Terremoto en Concepción 1

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Caravana solidaria La Familia Internacional Por Gabriel

Madrugada

del 27 de febrero: El mayor terremoto que ha azotado Chile en 50 años —8,8 en la escala de Richter— y el quinto más fuerte de la historia de la humanidad desde que se tiene registro. Se caen casas, edificios e instalaciones comerciales por toda la zona centro sur de Chile. Minutos después, un maremoto que devastó 30 ciudades, pueblos y caletas de pescadores de la costa central y sur del país y dejó cientos de víctimas. Testigos dicen que las aguas del tsunami resonaban como el rugido de 100 leones. Un hombre nos lo describió así: «Íbamos en un bus interprovincial cuando se desató el terremoto. De pronto, nos pareció que estábamos más bien navegando en el mar y sorteando olas». Cada uno tiene su historia que contar. Los milagros de salvación fueron muchos. El alma nacional todavía está conmocionada. Las réplicas todavía se dejan sentir con fuerza en Santiago y la zona central de Chile. El país sigue sobrecogido.

Los voluntarios de La Familia Internacional no podíamos estar ausentes de la campaña de solidaridad que se inició luego de la catástrofe. Todo en nuestro interior lloraba por la gente afectada. Teníamos que actuar sin dilaciones. Mucha gente necesitaba ayuda urgente en todo sentido, en lo físico y en lo espiritual. Con la colaboración de diversos patrocinadores, equipos de nuestra agrupación se prepararon durante los próximos días con víveres, agua, mantas, artículos de primera necesidad, cuentos para los niños y libros y publicaciones para dar consuelo y fe a los adultos afectados. Se desplazaron a las localidades de Paine, Constitución, Boyeruca y Cauquenes. Nosotros estuvimos en el equipo que partió para Constitución. Este es nuestro relato.

Entregamos palabras de aliento.

Nótese el letrero “Ruta de evacuación” entre los escombros.

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Nuestra caravana solidaria.


Pablo y Hans donan bolsas de productos básicos.

Nos tardó el doble en llegar a nuestro destino por los daños producidos en las autopistas; varios puentes caídos, muchas grietas y las estructuras debilitadas. Ya cerca de la ciudad grupos de personas nos salían al paso suplicando ayuda en víveres y artículos básicos, pues el comercio se había detenido y reinaba una carencia general. Nos impresionó la solidaridad de los chilenos, que ese fin de semana viajaron en masa a ayudar a los desamparados. Muchos camiones y vehículos particulares se agolpaban en la carretera portando ayuda para los afectados, banderas y letreros de ¡Fuerza Chile! En un país que aún no supera sus divergencias políticas, el nuevo presidente expresó en su discurso de posesión: «La naturaleza volvió a recordarnos la importancia de la unidad nacional… Todos somos sobrevivientes de esta tragedia». Encontramos totalmente arrasada la parte central de Constitución, una ciudad de aprox. 50.000 habitantes. La destrucción nos impactó. Tuvimos que usar mascarillas para protegernos del mal olor y de algunas enfermedades que ya pululaban.

Regalitos para alegrar a los niños.

Jésica: Dar a manos llenas.

En catástrofes así no podemos hacer otra cosa que buscar consuelo en Jesús y Su Palabra. A pesar de la pérdida, de las lágrimas, del disgusto y de los interrogantes, podemos hallar paz si tenemos presente que Jesús nos ama. Lo más importante que debemos recordar ahora mismo es que el Señor nos quiere mucho. A pesar de la angustia, de la pérdida, de la confusión y del dolor, aferrémonos a la certeza de Su entrañable cariño. Maria Fontaine

