Cristian Cousseau
EXCURSUS Obras incompletas, Obra poĂŠtica y Ensayos. (2006-2009)
SILAE ING AN – UTER ANE MILE ED AN LILITLOSSE A Andrés y a Bautista.
Índice: Prólogo
Obra incompleta Capítulo I: - El Linaje Divino (2008) Primera Era 1) El nacimiento de caos 2) El concilio celestial 3) Hombre y Mujer 4) Los primeros nacidos 5) Los diablos y la luz
- El Linaje Divino (2006) Primera Era Segunda Era Capítulo II: - Invocadores (2006) 1) Corazón de fuego 2) Sensaciones aumentadas 3) Al cuidado de Margarita 4) Invisibles en la noche
Capítulo III: - Los poderes de Xapparion (2007) 1) La última esperanza 2) Ímpetu salvaje 3) Cuervos
Capítulo IV: - 800 tristes (2007) 1) Mentiras 2) En casa 3) Dormido, literalmente 4) De mariposas, a cenizas 5) Dulce 6) Una nace 7) Otra muere
Obra completa Capítulo V: - Híbrida 1) El Oráculo 2) Obsidiana y rubíes 3) El escape
4) Los Sangre-Fuego 5) Sueños de gloria 6) El Cementerio de rocas 7) Pasado 8) Emisarios de la muerte 9) Los diez dragones 10) La Tumba de Cristales 11) Herencia de memoria 12) Sombra de todos los males 13) Bravura y el retorno 14) La marca del rey 15) La caída 16) La coronación 17) Futuro
Ensayos y cuentos breves Capítulo VI: - Arañas (2009) - Fumador ambidiestro (2009) - Guerra (2009) - La memoria del sol (2009) - Arena y hambre, El rey cuervo, Hombres del desierto, Rubí (2008) - Atrocidad (2008) - De cuervos y repugnancia (2008) - Insomnio (2008) - Odiar a vuestros dioses (2008) - Pantano (2008) - Reto solar a Saturno (2008) - Sacrificios (2007) - A la espera del olvido (2007) - Traiciones (2007) - Ultimo caso (2007) - Cuento de un duende unípedo (2007) - Desterrado (2007) - El archimago (2007) - Locos (Adentro), Héroes (Afuera) (2007) - En el plano (2007) - Nuestra ira (2006) - Elemental (2006) - En el manto de la noche (2006)
Obra poética Capítulo VII: - La música de Tormenta (2008)
1) 2) 3) 4) 5) 6) 7) 8) 9) 10) 11) 12) 13) 14) 15) 16) 17) 18)
Prólogo y origen La isla, Soledad Nace la música Leyenda Hija del caos Destinos La balsa Amistad, hasta el Valhalla Vestida de océano Pasado y futuro Cual Audhumla, la primigenia Esencia Civilización galopante Segundo El beso Quinto Piedad y promesa Séptimo
Capítulo VIII: - La ciudad de los hombres (2009) Por Ignacio Cousseau
Anexo Mapas y Genealogías: - El Linaje Divino: 1) Mapa de Gea 2) Linaje Divino e Hijos del Sol
- Híbrida: Los descendientes de Atlan
- Los Invocadores y El Mensajero del Alba: Mapa de Daguero
- Nombres propios
Prólogo: El Linaje Divino Por dónde empezar cuando esta obra abarca los mejores años de mi infancia. Algunas influencias son innegable: “Harry Potter”, “El señor de los anillos”, “El Silmarillon” y las novelas más variadas, siempre y cuando cumplieran el requisito de ser fantásticas. No resultará extraña esta tendencia. Pareciera que durante la primera década de mi vida consciente me esmeré en ver más allá, o por lo menos en intentarlo, usando las bases que estaban a mi alcance. De lo único que me arrepiento es de no haber leído antes cosas que leí después, que también habrían de ser parte de mí. Cabe aclarar que las obras que intenté dar a luz en esos años, no fueron terminadas, no por pereza, sino porque estas habían crecido con más rapidez que yo mismo. Es el caso del “Linaje Divino”, que dio sus primeras patadas el verano de 2005, yo tenía 14 años. La idea era clara en ese entonces: mezclar ideas religiosas y evolucionistas a la luz de una obra maestra como “El Silmarillon”, e imitando la narración oral, darle al mundo una teogonía con tintes épicos, de lectura ligera pero sustanciosa, en fin, crear mi propio panteón y desarrollar una breve genealogía, que permitiera una trama esmerada. Claro que no lo pensé con estas palabras, pero mejor no lo podría haber explicado. El hecho es que mientras las hojas escritas aumentaban, aumentaba a la par la complejidad, las estudiadas características de los personajes (que me alejaban de mi idea de oralidad), las generaciones de héroes y demonios, que se volvieron pronto un mamarracho de líneas de parentesco, las líneas argumentales, que aumentaban a medida que mi propio conocimiento sobre las diferentes teologías se expandía, la trama, la distancia entre el principio y el fin de la obra se hacía inmensa por agregar, cada vez que tomaba el lápiz, algún capítulo que tuviese repercusiones a futuro: todo estaba creciendo. Ya no me enamoraba ese papel madera, en el que empecé los originales, si mal no recuerdo, con alguna bolsa de mercado que habría dejado por ahí mi abuela, y con el lápiz de carpintero de mi abuelo, que era el único lápiz que pude encontrar, para que no mucho después mi abuela me atosigara con lapiceras. Me sentaba en el pórtico de la casita, con el patiecito al frente y el sonido del mar de fondo. Recuerdo haber empezado a plantearme los nombres de los personajes al investigar un diario, y sorprenderme al descubrir que podía leer los nombres al revés si lo ponía contra el sol. Siguiendo este juego podía completar con vocales los nombres que resultaran insulsos al odio, y repitiendo en voz baja cada variación así fue cómo surgió Nassarem, y después Xussoreus, y después Asremon. Algunos años advertí que ese nombre femenino que no me dejaría en paz tenía menos de aleatoria de lo que yo creía. En primera instancia resulta obvia la similitud con Nazaret, poblado en el que en el evangelio cristiano sitúa Lucas el nacimiento de Jesús, además de que la doble ese pertenece a mi apellido (Cousseau), y de alguna forma le transmitió su familiar siseo al nombre de la diosa. En última instancia, y quizás por mi propio y final impulso subconsciente por dejar de lado la verborragia metafísica que cada vez cumplía menos con mis expectativas, la unión de la evolución con la fé no fue solo apta, sino necesaria, y encontró su culminación en esa diosa que evolucionaba siendo hija de los dioses. Como Tolkien que en su momento recordaría la frase con la que empezó su propia épica labor (“En un agujero en el suelo, vivía un Hobbit”), yo recordaría para siempre, un
diminuto, el comienzo fallido de la mía: “Fue al principio de los tiempos cuando nació Nassarem.” Y de alguna forma me contentaría con pensar que ese sol que luego sería Xussoreus me había señalado sus nombres. Pasó el verano, y dedicarme a El Linaje implicó cada vez más dedicarme a recordar, a someter cada línea nueva a una exhaustiva revisión mental, para añadirla al todo y levantar el lápiz aliviado. Puede parecer que exagero, pero si hay algo que recuerdo, es que ya desde mis 15 años maldecía el hecho de no poder terminar la obra, ni siquiera en mi mente. Lo que antes habían sido dos eras, en algunas pocas hojas, se había vuelto en mí varios tomos, y una era más. Creo que durante la primer década y lustro de mi vida, lo que me había esmerado en crear, me negaba a concluirlo, y a pesar de que el vacío de que mis héroes no tuvieran una vida completa en el papel me atormentó sin pausa, pareciera que siempre preferí ignorarlos a darles muerte por mano propia. No advertí que estaba pasando por mi propia Época Clásica. El primer texto es una redición (podrán advertirlo a simple vista), una de las cuantas rescrituras con las que intenté retornar esa labor que se había vuelto titánica. El segundo es el original, o por lo menos el manuscrito más fiel al original que conservo. En el primero se da lugar al diálogo y se amplía con lujo de detalle el texto base. En el segundo la trama avanza más, llegando a mediados de la segunda Edad, cuando el primero culmina con la primera a fuerza de hartazgo. Invocadores Invocadores surgió como un proyecto conjunto con mi hermano menor. El título original hubiese sido “Los invocadores y el mensajero del alba”, por lo que realmente lamento que la parte de mi hermano no se conservara. Al igual que con El Linaje, descubrí que, al capítulo cuarto, los personajes apenas comenzaban la aventura. De este texto cabe resaltar los perfiles de los personajes, puntillosamente caracterizados. El ímpetu original con que encaramos el proyecto nos llevó a diagramar un mapa (teniendo como guía a Tolkien), a comenzar un “Libro de Invocaciones”, y a desarrollar una genealogía. No es necesario aclarar que, salvo el mapa, ninguno se concluyó satisfactoriamente. Indigo (mi personaje principal) se vería para siempre estancado en la salida de su pueblo natal, a punto de comenzar su mágica aventura. Los poderes de Xapparion Xapparion fue dado a luz directamente en computadora. Tras la experiencia con El Linaje, la copia exhaustiva a mano y el posterior tipeado de las diferentes versiones, decidí iniciar otro proyecto, pero esta vez más dinámico. Esto me demostró que saltear algunos pasos no me aseguraba terminar el proyecto. En líneas generales se puede relacionar la historia con “La música de Tormenta”. Siempre me simpatizo de este escrito su dinamismo, y la total desenvoltura de los personajes. En un intento de llevarme a escribir con la mayor fluidez posible base toda la historia en varias ideas que me atraían en
ese momento: comunidades bárbaras, mitología nórdica, licantropía, niños superdotados. A la vez que descubrí que el cambio repentino de perspectiva generaba algo del efectismo cinematográfico que buscaba explorar. El resultado fue un texto que en general puedo rememorar con placer porque en su génesis fue lo que tenía que ser: puro impulso. 800 tristes Este es sin duda el texto más llamativo de todo el tomo, y quizás por el cual menos orgullo estoy. Se corta abruptamente el hilo de pretendida literatura fantástica y se cae en un realismo a todas luces meloso. Lejos de lo puramente autobiográfico (cuyo turno llegaría algunos años después) “800 tristes” resulta una mezcla de situaciones sentimentales y estados mentales compartidos por los amigos de ese momento de la que, justamente por su carácter de collage adolescente, no puede esperarse demasiado profundidad. Aun así el intento, o el planteo, surtió su efecto, y de alguna forma se despertó en mi la necesidad de desarraigarme del mundo fantástico, tan solo para chocar con algo radicalmente diferente que solo podía enriquecerme. Tres aspectos lo salvaron de la no inclusión o del olvido: que para bien o para mal era un relato terminado, borroso pero circular, que algo de la picardía en los juegos de palabras me hacía releerlo con una sonrisa y sobre todo que, quizás por primera vez, escribía sobre las circunstancias en que se daba mi escritura. Híbrida En “Híbrida” se da una conjunción de circunstancias que marcan no solo un cambio en mi elección de los géneros sino en mi propia escritura. Su parentesco con “El Linaje Divino” se entreluce en varios puntos: el personaje principal femenino, la poderosa familia aristocrática pero en decadencia, el padre ausente por designio del destino, las estiradas escenas de cariño materno, la marcada influencia nórdica, las armas malditas, el poder escondido. Sucede lo mismo, tanto con “La música de tormenta” como con “Los poderes de Xapparion”, de alguna forma eso bocetos de historias adquieren un cuerpo definido, finito y aprehensible. Pero dicha finitud no fue ganada sin pelea, sino por la insistente curiosidad de los pocos que la leían mientras progresaba. Más allá de la síntesis que fui capaz de hacer “Híbrida” me enriqueció en varios aspectos puntuales: la restricción de la cantidad de personajes en pos de su calidad y lucido desarrollo, la fructífera descripción de escenarios imaginados solo fértiles en ruinas, y el planteamiento de una línea de acontecimientos que desde los primeros pasos resultara lo suficientemente sólida para ser inamovible y a las vez permitiera minúsculos retoques. La música de Tormenta “La música” fue mi primer incursión a la poesía. Y como cualquier primera incursión a la poesía no pudo tratarse sino de esa poesía pesada que ocasiona la rima de la silaba final de los versos segundo y cuarto, siempre compuesta de ese modo y de la cual es difícil escapar, una vez que se toma el ritmo. Curiosamente me había contagiado estas formas el Martín Fierro de
Echeverría, tanto su primer parte como “La Vuelta”, que leídos vertiginosamente antes de una evaluación se habían trabado en mi cabeza. También había oído por ese entonces que Echeverría lo había compuesto en tan solo una semana, nunca supe si ambos tomos o solo el primero. Entonces, nuevamente en casa de mis abuelos (aunque no esta vez en la casa de verano) me dedique a la tarea astronómica de escribir lo máximo que pudiese, siguiendo esa poesía que se me había atorado en la forma de escribir. Tengo fresco el recuerdo de sorprenderme con la facilidad con la que avanzaba el relato empujado por esa forma endemoniada de cantito, estando en la cocina de mis abuelos maternos a la madrugada, con la puerta a mi espalda cerrada para no hacer ruido, y la lapicera enloquecida yendo de renglón a renglón, como si la dificultad de narrar hubiese hallado su levedad máxima. Plagada también de mitología nórdica (pero permitiendo el ingreso de otras), siendo claro el parentesco entre Tormenta y Nassarem (como bellezas destructoras) y apenas sintiendo la resistencia del diálogo a ser poetizado, caí en la cuenta, con este texto en particular, de la profunda complejidad de la naturaleza humana.
Capítulo I:
El Linaje Divino Primera Era Capítulo 1
El nacimiento del caos
Fue al principio de los días de Gea cuando nació Nassarem. Durante otro eterno mediodía primaveral, Nera, diosa de la fertilidad y la compasión se agitaba con una mezcla de dolor y ciega esperanza. Acostada sobre una pomposa nube se removía incomoda haciendo temblar todo un mundo bajo ella. Con un doloroso y alabado empujón final dio a luz al bebé tan esperado. He aquí que el primer sonido que se escuchó en Gea fue el tenue llanto de la recién nacida, que arrastrado por el viento llegó incluso hasta las profundas cavernas, en ese entonces deshabitadas, y las bendijo. Exactamente al séptimo día de la creación nació del vientre de Nera la niña que poseería poderes mayores que los de su padre, e incluso mayores de lo que este esperaba. Y allí al lado de su amada estaba admirando a su niña el gran dios, Xussoreus, quien en el idioma de los dioses era llamada el fuego imperecedero, dejaba escapar en esos momentos sinceras lágrimas de júbilo al ver a su hija abrir sus grandes ojos negros por vez primera. - Oh, hermosa niña has concebido mi más aun hermosa mujer. Dijo el dios acariciando suavemente el rostro de su amada. - Ni mis más hermosas visiones igualaron alguna vez la belleza que se despliega ahora ante mis ojos. Frente a la madre convaleciente una diosa matrona de aspecto anciano pero vivaz lavaba a la niña y la acostaba dulcemente en el regazo de su madre, para retirarse en silencio. Luego de unos instantes sin tiempo Nera dejó de mirar a su bebé, para mirarlo a los ojos. - Exhausta me encuentro ahora mi amado, pero comparto tu pensamiento. Has de llevar ahora a la niña a que le den un nombre acorde a su belleza, mientras yo repongo mis tan agotadas fuerzas. Con movimientos lentos y precavidos Nera le tendió a la niña envuelta en varios pliegues de cálida seda al dios. Él la tomó como quien toma algo de valor inconmensurable, besó a su mujer en la frente, y cuando cesó su mal disimulado temblequeo de brazos partió hacia la perlada catedral. Con una mezcla de orgullo y alegría eufórica Xussoreus dejó sus aposentos sin apartar la vista de su hija, quien escudriñaba desde el pliegue de tela el mundo desconocido. Si bien el hogar del gran dios era cientos de veces más amplio que cualquiera construido en Gea, eso no era lo que llamaba la atención de la niña. Los infinitos acampánales eran lo que ella apreciaba. Colosales campanas forjadas de materiales etéreos y nebulosos mostraban en sus superficies perfectamente esféricas imágenes de importantes dioses y diosas plasmados inmortalmente en su gloria. Sobre inmensas torres de un blanco centelleante, únicamente posadas sobre fantasmales nubes aún más blancas
esas campanas debían ser increíbles a la vista. Sin prisa pero sin pausa siguió el dios el camino plateado que las campanas flanqueaban. En unos pocos minutos se hallaron en Armea, la ciudad de los dioses. Las campanas se interrumpieron para dar lugar a las esplendidas moradas, tanto de magnificencias legendarias como de diosas menores. Ante cada una de las imponentes entradas había por lo menos una centena de pasos de bastos jardines adornados con relucientes fuentes. Largas hileras de flores de colores demasiado puros para narrarlos en palabras llenaban cada rincón, vanagloriando su belleza en todo su esplendor, mientras esbeltos robles blancos proporcionaban cobijo ante el eterno mediodía sin sol. Las sublimes mansiones del color del oro blanco con leves tonalidades grises asimilaban imponentes castillos situados uno al lado del otro, en una sucesión que se perdía en el horizonte celestial. Cada uno con sus torres puntiagudas y sus majestuosas puertas, que si bien había por doquier, presentaban variaciones en ocasiones estrambóticas. Al mecerse levemente su gigantesco padre, sumado a la anterior homogeneidad en la sucesión de las campanas contribuyó a que la bebé se durmiera. En ese instante Xussoreus cruzaba la gran sala de la catedral perlada, cuyas puertas siempre están abiertas. - ¡Feliz eternidad al Santo Escriba!- Dijo haciendo una breve reverencia a un anciano sentado a un lado del altar, sobre un amplio trono dorado. A la derecha del altar se hallaba este anciano menudo, calvo a excepción de unos delgados cabellos blancos que le rodeaban la coronilla. Su larguísima barba reposaba enrollada sobre el suelo, bajo sus pies que se mecían aburridos. Vestía una túnica blanca que se ensanchaba sobre su prominente abdomen, y terminaba a la altura de los tobillos. Al parecer feliz de la presencia del gran dios, dio un pequeño brinco con el que se levantó de su rígido asiento y se acercó al recién llegado. Tomó la mano extendida del gran dios entre las suyas y la sacudió enérgicamente mientras exclamaba: -¡Oh, jo jo! Mi querido amigo, veo en ti la alegría de quien siembra carbón y cosecha diamantes. - Así es viejo amigo, aquí traigo a que nombres a mi sueño hecho realidad, a mi pequeña hija, a quien amor por sobre todas las cosas. - Orgullo veo en tus ojos, padre inmortal, ¿serías tan amable de mostrarme tu sueño para que lo adorne con una esencia propia? Entonces Xussoreus descubrió la cabeza da le recién nacida, que cobijada en la seda dormía plácidamente. Con una mirada dulce y paternal miró unos segundos el anciano Escriba a la diminuta criatura. Entonces delicadamente posó su grueso dedo índice en el centro de su pequeña frente. Cerró los ojos y divagó sin tiempo, un sendero que mezclaba el pasado, el presente y el futuro, como tintas en una pintura, para formar un todo y narrar una existencia que podría luego interpretar. Vio al principio largas primaveras con amplias praderas fértiles, árboles esbeltos y jóvenes, y flores que irradiaban colores ya olvidados. Luego tímidos animales, que cambiaban y se volvían más bellos y ágiles en un ciclo que parecía no tener fin. Algunos corrían, otros nadaban, otros volaban, y algunos pocos cantaban, inundando las praderas de una embriagadora armonía. Pero de improvisto mientras se sumergía en ese mundo etéreo de memorias aún sin forjar, vio emanar algo oscuro desde las raíces mismas de la impenetrable esencia. Sombras y fuego hicieron temblar brutalmente al Santo Escriba. De pronto la oscuridad avanzó mas rápido que el tiempo, el santo quiso apartarse de esa oscuridad infinita que lo rodeaba pero
descubrió que no podía, esta lo succionaba hacia el vacío con una fuerza desgarradora. La desesperación se apoderó de él mientras en su cabeza retumbaban truenos, una espesa sombra le cegaba los ojos, y el fuego le quemaba los pies. Finalmente la oscuridad lo absorbió. Cuando abrió los ojos estaba tumbado boca arriba sobre el suelo frío de la catedral, con un dios preocupado a sus pies. - Por la paz de Armea, ¿Qué ha sucedido amigo mío? Te has desvanecido frente a mí como si mil rayos hubieran golpeado tu pecho. El anciano se incorporó lentamente, estaba sudando y le faltaba el aliento. - Terribles visiones he tenido Xussoreus. He visto lo que realmente encierra el corazón de la niña que llevas en brazos. El dios lo miró perplejo, comenzaba a asustarse. - ¿Pero qué es? Lo dices como si fuera algo terrible. - Entre fuego y sombras he visto una maldad más insondable que la noche, y una codicia más seca que el desierto. - ¿Cómo puede ser? Es hija de dioses, su alma ha de ser más pura que el agua. Debe de haber alguna equivocación. - Me temo que aunque quisiera no podría equivocarme amigo mío. La esencia no es solo el carácter o las memorias, es el alma, la existencia misma, es lo que la hace ser. Xussoreus se limitó a mirar a su pequeña niña, que comenzaba a despertarse. - Aunque no sea de mi agrado, para nada, estamos obligados a tomar medidas.- Ante la mirada lastimera y dubitativa que le dedicó el gran dios, este respondió rápidamente: - Pero no te preocupes amigo mío, el concilio se encargará de decidir, y trataré por todos los medios que dispongo de que mi opinión valga frente al veredicto de los sabios. - No hay palabras de agradecimiento suficientes para expresar mi deuda contigo, viejo amigo. Dijo Xussoreus poniendo una mano sobre el hombro del anciano, con un atisbo de esperanza en sus ojos llorosos. Sabía perfectamente el destino que le esperaba a los dioses portadores del caos. Y así recibió su nombre Nassarem, luego de posar su mano en el hombre del gran dios como señal de comprensión y ayuda incondicional, este último le cedió a la bebé. Con brazos temblorosos el Santo Escriba la llevó hacia el altar y la mantuvo en alto mientras pronunciaba unas cuantas palabras en un idioma olvidado para los hombres de Gea. Se la devolvió a Xussoreus y casi susurrando le dijo: - Nassarem se llamará para siempre la niña: y querido amigo mío, que la luz de los sabios ilumine tu penumbroso camino.- Hizo una breve pausa. - Para el bien de todos. El dios le dedicó una rápida reverencia, apretó a la niña contra su titánico pecho y salió de la catedral a grandes zancadas. Cuando Nera se enteró de la noticia tan inesperada se mostró más afligida que alarmada. Fue entonces cuando diluvió por primera vez en Gea. Naciendo así las ancestrales formas de vida vegetal, en el infinito océano de agua dulce. Apenas Xussoreus abandonó la catedral el Santo Escriba lo siguió, cerrando las puertas tras de él… como no había ocurrido en mucho, mucho tiempo.
Capítulo 2
El concilio celestial
El concilio se reunió unos instantes luego con una urgencia que denotaba alarma. El lugar de reunión fue un castillo especialmente alto y ancestral, situado a la izquierda del camino de la catedral, un poco apartado de los demás. Allí en el centro de un gran círculo de tarimas superpuestas estaban Xussoreus y la aún muy débil Nera, con la pequeña Nassarem en brazos. A un lado del gran dios estaba nada más y nada manos que el Santo Escriba. Nerviosos aguardaban la llegada de la comitiva; que no tardó en aparecer. Cinco eran los sabios, entre ellos un dios y cuatro diosas. Sentadas en poderosas tarimas ubicadas por sobre las cabezas de los reunidos sus respectivos nombres era: Justicia, Voluntad, Prudencia y Condena. Un estrato más arriba entre Voluntad y Prudencia se hallaba sentado Destino: sobre un imponente trono que parecía hecho de hielo, y en cuya alta cabecera flameaban llamas celestas. Allí se hallaba el más erudito de los dioses. Aunque todos los que así lo desearan podían participar libremente, ese día en especial las tarimas rebozaron de dioses llenos de preocupación y severa inquietud. Luego de unos minutos las puertas se cerraron tras el último bastión de dioses quejumbrosos. El primero en hablar fue el anciano Destino, su voz. A la vez melódica, profunda y paternal, era levemente ronces, una cualidad que sin duda denotaba su edad infinita. - Henos aquí reunidos para determinar el destino de la pequeña diosa portadora del caos, Nassarem: hija de Xussoreus y Nera, dioses respetados y benévolos. - ¡Benévolos cual las plagas! ¡Deberíamos desterrarlos por su descaro! - Gritó el dios de la cosecha. - No debemos precipitarnos.- Reprochó Prudencia. - He aquí un gran dilema.- Dijo Voluntad. - La decisión pesa sobre todos.- Exclamó Condena. - Para bien o para mal.- Agregó Justicia. - ¿Qué podemos hacer? Oh sabio Destino. ¿Qué podemos hacer, que no tenga consecuencias nefastas en el inminente porvenir? - Dijo Xussoreus con una duda que lo carcomía. - Es cierto que como una plaga la oscuridad altiva intentará contaminar el paraíso.- Respondió Destino. - Por ello a mi pesar la niña debe dejar el Cielo. - ¿Porque no la envían al Infierno, y que con ella se hagan cenizas nuestros temores? - Exclamó impaciente el dios de la cacería. - Eso solo empeoraría la situación.- Respondió Prudencia. - En el entorno del Infierno sus poderes no conocerían límites.- Razonó el Santo Escriba. - Y sería impropio de un dios enviar a un recién nacido allí, por más desesperada que fuese la situación.- Agregó Voluntad. - ¿Qué debemos hacer entonces? - Replicó Nera con lágrimas en sus grandes ojos celestes. - ¿Debemos esperar impávidos hasta que un bastión de dioses inescrupulosos decida el final menos doloroso para quien más amamos? - Y señaló casi inconscientemente al grupo de la tarima del dios cazador. A esto los sabios respondieron con un silencio total. Cada uno inmerso en sus pensamientos luchaba por encontrar una respuesta que cumpliera con las expectativas de todos. La gran multitud de dioses susurraba entre ellos, algunos a favor y otros
en contra del destierro: pero todos dudando de cual fuese la verdadera voluntad del destino. Luego de unos minutos que para Xussoreus envuelto en su desdicha fueron incontables, el que habló fue el dios de la guerra. - He aquí un dilema realmente intrincado. Pero he aquí también una situación realmente desesperada. La única salida es matarla apenas de indicios de su diabólico poder. - ¡Ja! ¿¡Matarla!? Ya me esperaba una proposición descabellada, pero esto es demasiado. ¡Te arrancaré los brazos si osas acercártele siquiera! – Le rugió encolerizado el gran dios, mientras sus ojos grises relampagueaban peligrosamente. Muy por debajo de ellos el Cielo tronó en toda Gea, como un atroz estallido que se escuchó desde los bosques impenetrables hasta el cerrado vientre del océano. Rápidamente tomó la palabra el Santo Escriba. - Tranquilo Xussoreus, que la flama que se retuerce en tu interior brote en otro momento. No soy quien para decir esto, pero es preciso que se llegue a un acuerdo pronto; cada instante la oscuridad se agita con más fuerza en Nassarem, cada instante que pasa en el Cielo hace que su poder sea mayor, por eso propongo, ¿por qué no criarla en Gea? - ¿Eres consciente de que eso pone en juego la suerte de todo un mundo? – Replicó Justicia. - Y aun consiente de que el nuevo mundo es en gran medida el trabajo de dioses más poderosos que tú. – Agregó Destino. - Conozco los riesgos, oh mentor de los sabios, incluso aunque todavía no haya adquirido la belleza de todo su esplendor, incluso aunque en ella solo habiten las plantas que con tanta angustia ha creado mi señora Nera, ¿hay mejor sitio donde avalar el destierro, que un mundo donde el bien y el mal están en constante equilibrio? Otra vez se hizo el silencio, pero esta vez más frío e inquebrantable. Los dioses esperaban expectantes y silenciosos mientras los sabios se susurraban entre ellos, decidiendo un veredicto final. Aún más tardó este intervalo que el anterior, pero nadie se atrevía a romper el silencio dubitativo del saber, estando tan sumamente concentrados que ignoraban todo a su alrededor. - Se ha llegado a una decisión.- Manifestó inesperadamente Destino, con la voz especialmente clara. - La niña debe abandonar por cualquier medio el mundo celestial. Tras meditarlo lo más sensatamente posible, y con la brevedad que implica la situación, existe la posibilidad y la necesidad de que la niña sea trasladada a Gea. Pero esto ha de cumplirse si y solo si los jefes del proyecto del nuevo mundo dan su consentimiento. He aquí presentes por gracia del destino a los cinco jefes entre los cuales Nera y Xussoreus forman parte. Por lo tanto la decisión recae sobre Oilosse, señor del elemente agua, su esposa Signalia, dama de la tierra, y Pantroemil, dios de los sueños. Con este veredicto la sorpresa y la esperanza renacieron en el gran dios. Oilosse, señor del elemente de la vida y rey de los terrenos azules, fue desde siempre (para darse una idea en tiempo infinito) compañero, amigo y camarada del fuego imperecedero. Sus poderes tan terriblemente diferentes y a la vez tan singularmente parecidos los hacían casi hermanos, tanto así que entre ambos se equilibraban y respetaban hasta el punto en que siempre buscaron y se dieron consejo mutuamente. Además de ello Signalia, la dama encargada del espíritu de la tierra, quien había tallado tan minuciosamente cada cueva y cada
montaña, era nada más y nada menos que la hermana mayor de la hacedora de la lluvia. Oilosse se puso de pie, era alto y corpulento. En su blanco rostro de rasgos marcados sus ojos azules centelleaban como zafiros empeñados por la compasión ante su desafortunado hermano. - Si de algo sirve todo mi trabajo en el nuevo mundo para disipar la sombra que tanto os aqueja, y mis poderes y mi amistad para salvar el destino de la niña, los ofrezco gustoso, sabiendo que están en buenas manos. Me enorgullecerá que sean las manos de vuestra amada hija las que gobiernen mis terrenos en Gea, por toda la eternidad.- Una bellísima dama se paró a su lado, su cabello castaño casi rojizo brillaba como el oro, y sus ojos marrones relucían como el cobre. Tomó la palabra Signalia. - Largo ha sido mi trabajo y hermosas han sido mis visiones en lo que respecta al nacimiento de Gea, pero nunca predije que un mal tan grande asolara el paraíso, ni que mi labor fuese abandonada. Por ello, y porque nos unen lazos más firmes que una montaña y más estrechos que una madriguera, y si el futuro de Gea es que los dioses la habiten, ¡que sea el paraíso! Y que sus hijos moren en ella a su voluntad. El pecho de Xussoreus se infló de tanto orgullo y agradecimiento. Pero lo único que hizo fue ponerse el puño en el corazón y observar a sus salvadores. Varias tarimas a la derecha Pantroemil se debatía dubitativo. - Pantroemil esperamos tu decisión.- Dijo Voluntad, la cual comenzaba a impacientarse. Pantroemil era un dios muy alto y delgado, de rostro dubitativo, parecía de muy avanzada edad, aunque su cabello y su exuberante barba dejaran distinguir aun rastros de pelo negro entre la espesura blanca. Estaba encorvado: con la mano izquierda sujetaba un bastón que parecía hecho de agua. Sus nítidos ojos verdes miraban preocupados a Xussoreus, como tratando de leer sus pensamientos. Estando aun sentado dijo con cierta ironía. - Aunque no esté para nada de acuerdo con los ideales de nuestro amigo el jefe de guerra, coincido en un punto: he aquí una situación realmente desesperada.- Se puso de pie, sujetándose como de costumbre la cadera. - Mucho he trabajado interpretando vuestros sueños, y más aun creando sueños para los que están por venir. He trabajado con tal intensidad que en el nuevo mundo hasta las bestias podrían soñar. Pero de ahí, a obligar a que uno de nosotros deje el paraíso para internarse en un mundo que puede transformarse en cualquier instante en una pesadilla cuyo final puede no existir, me parece precipitado. Por otro lado la pesadilla no puede interrumpir el sueño del paraíso bajo ninguna circunstancia, ya que sin el Cielo, ¿en dónde dormirían las almas de los mortales? Cualquiera de las dos opciones dejará un recuerdo amargo en la memoria de Armea. Confío en que los sueños destinados a la niña contribuyan a desvanecer la oscuridad. Si es la voluntad de todos los jefes, como jefe la acepto. - La decisión ha sido unánime. La niña será criada en Gea, bajo la protección de sus padres, si así lo desean. Dijo Destino. - No lo llamaremos destierro, sino un retiro voluntario; aunque claro está que no podrá volver.- Agregó Condena. - Yo cumpliré el destierro con ella, oh mentor de los sabios, pues no podría habitar en Armea sabiendo que he dejado a quien más amo en un mundo tan cambiante.- Xussoreus habló finalmente.
En ese instante, por gracia de algo más fuerte que el destino, la bebé rio feliz. Feliz porque aunque no entendiese nada papá y mamá iban a estar por siempre a su lado, cuanto durara la eternidad.
Capítulo 3
Hombre y Mujer
Triste fue la despedida entre Xussoreus y Oilosse cerca de los abismos del Cielo. Aunque ambos sabían que se reencontrarían al final de todas las cosas, ninguno soportaba la idea de dejar sin más a su hermano. - Mucho me entristece esta despedida hermano y amigo, pero me consuelo saber que es tu elección, y que vivirás feliz con los que más amas allá donde decides ir.- Dijo Oilosse con su mano en el hombro de su camarada. - Me es difícil predecir que me espera en el nuevo mundo, mi amigo, pero ten por seguro que mis descendientes te tendrán por siempre en alto estima si han de parecerse algo a mí. Tus terrenos serán siempre azules y tus fortalezas serán siempre blancas, aunque llueva fuego y el mar sea envenenado. - Ve entonces hermano y has que mis aposentos en Gea sobrepases los del paraíso.- Respondió el hielo cálido con una leve sonrisa. Se acercó el Santo Escriba lo más presurosamente que le permitían sus cortas piernas, y exclamó a viva voz: - ¡Bienaventurado sea el primer rey de Gea! - Gracias viejo amigo, pero el retiro no es menos tuyo que mío.- Explicó el gran dios. - ¡Bienaventurado sea el Santo Escriba, quien nombró a todos los dioses que existen y a todos ellos, que aunque pequeña, pusieron una parte de ellos en Gea! Todos los presentes aplaudieron y lo alabaron. Incluso el dios de la guerra. - ¡Feliz eternidad al fuego imperecedero!- Exclamó el anciano. - ¡Feliz eternidad a la hacedora de la lluvia! - Agregó Signalia secándose las lágrimas doradas con un pañuelo escarlata. Y junto con el vitoreo de la multitud el dios y su familia subieron sobre una nube especialmente brillante, y descendieron viendo a lo lejos la silueta de Oilosse abrazando a la llorosa Signalia y al Santo Escriba saludando enérgicamente. Las siluetas del hermano, la hermana, y el viejo amigo. Así comenzó la vida en Gea, ese mundo de tan delicado equilibrio en el que las tierras eran vírgenes y las montañas jóvenes. Ni siquiera habían tenido tiempo los dioses de crear a las bestias y los animales, por lo que el silencio dominante le pareció en un principio sobrecogedor a Xussoreus. Pronto tubo claro que esto solo significaba una cosa, había que poner manos a la obra. Con sus propias manos el dios moldeó las montañas vírgenes (si bien creadas por Signalia) que en el fondo se resistían inquebrantables como el granito a ser manipuladas por los recién llegados. Allí, en las altas montañas del centro del mundo, habitó el primer rey y su familia, hasta que los años señalaron que era hora del nacimiento del reino animal. Un día escucho en sueños el canto secreto de las aves, vio la belleza de los grandes cazadores, y la paz de los apacibles herbívoros; e impulsado por la necesidad de amilanar la soledad de la joven Nassarem, creó para ella las primeras formas de vida nacidas de Gea. Creó así a los pobladores del mar, ya que el agua era el elemento que más
apreciaba luego del fuego salvaje. Y como homenaje a su hermano hizo que habitaran en sus terrenos, llenando el mundo marchito de la dicha y el deseo de vida, palpitante ahora en los corazones. La pequeña Nassarem jugó incontables años en las costas del mundo, con animales que no tenían nombre, y cuyas formas se perdieron en la noche de los tiempos. A medida que la joven crecía en cuerpo y alma, su madre la instruía en el arte secreto de las hierbas sanadoras. Sus virtudes, sus colores, sus aromas, y la infinita amplitud de sus formas maravillaron a la niña, acostumbrada a la dureza estéril de las montañas. Su padre orgulloso como digno rey, enseñó desde joven a la niña el arte viril de la cacería, pues aunque los dioses no necesitaran alimentarse, en Gea debían hacerlo, puesto que sus estómagos se lo recordaban en cuanto se sentían vacíos. Si bien tal como había visto en sueños Xussoreus, los animales que había concebido inundaban de vida las entrañas del mundo (y en ocasiones hasta cantaban y danzaban), aun parecían no equipararse con la majestuosidad de su pensamiento. Tras largos años de meditación, e inconforme con seres tan simples y carentes de lo que Nera llamaba “gracia”, el gran dios decidió darles un don un tanto extraño, el don de la evolución, una capacidad posteriormente fundamental para subsistir y adaptarse. Vanagloriando de ese modo a los primitivos habitantes del océano, que pronto, miles y miles de años, habitaron la tierra y se desarrollaron incluso hasta poblar los aires. Así la soledad desapareció de la mente cálida de la niña, que con la protección de sus nuevos habitantes recorrió los terrenos vírgenes de Gea, sembrando tras ella la magia inalterable del ciclo de la vida. Varios milenios pasaron y la pequeña e inmortal Nassarem se convirtió en la más hermosa mujer que en el mundo hubiese habitado. Tenía los cabellos rubios como el sol del mediodía, los ojos del color de la noche, y los labios exquisitos como una rosa cuyos pétalos recién se abren. Se le dieron diferentes nombres a la hija del gran dios, pero el mas a perdurado de ellos fue Eva, la primera mujer. Tras tantos años en Gea finalmente la mansión del rey estuvo terminada. Con la ayuda de los mismos animales que en otro tiempo solo existían en su mente, Xussoreus construyó su castillo de mil torres blancas que tocaban el Cielo, cada una con mil ventanas grises que miraban al mundo, y mil fuentes que emanaban desde el Infierno fuegos azules, que bailaban felices de ser liberados. Pero Xussoreus se sentía impaciente. Las pocas criaturas que comenzaban a tener un intelecto avanzado parecían nunca alcanzar del todo el entendimiento mutuo con su hija. En comparación con su amada hija, no podía evitar ver a las demás criaturas como simples bestias. En este punto se cometió el primer gran error de todos los tiempos. El gran dios creó un ser a su imagen y semejanza, para que amara y protegiera a su hija igual que él. Este resultó sabio y fuerte, dotado también del don de la vida eterna y la capacidad de amar, pero fácilmente corrompible. Se lo llamó hombre, porque a pesar de ser los dioses hombres y mujeres también, estas formas eran solo algunas de las incontables que podían adquirir, determinadas tan solo por su personalidad, y al contrario de lo que se cree en nuestra era, no fue del hombre que nació la mujer, sino que de la belleza y la “gracia” divina de la mujer se creó el hombre. A este primer ser Xussoreus le dio el nombre de Corporeus (que en el antiguo lenguaje de Armea significaba: “cuerpo imperecedero”). Solo posteriormente se lo llamó Adán, el primer hombre. Recordado a través de los años por su
paciencia y tranquilidad, fue siempre un ejemplo viviente de los primeros años del mundo. Un cálido día de otoño la hermosa Nassarem caminaba por el bosque. Un techo de hojas doradas se interponía entre sus ojos y el Cielo por sobre su cabeza, tornando el ambiente cerrado y espeso, y a la vez cálido y confortable. Su corazón se sentía acongojado, miró hacia el sur; sus pasos aun delataban tras ella su sigiloso andar. Miró hacia el norte, y continuó caminando. Cuando comenzaba a pesarle la soledad, oyó el canto de un ave en la lejanía. Levantó la vista hacia el Cielo amarillo y lo vio. Un exquisito animalillo rojizo con extrañas formas en su pecho negro agitaba sus alas a tal velocidad que parecía tener muchas más que las habituales. Cantaba con tonos simples pero melódicos que denotaban de algún modo una inteligencia excepcional. Comenzó a revolotear alrededor de la joven provocando una fugaz brisa que le desordenó el cabello, y tan rápido como había aparecido, desapareció tras el invisible horizonte. Ella lo siguió, conducida por la melancolía y la esperanza de lo desconocido y maravilloso. No podía verlo, pero escuchaba su canto vivaz. Así se dejó guiar bosque adentro, hasta que se descubrió a si misma brincando y cantando, yendo hacia ningún lugar. Pero justo cuando estaba pensando en volver, la homogénea línea del horizonte se quebró con un fondo azulado. Más adelante un bellísimo lago tenía nacimiento, el único gran lago de ese entonces; el lago Surin. Cuando llegó a su orilla cristalina vio a lo lejos la silueta rojiza del ave que la había guiado. Una suave brisa acariciaba su rostro pálido, haciendo ondear ligeramente su cabello dorado contra su vestido azul. Entonces decidió ir por él. Como una niña que se presta al juego por el simple hecho de jugar, ella se quitó su delicado atuendo y se lanzó desnuda a las aguas cálidas. Lo que nunca hubiese imaginado, era que no era la única persona en el lugar. El en ese entonces joven Corporeus la observaba desde la costa opuesta; él había enviado al exquisito pajarillo a buscarla, y ahora que allí la tenía la observaba fascinado. El, que gracias a las enseñanzas de su creador, el gran dios, conocía como nadie todas las criaturas que eran, no encontraba palabras para describir la belleza, la gracia, la armonía y la delicadeza de aquella mujer. De pronto y para su sorpresa la hermosa Nassarem cesó de jugar con la criatura y se hundió, y los segundos pasaban, y no emergía. Desesperado Corporeus rasgó sus ropajes y se arrojó también al lago. Llegó al lugar donde ella había desaparecido, y también se sumergió. Solo luego de encontrarse bajo el agua ambos emergieron riendo. Ella lo había visto en un descuido, absorto en su visión, y parecía que su truco había resultado. No hubo palabras, solo gestos y miradas, pues eran el uno para el otro. Entonces el primer poder de Nassarem se manifestó; era el terrible poder de la belleza. Adán se enamoró perdidamente de ella, al igual que ella de el. Así, nacidos el uno para el otro, principio de la humanidad, fueron el, ella y el cálido atardecer del mundo de fondo; y un glorioso futuro aguardando la eternidad.
