C U L T U R EL MUNDO DOMINGO 1 DE NOVIEMBRE DE 2015
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Fue una de las pintoras más singulares de la vanguardia española. De vida excitante y enigmática, levantó un mundo propio entre Barcelona, París y México, donde la celebran como a un mito POR ANTONIO LUCAS
EDITORIAL ATALANTA
SURREALISMO FURTIVO DE REMEDIOS VARO
CLÁSICA DANIEL BARENBOIM RECLAMA LA PAZ EN ORIENTE PRÓXIMO BAJO LA CÚPULA DE BARCELÓ EN LA ONU
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Antes de llegar a Remedios Varo conviene detenerse en la frase con la que el poeta Octavio Paz fijó el enigma de su pintura: «Esta mujer pinta lentamente rápidas apariciones». Es exactamente así: un vértigo hecho de demoras, un laberinto, un ajuar de sorpresas porque ella misma pintó sorprendida. Remedios Varo es un secreto guardado por las horas. Una artista que tiene esa mística del asombro donde todo es posible, donde todo sucede sin más protocolo que dejarse arrastrar por un hallazgo. Nada en su trabajo es previsible. Nada responde a una lógica precisa. Nada se ajusta a norma. Y qué olvidada queda. Y qué fuera del canon. Y qué traspapelada su figura. Tiene algo de enigma mexicano, de mujer hecha de sombra y nubes bajas. Pero nació en Àngels (Girona), en 1908, estudió en la escuela de Bellas Artes de Madrid, vivió a pleno rendimiento la bohemia de Barcelona y cuando la Guerra Civil echó a rodar se instaló en el bando republicano por vocación y por destino. En medio de la balacera dio cobertura a De izqda. a los antifascistas dcha. y de y en una de esas arriba abajo, reuniones clanalgunas de las destinas con un obras de fondo de sacos Remedios Varo: terreros conoció ‘Papilla estelar’ al poeta francés (1958); Benjamin Péret, ‘Encuentro’ con el que puso (1959); ‘Río rumbo a Portbou Orinoco’ para cruzar a (1959) y Francia en un ‘Hallazgo’ delirio de amor (1956). que se filtraba por los pliegues de su pintura. Reivindicar a Remedios Varo no es una excentricidad, sino la dosis exacta de justicia poética que algunos artistas a trasmano requieren. La editorial Atalanta pide foco para esta pintora en un libro deslumbrante, Cinco llaves del mundo secreto de Remedios Varo, con textos de Alberto Ruy Sánchez, Tere Arcq, Peter Engel, Janet A. Kaplan y Sandra Lisci, entre otros. No se trata de un catálogo, ni de un manual, ni de un a hagiografía. Es algo de todo eso y a la vez un desplante: la puesta en limpio de la mejor parte de la obra de Varo y el mejor contorneo de su leyenda, de su biografía, de sus intereses, de su penumbra. «La obra de esta mujer se nos presenta como una revelación, pero a la vez como un misterio», escribe Ruy Sánchez. «No se puede ser indiferente a su pintura rigurosa ni a la incesante imaginación que despliegan sus cuadros ante nuestro asombro». Porque Remedios Varo per-
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tenece a la estirpe de la extrañeza. De la infrecuencia. De esa inocencia profundamente delirante donde a la redondez del mundo le nacen esquinas. En Francia, junto a Péret, conoció la nave nodriza del surrealismo y a sus tripulantes, capitaneados por André Breton y Paul Éluard. Esa era su genealogía. Aquellos artistas que no buscaban ninguna verdad, sino la imperfección auténtica de los sueños, de su fortuna. Remedios Varo pintaba con una ráfaga de El Bosco y otra de Brueghel. Con una voladura de Chagall. Con las esquinas de Óscar Domíngez. Con las penumbras de Delvaux... «Pero yo no pertenezco a ningún grupo, pinto lo que se me ocurre y se acabó», decía. Principalmente pintaba desde ella misma, haciendo palanca en una imaginación de escenas incalculables tocadas de un raro misticismo (quizá esoterismo) en el que militó también a su modo desde casi niña. «Cada cuadro suyo nos inicia en un estruendo tranquilo, con un rayo que no quema», apunta Ruy Sánchez. En lo mejor de la fiesta de París entró el nazismo a volcar el tablero. Remedios Varo deja la ciudad y pone rumbo a México D.F., donde se instaló en 1941, donde se separa en 1947 de Péret (que regresa a la Francia liberada) y donde se busca la vida como ilustradora entomológica, como cartelista publicitaria para Bayer y en algún empleo más como el de dibujar mosquitos al microscopio para el Instituto de Malariología de Caracas. Un espectáculo. «Llegué a México buscando la paz que no había encontrado, ni en la España de la revolución, ni en Europa la de la terrible contienda, para mí era imposible pintar entre tanta inquietud», dijo en una entrevista. Entre un empleo y otro, Remedios Varo se fue apartando de la pintura. Su segundo marido, el musicólogo vienés Walter Gruen, quien a partir de 1952 le puso de nuevo ante sus cosas, ante ese mundo de círculos esotéricos y figuras delirantes que confeccionó como un santoral plástico de magias y fulgores. De esta nueva etapa salen cuadros principales como Retrato del doctor Ignacio Chávez (1957), Los hilos del destino (1956) y Nacer de nuevo (1956). En estas piezas despliega ese otro mundo de los recuerdos que acuden como
