AwA REVISTA CULTURAL
Nº 80 AÑO XI MAYO 2014
IVo CONCURSO DE RELATOS
¡Ya están aquí los ganadores! ¡No os los perdáis!
CACABUENA CACAMALA Porque hay cosas que apestan y cosas que molan. Y eso es así.
@AwA_ETSII awaetsii.wordpress.com
Editorial S
e le llama editorial pero esto es un texto para mayores de dieciocho años y puede herir la sensibilidad del lector si continúa leyendo, lo que pasa es que no hemos encontrado la forma de aclararlo antes de que empieces a leerlo. Quiero decir, esto acaba mal porque habla, incluso bastante por encima, de cultura en España y desde hace muchos años, eso solo puede acabar de una manera: mal. Aunque no hemos estado muy activos en cuanto a la publicación de nuevos números en AwA, no todo ha sido divagar en nuestro habitáculo del tercer piso. En realidad, en nuestro habitáculo, poco, le estamos dejando a Abraxas, con los que compartimos el espacio, que se hagan fuertes mientras nosotros lloramos la muerte de García Márquez. Pero, en este tiempo, hemos conseguido llevar a cabo una nueva edición del concurso de relatos, junto con nuestros compañeros de ACEII-Kilowatio y la colaboración de la Biblioteca de la Escuela e impulsamos un año más la Semana Cultural. El Concurso de Relatos ha gozado este año de un excelente nivel, con un elevado número de textos presentados. Realmente, es una de las pocas actividades de las que emana una cierta respuesta por parte de vosotros, oh nuestros queridos lectores. Este año no ha habido prácticamente promoción fuera de nuestros números de la revista y de la cuenta de twitter y aun así la participación no ha bajado con respecto a otros años. No podemos sino agradecéroslo, animándoos a que leáis los tres relatos vencedores, que vienen recogidos en este número. La resolución del jurado, que destaca las virtudes de los textos ganadores y menciona otros que también sobresalían, aparece en la página web. En cuanto a la Semana Cultural, no podemos ser igual de optimistas. En la carrera se aprende que ningún proyecto sale mal, de ningún proyecto viene un texto que diga: aquí se fracasó, esto no fue lo que se pensaba. Del nuestro tampoco aparecerá. Aunque tenemos una cierta inercia por la caída, una cierta pasión por el fracaso, nuestra Semana Cultural fue un éxito. No fue distinto a lo que pensamos y todas las actividades que planteamos pudieron desarrollarse, luego un auténtico éxito. Un colorido mural traía la primavera a las puertas de la cafetería, permitiendo, desde nuestro artístico corporativismo, fomentar un espacio donde quien quisiera dejar un visible mensaje al resto de la comunidad de la Escuela, pudiera hacerlo. Y lo hicisteis. Seguimos con un curso de Indesign, programa con el que maquetamos nuestra revista, impartido por los auténticos especialistas de AwA al que asistieron 357 personas según fuentes internas y ninguna según el Gobierno de Madrid. Los datos, ya se sabe. De todas formas, la sesión fue muy provechosa para los asistentes. Después, tuvimos la fiesta cultural, un tiempo de festividades en torno a esa figura que es la Cultura. Ahí estuvimos varios, pero sólo un rato. Tenía un ápice de encanto aquello, en el aula Puig Adam (pausita para buscar en Google), en el aula
del genio matemático “profesor de cálculo hasta su muerte” según la Wikipedia, encontrarnos, saber que podíamos pergeñar cualquier cosa, y no pergeñar nada. Nos fuimos a la piscina, zumo de cebada en mano, no sé si anulando la fiesta cultural… o trasladándola. El comentario de poemas sí se llevó a cabo en el aula reservada a tal efecto. Fuimos seis, estrictamente seis y me parece que la pasamos bonito. Cada uno fue leyó poemas, propios o ajenos, que por algún motivo quisiera compartir con los demás. De los ajenos, recuerdo a Salinas, a Goytisolo, a Rosales y a Carlos Salem pero fueron muchos más. Los poemas funcionaron como engranaje perfecto para maquinar debates alrededor de la lectura, las redes sociales, el alcohol y varias de nuestras excentricidades y particularidades más ocultas, entre varios otros temas. Por último, el concurso de microrrelatos fue excelente. Se escribieron dos relatos, de nuevo en un aula demasiado grande para tan demasiado poco ruido. El mobiliario nuevo y la Semana Cultural ya vieja. El primer relato no lo recuerdo, estuvo bien. El segundo relato fue de nuevo combustible, motor y trayectoria para ir a la cafetería, fomentar la fiebre de las Bavarias en la Escuela y continuar todo aquelló que no terminó de empezar. El microrrelato decía así: Ante la desolación de la sala, Cerró la puerta, tiró la llave y Se fue a tomar una cerveza con Patri. La cerveza no fue con Patri, pero bien todo. Era viernes. Y ahora es Mayo. En todo esto, llegó el Día del Libro, las citas falsamente atribuidas a García Márquez en tuiter, el aniversario de la muerte de Kurt Cobain, los Oscars, Ocho apellidos vascos… Una masividad en todo esto que anima a pensar que la lectura es buena, que las drogas son malas, que el entretenimiento es cultura, que la música es remanso de paz, que Telecinco le quita lectores a Tolstoi y que AwA va a seguir ahí siempre. Pero no es verdad del todo. Los puentes se construyeron precisamente por no leer a los rusos, leer no nos hace mejores, ni la droga, ni el cine. Pero temo que la cultura se parezca cada vez más a uno de esos artículos titulados “14 momentos que te sonarán de algo si estuviste de Eramus”, “19 frases que te emocionarán si eres de Madrid” mientras que las librerías se desangran, el cine independiente se hunde y la música no encuentra espacios fuera de la frecuencia de MáximaFM. Y que en AwA, cómo decirlo sin que suene a repetido, tampoco estamos muy bien. AwA se muere, que suele decirse periódicamente en esta revista. Así cerramos el año y esto acaba mal. Escribir (AwA) en Madrid es llorar, que decía Larra, y no estamos muy lejos de la librería de enfrente de la Escuela que acaba de cerrar. Anímate el año que viene y participa. •
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POR
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PIJOAPARTE