Capítulo 4
Los primeros nacidos
Por cientos de años se amaron Corporeus y Nassarem, sin preocupaciones ni temores, invulnerables al paso del tiempo. Cuando Xussoreus fue consciente
de este fuego que escapaba a su control, se alegró, e insistió en que vivieran todos juntos en el castillo milenario. Pero Adán se opuso. Si habría de ser él, el primer hombre, también habría de ser el primero en procurarle una morada a su familia, sin la intervención de fuerzas divinas. Aprendió rápidamente el oficio de la construcción, y mucho antes de lo esperado dormían en una sólida cabaña de robles verdes bajo la sombra de la montaña. Gracias a poderes que ni la propia portadora del caos comprendía enteramente, el valle yermo y salvaje se tiño de rozas y girasoles. Entonces, uno de esos días en que salían juntos a perderse en la maraña de las flores, Eva se sintió mareada y fue a parar al suelo. Cuando su amado acudió a ayudarla a incorporarse, esta se retorció, sintiendo puntadas en el vientre. Estaba embarazada. No se debe culpar a Adán de no saberlo, puesto que nunca antes había conocido sus síntomas, ni presenciado su desarrollo. Cuando llegó en brazos a la cabaña, Nassarem temblaba de dolor. Apareció Nera, invocada por sus débiles gemidos, como salida de la tierra misma, y unos instantes después surgió Xussoreus como materializado por la fogata que flameaba a pasos de la entrada. Fue un trance difícil y doloroso. Un momento de prolongada tensión. Pero cuando Cassilk estiró sus bracitos por vez primera, todo valió la pena. Hijo del cielo lo llamaron. Corporeus apenas podía creerlo. La imagen de esos abuelos aliviados y esa madre agotada pero sonriente sería evocada muchas veces por la mente del primer hombre en tiempos difíciles. No fueron necesarias palabras para señalar cual sería el nombre del pequeño. Como si desde hacía mucho tiempo el Santo Escriba lo hubiese pensado, y ellos lo hubiesen visto en sueños sin advertirlo. Esta era la primer criatura inmortal nacida en Gea, y sería sin saberlo, también la última en fallecer. - Se parece a ti.- Susurró Nera al entregárselo a su hija, ignorando cuanto más se parecían interiormente. - Mi hijo.- Corporeus, que no había nacido más que de la magia del fuego imperecedero, amo desde ese día a todos los seres. - El hijo del Cielo.- Lo abrazó el rey, paternal. El bebé cesó su llanto y bostezo ampliamente. - Se parece al papá.- Reprochó Eva, y Gea rio. Claro está que no fueron los únicos intrigados por el nacimiento del primer hijo del mundo. Decenas y decenas de mariposas colmaron el techo, ardillas y búhos casi cegaron las ventanas, y zorros y caballos se hicieron notar tras su paso por el florido jardín. El destino quiso que su segundo hijo llegara poco después. Siendo un niño inmortal el tiempo transcurrió con lentitud para el pequeño Cassilk, que apenas sabiendo caminar ya conocía los relieves del mundo. Entre sus primeras palabras, estuvo el nombre de su hermano. En circunstancias muy diferentes a su propio nacimiento lo halló el apremiante suceso, y sin el apoyo de los imperecederos. Caía el anochecer en Gea, cuando Nassarem y su niño aguardaban entre nauseas la llegada de su esposo y padre. Pero la vida llegó antes. Bajo ese atardecer sangriento sin sol, Cassilk, bajo la instrucción de Nera ayudó al parto de su propio hermano. Al borde de la muerte Eva llegó esta vez. Su dolor retumbó en los muros de las montañas, y su eco aún se escucha en la cueva en la que dio a luz. Lo que no hubiesen podido arrebatarle los siglos, casi se lo quitaba un hijo. Pero del dolor surgió la fuerza, y de la magia del recién nacido Cassilk tendría envidia por siempre desde ese instante,
cuando en medio de la agonía surgió como una luz, para bombear sangre nuevamente en las arterias del mundo. Asremon se llamó el niño. Como el poder del caos secreto, lo habría pensado el Santo Escriba, poder que no se advertiría hasta varias eras en el futuro. Finalmente llegó Corporeus, arrastrando consigo una culpa infinita. Milagrosamente, la fertilidad de la hacedora de la lluvia y la magia del recién nacido la habían mantenido viva. Mil nubes bajaron a la tierra para conducirlos al castillo milenario, cuando Xussoreus advirtió su descuido. Por vez primera acudía allí el pequeño Cassilk. - Amor… maldigo al destino por quitarme de tu lado en tan importante episodio.- Lloró Adán. - Ya no importa. Una nueva vida nos recordará siempre lo importante que es estar juntos.- La joven sonrió en su desdicha. - Sabias palabras hija mía.- Sentenció el rey. - Mi propia falta no se opaca, pero la magia en mi nuevo nieto largas centurias será cantada. Y allí, antes de que el mismo pudiera pronunciar palabra alguna, Asremon fue llamado el mago, y en su mente Cassilk se dijo a sí mismo, el maligno, antes de que alguna de las dos palabras tuviera significado, antes de que la envidia tuviese nombre. Por un instante la dicha se había transformado en tragedia, pero de la tragedia había nacido nueva vida. La vorágine del nacimiento los había tomado por sorpresa, pero el poder del Cielo ahora todo asentaría. Días de silencio serían para el mundo, al contrario de los días del nacimiento del primero. Solo el llanto quebraba la espera, como un coro único y melancólico en la gran sinfonía de la vida. En dicha sinfonía el pequeño Cassilk luchaba por ocupan un rol propio. En vano, contra una amenaza inexistente, pero que lo ensombrecía en su joven mente. Ello lo impulsaría toda su vida, y marcaría su más recordada facultad: su inquebrantable determinación. Pero el tiempo sanó esa herida invisible. Mientras el mismo era instruido sobre las artes de la orfebrería, la caza, la lucha, la magia, la fe y muchos otros, a su vez se los transmitía a Asremon, cuyas proezas a su breve edad serían envidiadas incluso en Armea. Fueron ellos los primeros exploradores del nuevo mundo, quienes dieron nombres a los animales y recorrieron bosques y costas buscando aventuras y persiguiendo conocimientos, bajo el ojo siempre vigilante de Xussoreus. Cuenta una de las leyendas de esos años, perdidas en los siglos oscuros, la primera batalla que juntos libraron. En su paso por el bosque, hallaron a un demonio escapado del Infierno, que ya había sembrado allí su destrucción. Los árboles eternos de los alrededores se marchitaban y caían, sacudiendo el sueño bajo su pesa muerto. Sus ramas, que otrora habrían rozado el Cielo, se retorcían envueltas en llamas, agonizando, sofocadas por el humo. Por ello creyó Asremon que luchaban, cuando en realidad, los impulsaba la codicia de Cassilk. En frente del demonio brillaba una gran joya, un topacio hecho del material de las estrellas. Pero intocable, un brazo colosal que blandía un hacha del tamaño de un hombre, y otro atrofiado, sacudiendo un látigo de púas, lo guardaban sobre las filas de dientes y ojos negros. Observaron sus movimientos antes de trazar un plan, y Xussoreus, divertido, les permitió el atrevimiento. Cuando lo vieron devorar, encarnizado y sangriento, los mismos animales que ellos habían nombrado, fue
suficiente. Con una estrategia o sin ella, el fuego que alimentaba su alma arrasó cualquier razonamiento, y los impulsó a intervenir. Lo emboscaron sin meditarlo un instante, demasiado valientes o demasiado inconcientes. - ¡No puedo pelear con el cuerpo a cuerpo! - Maldijo Cassilk. Valiéndose de su magia, Asremon calentó tanto los metales del brutal hacha de la bestia, que este la arrojó por sobre el bosque. Entonces Cassilk trató de cegar sus ojos, que descubriría más tarde, eran incontables. A fuerza de arriesgadas maniobras ensartó un par de flechas en su cráneo. Pero este no pareció advertirlo. - ¡No sirve de nada! - ¡Lo sé! ¡Cuidado! El látigo de púas por poco destrozó al aterrado Asremon, que se camufló entre la maleza tras un roble sangrante que había recibido el impacto. Librado a su suerte, el maligno aprovechó su agilidad para escurrirse por su espalda, trepando entre sus vértebras sobresalientes, su alas atrofiadas, a lo que el demonio se latigueó salvajemente a sí mismo. - ¡Asremon ayuda! Entonces reunió el mago el valor suficiente para lanzar un conjuro que congeló la deforma cabeza, como si la misma peste de su respiración se hubiese helado en sus sesos. Un latigazo errante alcanzó el tobillo del joven que luchaba por montarlo. Una ira exacerbada para su corta edad lo poseyó por unos instantes. Finalmente hundió en su nuca una daga hecha piedra de la montaña, y tanto ella como el cráneo estallaron en cristales. Solo uno cayó intacto. La bestia moriría de pie, y sería enterrado por el bosque, pero el topacio de la batalla duraría por siempre.
Capítulo 5
Los diablos y la luz
El mago curó el tobillo de su hermano, para que al regresar su madre no advirtiera la herida. Pero Xussoreus, que presenció dicha proeza, y muchas otras que vendrían, se sintió complacido. Sus descendientes habían sido los primeros en defender Gea. El flujo de tiempo al que estaba condenado ese mismo mundo siguió su curso inalterable, y los valientes niños se volvieron jóvenes orgullosos. Llegó el día, en su madurez, en que necesitaron el calor de una mujer, y el gran dios en toda su gloria les dio vida. Xaore, la dama del lago y Mecan, la dama del bosque, fueron casi tan hermosas como Nassarem y casi tan sabias como Corporeus. Se unieron con sus esposos por vez primera allí en el sitio donde morarían. Una centuria en la que los hermanos se distanciaron para finalmente asentar propios dominios, hallaron tales sitios marcados por el amor. En un lago similar al del primer encuentro de Corporeus y Nassarem vio Asremon por vez primera a Xaore. De su descendencia surgiría la hibridación de la raza de las sirenas, que reinarían con las eras los más recónditos abismos del océano. En la espesura halló Cassilk a Mecan, envuelta en pétalos y rocío del alba, principio de las ninfas, escondidas en las entrañas del bosque hasta mucho después. Pero de dichas razas olvidadas poco se sabría hasta mucho después. Como reinas fueron ejemplo para los reinos futuros, tan gráciles damas, con ellas perduraría el semblante de gloria del antiguo linaje. Asremon, más sabio y
benévolo, habitaría a orillas de los mares, allí donde las costas rociaban de espuma perlada las playas de oro. Y Cassilk, no menos sabio pero si más decidido, se detendría en los tupidos bosques, bajo la serena penumbra de los robles milenarios. En contra de toda predicción, los seres sin “gracia” finalmente habían alcanzado el cenit de su evolución. Aun ignorando todo su potencial, y alabando a sus reyes como dioses en Gea, fueron seres fuertes e inteligentes, hasta que con su guía y enseñanza alcanzaron la equidad. Los que sentían mayor deleite por el océano calido e interminable se unieron al mago, y los que amaban mayormente a todas las cosas que crecen de la tierra se deslumbraron con la majestuosidad de los bosques del maligno. Adán y Eva habitaron en las altas montañas entre los crecientes reinos, cerca de sus padres, que sobre la Montaña de la Penumbra, en el castillo de las mil torres, permanecieron años incontables sin contacto con otros seres más que los que se hallaban directamente ligados por la sangre. Como desligándose poco a poco de la humanidad. Assram se llamó el país del mago, y Eorn el país del maligno, cada uno tan atado al propio, que si cayera el rey, el reino entero sucumbiría con él. Durante esos años de armonía, cuando la paz impulsaba cada acción de los hombres, una oscura sombra comenzó a cernirse sobre la mente de Cassilk, como una memoria que lo atormentaba. Fue la codicia la que llevó al hijo de Adán a ansiar poder y respeto, más aun del que poseía. No soportaba la idea de compartir su reinado con su hermano menor, y aunque siempre lo hubiese tratado como a un igual la hermandad que otrora los había unido como lazo inquebrantable se había marchitado por la distancia y el tiempo. Aunque siempre creyera subyugarlo, aunque siempre hubiese pensado que era solo un intruso en su reinado absoluto, temía la idea de que Asremon comenzara a ganar más poder que él. La mayoría de los hombres lo consideraba el más apto para ser el representante del gran dios en Gea. Si ello se cumplía, todo por lo que había luchado, y lo que tanto anhelada desde que poseía conciencia, se derrumbaría frente a sus ojos. Poco a poco comenzó a sentir desprecio por todas las criaturas vivientes, incluso por aquellas que el mismo había nombrado. Se enfermó de poder, encerrado en el silencio del bosque. Deseó secretamente gobernarlo todo y derrocar a su propio padre. Cuando la sombra estuvo por eclipsarlo, envió a Assram un mensaje en el que exigía el gobierno absoluto de los reinos civilizados de Gea, a excepción de un pequeño trozo de tierra situado al Noroeste de lo que luego se conocería como Ossirian. En caso de que Asremon se negara la fuerza de la guerra sería inmediatamente aplicada. Predecible e inevitablemente el mago se negó, proponiendo un concilio, y encontrando el deseo de su hermano sumamente irracional. El mensajero que portaba la negación fue quemado vivo en los límites ser del reino del mar… Inconcebible fue en un primer momento entablar una guerra con el reino de su propio hermano, pero como el dios de la guerra a Xussoreus, Cassilk colapsó la tolerancia de Asremon con tan nefasto y provocativo acto. Nassarem y Xaore intentaron por todos los medios de disuadirlo de que no respondiera al golpe, pero en esa época, el honor valía reinos enteros. Solo sería retrazar lo inevitable. En un mundo gobernado por dos reyes, el deseo de dominar provocaría siempre discordia. Nera lloró cada día antes de que la guerra estallara. Fue ella quien lloró el primer lamento, provocando el segundo diluvio. Mientras los ejércitos se alistaban para la batalla, la furia del gran dios
igualmente se desataba bajo la forma de innumerables truenos y relámpagos que surcaban el Cielo, e innumerables tornados y huracanes que arrasaban la tierra. Como una severa advertencia de los daños irreversibles que la guerra causaría, y como recordatorio de que quienes la habían creado Gea, también podían destruirla. En sus vidas inmortales de la hermandad al odio hubo un solo paso. Cegado por las ansias de poder Cassilk cometió el segundo peor error de todos los tiempos. Pactó con los jefes del Infierno la unión de los demonios a su ejército si como botín de guerra, luego de la masacre, este les cedía el dominio de las Montañas de la Penumbra. Consciente de que el objetivo de los demonios era establecer un puesto de avanzada cerca de las puertas del Cielo, el maligno aceptó con total indiferencia, tentando al quiebre del delicado equilibrio de Gea. Por vez primera los diablos mayores lucharían en el nuevo mundo, arrasando la belleza primigenia del nacimiento. Corporeus se sintió profundamente decepcionado. El temido día finalmente llegó. Los ejércitos marcharon desde Assram y Eorn haciendo temblar el suelo. El fragor de los rayos era insoportable, el Cielo se teñía de rojo mientras avanzaban, los demonios emergían desde las entrañas del mundo, halla en el horizonte. Las tropas del maligno superaron con creses las del mago. - ¡Cassilk, hermano en discordia! ¿Aun mantenéis vuestra codicia por sobre la sangre de nuestra gente? - ¡Mientras mayor el sacrificio mayor la gloria! En vos pesaba la decisión de desistir. Pues bien, tus tropas se sacrificarán ahora para mí. - Si vencéis, el tiempo me vengará. De un segundo a otro las espadas chocaron, los escudos cedieron y las flechas volaron. Ese día Gea se transformó en el Infierno mismo, las montañas se derrumbaron, los abismos se abrieron, los volcanes hicieron erupción, y el océano todo se tragó. Signalia hubiese llorado dicha visión, pues la geografía del mundo se alteraría para siempre. Mareas humanas chocaban como tormentas de granizo, con el fragor de mil fuegos azulados. Pronto se reveló el poder de las legiones infernales. Los demonios emergían desde las grietas del inframundo, comandados por los mismos diablos mayores. Terror, el más apocalíptico de ellos, poderoso y mortalmente astuto blandía una espada del color de la sangre que flameaba como el fuego, casi invisible entre las demás que blandían sus numerosos brazos. Desesperación, su más fiel vasallo, casi tan sabio como su maestro e incluso más intrépido, golpeaba con un cetro de hielo, frío como la muerte que había sido forjado y robado del mismo Cielo. Detrás de su padre se encontraba Agonía, hija de Terror, mucho más ágil que la mayoría de los ángeles, hombres y bestias. Solo Flubion, el de pies ligeros, hubiese podido igualarla en destreza. Disparaba flechas envenenadas con su arco de esmeraldas, a la vez bello y letal. Con gran valentía se irguió Asremon frente al remolino de filo y sangre. Desenvainó rápidamente al ver como los hombres del bosque, ayudados por la enervación de los demonios, derrumbaban las filas de sus tropas. Abatió a muchos moradores del inframundo, y a no muchos menos hombres que le hicieron frente. El caos de cuerpos, polvo y guerreros en movimiento era insondable. Sobre una pronunciada colina en el extremo más oriental de lo que más tarde sería Sildar Oeste, Cassilk contemplaba la escena expectante, a la sombra de una aparente invulnerabilidad. Fue entonces cuando Desesperación se topó
con el mago. El cetro y la espada chocaron tantas veces que el maligno no pudo contarlas. A unos cuantos pasos por debajo de el, Agonía descendía furtivamente entre la maleza marchita, tratando de tener a Asremon al alcance de las flechas, según Cassilk interpretaba. En el frente de batalla un grupo de guerreros de Assram intentaba simultáneamente hacer frente a Terror, pero no eran oponentes para quien transforma el valor en miedo con su sola respiración. Sus brazos cual armas tan ágiles que eran a la vez escudos, eran impenetrables. Todavía luchaban Asremon y Desesperación cuando Agonía hizo vibrar un atronador cuerno, que fue respondido por la vociferación de las tropas del Infierno. La sorpresa del maligno fue grande cuando descubrió que Terror comenzó a derribar también a los guerreros del bosque, pero fue aún mayor cuando sintió el dolor punzante de una flecha, justo en su hombro. Cayó de rodillas, y apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando otra flecha le rozó el cuello. Incapaz de levantarse para huir, se arrastró montaña arriba dejando a su paso un delgado hilo de sangre. Sangre divina, del hijo de Adán y Eva. Los demonios lo habían traicionado revelándose en plena batalla, y Agonía casi lo había matado. Por unos instantes las tropas de Eorn no reaccionaron, hasta que se vieron a sí mismos cayendo bajo flechas lanzadas por la espalda. - ¿Qué sucede? - Preguntó Asremon a uno de sus generales. - ¡Los han traicionado! - ¡No abandonen sus posiciones! ¡Disparen a las grietas! Los pocos que comprendieron lo que sucedía huyeron despavoridos para ser masacrados al alejarse del campo de batalla, y el resto, tomado por sorpresa, recibió la envestida. Cuando las fuerzas estaban por abandonar al mago, fuese por los múltiples golpes recibidos y las piernas y brazos congelados, o bien por la visión del destino del hombre pendiendo de un hilo, un gigantesco agujero se abrió en el Cielo rojo. Llovió del cielo una centelleante y repentina cortina de luz, de verdadera luz, esa que es a la vez materia y energía, esa que solo ven los hombres fuertes antes del final. El Cielo se tornó tan blanco y brillante que los mismos hombres se sintieron insignificantes ante él. De un momento a otro las huestes infernales detuvieron su frenético ataque para arrojarse a los oscuros abismos. Agonía, rápida en la traición se lanzó a la carrera hacia el bosque Necron, mientras los otros dos comenzaban una furiosa retirada, maldiciendo de muerte en su atroz lenguaje. La lluvia amaino y algo bajó desde el Cielo hasta suspenderse sobre la colina en la hacía poco Cassilk había sido herido. Por lo que pudo ver Asremon reflejado en su espada, se trataba de un hombre, pero con la altura de tres y un rostro terrible a la vista. Tanto su cabello como su abultada barba eran rubios, y le cubrían el pecho y la espalda, de proporciones titánicas. Alzó las manos hacia el aposento de los dioses pronunciando palabras para el mago bellas, pero carentes de significado alguno. Truenos, rayos y relámpagos chocaron en Gea allí donde un demonio estuviese de pie, invocados por el gigante. Todos se desvanecieron en un caos de lamentos, en pilares de humo negro. Solo los diablos soportaron el castigo divino por unos momentos, por ser sus almas insondables. Terror arrojó su espada hacia un abismo, para luego dejarse caer pesadamente, desvaneciéndose con lo más parecido a una sonrisa dibujándose en su deforme rostro. Desesperación fue
abatido por el mago al intentar continuar luchando a pesar del impacto del rayo. El destino de Agonía fue incierto, pero se creyó, o se quiso creer, que había perecido en su trayecto hacia Eorn. Así finalizo la primer y no última guerra de Gea, con la victoria del hombre en defensa de su dominio en ese mundo de tan delicado equilibrio. La luz llovió por varios días sobre las montañas, a las que los hombres acudieron a sanar sus heridas. Pero las semillas del terror, la desesperación y la agonía se habían plantado en el nuevo mundo, y perdurarían largamente en los hogares de los hombres. Finalizada la batalla, Asremon buscó con urgencia a su hermano. Lo maldijo por haber sembrado el mal en el mundo, pero aun así no deseó su muerte. Lo halló inconsciente no muy lejos de donde lo había herido. Tenía una fiebre devastadora, y la herida no dejaba de sangrar. En brazos llevó el mago a su hermano frente a Xussoreus, su abuelo, para implorarle que lo salvara del veneno de Agonía. - Poder supremo, por tofos los males que nacieron, imploro el perdón de mi sangre. No puedo evitar vuestra ira, ni sepultar la corrupción que pesará sobre nuestros hijos, pero me niego a dejar morir al maligno existiendo redención. - Nobles sentimientos anidan vuestros labios, pero en su corazón se retuerce una igualmente deshonrosa maldad. ¿Qué sentencia menor que la muerte merece quien vendió su alma al Infierno? - El tiempo será su prisión tras los muros de granito. Y yo me aseguraré de ello. He enfrentado de cerca la desesperación, y en mi alma veo que como hijo del cielo, habiendo desatado el mal, para enfrentarlo no habrá nadie como él. ¿Qué sentencia menor que la inmortalidad para pensar su error, merece el primer nacido? Raras veces intervinieron los dioses directamente en la vida de los hombres, esta fue sin duda una de las excepciones. Resultaba incluso imposible para Xussoreus curar una herida producida por las armas de los diablos, ya que forjadas con la sangre de los mismo (menos el cetro robado de Desesperación), estos poseían un odio incalculable. Pero pudo eliminar el veneno y disminuir en gran medida la fiebre, en parte por la sabiduría de Nera, poniendo al maligno fuera del peligro de muerte. Se transformaba así no solo en el primer hombre prisionero de Gea, en los mismos muros que él había levantado, sino en el único hombre que sobrevivió una flecha de Agonía. Quizás el hecho que perturbó mayormente la conciencia de Cassilk fue el abandono de Mecan, que intentando en vano impedir la guerra se había retirado a las montañas. Inmediatamente se dirigió ella al lugar para cuidar de su amado y apoyarlo mientras cumpliese su condena. Se diría con los siglos que se las ingenió para llevar, cada día, un nuevo regalo al maligno, y así disminuir su pesar.
2008
Primera Era Fue al principio de los tiempos cuando nació Nassarem. Exactamente al séptimo día luego de la creación salió del vientre de Nera una niña que poseería poderes capaces de destruir lo que a Xussoreus tanto le había costado crear. Por ese motivo los dioses decidieron criarla en las tierras vírgenes cuando aún los animales no existían y las montañas eran jóvenes, para evitar de esa manera despertar sus terribles poderes. Se la llamó con diferentes nombres, el más conocido de ellos fue Eva, la primera mujer. Como Xussoreus bien sabía que la existencia de Nassarem sería triste y solitaria en un mundo sin vida, decidió crear los primeros animales que habitaron los gigantescos mares (ya que era el agua el elemento que más apreciaba). Nacieron así las primeras formas de vida. Inconforme con seres tan simples y sin lo que Nera llamaba ‘gracia’, decidió darles un don un tanto extraño; el don de la evolución. Habitaron la tierra y se desarrollaron hasta poblar los aires. Pasaron los milenios y la pequeña e inmortal Nassarem se convirtió en la más hermosa mujer que en la tierra haya habitado, tenía los cabellos rubios como el sol de mediodía, los ojos del color de la noche y los labios exquisitos como la fragancia de la flor más bella. Pero Xussoreus se sentía impaciente, las pocas criaturas que poseían un intelecto ‘creativo’ parecían nunca alcanzar la sabiduría de su hija. En este punto se cometió el primer error de todos los tiempos. El dios creo un ser similar a su hija para que la amara y protegiera igual que él. Pero este resultó ser fácilmente corrompible, sabio y fuerte pero carente de toda magia. Se lo llamo hombre y al contrario de lo que se cree en nuestra era, no fue de la figura del hombre que nació la mujer, sino que de la belleza y la gracia de la mujer se creó el hombre. A este primer individuo Xussoreus le dio el nombre de Corporeus y posteriormente se lo llamó Adán, el primer hombre. No mucho después el primer poder de Nassarem se manifestó, era el poder de la belleza. Adán se enamoró perdidamente y juntos tuvieron dos hijos, los hijos de Adán, Asremon y Cassilk. El dios se sintió complacido y dio vida a las esposas de estos, Xaore y Mecan, que fueron hermosas como Nassarem y sabias como Corporeus. Luego de largos años de paz una oscura sombra se cernió sobre la mente de Cassilk, fue la codicia la que llevó al hijo de Adán a ansiar poder y reconocimiento. Comenzó a sentir desprecio por todas las criaturas vivientes, incluso por su hermano, deseó secretamente gobernarlo todo y derrocar a su padre. Durante estos años Asremon habitó a orillas de los mares y Cassilk los tupidos bosques. Los seres sin ‘gracia’ finalmente habían alcanzado el cenit de su evolución, y ahora eran seres fuertes e inteligentes por lo que pronto los que sentían mayor deleite por el mar interminable se unieron a Asremon, y los que amaban a todas las cosas que crecen de la tierra se deslumbraron con la majestuosidad de los árboles en los terrenos de Cassilk.
Assram se llamó el país del mago y Eorn el país del maligno. Corporeus y Nassarem habitaron en las altas montañas entre los crecientes reinos, cerca de sus padres, que ahora habitaban el cielo y rara vez descendían. Mientras la enemistad entre los hermanos crecía, también la furia de Xussoreus se desataba, y hubo innumerables tornados y huracanes e innumerables truenos y relámpagos surcaron el cielo. Nera lloró todos los largos días antes de que la batalla estallara. Fue ella quien lloró el primer lamento y provocó la primera lluvia. La guerra se desató, el cielo se volvió negro, el suelo se tiño de rojo, los escudos cedieron, las flechas volaron por el cielo, las espadas chocaron y los animales rugieron. Miles de hombres y animales lucharon en esa batalla y muchos murieron y se reunieron con Xussoreus en el Cielo: algunos dicen que descenderán al final de los tiempos. Asremon y Cassilk se enfrentaron en combate, fue Asremon quien venció ya que contaba con la bendición de su madre. El maligno fue tomado prisionero, Mecan intentando impedir la guerra se había retirado a las montañas en busca de consejo, y fue el abandono de su propia dama lo que más hirió a Cassilk y acrecentó su odio. Todos los sobrevivientes del bando del bosque se unieron a Asremon y le agradecieron eternamente el haberles perdonado la vida. Xussoreus descendió a la tierra y creó a cientos de hombres y mujeres que puso al servicio del mago para que su reino creciera y se expandiera en eterna paz y prosperidad, seis reyes fueron llamados los hijos del Sol: Irion e Irian que eran mellizos, Milian, Leosil, Urfiniel y Arator. Y explicó que era la última vez que descendería porque consideraba que todo lo que tenía que hacer estaba hecho. Le pidió a Asremon que siempre buscara el perdón en el cielo y que siempre utilizara sus poderes solo contra aquellos que amenazaran a su gente y nunca en provecho de sí mismo. Así fue como el gran creador abandonó la tierra y se alzó en el cielo como un majestuoso espíritu de fuego, noble y cálido cuando se lo respeta aunque terrible cuando se lo provoca. Compartiendo el alma con la tierra se transformó en el Sol. Nera lo siguió, pero ella se mantuvo más cerca de la tierra porque la amaba más que nadie y porque deseaba poder interponerse cuando el espíritu de Xussoreus ardiera demasiado. Iluminando por las noches junto con los grandes héroes que subían al cielo resplandeciendo como estrellas y guiando hacia el camino del sueño se transformó en la Luna.