una conjura a sus cuadros. Remedios Varo es cada vez más simbólica, como si no temiese el fuera de control de su onirismo, de su imaginación, de su lectura exótica de un mundo que no es de este mundo. La arquitectura adquiere una presencia ya imprescindible en su trabajo. Ella vive replegada en sus vegetaciones de mujer hecha de fuerzas desconocidas. Eran los días en que Frida Kahlo y Diego Rivera dirigían el arte mexicano. Dedicada de nuevo plenamente a la pintura desde finales de los años 50, comenzó a exponer en muestras colectivas e individuales. Remedios Varo comenzó a recuperar el sitio. Las críticas a su pintura eran excelentes. En 1958 viajó a París para despedirse de Péret, poeta seriamente enfermo, y al regresar pintó con una fiebre inédita. A su alrededor el mundo empezaba a estar bien hecho. En 1962 presentó su segunda exposición individual en México D.F. Entre las 16 piezas que colgó estaba el único tríptico que hizo en su vida. Aquello fue su consagración. Las obras volaron a colecciones de la ciudad. Remedios Varo ya estaba en el centro del arte mexicano con lugar propio. Pero meses después se quebró todo. Un infarto. Letal. Era el 8 de octubre de 1963. Tenía 56 años. Estaba en el momento de madurez. Dejó una serie de cuadernos donde había anotado distintos sueños que fueron después sustancia de su pintura. Sueños que ella anotaba como recetas de cocina, con sus ingredientes mágicos, con sus procesos de mezcla, con su tiempo de maceración. «La vida cotidiana, la vida onírica y la obra plástica de Remedios Varo se encuentran entretejidas», explica Peter Engel. Tenía uno de los hallazgos de Antoine de SaintExupéry como lema: «Lo esencial es invisible a los ojos». Y allí es dónde ella se sentaba a mirar. Más por descubrirnos otras versiones originales de la realidad, aquella donde caben gatos que proyectan constelaciones, amantes con cabeza de espejo de mano, hombres con cara de tijera, seres rabudos que mosquicojonean, seres que navegan en barcas aturdidas, en orejas rodantes y abrazan tristes espantajos... «Lo único que pinto es una manera particular de sentir». O lo que es igual: una forma de asombrarse.
LITERATURA BIOGRAFÍAS
EL LÍMITE DE VIVIR Antonio Lucas recopila en ‘Vidas de Santos’ las existencias a la deriva de «gente que deflagra las costumbres respetables» JUAN BONILLA Aunque antes lo hicieron otros (Marcel Schwob, y Paul Verlaine, Darío y Lytton Strachey), fue Borges el que más partido le sacó al arte de sintetizar vidas o volver relato una reseña: decía que preferible a la fatigosa tarea de escribir una biografía o una novela era hacer como que esos libros ya existían, y al reseñarlos los inventaba. El don de síntesis de Borges es uno de sus más envidiables logros, tanto cuando lo utiliza para hacer la Historia Universal de la Infamia a través de las vidas de unos cuantos personajes como cuando –en colaboración con Bioy– lo utiliza para partirnos de risa escribiendo sobre genios de la modernidad (en el libro Crónicas de Bustos Domecq). Umbral utilizó ese género con su característico desparpajo e indomable mala uva (como cuando convertía a Francisco Ayala en una unidad de medida: la menor cantidad de literatura que cabe en persona humana). Antonio Lucas ha heredado ese don de síntesis y en sus breves estampas de artistas, poetas, escritores, músicos reunidas en Vidas de Santos (editado por Círculo de tiza y con prólogo de Raúl del Pozo) logra esquivar el que quizás sea principal escollo en la elaboración de ese tipo de texto periodístico: que suene a Wikipedia. Logra, como lograba Umbral, vampirizar vidas de otros, volverlos sustancia de un estilo reconocible. Antonio Lucas se las arregla, con prosa medida, elegante, capaz de hacernos crujir con un adjetivo sorprendente, para exprimir existencias que a los biógrafos profesionales les llevan cientos de páginas y obtener un zumo peculiar: refrescante pero con un punto de amargor, de exquisita tonalidad que sin embargo se va volviendo sombría. Porque al fin y al cabo, cuando uno repasa estas vidas santas –prestigiadas unas por el aura del malditismo, como la de Rimbaud, hundidas otras en los mares del olvido, como la de Blanca Luz Brum, legendarias casi todas ellas– es inevitable que midamos las nuestras con las vidas contadas, y que las nuestras queden jibarizadas por la épica extraordinaria, la beatitud entendida como bien la entiende Lucas, de estos personajes entre los que cabe encontrar los Héctor y los Aquiles de nuestro siglo XX. Ni que decir tiene que es mérito de los santos que forman el libro –dividido en tres partes, Promesas quebradas, Heteroxas y Vidas Revueltas– pero ninguna vida resulta apasionante si el que
Billie Holiday en 1948. EL MUNDO
Sid Vicious en 1977. E.M.