Lo que nos gusta de Diego Armando es que es argentino y lo que no nos gusta, pre-ci-sa-men-te, y sobre todo, es que es argentino. Diego Armando fue quien dijo “que la chupen y la sigan chupando”. Y se confundió. Pues la cópula, la oración copulativa, nos lleva a pensar que tiene el mismo peso tanto el que la chupen como el que la sigan chupando. Y no. Lo importante es que sigan. No que empiecen. Con respecto a eso, a mí también me entran ganas de invadir Polonia cuando escucho a Wagner. No me voy a sentir mal por eso. Sigo fumando sobre los posos del café y viviendo con las pausas del cigarro. Suelo llevar la cremallera rota porque nunca sé si una puerta está abierta o cerrada hasta que no pruebo el pomo. Me sigue gustando el humo aunque contamine y no veo ni en primavera la mitad de las flores que veo en los vestidos. Los escotes los miro por inercia y la inercia de poco me sirve. Me caigo poco y me levanto todos los días. A veces caigo dormido, sobre todo en clase pero es más mérito mío que demérito vuestro. No aguanto las narraciones dirigidas a un vosotros ni las frases hechas, tan radiofónicas, exactamente como mi frase anterior. Prefiero deshacer las frases y de hacer, si tengo que hacer algo, prefiero hacer el amor. Incluso a la vez, hacer el amor mientras deshago las frases. Para esto, me vale casi cualquier verso de Rosales del poema Palabras para algo más que un dolor, incluido el título. Como se ve, me contradigo. Pero no soy una contradicción, ni bipolar. La música triste me puede poner de buen humor, igual que de la lluvia me gustan sus silencios, el que deja una gota a la otra. Tanto vivir y sólo era una espera, supongo que pensarán. Si no, lo pienso yo. Me gusta leer, pero intento no leer lo poco que escribo. De la misma manera que intento que lo que escriba no se lea, aunque me guste que lo hagan. Tengo un amigo que funciona –pues su manera de actuar es más un funcionamiento que un comportamiento- de esa forma. Hace exactamente todo aquello que no quiere y, sobre todo, no hace nada de lo que quiere, porque no quiere. Le da igual lo que deba. También debe dinero. Amigos tengo algunos, casi tantos como reproches. Los viernes noche son refugio y me gusta el cine aunque me duerma. Las películas, con subtítulos; el chocolate caliente, o en tableta, da igual; los amigos, con cerveza. El alcohol no me hace hablar más, sino de más. No me arrepiento al día siguiente porque utilizo el comodín de la resaca y porque tendría tanto que cambiar que preferiría cambiarlo todo. Si volviera a nacer, qué tontería pero, si volviera a nacer, qué tontería, en fin, si volviera a nacer dudo si recorrer, de nuevo, todo el recorrido por-volverte-a-conocer, como la canción, o si hacerlo todo al revés. Aunque sea sólo por curiosidad. Tampoco soy muy curioso, de la vida no me interesa ni lo enorme ni lo diminuto, me importan bastante poco las estrellas, salvo las que van con nombre, y apellidos. Tampoco tengo especial interés en el bosón de Giggs, por mucho que me siga sorprendiendo el efecto túnel. Digo sorprender, porque si no me lo creyera, dejaría de seguir intentando una y otra vez traspasar las paredes. Que los cuerpos sólidos son impenetrables, y eso lo aprendí de pequeño. Unos años después entendí que la excepción, por encima de todo, cuestiona la regla. Que los cuerpos sólidos son impenetrables, prácticamente, quiero decir, que alguno habré penetrado, pero eso tiene más de fatal engaño que de efecto túnel.
tas. Como sustituir el sumatorio por la integral. Mira, no. Quizá nos dejamos algo, que no me importa, que tienes razón, que es mejor así. Pero nos estamos dejando algo y hoy no quiero pasarlo ni por alto ni por Riemman. De la ingeniería detesto aquello que me cautiva de las artes, en minúscula. Me gusta poder avanzar no sólo en la misma dirección, sino en el pasado de unos pasos pasados. Pisar la estela y deshacerla entre los dedos de las manos. Así pues, si ahora inventara de nuevo una máquina de vapor serviría, sí, pero para provocar la risa de la comunidad académica. Sin embargo, puedo copiar el estilo, el vocabulario, el contenido y hasta los mismos versos de mis poetas favoritos. Puedo ser Alejandro Zambra si supiera fumar y escribir frases como “los cigarrillos son los signos de puntuación de la vida” o puedo decirte que quiero hacer contigo lo que la primavera con los cerezos, llamarme Pablo Neruda y ni siquiera mencionarlo. No me gustan mucho sus poemas de amor, pero Residencia en la tierra me parece el único título posible para cualquier cosa. Suelo esperar a que me busques en Facebook. Y que quede abierta la posibilidad de que no me encuentres, ni en Facebook ni en ninguna parte. Porque el principio era solo el gancho machista para que siguierais leyendo, con el sexo oral no se juega, ni se comercia. De nuevo, la pausa para el amor y la petite mort, el vacío del semen enjaulado en el preservativo o derramado como por accidente en cualquier parte. Tengo entendido que hasta los perros se ponen tristes después de eyacular. Prometo que yo quería hablar de Leopoldo María Panero, citar los versos que mejor me gustan (sic), pintarlo como aquel dios en la sombra rezándole a la sombra, comentar sus comentarios, plagiar, penosamente, su ingenio. Compartir sus citas. Decir: “como decía Deleuze, la salud mental son los otros” o “Lo que daña es la soledad, no el tabaco, la vida es un cigarrillo”. La última vez que vi a Leopoldo María bebía CocaCola y fumaba sin parar en las casetas del Retiro durante la Feria del Libro. El cigarrillo nunca llegaba a consumirse del todo y, de verás, me dio lástima aquel hombre solo y viejo, fumando y bebiendo Cocacola, recién salido de la Unidad Psiquiátrica del hospital de Las Palmas. Recuerdo el comentario de aquellas adolescentes que hacían cola para que Miguel Ángel Revilla, el político de Sálvame, les firmara su último libro: “Leopoldo María Panero lo hemos estudiado, me suena un huevo”. Mientras, Leopoldo siguió fumando y bebiendo Cocacola, como el esquizofrénico que era. Ah, tan brillante. Ah, tan muerto que estaba. Por último, es importante recordar que todo esto no es tan importante, no atendáis ni a la narración abierta de los primeros párrafos ni al hermetismo de los últimos. Citar tuits está de moda incluso entre la generación de los padres. No es frecuente, pero puede pasar, y pasó, que encuentre el tuit definitivo: AHÍ ESTABA YO CON MI INGENIERÍA, MADRE, COMO UN GILIPOLLAS.