Segunda Era Muchos siglos transcurrieron y los sucesos de la primera era de la tierra se transformaron en leyendas. La siempre joven Nassarem habitó junto con su esposo en Eorn, la tierra de su hijo mayor. Fueron cinco los hijos de Asremon: Bermil el maestro cazador, Flubion de pies ligeros, Xeron el primer navegante y Megail y Larail que eran gemelas e iguales en belleza y valentía. Antes de ser alcanzado por la sombra Cassilk también había tenido hijos de su sangre: Teodon el primer jinete, Galus el maestro del hacha, Oktar el despiadado y Tifania la más hermosa mujer en la tierra luego
de Nassarem, con cabellos negros como la sombra, ojos del color del mar y labios parecidos al fuego. Fue en uno de esos largos años de paz cuando la tranquilidad parecía inquebrantable y el universo estaba en armonía cuando Eva profetizó terribles desastres futuros. Pronto las gentes del bosque y del mar estuvieron a su alrededor, y ella anunció que oscuros años se avecinaban, y que nuevamente abría guerras y enfrentamientos. Pero lo que no les contó fue que ella aparecía en la visión y era ella quien los dominaba a todos, omitiéndolo porque la duda la devoraba. Si se los decía probablemente la tendrían vigilada y quien sabe (se decía a si misma) si no la encarcelarían. Sin darse cuenta algo más oscuro que la desconfianza maquinaba ahora en su corazón. Si las visiones llegaran a ser ciertas ella sería una vez más la señora absoluta del mundo como lo había sido antes de que Xussoreus ascendiera y los reinos se separaran y tuvieran reyes propios. El segundo poder de Nassarem se manifestó; era el orgullo, pero un orgullo demasiado grande muchas veces alberga ansias de poder y como a su hijo la codicia la venció. Secretamente persuadió a su gente para comenzar la fabricación de espadas, escudos y flechas que en ese entonces solo se utilizaban para la cacería. Poco a poco desató un poderoso hechizo que le permitiría tomar el control incondicional de todos los que estuvieran a su servicio. Su corazón que en antaño había poseído la misma calidez y luminosidad que el Sol, ahora se marchitaba lentamente sumido en la duda. Mediante su encanto y su malicia llego a convencer al mismo Corporeus de intentar volver al poder aunque hubiese que arrasar el país de Asremon, su propio hijo. Muchas criaturas creó la hija del poder en esos días, pero ninguna fue deforme o salvaje, todas las criaturas que concibió fueron hermosas, pero llenas de una malicia que dominaba aún los corazones más puros. Entre sus más destacadas creaciones se encontraban las terribles arpías y las oscuras sirenas de las profundidades. Asremon nada sabía de la ‘transformación’ de su madre, y su gente no sospechaba el terrible mal que estaba a punto de caer sobre ellos. Estaban prácticamente desprovistos de armas y había muy pocos hombres capaces de manejarlas. Durante los últimos meses habían sido asolados por una lluvia torrencial, pero nadie sabía realmente lo que significaba. Cuando la lluvia terminó, Bermil el hijo del mago, realizó una gran fiesta en honor a su joven esposa Milian. La música llenó el aire y Larail, Megail y Milian bailaron frente al majestuoso castillo de Assram. De pronto, fue como si la luna y las estrellas se hubieran apagado, el fuego que hacía unos segundos ardía con fuerza había desaparecido. Una terrible oscuridad cayó sobre todos los allí reunidos, pero no era la simple oscuridad que se atribuye a la falta de luz, era una oscuridad siniestra y sofocante, hacía olvidar haber visto alguna vez la luz, inspiraba temor y preocupación. Unos instantes luego se oyó un grito, era Milian. Esto ocasionó la locura y el temor de Bermil. Corrió a través del velo de sombras que todo lo cubría hacia el origen del sonido, y al notar que se alejaba, su hermano Flubion lo siguió
temiendo por su seguridad, juntos llegaron hasta una sombría colina. Apenas se detuvo sintió una terrible punzada en el corazón y calló de rodillas. Lo siguiente que escuchó fue el sonido del metal contra el metal, seguido de una prolongada y maligna risa que le heló la sangre, conocía esa risa. Flubion lo ayudó a incorporarse, y tan pronto como estuvo erguido, un colosal rayo cayó a su lado. La oscuridad comenzó a ceder y un gran hoyo se abrió donde antes había estado el cielo. Pronto la Luna volvió a aparecer y las estrellas brillaron, sin duda había sido obra de Xussoreus, pero a Bermil eso era lo que menos le importaba, Nassarem había raptado a Milian y liberado a Cassilk. Fue tal la furia y la cólera de Bermil que tardó unos segundos en notar el maravilloso suceso que se había dado ante sus ojos. Justo donde el rayo había tocado la tierra ahora había una larga espada. La esplendida hoja plateada centelleaba con reflejos azules bajo la luna nueva. El mango era negro como el carbón y en el centro brillaba un pequeño rubí. Cuando la tomó se dio cuenta de que era ligera como una pluma. La blandió contra un árbol cercano y para su sorpresa este se derrumbó con facilidad. Narcilion la llamó, y sin esperar ni un segundo más se lanzó a la carrera hacia el castillo, el poder había hablado. Hubo una gran reunión a la que todos los grandes guerreros acudieron. Se decidió que Bermil, Flubion, Leosil y Galus partieran en cuanto saliera el sol. Viajarían ligeros y seguirían las huellas. Para sorpresa de todos descubrieron que la hija del poder no había dejado rastro y que únicamente estaban las marcas de los desesperados pies de Cassilk, que luego desaparecían. Asremon les aconsejo que se dirigieran a Eorn y que si era posible capturaran a la bruja viva. Pronto el camino de los cazadores estuvo trazado y partieron a grandes zancadas. Ni bien abandonaron Assram, Xeron preparo una flota marina para atacar Ossirion, el país maligno que protegía la frontera de Eorn, y permitir a sus hermanos infiltrarse fácilmente en sus tierras, pero nunca lo consiguió. La tripulación se encontró con las sirenas a medio camino y en pleno mar, embelezados desembarcaron a orillas de islas que ningún otro hombre había encontrado. Fueron bien recibidos por las señoras del mar y se transformaron en los primeros hombres que habitaron el agua. El navegante se enamoró de Kamelon, una hermosa princesa sirena y juntos tuvieron a Kair, el fundador de la Atlántida. Siempre se creyó que habían naufragado y se los tomó a todos por muertos, hasta que emergieron de la ciudad escondida en la tercer era. Nacía así la raza de las sirenas de la luz y la última defensa en tiempos oscuros. En consecuencia del mal desencadenado por la bruja la desconfianza creció entre los reinos que ahora estaban divididos en tres grandes potencias: Por un lado estaban los hijos del Sol que se separaron de Assram. Irion y Celian reinaban Sildar Este, e Irian y Fargon dominaban Sildar Oeste; junto a Teodon y Urfiniel de Nuria eran las potencias neutrales. Eorn, ahora dominado por Nassarem, Cassilk y Arator el traidor, junto con Oktar de Ossirion formaban la potencia dominante. Y Asremon, Xaore y Mecan (que se volvieron como hermanas) y las hijas del mago, Larail y Megail tuvieron en sus manos el destino de Assram. Fue un terrible error permitir la partida de sus hijos, nunca se supo si era parte del plan de la hija del poder, pero fue el peor error luego de
la impaciencia de Xussoreus. Eorn quedó muy vulnerable y atado a la suerte de los reinos neutrales, el mago se dio cuenta de ello demasiado tarde, y peleando junto a sus hijas pagó el error con su vida. Partieron entonces los cazadores desde las orillas del lago Surin hacia los límites de Assram. Cruzaron las vastas planicies llenas del aroma de la primavera, pero esto no disminuyó la ira en el corazón de Bermil, que no se detuvo, sino que aceleró el paso incitando a sus compañeros a seguirlo. Pronto el terreno comenzó a ascender y la maleza cubrió el suelo. Siguieron subiendo hasta que el Sol se escondió en el oeste. Se vieron obligados a detenerse porque hasta el inquebrantable Flubion pie ligero necesitaba descanso. Mientras los demás dormían Bermil soñaba intranquilo, veía oscuras sombras con forma de hombres armados que luchaban y escuchaba tambores siniestros y profundos. Notó entonces que varios hombres se acercaban al campo de batalla, el sueño cambiaba, y él era uno de los hombres que luchaba. Lanzaba rayos de las manos, a su paso sembraba fuego y el rugido del viento embravecido lo cubría todo. Justo cuando había tomado una espada y se acercaba a un hombre malherido a sus pies el sueño se desvaneció, y sintió una terrible punzada en el corazón. El sol comenzó a salir cuando Bermil despertó, lo único que recordaba era el sonido de los tambores y el choque de las espadas. Se quedó quieto unos segundos asimilando que lo que había visto era un sueño, y que no se había desatado una batalla alrededor del campamento. Despertó a los demás y decidieron partir luego del precario desayuno. Partieron rápidamente y con paso decidido, pero dentro de Bermil además de la ira pesaba el temor. Siguieron el río Taron hasta que la ascensión concluyó y ante ellos se extendió una larga meseta. No tardaron mucho en divisar una majestuosa ciudad en la lejanía, se acercaban a Nuria y ninguno sabía que les esperaba realmente allí. Llegaron a la misteriosa ciudadela cuando el sol marcaba el mediodía. Se hallaban frente a las gigantescas puertas plateadas cuando oyeron el frenético pisar de varios hombres a sus espaldas. Parecían estar huyendo de algo terrible porque en sus caras demacradas se reflejaba el terror de la persecución, y la locura de la matanza. Sin dar cuenta de los viajeros los hombres corrieron hacia las puertas que se abrieron de inmediato. De pronto se oyó un silbido agudo proveniente de donde habían salido los hombres, que hizo que la mayoría de estos trastabillaran torpemente. En segundos tres flechas cortaron el aire, una proveniente de un árbol alejado que se dirigió a Galus pero fue desviada por el pequeño escudo de Bermil, otra dirigida de un árbol cercano al anterior que dio de lleno en la pierna derecha de Flubion, y la última la disparó Leosil hacia la copa del primer árbol. Se oyó otro agudo silbido y algo cayó al suelo con un ruido seco. Galus tomó al herido y juntos se dirigieron a toda velocidad hacia la puerta mientras Leosil disparaba sin piedad, y Bemil sacaba su arco. Mientras corrían los silbidos se multiplicaban .Una flecha rasgo la espalda del maestro del hacha, quien soltó un furioso quejido, pero no se detuvo. Leosil disparó varias veces más y le dio a lo que fuera que hubiese en el segundo árbol, pero era en vano intentar defenderse, estaban rodeados y las flechas salían disparadas hacia ellos con una velocidad
inusitada. Cuando comenzaban a ceder hacia la puerta Bermil disparó dos flechas juntas, una se clavó en el tronco y la otra se encontró con un brazo negro extendido con la palma hacia el frente, que salía de entre las hojas. La flecha se detuvo vibrante frente al diabólico brazo y luego de unos segundos se desintegró en cenizas. Leosil empujó al estupefacto Bermil y juntos corrieron tras los heridos. Cuando estaba por pasar la puerta una flecha rozó el cuello de maestro cazador pasándole a centímetros de la nuca. Apenas se cerró oyeron gritos embravecidos de hombres que se dirigían a la batalla y como respuesta los agudos silbidos de las diabólicas criaturas. Cientos de hombres a caballo con relucientes armaduras y arcos plateados pasaron por la puerta haciendo temblar el suelo bajo los cascos. Sin pensarlo Bermil se dirigió al centro de la ciudad, necesitaba encontrar a Teodon y temía por la herida de su hermano. Corrió como una bestia perseguida de cerca y comprendió el terror que habían pasado los hombres. No tuvo que correr mucho ya que el rey se dirigía hacia él, otro batallón de bravos guerreros se dirigía en ese momento a la puerta y al frente de él iba Teodon, el primer jinete. Teodon dio una rápida bienvenida a Galus, su hermano, y aconsejó que se llevara a los heridos al castillo y que si era posible ayudaran en la defensa del muro que dividía Nuria de las tierras salvajes. Así se hizo pues Flubion y Galus fueron llevados al castillo y Bermil y Leosil subieron a las torres. Ese día la infranqueable puerta plateada de Nuria se tiño de sangre. Lo que sea que estuviese camuflado en los árboles disparaba tan rápido que era difícil saber hacia dónde se dirigían las flechas hasta que daban en el blanco. Pronto las tropas del rey disminuyeron y los demonios se multiplicaron, parecía que el olor a muerte los incitaba a seguir luchando brutalmente, aunque ya no hubiese enemigos. Un disparo tras otro Bermil le rugía a la muerte poseído por el deseo de la batalla, no tardó mucho en darse cuenta de que eso le gustaba. Disparaba a los demonios con una agilidad increíble, se regocijaba cada vez que uno caía y no tenía piedad alguna con los que yacían heridos en el suelo. Alocado por el deseo de victoria bajó de la torre seguido por el inseguro pero leal Leosil. Pasó la puerta y se encontró de frente con la masacre, los hombres parecían descarriados, torpes y ciegos frente a la amenaza que se cernía sobre ellos. Corrió hacia donde estaba el rey desenvainando su espada, Narcilion centelleó malignamente mientras se hundía en el costado de un demonio. Por primera vez pudo verlos de cerca, eran figuras altas, con negras cabezas de cuervo, brazos largos que finalizaban en garras del tamaño de dagas y una piel roja y negra que se asimilaba a la del tigre. Pero lo que más llamó la atención de Bermil fueron sus ojos, pequeños e inexpresivos ojos purpúreos que se mantenían fijos en todo momento. Kritores se llamaban esas criaturas, esqueléticas bestias con una fuerza sobrehumana. La locura de Bermil llamó la atención de los Kritores que lo rodearon junto con el rey y Leosil, y comenzaron un ataque desenfrenado. Las flechas les pasaban muy cerca y el rey ya había sido herido en el brazo de la espada, incluso algunas flechas que no daban en el blanco daban en los Kritores que los rodeaban, pero no parecía importarles matar a sus propios
compañeros, ya que disparaban de nuevo sin inmutarse. El fin estaba cerca, eran los únicos del bando de los hombres que no habían subido a los aposentos de Xussoreus. De pronto la puerta se abrió de par en par y Galus embistió a los desprevenidos demonios seguido por varios caballeros, siendo la última defensa. Arrasaron con todos los Kritores que rodeaban al rey y pelearon con ferocidad. En medio de la batalla un jinete desmontó con agilidad y sostuvo en alto un cetro con un zafiro, parecido al rubí de Narcilion. Un intenso haz de luz azul cayó sobre todo el campo de batalla. Pareció que el tiempo se había detenido, nunca se supo si fue la imaginación de Bermil, pero pareció que todo se congelaba, los colores del mundo habían desaparecido a excepción de la luz azul, no se oía ningún sonido, parecía que todos se habían transformado en piedra. Esta sensación duro pocos segundos. Lo primero que escuchó cuando reaccionó fue el silbido desgarrador de los Kritores, que se retorcían en el suelo como si los estuvieran atravesando lentamente con lanzas invisibles. Los que estaban más alejados de la luz comenzaron a arrastrarse en la dirección contraria, pero los que agonizaban fueron rápidamente asesinados por los caballeros que los contemplaban con una mezcla de rabia y lastima. Habían vencido gracias al misterioso jinete. Cuando todos los Kritores hubieron sido asesinados el guerrero se acercó al rey con paso glorioso. Se quitó el casco, y ante la sorpresa de todos se hallaron frente a una mujer, la tercer mujer más bella de la tierra, Urfiniel, Reina de Nuria con cabellos del color de la corteza joven, ojos verdes, dulces, pero decididos, y labios delgados pero capases de gobernar con palabras firmes. Teodon la abrasó desconcertado pero alegre. Se habría enojado con la reina por no haberse quedado en el castillo si no hubiese sido porque apareció con el cetro en un momento tan oportuno. Se les permitió quedarse un la ciudadela fronteriza de Nuria hasta que sanaran y recuperaran fuerzas. El rey los coronó caballeros de Nuria y fueron atendidos y alabados como héroes. El maestro cazador fue llevado al castillo donde fue tratado con honores, luego de asearse y cenar en la mesa del rey, Bermil se sumergió en un profundo sueño. Estaba terriblemente agotado, y temía dormir luego del terrible sueño que había tenido la última vez, pero no fue oponente para el cansancio. Soñó con Milian, fue un sueño armonioso y tranquilo, donde se veía a si mismo contemplando el baile de su joven esposa y deleitándose
con el aroma de la primavera. Veía como unos pequeños corrían por la pradera y como Flubion acariciaba el hocico de un hermoso corcel blanco bajo un magnifico árbol. De pronto el sueño se apagó, una sofocante oscuridad lo cubrió por unos segundos antes de que se despertara bruscamente sacudido por Galus, este le dijo que hacía varios minutos estaba gritando a todo pulmón ‘sangre’. Para su horror Bermil descubrió que tenía una profunda herida en el cuello, Narcilion reposaba sobre su pecho a centímetros de la herida, su delgada hoja estaba manchada con sangre. Su primera reacción fue la de alejarse de Galus, su corazón se ensombreció pronto al pensar que uno de sus compañeros podía haber intentado matarlo. Empuño a Narcilion y cuando se disponía a gritarle a Galus palabras de odio y desprecio la puerta se abrió. Pasó por ella Urfiniel ya sin la armadura, llevaba un largo vestido azulado y en sus ojos se reflejaba un sincero desconcierto. Tras ella Teodon, Leosil y Flubion entraron a la gran habitación. Sin saber por qué Bermil se sintió repentinamente rodeado, como si los que lo miraban con rostros preocupados fueran enemigos esperando a que se distrajera para atacarlo por la espalda. Miró a la reina y vio tanta sabiduría, tanta belleza, tanta pureza que se sintió intimidado. De pronto una voz fría, siniestra y atronadora le gritó que la matara. Como si hubiese estado esperando esa orden embistió contra Urfiniel con la espada en alto. Cuando se hallaba a no más de un metro de ella el tiempo se congeló. Nuevamente había levantado el cetro del zafiro. Con una fuerza terrible fue despedido hacia atrás y chocó contra una pequeña mesa. Cuando recuperó la conciencia ya era el mediodía. Se tocó el cuello y notó que tenía una especie de ungüento de color ambarino. Se incorporó y se dio cuenta de que estaba aún más dolorido que después de la batalla. Unos minutos más tarde entró Flubion con el rostro sombrío. Inmediatamente le explicó que la espada lo había poseído, Narcilion le había cortado el cuello para que este dudase. Gracias a alguna poderosa magia que les era desconocida la espada había controlado totalmente a Bermil por el lapso de unos minutos. Si Urfinel no hubiese utilizado su cetro para contrarrestar el poder del rubí probablemente el control hubiese sido permanente. También le explicó que el rubí incrustado en la espada tenía grandiosos poderes ofensivos, pero para utilizarlos había que poder controlar los sentimientos a la perfección. El zafiro por su parte era todo lo opuesto, únicamente servía para la defensa y para utilizarlo había que saber manifestar los sentimientos a la perfección. El dolorido Bermil se quejó del ungüento ya que comenzaba a arderle endemoniadamente, pero Flubion se limitó a decir que las heridas que provocaba Narcilion nunca sanaban y que esa era la única forma de recuperarse. Bermil nunca contó que Narcilion le había hablado, y como al parecer nadie se había percatado de eso decidió mantenerlo en secreto. La guerra entre Nuria y los Kritores de Ossirion había comenzado. Muy al sur en los confines del bosque Necron, Nassarem reclutaba tropas sin descanso. Sirenas, Kritores, Arpías y hombres armados con escudos de oro negro y sables del color de la joya de Narcilion se hallaban bajo su dominio. Cegados por las ansias de guerra quedaron rápidamente dominados por el hechizo de la
bruja. Se transformaron en marionetas, cuerpos sin sentimientos que pelearían aunque la victoria fuese imposible. Fue Corporeus el único que resistió el hechizo y comprendió el despiadado ideal de su amada. Intentando convencerla de que se retractara y pidiera el perdón a su padre fue encarcelado junto con la desdichada Milian en la Torre de las Almas, que se erguía en el medio del bosque. Los cuernos sonaron y todo el ejército marchó con paso decidido hacia el norte comandado por la hija del poder. La belleza de su rostro estaba desapareciendo. Tanto su cabello como su piel que en antaño habían poseído el esplendor de la juventud imperecedera ahora eran blancos como la nieve. Su mirada cálida y maternal se había tornado fría y despiadada. Atravesaron el Pantano Gris y se dirigieron a Sildar Este, la guerra estaba próxima.
2006
Capítulo II:
Invocadores Capítulo 1
Corazón de fuego
De pronto sintió como si sus manos estuviesen prendidas fuego, cerró los ojos y apretó los dientes para no dejar escapar un alarido que lo delatara. Luego de unos segundos cesó, había logrado su primera invocación. Un pequeño ser de unos dos pies de alto lo miraba con sus grandes ojos amarillos. - Indigo la verdad debo felicitarte. Dijo un anciano de rostro complacido y túnica extravagante, sentado en un pequeño tronco contra la pared de la cabaña. - Has convocado a tu primer elemental de fuego. El anciano no mentía, de imprevisto la robusta criaturita de obsidiana comenzó a arder, con llamas en todo su cuerpo. Su invocador era un joven aprendiz, de no más de dieciséis años, vestido con la misma túnica que su maestro. La diferencia radicaba en que en la suya las múltiples escrituras en idiomas ancestrales eran rojas, y apenas perceptibles en el fondo negro, al contrario del dorado y azul del anciano. - ¡Al fin te he podido llamar amiguito! Y se sentó cansado en el pasto húmedo y verde. - ¿Serías tan amable de encender el fuego para la cena del abuelo? El elemental chispeo en respuesta, y con una gran llamarada incendio todo en un radio de varios metros. - Oh cielos…- Replicó el mago anciano.- Al parecer tiene bastante energía. A modo de precaución Indigo había mantenido cierta distancia de su elemental, cosa que le había evitado una buena quemadura. Levantándose ágilmente de su asiento el maestro mago elevó sus manos al cielo, pronunció unas cuantas palabras en el lenguaje de los invocadores e hizo que un colosal elemental de agua apagara el principio de incendio. Luego se dirigió al joven, que se había arrastrado unos metros hacia atrás justo antes de que se le chamuscaran las pestañas, y que ahora yacía consternado boca arriba en el piso. - Demonios, mi primer elemental y no estoy listo para darle órdenes. El anciano lo ayudó a levantarse. - No es necesario que te precipites a llamar más demonios, ni que te apresures a ordenarles. Dijo con una sonrisa. - Solo la práctica hace la perfección. – Y señaló al espíritu de agua antes de que se desvaneciera, era una titánica maza azul y nebulosa que medía más de nueve pies e irradiaba un brillo enceguecedor. - Pero ahora tendré que esperar hasta la noche de mañana para volver a intentarlo, ni siquiera soy capaz de convocar durante el día. - Es cierto que las estrellas favorecen el poder de invocación, pero míralo desde este punto, sin fuego tu madre tendrá que invitarte a cenar. Ambos sonrieron mientras se dirigían al pueblo, la práctica había terminado.
A paso vivo atravesaron las colinas entre los huertos y jardines empujados por un viento frío que azotaba sus espaldas desde el norte. Llegaron justo cuando la madre de Indigo encendía la amplia chimenea. - Hola cariño. Hola abuelo. - Exclamó con un dejo de exasperación. – Pasen o se agarraran un resfriado. - Que tal Violeta, siento aparecerme sin aviso, pero tu hijo me ha invitado a cenar, ocasión que no podía rehusar. Ya hacía mucho tiempo que al tratar de ayudar con la chimenea el abuelo había incendiado gran parte de la casa, pero parecía que Violeta aún lo recordaba muy bien. - Está bien, ya que más da, solo espero que el estofado alcance. - Si quieres puedo ayudarte a… - ¡No! ¡Gracias! – Dijo ella intentado recobrar la cordura. – Yo puedo sola, por favor solo tome asiento y no rompa nada. – Y se dirigió como una tormenta hacia la cocina. - Bueno al parecer hay personas que nunca olvidan. – Dijo sonriente mientras se sentaba en el sillón junto al fuego. Justo cuando Indigo tomaba asiento frente al anciano, alguien bajaba las escaleras atropelladamente. - ¡Hola abuelo! Era la hermanita del aprendiz, una chiquilla avispada de unos seis o siete años, con grandes ojos verdes tras su brillante pelo castaño. - ¡Hola Lavanda! Dijo el mago aún más feliz. - Donde han estado abuelito, creí que nunca vendrían. - Por aquí y por allá, ¿sabías que tu hermano invocó su primer elemental? - ¿De verdad? - Si, quizás él quiera contártelo. - Vamos Indigo dime, ¿qué se siente? Indigo no respondió. - ¿Indigo? Lo llamó el anciano. Desde que había entrado en la casa no había pronunciado palabra, y ahora contemplaba el fuego crepitante totalmente absorto en sus pensamientos. - ¿Indigo? – Volvió a llamar el anciano ya un poco alarmado. - Oh perdón. – Dijo el muchacho despabilándose. - ¿En qué pensabas? - En muchas cosas, en gran parte sobre la invocación. ¿Cómo puede ser que en los tres años que llevo practicando y dando todo de mí, no pueda ni controlar a una criatura que me llega a las rodillas? - No es justo que midas a las criaturas por su dificultad de invocación, ni mucho menos por su altura. – Dijo el anciano mago adquiriendo un tono más severo, para luego agregar: - Has de saber a esta altura que el camino de la magia es difícil, ¡oh sí! muy difícil, y sinuoso. Por ello no esperes sobrepasar tus propios límites si no eres capaz de controlarlos, y menos si esperas que en solo tres años domines magia alguna, por más superflua que sea su dificultad. - ¿Qué puedo hacer entonces para acelerar mi paso en el camino de la magia? - si ese es tu deseo, así será, a partir de mañana comenzaras a practicar la invocación diurna. Comenzaremos en las entrañas del Bosque Rojo, aunque sea más peligroso la magia fluye por allí con más fuerza. Debo recordarte que no se lo menciones a tu madre, todavía ignora que no corres ningún peligro estando yo cerca.
Violeta transpuso la puerta de la cocina. - Bueno, parece que el estofado está a punto. – Dijo limpiándose con su delantal de cuadros azules y blancos. - Lavanda, querida, ¿me ayudarías a poner la mesa? - ¡Claro má! – Saltó del regazo de su abuelo para ir brincando a ayudar. Todos tomaron asiento y cenaron el silencio, a excepción de un: - Querida usa la servilleta. – Y un: - Cuidado tesoro con el tenedor, que le vas a sacar un ojo a alguien. El anciano intentó romper el incómodo silencio: - Cuéntame Violeta ¿Cómo andan las cosechas últimamente? - De mal en peor, respondió casi instantáneamente la madre, y agregó: - Este año el invierno ha llegado antes, y sinceramente creo que cada vez hace más frío. Para colmo este verano alguien no tuvo mejor idea que practicar su querida invocación de fuego cerca del granero. Miró por el rabillo del ojo a un Indigo que se hacía el distraído. - Bueno, debes tener en cuenta que eso suele ocurrir. – Viendo que su nuera se inflaba de consternación cambió rápidamente de tema. - ¿Y tú que has estado haciendo mi querida Lavanda? - Yo también practique la magia de invocación abuelo. El mago rio con ganas antes de preguntar: - ¿Y que ha practicado mi dulce nieta si puedo saberlo? La niña bajo de la silla de un salto, se paró a un lado, puso cara de concentración absoluta y simplemente aplaudió. - Esto. - Dijo tímidamente, señalando con ambas manos hacia su derecha. Bajo una pequeña humareda de un celeste grisáceo hizo su aparición un pequeño duende; una duende, para ser más exacto, vestida con un largo y andrajoso vestido rosa, que media apenas un poco menos que la niña. Sus grandes ojos, también verdes, contrastaban excesivamente con sus larga orejas de murciélago, y denotaban un sincero desconcierto al ser arrancados de su realidad. Corriéndose el flequillo gris que disminuía su visión, miró a su alrededor. Vio a su ama, y la tomó de la mano, como una niñita que busca seguridad aforrándose a la mano de su madre. Frente a ella vio al anciano mago e hizo una profunda reverencia, mientras este último reía con orgullo. - Debo admitir que ha sido una invocación verdaderamente impecable, ¿hace cuánto tiempo te diste cuenta de que podías llamar a esta criatura, mi corazón? - Hace como un mes, su nombre es Lila y nos ayuda todas las mañanas a buscar leña en el prado. Indigo no se perdió el detalle de que para ayudarlas todas las mañanas, la criatura debía ser convocada en pleno amanecer, el lapso del día en que la magia fluía más débil. - Increíble.- Dijo débilmente cuando su boca, que en señal de asombro había enmudecido al aparecer la duende, pudo articular claramente. - Si, realmente sorprendente.- Resaltó el abuelo. - Lavanda querida, déjame darte dos consejos. La duende desapareció tan repentinamente como había aparecido y la niña corrió a sentarse sobre la falda de su abuelo. - Si, dime abuelito. - Primero que nada debes ser consciente de que la invocación no es un juego, debes estar siempre concentrada y alerta cuando realizas esta disciplina, ya
que solo un leve descuido puede hacer que convoques algo que no puedas controlar, y eso puede terminar en una… (Notó que Violeta lo miraba con el rostro severo y a la vez preocupado) molestia para el pueblo. Y segundo, aunque la invocación de hace unos momentos haya sido excepcional, nunca debes exigir más de lo necesario tus poderes, ya que la arrogancia es la peor enemiga del invocador. Luego de la advertencia, y el enérgico asentimiento de la pequeña, maestro y aprendiz volvieron a ocupar sus puestos frente a la chimenea, mientras la madre despedía a su niña hasta el próximo amanecer. El anciano fumaba una larga pipa plateada, mientras su nieto miraba, como era su costumbre, el fuego crepitante. - Hay algo que no entiendo abuelo. – Dijo el muchacho sin apartar la mirada, para luego formular la pregunta que el anciano esperaba: - ¿Cómo puede ser que con apenas seis años y sin la mínima instrucción, haya convocado a una criatura de carne y hueso, y sin sudar siquiera? - Como, es algo que ni el más sabio podría explicar. - Pero es algo que no tiene explicación lógica. – Quitó la vista de las llamas, y pareció que estas crecían en altura con cada una de sus palabras. - ¿Acaso soy el único al que todo le cuesta tanto? ¡Apenas puedo soportarlo! - Eres tan apto para el camino de la magia como yo y cualquier archimago invocador en su juventud, solo que la impaciencia de tu generación intenta imponerte lo contrario. – Dijo intentando tranquilizarlo. - Su misma sangre corre por tus venas, al igual que la tuya por las de ella, lo único que no compartes es el flujo de magia que dominan. – Hizo una breve pausa. - Y espero que el de ella no crezca demasiado, por su propio bien. Así finalizó el día. Indigo no volvió a hablar, inmerso nuevamente es si mismo, y meditando cada respuesta obtenida. Cuando el viento gélido de las montañas del Noroeste comenzó a amainar el abuelo decidió que era hora de partir y se despidió afectuosamente de su nuera y nieto, y se perdió en la impenetrable oscuridad. El nuevo día no trajo más que inquietud al joven mago. La noche se le había hecho eterna, tanto que no recordaba si había dormido o no. El sol salía en el horizonte mientras él se sentaba en su cama, se sentía extraño, ni triste, ni preocupado, ni inquieto, simplemente o no sentía, o sentía demasiado. Miró por la ventana el nacer del día, y la ovalada silueta rubí que se perdía en el horizonte ambarino a la derecha del bosque, y le conmovió el corazón. Vistió su larga túnica negra y bajó las escaleras hacia la sala, sin notas que mientras pasaba frente al espejo las runas rojas relucieron con un fogonazo de luz dorada. En la cocina su madre estaba preparando el desayuno, y el abuelo reposaba frente al fuego con una taza con florcitas de lavanda entre sus manos.
Capítulo 2
Sensaciones aumentadas
- ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Esto sí que quema! – Exclamó sorprendido el abuelo al llevarse la taza a los labios, ahora enrojecidos. - Buenos días querido Indigo, espero que hallas dormido bien, porque será un día de duro entrenamiento.
El joven se encogió de hombros y asintió sin otra opción. - Querida Violeta.- Llamó el anciano sutilmente hacia la cocina, de la cual salió la mujer solicitada con cara de exasperación. Desordenó el cabello de su hijo y exclamó: - ¿Qué se le ofrece abuelo? - Querida agradezco el tan atento desayuno pero es hora de irnos, el tiempo apremia. Al ver su rostro y comprobar que su delgado labio inferior, comúnmente invisible tras la espesa cortina de barba blanca sobresalía por la hinchazón, exclamó con un dejo de inocencia y malicia a la vez: - Como quiera abuelo, pero Indigo no ha desayunado aún. - Así es querida, en ayunas su cuerpo se siente más ligero, y eso nos ayudará en la práctica. El joven suspiró resignado y se despidió de su madre. Salieron de cara al amanecer impasible, mientras una ráfaga de aire frío hacia ondear sus largos ropajes. Atravesaron el pueblo silencioso camino al bosque. Las húmedas cabañas, empapadas por la neblina de la noche anterior, permanecían a oscuras aún, y emanaban cierta calidez y tranquilidad, que hacía que Indigo añorara aún más regresar a su cálido lecho. El apacible olor a césped mojado en contraste con las heces de caballo dispersadas como abono en la huerta del vecino lo hizo regresar a la realidad. - ¿A dónde vamos abuelo? ¿Queda muy lejos? - No tengo idea.- El abuelo lo observó perplejo mientras se rascaba la cabeza. Indigo le sostuvo la mirada incrédulo. - Debe ser un lugar amplio pero cerrado, deshabitado pero salvaje. - Que tal el Paso de Dagon, allí el lugar es espacioso, y no está más que habitado momentáneamente por viajeros. - … No, creo que no sería prudente, necesitamos la soledad total. Bueno, parece que no hay opción, debemos internarnos a buscar nosotros mismos. – Revolvió aún más el pelo del muchacho y agregó: - No me pierdas de vista, lo peor que puede pasarnos es regresar sin el otro… Ante el gesto preocupado del joven aclaró: - Pero descuida, no te perderás si prestas atención, ahora, prosigamos con el trayecto. Volvieron a encaminarse dejando detrás el vapor de su respiración y entraron por el sendero principal como quien no quiere la cosa. Parecía un hueco negro abierto en una tumba de hojas rojizas. De inmediato el bosque mismo dio valor a su nombre, la tenue luz del alba se filtraba a través de los gigantescos robles rojos y grises, y daba a todo el ambiente un aire fantasmal, por no agregar siniestro. Caminaron y caminaron, siguiendo el desgastado sendero que se perdía por momentos bajo la espesa mata de hojas caídas. Solo se oía el susurro del viento, lejos, en las altas copas de los árboles, tanto así que en un momento el sonido del quiebre de hojas bajo sus pies fue lo único que escuchaban. Habían caminado unos cuantos minutos cuando el abuelo se detuvo. Se hallaban frente a una vasta elevación, que aunque no llegaba a ser más que una colina, estaba exactamente fuera de los límites de la población de robles.
- No hallaremos mejor sitio que este.- Sonrió satisfecho el anciano, mientras gritaba desde la altura a un Indigo cuyas extremidades inferiores dolían por la caminata: - ¡Vamos, sube muchacho! ¿O tendré que inventar alguna excusa para que te ejercitas más?... Muy bien, aquí estamos, y aquí comienza tu lección. Si tienes alguna duda me encontraras meditando en aquel árbol grandote. Hasta luego. - ¡Pero si no me has explicado nada! – Exclamó Indigo sorprendido! - ¿¡Es que un anciano no puede simplemente descansar sin que lo retengan con preguntas tontas!?- Reprochó el abuelo. - No me refiero a eso, ¿qué se supone que tengo que hacer? - Tú deberías saberlo. ¿No querías acelerar tus pasos en el camino de la magia de invocación como tu hermanita? Pues entonces invoca algo, lo que sea, pero será mejor que puedas controlarlo. Yo estaré por aquí si me necesitas. - ¿Entonces de que me ayudó no haber desayunado? - Hizo que te mantuvieras ansioso y alerta. El viejo sonrió ampliamente, bostezó, giró sobre sus talones y se recostó contra uno de los gigantescos hijos de la tierra. Un terrible desasosiego invadió al joven invocador. Una de las reglas primordiales que le había puesto la vida era la obediencia, el nunca extralimitarse, el controlar siempre sus facultades mágicas. Pero allí estaba, solo él y la naturaleza cruda, con la magia como única intermediaria. Por vez primera se sintió libre, audaz, desencadenado, desatado, y aun así confundido, no tenía idea de cómo invocar otra cosa más que un elemental de fuego, y algunas aves mensajeras. Se sentó en el pasto húmedo y miró el cerrado cielo gris que se dejaba entrever tras las gruesas ramas. Estaba allí tendido varios minutos hasta que le llegó el ronquido del abuelo desde la lejanía. Se paró, sujetando todo su peso con las piernas, firmemente ancladas en el fango; extendió sus brazos, como si esperara con el mayor honor posible un golpe mortal e inevitable, y cerró los ojos, perdido en sus pensamientos. Por un momento pensó que se estaba durmiendo, la brisa (ahora proveniente del este) era cálida, y la acariciaba el rostro elevando al viento su cabello negro, esto sumado a la penumbra tranquilizadora de los robles, hacía el ambiente ideal para un plácido descanso. Pero él no estaba allí para eso, enfocó su mente, apretó los puños, dejó que la magia girara en torno y con él. La invocación comenzó. Sus manos se enfriaron hasta el punto en el que el entumecimiento hizo imposible abrir los puños. Sus piernas se paralizaron, como víctimas de un veneno inmediato, mientras en su cabeza un fuego insondable se retorcía, consumiendo sus pensamientos. De imprevisto cayó de rodillas al suelo, como empujado por una mano invisible, pero siempre manteniendo los brazos en alto. Una aurora de fuego dorado lo rodeó en un radio de un metro, consumiendo todo en su interior. Desaparecía, el césped se regeneraba, y el fuego volvía a consumirlo, parecía una jugarreta del tiempo. Pero Indigo no veía nada de esto, él estaba concentrado en materializar algo, no importaba lo que fuera, ni a que dimensión perteneciera, solo debía demostrarse a su mismo que podía. Los extraños signos de su túnica irradiaban como el sol luces doradas y rojizas. Cuando sintió que se desmayaba la luz lo cubrió todo. La tierra se estremeció por unos instantes, y luego fue todo silencio. El abuelo despertó sintiendo algo extraño, ni de la luz ni del movimiento de la tierra se había percatado, pero algo le acongojaba el corazón. Indigo permanecía aún
de rodillas, con los brazos en alto, transpirado hasta los pies, y con cara de profundo agotamiento. El anciano lo ayudó a incorporarse. Miró alrededor, nada se movía, estaban solos; el silencio los envolvió. Cuando se hubo recuperado la voz apacible del abuelo le habló con palabras gentiles: - No te preocupes muchacho, lo intentaremos otro día. Consternado el joven se dejó caer de espaldas sobre el acolchado fango. Se sentía decepcionado, sentía ganas de llorar. De pronto advirtió lo cruel que era la magia de invocación, el no merecía eso. Como leyendo sus pensamientos el viejo exclamó consolador, mientras desistía de ayudarlo apararse, y hacía sonar los huesos de su espalda. - Si, la magia de invocación es cruel, amerita demasiado sufrimiento por muy poco progreso, y aunque su poder sea en ocasiones ilimitado es tan cruel que nos quita, por momentos, la sensibilidad humana que nos identifica como tales… - No hubo terminado de hablar cuando la tierra volvió a temblar, haciendo que se cayera junto al expectante y alarmado Indigo. Justo frente a ellos los gigantescos robles comenzaron a ceder bajo una fuerza desconocida. De imprevisto, y tras la caída de los árboles (a pocos metros de donde se hallaban), hizo su aparición una gigantesca criatura. El anciano se irguió dispuesto a defenderse. El cielo se nubló, el viento cobró fuerza, las escrituras en la túnica del maestro relampaguearon. Pero cuando Indigo consiguió pararse vio en la bestia de toca algo de si mismo, y la piedad lo llevó a gritar por sobre la tormenta, mientras el golem continuaba acercándose. - ¡Déjalo abuelo! ¡No nos hará daño! La tormenta desapareció, con el solo cierre de manos del anciano. - ¿Cómo lo sabes? - No lo sé, lo siento. El golem llegó hasta ellos y se detuvo, y así el temblor bajo sus pasos. Había encontrado a su invocador. El sol del mediodía alcanzaba ahora su máxima altura, tornando el Bosque Rojo del color de la sangre. La corpulenta bestia los observaba inmóvil: sus ojos eran grandes y fríos rubíes, vacíos, que emanaban cierta confianza. - ¡Magnífico!- Exclamó el abuelo al comprender lo que ocurría. - Mi querido Indigo, esta es la obra de tu pensamiento… ¡El grandioso Goldgolem! El muchacho no sabía que decir, nuevamente sentía ganas de llorar, pero esta vez el orgullo le colmaba el alma. Tendría que haber gritado de alegría. Tendría que haber liberado la tristeza y la frustración de los últimos tres años. Pero lo único que hizo fue pararse, mirar el gigantesco cuerpo dorado que había dado a luz, y abrazarlo: aunque sus brazos no llegaran a rodear la cintura, aunque la roca estuviese bañada de barro, aunque el golem casi no lo sintiese. En respuesta a este gesto el Goldgolem se arrodilló apoyando una de sus rocosas manos en el suelo, formando una especie de pedestal escalonado. - ¿Qué intenta decirme abuelo?- Preguntó el desconcertado Indigo. - Desea que te subas a sus hombros.- Río el anciano.- Es una señal de respeto, debes demostrarle que confías en él. Así fue, cauteloso pero confiado el muchacho se sentó en el titánico hombro dorado, y cuando el Goldgolem se erigió completamente, su cabeza por poco choca con las altas ramas. Subido a su creación se sentía por vez primera poderoso, sentía que los árboles le devolvían la mirada, y entre los silbidos de sus hojas los imaginaba hablando de la gloria y respeto. Como sobre un trono
de oro miró a su alrededor, de repente estaba alerta. No comprendió por qué hasta que cayó en la cuenta de que sentía a través del golem, las vibraciones del suelo, veía por sobre los robles, los escuchaba susurrar, y lo más sorprendente, los comprendía. Tenía sensaciones aumentadas. Nuevamente, como si leyera sus pensamientos, el abuelo lo tranquilizó: - ¿Debe resultar extraño la primera vez, no? De todos modos descuida, te acostumbrarás con tiempo y experiencia. - Eso espero. – Dijo el mareado pero sonriente muchacho. Justo cuando dejó de hablar y estiraba el cuello para ver hasta donde llagaba su vista, comenzó a llover. - Bueno, parece que es momento de irnos. Indigo asintió. - Espera a que tu madre vea lo que convocaste. Y ambos rieron de buena gana, mientras se internaban nuevamente en el Bosque Rojo. La llovizna que había empezado como tal, se transformó en una lluvia torrencial. Parecía que la tormenta del abuelo había dejado sus vestigios en el cielo. Afortunadamente, gracias a la nueva sensibilidad del joven, hallaron con facilidad el camino de regreso. La marcha era lenta, y sin bien la mayor parte de la lluvia se perdía al chocar con el techo de hojas, llegarían a casa considerablemente mojados. Anduvieron así por unos cuantos minutos, discutiendo que abría de almuerzo, totalmente despreocupados, felices y empapados. De pronto el Goldgolem se detuvo, sintiendo y oliendo. Rápidamente la sensación de alerta invadió a Indigo como si el mismo espíritu de Adrenalina lo dominase. Sintió un peligro y un miedo que se aumentó muchas veces en su mente. Sintió junto con el golem pies que corrían, pies que frenaban, pies que caían, pies que chocaban. Sin mencionar palabra pensó en echarse a correr frenéticamente fuera del bosque, pero el Goldgolem lo cumplió por él. Corrió. Corrió y corrió, sin rumbo entre los árboles, el Goldgolem corrió, dejando tras él pilas de ramas caídas. Cerca de la entrada del Bosque Rojo el golem se detuvo, Indigo saltó de él precipitadamente doblándose el pie, a lo que no prestó atención. Toda su atención estaba en un bulto, que el suelo fangoso y con la penumbra del sol vedado por la tormenta, hubiese resultado invisible a otros ojos. Tras él, el anciano llegó sin aliento. El muchacho se acercó al bulto, lleno de un temor que lo carcomía. Cuando estuvo lo suficientemente cerca el alma se le calló a los pies. El cuerpo llevaba un delantal de cuadros azules y blancos.
Capítulo 3
Al cuidado de Margarita
Simplemente no lo podía creer. ¿Cómo había ido a pasar su madre allí? Desesperado llamó Indigo: - ¡Ven abuelo! ¡Rápido! El anciano lo alcanzó tan rápido como pudo, y palideció tan rápido como se detuvo. - Oh, no… atrás muchacho, debemos actuar rápido. Indigo se irguió para correrse, y recayó por vez primera en su punzante torcedura. Se balanceó peligrosamente hacia un costado, pero cuando estaba por caerse el Goldgolem lo sostuvo. El abuelo se paró en seco, su cara denotó absoluta preocupación por unos segundos, y luego, simplemente aplaudió. Seis duendes vestidos con su misma
túnica hicieron su aparición con un fogonazo verde; eran más altos que la duende Lila, pero a la vez más ancianos y feos que esta. Corrieron velozmente hacia los lados del cuerpo inerte de Violeta. La alzaron por sobre sus cabezas con la mayor precaución que les permitían sus huesudas manos, y esperaron las ordenes de su amor. A su vez, el Goldgolem tomó a Indigo con exagerada delicadeza, y lo ayudó a sentarse en su hombro. - ¡Debo analizar la herida! ¡Sin pausa hasta la casa! Los duendes echaron a correr con el anciano al frente he Indigo y su creación por detrás. Atravesaron la entrada al bosque y el sendero principal con temor a que una sombra de muerte los siquiera. Era pasado el mediodía, y a su paso cientos de miradas los seguían desde cada huerto, preocupadas por Violeta y atemorizadas por el Goldgolem. Cuando llegaron a la casa el silencio era absoluto. - Gracias al cielo, Lavanda duerme aún. – Exclamó el anciano recuperando el aliento. -¡Pónganla sobre el sofá! ¡Rápido! – Ordenó, a la vez que revolvía en los bolsillos de su túnica. - ¿Que ha sucedido?- Preguntó el muchacho intentando recuperar la cordura. El Goldgolem, demasiado enorme para ingresar en el hogar, lo había depositado en la entrada. - Un segunda… ¡aquí está!- Exclamó el anciano y extrajo de su túnica una extraña florcilla azul. La masticó presuroso. Buscó la herida, que se ocultaba en la parte trasera de una de las piernas de la mujer inconsciente. Las venas alrededor de la mordedura habían adquirido una extraña tonalidad violácea, y solo cuatro puntos rojos perfectamente alineados delataban una mordida seca y rápida. Depositó la flor húmeda en esa zona e hizo presión con la palma de la mano. - ¿Pero qué…? – Largó Indigo al ver como al retirar la mano de la herida la pasta azulada se tornaba amarilla y se desintegraba como polvo. El viejo suspiró como si se hubiese sacado un gran peso de encima. - Hemos tenido suerte muchacho. - ¿Se pondrá bien?- El joven estaba pálido aún. - No puedo asegurarlo, pero no corre peligro de muerte. La ha mordido una Cristalix, una especie de serpiente prácticamente extinta en esta dimensión. Su veneno no mata ni paraliza, sino que duerme a la víctima para poder beber toda la sangre que se le antoje. Parece que hemos llegado a tiempo. Es una suerte que hayamos tenido al Goldgolem con nosotros. - ¿Por cuánto tiempo estará dormida? - No sabría decirte, pero por la gran cantidad de veneno que se le ha administrado, parece que no será fácil despertarla. El joven se acercó como puedo al cuerpo inerte, y lo abrazó fuertemente, por primera vez en el día lloró. - No te preocupes hijo, ni los tejidos ni el cuerpo se dañarán. Solo es un largo sueño que tu madre olvidará en cuanto despierte. - Si alguna vez despierta… ¿no hay nada que podamos hacer? - Creo saber de alguien que posee un antídoto, pero se halla a varios días de aquí. - Debemos encon…- Y al intentar ponerse de pie su tobillo lo hizo caer sobre el sofá a sus espaldas. - La urgencia llegará por sí misma. A ver, déjame ver ese tobillo.
