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2.3 Cultura juvenil

las tecnologías de la información y de la comunicación, los consumos culturales y la crisis ecológica, económica y social, entre otros factores.

El término “cultura juvenil” surge ante la emergencia de la juventud como nuevo sujeto social, especialmente a finales de los años 50, y se traduce en modos de vida y valores que los jóvenes crean en respuesta a sus condiciones históricas económicas y sociales. Así, la cultura juvenil tiene que ver con manifestaciones particulares de los jóvenes, que se basan en la selección de referentes culturales “a los cuales van expresando conformidad y apropiación a sus formas de vida” (Ramírez, 2008, p. 83). Dichos referentes culturales se traducen en prácticas, creencias y aspiraciones acordes con su realidad, reflejadas en sus propios espacios y formas de ser, las cuales van cambiando de generación en generación, afianzando su condición de transitoriedad. La juventud está constituida por distintos grupos que comparten parcialmente elementos de pertenencia e identidad, los cuales han dado lugar a multiplicidad de culturas juveniles.

En el contexto cultural más amplio, las culturas juveniles son reconocidas por su potencial transformador, entendiendo que se encuentran “reconstruyendo y creando nuevos modelos societales, nuevos valores y solidaridades, construyendo nuevas subjetividades” (Zarzuri 1999, sp). Por ejemplo, desde el escenario de los consumos y las expresiones culturales, todo aquello que circula en propuestas estéticas, políticas o tecnológicas es capturado por los jóvenes para ser sujeto y objeto de transformación de lo local.

Las generaciones adultas ya vivieron los efectos acumulativos de distintas mediaciones tecnológicas y experimentaron las nuevas formas de socialización urbana; sin embargo, son las generaciones jóvenes quienes viven y

expresan de manera más radical los cambios en las formas de percibir el mundo y comunicarse. Ello es producto del uso temprano y continuo de los medios y las tecnologías de la comunicación, que impregnan la vida cotidiana de los jóvenes y median sus formas de conocer, de sentir, de intercambiar e interactuar con sus compañeros de generación y con las generaciones adultas.

Los consumos culturales, entendidos como procesos de apropiación simbólica, se instauran como plataformas que soportan la emergencia de nuevas identidades juveniles, las cuales hacen necesario volver la mirada a los lugares en que circulan estas propuestas simbólicas e identitarias (musicales, artísticas, literarias, políticas, religiosas, ecológicas y de género), las cuales adquieren más potencia que aquellos lugares en los que tradicionalmente circulaban modos de ser y de hacer, como ha sucedido normalmente en las instituciones educativas.

Las identidades, consideradas anteriormente como poseedoras de esencias inmutables y transmisibles de generación en generación, son ahora comprendidas, gracias a la revolución tecnológico-comunicacional, como procesos mutables que responden al reconocimiento e identificación de otras propuestas culturales que circulan en el mundo (Martin-Barbero, 2002)

Así, las expresiones culturales de los jóvenes se constituyen muchas veces en resistencias que, en el marco de estéticas y éticas alternativas, proponen nuevas formas de comprender el mundo y sus ordenamientos; son voces de denuncia que buscan cuestionar formas tradicionales de comprender la vida adulta, sus prácticas y sus proyectos vitales. Sin embargo, como lo sugiere Serrano (1998), antes que expresiones de contracultura, las expresiones juveniles “se presentan como la expresión evidente de lo que son las tendencias del momento actual, de las cuales ellos son unos intérpretes” (p. 259).

Los estudios sobre la cultura juvenil desde las ciencias sociales latinoamericanas han seguido varios caminos, algunos de los cuales han abordado lo juvenil en función del tipo de “inserción” de los jóvenes en la sociedad,

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