Entonces entendí, no sé si bien o mal, que no es lo mismo, que se parece, que podría valer, pero que no es lo mismo que la chupen que que la sigan chupando. A mí me da igual quién empiece. Lo difícil es seguir. •
Hablando de desengaños, pues a eso íbamos, de los vivos quiero casi todo y de la muerte sólo conozco un par de versos y a Leopoldo María Panero al que admiro con la pasión de una belieber. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Y no sé si es bonito o es feo, pero lo que más miedo me da es el a veces. El análisis por métodos numéricos de mi estado emocional, la discretización y las condiciones de contorno, siempre tan puNº 80 AWA 5
De relaciones
y móviles
Inspirado en hechos reales
POR
UN ESCOCÉS EN LA ETSII
Tuve mi primera relación seria a los 16 años. Era una chica genial a la que puteé demasiado a lo largo de la historia (pero eso es parte de mis grandes pecados, que no vienen a cuento). Con esta chica salí cosa de un mes y lo dejé en octubre. Poco antes de empezar a salir con ella me compraron mi primer móvil. Un aparato muy raro de marca Grundig que me dio buenos resultados. Esa Nochevieja salí por primera vez… con el mal acierto de que me atracaron y me robaron ese teléfono. Mi siguiente móvil fue un Sony Ericsson que llegó a mis manos a mediados de enero. A mediados de febrero empecé a salir con una de las personas que ha marcado el final de mi adolescencia. Llamémosla Ana porque va a aparecer mucho. Junto con Ana y mi Sony Ericsson viví gran cantidad de cosas. Viajé por Europa con ambos, hice selectividad, empecé a estudiar en la ETSII… Os podéis imaginar lo raro que era alguien de esa edad manteniendo mucho tiempo una pareja y un móvil, pues ocurrió. Justo tres años después de empezar la relación, Ana me dejó y fue muy duro. No me sorprendió entonces que mi teléfono dejase de funcionar correctamente y me cambiasen de compañía y móvil. Un Nokia. Aquí ocurrió una anomalía en la historia. Me lié con una chica y salí con ella durante seis meses sin que en el proceso perdiese, me robasen o explotase mi móvil. También he de decir que fue una relación rara. Salimos 6 AWA Nº 80
de marzo a septiembre y un día antes de su cumpleaños, me dejó. Ana volvió a mi vida y por tiempo. Se quedó un año y medio pero era una relación corrompida y causó mucho daño a ambas partes. Aún queda mucho que perdonar por ahí. Al tiempo de acabar esa relación era la época de Whatsapp y mi madre quería (me insistió 6 meses) que me comprase móvil con datos. Pues al tiempo de acabar esa relación, lo hice. Un Nokia, un Windows Phone, que realmente hace que uno se sienta raro. Cosa de un año más tarde, saliendo con una médico (cosa que también hace que uno se sienta raro), me robaron el teléfono mientras me bañaba en la playa. Desde ese momento, esa relación no duró ni dos semanas. Me compré un móvil súper cutre por 45 € y decidí estar un tiempo sin pareja… Ese tiempo fueron diez días y el móvil ha aguantado seis meses… Pero hoy, en plena crisis de mi sexta relación mi móvil chino acaba de caerse al wáter. Tal vez va siendo hora de comprarse un 3310. •
CACABUENA CACAMALA POR NAUTA
APESTA: Todos conocemos a gente de esta calaña. En un 75% de los casos es argentino. El otro 25% no lo es pero desearía serlo. Mientras te descuidas un segundo te roba la novia, le da un sorbo a tu cerveza y de paso te canta en el inglés más castizo posible temazos de M80. En un brazo tiene tatuado alguna estrofilla de Fito y en el otro alguna de Mumford. Suele aparecer sin invitación a fiestas, apaga la música, se rodea de todo ser femenino en un sofá y deleita a su entregado público durante 4 horas seguidas con canciones de tres acordes. El tipo de la guitarrita apesta.
MOLA
The Life Aquatic de Steve Zissou es un peliculorrio dirigido por Wes Anderson. Sale Bill Murray con un gorrete de lana rojo, no hacen falta más razones para verla.