El joven extendió su tobillo, horriblemente hinchado. Uno de los duendes del anciano se acercó, cerró los ojos, hizo unos movimientos extraños con las manos, e Indigo se sintió más aliviado. - Partiremos en cuanto sea posible, pero no olvides a tu hermana; además no podemos dejar a tu madre aquí sola. - La tía Margarita puede cuidarlas a ambas. No creo que tenga inconvenientes. - En ese caso partiremos a la brevedad, será más oportuno durante el anochecer, ya hemos llamado demasiado la atención como para que nos vean partir de imprevisto. ¿Puedes caminar? - Creo que si.- Dijo secándose las lágrimas. - Que el Goldgolem te lleve hasta el hogar de Margarita, si mal no recuerdo queda bastante lejos de aquí, así que apresúrate. Yo iré a despertar a Lavanda, y trataré de explicarle lo sucedido.- Hizo una seña para que los duendes volvieran a cargar el cuerpo. - Ahora eres el hombre de la casa.- Dijo sujetándole el hombro. - No sé qué haría sin ti abuelo. - Probablemente no tendrías tantos problemas. – Respondió con una sonrisa. - Hay algo que no comprendo, ¿por qué fue mamá al Bosque Rojo? - Buena pregunta.- Se rascó la barbada barbilla. - Supongo que nosotros no somos los únicos que caminan el camino de la magia.- Y se despidió para luego subir las escaleras con los duendes detrás. Indigo ya podía caminar, así que atravesó por tercera vez la desquebrajada puerta. El Goldgolem lo aguardaba inmóvil, alto, opaco e inmutable. - ¿Podrías correr un poco más?- Le preguntó mientras apoyaba una de sus manos en el torso metálico y frío. La mole se lo subió al hombre con presteza, y comenzó un tranquilo trote saltarín. El suelo cedía ante su peso monstruoso. Al principio fue solo un trote veloz, controlado, pero tarde se dio cuenta el muchacho de que nunca era buena idea apresurar a un Goldgolem. - ¿No podemos ir más rápido?- Había sido su pregunta. En un arranque, no de ira, no de prisa (ya que el Goldgolem no siente) la homogénea masa del gigante aceleró repentinamente el paso, destruyendo todo lo que encontrara a su paso. Entonces “todo” se transformó en un cobertizo y dos graneros. Varios vecinos de las cercanías despotricaron prolongadamente contra el muchacho, pero nadie iba a detenerlo. Ni siquiera él podía. Para su suerte pronto estuvieron a campo abierto. Llegaron a la casa de la tía Margarita en menos de lo tarde en correrse un rumor; y no en sentido literario, ya prácticamente todo el mundo se había informado del gigante y sus destrozos. Si bien algunos lo oían con temor, la mayoría lo hacía con fascinación. Cuando Indigo golpeó la puerta no tardó en ser atendido. - ¡Hola mi muchachito!- La tía siempre lo llamaba así.- ¡Hace mucho no venías a visitarme!- Y le abrazó la cintura. Era una mujer muy menudita.- Por tu rostro parece que bienes con un gran problema, ¿qué es lo que pasa? Su rostro lo delataba, el muchacho estaba aún pálido y ojeroso, como si recién despertara de una larga pesadilla. - Bueno tía, es una larga historia. Allí, en la entrada principal de la pequeña, confortable y colorida casucha, le explicó con brevedad su aventura en el Bosque Rojo, y como había terminado… principalmente como había terminado.
- ¡Muchachito! ¡Parece que estamos en un aprieto! Espérame solo un segundo.- Y se perdió escaleras arriba entre el aroma dulzor de la cocina y la mirada perdida del muchacho. Cuando volvió cargaba dos grandes bolsas que contenías desde ropa hasta mermeladas caseras. - Vamos.- Y se las entregó al Goldgolem. Por primera vez el joven la veía seria. El gigante, ya con Indigo en el hombro derecho, subió a la tía en el izquierdo, a la vez que llevaba las bolsas. Tardaron un poco más en regresar, pero esta vez no hubo accidente. Hallaron a Lavanda y al abuelo arriba, en la alcoba del muchacho. La niña estaba tranquila. No había derramado lágrima alguna, y aunque había entendido a la perfección lo sucedido, parecía tomarlo con total madurez. Estaba sentada al lado de su madre durmiente, balanceando sus pequeños pies de medias rojas. El abuelo estaba parado, fumando su larga pipa plateada, como cada vez que la situación ameritaba concentración absoluta. Estaba de espaldas a la puerta de la habitación, y sumido en sus pensamientos, tardó en notar la presencia de los recién llegados. - Veo que este cuarto le vendría de perlas una redecoración. – Dijo apenas entró la tía, con su característico tono regañón. - Oh Margarita.- Dijo el anciano volviendo a la realidad. - ¿Cómo ha podido suceder?- Preguntó ésta a la vez que tomaba la mano aún cálida de su hermana. - No lo sabemos, si no hubiese sido por el Goldgolem probablemente nunca la hubiésemos encontrado, hemos sido muy afortunados. - No te preocupes tía, se pondrá bien.- Dijo la pequeña. La tía con los ojos vidriosos, se limitó a revolverle el cabello; un gesto muy familiar. - ¿Dónde se halla la cura? - La cura la tiene un viejo amigo mío, el druida Telmalar.- Esto llamó la atención de Indigo, que desde que había entrado en la habitación se había limitado a observar el rostro dormido de su madre, como si pudiese despertar en cualquier momento, como si con solo desearlo fuese a despertar - ¿El famoso Telmalar, señor del desierto de Turigan? - El mismo. Por eso necesito que vengas conmigo. Hace unos meses dudaba que estuviese listo, pero ahora, es el momento de que emprendas tu propia empresa, y que por ti mismo sientas lo que es ser un verdadero invocador. Lavanda que no prestaba atención a la conversación, observaba atónita por la ventana. - ¡Indigo, Indigo! ¿Esa es tu invocación?- Señalo al Goldgolem, gigantesco aún en la distancia. - No, ya no es mi invocación, ahora, es mi amigo.
Capítulo 4
Invisibles en la noche
Se hizo el anochece. Lavanda se había acostado junto a su madre, y ya su respiración acompasada inundaba la silenciosa habitación. En la cocina el abuelo le daba instrucciones a la tía y a los duendes sobre las diferentes hierbas trituradas que debían ponen en la herida, la cantidad y con qué frecuencia. - Y parecía una simple mordida.- Se lamentó Margarita.
- Lo es, si se la trata con la presteza necesaria.- Repetía el abuelo.- Indigo, tenemos solo cuatro días desde la medianoche de hoy, antes de que el sueño se vuelva una pesadilla… o hasta que comience a desnutrirse. - De acuerdo.- Saltó el muchacho de su asiento, hacía horas que estaba listo para hacerse a la carrera. - ¿Vamos ya? - Me temo que si… Margarita, las dejo a tu cuidado. - Descuiden, esto no será más que un mal recuerdo. Se despidieron rápidamente, el abuelo cargó su bolso y salieron a la niebla. - Maldita niebla… ¿de dónde sale tanta? El abuelo rio. - No te apresures a maldecir mi joven aprendiz. Para los antiguos guerreros de esta tierra la bruma era un buen augurio, así que espero que las viejas tradiciones no hayan cambiado tanto como el clima. Aunque… sigue siendo bastante molesta.- Sonrió. - ¡Vamos abuelo! ¡No te quedes atrás!- Dijo Indigo mientras se subía al Goldgolem que los había esperado a un lado del granero, como una pared más.
- Estos jóvenes, siempre apurados.- Alzó los brazos unos instantes, sus ojos azules se tornaron blancos, y de las escrituras de su túnica emanó un fuego pálido. Apareció frente a ellos algo que Indigo nunca hubiese imaginado, algo que hizo derrumbarse bajo uno de sus pies el granero entero. - ¡Demonios, demonios, demonios!- Pegó un salto el abuelo al finalizar la invocación. - ¡Obsidian! ¡Terraterror tonta! ¡Cuántas veces te he dicho que tengas cuidado de donde apareces!
Para la sorpresa de Indigo, Obsidian, era una versión gigante, negra y diamantada de su ya gigantesco Goldgolem. Toda una fortaleza en movimiento. - Lo siento mucho maestro.- Respondió una exquisita voz femenina directamente en sus mentes. - ¿¡U-Un Terraterror!? – Exclamó el joven con los ojos abiertos de par en par, incluso sobre el Goldgolem los seis metros de altura de la intimidante criatura eran un espectáculo. A simple vista era fácil creer que un Terraterror era la versión magnificada de un Goldgolem, pero las diferencias iban mucho más lejos que el tamaño y el color. Un Terraterror era más delicado, más complejo, con una forma más humana, sin mencionar su capacidad intelectual y de habla, y sus profundos ojos de cristal. Por el contrario, el Goldgolem era más fornido, salvaje, instintivo. - “Una” Terraterror, mi joven amigo.- Dijo Obsidian nuevamente en sus mentas. A la vez que terminaba de decirlo (y llamados por el derrumbe del granero), gran parte de los cabañas de los alrededores encendieron sus luces, a la vez que se les unió la luz de la habitación de la tía, y más tarde un gesto amenazador desde la entrada principal, también de su parte. - Parece que hemos llamado un poco la atención.- Dijo el mago sujetándose la barbilla y mirando de reojo a su invocación. Indigo seguía atónito, entre sueños y fantasías, observando a Obsidian como un oasis en la distancia. - ¡Hijo! ¡Toma esto!- Le lanzó al joven un polvoriento libro negro que sacó de su mochila. - ¿Qué es abuelo?- Dijo el joven reaccionando. - Es un libro de invocación mi amiguito… y a ese lo veo extrañamente familiar.Respondió la bella voz de Obsidian. - Así es muchacho.- Asintió el anciano ante la mirada todavía más sorprendida del joven. - Y sí, claro que te resulta familiar, porque era mío.- Casi se le cae de las manos.- No pensaba dártelo todavía Indigo, pero me ha convencido tu fascinación por la magia. Bajo las estrellas, y sobre su Goldgolem, este lo hojeó por primera vez. Recetas para poderes terribles y hermosos se describían en cada página. Rápidamente encontró la hoja que buscaba, Terraterror: Invocación, influencia lunar, poder optimo, medialuna. Miró al cielo… invocación perfecta. Siguió leyendo, fugazmente, como si tuviese miedo de entender lo que leía. A tres metros, al nivel del suelo, el mago lo observaba, esperando una reacción. Volvió al título, y como guiado por el propio libro, retrocedió un par de páginas. Allí se quedó pasmado, el título rezaba: Entidades Demoníacas. - La luz no es la única fuerza que transgrede las barreras del tiempo y el espacio mi querido Indigo. - ¿Parezco peligrosa? – Dejó escapar Obsidian. Entonces la penumbra y el silencio del lugar se inundaron de antorchas y pies en movimiento. - Gente se acerca, debemos darnos prisa - No, no pareces… solo que…- Continuaba Indigo sin escuchar las voces que se acercaban, todavía inmerso en el libro.
- ¡Obsidian! ¡Hora de irnos!- Tratando de acatar la orden con urgencia la preciosa titán se posó sobre sus rodilla, en la posición de trono que usaba el Goldgolem para que lo montaran. El suelo tembló y el muchacho osciló peligrosamente. - Perdón.- Dijo la Terraterror rápidamente, y agregó con voz alegre, mientras el anciano se le subía al hombro con dificultas. - Y gracias por mentirme amiguito. Indigo se sonrojó sin saber porque, mientras guardaba entre los pliegues de su túnica el Libro de Invocación. Después de todo, solo le había mentido a una roca. Lo guardó al alcance de la mano, y cuando miró al frente los otros se habían esfumado. El golem de seis metros había desaparecido, y con él, el abuelo. Gracias al Goldgolem sintió ojos sorprendidos detrás de él… y frente a él, la vibración de la tierra, dada por pasos de pies gigantescos. El comienzo de su empresa tenía sabor a escape.
2006
Capítulo III:
Los poderes de Xapparion Capítulo I
La última esperanza
Empezaba el otoño. Los árboles secos de los alrededores ya habían tornado el suelo de verde y oro. Durante la primera semana sería para mi algo totalmente nuevo. El sudor y la adrenalina de la cacería recorriendo mis venas sería algo hasta entonces desconocido. El aullido hiriente de las presas, las reuniones secretas (y no tan secretas) en el Círculo de Fuego para discutir la actividad del próximo cuatrimestre. Ya era un hombre, y aunque a mi madre no le agradara pronto tendría que emprender mi viaje hacia el mar, totalmente solo. Ese día el dios del viento estaba especialmente molesto, las hojas secas se arremolinaban en el suelo, y los árboles susurraban malhumorados. El atardecer estaba culminando, y yo, sentado a un par de respetuosos pasos del Círculo de Fuego observaba (ya que prácticamente no escuchaba) la discusión de mis superiores. La luz de la flama sagrada hacía que los mapas trazados en la cueva adquirieran un fantasmal color plateado. Delante de mí estaba mi tío, un hombre patizambo, rubio y alegre, uno de los últimos de mi desafortunada familia. Si bien del infortunio no se puede culpar a nadie todos sabíamos muy bien quien había tomado la decisión equivocada en el momento equivocado. Pero aun así tratamos de olvidarlo, de pensar que solo había sido un error, solo un malentendido. Al lado de mi tío estaba uno de sus hermanos de guerra, Azakro, más alto que los demás, incluso que el tío. Moreno y fornido, de fauces poderosas y brazos voluminosos, conocía demasiado bien el filo de la muerte como para ser un tipo confiable, aunque el tío creyera (o quisiese creer) lo contrario. No sabría decir los nombres de los demás reunidos alrededor del círculo, aunque todos pararían conocerme muy bien. Solo puedo agregar la presencia de dos mujeres solamente. Una era supuestamente la hermana de Azakro, delgada, de grandes ojos verdes y ligeramente encorvada, la cara siempre triste. A su lado estaba ella; solo ella, dejemos que la imaginación haga el resto, su nombre era Narss. Hacía ya tres asquerosos años desde que había ocurrido el accidente, y aun seguíamos encerrados por un mar que rodeaba todos los horizontes. De nada servían nuestros poderes en ese olvidado trozo de tierra. Mamá decía que era un castigo del dios del mar por saquear y matar a aquellos que navegaban pacíficamente. Con el tiempo yo también comencé a creerlo. No revelare aún mis poderes; en el momento que sea preciso quiero impresionar a todos, sobre todo a Narss, pero puedo decir que también espero ser sorprendido. La última vez que vi a algún mayor usar sus poderes fue hace dos años, cuando los principales jefes del majestuoso navío, Edranissa, tuvieron una fuerte discusión. Uno de ellos, Dramos, mi medio hermano, había ordenado que debíamos mudarnos al interior de la isla, puesto que nuestra dependencia de agua dulce era un factor prioritario. Pero Daemon, otro jefe
joven, confiado y testarudo, creía que era imprudente dejar la playa, decía que aún había esperanza de que alguien nos rescatara, pobre ignorante, quien querría rescatarnos, a nosotros, escoria del mar, vomitados por el dios de la tierra, y encendidos por el dios del fuego para saquear y matar a quien se nos cruzara. Esa actitud hizo que muriera tras el brutal combate, esa es la actitud que nos trajo aquí. A mis tempranos 16 años estoy listo para continuar con la ancestral tradición de mi raza, llegar al mar el último día de ese año, y derramar mi propia sangre en él, a modo de sacrificio, para que me acepte en sus aguas por el tiempo que me queda de vida. Mi madre dice que cuando aún eran libres en el mar esa tradición era mucho más dura, el muchacho debía cortarse un dedo como señal de honor. Pero en las circunstancias actuales, eso sería disminuir la futura mano de obra. El grupo que había sobrevivido a la explosión del Edranissa no constaba de más de 17 personas, 15 tras la muerte de Daemon y Gonmos, quien había muerto de una extraña fiebre, no hacía mucho. Volviendo a la reunión que llamábamos el Círculo de Fuego, parecía que esta estaba por culminar, era fácil de ver, las mujeres se estaban yendo, y el tío se rascaba frenéticamente la cabeza. Luego de unos segundos me llamó: -¡Xap!, ¡acércate! No era que el tío estuviese ebrio, como era común, sino que ese era mi nombre, un diminutivo de Xapparion. Pueden preguntarse porque tras tres años en la isla aún no conocía los nombres de todos los sobrevivientes. Obstinación. A cada uno lo único que le importaba era su propia “familia” o en algunos casos solo ellos mismos. Éramos una comunidad totalmente dividida, cada uno viviendo en un punto diferente, cada uno solo y desdichado, con la tonta idea de que no nos necesitábamos los unos a los otros. El Círculo de Fuego era una reunión que se organizaba cada 4 meses, en la que se discutían desde los territorios de cada individuo hasta la forma más eficiente de distribuir el poco vino espeso que nos iba quedando. Había ya pasado la medianoche, cuando saliendo de mi escondrijo me acerqué al tío. - Muchacho, mañana es tu día.-Asentí. - Sudas miedo.- Dijo Azakro. - No le temo a nada.- Respondí quizás demasiado desafiante. - Lo dudo.- Y desenfundó su metálico puñal. - Ya es tarde.- Argumentó rápidamente el tío. - Solo para algunos. – Largué exhalando adrenalina. - Solo espero que no comentas el mismo error que tu padre. –Se bufó el muy maldito. El tío me detuvo, aunque yo sabía que si comenzaba una pelea con ese infeliz, muy probablemente resultaría muerto. Eso sucedía casi a diario, todos discutíamos, nos heríamos con la dureza y el frío de la palabra, pero no llegábamos a lo físico. En el fondo todos sabíamos que nos necesitábamos, aunque fuese solo para conseguir alimentos o fabricar armas. De hecho, esa era mi función en esa moribunda “sociedad”, transformar la piedra viva en armas listas para la cacería. Como dijo el tío, el día siguiente sería mi día, antes del viaje hacia el mar sería participe por vez primera de la cacería. Algo que esperaba con muchas ansias, y que me marcaría de por vida, aunque en ese momento no lo supiese.
Partí entonces con el tío hacia nuestra cueva, otro de los tantos huecos húmedos y fríos que como grietas se abrían a los lados de la montaña, con un arbolado precipicio en frente. Cuando llegué mi madre aún me esperaba, Xilia era su nombre, aunque hacia mucho que nadie la llamaba así. Era una mujer menuda, Dramos siempre me contaba que en otros tiempos había sido una mujer feliz, y adoradora del mar. Pero ahora estaba sola, allí sentada frente a la entrada, medio dormida, rezando por que sus hijos volvieran a salvo cada noche. Y allí estaba él, siempre perdido en sus pensamientos, observando y trazando mapas en la pared más oscura de la cueva. No era mucho más alto que yo, pero su silueta semejaba a la de un toro, y eso intimidaba a más de uno. Desde que llegamos a esta isla olvidada se había mostrado siempre frío, calculador, obstinado, duro; él había sentido mucho más que cualquiera la muerte de nuestro padre. No participaba de las reuniones, decía que no lo necesitaba. Cuando atravesé la entrada se giró exaltado. - Ha…eres tú. - Si… gracias por cuidar a mamá. - Sabes que no he venido aquí para eso. - Ya lo sé, pero aunque no lo creas a ella le hace muy bien tu compañía. - Debo irme, te despertare mañana apenas salga el sol.- Y se alejó susurrando: - Este año no será fácil. Lo sabía mejor que nadie. Sabía que era el menor de la comunidad, y que muchos hombres me aborrecían por ello, y más por ser el hijo de quien había ocasionado el accidente del Edranissa. También sabía que el viaje al mar era un trecho largo desde las montañas hasta la costa, y que sería muy fácil emboscarme en el transcurso. Pero yo no les temía, nos le temía a ninguno, ellos no lo sabían, pero los dioses estaban a mi favor. Yo controlaba “el poder”. Solo le temía a una cosa, a la enfermedad de mi madre, solía quejarse de que le dolía mucho la cabeza, y se quedaba dormida en cualquier lado. Claro, cuando le preguntaba si se sentía bien ella respondía que sí, pero el tiempo mostraba lo contrario. Rezaba que no fuese la misma enfermedad terminal que había matado a Gonmos. El tío se despidió en la entrada, no quería despertar a mamá.
El tío. Me despedí en la entrada. No quería despertar a Xilia. Cuando lo dejé Xap estaba pálido, solo espere que durmiese bien. Me fui junto con Dramos hasta el lado este de la montaña, vivíamos en cuevas continuas, pero separadas, porque ya ambos éramos hombres. Pobre muchacho, cada noche lamentaba la muerte de su padre. Yo trataba siempre en la medida de mis posibilidades de tomas ese lugar, pero no era lo mismo, ni para él ni para mí, y el vino comenzaba a agotarse. Al día siguiente seria la iniciación de Xap, y Dramos estaba muy preocupado, sabía que una pelea sería inevitable. Por todos los medios traté de convencer a la comunidad de que todos acompañáramos juntos al muchacho hasta la costa, pero todos se negaron; especialmente Azakro. Decía que ir acompañado no lo haría un hombre. Solo la joven Narss apoyó la idea, creo que le agrada Xap. Yo también temía por su seguridad, pero la tradición es inquebrantable. También sabía que
más de uno de los presentes deseaba deshacerse del muchacho, pero que podía hacer yo, ahogado en la ebriedad, solo era un consejero. Todas mis esperanzas estaban en ese joven, a muchos de nosotros no nos queda mucho tiempo. La fiebre, cual una venganza divina por nuestra obstinación, había comenzado a corroernos. Solo ruego que los poderes heredados de su padre lo protejan el tiempo suficiente. Para escapar de la isla, o para morir con la mayor dignidad.
La madre. Xilia. Cuando mi niño llegó estaba pálido. Yo medio dormida me desperté de repente. - No te preocupes, estoy bien.- Me dijo sonriendo. - Oh, gracias a dios. - ¿Cómo está tu fiebre? - Bien, bien. Creo que estoy mejorando. –Quise creer que era cierto. - ¿A dónde ha ido tu hermano? - Volvió a su casa con el tío. - Perfecto. ¿Cómo te fue en el Círculo? - No lo sé, no me dejaron escuchar.- Me respondió indiferente. Traté de levantarme, y casi me caigo. El trato de ayudarme, pero yo podía sola. - Debes tener mucho cuidado Xap. El legado de tu padre está lleno de odio y traición.- Se me empañaron los ojos. - Lo es mejor que nadie. – Me abrazó. Él era mi última esperanza.
El medio hermano. Dramos. Deje mi antiguo hogar en compañía del tío. Por esos días era más seguro andar acompañado. No solo por las peleas entre los miembros de la misma comunidad, sino porque corría el rumor de que algunos estaban utilizando sus poderes a escondidas. Eso estaba prohibido. Desde mi pelea con el idiota de Daemon lo habíamos prohibido, porque era un riesgo demasiado grande, incluso para la isla misma. Ese era mi mayor temor. Que Xap usara sus poderes. Lo conocía demasiado bien como para saber que los usaría en cuanto se viera acorralado, y conocía demasiado bien al resto de la comunidad como para saber que también los usarían en cuanto él se resistiera. Asimismo conocía el odio que se sentían con Azakro, porque yo también lo sentía. Sabía que ese mono deforme era capaz de traicionar a cualquiera, incluso al tío, que era su amigo de toda la vida. Le explosión del Edranissa lo había cambiado, la muerte de su amada Klera aún más. Sé que pensaba que matando a Xap vengaría su muerte. Por eso lo odiaba. Si solo nuestro padre estuviese aquí, si solo no hubiese ocurrido lo que ocurrió, todo sería diferente. Ahora todas las esperanzas están en Xap, y en la benevolencia con la que pueda manejar sus poderes.
Xapparion.
Sé que soy la última esperanza. Pero tengo miedo de fallar.
Capítulo II
Ímpetu salvaje
El sol de ese día amaneció más rojo que la sangre. La tenue luz del alba se filtraba por la entrada de la cueva, formando extrañas formas negras contra el suelo de roja tierra pisoteada. Todos me esperaban, así que sin más salí de mi cálido escondrijo. Esa noche prácticamente no había dormido. No por los nervios ni por el miedo, sino porque simplemente no lo necesitaba. Mis poderes cada vez fluían en más armonía conmigo mismo, los sentía, en la sangre, en el aliento. Estaban listos para salir. Pero también sentía la preocupación de los demás. Especialmente de Dramos, él, que toda su vida se había mostrado conmigo inmutable y recto, llegando en ocasiones a ser frío; ahora se escondía en las entrañas de cuevas ajenas, estudiando los mapas confusos, como si de ello dependiera su vida (o la mía). Pronto sería el momento de iniciar el viaje, no el único, no el último, pero si el más solitario. Nunca me hubiese imaginado lo que me esperaba. Trataba de ignorarlo, tal como había ignorado la muerte de papá, tal como hacíamos cada vez que algo nos hería, tal como hacíamos cuando se requería solo pensar en algo que hiriese. Pero ya no más. El cuerno de casería sonó, reverberando en cada abismo como un relámpago, un rugido. No venía de muy lejos, solo lo suficiente. Cuando me encontré de cara al sol “todos” se trasformó en el tío, mamá y Dramos. - Hoy finalmente demostraras tu potencial- Dijo el tío, con una amplia sonrisa de pocos dientes. Se la devolví… me tenía fe. - Cuídate mucho- Dijo mamá, revolviéndome el pelo, de la forma que le decía no me gustaba, y que ahora extraño tanto. - Destácate- Dijo Dramos. Despidiéndome con una fuerte palmada en el hombro; estaba preocupado, lo decían sus ojos negros. Parecía que yo no había sido el único que no había pegado un ojo en toda la noche. Marchamos entonces rumbo hacia las colinas. Pueden preguntarse porque Dramos al ser ya un hombre no iba de casería. No lo necesitaba. Muchos (entre los que se contaba la hermana de Azakro) ,solían recolectar siempre algo de alimento para él, y sea por miedo, respeto, o porque lo veían casi desnutrido; eso había ayudado mucho a nuestra familia a través del tiempos, sobre todo en los últimos tiempos, cuando cada vez confiábamos menos, cuando el dios de la tierra era más severo. Con una rapidez inusual (debida en gran medida a la escasez de vino) me guió el tío hasta la Colina de las Bestias; donde los hombres se reunían para jactar el plan del día. Cuando llegamos ya estaban allí. 4 perfectos especímenes vikingos. Barbados, musculosos, hambrientos, salvajes. Al irrumpir nosotros la discusión estaba en su apogeo. - ¡Debemos seguir el Río de Roca, allí siempre hay peses!- Dijo Xoros, el hermano menor de fallecido Gonmos. - ¡Estoy harto de esos asquerosos peses de escamas de granito! ¡Quiero carne!- Gritó Azakro, con su maldito puñal en la mano izquierda, escondido contra su antebrazo, donde nadie podía verlo. - La mayoría de nosotros esta desnutrido, necesitamos carne, como sea.Agregó su primo; un enigmático traficante, conocido simplemente como Bruma.
- Pero aun así es muy difícil encontrar una bestia que valga la pena.- Dijo un vikingo especialmente avejentado a su izquierda. - Debemos investigar entonces, y volver cuando tengamos algo.-Replicó Azakro, testarudo. - ¡Sería una idiotez perderse entre el bosque y la montaña! ¡No permitiré que nadie se acerque!...menos desde que sucedió lo de mi hermano. Créanme, se mejor que nadie lo que nos aguarda allí.- Volvió a hablar Xoros, agitado. - ¡Estoy cansado de temer!, ¡esta isla es nuestra desde hace tres años!, ¡no podemos seguir temiéndole!- Rugió Azakro. - ¡Especialmente a “ella”! ¿Quién era “ella”?... Bueno, es una muy larga historia de la que aún ahora no estamos totalmente seguros. Se decía que era una enviada del dios del bosque para evitar que corrompiéramos el bosque mismo, que era el corazón de la isla. Pero era algo mucho peor. Tarde notaríamos que nosotros no éramos la escoria del lugar, que la fiebre tenía un objetivo y que “ella” no esperaría hasta que nosotros la enfrentáramos por segunda vez. Hacía tan solo unas cuantas semanas que Gonmos había decidido partir solo, de casería. Una acción muy bondadosa pero a la vez muy entupida. Gracias a nuestros poderes sabíamos (desde la primera vez que pisamos la isla) que no éramos los únicos en ese trozo de tierra olvidado por el mundo. Lo olíamos en el viento, lo sentíamos en la sangre, nuestro instinto animal estaba siempre alerta. Sin saber porque fuimos transitando cada vez menos la zona del bosque, hasta que nos encontramos a nosotros mismos evitando cualquier empresa que ameritara transitar en sus cercanías. Todo había sucedido una calurosa noche de verano.
El que falleció por la fiebre. Gonmos. Todo sucedió una calurosa noche de verano. Ya mi hermano Xoros era mayor, pero yo sabía que aún me necesitaba. Aún no estaba preparado para separarse de mamá cuando sucedió el accidente. Muchos culparon a Xiron, yo no, en su lugar hubiese hecho lo mismo. Esa noche la luna llena proporcionaba la iluminación perfecta para seguir el camino que había trazado el día anterior; profundo, muy profundo en el bosque. Hacía semanas que lo había planeado. Descubrí que los pocos venados que había en la isla solían juntarse por las noches simultáneamente, a beber, en un lugar específico, siempre el mismo. Partí ligero, no necesitaba mucho, solo un arco, un par de flechas, una antorcha, y una gran bolsa. Esperaba con ansias regresar con un fardo lleno, para que mi hermano no sufriese más el hambre, para demostrar a todos que el bosque no era peligroso. Seguí a tientas el camino entre la pared de la montaña y el Abismo de Espinas. Llegué hasta las colinas donde nos reuníamos a jactar las estrategias de casería. Solo me detuve allí unos segundos a observar la lejanía. El océano, melancólico pero impenetrable seguía allí, devolviéndome la mirada, burlón. Respiré el viento salino y seguí la marcha. Pronto estaba entrando al bosque. Con la antorcha fue fácil encontrar el camino; no quería perderme. Cuando llegué al lugar todo marchaba como lo había calculado. Al menos una decena de altos venados bebían del río que brotaba de entre las raíces (probablemente un afluente del Río de Roca). Me escondí sigilosamente, sin respirar, entre los arbustos bajos.
Elegí a mi presa (algo que no había hecho en mucho, mucho tiempo). Sería el de más grande cornamenta, el más fornido; el macho de la manada. Tensé el arco. Todo era silencio. La luz de la luna se filtraba en el ángulo exacto; desde mi posición el tiro no podría fallar; no debía fallar. Pero cuando me dispuse a disparar, algo me distrajo… Es una pena que mis días se hayan acabado…
El hermano del que fallecido por la fiebre. Xoros. Era una calurosa noche de verano. Ya faltaba poco para la medianoche (momento en el que hasta las bestias dormitaban), y todo parecía marchar en orden. Noté entonces que Gonmos estaba nervioso. No podía disimularlo. Ya hacía mucho que lo había planeado. Quería que todo saliese según sus cálculos. Pero nada sale como uno calcula en esta asquerosa isla. Si tan solo nuestros padres estuviesen con nosotros…el sufrimiento no sería el mismo. Aunque no quisiese estropear sus planes, no iba a permitir que fuese solo a aquel bosque. Lo había visto el día anterior, trazando caminos, a plena luz del día. Aun así todos sabíamos (incluso él) que las cosas eran muy diferentes luego de la caída del dios sol. Lo dejé irse con la falsa tranquilidad de que yo iba estar durmiendo a salvo en mi cueva. ¿Porque no lo detuve?...porque somos vikingos, hombres de sangre y asesinos de profesión, no hay lugar para flaquezas en nuestra naturaleza. Lo seguí recién cuando lo vi cruzar el camino que bordeaba al Abismo de Espinas. Lo único que llevaba conmigo era una vieja antorcha y una daga oxidada; dudaba que mi sirviese de mucho; pero por si acaso. Seguí sus huellas en la tierra reseca. Primero se dirigió a la Colina de las Bestias, allí se detuvo para olisquear el aire de mar; ambos lo extrañábamos demasiado. Apenas unos segundos luego nos internamos en el bosque. Me alegró observar que sabía lo que hacía. La luna daba la iluminación perfecta y los blancos venados ocupados en beber del arroyo, parecían no percatarse de su presencia. Pero cuando lo vi tensar en arco para efectuar un tiro perfecto… me caí del árbol desde el cual lo estaba espiando. Con el sobresalto la flecha salió disparada sin rumbo contra la copa de los árboles, el ruido había hecho que los venados se asustaran y salieran corriendo en diferentes direcciones…todo se había echado a perder. Cuando me le acerqué estaba tenso, alerta y listo para disparar otra vez. - ¡Hermano! ¡No dispares, soy yo! - ¡Tu! ¿¡Qué haces aquí!? ¿Cómo sabías…?- Me dijo con tal rapidez y nerviosismo que se le confundían las palabras. - Lo siento hermano…tenía que seguirte. Pero no quería estorbarte. - Y vaya que lo has logrado. ¡Ya ambos somos hombres Xoros! Además…Agregó con frialdad: - No necesito que nadie se preocupe por mí… -¡En ese caso estoy en todo mi derecho de seguirte! ¡Yo también ya soy un hombre!- Repliqué. - ¡Y un vikingo por igual!
- No puedo evitarlo… pero si puedo advertirte. ¡No vuelvas a estorbarme! …necesitamos la comida… - Lo sé, por eso he venido también. Cuatro hombros cargan mejor que dos…Traté de sonreír, pero justo cuando terminaba mi frase, escuchamos un sonido proveniente del arroyo. Sonaba como piedras, piedras que caían desde lo alto y chocaban en su superficie para luego hundirse rápidamente. Inmediatamente nos escondimos, más por costumbre que por miedo. Observamos detenidamente el agua. Múltiples ondas delataban los lugares desde los que provenía el sonido, pero no había piedras, solo agua y sombras. Luego de unos segundos todo fue silencio. Pero aún nos manteníamos cuerpo a tierra, alertas, sabíamos (o sentíamos) que sería el último suspiro antes de la tormenta. De pronto Gonmos advirtió el intenso olor del dios del fuego; recién entonces advertí la estupidez de mis actos. La vieja antorcha que había traído conmigo, que había perdido al caerme del árbol, y que había olvidado al encontrarme con la luz de la luna, había sido el detonante de la venganza de la dama del bosque; a nuestras espaldas el infierno se había desatado. - ¡Oh no!- Grité mientras señalaba tras de mi los árboles en llamas. - ¡Maldición! ¡Xoros, corre! ¡Pronto toda la isla sabrá que estamos aquí! Ya no me preocupaba el resto de los náufragos, ni la comida…solo quería salir con mi hermano de ese maldito bosque. Pero había un problema…el camino de regreso estaba siendo arrasado por el fuego.
Gonmos. Las hojas secas hicieron que el fuego se expandiera de un modo aterrador. Rápidamente nos incorporamos, pero apenas estuvimos de pie, “ella” hizo su aparición. Era una mujer… ¿Cómo lo sé?...era delicada, maliciosa, voluble, apasionada… ¿se necesita otra explicación? El punto es que nos habló sin palabras, solo con gestos, incluso dulcemente al principio. Nunca la vi directamente, solo distinguía un cuerpo esbelto y desnudo, danzando alrededor nuestro, suponiendo ser inofensivo. “Ella” y el fuego nos habían rodeado. La danza se prolongó solo unos segundos, fue espantoso, llegó un momento en el que no podíamos sacarle la vista de encima. Hasta que se detuvo. Tratamos de huir, pero no podíamos movernos. - ¿Qué quieres? No hubo respuesta. Estaba allí parada, sonriendo, mientras el humo comenzaba a entrarnos en los pulmones. - ¿Qué quieres de nosotros? -Preguntó esta vez Xoros. La dama se le acercó, y escuchamos un relámpago en nuestras mentes: - ¡¡A ti!! De pronto pudimos movernos, y tres acontecimientos tuvieron lugar casi al mismo tiempo. Ambos caímos al suelo como mástiles golpeados por un trueno a la vez que “ella” aparecía ante nosotros con la tal velocidad que no llegamos a verla moverse. Entonces el sonido de las piedras contra el agua volvió, pero esta vez era mucho más grave, prolongado y siniestro, hasta que se volvió insoportable. Al tratar de levantarnos Xoros fue arrastrado hacia las alturas por una gruesa liana que lo sujetaba del tobillo, y “ella” seguía ahí, inmutable, aún sonreía. El humo empañaba la vista y revolvía el estómago. Escuchaba la voz
de mi hermano, entre la desesperación y la locura luchando por liberarse. Tomé una flecha. - ¡¡Déjalo!!- Solo me respondió la voz de Xoros, ininteligible en la distancia. Disparé.
Xoros. Cuando se detuvo caímos contra el suelo como bolsas de plomo. Cuando intenté incorporarme una asquerosa liana más dura que el cuero me sujetó del tobillo y me arrastró hacia las alturas. Luché para liberarme. La liana me arrastraba entre las ramas como si mi peso no tuviera relevancia, mientras estas me rasgaban y cortaban, indiferentes a mi dolor. Tomé la daga, y traté frenéticamente de cortar mi atadura. Solo luego del cuarto intento esta cedió, la caída fue la parte más dolorosa, me quebré el brazo. Allí estaba Gonmos, ya había disparado dos veces, pero ella seguía allí; indiferente a su propio dolor. Pero algo había cambiado, su rostro ya no era dulce ni bello, ahora era salvaje. La tormenta recién había comenzado. Gonmos disparó otra vez. Una flecha se hundió en el costado de la figura amenazante, pero esta solo avanzaba hacia nosotros. Para mi alegría la lluvia que la propia ira del bosque había iniciado había extinto el fuego que nos tenía rodeados. Pero para mí horror, una centena de lianas venenosas se apoderaron del cuerpo vulnerable de mi hermano, y no lo soltarían hasta triturarlo. Con un ímpetu salvaje me lancé a socorrerlo, yo y la adrenalina éramos uno solo. Entonces, juntos, desatamos nuestros poderes. Me transformé en un poderoso lobo negro, totalmente desenfrenado, la venganza sería mi premio, y su sangre mi alimento. Fuego emanaba de mis ojos y muerte de mis fauces. Esa era la herencia de mi padre…si solo él hubiese estado allí… Destrocé las lianas que encerraban a mi hermano, pero estas seguían llegando de entre las sombras. Reconociendo el peligro que representaba para ella, el bosque tomó su verdadera forma. Era un castigo de los dioses, no por destruir la naturaleza, no por matarnos entre nosotros, simplemente por existir. Las lianas arrojaron a Gonmos contra un grueso árbol a mis espaldas, estaba inconsciente…ya no podría usar sus poderes. “Ella” y el bosque eran ahora uno solo. Inconsciente pero mortal me lancé a enfrentarlos. Gonmos. El golpe contra el árbol casi me había costado la vida. Cuando reaccioné Xoros se había transformado…había tomado su verdadera forma. Un monstruoso lobo del color de la noche se debatía sin piedad contra el bosque mismo. Yo y la adrenalina éramos uno solo. Entonces, juntos, desatamos nuestro poder. Me transformé en un sangriento oso gris, la luna refulgía en mi pelaje, y mi rugido ahuyentaba las sombras. Mis huesos aún me recordaban la paliza de las lianas, pero mi mente solo me insinuaba: ¡¡Destruye!! Cuando me uní a mi hermano en la encarnizada batalla quizás ya era demasiado tarde. La sangre brotaba de su rostro y torso. Con un ímpetu
salvaje me lancé a socorrerlo. Si tan solo hubiese sabido todo lo que iba a suceder cuando salí a tientas de mi cueva… De pronto “ella” decidió que no quería jugar más con nosotros, y lanzó una lluvia de lianas contra el corazón mismo de lobo negro. Me interpuse. Sentí como si una espada desafilada se hundiera con una estocada seca en mi pecho. Lo único que supe después de eso fue que en un último aliento de ira, Xoros, había saltado sobre mis hombros (ya que permanecí erguido hasta que quede otra vez inconsciente) y como un relámpago había logrado herir despiadadamente el rostro de “ella”, que aún con el bosque mismo como guardián, era su única y más preciada pertenencia. El fin estaba cerca, pero no me intimidaba… Nosotros…hijos del mismo bosque…lo habíamos vencido.
