Aickman estudió arquitectura por continuar con la profesión de su padre, pero sus verdaderas inclinaciones estuvieron siempre en las artes, la música, el teatro y la literatura. Sus primeros intentos literarios datan de sus años universitarios. Aickman dedicó el resto de su vida a la escritura de relatos y novelas de tema sobrenatural. Fue además autor teatral y crítico de ópera, profesó esa pasión tan inglesa que es el amor a la naturaleza y fue cofundador de la Inland Waterways Association, una organización dedicada a la preservación del sistema interior de canales de Inglaterra. Cualquiera que haya viajado por Inglaterra se habrá tropezado en algún momento con algunos de estos canales, construidos durante la Revolución Industrial y cuyas muestras más interesantes deben de ser, seguramente, los que se encuentran en la ciudad de Manchester. Pensados como vías de comunicación y transporte de mercancías que salvan los desniveles del terreno mediante un complejo sistema de esclusas que funcionan sin vigilante ni operario alguno, los canales de Inglaterra son hoy en día una mera curiosidad turística. También un enigma heredado del pasado en que la técnica se funde imperceptiblemente con la naturaleza, y cuyo encanto reside precisamente en que no cumplen función alguna. Creo que no sería excesivo relacionar la devoción de Aickman por estas vías de comunicación que no co11


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munican a nadie, este sistema de transporte donde no se transporta nada, estos ríos que no son ríos, con la pasión por el espacio, por los mapas y por los laberintos que sienten los verdaderos narradores. Recordemos que otro de los cofundadores de la Inland Waterways Association, L. T. C. Rolt, era también autor de libros fantásticos. Aickman escribió en total 48 relatos que fueron apareciendo en distintas colecciones: We Are for the Dark. Six Ghost Stories (1951), Dark Entries (1964), Powers of Darkness (1966), Sub Rosa: Strange Tales (1968), Cold Hand in Mine: Strange Stories (1975), donde se encuentra la que es quizá su historia más famosa, «Páginas del diario de una joven», Tales of Love and Death (1977) e Intrusions: Strange Tales (1980). En 1985 apareció póstumamente una última colección, Night Voices: Strange Stories. Dio a la luz además varias antologías de su obra narrativa breve, varias novelas (The Late Breakfasters (1964), historia de amor lésbico, fantasmas y mansiones misteriosas y The Model, (1987)), dos obras autobiográficas (The Atempted Rescue (1966) y The River Runs Uphill: A Story of Success and Failure (1986)) y dos obras de «no ficción» dedicadas a su amado sistema de canales, Know Your Waterways (1954) y The Story of Our Inland Waterways (1955). Después de su muerte han aparecido varias ediciones de sus relatos completos siempre en tiradas pequeñas y hoy difíciles de encontrar. La de The Tartarus Press de 2001, en dos volúmenes, puede comprarse en Amazon.com por unas 500 libras esterlinas (sic, por supuesto). Continúan 12


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sin publicar sus obras de teatro, la novela Go Back at Once y una extensa obra filosófica titulada Panacea. Aickman fue también el editor, entre 1964 y 1972, de ocho volúmenes del Fontana Book of Great Ghost Stories, una serie de antologías de cuentos de fantasmas que ha recibido numerosos elogios y para las cuales escribió además una serie de introducciones llenas de interesantes reflexiones sobre el género. Quizá la obra más conocida de Aickman, y posiblemente su obra maestra, sea la novela corta «Páginas del diario de una joven», un sutil y elegante relato de vampiros situado en Italia en la época de Lord Byron y de Shelley (que también aparecen por sus páginas) que ganó el World Fantasy Award en 1975 y que el lector avisado ya conocerá por haber sido incluida en la antología Vampiros de esta misma editorial. Por lo demás, la fama nunca llegó a sonreír a Aickman. Algunas de sus historias fueron adaptadas para la televisión o para la radio o resultaron convertidas en episodios de series televisivas de terror, el rincón más evanescente del reconocimiento artístico, pero su obra literaria sigue siendo poco conocida en su propio país, lo cual resulta curioso si consideramos que Aickman, en palabras del novelista norteamericano Peter Straub, «fue, en sus mejores momentos, el escritor de relatos de terror más profundo que ha dado este siglo».