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POR DELWOOD
1er PREMIO DEL IVO CONCURSO DE RELATO CORTO AWA-KILOWATIO Era ella. Estaba en peligro. Y yo la podía salvar, mi turno. Todo era tal y como lo había soñado. Y entonces, en ese momento, justo en ese preciso instante, apareció la duda. La eterna duda: ¿Y si no? ¿Y si no fuera la mujer de mi vida? Le salvaría la vida para nada. Está claro, ella quedaría enamorada de mí, esto es así, lo dicen las películas, pero ¿y si un día me daba cuenta de que ella era terriblemente aburrida? ¿Y si se hiciera naturalista y dejará de depilarse las axilas? Aun peor. ¿Y si no tuviera ombligo? Bueno, era improbable pero eran cosas que no podría soportar, definitivamente lo mejor era analizar la situación. Ella estaba colgando 18 metros por encima de un río, con las dos manos agarradas en la barandilla de un puente. La balaustrada cedía gradualmente arqueándose con crujidos, que es como grita el acero. Yo era el único que podía verla, 8 AWA Nº 80
el único que podía escuchar sus gemidos de socorro. Pero salvarla requería un esfuerzo, debía trasladarme hasta allí, agarrarla de los brazos y subirla con fuerza, era de una de esas cosas que no se deben tomar a la ligera. Estaba claro una vez dado el paso había que llegar hasta el final, pero debía estar convencido. También estaba el callejón moral que suponía la situación. La responsabilidad de una vida pesaba sobre mis hombros. Pero, según había oído, eso no es nada frente al daño que podía causar un desamor. Si se hiciera naturalista y tomara la decisión de no afeitarse las axilas sería difícil continuar una relación con ella, ¿Y cómo podía saber si eso sería menos doloroso? “La vida duele mucho más que la muerte”, hubo una vez alguien que dijo eso. Tal vez le haga un favor yéndome a mi casa, ¡pero, ¿cómo averiguarlo?! Si tuviera aquí mis libros, seguro que podría
llegar a una conclusión, nadie dijo que salvar a alguien fuera tan complicado. Había que analizar los antecedentes. Cuando tenía cinco años pase un año en la granja de mis abuelos, en Galicia. Yo tenía miedo a los truenos, desde que a mi padrastro, que era guardia forestal, le calló un rayo en la cabeza. Mi madre, las noches tormentosas cortaba jazmín y me lo dejaba en un vaso de cristal en la mesita de noche, decía que eso ahuyentaría a los rayos. Su pelo olía así, a húmedo jazmín. Lo recuerdo perfectamente. Lo recuerdo perfectamente porque era un día de niebla. Los días de niebla me producen hipersensibilidad. Salía de mi club de lectura buscando ese olor a jazmín abrumador y la vi. Esos ojos melosos me atravesaron por un momento, me quede extasiado. Su piel era suave, como la seda, con pelos dorados en los brazos, que te hacen cosquillas cuando los besas. Sus pómulos sabían a chocolate, sus labios sabían a almendras. Me hubiera gustado poder acercarme a ella pero pidió un taxi, su voz era armoniosa, grave, áspera pero femenina. No paré de pensar en ella en todo el día. Pero el universo conspira cuando dos personas se buscan. Todos los martes por la noche acompaño a un anciano ciego desde el comedor social hasta su casa; de vuelta a mi casa me encontraba inmerso en mis recuerdos cuando la vi atravesar el puente. Vi cómo se abalanzaban dos hombres a por ella, querían violarla. Aparecí corriendo y conseguí apartar a uno de esos hombres pero el otro me golpeo fuerte en la cara, su puño olía a barro, su nudillo se sentía como granizo en mi mejilla. Caí en el acto. Entonces la empujaron al agua y salieron corriendo. Pero ella consiguió agarrar la barandilla. En las noches de niebla los arboles huelen a grillo. Durante la Edad Media, el tiempo se paró, el mundo no progresaba en ningún aspecto. Pero siempre hay excepciones. El ingenio rebosaba en los instrumentos de tortura, gracias a la Santa Inquisición. Entre ellos sobresalía “la pera de la angustia”, un instrumento en forma de esa fruta que se introducía en la boca, ano o vagina de la víctima, y una vez dentro se abría. A los mentirosos se les introducía en la boca, cada segmento del artefacto les desgarraba la carne. Yo no soy un mentiroso, mi doctor dice que no lo sea. En realidad, yo no voy a un club de lectura, iba a la consulta del doctor cuando la vi. Ese culo bamboleante parecía un columpio, el impacto de una nalga sobre la otra se podía leer en su falda ceñida. Cada paso. Podía oír su percusión, una melodía mortalmente obscena. Su culo era ancho, generoso. Un culo que no se olvida, yo no lo olvidé. No hubo dos personas que la lanzaron al río, no la defendí ante nadie. Fue un hombre con una máscara de carnaval y cubierto por una gran capa negra. Huyó corriendo con el bolso de ella, desprendiéndose de la capa y la máscara, también de ella, la dejo colgando del puente. Desde donde estaba podía ver el disfraz en el suelo, una oruga ascendía por la enorme nariz de la máscara. Mientras la observaba me arrepentía de no haber seguido a aquel misterioso individuo. Ello no hubiera implicado una duda de la magnitud en la que me veía hallado. Ser una oruga tampoco parecía complicado. Además ahora existía un riesgo, si se rompía el pasamanos se enfrentaba a una muerte segura, puede que incluso ella se riera de mí -no sirves para nada- gritaría. Pero ella
también moriría, por idiota. Decidí que el riesgo no me asustaba, hubo alguien que dijo que sin riesgo no hay gloria. Indudablemente, yo era un hombre de gloria. Era un alivio haberse desprendido de uno de los dilemas. Necesitaba una aspirina. Pragmatismo. Extraña palabra. Dila muchas veces y ya no sabrás qué coño significa. Significa que un hombre disfrazado puede empujar a una joven si luego se lleva su bolso. Sin su bolso todo se vuelve extrañamente confuso. ¿Y que sacó de todo eso? Nos inunda nuestra naturaleza malvada a cada instante pero no podemos reconocerla cuando se abre ante nuestros ojos. Hacer el mal por el mal, perpetuamente hacemos cosas que se sabe que no se deben hacer justo por eso, porque no se deben hacer. Pero si lo viéramos escrito no sería veraz. El perpetuo triunfo de la realidad sobre la ficción. La realidad siempre juega con ventaja, no tiene que convencer a nadie. Está claro, ese hombre no le robo el bolso a ella. El bolso cayó al río. Cuando se iba pude ver la cara de ese enigmático individuo. Tras la máscara veneciana se escondía mi propia tez. Estoy mejorando, seguro. Estoy diciendo la verdad y eso es heroico. Lo dijo el doctor. Tal vez ahora que he contado la verdad este curado definitivamente. Se lo tengo que preguntar. Hay días que el mundo me necesita para seguir girando. Contemplando toda la acción el tiempo transcurría rápido. El