Xoros. Gracias al sacrifico de mi hermano pude herir a la muy maldita, pero debía actuar rápido, sabía que su venganza sería aún más terrible que su juego. Inconsciente calló Gonmos (nunca quise pensar que estuviese muerto), volviendo así a ser el vikingo que era, su verdadera forma. Lo subí como pude a mi lomo y comencé una acometida desbocada, entre lluvia y sombras hacía las cuevas. Corrí, corrí y corrí, sintiendo el aliento del dios de la muerte muy cerca, muy nítido. Solo cuando rebase la Colina de las Bestias pude considerarme seguro. Aún en ese entonces mi corazón solo me insinuaba: ¡¡No te detengas!! Cuando llegue a las montañas la mayor parte de la comunidad estaba esperándonos. ¿Por qué nadie había ido a socorrernos?...por el mismo motivo por el que yo no le impedí a Gonmos que fuese el bosque en un principio… Lo último que recuerdo es haber dejado a mi hermano al cuidado de la curandera y el traficante. Si yo no hubiese ido probablemente no hubiese pasado lo que pasó, pero si no hubiese ido también podría haber pasado algo peor aún. Las lianas dirigidas a mi corazón eran una carga que no hubiese podido llevar, y que mi hermano tomó sin pensarlo. Cuando estaba entrando a mi cueva me desmayé (aún con mi forma de lobo). Me dolía la cabeza, solo quería dormir, no me importaban mis heridas. Mi hermano estaba a salvo… Así comenzaba la epidemia terminal que luego conoceríamos como “la fiebre”. …Solo al día siguiente descubriría el verdadero peso de mi carga…
Capítulo III
Cuervos
La discusión no duro mucho más, solo hasta que Azakro decidiera mostrar su afilado puñal. Era una situación desesperada, la misma que había “enfermado” a Gonmos. La filosa carga del mal nacido relampagueó a la luz del alba, y nadie pensó en hacerle frente. Era terrible mirarlo al rostro, rojo, encolerizado y hundido en su misma impotencia, salvaje, como un tigre acorralado. Aunque el anciano vikingo continuó sosteniendo que era una locura… todos lo seguimos.
Entramos en el bosque, sin antorchas, por consejo de Xoros, no confiaba en que la lluvia lo salvara dos veces. No había senderos, solo hierva quemada. Nos dirigimos, por unos minutos, hacia ningún lado. Caminamos entre los árboles gruesos y poderosos con los arcos tensos y las espadas vibrantes. Pero no había la más mínima señal de vida. Entonces el muy idiota de Azakro, autoproclamado el capitán, decidió que debíamos separarnos en dos grupos. Hasta Bruma, su propia sangre, pensó que era una estupidez. No sé cómo, no se desde cuándo, pero el mal nacido inspiraba miedo entre los hombres (además de odio). Pero yo no le temía, yo no le temo a nada, la naturaleza está conmigo y yo con ella, somos uno solo. Así Xoros, Azakro y el viejo se dirigieron hacia el oeste y el tío, Bruma y yo hacia el este. Obviamente mi opinión no valió de nada cuando me resistí a andar con el traficante. Nadie confiaba en él, pero Azakro debió haber pensado que era una buena manera de tenerme a raya. Nos perdimos entonces cada uno por su lado, con la sola orden de salir del bosque antes del anochecer, motivo por el cual es tío observaba más a la copa de los árboles que al suelo en busca de potenciales presas. Nadie hablaba. Delgado y desalineado (más que lo normal) Bruma parecía una bestia más. Por primera vez me percate de la gran cantidad de cicatrices en su rostro, unas cuantas de ellas muy cerca de dejarlo ciego. Parábamos de vez en cuando para escuchar… pero no había nada que escuchar. Más bien… parecía que el bosque nos estaba escuchando a nosotros. Luego de unos minutos llegamos a una gran colina de árboles y tierra que se erguía a unos cuantos metros por sobre el nivel de la llanura, una de las pocas colinas que no había sido quemada por el fuego y que aún permanecía virgen. Sobre nuestras cabezas las ramas prácticamente habían desaparecido, dejando libre paso al sol. Bruma la escaló y olisqueó es aire, como solían hacer los viejos lobos de mar. - ¿Qué hora es tío?- Pregunté. - No más del mediodía.- Respondió Bruma con su vos viperina, mientras escuchaba con la oreja en la tierra como hacían los montañeses. El tío se cubrió el rostro con sus manos peludas y miró hacia el cielo para comprobarlo. - ¿¡Que es eso!?- Exclamó de repente, apuntando hacia las alturas. - ¿Donde?- Pregunté, y utilizando inconscientemente mis poderes adquirí la vista de un halcón, y lo vi…miles, millones de cuervos volaban directo a la isla con la forma de una nube negra, hasta que comenzaron a oírse sus débiles graznidos. Bruma observó también. - ¿Qué demonios estarán planeando los dioses con semejante espectáculo? - Nada bueno.- Sentenció el tío. Descubrí entonces con horror y nitidez las cuencas bacías de los ojos de aquellos animalejos, las alas rotas y los torsos bañados en sangre. - ¡¡Están muertos!!- Cuando terminé de hablar se oyó un grito desde el oeste. Y de la nada apareció Xoros por sobre la línea de la colina, arrastrando a Azakro, quien se sujetaba las costillas, ensangrentado. - ¿¡Qué demonios pasó!?- Se desató Bruma. - Nos atacaron- Lanzó Xoros recuperando el aliento. - ¿Quiénes?- Preguntamos el tío y yo. - Las valquirias…- Susurró Azakro dejando escapar un hilo de sangre. - ¿Donde esta Oredon? - El grito que escucharon fue de él… se resistió a huir.
- ¡Tenemos que salir de aquí!- Ordenó Bruma, a la vez que el cielo se oscurecía de cadáveres. - Ya llegaron…- murmuré.
2007
Capítulo IV: 800 tristes Capítulo 1
Mentiras
La tomé de la mano, cerré los ojos y justo cuando estaba por besarla algo vibró bajo mi cintura. El celular. Vibraba y vibraba, y de la nada, como si recién recordara sus funciones, comenzó a sonar. En un arrebato, y antes de que el romanticismo del momento se esfumara, lo tomé de mi bolsillo con algo de esfuerzo y leí fugazmente el mensaje: ‘‘¿Qué estás haciendo osito?’’ Tragué con dificultad, y pareció que la chica frente a mí lo notó porque preguntó: - ¿Pasa algo? - No, no te preocupes.- Traté de fingir una sonrisa. Entonces sonó la bocina de un auto tras de mi… era el papá, estábamos en el parque un frío día de primavera. Suspiró. - Bueno Mati me tengo que ir.- Me besó en la mejilla, y mi subconsciente pidió a gritos que el beso fuese 45 grados más directo. - Un saludo a mis suegros. – Bromee. Sonrió. Y me quede más idiota de lo que ya estaba. - Acordáte de estudiar para química. - Obvio.- Sonreí mintiendo otra vez. Eso era, un baile de sonrisas y besos perdidos. - Hasta mañana- Se despidió desde la puerta del auto, y ante la mirada ciega de un padre de frente fruncida y lentes oscuros, el auto arrancó. Me limite a saludar. A 800 Km. Alguien discaba reenviar. Lo saque otra vez del bolsillo y leí lo mismo. “Sabes que no puedo mentirte”, le había dicho mil veces cada vez que me había hecho preguntas cuya honestidad requería meditación. “Te acordás cuando Carlos te dijo que yo tenía novia acá, bueno en ese entonces era mentira, pero ahora no”, tendría que haberle escrito. Pero decidí tomar el camino más fácil: romper en pedazos las palabras “por siempre” y tirarlas en algún rincón de mi mente donde fuese de uso ocasional, como “repaso”. - Me estaba bañando amor, ahora me conecto, ¿vos que haces?- Simple. Caminé las abismales tres cuadras desde lo que llamábamos “El Parque” hasta mi casa. El excesivo peso que le daba mi conciencia a esa mentira piadosa, sumando todo a mí predeterminada tendencia a “deprimirme” al andar solo y en silencio, fue a dar en que tuviese pocas ganas de tocar el timbre. Hacía poco habían entregado los boletines, y de un día a otro todo había explotado. Mi relación con Camila, el viaje de mi vieja a Grecia, la cortada de víveres, la castración inconsciente que me provocaba mi pobre abuela… todo. Y para colmo de males se me había roto el jodido mp3. Me decidí a entrar. Y entre saludos y
comentarios sumamente predecibles sobre la influencia negativa del frío en mi persona, me abrí paso a “mi madriguera”. Una silla, dos parlantes, una pantalla sin protector y un CPU mugriento eran durante varios horas al día un refugio relativamente acogedor. Me senté y vibró el bendito celular de vuelta: ‘‘¿Queres que te ayude a secarte? - Le lleva la toalla caliente.-’’ No entendí hasta que recordé que le había mentido. Pobre amor… era la chica más dulce que alguna vez conocí, tanto que había creado un mundo para mí. A 800 Km. la soledad, la impotencia, y el desamor se multiplican por cada kilómetro. Extraña forma de crear un mundo… por lo menos nos alentaba a esperarnos… hasta el verano, como si narrar acciones en tercera persona y entre guiones nos hiciese creer que nuestra relación era un cuento de hadas… Cuanta hipocresía. Me decidí a no responderle, de todas formas ya estaba por conectarme. Prendí los parlantes y sonó mi música, agradecí que la hora de la siesta hubiese terminado. Empecé a leer: Matty: Hola bombón. Manu: Hola bebe. (L) Matty: ¿Como estas? Manu: Mal… bobo. Matty: ¿Por qué? ¿Qué pasó? Manu: ¿No te acordas? 0.0 Matty: No gorda, vos sabes que soy malo para las fechas. Manu: No te estabas bañando… Tronó un relámpago y me quedé a oscuras.
Capítulo 2
En casa
No sabía que pensar. ¿Que había querido decir? Tal como era la chica más dulce, a veces se tornaba hiriente, con su desgano e indiferencia. Esa noche se cortó la luz, como solía ocurrir cada vez que una lluvia sacudía el tendido eléctrico del barrio. No era malo quedarse sin luz, desconectarse de todo por un rato, sino que lo malo era que ese rato durara 24 horas. Cenamos entre sombras mientras mi abuela corría de un lado para otro con las velas. Aunque con la abuela en casa era muy difícil, no cené. En vez de eso me tiré en mi cama a mirar a ningún lado, lamentándome por el mp3. Nada peor para un corazón pesimista que un rato para pensar. Otra vez me habría perdido un beso de Cami… ¿Volvería a tener la oportunidad? ¿No?... ¿De dónde había sacado Manu que le había mentido?...
No quería perderla a ella tampoco, la había querido mucho y muy fuerte por mucho tiempo. Imágenes de cada una se chocaban en mi mente, combatiendo por un territorio muerto (mi corazón). Cami, la chica “reguetonera”, de colores llamativos, “cheta” vista desde lejos, experta en las indirectas, primera novia de mi mejor amigo. Y Manu, la chica punk, siempre de negro. Yo y mi debilidad por las darkies me habían llevado a ser lo que era ese día, y ella había influido, de un modo u otro. ‘‘Ratoncito metalero’’ me decía ella cuando la común tristeza de nuestro genero era iluminada con un atisbo de esperanza. Tan dulce, tan triste… una rosa demasiado hermosa pero con demasiadas espinas. A mis 14 años era consciente de que no sería la primera vez que pasaría por un dilema así, pero después de todo, se me interponían barreras entre ambas chicas. Para llegar a una, debía cruzar 800 Km. y aun así sería pasajero, con la otra, debía romper una amistad. Como solía hacer, no opte por ninguna y me dormí. Al otro día me despertó mi abuela con el desayuno y cientos de diminutivos de mi nombre. Me había dormido con los jeans puestos. De lo ocurrido posteriormente, solo recuerdo estar en el colegio, creo que no había dormido muy bien. Gracias a dios era miércoles, mi día favorito. ¿Por qué?, porque tenía el día libre, y no consideraba filosofía y ecología como materias. Entré, saludé a un chico que cantaba japonés (ya se dan una idea), y me senté contra la pared fría. Me sorprendió no tener ningún mensaje de Manu, entonces me obligué a creer que se había quedado sin crédito, y le escribí: ‘‘¡Hola hermosa! Buen día. Ayer se cortó la luz acá. Es una porquería. ¿Estas enojada conmigo?’’ - Hola.- Me saludó la chica sentada atrás mío, Julieta, una amigaza. - Hola Juli, ¿cómo estás? - Mejor, mejor.- Sonrió, pero el día anterior había tenido que retirarse del curso, pálida, una vez más, por un dolor estomacal. - Hola Anto, saludé a la chica tras el loquito japonés. - Hola. – Dijo. Otra a la que no le llegaba el agua al tanque. Ni iba ni venia. - ¿¡Que contás Ponja!?- Le sacudí la mesa. - ¡Para! ¡Boludo! ¡Puto! ¿Que, queres que te cague a trompadas?- E hizo sus característicos movimientos amenazadores. Me invadió una mezcla de asco y risa. Estaba en casa.
Capítulo 3
Dormido, literalmente
Y llego Rodolfito, tarde, como siempre. Cargando su bolsito azul como si fuese una valija sin correa. Se sentó enfrente de nosotros y me tendió la mano, como una nenita. - ¡Rodolfito!- Salude con mi entupida costumbre de repetir el nombre de las personas, prolongando las últimas vocales. - ¡Pajero!- Se puso inexpresivo y miró hacia el frente, como solía hacer cada vez que sabía que había dicho algo muy gracioso o muy estúpido. Reímos juntos.
- No chabón. Todavía no te creo que vayas a salir con Cata. - Ya te dije boludo, no me importa que no me creas. - Mándale un mensaje, dale. - No jodas, ya le mande ayer y no me respondió. Cata era una amiga nuestra, de hacía ya un buen rato, pero de dudosa profesión, lo que nos mantenía ideológicamente alejados. Llegó el profesor de filosofía. - ¿Había algo que hacer? – Le pregunté a Julieta. Las preguntas sobre la “verdad”. No sé por qué sentí algo raro, increíble lo honrada que era en ese entonces mi conciencia. - ¿Las hiciste?- Me preguntó Antonieta. - No se.- Abrí la carpeta sin la menor esperanza, y con la vista y la mente perdidas. - Las he hecho yo y tú las copiaste. Respondió el Ponja frunciendo ya por costumbre el entrecejo. No es que realmente se llamara “Ponja”, sino que una serie de eventos demasiado tediosos de narrarlos llevaron a que lo llamáramos así. Y además de denominarlo con una palabra que economizara el esfuerzo de gastar saliva, al contrario de: mogolito o invecil, él se creía importante, acentuando así aún más su deformidad, lo que a nosotros nos quitaba el trabajo. De pronto sentí la necesidad de mandarle otro mensaje a Manu: “Te extraño…”- Escribí. Porque me ayudaba en esos momentos en los que tenía a varios amigos alrededor, pero nadie veía lo que me pasaba. Con las horas fui “olvidando” mi tristeza, pensando, como siempre, en que me estaba dando manija solo. Hasta que la profesora de química me aviso que me estaba durmiendo. - Matías, trata de llevártela solo a diciembre.- Me decía, tratando de sonar severa. Yo asentía, ojeando las fotocopias, para después de un rato volver a bajar la cabeza. Me desperté y había otro profesor. - ¡Ea! ¡Dormí algo!- Dije para mí, mientras me desperezaba contra la pared tibia. Claro que dormiste.- Respondió Benjamín (el Ponja), a una pregunta que se había planteado solo. - ¿Cuánto más o menos? - 103 años… Lo miré a los ojos… y hasta hoy en día me pregunto si solo escupirlo hubiese alcanzado.
Capítulo 4
De mariposas, a cenizas
- No boludo dale. - De verdad.- Se río con su forma estúpida y característica. Me limite a volver a mi posición de reposo. - 10 minutos chaval.- Lanzó Rodolfo sin despejar la cabeza del banco. - Casi nada.- Acomodé mi buzo / almohada, y me dormí de vuelta.
Me desperté a pocos minutos de sonar el timbre de salida. Ingles cumplía cuatro veces a la semana ese horario. - Hasta mañana chicos, decía el profesor palmeando en vano la tiza de su bolso negro, como debía venir haciendo desde quien sabe cuándo. Pronto, como un rebaño que cambia de corral nos apelotonamos para bajar las estrechas escaleras. Tendrían que habernos visto, el Ponja con su campera verde opaca, que nunca, nunca, había mandado a lavar, y cuya grasitud ya supuraba a la superficie como un principio de gangrena. Rodolfito, cargando su bolso como si fuese una cartera, y yo, sin el pulóver, la camisa por camisón, y con mi brillante campera también verde que me quedaba como un tapado. Sin duda lo más especial de nuestro curso. Tenía que pasar a buscar a Cami. Me despedí de los pibes en la esquina, el punto más directo desde el cual podía ir a su colegio. No podía dejar de pensar… en las dos. Entonces, como llamada por mis pensamientos, me llegó un mensaje: “¡Hi amor! Ya cargue crédito, ¿hoy te conectas? Te extrañe… ¿me venís a buscar a la escuela? >.<” - ¿Demonios como lo sabe?- Dijo mi otra personalidad. Los monólogos auto comprehensivos del loquito japonés resultaban ser una compañía tan irreal y carente del más mínimo sentido que adoptarlos se había vuelto plaga. - ¿Estaré loco? - No… solo necesitas material para la novela. - ¡Gracias a dios! Casi pienso que eras real. - Sos re fantasma si a eso te referís.- Fruncí el ceño y lo arranque de raíz. Le respondí: “Jaja, bueno amor, ya estoy llegando. ¿Me preparas un abrazo?” Siempre tratando de ser dulce… siempre con la cursilería de quien intenta estar enamorado. Llegábamos a encapricharnos por cualquier cosa, con tal de conseguir un nuevo tema de conversación. Mire el reloj, iba con tiempo, pero igual le escribí a Camila: “Estoy yendo Cami, voy un ratito antes, porque quiero verte un ratito mas ;)” “Chamullero” me había llamado Manu mucho tiempo atrás. Cuando llegué a la escuela todavía me estaba peleando conmigo mismo. En realidad no estaba en su escuela, ni siquiera a un lado de la puerta, sino en la vereda de enfrente, como queriendo pasar desapercibido… y pensaba: - Le estoy tirando onda a la ex de mi mejor amigo… ¿¡Qué carajo hago acá!? Y mi otro yo me respondió, cual la voz de mi conciencia: - Estas enamorado… boludo. Lo peor era que no solo lo sabía, lo sentía, y agradecía muchísimo que mi amigo hubiese faltado al colegio ese día. Sonó el timbre y como yo hacía solo 15 minutos, cientos de chicos se arrojaron a la libertad, aunque quizás la mía fuese demasiada. Salió Cami acompañada de sus amigas, a todos lados con sus amigas, asquerosa vergüenza… te miran, se ríen, y no entendés nada. Cuando me vio me saludó con la mano e
inmediatamente se despidió de las amigas. Hermosa… con su bincha negra, su pelo castaño y esos ojazos verdes, harían conmover al más duro. - Hola Mati.- Me dijo con una sonrisa tímida pero conocida. Y no tuve tiempo de responderle. Me abrazó… fuerte, y me derretí. Entonces vibró el maldito celular. Me hubiese gustado prender fuego esas mariposas.
Capítulo 6
Dulce
Se sentía tan bien, estar ahí, solos el uno con el otro, abrazados. Ese gesto, tan simple, me había alegrado el día. - Hola.- Sonreí, porque no tenía nada que decir, y mi lengua viperina se había paralizado a sí misma. - ¿Cómo estás? – Me preguntó mirándome a los ojos. Estaba todavía más linda que la última vez. - Bien, te extrañe.- Le tomé la mano. Y se rio. - Yo también bobo. - ¿Te acompaño a casa? - Vamos. - Me abrazó la cintura como un abrojo, y la rodee con el brazo. Las siete cuadras más dulces de mi vida. Mientras cruzábamos la avenida, y ella ojeaba hacia los lados, aproveché para mirar el celular…no supe porque todavía no lo había apagado. Leí: “Lo abraza fuerte fuerte, se para en puntas de pie, y le dice al oído: … ratoncito… te amo.” Apagué el celular. No es que no me hubiese enternecido, ni que no quisiera responderle, sino que cuando llegamos a la otra esquina, Camila me besó tan sorpresivamente que el celular se me calló de las manos. Volvieron las mariposas. ¡Que beso! Agradecí de sobremanera las Tic-Tac de menta que siempre llevaba mi viejo en el auto. No recuerdo cuanto duró, pero en algún momento mi testosterona nos hizo chocar contra un mural vacío, perfecto, como si ella hubiese ideado el lugar.
Capítulo 7
Una nace
Mi corazón estaba a mil revoluciones, pero me encantaba que tomara la iniciativa. Se separó de mí y se agachó… a juntar mi celular. Cuando se estaba levantando yo quise sorprenderla, pero le bese la nariz. Se sonrojó como si mi beso hubiese sido desubicado, o como si viese que yo mismo estaba realmente morado. Entonces me puso el celular en el bolsillo y me dio la mano. Yo hubiese querido seguir besándola, pero no quise exagerar. Es increíble lo poco que duran los momentos felices. Antes de darme cuenta giramos en una esquina y ahí estábamos, en su casa. Estaba tan perdido en sus ojos ese momento, que no recuerdo como nos despedimos con exactitud. Beso en la mejilla y hasta mañana. Siempre con ese
típico gustito a poco: me di cuenta de que tenía que ensayar mis finales. Comencé a alejarme. Ella saludó desde lejos y entró. Cuando llegue a mi casa la adrenalina ya pedía de vuelta su nombre. - No seas pesado… te acordás lo que le pasó al boludo del Ponja.- Me regañó mi conciencia. Era lunes, y yo nunca había sentido tan de cerca la lluvia. Yo en mi etapa de “quiero conocer gente nueva”, y Benjamín en su etapa de “necesito una vida”, en la que aun hoy en día no sé si considerarme dentro. El hecho era que en la plaza 9 de Julio nos íbamos a ver con una “amiga” de él… todo por chat… más enfermizo que… Ebrio en mis propias “despotricaciones” y ya cansado de saltar de charco en charco, me limitaba a ejercer mí deporta favorito: decir idioteces. No se dan una idea de lo lejos que quedaba esa plaza de mi casa.
Capítulo 8
Otra muere
Estoy seguro de que la lluvia hubiese sido mucho más dulce, si me hubiese mojado de la mano de Cami. Entonces como un interruptor que enciende una turbina, mi corazón empolvado obligo a mi cerebro a interpretar. Deje plantado a mi cretino “amigo” sin más miramientos. Como si la lluvia lavara de mí las dudas. Borré el número de Manu de mi celular, sin un adiós siquiera. Le avise a mi abuela que llegaba tarde, y marque destino a la casa de mi mejor amiga. Pesado o no, necesitaba decirle un par de cosas que había guardado, quizás, demasiado tiempo, tras una cortina de dudas. El beso y la lluvia habían reverdecido un territorio muerto en mí. Y después de todo, parecía que el mp3 no estaba roto, sino que solo… le faltaban baterías.
2007
Capítulo V:
Híbrida Capítulo I: El Oráculo - En cada una de las ocho ramas del Árbol hay un mundo, y en cada mundo una raza. Pero solo aquí, en el paraíso, todas las razas confluyen y se mezclan bendecidas por la paz. Los mundos son nueve desde la copa hasta las raíces: el Paraíso, el Mundo de los Muertos, el Mundo de los Elfos, el Mundo de los Hombres, el Mundo de las Bestias, el Mundo de los Trolls, el Mundo de los Dragones, el Mundo Perdido (vástago de una leyenda), y el Mundo de los Sueños.- Concluyó la bruja élfica sin aliento. - Nosotros nos hayamos aquí. – Y señaló, un colorido mundo al noroeste de un mapa de oro y rubíes, con la forma de un árbol colosal. - El paraíso.- Repitió una joven pensativa, vestida de los colores del mapa. - ¿Hay alguna forma de visitar los otros mundos?- Replicó rápidamente su hermana, vestida de plata y negro, aventurera de espíritu. - Sabía que preguntarías eso.- Sonrió la bruja, evocando una vieja ironía de los guardianes de oráculos. - Si, hay diferentes formas. Y aunque no hay ni mejores ni peores, la menos peligrosa es a través de los portales. - Señora Astra, la cena estará lista en unos minutos.- Un hombre retacón y barbado vestido de hierro blanco le habló a la bruja tras las cortinas del recinto. Luego de que esta hiciera una seña que indicaba que podía retirarse, Lilit, la vestida de plata, le preguntó confidencial: - ¿Dónde están los portales? - Perdidos.- Respondió Astra, indiferente, mientras se ataba el pelo con un pañuelo que parecía hecho de cristal. - ¿Perdidos? - Cambian de lugar, giran sobre sí mismos, se retuercen y desaparecen. Aclaró Armea, la elfa vestida de dorado. - Admiro tu interés, pero tendremos tiempo de hablar luego de la cena. No sería bueno hacer esperar a vuestro hermano. Salieron juntas de la habitación, hermosas contra el cielo sin lunas. Reina y princesas, Astra, Armea y Lilit, habían perdido a su padre, esposo, hijos y hermanos en una cruenta guerra, ya hacía mucho tiempo, cuando la destrucción había llegado hasta el mundo santo y había luchado por quedarse. Astra, la bruja élfica a cargo del oráculo del futuro, le había dado al supremo rey Atlan cuatro hijos, perecidos dos con él el día de su deceso. Su hermana, Xilia, la bruja élfica a cargo del oráculo del pasado, le había dado dos: Dagon, también fallecido, y Damus, quien había asumido el cargo de rey. Ambos primos y medios hermanos de Lilit y la joven Armea, e increíblemente, gemelos entre sí. Juntos moraban en el castillo real, cuyo nombre había tomado tantos sentidos con el paso del tiempo que nadie ahora lo recordaba.
- ¡Que dulce visita! Mis queridas hermanas. - Sonrió ampliamente el reypríncipe Damus, señalando sus asientos con un elegante gesto. Saludaron estas inclinándose ligeramente, y tomaron asiento. A un lado del rey estaba Xilia, detalle que Astra hacía tiempo trataba de ignorar. Su hermana parecía mucho más anciana que ella, más allá de que fuese mayor. Portaba con orgullo el semblante blanco de la reina, conjugado con su largo cabello blanquecino. Hablaron poco durante la cena, puesto que vivían de la rutina, no había nada que uno hiciera que los demás no supieran. Aun así, Lilit comió intranquila, sintiéndose observada. Damus no le quitaba los ojos de encima. Quizás porque ambos sabían que tan especiales eran. Atlan había llevado en su sangre el temperamento del hombre, y la nobleza del dragón, un hibrido del antiguo paraíso. Pero al unirse a Xilia y Astra, elfas del linaje más puro, había surgido una nueva raza de seres con cualidades sorprendentes. Esos eran Lilit y Damus, los únicos elfos- dragón. De repente Armea notó algo extraño en su madre, y se lo señaló a su hermana. -¿Madre, estas bien?- La bruja cayó pesadamente al piso. - ¡Tía!- El rey dirigió la vista al suelo, como despertado de un apacible sueño, desprevenido. -¡Madre, despierta! ¿¡Que pasa!?- La sacudió ligeramente una de sus hijas y esta despertó de inmediato con los ojos cegados por un fuego violáceo. - ¡El oráculo me llama! - Resonó en la habitación una voz magnificada, de ultratumba, que no era la de ella. Todo el mundo dejó de comer. -¡Agnar, Sigdam! ¡Ayúdenme a cargarla! ¡Las certezas del futuro se desvanecen con los segundos! Exaltada corrió la multitud a través de las calles de piedra blanca del intrincado castillo amurallado. Lámparas amarillas iluminaban muchos metros por sobre sus cabezas, señalando bajo sus pies un camino que descendía hacia un túnel subterráneo donde cientos de antorchas eliminaban cualquier vestigio de oscuridad. Luego de andar a toda marcha unos instantes, al parecer sin dirección alguna, llegaron a la habitación nebulosa en la que el oráculo guardaba reposo. Era casi imposible llegar allí, si no se era guiado por el rey, Xilia, o la misma Astra. Apenas estuvieron frente a la puerta de obsidiana (que la mente de Lilit asimiló sin querer con un golem guardián), esta se abrió, dando lugar a una gigantesca caverna arenosa, ensombrecida por estalactitas, como colmenas en el techo bajo. Un profundo olor a tierra e incienso embriagó sus sentidos élficos. En la trémula penumbra alcanzaron a ver un círculo azulado en el suelo, y otro sobre este, en el techo. La falta de antorchas en ese sitio apenas dejaba ver unos pocos pasos al frente. Por ello, como si fuese la guarida de un animal salvaje, la luz única y tentadora del oráculo embelesaba la vista de los incautos. Lilit no dejaba de observar a su madre, ya varias veces la había visto en ese trance, pero esta vez sentía algo más. -¡Déjenme aquí! - La voz vibrante por el eco perfecto de la cueva hizo que se le cayera el alma a los pies a más de un hombre. El cuerpo inerte comenzó a levitar, tieso, posándose suavemente en el centro del círculo, que se iluminó repentinamente. La joven de plata sintió que se mareaba, cerró los ojos. Su sangre élfica la mantenía serena, pero una dragona rugía impaciente.
- ¿¡Que tienes para decirnos, oráculo quejumbroso!?- Dijo quizás con demasiado ímpetu, lo cual el oráculo silenció envolviendo en llamas el cuerpo de su madre. - ¡Madre!- Gritó Armea, que nunca había visto todos los poderes de la bruja poseída. Una voz entre diabólica y burlona rio en todos los rincones. - ¡Tu madre es mi marioneta, querida!- Rio nuevamente. -¡Y no soy tan tonto como para romper mis propios juguetes! - Conocemos la profundidad de tu sabiduría, oráculo omnipresente, pero desearíamos que dejaras de abusar del cuerpo que Astra te concede, en la brevedad posible. El fuego que rodeaba el cuerpo ahora desnudo de la bruja se tiño de blanco justo cuando Damus cesó el habla. - Oh oráculo, tu que conoces el principio de todas las verdades y el final de todas las mentiras, que ves en el futuro de nuestra dichosa familia. – Argumentó Xilia presurosa. - ¿”Dichosa”?- Pensó Lilit para sí, y agregó, abusando demasiado de su posición: - ¡Habla de una vez! - Todos sabemos que tus apariciones solo traen desdicha. - ¡Y mi madre mejor que nadie!- Agregó Armea recobrando algo de valor. - ¡Uno de tus hermanos renacerá en la tumba de tu padre, Lilit, híbrida de ideales! Pero con el vendrá la muerte, y si es que en su mundo ella venció, vendrá a este, a reclamar su premio. - ¿¡Uno de mis hermanos desafió a la muerte!?... – El rey infló el pecho de orgullo, y no volvió a hablar, demasiado sumido en sus pensamientos, entre preocupado y confuso. - ¿¡Cómo se llega a la tumba!?- Su sangre de dragón, siempre desafiante. El oráculo rio una vez más, y con él toda la cueva. - Solo puedo decirte el futuro, porque el presente nunca irá más allá de lo que puedan ver tus ojos.- Se esfumó, y quedaron a oscuras. - ¡Agnar, Sigdam! Si aún continúan aquí traigan antorchas. Se escucharon los pasos de un solo hombre, por lo que Damus también se alejó. - ¿Madre?- Susurró Armea. - Estará inconsciente hasta mañana a primera hora - Contestó la voz de su tía. - Armea… debo encontrar esa tumba. - ¡Que no te escuche mi hijo! No te dejará ir, y menos sola. Llegó Sigdam, el hombre de hierro blanco, delante del rey, con antorchas en ambas manos. Iluminada, la habitación dejó pasmadas a las jóvenes hermanas. Las paredes que en la oscuridad habían sido grises, eran de un azul verdoso y las estalactitas eran mucho más punzantes de lo que parecían. Espectaculares dibujos de árboles y dragones colmaban de tinta roja y dorada los muros, y una tenue bruma pálida les envolvía los pies, a la vez cálida, misteriosa y ancestral. Armea se quitó uno de los pliegues de su vestido y envolvió a su madre inconsciente. El rey la llevó en brazos. Sin saber porque, a Lilit le costó dejar la caverna, penumbrosa y mágica, sabiendo que quizás, en algún momento, ella también estaría atada a su futuro. Cuando llevaron a la bruja hasta el recinto donde vivían ya estaba muy avanzada la noche.
- Es increíble lo desconsiderado que puede ser el heroísmo… y aún el más puro - Sentenció el rey mientras subía los escalones hasta la edificación blanca de telares rojos y muchas ventanas, acurrucada a un lado del castillo. La depositó en su cama, cubierta de rosas rojas, que inesperadamente, al contacto con su piel, se tiñeron de azul. - ¿Eso es normal?- preguntó Armea alarmada. - Esas son rosas del sueño, que absorben la vigilia de quien duerma sobre ellas. Supongo que esto es natural.- Respondió Xilia mientras hacía unas extrañas figuras con las manos.- Así… el oráculo no podrá alcanzarla en sueños. - Si es tan sabio e inmortal… ¿Por qué es tan cruel con nosotros? - Suspiró la elfa vestida de plata mientras acariciaba la frente de su madre. - Todos sabemos lo terrible que sería vivir por siempre… ¿Cómo sería vivir cada día sabiendo lo que pasará al siguiente? - Terrible…- Musitó el rey - Pero útil – Agregó. Y se retiró cabizbajo. - Cuiden a su madre. Querrá verlas mañana.- Se marchó ella también. Lilit tomó asiento a un lado de su hermana: - Tranquila… todo habrá pasado al amanecer. - Sabéis bien que no le importamos a nadie aquí. - No digas eso, yo daría mi vida por tu seguridad.- Su hermanita menor la abrazó, y lloró en silencio. Al día siguiente, cerca del mediodía, la bruja despertó todavía pálida pero sonriente. - Mis hijitas…- Las tomó de las manos cuando se acercaron. - Estoy bien, descuiden… pero lamento que hayan tenido que presenciar mi posesión. - Nos preocupamos- Confesó Armea. - ¿No hay alguna forma de que abandones ese artilugio?- Explotó Lilit. - La única forma es que alguien tome mi lugar… así que olvídenlo. - ¡Yo quiero tomarlo! - Yo también. - Nunca las dejaría hacerlo. - Rio y las abrazó. - Espero de ustedes un mejor futuro del que auguro para mí misma, sobre todo de ti.- Miró seriamente a si hija mayor. - ¿¡No estarás pensando ir a la tumba de papá!? - No lo estoy pensando, ya lo decidí.
Capítulo II: Obsidiana y rubíes -¡Entonces no vas a ir sola! Yo también quiero romper la rutina. - Exclamó Armea escandalizada. - ¿Te parece que mi posesión no ha sido suficiente? – Sonrió Astra. - No voy a arrastrarte conmigo si en vez de uno de nuestros hermanos llegara a aparecer la muerte.- Proclamó Lilit, y Astra ya no sonrió… como si el oráculo solo le hubiese contado la mitad de la historia. Tragó con dificultad, pero no flanqueó: - Tiene razón. - Pero no puedo quedarme sin hacer nada ¿y si llegara a pasarte algo? - Tu hermana va a necesitar a alguien de confianza que la provea de lo necesario para el viaje.
- Y nadie prepara mejores pociones revitalizantes que mi hermanita.- La confianza en la sonrisa de la híbrida la hizo tranquilizarse. - Podéis estar segura de que mi peso será mucho menor si sé que llevo parte de tu magia conmigo. - Si es lo único en lo que puedo ayudarte… - Renegó su hermana. - Además podrás pasar más tiempo conmigo - Bromeó la bruja. Aunque la realidad fuese que sin Lilit, ninguna de las dos sabría qué hacer. - ¿Cuánto tiempo tardarías en darme tres botellas? - Día y medio, si el clima ayuda. - Y aunque no lo haga yo la ayudare. En un día estarán listas. - Perfecto, ahora solo me resta practicar. - ¿Practicar? - Hace demasiado que no tomo un arco.- Se despidió y salió de frente a la brisa primaveral, con una alegría cuyo sabor hacia mucho había olvidado. - Tu también vete – Astra le acarició la mano a su hija menor.- Llevan prisa. - Solo si puedes prometerme que vas a estar bien. - Lo prometo - La abrazó. - Ve, ve. – Y los ojos preocupados de Armea se alejaron tras sus pasos dubitativos. Al fin las rosas volvían a ser rojas. Contra el muro oeste, en las calles del segundo nivel, más precisamente en la única armería, Lilit elegía un arco a su medida. Había visto de todos los tamaños y materiales, de todas las razas y orígenes, pero parecía no encontrar lo que buscaba. Revolvió cajones y estantes. Encontró arcos de dragón, hechos con huesos blancos y brillantes; arcos de Trolls, largos y rebosantes de veneno, unos cuantos de hombres, de cuero rojo y tenso; y decenas de arcos élficos, con esmeraldas y esplendidas flechas heladas. Pero ella buscaba algo especial, y pasarían un par de horas hasta que lo encontrara. De casualidad, cuando estaba observando un arco lo suficientemente antiguo como para quebrársele en las manos, notó entre el suelo gris y una caja vacía un arco negro. Al principio le fue indiferente, y recién lo examinó cuando pudo ocultar el arco roto fuera de la vista. Midió y pesó, advirtiendo que su largo era igual a la distancia de su hombro a su índice, tres pies. Lo observó a trasluz y la sorprendió la obstinación del material a mostrar su deterioro. Examinándolo minuciosamente, percibió delgadas líneas doradas, en ese entonces sin sentido, dando giros en los extremos. - Mi señora, ¿necesita ayuda?- Era un elfo vestido de blanco, otro sirviente de Damus, siempre vigilándola. - No, no, gracias, ya terminé.- Escondió su nuevo arco entre sus ropajes, sin saber por qué. Se levantó, hizo una ligera reverencia, y se dirigió a las afueras del castillo. Tardó varios minutos hasta poder abrirse paso, finalmente, hacia la compuerta principal. La puerta -puente era de obsidiana, al igual que la puerta de la habitación de oráculo. Esta era alta como varios hombres, y tan sólida y compacta que en todas las guerras jamás había cedido. A la voz de: - ¡Abran paso, la princesa lo solicita!- El monstruoso muro de negra materia comenzó a inclinarse manipulado por cientos de cuerdas. El aire nuevo hizo ondear su cabello rojizo. Respiró hondo al acariciar el mango.