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II El propio Aickman rechazó pronto el término «terror» y decidió adoptar el de «extraño». «Relatos extraños» o, quizá más acertadamente, «relatos de lo extraño» sería el género o subgénero habitado por él, lo cual nos lleva una vez más a preguntarnos si era realmente necesario ponerle nombre. Porque ¿acaso lo extraño no es una condición previa y propia de la literatura? A nadie se le ocurriría (supongo) clasificar los relatos de Cortázar dentro del género de lo «extraño», aunque esto se debe solamente a que dichos relatos son universalmente tenidos por obras maestras. Lo cierto es que el universo de Aickman me ha recordado muchas veces al de Cortázar, con la diferencia de que el argentino es incomparablemente más «fantástico» que el británico. Vemos, pues, que la apreciación literaria se halla a menudo viciada por un extraño criterio estético que es puro filisteísmo: si es buena literatura, no puede ser de género, y si es de género, no puede ser buena literatura. Cortázar es simplemente «literatura», mientras que Aickman es autor de relatos «de terror.» Puesto que el primero es un autor serio, escribe literatura. Puesto que el segundo escribe libros de terror, no puede ser serio. Lo cierto es que el terror no abunda en estos relatos, que podemos considerar en las antípodas estéticas del patriarca del terror anglosajón, el temible Lovecraft. Ya que en los relatos de Aickman lo sobrenatural es a menudo una intuición, una sombra apenas esbozada, todo está tamizado y maravillosamente 14


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ambientado y el fantasma, como en «Los trenes» puede o bien ser algo que cree verse, una fantasía de los ojos cansados, o bien, como en «Che gelida manina» una mera sensación, ese escalofrío que sentimos algunas veces cuando presentimos que hay alguien detrás de nosotros, alguien que no está, que no puede estar allí. ¿Relatos misteriosos, fantásticos, sobrenaturales, metafísicos, simbolistas, simbólicos…? Lo que verdaderamente importa es la enorme calidad literaria de Aickman, el interés de estas piezas literarias como objetos artísticos. Aickman es un escritor refinado, inteligente, sensible y culto, y en sus páginas resuenan los ecos de muchas lecturas, cuya variedad podemos rastrear por las referencias halladas en el texto: Renan (un autor hoy olvidado), Arthur Machen, Celine, Strindberg, Daudet… pero también Walter de la Mare, Algernon Blackwood, M. R. James y ese maravilloso relato que es «Monte Verità» de Daphne du Maurier, cuyos ecos hemos creído percibir en el primero y en el último cuentos de la presente selección. En el extenso artículo dedicado a Aickman en The Encyclopedia of Fantasy de John Clute y John Grant (una obra fascinante y rabiosamente erudita, por cierto, que pide a gritos ser traducida), leemos que en las historias de nuestro autor los personajes «no son capaces de entender al fantasma con el que se enfrentan debido a que dicho fantasma… es una manifestación, un retrato psíquico, de su incapacidad para comprender sus propias vidas.» No se puede decir mejor, ni con más elegancia. 15


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III La fascinación del sur es el tema de dos de los relatos más hermosos de este volumen, «El vinoso ponto» y «Nunca vayas a Venecia». El primero es una fantasía romántica que nos recuerda, quizá, a las visiones del mundo marino y meridional de Sir Lawrence Alma-Tadema. Nunca como en este relato se ha adentrado Aickman en el corazón del mito. Las tres mujeres que habitan la misteriosa ciudadela que está en una isla a la que casi nadie puede llegar, son las únicas supevivientes de una época remota del mundo en la que la tierra estaba viva (la isla, la «roca» que habitan, sigue todavía estándolo, aunque quizá por poco tiempo), los seres humanos vivían en armonía con los ritmos de la naturaleza y eran las mujeres las que gobernaban. Pero luego llegaron los «griegos», que separaron al hombre de la naturaleza, «o más bien de la vida», y ellas fueron vencidas y expulsadas. «Hicieron del mundo un lugar en el que nos era imposible vivir», le explican a Grigg. «También era imposible para ellos, pero eran demasiado estúpidos para saberlo.» Grigg, confuso, pregunta a qué griegos se refieren, si a los antiguos o los modernos, y las mujeres replican que todos los griegos son iguales. Con lo cual comprendemos que lo que ellas llaman «griegos» es más bien la tradición patriarcal, de signo mental e instrumental, que ha terminado por dominar Occidente. «Los trenes» es una suma de técnicas narrativas, un relato que sugiere y parece negar al mismo tiempo 16


