El Sastre Triste

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Un secreto navide単o

CRECER CON CUENTOS Derek y Michelle Brookes



Un secreto navide単o Derek y Michelle Brookes


Adaptación de un cuento de Jean Luc Traducción: Felipe Howard Mathews y Gabriel García Valdivieso Ilustraciones: Hugo Westphal Color: Ana Fields Título original: A Christmas Secret ISBN de la edición original: 3-03730-065-5 ISBN de la versión en castellano: 3-03730-066-3 © 2001, 2002, Aurora Production AG, Suiza. Derechos reservados. http://es.auroraproduction.com


Klaus era un próspero sastre. Juntamente con Gertrudis, su mujer, se había trasladado a lo que hoy en día es Finlandia para huir de la guerra y de los trastornos que azotaban su país.


Mas luego que una terrible epidemia de gripe se llevó a su esposa y sus hijos, le pareció que su existencia ya no tenía sentido.

Habiendo perdido la alegría de vivir, se pasaba los días deambulando por las calles de Helsinki. En la noche iba a parar a su frío taller, donde se dejaba caer pesadamente en un catre.


Ya no se dedicaba a la sastrería. Aunque quisiera no hubiera podido, pues había vendido o canjeado todos sus objetos de valor para abastecerse de combustible y alimentos. Sus cabellos y su barba se encanecieron, y ya no se preocupaba por peinarlos. Recorría la ciudad vestido de andrajos, con la cabeza gacha y arrastrando los pies.

¡Sus antiguos amigos difícilmente lo reconocían!


Siempre que Gertrudis miraba desde el Cielo, se le ensombrecía el corazón. Ella acudía con frecuencia ante el trono de Dios para implorar por su marido. El Padre eterno siempre la consolaba y le repetía que tuviera paciencia, porque Él tenía un plan para Klaus. Por último un día le dijo: —¡Ha llegado la hora! Tu esposo está a punto de olvidar sus penas y concentrarse más bien en aliviar las necesidades ajenas. Apenas lo haga, Yo obraré un milagro.


Era invierno, y como de costumbre el frío era crudo en Helsinki. El sol no se asomaba más que unas seis horas al día. Al abrigo de radiantes lumbres, los artesanos realizaban sus oficios dentro de sus talleres. Las mujeres no se apartaban del cálido ambiente de la cocina salvo para realizar una fugaz visita a alguna tienda. Los niños en sus juegos no se alejaban más de unas pocas cuadras de su casa.


Pero a nadie, viviera donde viviera, se le hacía lejos caminar hasta el Paseo de los Niños, lugar donde los renombrados jugueteros de la ciudad practicaban sus artes. Una leyenda popular aseguraba que había santos y ángeles de extraordinarias dotes que les inspiraban ideas.


En la larga hilera de vitrinas que flanqueaban el Paseo de los Niños se exhibían toda suerte de artefactos y muñecos que recreaban los ojos de los chiquillos y hacían volar su imaginación. Si bien a Klaus le encantaban los niños, siempre que se detenía a observarlos se acordaba de sus hijos. Entonces se le ponía el corazón en un puño y le rodaban lágrimas por las mejillas.


Un día se fijó en un chiquillo de ropas casi tan desastradas como las suyas que contemplaba los juguetes de uno de los escaparates.

La mirada de desesperanza y desilusión impresa en el rostro de la criatura delataba sus pensamientos: «¡Nunca sabré lo que es tener en mis manos uno de estos lindos juguetes!» Klaus empezó a sollozar. Por primera vez en mucho tiempo, no lloraba por sí mismo. Se sentía triste por aquel niño pobre y otros como él.


La imagen del pequeño se le quedó grabada en la mente. Casi sin pensar adónde lo llevaban sus pies, se encaminó hacia un pequeño barranco que había en las afueras de la ciudad, un vertedero en el que la gente dejaba la basura.


Sobre uno de los montículos de desechos vio una muñeca rota que alguien acababa de botar. Se agachó y recogió los pedazos. «Júntalos, Klaus», le susurró Gertrudis al corazón. Sin saber por qué, recompuso la muñeca. ¿Sería su imaginación, o de verdad la muñeca lo miró como lo haría un ser vivo? «¡Gracias por devolverme la vida!», pareció decirle.


Klaus comenzó a sentirse optimista y feliz. De otra pila de desperdicios sacó un osito sin brazos.

«¡Sería estupendo que estos juguetes rotos pudieran repararse y distribuirse entre los niños de familias pobres! ¡Qué alegría sentirían todos! —pensó—. Pero, ¿qué puedo hacer para materializar ese sueño? No soy más que un viejo con el corazón destrozado. Además, ¡no tengo herramientas, agujas, hilo ni género con qué arreglarlos!»


Una voz del Cielo le habló: «¡Para Dios nada es imposible! Cuando Él te indica un plan, te ayuda a llevarlo a cabo. Mira a tu alrededor».


Sin entender aún lo que ocurría, se puso a revisar los restos esparcidos por el lugar. De pronto sus ojos se detuvieron en una maltrecha caja de madera. No parecía servir para nada, mas cuando abrió la tapa, ¡se llevó una sorpresa!