- Vas a necesitar un nombre. - Le dijo sujetándolo firmemente mientras se adentraba en el espeso bosque circundante. - Elfos…condenados al encierro del bosque. - Dijo como si las palabras no fuesen suyas. Sorprendida miró detrás y advirtió como el muro oscuro se cerraba en silencio, entre las paredes grises de almenas azuladas y los árboles perlados. - Obsidiana, ese sí que es un lindo nombre. – Y se perdió entre la maleza, a paso ligero. Fue recién al atardecer cuando los guardias volvieron a verla, y ya no estaba tan hermosa. Delgados rasguños le surcaban los brazos, exaltados por su palidez. Su pelo lacio se había retorcido en una maraña de ondulaciones, y sus ojos estaban enrojecidos. Llevaba el arco balanceándose al hombro. - De verdad se tomó la “práctica” muy a pecho. - Dijo uno de los guardias. - Con sangre de dragón, ¿qué esperabas?- Murmuró Sigdam. - ¡Bajen la compuerta! La princesa respondió con una sonrisa un tanto exagerada, y cruzó encorvada y misteriosa. - Lilit, ¿qué estas escondiendo?- Fue lo primero que le dijo su madre cuando la vio pasar desde su cama. - Nada, nada. - Argumentó ella evasivamente y sonrió, de una forma que quiso parecer convincente. - Vamos, esos ojos ponía tu padre luego de faltar noches enteras. - Bueno… pero no se lo digas a nadie. - Soy una marioneta.- Rio tanto por la ironía como por la complicidad. Y al notar que su hija no comprendía agregó: - Soy una tumba, una tumba. Ahora muéstrame. La joven tomó con sumo cuidado dos gemas perfectamente esféricas que puso sobre los pies de la cama. Ambas parecían rubíes, pero con pequeñas manchitas negras en el centro y mucho más pesados. - Nos habías explicado que eran, pero como no estaba muy segura de sí eran peligrosos… - ¡Ayaxs!- Brincó la bruja con solo verlos. - ¿Donde los encontraste? - Muy dentro del bosque, uno estaba en la copa de un árbol, por eso los rasguños.- Extendió los brazos. - ¿Y el otro, en el río?- Lilit asintió frotándose inconscientemente los ojos. - Apenas tuve el primero en las manos, el segundo comenzó a destellar. Pero, ¿que son los Ayaxs madre? - Estos probablemente sean unos de los últimos en nuestro mundo. Por decirlo de algún modo, son dioses entre los animales. Lo que no los hace necesariamente buenos. - ¿Cómo llegaron aquí? - Buena pregunta, lo único que sé es que viajan entre los mundos cuando aún son huevos, bajo la forma de diminutas estrellas fugases. Nunca se supo cómo nacen, ni de donde proceden.- Se hizo un silencio incómodo. - ¿Que haremos con ellos? - Tú deberías saberlo, tú los trajiste.- Esta vez la bruja se rió de la expresión de su hija - Lo increíble es que esto se halla dado en tu primera excursión fuera del castillo, desde hace tanto tiempo.
- Dentro de un día partiré, no puedo cuidarlos. Voy a dejarlos, unas piedras no pueden ser problema.- El huevo en sus manos vibró y se oscureció. - Creó que deberías llevarlos, tú los despertaste.- Le miró las manos. El Ayax dejó de temblar y Lilit tragó con dificultad. Después de todo, dioses eran dioses, y había que temerles. Tanto así que los guardó en una bolsa del terciopelo más puro, y pocas veces se la separó de la cintura. Fuese por la excitación o el cansancio, esa noche nadie cenó. Armea las despertó tarde al día siguiente. Se bañaron, se peinaron, se vistieron, ella lustró su arco, ella se aseguró de que las pociones revitalizantes estuvieran en la etapa esperada, y juntas acudieron al inmenso comedor del castillo para el almuerzo. Todos observaban a Astra como si esta pudiese volver a desmayarse en cualquier momento, y ella no se cansaba de repetir que estaba bien. Pero lo que preocupó a la híbrida fue la mirada acusadora de su medio hermano, que venida de un rey, resultaba imposible de ignorar. - He escuchado por ahí que has estado entrenándote hermana mía- Dijo este como si el tema le fuese ajeno. - Y no puedo evitar preguntarme el motivo.- Xilia, a su lado, bajó la cabeza. - ¿Acaso el ser princesa debe impedirme estar en forma? - ¡No quiero mentiras!- Tronó el rey medio dragón, golpeando al pararse la mesa con los puños. - En realidad… - Intervino Astra. - Esto era parte de una sorpresa. - ¿Así es?- La joven asintió, quizás demasiado elocuente. - Claro que si.- La sonrisa de la bruja convenció a casi todos.- Sobrino mío- Se paró.- Hemos buscado mucho, y finalmente lo hemos encontrado. Un Ayax, tu propio Ayax. La sorpresa lo abatió. Observó a su madre, desconcertado. Armea incitó a su hermana a ceder. Pero cuando esta sacó uno de los esféricos rubíes y se lo entregó a su hermano con un gesto condescendiente, estuvo a punto de quebrarse. Finalmente, luego de incontables almuerzos, algo nuevo llamaba la atención de Damus. El retador de la muerte acababa de condenar a un dios.
Capítulo III: El escape Había sido el primer y el último entrenamiento antes del imprevisto viaje. Y a pesar del deseo insaciable de la híbrida de volver a escuchar el susurro de los árboles, ver el vuelo de las flechas e incluso sentir el frío del río, Astra la convenció de no salir de su recinto hasta el atardecer del día siguiente. Fuese hacia la muerte o hacia la gloria, en la mente de Lilit, la sola aventura valía la pena. Colmó cada minuto de ocio alistando lo que llevaría, trazando rutas imaginarias, e imaginando los peligros que le esperarían, muchos de ellos totalmente incoherentes. Asimismo se encariñó con su Ayax, aunque no supiese si era el que había vibrado en sus manos. Algo todavía más sorprendente que la cólera de una dragona es su instinto maternal. La bruja ya estaba recuperada e iba y venía por todos lados seguida por su hija menor. No era difícil saber quién perpetuaría el poder del oráculo. Así llegó el atardecer del paraíso. El sentimiento de ser ineludiblemente vigiladas las acosaba a las tres. Elfos y hombres de blanco husmeaban de vez en cuando tras los telares, o las seguían por las callejuelas de la ciudad, o las observaban
desde las torres. Damus sabía que no podría detener lo que estuviesen tramando, pero fuese lo que fuese, se los haría más difícil. Cerca de la medianoche se enteraron de que tenían prohibida la salida del castillo hasta que el rey lo creyera apto. Y las pócimas seguían sin adquirir el tono violáceo que les atribuía su óptima realización. Esa noche Lilit durmió tan alerta que le pareció que el Ayax temblaba, cuando la que temblaba en realidad era ella. Sigdam la sacudió antes del amanecer. - ¿¡Que pasa, que pasa!? - Princesa, perdone mi descortesía, pero mi señora Astra me ha dicho que la acompañe a la entrada subterránea lo más rápido posible. Y dijo algo de que “ya están listas”. - Oh… ¡al fin! Ni se peinó, ni se bañó y con dificultad se vistió. Tomó su mochila al hombro, se ató la bolsita de terciopelo tan fuerte que se quitó el aliento, sujetó febrilmente a Obsidiana y bajó a toda velocidad. A un costado de la entrada de la cueva, bajo la poca penumbra que escapaba a las antorchas imperecederas, la esperaban su madre, su hermana, y para su sorpresa, su tía, quien parecía querer redimirse por el intento de delatarlas. - ¡Manos a la obra!- Dijo la bruja apenas la vio. - Gracias Sigdam, ya puedes retirarte. Recuerda, ni una palabra.- Sentenció Xilia. - Puede confiar en mi señora. Princesa, que el camino bajo sus pies la guíe al más glorioso destino. Esperaron a que sus cortas piernas se alejaran para intercambiar pociones, y un par de miradas de complicidad. - Bien, este es el plan.- Retomó Astra.- Armea esperará en la entrada hasta que todo haya terminado. - Y si pasa algo me hago la desmayada.- Le susurró a su hermana mayor y rieron por lo bajo. - Xilia lanzará un hechizo de bruma sobre las antorchas si llegamos a encontrarnos con alguien más adelante. - ¿Esto lleva a…? – Dudó Lilit un instante. - Una salida que ni el rey conoce. Ha estado allí desde antes de cualquier guerra, por lo que en algún momento pasaremos cerca del oráculo. - ¿Y si llega a estar bloqueada? - Fundiré la roca yo misma. - Algo brilló en las manos de Astra. Xilia las silenció: - Muévanse, creo que alguien viene. - Suerte Lil.- Las jóvenes se abrazaron. - Volveré con nuestro hermano, lo prometo. Se adentraban entre los retorcidos túneles cuando media docena de hombres encontró el cuerpo dramáticamente inconsciente de Armea. Caminaron un par de minutos en silencio hasta que Xilia, que iba al frente y que presumiblemente tenía el mejor oído, escuchó pasos. - ¡Agáchense! Lo último que vieron con claridad fueron un par de sombras que doblaban hacia allí en la curva siguiente, y a la vieja bruja con los brazos extendidos tocando ambas paredes. La oscuridad surgió desde sus espaldas y se perdió túnel adentro. Ahora entendía el porqué de tantas antorchas.
-Toma mi mano, camina pegada a la pared izquierda, y si te topas con alguien, corre.- Le murmuró su madre rápido y claro. - Cuídate Lilit. - Gracias tía. -Fue lo último que le escuchó decir. Se cruzaron con los sujetos unos pocos metros más adelante, pero gracias al destino eran solo dos hombres ancianos, que barrían diariamente esos sectores, y que ahora refunfuñaban por la repentina falta de luz. Cuando lo consideró prudente, Astra hizo la luz. Al instante advirtió la expresión de sincera perplejidad de la joven. - Oh, había olvidado explicarte esto.- El pañuelo que mantenía alzado sobre sus cabezas emitía una potente luz blanquecina, que por momentos menguaba, como si fuese verdadero fuego. Su pañuelo de cristal. - Es fácil, lo presionas, se apaga, lo vuelves a hacer, y se prende. - Mágico. - Realmente mágico es que ya estemos tan cerca del oráculo.- Rio.- Las aventuras realmente aligeran el peso de los años. - Aunque muchos se mueven más por miedo que por gloria. - ¿Que quisiste decir? - No, no importa.- Ni ella sabía porque lo había dicho. Entonces sintieron a sus espaldas un fugaz relampagueo de luz dorada, y el pañuelo se apagó al instante. - ¿Qué fue eso? - No lo sé, pero será mejor que avancemos a oscuras por unos minutos. Lilit jamás hubiese sospechado que el destello procedió de las líneas del arco que ella misma cargaba. Cuando Astra se disponía a hacer la luz nuevamente, su hija le señaló que no sería necesario. El alba les abría el camino. - El camino está abierto, después de tanto tiempo. - A sido un golpe de suerte, aunque ahora no podrás ver mi magia de fuego.La miró de reojo y le sonrieron al amanecer del paraíso. - Siempre diré que te pareces demasiado a tu padre.- Le dijo mientras le peinaba el pelo enmarañado y se lo ataba con el pañuelo mágico. - Voy a volver madre. - Sé que sí.- Le corrió el flequillo. - Cuida mucho a Armea. Que vigile a mi otro Ayax.- La abrazó con fuerza. - Que la sabiduría del oráculo ilumine tu camino. Tras una colina que daba a una meseta, Lilit dejó de ver la mano que la despedía. Si bien Damus había pensado en la posibilidad de que Lilit acudiera a la tumba de su padre, fuese para presenciar la resurrección o la muerte, no tenía más pruebas que un confuso comentario de su madre envejecida. Así que cuando Astra dio aviso de que la princesa había partido hacia el sur en busca de información sobre los Ayaxs; no tuvo más remedio que aceptarlo a modo de disculpa, primero por el hecho de que ninguno de sus sirvientes la había visto partir, y más que nada, porque ya había partido. Armea había atribuido el desmayo a la falta de descanso. Y Xilia había agregado que ante el insomnio de su sobrina (común para las invocadores), la había invitado a caminar por aquel laberinto luminoso y fresco con el fin de aliviarla.
Solo Sigdam nunca dijo la verdad ni la desmintió. - Incluso con los pocos poderes que poseen los hombres, todavía algunos inspiran confianza.- Habría dicho Obsidiana.
Capítulo IV: Los Sangre-Fuego Cuando ya no pudo ver a su madre, decidió no volver a mirar atrás. Descendió hasta el pie del grupo de colinas en las que desembocada la cueva y observó la planicie por unos segundos. Era totalmente diferente a como se la había imaginado, pero a la vez no le era ajena. Desde siempre Astra le había enseñado que al hallarse el paraíso entre las ramas más altas del árbol, siempre daba en él la impresión de estar sobre una montaña. Este recuerdo había vuelto a su mente al advertir la densa niebla teñida del color del alba que inundaba de horizonte a horizonte la meseta. La tierra yerma y la vegetación salvaje y enmarañada podrían haberla hecho pasar fácilmente por una estepa. Pero Lilit recordaba de memoria los senderos a seguir, aunque nunca los hubiese cruzado. Los árboles serían su guía. Viajó hasta pasado el cenit solar, mucho más expectante que alerta. Por primera vez eran solo ella y el mundo. La tierra era arenosa y áspera, y el clima pesado, pero la niebla más allá de disminuir su visión élfica, parecía aligerar su pesadumbre. Cuando comenzaba a anochecer resolvió asentarse en el próximo grupo de árboles, o sobre ellos, puesto que la oscuridad había tornado la niebla mucho más densa y gris. Esa noche su única compañía fueron su Ayax, todavía inconsciente, y Obsidiana, todavía escondida. Aun así durmió sin sobresaltos hasta el amanecer. La despertó la esfera de rubí vibrando en su regazo, casi como si en su interior algo estuviese bostezando. Sin pensarlo con ella había despertado una duda, algo que había escapado a su desbocado intento de predecirlo todo. Recordaba bien las palabras del oráculo, testificando que renacería uno de sus hermanos, o que la muerte se llevaría a alguien más en el intento. Pero irónicamente, el oráculo del futuro nunca le había dicho cuando ocurriría. ¿Y si llegaba demasiado tarde? ¿Alguien debería morir en su lugar? ¿O la muerte buscaría una recompensa mayor? Obsidiana no tuvo nada que ver con estos pensamientos. Cerca del mediodía sus ojos oscuros vieron en la lejanía una empinada elevación circular no mucho más alta que una colina, contrastando con la sobrecogedora planicie. Ya la arena rojiza estaba ganando terreno. En solo minutos la curiosidad la había llevado a subir por uno de sus lados, lo cual propiamente dicho habría sido “escalar” la pared arenosa. Estaba tan absorta en sus pensamientos (o simplemente distraída) que al notar que no era un gran médano sino un cráter, el peso inadvertido de su mochila la hizo rodar hacia el interior, cuesta abajo. Chocó contra un diminuto pilar de piedra blanca en el centro, de no más de cuatro pies de altura. La sorprendió lo empinadas que eran las paredes interiores, que casi sobrenaturalmente se cernían sobre el pináculo como una especie de capullo. Cuando se cercioró de no haberse quebrado ninguna costilla accedió a examinar la roca. No había marcas, ni runas, ni formas: estaba totalmente pulida. Permaneció unos instantes contemplándola, cuando un repentino movimiento del suelo la devolvió de su maraña de suposiciones. La arena en torno al pilar comenzó a girar sobre sí misma.
- ¡Arena movediza! Para cuando quiso reaccionar no le quedó más que sujetarse con todas sus fuerzas de la roca para no ser absorbida. Peor aún esta comenzó a ascender, tomando su verdadera forma. Sin saber cómo, la hibrida había terminado veinte metros por sobre la roca del cráter, sujetándose por su vida. Entonces notó a pocos centímetros debajo de ella una hendidura que parecía separar la punta de la torre de un nivel inferior. Juntando el poco aliento que le quedaba se dejó caer lentamente, buscando a tientas con sus pies. Apenas intentó hacer pie, resbaló torpemente y ya no pudo sujetarse. Entonces acontecieron tres hechos en apenas segundos. Primero, una gigantesca y deforme cabeza se asomó desde uno de los costados del pilar cerca del centro de la torre. Luego, Lilit sintió un terrible ardor en su espalda mientras caía por el aire, como huesos quebrados o una herida de fuego. Y finalmente se oyó un gruñido ronco venido de algún lugar dentro de las dunas, que alertó al recién aparecido del peligro. Dos brazos duros y escamosos frenaron la caída, con el mismo efecto que si la joven hubiese golpeado contra vigas de madera. Pero no se desmayó, o por lo menos no al instante. La entraron por una pequeña ventana, y perdió la noción del tiempo mientras la bestia que la cargaba descendía por una escalera de caracol, que se ensanchaba y ensanchaba muy por debajo de la torre. Quizás lo que realmente la desmayó fue el olor proveniente de las entrañas de la tierra: olor a humo, barro, y a una colosal aglomeración masculina. Despertó tendida contra un muro de granito, con un vaso que podría haber sido un balde, lleno de un líquido ambarino, y un trozo de carne, que podría haber sido humana, tan seca como el cuero. Una decena de ojos grises la analizaban, en el fondo, más temerosos que ella misma, como si nunca hubiesen visto a un elfo, y mucho menos a una mujer. Cuando comenzaba a incorporarse (cubriéndose la nariz con sus mangas), los seres que la observaban se hicieron a un lado abriendo paso a unos marcados ojos rojos, vestidos de acero y respeto. Vale aclarar que desde que había recuperado la conciencia, toda la escena que estaba presenciando la híbrida se había dado en la más impenetrable oscuridad. El recién llegado hizo un intento exagerado por aguzar su voz, que de todos modos sonó desacostumbrada y gutural. - ¿Qué viene a buscar una elfa en las solitarias tierras del Suelo Oxidado? - Darle una oportunidad a un hermano.- Respondió ella sin basilar. - Déjame decirte que muchos de los que te rodean son mis hermanos, y más que oportunidades esta tierra trae resignación. - No dudo de que así sea. Pero antes de señalarte mis intenciones, desearía conocer a mi anfitrión. Antorchas se encendieron por todo el recinto, una tras otra, aquí y allá, alumbrando paredes que podrían haber contenido varias habitaciones de oráculos. Lo que vio la sorprendió más que los ojos en la oscuridad. El ser que había hablado era por lo menos cinco pies más alto que ella, y la observaba erguido en todo su porte. Saltaba a la vista que, indiscutiblemente, esos seres tenían algún parentesco con los Trolls, a pesar de su tez inusitadamente rojiza al igual que la arena. E indiscutiblemente, la mole frente a ella era el líder. Aun así, la luz no los hizo ver tan bestiales. Sus cabellos siempre negros, ninguno
barbado, sus narices chatas, las miradas de incertidumbre; verdaderamente los hacían parecer mucho más humanos, aunque nunca le dijeron de qué era la carne. - Por tus colores, ¿debo deducir que tienes algo que ver con Atlan, Puño de Ceniza?- Maldijo que toda su vestimenta fuese de plata y negro. - Así es mi señor Troll, pero hace ya mucho de su deceso. - Dímelo a mí, que lo vi caer.- En su rostro marcado asomó algo que pareció una sonrisa. Entonces, al igual que cuando él aguzó la voz ella aguzó la vista, y luego de un instante librado a la memoria, lo reconoció. Ya lo había visto en las puertas de la ciudad, Orgon, el rey Sangre-Fuego. - ¿Orgon? - Rara coincidencia encontraros aquí joven Lilitien.- Su bocaza de dientes oxidados ahora si sonreía. - Oh, mi señor Orgon.- Por ella lo hubiese abrazado, pero hubiese sido difícil (por el radio de su torso, y el dolor del suyo propio), además de descortés. - De verdad llegué a pensar que estaba en un aprieto. - Por favor, no me llame señor, princesa. Le debo mucho más a su padre de lo que usted cree. Solamente Org, si le apetece. Anhelo conocer su destino, si es que en algo podemos ayudarla, claro, luego de derivarla a un ambiente más digno. - “O realmente no son bestias o le temen demasiado a las deudas.”- Pensó la princesa. - Uno de mis hermanos ha retado a la muerte, Org.- Explicó en voz baja y sin rodeos. - Al parecer la valentía de tu casa no ha de conocer límites.- Infló el pecho, como solían hacer los reyes. - Lo ignoro. Aún no sabemos cuál de mis hermanos volverá, ni cuando, solo se nos dijo el sitio. Y es la tumba de mi padre. - Hacia muerte o gloria, menuda travesía os espera princesa. - Por ello no dispongo de mucho tiempo.- Alzó la voz y trató de caminar unos pasos, pero el dolor del choque la empujó contra el muro. - Solo el necesario para poder ponerse de pie.- Sentenció el Troll, a la vez que les gruñía sus camaradas más cercanos. Estos la ayudaron a incorporarse, pero siempre cautelosos, como si ella pudiera morderlos y no al revés. - Descanse hasta el anochecer, la bruma será un fuerte escudo. - No sé cómo agradecerle. - No volviendo a curiosear en mi cráter.- La ironía y la risa paternal le recordaron tanto a su padre que pronto se sintió como en su hogar. Algo que requería su mérito, teniendo en cuenta la peste. Cuando se alejaban por una de las cuevas que confluían en ese húmedo recinto, notó un detalle del que no se había percatado: todos sin excepción vestían una especie de capa negra, raída y agujereada. Suficientemente acopladas a sus espaldas como para pasar desapercibidas. La guiaron hasta una habitación apartada, atravesando túneles que bien podrían haber sido construidos mediante los mismos artificios que los del castillo. Los dos Trolls que la ayudaron a pararse la acompañaron a la puerta, y se les sumó un tercero, que explicó enérgicamente mediante señas que él la había “atrapado en el aire”. Apenas la dejaron a solas se derrumbó sobre la antiquísima cama que le habían destinado. Tosió unos minutos por el polvo, y
viajó a la base del Árbol. Los golpes de Nomon (quien la había salvado) la despertaron horas después, cuando en la superficie ya avanzaba la tarde. Entró con curiosidad, depositó el mismo balde que le habían ofrecido antes a un lado del nicho, acompañado de un trozo de algo esponjoso y oscuro que se suponía era pan, y se alejó sin gesto alguno. Cuando se levantó para sorber algo del jugo, volvió a sentir un dolor desgarrador recorriéndole el dorso. Tragó con avidez. Lejos de encenderle la garganta, como habría supuesto, la extraña bebida sació su sed por su dulcísimo sabor. Entonces buscó un espejo sin la menor esperanza, y lo encontró donde nunca lo hubiese buscado, tras el respaldo de la cama. Quitó las telarañas, se desató la bolsa de terciopelo de la cintura, se quitó la túnica, y observó. Dos delgadas extremidades pálidas asomaban desde ambos omoplatos, como alas jóvenes y tersas, pero todavía débiles. Delatando lo que había sido el intento de la dragona… de volar.
Capítulo V: Sueños de gloria No volvió a acostarse. Tenía demasiadas dudas. ¿Cómo es que nadie en el castillo sabía de la torre? ¿Conocía Orgon los secretos de su sangre? ¿Estaría perdiendo tiempo valioso? - Actuar acarreará más contratiempos, pero esperar sólo traerá más incertidumbre.- Ya no se distinguía si era Obsidiana quien lo decía o Lilit quien lo pensaba. Bebió una de las pociones revitalizantes de su hermana y su estado de ensoñación y mareo cesó casi al instante, tanto como el dolor en su dorso. La volvió a llenar con el néctar de los Trolls y se escabulló fuera de la habitación. No podía esperar hasta el anochecer. Guiada por su oído élfico logró volver a la gigantesca sala donde había despertado por primera vez, y que por gracia del destino sólo encontró ocupada por uno de esos gigantes, aparentemente ebrio. Allí se presentó la mayor dificultad. Habiendo al menos una veintena de túneles idénticos, ¿cuál seguir? Un golpe de suerte la hizo evadir los riesgos del azar. Oyó pesados pasos acercarse y se pegó a la pared sacando ventaja de la falta de luz. Dos Trolls se acercaron hasta este otro, medio dormido en el suelo. Entonces mágicamente la joven comprendió su grotesco idioma. - ¡Ipson, idiota, ponte de pie! - Si tu padre vuelve a encontrarte así, te molerá los huesos.- Dijo el segundo tratando de incorporarlo. - Sin guerras… no sirvo… - Basta de sandeces, ¡queda demasiado por cavar! - Déjenme… - Vamos, ¡arriba!- Lo arrastraron a empujones hasta que se perdieron de vista. Cuando juntó valor para deslizarse unos pasos hacia el túnel más cercano, desde su interior, la voz del rey la detuvo. - ¿Estás seguro de que abandonó su habitación? - Seguro, mi señor Org. - Será mejor que le evitemos el dilema de los túneles y la hagamos regresar, los cuerpos élficos tardan en sanar. -¡Ion! ¡Apresúrate y cubre la salida a la torre! -¡Poron! ¡Corre hacia las escaleras!
-¡Nomon! ¡Cubre los…! - Lilit volvió a escuchar nada más que un montón de gruñidos, y sintió que el pañuelo se deslizaba entre su rostro y la pared, y caía al suelo. Cuando advirtió su nueva e inesperada función y lo sostuvo sobre su oído, todos se habían marchado. Sin más remedio, siguió los pasos del corpulento Nomon, que se adentraba en un túnel al que de haber sido por ella, jamás hubiese entrado: el más oscuro. Se dio esperanzas en voz baja, al recordar el dicho de que los Trolls siempre mencionaban sus peores temores en tercer lugar. Aunque, en esa oscuridad, le podrían haber hecho creer cualquier cosa. Anduvieron unos minutos a trote silencioso y tras algún que otro giro repentino, Lilit perdió la cuenta de las ramificaciones del túnel original. Se olía la peste de su despreocupado guía a varios metros, lo que facilitaba seguirle el rastro. Cuando el túnel comenzó a estrecharse fue un hecho el que los Trolls vieran mejor que los elfos en la oscuridad. Nomon trotó con más ímpetu. A unos minutos de la sala de las antorchas, su guía se detuvo cuando pareció que la estrechez le hizo imposible avanzar. Recién cuando giró su monstruosa espalda asomó la luz exterior. Pero como una colosal compuerta, este se había girado mirando hacia el interior, haciendo ver a un muro de obsidiana como un juego de niños. Y parecía dispuesto a pasar allí todo el día. La mente de la hibrida trabajaba a toda marcha. No podía regresar, por miedo a perderse, y no podía esperar, por miedo a ser descubierta. Ni su Ayax, ni el pañuelo, ni Obsidiana podrían sacarla de allí. Obsidiana… - Tal como la roca se funde, habrá que derribar este muro. Sin detenerse a pensarlo cargó el arco y apuntó, primero entre los ojos, y luego a los escamosos pies. Contuvo la respiración y disparó. El desprevenido Troll dejó escapar un lastimoso aullido a la vez que se inclinaba sobre la herida. En un único y veloz intento la híbrida trató de saltarlo, pero chocó contra su capa, inusitadamente sólida, y calló de cara a la arena del exterior. Cuando se estaba incorporando Nomon la sujetó por los talones, y la alzó en el aire. Tardó unos segundos en ver que sostenía a la princesa. La bajó y gruñó exaltado hasta que ella tomó el pañuelo. - No debería estar aquí, princesa Lilitien. Oh no, el señor Orgon sí que está preocupado. Se esmeraba desesperadamente por ser comprendido. - Te comprendo guerrero, no es necesario que gesticules. Pero voy a tener que rehusarme a regresar. Llevo demasiada prisa. - Pero, pero… debe volver princesa, si mi señor ha dicho que debe descansar. Seremos duramente castigados si ninguno la devuelve para el anochecer. - ¿Conoces el camino hacia la Tumba de Cristal? - Pues si mi señora, varios de mis hermanos la custodian. ¿Pero qué tiene que ver con…? - Entonces me guiarás hasta allí y asimismo eludirás tu castigo. - Señora, no tiente al corazón de este Troll con la promesa de una aventura. No sería honorable escapar. - Veo que Orgon los ha instruido en los valores como a verdaderos guerreros. Tampoco sería digno dejar a una dama viajar sola.- Esa sonrisa derrumbó todo sentido de responsabilidad.- En cuanto a tu herida, realmente me siento apenada.
- No se preocupe, es propio del carácter de los dragones, golpear y luego hablar.- Ahora él sonrió, como parecía no haber hecho en mucho tiempo, a la vez que señalaba su capa. Gigantescas alas negras se abrieron en toda su envergadura, ocultando el atardecer. - Dragones-Troll… quizás no seamos tan diferentes. La peste que descendía desde sus axilas la hizo volver a la realidad. Antes de que lo advirtieran, hacía ya cinco días desde que habían escapado de la torre. - Nomon, ¿estás seguro? - No puedo equivocarme princesa, incluso la bruma se está tiñendo de sangre. - Siempre hacia el norte… Bueno, me toca montar guardia. - Yo vigilaré por usted hoy. Descanse bien, princesa, mañana comenzará a escarparse el terreno. - Al fin.- Se quitó el pañuelo, que ahora solía llevar como bandana, y se dejó caer en la arena, que ahora todo lo cubría. Si bien los Dragones-Troll fueron los mejores guías de ese y de muchos mundos; nunca faltaron quejas, pues nadie descansaba a menos que ellos mismos se sintieran cansados. Con los días Nomon le había enseñado las funciones de la torre, su maestría en el arte de la orfebrería, y había trazado para ella mapas bastante elementales, pero suficientes para que no fuese a perderse en los túneles en caso de que tuviese que volver a afrontarlos. En uno de ellos, la joven descubrió que el túnel que habían tomado los había llevado media milla hacia el noreste, poniéndolos sin saberlo en camino. Hasta llegaron a pensar que Orgon lo había enviado a él hacia allí a propósito. Sobre el origen de la torre, el mismo Nomon tenía datos confusos, que variaban desde la llegada al paraíso bajo la forma de una torre-cometa, hasta la formación por una erupción volcánica, que habría sido moldeada por sus antepasados. De uno u otro modo, durante muchos milenios, la Torre del Cráter fue una de las fortalezas más impenetrables y secretas que se hubiesen construido. En cuanto a esos días a la deriva, la pradera se había transformado en desierto, y el desierto se había tornado helado e inhóspito, más durante la noche. La continuidad inanimada del paisaje hacia olvidar haber visto alguna vez el bosque. Todo se reducía a ese paraje, como si al despertar ya no se recordase hacia donde se debía continuar. Finalmente, tras varios días de vigilia incansable, la híbrida pudo conciliar el sueño. Pero en ese mundo traicionero, quien duerme inquieto, sueña, y quien sueña siente, en el fondo. Despertó antes del alba sudorosa y sin aliento, como si de verdad hubiese corrido. En efecto, la nitidez del sueño la hizo vacilar unos instantes al tratar de discernir entre la realidad y la fantasía. Había soñado, o más bien, se había visto en sueños, en el bosque del exterior del castillo. Llevaba un largo vestido azul, y juntaba flores cerca del río, despreocupada. Observaba de vez en cuando el margen opuesto, como esperando algo con certeza, pero con temor. Entonces encontró la florcilla blanca que estaba buscando, que delicada y frágil se le escurrió de los dedos y se deshizo en el suelo. De pronto una luz sobre el horizonte llamó su atención. Primero escuchó atroces rugidos en la distancia, y luego vio millares de bestias indescriptibles, que sembraban tras ellas el fuego del que estaban hechas, a la vez que corrían hacia allí en una caótica
estampida. Demasiado aturdida como para moverse, veía el muro de acero, garras y fuego acercársele. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca como para saltar sobre ella, una terrible columna de fuego blanco se alzó donde había caído la flor, y de la tierra misma emergió un titánico dragón cubierto de pálidas flamas, que de un zarpazo despedazó a las bestias de las primeras filas, mientras las demás, tras saltar el río, lo rodearon. Entonces se ocultó tras los árboles, temiendo abandonar a su guardián. Con un rugido aún más terrible que los anteriores, el dragón pálido pareció retar a las fieras. Y como respuesta, el cielo se volvió negro, y una columna del más oscuro fuego dio a nacer a un dragón infernal, más negro que la noche, que se abalanzó salvajemente sobre el cuello del primero. Entonces ya no pudo observar más. Se internó en la espesura en una ciega carrera hacia el castillo. Corrió, chocó, rodó, se arrastró y continuó corriendo. Pronto las almenas azules se alzaron sobre los árboles. Pero en el mismo instante en que alzó su voz sobre los aullidos para que le abrieran, vio desmoronarse la compuerta, los muros y con ellos las almenas mismas, frente a sus propios ojos. Sin aviso la rodeó una oscuridad insondable. Trató de liberarse de la inexorable prisión, pero advirtió que no podía moverse ni un centímetro. En un abrir y cerrar de ojos se vio a si misma dentro de una tumba de cristal. Los soles surcaban el cielo en las alturas como si los días pasaran en segundos. Forcejeó, se retorció y gritó, y cuando sintió que le iban a estallar los pulmones por la falta de aire, despertó. Nomon estaba sentado a su lado, y la observaba preocupado. Como si hubiese extendido su turno de guardia, o como si realmente no hubiese necesitado dormir. - Princesa Lilitien, ¿se encuentra bien? - Si.- Murmuró ella con los ojos fuertemente cerrados y un torbellino de imágenes en su cabeza.- Fue solo un mal sueño. - Me alegra oír eso. Tome, beba lo que queda de nuestro vino. Ya es hora de partir. Desganada sorbió el último trago del espeso elixir de los Trolls mientras recordaba con nostalgia las rosas del sueño. Habiendo apartado a las bestias y a los dragones de su mente, volvieron a internarse entre las dunas. Habrían caminado cerca de una hora cuando ya no se pudo resistir. - ¿Cuántos días nos quedan de marcha? - Yo diría que unos tres, princesa, y agradezcamos que el clima continúe así. Pero estoy seguro de que ver la tumba del supremo Atlan valdrá cualquier esfuerzo.- Trató de animarla. Pero ella todavía no le había dicho el propósito de tan largo viaje, y al parecer Orgon no había ahondado en detalles. - Nomon… ¿temes a la muerte? - Claro que no, mi señora. Solo a una muerte que carezca de gloria alguna. - No te comprendo. - Temo a que me lleven los años, o la enfermedad, o la locura. Mi raza sólo conoce la muerte en combate, porque mientras más duro sea este, mayor será el honor de ser vencedor. - ¿Acaso no temes a la guerra? - De ella nos alimentamos princesa. “Bendito sea aquel que tiene muchos enemigos, pues estos lo transformaran en héroe.” Decía mi señor padre.
Capítulo VI: El Cementerio de rocas
Quizás fuese el impulso de sus palabras, o la transparencia de su espíritu, pero algo en la mirada decidida de Nomon encendió en la híbrida un sentimiento olvidado que a su vez le era más propio que cualquier otro: las ansias de combate. Hablaron poco el resto del día, como concentrados más en la lejanía que en el camino bajo sus pies. Incluso avanzaban mucho más rápido que los días anteriores, a pesar del relieve en aumento. Las dunas se hicieron más y más escarpadas, y el frío más ininterrumpido. Cerca del atardecer pudieron ver las montañas, y para el anochecer, tras un trote sin descanso, los desalentó la idea de no haber andado lo suficiente, o aun peor, de que la montaña fuese mucho más grande de lo que esperaban. - ¡Pero ya has estado allí, debes conocer las montañas! - Lamento decepcionarla mi señora, pero las montañas que buscamos cambian como la arena de las dunas. A veces son escalonadas, a veces sus resquicios son húmedos y traicioneros, a veces se necesitan muchas manos para escalarlas, y a veces parecen talladas en bruto como una única piedra monstruosa. - ¿Qué podría ser peor que esto…? - Que no la hubiésemos encontrado.- Obsidiana maldijo la ironía Troll. Rendidos se arrojaron al suelo oxidado, envueltos sólo en sus capas. Nomon encendió las brasas con un suspiro ardiente, como intentó enseñarle a la princesa. Y como tantos otros días, pasaron las horas más oscuras perdidos en el cielo estrellado. En cuanto a las provisiones, alternaban entre el pan negro de la torre, y las semillas élficas, de infinitos sabores, que sacian cualquier estómago. Sabores que a pesar de infinitos, comenzaban a repetirse. Sólo bebían el néctar élfico (también conocido como “Rocío élfico”), que en contra de la insistencia de la joven, el Troll se negaba a beber, argumentando que podía pasar meses sin una gota. Un brebaje no tan delicioso, pero cuyo aroma recordaba a la primavera. De a ratos la arena y la bruma se arremolinaban por el frío viento nocturno, asemejándose a aullidos en la lejanía, que sin proponérselo Lilit asimilaba con su sueño. Antes de las primeras luces del alba estaban de vuelta en camino. Desafiante, la montaña comenzó a dibujarse poco a poco tras la niebla insólitamente rojiza que les empañaba la vista. - No me pierda de vista, yo iré al frente dividiendo la bruma con el batir de mis alas… Creo que hoy no habrá noche. - Ya comenzaba a aburrirme.- Estando a su lado, Nomon no alcanzó a verla sonreír.- No me despegaré de vuestros talones.- Y se sujetó de un manotazo a su colosal cinturón. - Continuemos. Sus alas no tuvieron problema en despejar el camino, que tras ellos volvía a ocultarse, sino que ahora el verdadero problema, era el frío. No supo Lilit en que momento comenzó a caminar sobre arena escarchada. - Estamos cerca de la base de la montaña, princesa. Tenga cuidado de donde pisa.- Rompió el tétrico silencio luego de un par de horas. - Temo más a lo que nos oculta la niebla. - Un cementerio de polvo y escarcha. Créame que no desea caer sobre los cuerpos cuya sangre alimentan estas nubes.- Envuelto en terciopelo el Ayax tembló.
La temperatura bajó, y bajó y bajó. Y el tiempo mismo pareció detenerse. Dependían completamente de la orientación del guerrero. Sobre sus cabezas dejó de distinguirse el día de la noche. Todo era bruma. Varias veces pasaron sobre cuerpos helados e inmortales descubiertos por la arena y vueltos a sepultar por el hielo. Y Lilit tuvo que hacer uso de toda su imaginación para hacerlos pasar por rocas. Se le habían congelado los labios. Y recordándola hermosa al contraste con el cielo estrellado, ahora se la veía encogida y temerosa, encerrada en sus propios temores. El deseo de pelea había sido vedado por el frío. Repentinamente soltó el cinturón y comenzó a tambalearse peligrosamente. Ya era avanzada la noche, y había llegado al límite de sus fuerzas. Los brazos que la habían salvado una vez la subieron a un hombro poderoso. De una de esas manos brotó un fuego que iluminó más allá de las sombras, y a la vez calentó el entumecido cuerpo que cargaba. Al instante Lilit calló dormida sin soñar en nada, abrazando el grueso cuello que la sostenía. En cierto modo, contribuyendo con tan inocente acto a rectificar un objetivo debilitado por el cansancio, el frío y el hambre: ahora nada los detendría hasta abandonar la niebla. Ese momento llegó al mediodía siguiente, cuando la roca sustituyó a la arena y ya no hubo más niebla. Nomon había subido al flanco más meridional de la primera cadena montañosa, y con fuego y maestría, había creado un escondrijo propio. La joven despertó envuelta en un chaleco gigante de Troll, frente a un fuego alimentado por pan viejo y mapas borrosos. Pasados unos instantes apareció este. Y ella tomó rápidamente el pañuelo. - ¡Princesa! ¿Cómo se encuentra? - Debo admitir que tenéis una inquebrantable tendencia a salvar mi pellejo... no sé cómo podré pagarte.- Él se limitó a mojarle los labios con poción revitalizarte. - Suficiente honor es ser su guía, mi señora.- Embozó una sonrisa de dientes anaranjados, sintiendo que estaba haciendo bien su trabajo. - Es un honor por ser hija de mi padre, no por mérito propio.- Se incorporó con dificultad. - Aun así, son pocos los elfos que han irrumpido en las tierras del Suelo Oxidado. Aún menos las damas, sin ofenderla. La mugrienta joven rio con ganas. - Admiro tu tenacidad Nomon. Y realmente, gracias por el cuidado.- Se acomodó la chaqueta con un ligero tirón.- Pero no debemos demorarnos demasiado. ¿Hacia dónde sigue nuestro camino? - Al norte, hacia la Meseta Lunar. Que con suerte será igual de accesible que la montaña, si no decide transformarse. - Siempre hacia el norte… ¿a quién se le ocurriría? - Mi señor Orgon nos ha explicado que su cima es el punto más extremo del paraíso, que a su vez es el mundo más extremo del árbol. Quizás eso tenga alguna relación. - Y yo que imaginaba al mundo como un bosque siempre bello… - ¡Claro que vivís en un mundo hermoso princesa! Sólo que a veces hay que entrenar los ojos, para advertir toda su belleza. - No me sorprendería verte como rey en un futuro, amigo.- Y ella al adivinar la inminente negativa agregó:
- Demasiados misterios poseen estas tierras. Y aun no comprendo, ¿cómo puede transformarse una montaña? - Me temo que no tiene explicación mi señora, aunque… - Estamos a días de tu rey, puedes abandonar los formalismos. - De acuerdo… lo intentaré… Como iba diciendo, los grandes misterios tal como la particularidad de cambiar de forma de las colinas, no pueden explicarse, sino con una leyenda. Tengo entendido que la montaña misma no es más que un colosal dragón durmiente. - ¡Que sería del paraíso si despertara! - Por ello, muchos de mis hermanos aún custodian su paz. Hacia ellos nos dirigimos, puesto que no hay otro modo de pasar. - ¿Qué hubiese pasado si hubiese venido sola? - No te hubiesen impedido el paso, pues pueden adivinar vuestras intenciones. Pero estoy seguro de que no te hubiesen quitado un ojo de encima. - Creo que el futuro nos tiene preparado algo grande.- Miró por la grieta de la cueva mientras se lamentaba de haber dicho una frase tan propia de su madre. - Si todavía estas cansada, puedo llevarte. - Oh no, no. Temeré más a la altura si no tengo mis propios pies sobre la tierra. - Buena idea. Entonces, ¡hacia el norte hasta que caigan los soles!- La joven no hubo más que sonreído y manoteado sus cosas, cuando tuvo que seguirlo a la carrera. El sabor de un nuevo reto parecía encender la sangre del Dragón-Troll, a pesar del frío exterior, y del destino… que todavía se le ocultaba.