extraño individuo enmascarado que era yo, se había ido corriendo. Era astuto, había encontrado la forma de conocerla. Pero debía haberme consultado. No era fácil decidir, pero pensar es de cobardes, yo soy un tipo de acción. Me acerque al puente y agarre su mano. Su cara me miraba, preciosa, su pelo bailaba un tango brutal. El olor a jazmín se mezclaba con el olor a grillo. Era tan bonita que dolía, me entraron ganas de morir. Me tire. Me quede agarrado a ella. Era suave, estaba sudando. Caímos 18 metros mientras ella gritaba. Gritaba “GILIPOLLAS”. A veces el mundo es tan poco original. Hay días que no puedo levantarme del aburrimiento. Fascinante. Una caída es mortal a partir de 25 metros. Lo primero que vi fue luz blanca y agua escupida de mi boca. Lo segundo que vi fue el rostro de ella. No pensé que estaba muerto, si estuviera muerto no estaría en el cielo, joder. En la ribera del río. Sentí sabor a chocolate con almendras. No había niebla. Mi cabeza se apoyaba sobre el tronco de un sauce blanco. Su camiseta estaba mojada. Mantuvimos el silencio un rato, mirando la corriente del río. Me empezaba a aburrir profundamente. Me fui. Las cosas nunca salen como uno lo espera. Ya no me importaba si se hacía naturalista. ¿Me habría hecho el boca a boca? Me gustaba el chocolate. Tal vez en otra ocasión. Es que no puede cambiar la ley de la gravedad? Que cambie por la noche, cuando todos duermen. Al día siguiente todos andarán orgullosos, como si no se hubieran golpeado el cráneo contra el techo de su habitación. •
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POR SHEREZADE
2º PREMIO DEL IVO CONCURSO DE RELATO CORTO AWA-KILOWATIO
Yo sé de qué tiene miedo la luna. Hay quien dice que tiene miedo de reflejarse en el agua, por eso nunca se asoma. Y cierto es que jamás se mira en ese espejo de sombras, pero realmente no se trata de ninguna manía narcisista: la luna es vieja, y sabe no dejarse cautivar por su belleza. Pero yo no, y ya casi he olvidado lo que es la luz, así que si viera un débil, el más pálido y tenue brillo sobre la superficie, enloquecería, y perseguiría ese reflejo hasta que mi espíritu muriera de deseo. Tiene gracia que eche de menos el brillo de la luna cuando siempre viví de las veladas oscuras, pues era fácil vivir de ellas cuando los anhelos superaban las posibilidades de la realidad. Y hoy, que tengo un corazón estático, mi mente 10 AWA Nº 80
recuerda cada color perdido entre la madera del piano, aquel que tanto nos hizo bailar... París, 1895 Mi amor por París no era como el de esos amantes que se olvidan mutuamente después de una corta noche de pasión, era más del tipo de amor que desgarra el alma y la vuelve a coser, y aunque tengo el corazón lleno de remiendos, en realidad las heridas nunca me dolieron. Mi vida era la plata fina de París, las catedrales de colores, el acento de sus gentes, la tierra de sus calles... y la magia del cabaret. Yo crecí bajo el escenario de insinuantes sombras, labios rojos y miradas felinas, siempre perdida entre las plumas de las bailarinas, las botellas de licor de los clientes y fardos y fardos
de dinero que poco a poco desaparecían entre las faldas y los escotes. Conocía cada detalle de la puesta en escena, desde la suave cadencia de la música, esa breve pausa del acordeón cogiendo aire, lanzando un hechizo de pasión que las vedettes sabían aprovechar, hasta la hipnótica melodía rápida de pedir más whiskey. Y a mis diecisiete años, ése era un mundo hecho a mi medida. Yo era hermosa. Realmente era preciosa, y fue mi error no mirar el escenario de la vida con ojos críticos en lugar de hacerlo con ilusiones estúpidas y lógicas absurdas, buscando siempre entre el público los ojos de fuego que más me encendieran. Así que cuando aquella noche llegaron juntos, no pude dejar de mirarlos: eran el Sacre Coeur y Nuestra Señora de París, y me gustaron ambos. El primero tenía la piel de arena, quemada por el sol, y el cabello dorado oscuro. Una enorme sonrisa le llenaba la cara, y tomaba coñac seco apoyado contra la barra de madera, junto a los músicos. Parecía sumido en la melodía, dormitando entre pensamientos casuales, pero realmente estaba inundado de mí. Yo lo sabía. Él nunca lo consiguió disimular. El segundo era un misterio infinito, una idea abstracta, un aventurero que había robado un pedazo de cielo para dar color a su mirada. Siempre llevaba un violín, y pasaba horas afinándolo a la salida del cabaret, cuando el espectáculo acababa. Desde mi habitación yo escuchaba sus acordes de prueba, y hubiera jurado que estaba debajo de mi ventana, pero allí jamás hubo nadie y eso sólo conseguía incrementar mi interés. Y mientras los días se sucedían, y las copas se llenaban y volvían a vaciar, el hombre rubio dejaba rosas rojas en la puerta de mi camerino tras cada actuación, y el joven guardián encerraba secretos tras el pianissimo compás de sus dedos sobre las cuerdas. Nunca conocí realmente a mi oscuro violinista, pero tardé apenas tres noches en averiguar el nombre del otro hombre, mi amante de oro viejo y seductora voz, dos
del tango ahogado y los cielos rojos, el recaudador de almas... que no tenía alma. Lo vi en sus ojos, que no revelaban más que el mutismo innato que le caracterizaba, una mirada vacía llena de eternidad. Y yo era tan joven y mi ilusión por la vida era tan inmensa, que sólo podía pensar en la injusticia de mi suerte: yo solo había querido ser más feliz de lo que el mundo me ofrecía, y había visto mi reflejo brillar tantas veces bajo la luz de los escenarios, como una diosa de plata y diamantes, que no me había fijado en todas esas sombras que perseguían mis movimientos. Así que hice un trato con el violinista: mi alma se quedaría con él por siempre, velando la soledad de su música, a cambio de una vida de sufrimiento para el hombre que acabó con la mía. Y así, cada día que pasaba, yo recitaba la rapsodia de las dagas oscuras una y otra vez, mil puñaladas para lo que le quedaba de existencia a mi asesino. Y hoy lo he notado. He sentido su muerte, después de sentir la muerte de sus seres amados, después de sentir su ruina y su desesperación, su enfermedad y locura. Lo he sentido como otras veces, estando presa en las profundidades de la noche eterna donde el músico me encerró, ahogada en una cárcel de agua. Y al igual que en otras ocasiones, esta vez mi alma también se ha estremecido ebria de venganza. La luna no tiene miedo de su reflejo sobre el lago. Tiene miedo de lo que vive allí. La luna tiene miedo de mí. Mi parte del trato comienza ahora, y hoy el violinista ha vuelto, y me ha rodeado con sus brazos de la misma forma que se rememoran una y otra vez los momentos felices vividos. Hoy me ha llevado a ver el día, tras tantos años de oscuridad, y aunque para mí ya no existen las baladas, y no sé si sobreviviré a tanto réquiem escondido, hoy puedo decir que quizás la vida no sea solo abrir y cerrar puertas, sino también ser capaz de esperar tras ellas a que llegue momento adecuado. •