Estaba repleta de útiles y herramientas, ¡precisamente las que le harían falta para realizar aquel trabajo! Aunque fueran viejas, limpiándolas quedarían como nuevas. En un compartimiento de la caja encontró un juego de costura con agujas de varios tamaños e hilos de colores. «¡Menudo hallazgo! —se dijo, en el preciso instante en que una nueva idea iba tomando forma en su cabeza—. ¿Y si... y si recolecto todos los juguetes rotos que encuentre? Podría arreglarlos y repartirlos en Navidad entre los niños pobres».


En el Cielo, Gertrudis daba brincos de alegría. ¡Lo prometido por Dios se estaba haciendo realidad! Klaus no desaprovechó ni un minuto. Los siguientes días los dedicó a juntar juguetes rotos. También averiguó discretamente dónde vivía cada uno de los niños necesitados de la ciudad. Anotó esos datos en una libretita. Luego pasó muchos días reparando, cosiendo, pegando y rellenando juguetes. Tan absorto estaba en su tarea que a menudo se olvidaba de comer.


Cada vez trabajaba más arduamente, hasta altas horas de la noche, cuando ya los dedos le dolían, la vista se le nublaba y quedaba rendido de sueño en su silla. A la primera luz, se levantaba y continuaba su obra de amor. Por fin, ¡la víspera de Navidad concluyó su tarea! Todos los niños que tenía anotados en su libreta recibirían un regalo. En el suelo de su taller había siete grandes sacos llenos de hermosos juguetes, todos revividos por las manos gastadas del anciano sastre.


«Pero ¿cómo haré para llevárselos a los niños? —se preguntó—. No deben pensar que son regalos míos, pues ciertamente son presentes que les envía Dios con el más puro amor». «Disfrázate y repártelos por la noche», le susurró Gertrudis. Y eso hizo.


La Nochebuena se presentó fría y tempestuosa. Poco antes de la medianoche, puso los sacos de juguetes en un trineo bien grande que antes empleaba para llevar a sus hijos de una parte a otra. Era una de sus últimas posesiones.

El cargamento de juguetes era pesado, y tuvo que hacer mucha fuerza para tirar de él en la nieve.


alo Un reg de or de am to papi Dios.

Fue de calle en calle, dejando uno, dos o tres paquetes a la puerta de cada casa donde vivía una familia pobre. Cada paquete contenía un juguete para un niño de la casa, y con cada juguete iba una notita que decía: «Un regalo de amor de papito Dios».


La maĂąana del dĂ­a de Navidad, una feliz sorpresa aguardaba a los menesterosos de la ciudad.


Algunos dieron gracias a Dios por lo que a su juicio era un milagro. Otros no sabían qué pensar, pero les agradó ver felices a sus hijos. Hubo quienes dijeron haber visto a un anciano cubierto de nieve repartiendo los paquetes. Y otros más manifestaron que un misterioso trineo cargado de grandes sacos había rondado por la ciudad.

lo a g e r e Un mor d a de apito p os. Di


Diciembre

Klaus pasó el año siguiente reuniendo y arreglando juguetes rotos sin ser advertido. Cuando llegó otra vez la Nochebuena, nuevamente recorrió en secreto la ciudad para entregar regalos a todos los niños pobres.


De madrugada, en una hora muy tranquila, agotado por el esfuerzo que le había demandado su singular misión, el anciano pasó a mejor vida. La mayoría de la gente de la ciudad ni siquiera lo echó en falta, ¡pero menudo recibimiento le hicieron en el Cielo!


Se reencontró con su mujer y sus hijos, y hubo una gran celebración. —Lo que hiciste fue extraordinario —le dijo Dios—; pero aún tenemos trabajo por delante. Es preciso que todos los niños lleguen a conocer Mi amor. ¿Quieres ayudarme?


En el Cielo, Klaus llegó a ser más feliz de lo que había creído posible. Puso todo su empeño en ayudar a niños de distintos países. Les hablaba quedamente a la conciencia y les infundía ánimos, así como Gertrudis había hecho antes con él. Cada vez que un niño abría su corazón al amor de Dios y se llenaba de dicha, Klaus se sentía en la gloria.


N Ó I C EC L O C

CRECER CON CUENTOS

Con ilustraciones a todo color en cada página

Los héroes de la granja La pollita Rita está aburrida y tiene sed de aventuras. ¡Poco se imagina lo rápido que va a cambiar la situación!

El gusano de la discordia ¡Picotón, Colorao, Guinda y Chispita son cuatro crías de petirrojo, cada cual con su personalidad y preferencias, un enorme apetito y unas cuantas cosas que aprender en lo que a modales se refiere! ¿Qué ocurrirá un día en que sus papás se van lejos en busca de alimento y Picotón se ve por primera vez en un apuro?

Pasolento y Carrerín Dos animalitos de carácter muy distinto pasan un día juntos en la feria y, a raíz de una peligrosa experiencia, se acercan a Dios y consolidan su amistad. ¡Todo con hermosas ilustraciones en colores que hacen las delicias de los niños!

En Internet: http://es.auroraproduction.com



El sastre Klaus lo ha perdido todo. Triste y desanimado, deambula por las calles de Helsinki. Un día se le ocurre una idea después de ver a un chiquillo andrajoso deslumbrado por los juguetes de una vitrina. Su vida experimenta entonces una transformación: ¡decide llevar el encanto de la Navidad de casa en casa y hacer realidad los deseos de I SBN 303730066 - 3

9 783037 300664

muchos niños!


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