Capítulo VII: Pasado - Por nada sedas el bosque… - No cederá padre, lo defenderé con mi vida. - No podría haberle confiado esta tarea a alguien más apto.- El rey abrazó a su hijo. - Aun así… hubiese peleado con ustedes. - Extraño capricho del destino dejarte para el final.- Dijo Atlan, advirtiéndose la ironía Troll. - Amargo final será, pues me abandonas demasiado pronto. - Debemos atacar nosotros antes de que se reagrupen. Y créeme que recordaran a Atlan puño de ceniza. - Guía con ímpetu a los demás.- Exclamó el joven. - Hace años que Elven y Maer esperan este momento, pero temo que Damus aún no esté listo. - Gemelos en apariencia pero no en espíritu. Para bien o para mal, al fin podrá demostrar su potencial. - Precisamente eso es a lo que más temo. Los dragones siempre fuimos salvajes, y lo único que nos diferencia de ser enemigos o camaradas, es el saber cuándo dejar de atacar. - Padre… déjame ir en su lugar entonces. - Lo he pensado largamente. Pero más que por mi muerte, temo por mi ciudad. - Él la defenderá como una criatura acorralada. En estos tiempos, más que mentes veloces, se necesitan acciones poderosas padre. - Sabias palabras, hijo mío. En vez de estorbarle en batalla le dejaré la defensa del castillo… pero no esperemos que le alegre oírlo. - Yo lo convenceré. - Dijo Dagon a su padre, y agregó:
- Es lo mejor… para todos. - ¡Iré a la guerra lo quieran o no!- Gritó su hermano mirándolo fijamente. - Entiende que la ciudad te necesita. - ¡Lo que queréis es llevarte mi gloria! - Lo que quiero, es darte tiempo.- Suspiró y tomó asiento. - ¿Para qué? Nunca estuve al mando. ¿Cómo podría proteger al pueblo si no sé protegerme a mí mismo? - Aun así. Ambos sabemos que eres el mejor guerrero de nuestra raza. Si tú luchas todos te seguirán. Tus acciones guiarán mejor que mis palabras cuando la batalla sea decisiva. - Me dan esperanzas, ¿pero guardan alguna para ustedes? - Pase lo que pase, sabremos que un hermano todavía pelea.- Y sonrió, una de sus últimas veces.
Capítulo VIII: Emisarios de la muerte El tramo siguiente fue insoportable. Ascendían lenta y trabajosamente, pegados a las paredes gélidas, con manos y pies. Sorprendentemente el saco del troll era liviano como la seda, y parecía despedir un calor propio, lo que disminuyó considerablemente la penuria. Llegó un momento en el que ya no vieron más que nubes de bruma bajo ellos, y muros de hielo en las alturas. Los soles del mediodía, tristes, declinaron hasta desaparecer, haciendo que las pupilas se dilataran y los puños se entumecieran. El silencio era absoluto. Ni animales, ni bestias, ni siquiera el viento osaba interrumpirlo. Desembocaron en una meseta. - Lilit, llegamos. - ¿A dónde? Sólo veo más hielo y menos rocas. - Observa detenidamente.- Le susurró casi maravillado.- Las rocas frente a tus ojos han cambiado. - Y sólo ojos de dragón podrían verlo.- Tiritó Obsidiana. La meseta era en realidad una especie de depresión, que se hundía en la montaña misma, demostrando, como la Torre del Cráter, que pocas cosas eran lo que parecían en la distancia. Sin saberlo, apenas habían arribado al “parpado” del poderoso rostro de la montaña. - ¡Dagas de hielo nacen de la tierra! ¡Esto parece un sueño!- La voz retumbó, y los ecos colmaron el aire. - ¡Silencio! - ¡Lo siento! ¡Lo siento!- La híbrida se tapó la boca alarmada. Primero se oyeron pasos pesados y desparejos, luego una ráfaga de viento helado, y luego el silencio. - Ha sido una tontería de mi parte… - Descuide, pero no vuelva a gritar. Ya todos están alerta. - Ahora si los veo… - Varios pares de ojos color granate se movieron cerca de las punzantes salientes. - Continuemos. Descendieron con pies y manos, envueltos un silencio irreal, y con una lentitud extrema. Lilit asoció la falta de oxígeno con la altura, pero nada podría explicar el armamento de la tierra. Fácilmente podrían resbalar y empalarse en las gélidas picas. No había viento, ni ruido, ni aromas, y con dificultad se veía
alrededor. Se internaron en el bosque de lanzas. Como sombras se escurrieron entre ellas, que palmo a palmo se estrechaban, a la vez que lo hacia su respiración. Los ojos granate se apagaron en la distancia. La abrupta inclinación de la depresión les dificultó todavía más el paso. Continuaron el avance, hasta que en un descuido Nom derrumbó uno de los pilares. En pocos segundos, media decena de lanzas, reales lanzas de acero, les rodearon el cuello, habiendo arribando camufladas por el barullo. - ¡No perturbaremos al dragón! Venimos en nombre de mi señor Orgon. – Las lanzas no se inmutaron. - Soy Lilitien, hija de Atlan. Os ruego permiso. - No es mito… temer al tercero.- Susurró Nom, como recordando con dificultad una seña secreta. - ¿Nomon?- Exclamó un Dragón-Troll de la segunda fila de lanzas. - Xoton, que el Árbol te reciba en sus raíces. Me alegro de verte, pero me hubiese agradado en mejor situación. ¿A qué se debe este recibimiento? - El paso está cerrado, hermano. Oscuros presentimientos ha tenido nuestro hermano mayor, Exragun. - ¿Presentimientos? – Exclamó rápidamente la joven, temiendo haber sido descubierta. - Muerte… Es todo lo que sabemos. Habrá muerte, y hasta que no hallemos a sus mensajeros será difícil el ingreso. - Ya veo… ¿Podemos ver a vuestro hermano? - Por tratarse de ustedes… quizás pueda conseguirlo. Veo que estáis aquí por fuertes motivos. Uno de los Trolls de la primera hilera de tres, que bien podía ser el comandante, tomó la palabra. - Cuentan con nuestra protección. - Sígannos, no pierdan velocidad y no se retrasen, para el atardecer la montaña volverá a moverse.- Y los llamativos ojos de Xoton enfatizaron su importancia. - No los perderemos de vista, mientras sirvan.- Murmuró Obsidiana desde algún rincón, cuyas palabras finales la joven ahogó con una tos simulada. Tardaron unos minutos en dejar la jungla de pilares, en lo que Nom desacostumbrado y torpe, avanzó con especial nerviosismo. En lugar de chalecos, ellos iban vestidos con túnicas de un verde pantanoso. Casi parecían razas diferentes: los Trolls de montaña, esbeltos y reptilianos, ágiles y atentos; y él, grueso y musculoso, no necesariamente bruto, pero inevitablemente torpe. Cuando hubieron atravesado la marcada depresión, vadearon un par de precipicios y advirtieron lo que en la distancia parecía una barraca. El hielo coronaba los extremos de sus torres, y la nieve hacía invisible su entrada. A la orden de: - ¡Atrás! El comandante derrumbó un muro de escarcha acoplado a uno de sus lados, a fuerza de su aliento de fuego; azul en este caso. - Tengo que aprender a hacer eso. - Silencio, princesa, ellos no conocen su origen. Otro Troll de la compañía volvió a la carrera desde el interior del recinto: - Exragun los espera en la habitación del oráculo. Como si Obsidiana la hubiese liberado, surgió en la joven la duda de que existieran más oráculos, y de ser así… ¿y si estaban conectados? No tardarían demasiado en averiguarlo.
Cuando transpusieron la entrada descubrieron que el mecanismo de la puerta invisible era en realidad una arcada de roca, detalladamente tallada para resistir el fuego. Les dio la impresión de adentrarse en la montaña misma. Atravesaron un largo pasillo, donde los cristales se aglomeraban a sus pies, y marcas de garras cercenaban las paredes. Luego de continuar por algunas habitaciones, desde las que más ojos escarlata los observaban impávidos, Xoton los guio a una pequeña puerta de obsidiana. Con un gesto les cedió el paso, tras empujar ambas compuertas. De inmediato un profundo olor a hielo y tierra embriagó sus sentidos. Exragun resultó ser el Dragón-Troll más anciano que hubiesen visto. Sus alas marchitas se agitaban débilmente en su espalda, manteniéndolo entre el círculo rojo del suelo y el del techo, rodeado de estalactitas. Su voz era sólo un susurro. - Los esperaba. - ¿A qué debemos el honor de su atención, hermano? - Sé que Orgon no te envió aquí, joven Troll. - Es cierto, él me siguió desde la Torre del Cráter para protegerme.- Intervino la joven. - Princesa Lilitien, música es su voz. ¿Pero hasta dónde es suya? - ¿A qué se refiere? - Lo sabréis a su debido tiempo. El oráculo del presente no puede decirlo. - Ignorábamos su existencia, mi señor. - Y pocos la conocen. “Solo puedo decirte el futuro, porque el presente nunca ira más allá de lo que puedan ver tus ojos.” ¿Recuerdas esas palabras? - Como si tan solo días hubiesen pasado. - Pues es aquí, cerca del fin del paraíso, donde algunos logran ver realmente. - Quiere decir… - Temió Nomon. - Así es. Me temo que de la muerte sois emisarios.
Capítulo IX: Los diez dragones Desde las almenas vio al ejército cruzar el río, cual única defensa, hacia el campo enemigo. En el interior del elfo-dragón se entrelazaban emociones. Tan solo a unos minutos de distancia su padre y todos sus hermanos marchaban a la guerra, y no podía evitar sentirse desplazado. Le habían arrebatado la gloria. Cerca del atardecer arribaron a puertas enemigas. Sería el rey Atlan puño de ceniza contra las mil huestes de Trolls, dragones y bestias, que habían quebrantado la paz. Desde la fundación de las primeras ciudadelas del paraíso, no se había visto contienda de esa magnitud para detener una invasión. Cierto es, que a su final, poco quedó de “paraíso”. - ¡No tengan piedad! ¡Porque ellos no la tendrán de ustedes!- Una marea de enervada aceptación respondió a sus espaldas. - ¡Vinieron a corromper nuestra tierra! ¡Y esclavizar a nuestras mujeres e hijos!El bramido ahogó la llanura. - ¡Que supliquen por sus almas!... ¡Hasta la muerte! Miles y miles de seres, desde elfos montados en caballos alados, hasta hombres en lobos de guerra, arremetieron de forma terrible las puertas de la Fortaleza Escondida. Las rocas volaron por los aires, haciéndose añicos por las flechas mágicas, y cientos de mágicas flechas volaron y dieron contra las armaduras blindadas. Pero bajo puños de fuego la compuerta no tardó en ceder. Los aullidos de las bestias se mezclaron con los lamentos de los
hombres. Monstruosidades acorazadas blandían mazas plagadas de púas. Atlan se lanzó al frente por sobre sus heraldos para enfrentar a una de ellos. Su hijo Elven luchaba por establecer el dominio de las murallas, entre poleas y escaleras, y Maer, en la retaguardia, derrumbaba las entradas secundarias. Dagon permanecía a su lado. En su mente se removía un mal presentimiento, pero la vorágine de la batalla no le dejaba tiempo para pensar. Como hombreelfo, estaba mucho más atado a su razón, lo que lo volvía un valioso general con destreza élfica. Como nubes volaron las flechas desde puntos incontables. Pero el verdadero reto estaba por llegar. Cuando avanzaron lo suficiente como para internarse en la fortaleza, un muro de fuego rojizo los obligó a retirarse. Dragones dormían en sus entrañas, y ellos los habían despertado. Elven y Maer se habían reunido finalmente cuando Parmaoxir, uno de los nueve dragones, cayó sobre ellos. En el otro extremo de la ciudadela, Atlan era separado de su hijo por tres de ellos. Allí nació el mito de que al mismo tiempo, nueve Ayax con los nombres de los mundos acudieron a enfrentarlos. Lo que se supo más tarde, había sido un invento de Damus, para desmerecer la gloria de su padre. En cualquiera de los casos, el hecho fue que el Ayax llamado Paraíso, o Atlan, consiguió herir de muerte a uno de los tres. Alejándose con dos dragones encolerizados para darle tiempo, permitió a Dagon acabarlo. Por ojos de algunos de los pocos sobrevivientes, antes de sucumbir a su filo mortal, el primer dragón dado a muerte desgarró la espalda del joven con un latigazo desesperado de su cola. El recuerdo de la “Cicatriz de Dagon” perduraría tan largamente, que daría nombre a uno de los abismos del mismísimo Mundo de los Muertos. Su quejido fue tal, que aprovechando el descuido, Elven y Maer atravesaron el corazón de Parmaoxir simultáneamente. Llamado por la muerte de su hermano, Debraoxir, el dragón negro, arremetió contra Atlan. Librando a sus hijos a la furia de los seis dragones restantes. A todo esto, la marea de acero y sangre seguía chocando en los muros exteriores. Cuerpos mutilados volaban desde las alturas, a la vez que las armaduras cedían al fuego y los huesos a la fuerza. Allí se desató la furia del rey. De su propia boca, ninguno de sus hijos moriría antes que él. Nadie vio su transformación, por lo que la aparición de un décimo dragón blanco tomó a todos por sorpresa. Fue tal el estruendo de su choque, que como estrellas fugases arrasaron el cielo. Atlan descendía, despedazando en su acometida a toda bestia, pero tras él, una sombra de humo negro incineraba a los suyos con su aliento infernal. Otra épica batalla entre el caos y el orden derivaba en igualdad. Maer fue el primero en fallecer, bajo un zarpazo que lo halló desprevenido, uno de cinco garras, de los doce brazos contra los que peleaba su ejército: recorrió su cuello como un relámpago. Su padre perdió la cabeza al ver caer a su hijo menor. Entonces se envió un mensaje al castillo. Los últimos refuerzos eran requeridos con desesperación. Algunos dicen que el mensaje nunca llegó. Pero de haber llegado, nadie acudió a su rescate. O alguien no los dejó hacerlo. Hubo tantas muertes entre los mundos, que la paz llegó al fin tras la aniquilación de las razas. Los mundos perdieron contacto, y los portales se olvidaron. Muchos recordarían el combate de Atlan y Debraoxir, pero la maldición de repetir la historia llegaría sin aviso.
Capítulo X: La Tumba de Cristales
En medio del caos de la guerra, la joven despertó aún en la barraca. - ¡Princesa! ¿Cómo se encuentra? Se desvaneció de repente. - Demasiados recuerdos, la han aturdido.- Resonó la voz de Exragun, que aún flotaba sobre su círculo rojizo, ahora dándole la espalda. - ¿Qué fue lo que vi? - Un reflejo. El presente en el pasado. - Pero… ¿Qué quiere decir? - No podría decirte. Solo a ti fue encomendado ese recuerdo. - ¿Qué viste Lilit?- Le susurró Nom, preocupado. - A mi padre y a mis hermanos, muchos dragones y una guerra. La expresión de Nom le hizo pensar que había blasfemado. - “La batalla de los diez”, al parecer. - ¿Qué significa? - Que alguno de sus puntos se repetirá por tu acción. - Yo estuve en esa guerra, princesa, hace mucho tiempo… El oráculo relampagueó, y la habitación se ahogó en silencio. Antes de que alguno pudiera reaccionar, el cuerpo raquítico del anciano Dragón-Troll, sorprendentemente alto al hallarse totalmente erguido, se cubrió de flamas amarillentas. - ¡Mismas raíces compartían Atlan y Debraoxir! ¡Cuando la historia se repita, sangre hermana se habrá de derramar! En su mente luchaba la híbrida por quitar a Damus de sus pensamientos. Temía que su destino hallara su fin luchando contra su tirano hermano, por fuerzas que no podría controlar. Pero un nuevo objetivo ahora la alentaba. El hermano que regresara de la muerte aclararía todas sus dudas. Continuaron el ascenso, a lo que Xoton llamó “la frente del Dragón-Montaña”. Se despidieron para regresar, y Obsidiana aplacó el remordimiento. Partieron esa misma noche, porque en sus corazones el tiempo apremiaba. Estaban confundidos, sucios y doloridos, pero avanzaban a paso firme. Media botella de la poción revitalizante de Armea les fue suficiente para no dejar menguar sus ánimos. El terreno, ahora desparejo y hostil, se volvió aún más gélido y frío que el desierto, las colinas o la meseta. A medida que ascendían se iba multiplicando la nieve. No mucho después un pesado granizo los azotó. Nom, envuelto en sus alas, y Lilit, enroscada en su chaleco, avanzaron con las frentes bajas y las espaldas a gachas, hasta que la niebla y la oscuridad les hicieron imposible continuar. Esta vez fueron en vano los intentos de crear un refugio, a la vez que resultaba imposible barrer la niebla a fuerza de alas, porque era empujada por un viento endemoniado. Se arroparon entonces contra las rocas erosionadas de un acantilado derrumbado, que impermeables y secas por el viento permitían mantener el calor. El delicado cuerpo de la híbrida temblaba, como hacía tanto tiempo, en los días antes de dejar el castillo, cuando su Ayax la despertaba, días que parecían abismalmente lejanos. Instintivamente palpó la bolsa de terciopelo que llevaba en la cintura, pero para su horror, la bolsa ya no estaba. Revolvió lo poco que quedaba en su mochila, pero no hubo rastro. Obsidiana la arrastró a pensar en el hurto, los Trolls y su pasión por las bestias, el poder… Pero fue una sospecha sin fundamento. Tomó el arco, que jamás había dejado su espalda, y lo clavó profundo en la
escarcha. La frustraba todavía más el hecho de haber arrastrado ese arco, con esa presencia, sin haberlo usado. - ¿Está todo bien, Lilit?- Le preguntó Nom, haciendo un esfuerzo por no tiritar. - Creo que perdí mi bolsa de terciopelo, y estoy cansada de arrastrar este arco. - Ya veo… ¿no recuerda cuando la vio por última vez? Entonces relampagueó su memoria. - En la cueva, en la ladera. Fue el último sitio en donde acampamos. Maldigo mi descuido. - Aún debe estar allí. No se preocupe, la recogeremos en el camino de regreso. Fue suficiente. - Nom, no estoy completamente segura de que haya un regreso. - ¿A qué se refiere? - No te he contado toda la historia. Vamos a la tumba de mi padre, en la Meseta Lunar, porque uno de mis hermanos desafió a la muerte. Esa información superó el entendimiento del pobre Troll, que la observó sinceramente perplejo. - Ahora todo me es claro. La guerra que me mostró el oráculo es en la que todos perecieron, y en ella, solo uno reunió el valor para desafiar a la muerte, y escapar del Mundo de los Muertos. Pero si fue la muerte quien venció… el alma de quienes acudan a la tumba será su premio. - Por lo que entiendo, mi alma está en juego. Pero no me pesa haberlo ignorado hasta ahora. Gustoso la cederé en combate para que cumpláis vuestro propósito, princesa. La joven no hizo más que abrazar su grueso brazo, y llorar lágrimas que en su rostro se hacían escarcha. Para el amanecer la tormenta había amainado, y finalmente atravesaron la Meseta Lunar. El fuego de sus puños había evitado que despertaran sepultados por la nieve. La niebla era tal, que dificultaba la respiración, y a pesar de hallarse en una planicie perfecta, disminuía la visión a unos pocos metros. - ¿Cómo hallaremos la tumba entre toda esta niebla? - Me gustaría tener la solución… En el silencio sepulcral se oyó un chillido, proveniente de la altura. Gracias a su vista élfica, la joven divisó a una pareja de águilas, de brillante plumaje escarlata, entre las nubes perladas. - Nom, sígueme, creo que sé cómo llegar. Y como si el tiempo jugara con ellos, esta vez el gigantesco Troll siguió entre la niebla a su protegida. La meseta resultó mucho más extensa de lo que parecía a primera vista. La impresión de inmensidad era tan colosal que en el horizonte, de norte a sur, una apenas perceptible elevación rodeaba la meseta en una semi circunferencia, formando un gigantesco cuarto de luna, del que tomaba su nombre. La joven guiada por las misteriosas águilas, sin advertir las reales proporciones del terreno, y en un lapso en el que perdió y recuperó la esperanza repetidas veces, finalmente chocaron con una tumba única, en el medio de la nada. Un último chillido indicó que sus guías se alejaban. Pero Nomon, creyendo que debía seguir avanzando, le dio al ataúd de cristal un duro puntapié. - Oh, Nomon. ¿Estás bien? Todavía tienes la herida de mi flecha… lo siento tanto.
- Princesa, mire. Allí estaba. Después de arena y hielo, estaba frente a ellos la tumba con la que la híbrida había soñado. Su padre, a quien luego de tantos siglos recordaba vagamente, parecía mantener un sueño inmortal. Fuerte y hermoso como cuando pereció, vestía su mejor armadura, y el diamante del que estaba bañado no había dejado corromper detalle alguno. En su interior la joven se sintió decepcionada, triste destino para un rey y general, perderse poco a poco en el recuerdo, en ese rincón olvidado del paraíso. - Creo que llegamos a tiempo. Parece que no ha habido enfrentamientos por aquí desde antes de que la tumba ocupara su lugar. - Hemos tenido suerte.- Vio sonreír al grandullón, y volvió a tener esperanza. Dio una vuelta a la tumba acariciando los extremos, hasta que un rastro de sangre la tomó por sorpresa. En el lado opuesto se detuvo en seco, pues oculto por la niebla, el cuerpo de uno de sus hermanos yacía inconsciente y más pálido que la nieve, tendido contra unos de los costados, sujetándose un brazo mutilado que no dejaba de sangrar.
Capítulo XI: Herencia de memoria - Largamente le pesará mi ira cuando regrese.- Escuchó Armea que Damus decía a su madre convaleciente. Rezagada al lecho de su recinto, Xilia no pasaría de ese otoño. Elfa semi mortal, atada a la longevidad de su raza, luego de una veintena de vidas humanas finalmente había sido vencida por el cansancio. Su cuerpo, aun evidenciando su gran belleza, había quedado aprisionado contra su lecho, vencido por las penurias y la conciencia. Su hijo rey-príncipe se negaba, sujeto a su mano, a lo que sería inevitable. Pero la hora esquiva de librar su alma al árbol pronto llegaría. - Defiende a tu sangre, hijo mío. Aun puedes sepultar el pasado, con tus acciones futuras. - Lo intentaré, madre. Nuestro linaje nunca será olvidado. Entonces corrió Armea a buscar a Astra, pues el suspiro final estaba próximo. - Haré a Lilitien mi esposa, lo quiera o no, y nuestra raza se perfeccionara. Drama del destino fue que la joven se hubiese alejado lo suficiente como para no escuchar dicha revelación. En breves instantes hubo dejado Astra sus tareas y acudido a la trágica escena. - Xilia… - Guardaros esa compasión para cuando estés en tu propio lecho. Esto no es más que un viaje…- Y su tos fulminó su terquedad. - Está bien, no es compasión, sino orgullo. - A todos nos enorgulleces como reina.- Dictó su hijo. - Sólo lamento tener que ceder el oráculo.- Armea avanzó unos pasos desde detrás de su madre.- Ah… joven sobrina… ¿Soportarás todo el peso del pasado en tus hombros y la sombra del recuerdo en tu mente? - No sé si estoy preparada, pero aprenderé a mí sufrir si es necesario. - Ten en cuenta que no hay vuelta atrás, Armea. Esa sombra te seguirá hasta tus últimos días.- Advirtió Astra. - Y yo soy la viva imagen.- Dramatizó su tía.
- Lo acepto. Mi mundo será el castillo, mi alimento la meditación, y mi objetivo interpretar sus deseos. - Entonces.- Se incorporó Damus. - Yo te nombro, mi querida hermana, elfa guardiana del Oráculo del Pasado, desde hoy, hasta el fin de tus días. - Espero que sepas lo que has hecho.- Le susurró Xilia. - Tan segura como del aire que respiro. - Acércate. Entonces su tía le besó la frente, como un antiguo símbolo de sucesión. Y por unos segundos, esas dos elfas, que en su vida habían mantenido la relación que marcaba su sangre, fueron tía, sobrina, madre e hija. El alma pura de la joven la tentó a un abrazo que no pudo reprimir. Por primera vez desde la muerte de su esposo, la anciana bruja sonrió, tan solo por tener frente a ella a las pocas personas que alguna vez quiso, y aun vivían. Pero su naturaleza fue más fuerte. - ¿Hay alguna noticia de Lilit? - Me temo que no.- Argumentó Astra, tomada por sorpresa. - Ya debe estar rumbo de regreso. El rey-príncipe le dedicó una mirada mortal. - Denle mis cariños cuando regrese. Se hizo un silencio incomodo por unos instantes, que sólo fue interrumpido por la tos. - Honra a tu padre, Damus. Esta vieja siempre te querrá… - Lo prometo madre… lo prometo… - Y derramó la única lágrima de su reinado, mientras se cerraban los telares rojizos del hogar del pasado.
Capítulo XII: Sombra de todos los males - ¡Dagon!- Gritó desesperada la joven, luchando por comprender lo que ocurría. Entonces, antes de que pudiera siquiera arrodillarse frente al cuerpo de su hermano, una pálida luz brotó emergiendo de la tumba misma. Luego de tantas penurias, enviada por la gloria, o el miedo, allí estaba: la muerte. Se arrojó sin aviso sobre Nomon, como una sombra atroz, encapuchada de misterio y ahogada en su propia cólera. En la confusión la joven cargó a Obsidiana, pero el destelló la hizo errar. Los puños sangrantes del troll luchaban con fuego contra la fría hoja de la oz. Tan sorpresivamente como cuando lo había hallado, Dagon se incorporó como movido por algún artilugio mágico. El pañuelo de cristal se había escurrido una vez más del cabello de la híbrida, y en un gesto sobrenatural, había cicatrizado el brazo amputado. Sin palabras, se lanzó Dagon sobre la sombra, a la vez que Lilit intentaba desesperadamente liberar a su camarada. Pero fue demasiado tarde, sangre hirviente supuró debajo de la bruma antes de que pudieran detenerlo. Muerto en batalla fue Nomon, dándole tiempo al resucitado Dagon de desafiar a la muerte una vez más. El deslumbrante destello se detuvo, a la vez que la sombra de todos los males comenzaba a caminar hacia ellos. - ¡La venganza es ciega, que ella también lo sea!- Y Obsidiana se tensó amenazante. - ¡Lilit, no te metas! ¡Si le haces frente nos llevará a los dos! - ¡Entonces ya dame por muerta! - Su disparo se ejecutó al tiempo que en lugar de la luz pálida, surgía del diamantado ataúd una oscuridad total, que los absorbió y transportó.
Estaban en el Mundo de los Muertos, y una muerte ciega los acorralaba. La oscura esencia tomó la flecha helada incrustada en donde debería haber estado su cráneo, y la quebró sin miramientos. Dagon se arrojó al combate cuerpo a cuerpo, blandiendo una daga escondida en sus ropajes. Entre las sombras y el fuego de ese mundo maldito la híbrida oía los lamentos de milenios, y en su mente, entre la ira y el miedo, le parecía escuchar a Nomon. La hoz se balanceaba peligrosamente contra el cuerpo semidesnudo del hombre-elfo, sembrando fuego a su paso y caos con su sola respiración. Entre los tres contendientes todo era adrenalina y venganza. Pero el equilibrio de la batalla era discordante. Finalmente no hubo más flechas para alimentar a Obsidiana, y la joven debió relegarse al dilema. Como si la muerte lo hubiese adivinado se lanzó a cazarla, encerrándola entre el suelo volcánico y el filo mortal, a la vez que intentaba darle el golpe de gracia con sus demoníacas fauces, encendidas por el fuego. A lo que Dagon respondió arrojándola lo más lejos que le permitieron sus agotadas fuerzas, para tomar su lugar. Sin más armas que sus puños y absorta en la desesperación, sintió en su espalda las marcas de fuego de sus alas olvidadas. Sofocado por el humo y el peso de la gélida esencia, su hermano no resistiría mucho más con su único brazo. Esta vez, los cambios se aceleraron. Poseída por su sangre dormida, la joven dejó fluir la transformación. Su piel blanca relegó su lugar a finas y compactas escamas, sus rasgos se endurecieron, sus brazos se tornearon, y sus piernas se ensancharon coronadas por garras. Su respiración también se aceleró, y sus pupilas se dilataron. El hierro de la hoz ya arañaba el pecho del guerrero cuando en una desbocada acometida pudo quitarle de encima al raquítico pero poderoso agresor. La batalla había dado un vuelco inesperado, ahora una poderosa dragona enfrentaba las sombras en equidad, y quizás el golpe de gracia marcara la diferencia. Como una bestia salvaje saltó la híbrida sobre la muerte, devorando su cuello y desgarrando sus miembros. Aun inmovilizando el brazo que blandía el arma, la dragona recibió un poderoso corte en el torso. Se alejó ella entonces aullando de dolor, a la vez que volaba por vez primera con aquellas alas más blancas que la nieve, y el fuego que nacía de su aliento era absorbido por los ropajes infernales como la luz por las sombras, denotando una naturaleza que claramente no era mortal. Aprovechando la oportunidad, mientras la esencia de muerte intentaba incorporarse, Dagon hundió de lleno la daga dorada en su pecho, destrozando su corazón de piedra. La muerte derrocada, ciega y sin corazón, los devolvió a la realidad.
Capítulo XIII: Bravura y el retorno El amanecer del mundo los halló inconscientes, aún en la Meseta Lunar, contra uno de los lados de la Tumba de Cristales. Dagon despertó primero. Cubrió a la joven, desnuda tras la transformación, y observó por primera vez desde el ataque su brazo amputado. El pañuelo de cristal yacía semi enterrado en la nieve, como si todo hubiese ocurrido tan solo unas horas antes, cuando pareció que habían pasado días encerrados en ese nefasto mundo. Los descendientes de Atlan puño de ceniza, finalmente habían vencido a la muerte. Cuando Lilit despertó lo primero que hizo fue clamar por su compañero caído. - ¿Dónde estamos? ¿Dónde está Nomon?
- ¿El Dragón-Troll? Ha fallecido, Lilit… no hubo nada que pudiéramos hacer. Bebieron juntos la media botella de poción revitalizante que restaba, algunas semillas élficas, y acudieron a buscar el cuerpo. La bruma prácticamente había desaparecido, como si realmente el advenimiento de la muerte la hubiese invocado. Encontraron el cadáver mucho más lejos de lo que esperaban, como si en su último respiro Nomon hubiese intentado alejar las sombras lo más posible. Su rastro de sangre se había apagado, contenido por la escarcha, pero aun así, el descansaba impávido, como si durmiera. - Su deseo era fallecer en combate contra un oponente formidable. Y lo ha conseguido, aunque el destino le fuese vedado hasta el final…- No pudo evitar derramar lágrimas de compasión. - Será recordado largamente en nuestro castillo.- Y la abrazó como no hacia siglos. - Cuando regresemos…- Agregó, y al mirar al horizonte, advirtió una extraña forma acercándose velozmente. Un colosal felino de pelaje azulado arribó cerca de la tumba, y se postró a los pies de la híbrida. Sus ojos ambarinos denotaban una astucia insospechada, a la vez que su quijada, fieramente armada, imponía respeto. - ¿Ayax…?- La bestia se irguió sobre sus patas traseras, mostrando toda su envergadura. - ¿Es tuyo? - Yo lo encontré. Pero pensé que había perdido el huevo. - Una vez despierto te seguirá hasta el fin del mundo. - Y no estamos muy lejos.- Sonrió la joven al citar a su camarada. - ¿Crees que podríamos montarlo para regresar? - Lo intentaré. A paso precavido se acercó a la bestia, acariciando su sedoso pelaje. Casi al instante el Ayax inclinó su lomo. - Después de todo hay esperanza. - Hemos tenido suerte. - No… hemos luchado, y hemos vencido. Con la ayuda del Ayax enterraron a Nom, mientras en la mente de Lilit jugaban sus últimas palabras. Aunque para su razón resultara inconcebible, él había muerto realmente creyendo que tuvo suerte. Tras el silencio del solitario velatorio, y aún sin comprender tal acto de bondad, locura u honor, sólo pudo despedirse de él con un beso en su frente escamosa, ahora de piedra por el frío. Bravura llamó entonces a la bestia, en honor al difunto. Vadeando el dolor hasta caer en melancolía partieron antes del cenit solar. - ¿Tenéis noción de hacia dónde deberíamos partir? - Nomon siempre hizo énfasis en seguir al norte. - ¿Hacia el sur entonces? - Eso creo. Pero sin escalas esta vez. Y así fue. Como el viento recorrieron la meseta en sentido inverso. A paso de Bravura parecían no existir obstáculos. Bajo sus pisadas sucumbían las alturas, y con su aliento no se sentía frío. No había pasado mucho tiempo cuando vieron acercarse la barraca del Oráculo del Presente, y poco más cuando la vieron alejarse. Volvieron sobre sus pasos, incluso hallando el camino del pilar que Nom había derribado. La cueva donde el Ayax había nacido se dibujaba ya
sobre las sucesivas capas de nieve, que habían borrado hasta el más mínimo rastro de su hermoso cascaron. Debieron sujetarse con firmeza en las pendientes. Daba la impresión de que el Dragón-Montaña se había sacudido, por lo que los saltos de Bravura ganaban cada vez más espacio. Solo en el Cementerio de rocas se perdieron en la sangrienta e impenetrable niebla. - La última vez contábamos con las alas de Nom.- Y reafirmó para sí cuán grande era su deuda con los Sangre-Fuego.- Y ahora yo con las mías. Pero todavía temo transformarme… Como respuesta a su suplica, las mismas águilas escarlata que la guiaron a la tumba la llamaron desde las alturas. - Elven y Maer… - Suspiró Dagon entre melancólico y maravillado. Su forma nítida contra el cielo ahora despejado llamó la atención de la bestia, que las siguió sin problemas. Atravesaron el desierto cortando el aire en la mitad del tiempo que otrora habían penado. Se detuvieron únicamente en la Torre del Cráter, pues la joven sentía la obligación de comunicar el deceso, para que la gloria de su guardián pasara de boca en boca. Dagon deseaba igualmente volver a ver a su antiguo hermano de guerra, y más allá de todo, necesitaban provisiones con urgencia. Triste reencuentro aconteció. Días después vadeaban las colinas hacia el bosque del castillo, con los soles nacientes camuflados entre las ramas. La joven rebosaba de alegría por el retorno. - Sangre hermana se habrá de derramar.- Profetizaría Obsidiana, misteriosa.Pero esta no brotará, sin antes hervir. Y su pésame se ahogó en el canto de las aves.
Capítulo XIV: La marca del rey Al transponer la primera barrera de árboles le pareció inconcebible a la joven estar de regreso, como si la vertiginosidad del retorno infundadamente acelerado rompiera con su esquema de tiempo. A costa de ello, rápidamente se acostumbró a la penumbra de los árboles milenarios. A cada paso se articulaban en su mente los posibles recibimientos en el castillo. Pero la mayoría de ellos daban en la ira del rey, como un juicio de fallo conocido. Antes de que pudieran aclararse en su cabeza los tiempos y los lugares, una visión familiar la encontró más allá del río. Armea dormitaba semi escondida entre los árboles, esperando su retorno, quizás predicho. - ¿Realmente eres tú?- Sólo pudo dejar escapar Dagon después de tanto tiempo. Y la joven no podía culparlo, cuando él las había dejado ella era tan solo una niña. Los temores de la híbrida se hicieron realidad cuando se puso al corriente. Descubrió entonces que su tía había fallecido, el ascenso de su hermana y el nacimiento de la “bestia del rey”, lo que les dio que hablar hasta el atardecer. Cruda ironía que el hijo mayor del verdadero rey no pudiera acceder a su propio castillo, lo que acrecentaba su dolor por la pérdida del padre. Consiente de la preferencia de su madre por su hermano, y de la avanzada edad de esta, cargó con la culpa irreal de haber hecho falta. Armea consiguió convencerlos: - No es prudente entrar así. Decenas de guardias tienen la orden de apresarte y llevarte frente a él si te ven por los alrededores.
- Y ya creo que será un encuentro amargo… ¿Pero, qué otra salida tenemos? - ¿Damus no sabe quién resucitó, no es así? - No veo de como hubiese podido averiguarlo. - Incluso a mí me has tomado por sorpresa. Pensé que eras él, acercándose con Lil capturada. Por ello me hice la dormida. - Dormida, desmayada. Que precaria salud o que poca imaginación poseéis, mi señora bruja.- Rieron las hermanas, intentando alimentar la esperanza del hombre-elfo. - Tengo una idea. Podemos tomar partido de nuestro parecido. Sin contar a mi madre, ¿quién podría diferenciarnos? – Aportó Dagon. Así surgió el plan de suplantar al rey-príncipe para entrar, de relativo incógnito. Armea se infiltraría primero, informaría a Astra y robaría la vestimenta. Al contrario de cualquier regreso heroico, estos héroes no pudieron regresar a su tierra, en ese entonces ni siquiera bienamada, alabados por sus compatriotas. Los siguientes días planearon el golpe mudándose periódicamente entre los alrededores. Bravura les proveía alimento, lo que revivió en la dragona el cariño maternal, que la hacía volver a sentirse contenida. Si algo le había enseñado la aspereza del desierto, es que cuando los seres queridos están lejos, se los aprecia realmente. Un húmedo amanecer todo estuvo planeado. Astra entretendría al rey el tiempo suficiente para entrar. Y respaldados por su reciente costumbre de encerrarse por largos periodos en su recinto, ahora que no debía visitar a su madre, no representaría obstáculo. Bañado, vestido y alineado, el parecido entre los gemelos era sorprendente, pero un detalle, imposible de ser opacado, debía ser disimulado con precaución, el brazo. - ¡Abridle a vuestro rey! - Lo siento mi señor, no lo vimos salir.- Respondió Sigdam tomado por sorpresa, tan macizo y enérgico como siempre. Ahora debía dirigirse hacia la entrada de la Cueva del Oráculo, hacia la que ingresaría Lilit desde las colinas de modo prácticamente invisible. Si bien nunca se borró de la mente de Dagon su estadía en el Mundo de los Muertos, la brisa que se escurría entre las almenas azuladas, el piso de piedra lisa de los diferentes niveles del castillo impenetrable, y la ambarina luz eterna de las lámparas que precedían al alba, le devolvieron parte de la vitalidad y el vigor de su juventud. Pero a pesar de su semblante real, un par de órdenes contradictorias rápidamente despertaron sospechas. Cuando la joven arribó presurosa de entre los túneles luminiscentes, aun sorprendida de que su hermana los hubiese memorizado en su ausencia, se encontraron rodeados. Elfos y hombres de blanco los acosaban en la distancia. Se arriesgaron a una carrera hacia la posada de la bruja del futuro, buscando resguardo, pero se vieron atrapados en la armería, la única, la misma en la que Obsidiana había aparecido por vez primera. Extraño capricho del destino hacerles desandar el camino. Quizás porque todo lo que necesitaban estaba allí mismo, quizás porque sus hermanos vivían aún en ellos, en su corazones. De cualquier modo, para los guardias del rey, una orden era una orden. Por unos segundos creyeron pasar desapercibidos entre las múltiples pilas de armamento. Estaban escondidos contra los estantes, aguantando la respiración, esperando a que sus perseguidores echaran un vistazo y se
alejaran, justo cuando el brillo dorado de las runas de Obsidiana los delató. Como último recurso intentó Dagon aplacarlos con su semblante entre orgulloso y atemorizante. Pero cuando lo sujetaron como a un espía común, todo se desmoronó. Donde debería estar su brazo sólo había aire y lienzo. El plan infalible se había arruinado.