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todas las posibilidades de la trama que desarrolla. ¿Cuál es, entonces, la historia, nos preguntamos al terminarlo? ¿Qué parte de lo que nos cuenta Aickman debemos comprenderlo como ironía y qué parte como fantasía? Las normas que se establecen de la forma aparentemente más arbitraria (por ejemplo, que los conductores de los trenes saludan a las muchachas que ven al pasar, pero sólo si no van acompañadas y sólo si ellas no les saludan primero), ¿pertenecen realmente a nuestro mundo o son parte del juego fantasmal de un relato «fantástico»? En realidad, en cuentos como este, todo hasta una excursión por el campo, hasta un horario de trenes, hasta una posada rural, parece fantástico y en verdad muy, muy extraño. «Che gelida manina» es un moderno relato de fantasmas cuyo eje misterioso lo constituye el mayor de los misterios modernos: la electricidad, y en este caso, esa extraña posibilidad de comunicarse con personas que no están a nuestro lado que nos proporciona el teléfono. En cuanto a «La habitación interior», podemos entender el relato no sólo como un cuento «de miedo» de pleno derecho, sino también como un ejercicio de virtuosismo literario. Conocemos tantas historias de muñecas y de muñecos, o incluso de casas de muñecas (libros, películas o episodios de The Twilight Zone), que sería difícil encontrar una variante que nos sorprendiera. Lo que hace Aickman es proporcionarnos insinuaciones y dejar que nuestra imaginación haga el resto. En ese «no contar», en esa eficaz resistencia al deseo de ser explícito, está la maes17


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tría de un literato. El cuento es también un ejemplo de la fascinación de Aickman con el espacio y las construcciones espaciales. En «Nunca vayas a Venecia», el centro es un sueño, dentro de un esquema argumental similar al Vathek de William Bedford. Es este uno de los relatos mejor escritos de la colección, con pasajes espléndidos acerca de Venecia y acerca de la sensación de estar lejos de casa en un país extranjero sintiendo a partes iguales la soledad y el extrañamiento: «miró por última vez el incomparable paisaje veneciano y le dieron ganas de llorar, aunque no lo hizo porque sabía que estaba solo en tierras extranjeras». Nos queda por comentar el que quizá es la joya de la colección, «En las entrañas del bosque», también situado en un país exótico, pero en este caso no en ese sur que tanto ha fascinado a los escritores británicos desde Graham Greene a Ian McEwan y desde Robert Graves a Peter Shaffer, por nombrar sólo unos pocos, sino precisamente en el norte de Europa, en Suecia. Tampoco esta vez vamos a revelar la trama ni las sorpresas de este relato fascinante, pero sí diremos que su tema aparente es el insomnio, y su metáfora central, que es en realidad una doble metáfora, la imagen del sanatorio perdido en las montañas y la del bosque espeso que lo rodea. El verdadero arquetipo de este sanatorio que Margaret, inadvertidamente (o mal informada) toma por un hotel o una especie de residencia de reposo, es el monasterio perdido, es decir, el centro esotérico en el que se preserva una sabiduría ancestral, que se une 18