Arthur Rimbaud (1854-1891). E.M. la cuenta no consigue inyectarles pasión. Así que el mérito de Radiguet o Sid Vicious o Alejandra Pizarnik o Tina Modotti o Maruja Mallo o Anaïs Ninn, queda excepcionalmente subrayado por la capacidad de Lucas de convertirlos en relato. Y en cada relato dos sustancias que van enlazándose con la naturalidad de dos géneros que saben que deben mantener un equilibrio constante para no caer ni en la cursilería ni en la obviedad: el periodismo y la poesía. Antonio Lucas, poeta ya muy reconocido, es también uno de nuestros más reconocidos periodistas culturales, y como tal, durante meses, a razón de una estampa por semana, se dedicó a algo a lo que pocos periodistas son capaces de dedicarse: a inventar la actualidad, a actualizar figuras sin esperar que un libro o una ex-
posición le prestara la percha y el pre-texto. Una condición, la de poeta, no ha azucarado a la otra sino al contrario: le ha dado potencia. Maneja pues el cronista una prosa rica de matices, capacitada para componer con los detalles –los preciosos detalles– el alma de cada uno de sus retratados. No se limita Lucas al catálogo de hechos sobresalientes, excepcionales o exóticos que personalizan a cada uno de sus personajes, sino que excava en sus obras, en sus silencios, en sus gestos, en sus huidas, para ofrecernos las sustancias de unas vidas extraordinarias, para pintar con pincel exacto sus miradas, sus desolaciones, sus fantasmagorías. La cabalgata que ofrece este libro es un veloz muestrario del siglo XX, desde sus primeros acordes con el fascinante Rimbaud –que no dio un solo paso en ese siglo, y a pesar de ello el siglo se llenó de huellas suyas– hasta alguien en tan buena forma como Antonio Escohotado. Algunos de los santos aquí reunidos son grandes figuras en los panteones de las Artes y las Letras (Lautreamont, Basquiat, Ajmatova, Nick Drake, Billie Holliday) y otros son sólo asteriscos que remiten a notas a pie de página, pero aquí están igualados por la prosa de Antonio Lucas, que los ha transformado en personajes suyos. De donde se le hace un gran servicio a figuras tapadas, mudas, marginales que gracias a la atención del cronista vuelven un momento a la actualidad y serán capaces, desde ese trampolín, de dar el salto magnífico que los aloje en la memoria de algunos lectores, que quizá sientan la curiosidad suficiente para tratar de saber más de ellos. Quizá alguien vaya a los libros de Chusé Izuel después de leer la estampa recopilada en Vidas de Santos, quizá alguien se asome a las películas de Adolfo Arrieta, quizá alguien busque los cuadros de Carles Casagemas. Será uno de los triunfos de este libro. Si Borges compuso con unas biografías la Historia Universal de la Infamia, Antonio Lucas ha compuesto una muy personal y apasionada Historia Universal de la Beatitud con gentes llagadas, sufrientes, vitales y extravagantes. En palabras del propio Lucas: «Gente que vivió al límite de las convenciones, gente que deflagra las costumbres respetables. Son santos por la extremaunción de su valentía. Santos por su milagro del revés». Son pasado mítico en la mayoría de los casos, pero Antonio Lucas los ha convertido en presente. Y presente significa regalo.