semanas en conocer el tacto de su pelo y el sabor de sus labios, y tras la tempestad de su roce áspero sobre mi cuerpo, apenas pasó una hora para recibir la primera bofetada. Una vez un cliente me contó que al nacer nos dan una llave maestra que abre todas las puertas de la vida, y que la libertad era inmensa pues los caminos a elegir eran infinitos. Me dijo que saber vivir no consistía en abrir todas las puertas, sino en ser capaz de cerrar aquellas abiertas por error. Yo jamás conseguí sacar a aquel hombre de mi vida. Y cada noche, hasta el amanecer, los suaves acordes de un lejano violín me hablaban de todos los monstruos que cada día venían a mi habitación. Monstruos de dolor, de miedo e ira, de odio. Pero pronto esos fantasmas dejaron de pedirme baile, pues un atardecer de primavera, mientras buscaba el escondite del músico nocturno, mi cruel amante, borracho, celoso y loco, me asesinó. Los cuentos decían que la vida nacía del corazón, y que el alma vivía en la sangre, llenándonos. Mi cuerpo murió aquel día, mientras la vida se me escapaba por la herida de mi vientre, pero mi alma fue rescatada por el chico del violín. ¿Cómo no haberme dado cuenta antes? Él era un símbolo de culturas ancestrales, un augurio de muerte. Era el violinista Nº 80 AWA 11
POR NOSFI
3er PREMIO DEL IVO CONCURSO DE RELATO CORTO AWA-KILOWATIO
Un espasmo ajeno, un corte propio en la mano. Una vida ajena que literalmente se apaga, unas lágrimas propias. La ausencia de un último hálito ajeno, la tristeza propia propia del fin. Ni tan siquiera en aquel momento, llorando a Willy-Five, se tambaleó su firme, casi faraónica convicción, de que la fuente de su exclusión era ajena y nada tenía que ver con su propio ser; vehemente, flácido, violento, conspirador, nauseabundo, ingente, grotesco. Suspiró mientras miraba la sangre que brotaba, pero para dos minutos que le quedaban no se preocupó, se sumergió en la melancolía, una melancolía densa y turbia, con todos los horrores de su pasado disueltos en ella. Y volvió a suspirar. Willi-Five o W5 era el nombre comercial del mejor amigo del Profeta, como se hacía llamar el antes conocido como señor Halftown. W5 era una suerte de araña robótica con una tecnología motriz deliberadamente obsoleta pero con una programación neuronal puntera enfocada a la supervivencia. De un color negro envejecido, como quitina demasiado curtida al sol, de tacto pegajoso, movimientos toscos y chasis de diseño agresivo eran un pase directo a las pesadillas de cualquier 12 AWA Nº 80
niño de cualquier época. Pero al Profeta le encantaba. Era el mejor blanco de sus frustraciones. Podía gritarle, apalearle y su castigo preferido, arrancarle extremidades con la boca llenándose los dientes de líquido lubricante; y su arañita se quejaba lo justo para alimentar su complacencia. Luego era capaz de arreglarse ella misma y volver fiel a su regazo, con la fidelidad temerosa de los negros de las plantaciones de algodón. Sus esclavos fueron muy débiles, biológicamente no aguantaban el carácter del Profeta. W5 era, aparte de el compañero optimizado para el Profeta, su último alarde de superioridad. Todos los comercios de los territorios controlados por él deberían tener al menos un ejemplar a la venta por normativa y comprometerse a darle el mantenimiento adecuado mientras lo tuvieran en stock. Como todas las leyes, la pena era capital pues, como rezaban las Sagradas Escrituras donde se recogían los preceptos de la sociedad, “una leve desviación es imperfección”. Por supuesto, ningún habitante podía comprarlo al precio de mercado, ni tan siquiera el propio Profeta.
Con unas vistas privilegiadas, dos ojos empañados miraban el infinito mientras el espectáculo de la destrucción era una mera música de fondo para sus pensamientos. El cielo no tenía un color definido. El calor empezaba a secar los océanos. Los tornados devoraban montañas. Llovían satélites. Los núcleos urbanos titilaban antes de explotar o ser sepultados. Toda la historia de la humanidad iba cayendo poco a poco, amalgamándose en una nube de polvo. La nube de polvo igualatoria. Iba desapareciendo todo. Nanotecnología. Comunicaciones. Industrias. Libros. Ciudades. Plantaciones. Arte. Mujeres. Hombres. Animales. Plantas. Y por último, Dios. El Profeta había adquirido su sobrenombre a fuerza de pronosticar el futuro o, más ciertamente, por forzar a que el futuro se ajustara a sus pronósticos. Previo a la primera profecía, el todavía señor Halftown se valió de su empresa de servicios informáticos para incluir algunas noticias falsas en las ediciones digitales de alguno de los diarios más importantes del Reino Unido. En ellas se narraba como él pronosticaba el intento de asesinato de un cardenal católico de visita a Londres. Incluso había una entrevista falsa. Las tentativas de eliminar la noticia o subir una rectificación fueron bloqueados. Solo le bastaron siete horas apostado en un tejado con un fusil, su conveniente falta de puntería y la vanidad de los medios que fueron infestados con la noticia para que se germinara su leyenda. A esto le siguieron atentados, accidentes nucleares, macabros asesinatos públicos que alimentaban su sadismo al tiempo que lo dotaban de un halo de misticismo que iba expandiendo su influencia y fama y sumía al mundo en una guerra sin bandos. A la postre, se formaría una especie de gobierno de concentración internacional con el Profeta como cabeza visible a partir de la cual vertebrar la paz. Y se consiguió poner fin al conflicto. Se publicó la primera edición de las Sagradas Escrituras donde todos los países aliados ponían a disposición de su recientemente nombrado líder sus recursos para luchar contra enemigos invisibles. El Profeta luchaba contra el Profeta y toda la humanidad era su ejército. La brecha entre él y los hombres se había creado y su estatus de Dios se establecía. La magnitud de las profecías aumentaba a la par que el sometimiento del pueblo. Se extinguieron los DNIs, las familias y los partos. No había cabida para el humor o el sexo. Pero la felicidad cada vez le duraba menos al Profeta. Si hubiera una lista universal de perversiones ya habría tachado todo. Se aburría y la indulgencia o la caridad no era una opción. Así que se puso el mayor reto que pudo: pronosticó su propia muerte.