Dejamos una parte de las provisiones en el centro de acopio y distribución de donaciones que los pobladores organizaron para distribuir entre la gente que quedó sin casa y sin nada. El resto lo distribuimos en otros puntos de la ciudad donde la ayuda no había llegado aún. Cerca de un hospital armamos una bolsa de productos básicos que contenía arroz, fideos, aceite, pescado enlatado, sal, papel higiénico y una revista Conéctate para infundir aliento y esperanza. Las personas se acercaron ordenadamente y entregamos una bolsa a cada una. En otras comunas (barrios) de la ciudad repartimos también víveres y folletos cristianos motivacionales. En todas partes la gente nos agradeció con lágrimas y sonrisas. Gracias a nuestros auspiciadores distribuimos en total media tonelada de alimentos y artículos de aseo, y media tonelada de ropa. A poco de llegar nos dimos cuenta de que la necesidad emocional y espiritual prevalecía sobre la material. Nos detuvimos a hablar con muchos y escuchar sus historias y sus pequeños milagros de salvación del desastre. La mayoría había perdido sus casas y todos sus bienes, y algún amigo o ser querido. Pero todos daban gracias a Dios por haberlos guardado, a pesar de los pesares. La fortaleza y entereza de esta gente realmente nos impresionó.

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Un hombre nos confidenció que los seres humanos nos quejamos de estos cataclismos destructivos de la naturaleza, pero no nos preguntamos cuánto daño hacemos nosotros al ambiente o lo poco amorosos que somos con nuestros semejantes. Con esta hecatombe todos estamos aprendiendo humildad. Reiteramos a todos los que encontramos que Dios los ama, que está a su lado, que los acompañó en la catástrofe y los acompañará en la reconstrucción. Les dábamos abrazos, llorábamos y orábamos con ellos. Derramamos por donde pudimos el bálsamo de la esperanza y la oración. Procuramos aplacar sus temores con pensamientos reconfortantes de la Palabra de Dios, como el Salmo 46, el Salmo 91, Isaías 26:3. Y les obsequiamos libritos de la editorial Aurora, como De Jesús con cariño para momentos de crisis, Cada obstáculo, una oportunidad y revistas Conéctate. Un señor encargado de distribuir la ayuda nos confidenció que le costaba horrores dormir. Todas las noches lo asaltaban pesadillas del tsunami. Un compañero hizo una oración por él para aliviar su espíritu agitado. Por las noticias nos habíamos enterado de que una de las mayores necesidades era entretener a los niños, muchos de los cuales quedaron traumatizados por la hecatombe. Ante eso, nos fuimos premunidos de juguetes, cuentos infantiles y libros y lápices para colorear, que regalamos a todos los padres y niños que se nos cruzaban en el camino. En algunos lugares los chiquillos hicieron fila para obtener su regalo. Las caritas de felicidad eran un rayo de esperanza en medio de tanta desolación.

Nos fuimos preparados para dormir en la calle o donde fuéramos a dar con el cuerpo, pero nos encontramos con un pueblo afectivo y hospitalario. Una señora y su madre que viven en la parte alta de la ciudad y que no sufrieron mayores daños materiales nos alojaron en su casa. Éramos doce en una vivienda pequeñita, pero amplia en cariño. Es una época para dar testimonio del amor y preocupación del Señor por todos Sus hijos. Necesitamos ángeles consoladores que nos vengan a ayudar. Gracias por sus oraciones. Pensamos hacer mucho más, volver a las zonas de catástrofe e incluso embarcarnos en obras de reconstrucción a largo plazo.

Claramente queda mucho por hacer. Ha sido como una gota de agua en el mar. Qué impotente se siente uno ante tanta desolación. Recen para que el Señor multiplique nuestros esfuerzos y podamos ayudar eficazmente a los damnificados. Si ustedes pueden o conocen a alguien que quisiera ayudarnos con esta iniciativa nos puede colaborar con un donativo a través de los misioneros de la Familia en su ciudad o región.

Muchas

gracias

a todos los que apoyaron esta iniciativa.

Al centro, Elizabeth y su familia que nos recibieron con brazos abiertos en su casa.

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