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al arquetipo de la montaña como residencia de entes sobrenaturales y como símbolo de las potencias más elevadas de la psique. ¿Qué es lo que verdaderamente sucede en el Kurhus, esta clínica para insomnes cuya biblioteca sólo contiene volúmenes antiguos y extraños y sobre la que pesa el aire de una sombría amenaza? «Los que estamos aquí», le explica la señora Slater a Margaret, «tenemos que ser conscientes de la realidad las veinticuatro horas del día». Borges escribió que su relato «Funes el memorioso» es, en realidad, una metáfora del insomnio. Del mismo modo debemos sospechar que el insomnio del que habla Aickman es en realidad una metáfora de otra cosa. Hay muchas, muchas cosas en este relato. Una digresión sobre las ventajas de no entender del todo, de no saber teoría musical para apreciar de verdad la música, de no conocer el idioma de un país para poder entenderlo en profundidad, en un largo párrafo que termina con la idea de que perderse (en el bosque) ha de ser, o puede ser, un acto voluntario. Y está además el misterioso coronel Adamski, que explica que «la desdichada raza humana sólo puede alcanzar la verdad absoluta mediante un gran sacrificio», para a continuación recordar una observación hecha por Casanova de que la facultad de ver la verdad sólo se despierta en los seres humanos «a través de un sobresalto o convulsión». En el caso de Casanova, esta convulsión se produjo cuando el célebre aventurero entró en la masonería. ¿Cuál ha sido la convulsión que ha sentido Margaret? Quizá la propia experiencia de encontrarse con el Kurhus. 19


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El coronel insinúa también que Shakespeare fue un insomne, y que el tema del insomnio se repite a menudo en sus obras. El insomnio de «En las entrañas del bosque» sería, así, una metáfora de la capacidad de despertar del ser humano y de acceder a otro nivel de la conciencia. La mención de Shakespeare no es casual, y sugiere que esa visión ampliada y singularmente lúcida de la existencia que es prerrogativa de los genios está, en realidad, al alcance de cualquier ser humano. El Shakespeare de Aickman se parecería, así, al Shakespeare de Borges que, al igual que su Homero, es una metáfora de todos los hombres y de lo que todos los hombres son en esencia. Conviene leer a Aickman. Los que conocían «Páginas del diario de una joven», ya se imaginan los placeres que les esperan. Los que nada saben de él, no se los imaginan. Es difícil saber qué situación es más envidiable. Andrés Ibáñez

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Según relata su autobiografía, The Attempted Rescue, Robert Fordyce Aickman (1914-1981) tuvo una infancia difícil, minada por las extravagancias de su padre, el arquitecto William Arthur Aickman, y los constantes altercados de éste con su joven esposa, 32 años más joven, Mabel Violet, hija del prolífico autor victoriano Richard Marsh, autor de una novela que rivalizó en popularidad con el Drácula de Bram Stoker. Aickman fue un enérgico defensor del medioambiente; fundó una asociación fluvial y escribió dos tratados sobre el tema. Cultivó el teatro, la novela y la crítica de ópera, aunque será siempre recordado por sus 48 relatos, que reunió en distintas colecciones: We Are for the Dark. Six Ghost Stories (1951), Dark Entries (1964), Powers of Darkness (1966), Sub Rosa: Strange Tales (1968), Cold Hand in Mine: Strange Stories (1975), Tales of Love and Death (1977) e Intrusions. Strange Tales (1980). «Nadie mejor para ponernos los pelos de punta que Robert Aickman. Sin embargo, no se sirve de ningún efecto espectacular, ni de excesos en el estilo o la emoción […]. Algunas de sus historias están, sin duda, más próximas a Kafka que a Mrs. Radcliffe.» T. J. Binyon. T. L. S., 23-12-1977 «Fue, en sus mejores momentos, el escritor de relatos de terror más profundo que ha dado el siglo.» Peter Straub. The Wine-Dark Sea, 1988 «Su última colección de cuentos es la mejor, es decir, la mejor desde Walter de la Mare […] hasta el punto de haberse convertido incuestionablemente en el escritor más destacado en este campo.» Julia Briggs. T. L. S., 2-1-1981


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Ars brevis

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