Mientras el señor Halftown se lavaba las manos en el baño escuchó un golpe seco en una de las cabinas de los urinarios. Dejó diluir el agua marrón del lavabo fruto de rebañar la crema de cacao que quedaba en el bote con los dedos y fue a ver qué había pasado. Unas piernas vestidas de etiqueta se deslizaban por debajo del hueco puerta. Abrió el cubículo y con una mano en el pecho y una cara de susto y yeso, un directivo de la empresa parecía implorar ayuda. Lo miró fijamente. Vio de cerca a la muerte a través de un infarto. El sonido de la respiración ahogada de aquel hombre que sostenía con sus brazos era la música más sosegadora que jamás había escuchado. La paz le invadía y se sintió completo por primera vez en su vida. Como cuando era niño, las babas del señor Halftown cayeron en el rostro del moribundo. Cuando cesó de respirar le metió la cabeza en el retrete, cogió su maletín y vendió los secretos empresariales que contenía a otra compañía rival. Era el comienzo de la megalomanía como estilo de vida. Esa jugada le reportó muchos beneficios. Tuvo suerte con las inversiones y multiplicó su patrimonio. Su seguridad afloró y empezó a gobernar empresas con mano de hierro. Una vez fue bautizado como el Profeta empezó a invertir en su imagen. Se afiló los dientes, se pigmentó la piel de azul y el iris de los ojos de blanco. Todos sus esfuerzos empresariales los dedicaba a convertirse en un ser humano superior para así lograr el reconocimiento de los demás. Implantes robóticos, entes informáticos inteligentes que podían sustituir a los obreros en las tareas prácticas, química celular y neuronal capaz de generar e inhibir emociones, erradicación de las enfermedades, creación del sueño sintético. Todo esto a costa de la libertad de los hombres y de la salud del planeta. Pero era terror. Y nada más. El día de la última profecía tenía 386 años. Tuvieron que pasar 21 más para que su propio ejército pudiera penetrar en las defensas que durante tanto tiempo había generado para su protección personal. Sangre, lágrimas, saliva, orina. Miedo, paz, euforia, inconsciencia. Remordimientos y satisfacción por el deber cumplido. “Profeta, despierta, que ya has fallecido. Eres mío” •
Subconsciente. Memoria parásita. JESSICA COOK. Amor imposible de la adolescencia. Fue suprimida en el plan auxiliar de reparto de los recursos donde se exterminó a los mayores de 50 años. Actualmente el vocablo amor está tipificado como arcaísmo. SUS PADRES. Progenitores. En un ejercicio de pragmatismo, fueron exiliados al olvido. Jerarquización obsoleta de los humanos. El señor Halftown no fue ni tan siquiera señor en un principio. Hasta los 35 años era una persona insustancial. De pequeño creían que era autista, nunca aprendió a hablar bien. Prefería gruñir, empujar y poner esa sonrisa bobalicona, desmedida y descontrolada, con las babas cayendo de su boca mórbida. Cuando creció un poco, se dio cuenta de que la violencia no solo era física. Así, en la adolescencia los insultos fueron su arma preferida y, cuando no eran suficientes, la lascivia se convirtió en su refugio. En la universidad su obsesión era desacreditar a los profesores. Cuestiones enfermizas, intentando corregirlos con una vehemencia desaforada. Entró como programador de perfil bajo en una empresa informática. Su vida social se reducía a la infinidad de perfiles falsos que tenía durante el boom de las redes sociales de la época. Internet le otorgaba un anonimato que le permitía sacar a relucir su personalidad sin consecuencias para su persona. Todo fue así hasta los 35 años cuando murió por primera vez una persona en sus manos. Nº 80 AWA 13
POR
RASHIONALISM
Adoro la Rusia comunista, no por sus ideales, pero sí por sus ideas. Sus genialmente ridículas ideas. Empezaré con una anécdota que no sé si habréis oído o no: Los alemanes, en la Segunda Guerra Mundial, tenían, objetivamente hablando, los mejores tanques, fusiles, subfusiles (siguen apareciendo MP-40’s y MP-38’s con esvásticas incluidas en redadas a los narcos mexicanos y colombianos). Esto, en contra de lo que se pueda pensar, supuso un problema. No con las armas, sino con los tanques. Cuando los alemanes tenían un problema con sus tanques, tenían que llamar a un mecánico de la Daimler (cuya submarca más conocida es Mercedes) para que fuese a repararlo. Sólo podemos imaginar las maravillosas conversaciones entre herr Nazi-Kommandant y herr Daimler-Benz Techniker. -Disculpe, ¿Daimler-Benz? -Sí, aquí es. -Verá, uno de sus vehículos acaba de romperse y no va. ¿Podrían mandarnos a un ingeniero o un mecánico a que le haga un apaño? -Sí, claro, ¿dónde están? -Stalingrado. -Sí, claro.-aquí es cuando herr Daimler-Benz Techniker colgaba y llamaba al ingeniero que iban a despachar, herr Kartoffel. Herr Kartoffel tenía que ir, pero no le hacía mucha gracia acercarse a un campo de batalla, obviamente, así que le daban las herramientas y una MP-40 a juego con la llave inglesa. Por su lado, los rusos, cuando un tanque empezaba a humear, levantaban el capó o el equivalente en un tanque (¿el cañón?) y veían qué pasaba. Si la correa estaba rota, cogían los calcetines de tovarich Vladislav, los anudaban y, ala, a matar nazis otra vez. Si lo que pasaba era que una tuerca estaba suelta, aporreaban el motor hasta que, una de dos, el motor se ponía en marcha sin más o se ponía en marcha, arrancándole la mano al desgraciado de Vladislav que, para colmo, ya no tenía sus calcetines. Pues, en este espíritu comenzaron los soviéticos; realizando chapuzas. Así nos bendijeron con maravillosas ideas como el ekranoplano (el hijo bastardo de un barco y un avión a reacción. No podía volar a más de seis metros de la altura del agua. Aunque no completamente inútil, se puede considerar como tal) y el Kalinin K-7. El K-7 precedió a la Segunda Guerra Mundial y, seguramente, si hubiese entrado en servicio, el resto de naciones se habrían rendido al ver que la U.R.S.S. tenía, claramente, un pacto con alguna deidad. Este engendro de la ingeniería tuvo una envergadura de 53 metros, solo tres menos que el B-52 y, honestamente, 54 más de los que a cualquier persona le gustarían ver cayendo hacia ella. 14 AWA Nº 80
