Descolonizar el género Por:SILVIA RIVERA CUSICANQUI http://www.lostiempos.com/noticias/20-06-06/20_06_06_pv1.php ¿Nos podremos descolonizar indios y mujeres con esa caricatura de la conducta de los opresores? ¿Será posible hacerlo a través de artificios burocráticos o de las artes de la palabra, en la que también estaremos condenados a imitarlos? ¿Se podrá descolonizar Bolivia si otros son quienes elucubran, cocinan y nos dictan los contenidos de la Constituyente, si no podemos ejercer en la práctica, una nueva forma de comunicación y de conducta, una ética del pachakuti? En la comunidad de Manasutiyux en los Yungas de Apolobamba, un asentamiento que data de hace dos décadas, con sólo 50 habitantes, el 75 por ciento son varones y el 25 mujeres. Allí se ha dado en años recientes una situación curiosa: las mujeres han tomado el poder, y una de ellas tiene un control casi total de la vida orgánica del Sindicato. En Manasutiyux habitan cinco madres de familia, pero sólo dos tienen compañero. Una de ellas es la esposa del Secretario General. Tiene un solo hijo y no puede tener más, tal vez por ello goza de más tiempo libre y lo dedica a la política. Se crió como la única mujer en una familia de seis hermanos, quizás por eso se defiende del mundo masculino con más fiereza. En la comunidad, ella es la única que ha cambiado, de pollera a vestido. Hace algunos años, intentó tomar el poder en la comunidad, y lo logró asumiendo el control de las decisiones en el Sindicato. El mecanismo fue sencillo: se apropió del sello, el libro de actas, y la caja de recaudaciones. No hay decisión que pueda aprobarse sin su venia, y ha logrado intimidar a la comunidad para evitar la crítica. Mientras su esposo se ocupa de las chacras y las formalidades de su cargo, ella se ausenta con el dinero de las cuotas, y realiza en la capital provincial o en la ciudad, negocios personales de variado calibre. ¿Es esta una mujer liberada, un prototipo de feminista práctica, de aguerrida luchadora del género oprimido? No lo creo. En ella, como en el indio aculturado hay un ser colonizado por el otro, por el dominador. El indio colonizado tiene vergüenza de su origen e imita la prepotencia del q"ara , se vuelve llunk"u de los poderosos y solapado para engañar a los suyos. El indio y la mujer colonizad@s tienen conductas contradictorias: descargan en su compañera o en sus hijos las iras de su frustración como personas sexuadas y como ciudadan@s. Tanto en la poderosa dirigente de Manasutiyux, como en el indio desleal a los valores y normas éticas de su colectividad, anidan un ser profundamente desgraciado, que ha internalizado las formas de dominación del enemigo. En el fondo, ambos sufren de un severo malestar moral, que surge de su enemistad consigo mismos. El haber internalizado al otro -al macho, al jefe; al q"ara , al "decente"-- como modelo de conducta, equivale a admitir que son inferiores. Se
esfuerzan entonces por parecerse al enemigo, por aprender sus mañas y usufructuar sus privilegios. Similares personajes, en la ciudad, suelen encubrirse con una retórica de derechos étnicos, derechos femeninos y hasta de posturas anticoloniales. Pero en el caso de la dirigente de nuestra historia, ella se encubre de un modo más prosaico. Con la sola fuerza de su personalidad para dominar al mini- estado de Manasutiyux, en lo más remoto de los Yungas de Apolobamba. ¿Nos podremos descolonizar indios y mujeres con esa caricatura de la conducta de los opresores? ¿Será posible hacerlo a través de artificios burocráticos o de las artes de la palabra, en la que también estaremos condenados a imitarlos? ¿Se podrá descolonizar Bolivia si otros son quienes elucubran, cocinan y nos dictan los contenidos de la Constituyente, si no podemos ejercer en la práctica, una nueva forma de comunicación y de conducta, una ética del pachakuti, en la que la autoridad deje de ser dominación y engaño, y vuelva a ser servicio a la colectividad? No creo que lo logremos, si en los procedimientos, en los discursos, en los sellos y en los enredos burocráticos, nos refugiamos en la maniobra o la soberbia del dominador. No lo lograremos, si en la algarabía de palabras que será la Constituyente, dejamos de escuchar a las colectividades concretas y nos volvemos sord@s al susurro nuestro ser más íntimo. En esto, las mujeres tenemos una enorme responsabilidad. Descolonizar el género no es dar la vuelta la tortilla. Es recuperar la dignidad de lo femenino y de lo indígena, su ética de responsabilidad hacia el mundo de los vivos -human@s, animales, la pacha . De este profundo respeto y humildad frente al mundo -en sus dimensiones materiales y sagradas--, emergerá un modo diferente de convivencia y organización social. Nacerá un poder muy distinto del que ejercen (o creen ejercer) las y los colonizados. Y quizás, si le metemos mucho espíritu comunitario a este proceso de descolonización, podremos al fin derribar las palabras vacías y construir una nueva ética, un poder que sea de función, no de dominación, capaz de refundar la noción de quienes somos, redefinir nuestra condición, primero como personas y luego como ciudadan@s libres, habitantes colectivos de un país descolonizado. ¿Será mucho pedirnos? La autora es socióloga yatichiritwa@yahoo.com