Una vez llegaron a la fase de pruebas decidieron probarlo, obviamente. Los rusos querían tener su propio Leviatán aéreo. ¿Quién les culpa? ¿Quién no querría poder lanzar unas nueve o diez toneladas de explosivos de alta potencia sobre un enemigo? ¿O 112 paracaidistas totalmente equipados? ¿O 120 civiles y siete toneladas de correo? Después de todo, los soviets eran un pueblo misterioso. Todo esto, todo sea dicho, al tiempo que 8 cañones automáticos (que es como se llaman las ametralladoras de los aviones, porque ametralladora… No hace justicia a lo que un cañón automático puede obliterar) del calibre 20 mm y unas ocho ametralladoras del calibre 7,62 mm llovíann pequeños pedazos de infierno sobre todos aquellos incautos que cometiesen el error de poblar la tierra. En el primer vuelo se dieron cuenta de que la frecuencia de las siete turbohélices hacía que el K-7 se moviese demasiado y, si hay algo que a un piloto no le guste, es que la silla sobre la que está sentado empiece a bailar por toda la cabina. Solucionaron este problema recortando la cola del vehículo. Desafortunadamente por aquellos tiempos, si alguien les hubiese explicado el concepto de resonancia, seguramente, se habrían reído de dicha persona y habrían procedido a beber vodka (recordemos que esto es Rusia, un país en el que sólo los niños menores de cinco años tienen permiso para estar sobrios todo el día) Así tuvieron lugar varios vuelos (cinco). Al llegar el séptimo la frecuencia de los motores fue suficiente como para que el avión se partiese por la mitad. Se llevó consigo a los catorce tripulantes y una persona en tierra. No puedo evitar pensar que la persona en cuestión creía que él y su hombría rusa (Los rusos son, por defecto un 150% más viriles que el resto de humanos) podrían detener la caída del avión y así salvar a todos los tripulantes. Asumo que lo hizo porque si lo conseguía le invitarían a una ronda. Después de este accidente, obviamente se decidió no proseguir con la línea K-7. Jajajajaja, claro que no. Esto tuvo lugar en la U.R.S.S., país de origen del explosivo nuclear de mayor potencia de la historia, la Tsar Bomba. Inmediatamente después del accidente se encargaron dos prototipos más, pero el proyecto se canceló dos años después, antes de que ninguno de los dos aviones se hubiese terminado. Seguramente se canceló para seguir líneas de investigación más rentables, como, por ejemplo, cómo evitar que el Reichstag tomase Ucrania. Dinero gastado en balde. •
INSCRIPCIONES ABIERTAS PARA LA TRAVESÍA ANDINA 2014!! Del 27 de julio al 24 de agosto de 2014, Subiendo Al Sur organiza la última Travesía Andina por regiones rurales del Noroeste Argentino. Interesados rellenar el formulario antes del 5 de Mayo en la web! Preguntas a infoandina@subiendoalsur.com
¿Por qué decimos siempre bajar al sur o subir al norte? En esta esfera en que vivimos, ¿quién decidió qué estaba arriba o abajo? Es únicamente nuestra visión occidental del mundo la que hace que nos creamos que todo gira a nuestro alrededor. Bajo esta idea nace Subiendo al Sur, una asociación de jóvenes voluntarios que trabaja para realizar travesías educativas en las que el principal objetivo es descubrir otras formas de vida y disfrutar de entornos alternativos. Ya son varios años de andadura de este fascinante proyecto, que organiza dos travesías al año, una a este lado del Atlántico (España, Marruecos…) y otra al otro lado del charco (Argentina). El que escribe ha disfrutado de una travesía con este grupo tras presentar el PFC en esta nuestra santa casa. Sólo os diré que ha sido una experiencia inolvidable y me he visto obligado a compartirla aquí con vosotros. Y es que, entre tanto cálculo, estadística, materiales y mierdas a veces olvidamos
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las realidades en las que miles de personas viven. Realidades tan válidas como la nuestra e incluso muchas veces más enriquecedoras. Para participar en una travesía no tenéis más que rellenar el formulario en la página web proponiendo, eso sí, un pequeño taller sobre algo que os gustaría enseñar a los demás miembros de la organización. Cualquier temática vale con tal de que compartáis conocimientos, destrezas o inquietudes con los demás miembros o incluso habitantes de los pueblos visitados. En cuanto a la pasta, la organización recibe fondos de varias universidades, lo que hace que sea posible en muchas ocasiones conseguir becas que subvencionen las travesías. En nuestro caso, la UPM dispone de varios fondos que pueden ser utilizados para este menester: las llamadas Ayudas de viaje en cooperación y la Bolsa de viaje. ¡No dudéis en solicitarlos! •
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