Capítulo XV: La caída - Confluyen en mí una maraña de sentimientos, hermano. - No podrás retener la verdad por siempre. Todo el reino sabrá que perecimos porque nos abandonaste en el campo de batalla. – Replicó el vencedor de la muerte. - Por mucho tiempo nos mentiste.- Irrumpió la híbrida impulsada por su sangre de dragona. - ¡No me hables de mentir!- Y pareció que el fuego realmente bailaba en sus pupilas.- ¡Cada una de tus acciones durante mi reinado ha sido revocada por mentiras!- Le gritó en el rostro, mientras tras ella Armea se encogía. - ¡Ya no te temo! ¡Recorrí arena y hielo para rescatar a nuestro hermano, y tú lo único que temes es que quiera quitarte el trono!- Damus le dio una fuerte cachetada, que la arrojó al suelo. - ¡Esto no es necesario!- Intervino Dagon.- No quiero el trono, y nunca lo quise. Sólo deseo que se conozca la verdad. - Esto si es necesario… Hace mucho que alguien debería haberle marcado los límites.- Y se irguió amenazante el rey-príncipe, en ese entonces con poco de príncipe, frente a su hermana enfurecida. Entonces todo fue tan repentino que Armea perdió el aliento. Lilit se incorporó y lo empujó, alejándolo, pensando en huir. Pero antes de que pudiera cavilar, un Damus totalmente poseído por la furia de su sangre la tomó del cuello con brazos que no cederían. Entonces estaban en la sala principal del Templo de Ceniza, y todas las salidas estaban vedadas por guardias cuya conciencia se debatía por intervenir. Dagon trató desesperadamente de separarlos, pero ellos lo retuvieron. A su vez Armea se debatía en vano intentando alertar a Astra. Poco a poco el aire dejó de fluir. La joven luchaba en vano contra esos brazos guerreros, más de bestia que de caballero, que le cerraban la garganta con presteza premeditada. Armea colapsó al ver que su hermana se desvanecía. Dagon blandía peligrosamente su espada, esgrimida por su brazo único, totalmente rodeado. La joven había perdido toda fuerza. - ¡Damus, no dejes que la bestia en tu interior te controle! Pero ya era demasiado tarde, parecía que no la soltaría hasta que le quebrara el cuello, como poseído por la muerte misma. Rozando la inconciencia, la fuerza volvió a la joven con un repentino arranque. Tanto había sufrido, ya tanto había soportado, que la cólera más recóndita de su alma erupcionó con la misma potencia que la de su medio hermano. Hermanos en esencia, sus iras chocarían como la marea, o como todo el odio que pudieran tenerse seres que en otras circunstancias se hubiesen amado largamente. Pero iguales en carácter y atados en mente y sangre, los diferenciaba eso mismo que los unía, el amor por la familia. En un repentino arrebato la joven exhaló un aliento de fuego, que dio de lleno en el rostro de su agresor. Como había intentado aprender otrora, descubrió que el fuego venia sólo de su interior. Con un atroz bramido él la soltó. Ahora más que reyes, combatían bestias. Presintiendo el
final de tan cruel contienda la joven intentó huir por la compuerta despejada a la fuerza por Dagon, pero una forma conocida le cerró el paso. Un Ayax mucho más grotesco que Bravura, cuyo aliento emanaba veneno y en cuyo pelaje rojizo se mezclaba sangre y fuego le rugió desafiante. - ¡Armea, Dagon! ¡Huyan por aquí, me busca a mí! ¡Alerten a nuestra madre! Dagon se negó rotundamente, al advertir a su hermano, con la mitad de su rostro entre carne y ceniza, acercándose desde el otro extremo para una nueva acometida. - ¡Si, es cierto que los abandoné! Porque eran débiles. ¡Mi reino durara eternamente, cuando mi raza se perfeccione! Entonces todo tuvo sentido. Todos esos años, encerrados en la rutina, en la que la híbrida se había sentido observada, perseguían ese propósito. Sin previo aviso la bestia del rey acometió contra ella, en una estampida salvaje. Casi sin pensarlo, aconteció nuevamente la transformación, esta vez mucho más unánime. Su cola se enroscó, su mentón se afiló, su oído se potenció, su abdomen se blindó y sus ojos se encendieron. Todos sus sentidos estuvieron alertas. A centímetros de que la bestia desgarrara su cuello, pudo abrirle el vientre con un zarpazo sorpresivo. La arrojó contra uno de los muros, sólo para advertir la sucia jugada del rey. - Lo maté una vez y puedo volver a hacerlo…- La dragona ahogó un aullido. Damus había tomado a su propio hermano como rehén. Dudó por unos instantes, justo cuando Dagon consiguió zafarse. Entonces sucedió el mayor choque, con el guerrero manco en el centro. Y antes de que cualquiera hubiese podido advertirlo Damus tomó su verdadera forma, un dragón negro. Y como una visión de sus más funestos momentos también en la mente de Dagon chocaron mil imágenes, dando inevitablemente en Debraoxir. Y quiso pensar que estaba equivocado. Un aura infernal incendió la colosal habitación, a la vez que ambos dragones arremetían entre sí con el impulso de todos sus siglos. Astra estuvo allí para presenciar el impacto. Como lanzas y escudos chocaron, y pechos y brazos se rasgaron. Lilit llegó primero a su lado, lo que salvó a Dagon de una mordida fulminante. Mediante artificios las brujas ralentizaron al renaciente Ayax, apuñalado varias veces por el manco, tras una furiosa contienda. A fuerza de fuego y destreza la dragona consiguió alejar al dragón negro del recinto. Volaban a velocidades insospechadas, sembrando tras ellos el pánico entre los desconcertados habitantes de la fortaleza. Bolas de fuego y humo negro perseguían sus latidos. Chocaban, desgarraban, giraban, y se perdían en persecuciones caóticas. Al ver que no podía igualar su destreza de elfa, la bestia que habría sido Damus tomó otra determinación. Descendió precipitadamente, y tomó a su hermana menor entre sus garras, como una florcilla blanca arrancada de sus débiles cimientos. Desesperada la híbrida acudió a su rescate, recibiendo una mordida devastadora en su cuello. Cayó. Pero increíblemente, Damus cayó tras ella. Dagon había subido a la torre más alta, la última antes del cielo, y bajo su puño Obsidiana había atravesado el corazón de la bestia. En su último aliento la híbrida consiguió zafar a su hermanita de las garras de sombra que comenzaban a desintegrarse. Cayó y cayó, hundida en la inconciencia de la victoria. Fue a parar al río, y en la orilla las hallaron Sigdam y Bravura.
Capítulo XVI: La coronación Estuvo al borde de la muerte, una vez más, y despertó en algún punto de un sueño que se borró, del cual lo único que recordaba eran los ojos grises de Nomon, y en ellos, ella misma reflejada. Reposaba en un lecho regado de rosas de sueño, y frente a ella yacía su hermana, reposando pacíficamente. Todo había acabado, finalmente estaban en casa. Su herida le ardía endemoniadamente, pues su hirviente sangre le quemaba al cicatrizar. La habían bañado y vestido con sus ropajes élficos de plata y negro. Astra y Dagon llegaron más tarde. - ¿Está?… - Si, mi flecha lo ejecutó casi al instante. - El tiempo del rey-príncipe había terminado.- Le susurró su madre abrazándola. - Realmente no puedo creer que nos halla traicionado a todos. - Y sólo faltó su palabra para corroborarlo… Yo tampoco quise creerlo al principio.- Lamentó Dagon. - Pero ya ha pasado. Las puertas del futuro, antes encadenadas por sus caprichos, están ahora abiertas. Entonces la joven cayó en la cuenta. - ¿Quién será el rey, ahora que él falleció? - Creo que lo mejor… - Ni lo penséis, tía. No pretendo deshonrar la memoria de mi padre, ese trono maldito sólo traería desdicha bajo mi mando.- Y como por algún artificio del presente, Sigdam atravesó la entrada principal. - Mi señora, las pociones revitalizantes están listas, y vuestro Ayax solicita alimento.
Capítulo XVII: Futuro Con el nuevo rey un nuevo orden fue establecido. Bajo el mando de Sigdam, el de hierro blanco, sus tierras rebozaron de trabajo y honor. En las batallas futuras, y gracias al fluido vínculo que había reestablecido la híbrida con los Sangre-Fuego, el heredero de Orgon, su hijo Ipson, comandaría los ejércitos milenarios como nadie, inspirado en las acciones de su heroico camarada, Nomon. El paraíso se valdría de todas las razas, y con ellas de su sabiduría. El DragónMontaña no despertaría sino pasadas incontables eras, cuando el árbol requiriese volver a las semillas. Dagon, retirado del arte de la guerra, volcaría su amor por las cosas que crecen, primero en los bosques, y luego lucharía su propia guerra contra el desierto. Aun así, se hablaría por muchos siglos de su habilidad como caballero, aun mayor con su brazo único. Sería el quien descubriera que las runas y extrañas líneas de los vértices de Obsidiana eran nada más y nada menos que un mapa secreto con la ruta hacia uno de los portales perdidos. Los mismos por los que Lilit había despertado interés hacía ya tanto tiempo. Habiendo concluido su legendaria proeza la híbrida dejaría el castillo, buscando sin cesar el dichoso portal. Algunos dicen que las águilas escarlata la guiarían como en el pasado. Obsidiana callaría para siempre, como si hubiese
compartido las esencias de Debraoxir y de su hermano, y una vez ellos muertos, no tuviese conciencia que la alimentara. Con los huesos del Ayax maligno, cuyo nombre descubrirían había sido “Rugido de Tormenta”, los herreros de la Torre del Cráter forjarían un casco que tornaría letalmente venenosa la sangre de quien lo vistiera, como tributo a la bipolaridad de las bestias, y se contaría que dicha propiedad le salvaría la vida en más de una ocasión. Llegaría finalmente el día en que la joven encontrara el portal. Algunos dirían que la llevó al Mundo de los Muertos, y que allí volvió a luchar contra la muerte para liberar a más sometidos. Otros dirían que la llevó al Mundo de las Bestias, donde descubriría el origen de los Ayaxs, y los salvaría de la extinción brindándoles la paz del paraíso. Otros que fue al Mundo de los Hombres, bajo la forma de una diosa élfica montada en un tigre legendario. Allí conocería a Inx, hijo de Issa e increíblemente, también de su padre. Un hijo perdido del rey Atlan, en los albores de su juventud, que desconociendo de ella el pasado y de él su origen, se amarían más allá de los lazos de sangre. A mí me gusta pensar que cumplió todas esas empresas, y salió de todas ellas airosa. De Inx tendría tres hijos, de los cuales el menor heredaría su sangre, y con ella la posesión del trono. Pero para ese entonces pocos recordarían lo que había afirmado cierto Dragón-Troll: - “No es mito temer al tercero.”
2008
Capítulo VI: Ensayos y cuentos breves Arañas El arácnido relincha, galopa y se retuerce en mi puño cerrado. El veneno quema sus negras entrañas al ser amputados sus colmillos. Sufre la misma agonía que ha causado, pero su propia muerte, cual único remedio, le será esquiva o vendrá por la fuerza de mi pisada. Ha perdido todo el respeto, todas las armas, y enloquece. Sería capaz de ahorcarse en su propia telaraña, si su pensamiento fuese por unos instantes menos bestial. Es un diminuto león al que se le ha apartado de su territorio, es un tiburón que huele sangra tras el hambre. Mi puño se abre, y corre enloquecida por mi brazo. Su galope de seis miembros provoca un leve cosquilleo, y la piel se tensa. Ambos nos tememos, pero ella está desarmada. Sus mil ojos, lejos de buscar los míos en la altura, desgarran el espacio en busca de una salida. En veloces pero pequeñas carreras alcanza mi hombro. La impresión puede más que la confianza, y soy víctima de un escalofrió. Prefiero dejarla andar, a desparramar sus viseras entre mis dedos. La oído rugir aunque no halla sonido, más que el de mi agitada respiración. De repente párese muerta. El tiburón yace boca arriba, totalmente inmóvil. Sin veneno, me atrevo a constatar la súbita muerte, casi decepcionado. Entonces se escurrió por mi oreja. 2009
Fumador ambidiestro Realmente es genial. Una vez más estoy SOLO, sin deseos de volcarme a los libros, habiendo gastado mis últimos pesos en un atado de cigarrillos y abandonado por la música, que fuese en otro momento más feliz, todo el alivio que necesitase. Viendo cientos de personas pasar, y ninguna saludar, desde las húmedas escaleras de la izquierda. Pocas cosas tengo en mente, más que el anhelo de una seca pitada o las ganas de desaparecer. Algunas risas, motores y ladridos son todo lo que colma mis oídos, entre tantos murmullos ininteligibles. Incluso la biblioteca está repleta. Pero juzgo enteramente por lo que veo, y no me arrepiento de lo que siento, Veo futuro y deserción, veo explotación y hermandad. Y al nadie importarle, me conformaría con ver un choque en esta esquina del mundo. Me veo quizás a mí mismo como un engranaje, y es eso lo que más me molesta. Saber que aunque desaparezca, la maquina universitaria no explotará. Me hago resistente a las horas aplastantes, y tal elasticidad solo me hace entrever mi propia inconciencia. ¿Me resigno a desesperar hasta desaparecer? No, me resisto. Sufrimos mucho, muy en vano. Mi YO en este momento se resume en esa línea. No deseo que me den los consejos que imparto. Pero inevitable es que enferme al enamorarme. Las horas se me escapan con el sueño, en una batalla que ya está perdida. El fin de año me ha alcanzado a la carrera, y me ha derribado. El
porvenir es tan claro como una nube de humo, pero aunque lo desee, no puedo invertir mi marcha en la máquina. Todos mis finales esperan por comenzar. SOLO, me queda esperar. Y si retrocedo es solo para volver a atacar. Amo y odio saber no saber cuándo ceder. Si se me acerca otro zurdo voy a escupirle la cara. Veo algunas caras conocidas, en el tiempo. LA tengo en mente, no puedo mentirme a mí mismo. Estoy muy enfermo. Tanto que algunas veces me gustaría estar en medio del choque. Y no me arrepentirme es a mi entender el peor síntoma. Leer, leer, leer. ¿Qué enfermedad es peor? El humo hacer llorar mis ojos. ¿Por qué ha cesado la música? Es una tarde sin viento y tengo 18 caprichosos años. Las risas han callado. Es mi momento, o disipo el humo, o dejo que a nadie la importe. Estoy SOLO, y nunca LA necesite tanto. Mi amada anarquista. 2009
Guerra Es una noche tranquila. Y me embriaga la inmensidad. Quien llegara a leer esto, desearía que del mismo modo se sintiera. Uno más con el polvo cósmico. Profundo como el corazón de una dama entristecida por las pérdidas de la guerra. Pues cada uno de nosotros somos un mundo, y las guerras, destruyen mundos. Sé que no seré yo mismo tan solo en un instante, y desespero con el paso de los segundos. Intento formular preguntas para las que no hay respuesta. Intento decir "te quiero" y que me sea respondido con una sonrisa, más que con la frialdad de la pluma. Desearía desaparecer por un instante. Olvidarme de lo que hice ayer y de lo que haré mañana. Y ese momento, tan inexplicable y maravilloso, se reduce a tenerte entre mis brazos. Porque es más fuerte que mi carácter este sentimiento de confusión. No puedo simplemente... enojarme con vos. Siempre en la distancia, me resultan ajenos tus besos, y eso me hiere aun sin haberlos conocido. Solo queda vivir y esperar que dilucides tras la impenetrabilidad de mis ojos algún rastro de cariño. Y aun así no odio este sentimiento. Amo el hecho de saber que te tengo tras de mí, como si tus ojos no dejaran nunca mi espalda indefensa. Y es tan difícil ¿Seremos tan diferentes? No lo creo aunque no lo negaría. ¿Peleare por reducir esas diferencias? Aunque tuviese que guerrear contra toda la existencia. Solo te pido una cosa, que no te vallas, y lo dejes morir en mí. Será molesto, será confuso, será triste, será mil cosas cuando deje mi puño para entrar por tus ojos, pero si a algo rehusó, es dejar de estar enamorado de vos. La batalla está pérdida, pero no la guerra. 2009
La memoria del sol Desearía poseer en una mano, el peso de una montaña; en mi mente, la cordura de un santo; y en mis labios, el fuego del logos. Podría derrumbar cualquier mal, y sostener cualquier idea. Y aun así sería poco. Desearía, desearía... que las palabras no se agotaran de mi boca, y que la fábrica de mi mente nunca se derrumbase. Tener el sol en el pecho y una corona de espinas
en la frente, para no sufrir la misma caída una y otra vez. Que la inspiración llegara con alas de paloma y contra las sombras de soledad me diera libertad. Que mil bestias indescriptibles destrozaran los cristales que me encierran, de mil fauces, de mil garras, de mil ojos, de mil patas. Que la confusión, no solo física, me abandonara por un momento. Que por ese instante perdiera todo lo que se, todo lo que por saber desearía ignorar, y volviera a ser uno con el todo, por un instante. Limpiaría de luces el cielo nocturno, solo para pulir los horizontes. Regaría de vida los mares, el aire y la tierra hasta que cada bestia amara a su presa como a sí misma. Que los sacrificios de todos los seres fuesen supremos. Que la vida acabara solo cuando se lo desee. Y aun sería poco. Será que simplemente algunas cosas nunca cambian. Será que no fueron creadas para cambiar. Será que el cristal que las encierra no puede romperse a la fuerza. Será, que ni el deseo puede contra ellas. Desearía en este cielo nocturno verlas una vez más reflejadas. Porque amanecerá al día siguiente. El sol no detendrá su marcha, mueran cuantos mueran. Menos que insignificantes, incluso a veces nos permitimos olvidar a los que se fueron, y no ver a los que están por llegar. Como si en la memoria del sol se atestiguara la dualidad humana. Tan cruel, tan bella, tan propia e indistinta. Implacable incluso cuando se la enseña, indistinta incluso después de ser aprendida. Porque en dicha memoria no somos siquiera una hoja, un renglón, una coma. El tiempo no se detendría, aunque toda la raza abarrotara el cielo. Pero la tierra sí. Cada vez que pisamos desgastamos su armadura, cada vez que respiramos colmamos su espacio, cada vez que hablamos exhumamos nuestro virus, cada vez que corremos ella lo hace bajo nosotros. Como una madre con demasiados hijos, que perece luchando por alimentarlos a todos. Y así se refleja en el cielo nocturno, cada día más atestado de nuestra escoria. Como un rostro que se devuelve la mirada en un espejo que comienza a astillarse. Lo más temible, es quizás que no solo se trate de lo que hacemos, quizás lo que realmente importe, o lo único que realmente, es lo que sentimos. ¿Cuantas veces al día miramos al cielo? Al parecer no las suficientes, porque amamos las torres que nos rodean, el ruido, el frío, el gris. Y así es. Y aun así no lo cambiaría por nada. Porque como el capullo en el que se ha criado la mariposa, algo de él vuela en ella y de ella queda en él. Por los breves instantes que dura su grácil vitalidad. Dudo que sea diferente de nosotros. Diferente, es que ellas cambien con él, mientras que para los simios de dios, es más fácil conformarse. Y así es. Y aun así no lo cambiaría por nada. Escoltados de noche se pierden los soles que iluminan nuestro gris. Entre el acero y la electricidad nos encontramos a gusto. Reproducciones de toda índole nos siguen los pasos y nos colman los oídos y la vista, hasta que nos descubrimos a nosotros mismos produciendo. Siendo únicos exteriormente, compartimos queriendo ignorarlo, tantas cosas, tantos detalles, que pocas veces lo que hacemos es hecho por vez primera. Siempre hubo alguien antes, y siempre habrá alguien después, y siempre habrá quien lo reproche. No podemos cambiarlo. No podemos dejar de ser por un instante. Somos lo que somos, y alguien tiene que serlo. Con el solo hecho de haber sido marcados a
fuego por la vida, incluso antes de nacer, incluso después, incluso sin haberlo hecho, somos, fuimos, y seremos. Cada vez más, y cada vez menos, humanos. Quizás la noche se salve de nuestro hambre. Porque más indestructible que la memoria del sol, es el vació en su ausencia. Más fuerte que cualquier deseo imposible es esa sombra que le sigue a la vida, llamémoslo tiempo, espacio, límites. El hecho es que desde el día en que comenzamos a existir, una lucha autoproclamada comienza contra ellos. Crecemos para vencer al espacio, corremos para vencer al tiempo, luchamos contra nosotros mismos para marcar límites. Serán pocas de las cosas que hoy amamos, las que duraran lo suficiente en la memoria de todos, para ser reproducidas por las vidas inimaginables que se avecinan. Porque al contrario del logos, la memoria de fuego que nos quema cuando recordamos se extingue con el polvo, el gris y las acciones erradas. Porque nada es para siempre, más que el vació de la memoria, que fue mariposas, simios, torres e incluso nuestra tierra misma. Nada es para siempre, más que la memoria del sol. 2009
Arena y hambre El sol se ponía en el este cuando llegamos. Y hasta ese momento desconocíamos cuantos desiertos habíamos cruzado, o si era el mismo, y las raíces de Yggdrasil* nos habían jugado una mala pasada. Munin, el cuervo extraviado de Odín, más un amigo que un consejero, giraba en el cielo buscando en vano un camino en el horizonte etéreo, mientras Angrboda, la serpiente, abría a mis pies brechas para avanzar con facilidad en la arena que rebosaba mis rodillas. Brindaría mi nombre, pero en ese entonces yo no tenía uno, en realidad lo único que tenía era mis ropa robada, desgarrada por la intemperie, y a ellos dos. Avanzábamos con suma lentitud, pero con la mayor de las convicciones. Los acantilados: podrías dar con uno tras otro, o no haber visto uno en toda tu vida, o haberlo visto y no haber podido contarlo. Se camuflaban en la arena infinita, te envolvían, y caías hasta despertar con los gigantes de fuego**. Semanas habían pasado, y tuvo que pasar una más para que el hambre finalmente me venciera. Vivir de murciélagos y lombrices tuvo sus consecuencias a largo plazo, las escorias del desierto no eran suficientes. En esas condiciones extremas vislumbre un fragmento de los verdaderos poderes de mis guardianes. Y fue Angrboda, o Ang, como la llamaba en aquel entonces, quien los reveló primero. La noche había caído con una luna presurosa. Acurrucados contra una roca, Munin en mi hombro y ella en mis brazos, intentábamos eludir lo suficiente la realidad como para soñar con tiempos mejores. Entonces se escurrió en la oscuridad mientras yo la seguía con un ojo abierto, hasta que solo vi sus ojos amarillos clavados en los míos. Cuando atine a incorpore esos ojos antes verdes contra su vientre rojizo se habían vuelto más grises que la luna que nos iluminaba. - Ang, ¿qué sucede?
Solo el eco me devolvió su nombre. Tembló el suelo, y se arrastró hacia mí un ser titánico. En un abrir y cerrar de ojos tuve una sierpe que me multiplicaba por decenas en tamaño, rendida a mis pies. Partimos sin esperar el alba. * En la mitología nórdica el árbol Yggdrasil separa los “mundos” y delimita los puntos cardinales. ** Los nórdicos creían que Hel (el equivalente al infierno) era gobernado por sangrientos gigantes hechos de fuego y soberbia.
El rey cuervo La invite a subirse a mi lomo y nos lanzamos entre las ráfagas de arena. La luna menguante nos obligaba a aguzar la vista, pero iluminaba lo suficiente como para avanzar como la velocidad de varios caballos. El cuervo se ancló al hombro de mi señora, presumiblemente porque sus alas no podían seguirme. Sin verlas, sentíamos presencias mescladas con el polvo, y mientras más rápido avanzábamos, más nítidas se volvían, como si disfrutaran atormentarnos. El este se confundía con el oeste con cada abismo que vadeábamos, a la vez que desde las profundidades sonaban cuernos de guerra, apagados por la tormenta. Finalmente llegamos al puente, el único, y se lo señale a mi señora. Angrboda hizo un gesto con su monstruosa cabeza que recién comprendí cuando mis plumas se erizaron por el temblor del suelo. Nos deslizamos hacia la base del gigantesco puente, evitando sombras delatoras. Allí la poca luz del alba naciente era robada por las crestas de las montañas, que amenazaban desde el este. Bajo nosotros cientos y cientos de hombres corrían desbocados, pero en aparente formación de batalla. Parecían tigres ante sus presas, lobos oliendo un rastro inequívoco, búfalos tomando impulso antes del choque. O todos ellos. Salían cuernos de sus cascos, dagas de sus ropajes y fuego de sus bocas. Y exagerar no es poco para quien guarda la memoria de Odín*. * En la mitología Munin y Hugin son los cuervos mensajeros de Odín, que sobrevolaban Midgar llevándole noticias. Munin representaba su memoria y Hugin su pensamiento.
Hombres del desierto Nos detuvimos en seco, no sabíamos si eran buenos guerreros o simples mercenarios. Ni siquiera sabíamos en que bando estábamos nosotros. Aguardamos unos minutos hasta que los pasos se esfumaron en la distancia. Me aferré al lomo escamoso y continuamos a toda marcha, rogando que ese clan no atacara la ciudad más próxima. Y pensar que en otra vida había sido una diosa… Antes de que nos diéramos cuenta, casi chocamos contra la muralla de una ciudad sin nombre. Vedada por dunas y remolinos, cascadas de arena roja brotaban desde las almenas, y lo único que la hacía parecer una ciudad eran los pocos soldados que la guarnecían. Angrboda se retorció, giró, y como un remolino más, volvió a su forma original. Desde las almenas alguien gritó algo, pero fue imposible oírle. Entonces Munin se perdió en la altura.
La arena azotaba mis alas, pero no dejaría de subir hasta que dejaran pasar a la esposa de mi señor*. Lo que vi en la cima de la muralla me decepcionó. Un hombre vestido en trapos azules y cota oxidada. Incertidumbre en sus ojos verdes, nuestros ojos verdes, y el pulso a la orden de un temblor creciente. Una imagen muy lejana de nuestros días de gloria y aún más del Valhalla**. Con solo verme advirtió la importancia de la inexplicable llegada, e hizo sonar su cuerno sobre el viento embravecido. Con un estruendo que me recordó al ataque de Hati a Mani*** las puertas se abrieron, lenta y pronunciadamente, obligando a la cascada de arena a dividirse. Entonces recordé el hambre. Cruzamos el umbral y desembocamos en la calle más congestionada que hubiese visto con mi corta edad, pero no necesariamente la más prospera. Había puestos de armas hasta donde alcanzaba la vista, hombres que iban y venían, ninguna mujer, herreros u orfebres, tan solo carbón y fuego por todas partes. Luche por caminar por mi cuenta, pero me venció el peso de mis rodillas, escupí algo que me hirió y caí sobre mi frente, cual otro trágico indicio del Ragnarok****, con un cuervo y una serpiente enloquecidos. Alcancé a ver un reflejo entre la sangre que había contenido mi mano, y luego deje de pensar. * Frigg es una de las tres esposas del todopoderoso Odín, de la cual nacerán la mayoría de sus hijos. ** El paraíso al cual los héroes van al morir en combate. *** Durante el Ragnarok, el lobo hijo/hermano de Fenrir, Hati, quien perseguía la luna (Mani) todas las noches, logra alcanzarla. **** El fin del mundo en la mitología nórdica y escandinava.
Rubí Me despertó un cañonazo a pocos pasos de la única ventana de mi celda. El destello me dio el tiempo suficiente para advertir una funesta imagen: Munin y Ang sofocados por cadenas. La cabeza me daba vueltas. Luches por liberarnos, pero cuando lo había conseguido con Munin, un guardia cayó rodando por las escaleras. De su pecho manaba sangre, y en su último aliento tendió hacia mí un pequeño rubí. Lo tope y volví a forcejear contra las ataduras de Angrboda. Hubo otro cañonazo y el muro a mis espaldas estalló como si hubiese sido de madera. Finalmente la liberé y corrimos a través de los escombros. Se oían choques de acero y ordenes de disparo por doquier. Eran los mismos mercenarios cuya llegada previmos en el puente. No sabíamos dónde estábamos, ni hacia donde huir, solo sabíamos que teníamos que correr. Esquivamos varios grupos trabados en encarnizada batalla, pero esta pronto se volvió desigual. Las armas oxidadas de nuestros soldados no podrían hacer frente a las huestes de Loki*. *Dios embustero atado a tres rocas, que se liberaría para luchar contra los dioses en el Ragnarok.
2008
Atrocidad Juro solemnemente por el poder que se me ha concebido. No agraciar mi materia. No ceder ante el placer de la saciedad y no perder la voluntad por la lujuria, hasta alcanzar mis óptimas aptitudes. Poco poder se me atribuye, y vana es mi meta entre tantas posibles. Pero de alguna manera es para mí más difícil que para muchos otros, puesto que convivo con ella, y en mayor o menor grado, me asola en todo momento. De allí destaco mi propio pesar. Cuando se opacan los momentos más felices, por un reflejo indiscriminado, o se transmuta en duda mi saciedad. Maldiga el dios de vuestro credo la hora en que a todos se nos hizo diferentes. En términos de ignorancia... al demonio la biodiversidad. Y puesto que no veo en mí atributo alguno del cual destacarme positivamente, no lamentaría el exterminio de mi propio linaje. O de aquellos que padecieran mis mismos defectos. Los espartanos los arrojaban a abismos, los egipcios mantenían las estirpes reales mediante el matrimonio en hermandad. ¿No fueron las civilizaciones más ricas y memoriosas? Muchos cuestionaron tales acciones en ese presente. ¿Pero quién cuestiona sus resultados, bajo la lupa de tan gloriosa historia? Los guerreros más aptos, y los escribas más ricos, no solo se hacen, nacen. Y a veces se necesita a la persona correcta para develar quien es apto. Más allá de eso, no pretendo concientizar a usted de mi pesar, sino provocarle el rechazo suficiente, para que comprenda con lo que convivo, y haga una labor que mi fe no me permite. Librarme de mi carga y purificar su raza. 2008
De cuervos y repugnancia ¿Con que atroz bestia multiforme fornicaron sus progenitores para que ella fuese esto? Maldita sea antes de nacer; maldita sea también luego de morir. Embrión de un mal más espeso que la tundra, no debería existir para ella felicidad mayor que la de dejar de existir. Como si milenios de inverosímiles deformaciones humanas se hubiesen mezclado en un único ser no humano, ente ácido y sangrante. Escoltada por una legión de gusanos e insectos larvarios de toda índole, avanza por bosques en putrefacción, devorando los polluelos de los cuervos. Los mismos que graznan la maldición de los años, en su penuria inmortal por la pérdida de sus crías. Solo un acero reverente podría arrancarla de tan insoportable pesar. No hay refugio para sus penas, ni amputación que la salve de su deformidad. Vomita en las aguas grises el ácido de su descendencia. Ignorante de lo que causa, solo se digna a devorar. Cual una bacteria de núcleo mutante, sus dientes ponzoñosos desgarran y tragan. Un caballero de negra armadura acudiría de entre el fango, con una bandera del éter y la muerte como semblante. La bestia estaba sufriendo, podía sufrir, y lo sufrió, pero no más que el crucificado. Una balada de improperios lanzó, en un lenguaje atroz incluso para ser bestial, y su espesa saliva empaño los ojos del santo. Piedras llovieron, de las cuales una única de las siete que la rodearon, la más punzante, le arrancó a la bestia tres brazos. Sus bocas, que colmaban su rostro discordante, aullaron y se multiplicaron. La lanza bajó como un rayo, como un suspiro de compasión entre sus sesos. Y el mundo nuevamente fue bello, y el azar tiño la armadura negra con la carne de la abominación. Nadie recordaría su muerte, más que algún feto vomitado, que en
la alcalinidad del agua turbia hubiese encontrado consuelo. Antes de que los cuervos lo desmembrasen. 2008
Insomnio Las luces se apagaron, y ella volvió a cubrirse con las frazadas hasta la nariz, como era costumbre. No le tenía miedo a la oscuridad, pero sentía que cada vez que se quitaba los anteojos y quedaba a su merced, un peso enorme la mantenía contra su cama. Mil escenas le venían a la mente. Bien podría deslizarse una mano por entre las sabanas y encontrar la suya, aunque no la buscara. Pero ella no se limitaba a pensarlo inconscientemente y hacerlo realidad, dejaba a su mente imaginar de que sería la mano. Y siempre desembocaba en algo no vivo. Con cada relampagueo final del velador, veía rostros blancos en los cielos rasos, respirando sobre ella, con las cuencas vacías, o más negras que su miedo. Y mientras pensaba y pensaba sentía que su cuerpo se agitaba, que su cama entera se sacudía de un lado a otro, como chocando con una pared y otra, sucesivamente, girando, chocando, temblando. Se forzaba a si misma a abrir los ojos y espanta esos rostros, tenía miedo incluso de encender la luz porque podría aparecer nuevamente la mano, o de mirar a la puerta, porque alguien podría aparecer de repente, quizás sin querer. Sabía que en los pisos inferiores había gente que no dormía, pero los ruidos se volvían golpes, los murmullo maldiciones del viento, y en su mente asesinos invisibles entraban solo por las ventanas enrejadas y siempre llevaban armas blancas. Se decidió a encender la luz. Pero lo que vio entonces no era lo que había dejado. Quería abarcar todo con una mirada, quería estar segura de que todo lo que pudiera moverse estuviera bajo su ojo desconfiado. Las cosas que había visto la última vez no eran las mismas, se habían ensombrecido como si aún mantuvieran parte de su sombras. Tuvo quizás más miedo entonces que envuelta en oscuridad. Se enroscó más entre las sabanas, pero así veía menos, un objeto a la vez, y los demás quedaban fuera del alcance, libres de moverse, y susurrar. Las cosas que no debían moverse se movían. Ruidos que nunca había percibido so no hubiese dominado ese silencio total, ahora se multiplicaban en su mente. Presencias imaginarias flotaban sobre ella cuando apagó la luz una vez más, para escabullirse en su invulnerabilidad aún más imaginaria. Nunca fueron fantasmas, porque los fantasmas existen, en la imaginación. Estas eran presencias, eran muertos, eran espíritus, eran cuerpos, eran miedo, eran nada. Pero la madera crujía bajo su peso… y la niña temblaba con su presencia. 2008
Odiar a vuestros dioses Una y mil veces odie este tipo de reflexiones. El amor es algo material, físico, y atado al placer, al contrario de las virtudes Aristotélicas. Y que nadie lo discuta. Repasemos la palabra en sí misma como parte de un complejo entramado de sentimientos, tal como podría ser el odio. Aquí comenzáis el debate, no demasiado temprano por tratarse de algo que se remonta a los albores de la
humanidad. Según los corintios, y que el Dios católico todopoderoso nos resguarde de su propia luminosidad, el amor: "El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, más se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta". 1 Corintios 13:4-7 Si bien no presenta una relación tan notoria de polaridad (como muchos otros sentidos), generalmente se lo contrasta con el odio. ¿Acaso no retrata esta reseña religiosa ambos, en aparente armonía? Para odiar ahí que haber amado, y aunque haya sido un enamoramiento pasajero, no podéis negar que vosotros conserváis cierto rencor hacia tales personas. No debió existir tema más jugoso para los gordos filósofos griegos, en su "ocio creativo" que las mil y una representaciones del amor. A los animales, a las mujeres, a lo carnal, a los dioses, a sus representantes, incluso después de que muchos de estos los hubiesen hundido como nación, y denigrado en el orden natural de las cosas. El odio sede su lugar al amor, y el amor al odio. ¿Circulo vicioso? Nada de eso, es fácil terminar con ambos conceptos. Solo hay que alejarse lo suficiente y con rapidez de la persona que los siente. ¿Noción materialista pensáis? Os odiaría por pensarlo, pero os amo por ser mis lectores. Sea cual sea el punto de vista, ambos conceptos son uno. Y una y mil veces caerán en la duda, cual la maldición de los mismos dioses que os obligan a amarlos. Porque sois tan humanos como las palabras mismas que hieren desde vuestra boca, y los mismos besos que pretenden remediarlas. 2008
Pantano Giró otra vez, y otro brazo fue amputado. Corrimos hacia el rellano. Para ese entonces toda la compañía estaba atenta. Pero nadie se acercó al muerto, que intentaba en vano gritar, ahogado en su propia sangre. Nos reunimos en formación, espalda con espalda. La mayoría de las dagas temblaban. Sonó otra vez el crujir de huesos, como si vinieran desde la tierra misma, y una ráfaga de viento turbulento nos rodeó nuevamente. Nos dieron la orden de tomarnos de los brazos, para que ninguno fuese arrastrado. Pero sirvió de poco. Apenas sentí que algo atravesaba mi vientre, oí los gritos lejanos de mis camaradas. Una cadena con punta de flecha atravesó mi cota de lado a lado, saliendo como una serpiente por mi espalda. El soldado a mi izquierda trató desesperadamente de cortarla, pero su único brazo libre cayó antes del segundo intento. Me solté a la vez que luchaba por no perder el conocimiento del dolor. Cuando advertí que se interponían entre mí y la ráfaga, que cada vez giraba más cerrada, clave mi espada en el suelo, haciendo uso de todas las fuerzas que me quedaban. La cadena se tensaba, pero yo moriría entre mi gente. Entonces uno de mis defensores voló por los aires, empalándose contra
uno de los árboles, a la vez que la cadena subía por mi espalda. Cuando rodeo mi cuello solo pude recordar cómo era arrastrado, y todos me daban por muerto. Lo que vi antes de despertar no fue digno del cielo, así que dejo a la imaginación el más inhumano sufrimiento. Y aun así no podría decir con exactitud cuando desperté. Solo supe que había vuelto cuando en la unánime oscuridad vi la línea del horizonte. No podía moverme, solo ver el fango en el que me estaba ahogando, con ojos que no parpadeaban y una garganta que no cesaba de tragar. Entonces oí huesos que se quebraban desde las profundidades, y cuando luche por arrastrarme fuera de mi fosa, vi el antebrazo de un cadáver. 2008
Reto solar a Saturno Ya los árboles que recibían mi luz del no parecen los mismos. Como sombras rojizas, mis últimos rayos se filtran sobre las copas... apagados. Mi cuerpo vomita, una y otra vez, dudas que nadie sabría responder pero que todos se preguntaron. Por lo que no valdría la pena mencionarlas, no porque no importen, sino porque cada uno debe preguntárselas. Como ventiladores industriales, las nubes giran en tormentas, sin salirse de mis pupilas. En un arrebato, intento acercármeles, pero me cortan, sin perder su belleza. Veo mi propia sangre derramada en la infinidad, como nebulosas manchas que se oscurecen, giran, brillan, y antes de que lo advierta se vuelven nubes también. Los cuerpos celestes parecen haber desaparecido. La tierra gira en un eje perfecto. Mil estrellas fugases se entretejen en el cielo y disminuyen su carrera. Al parecer, todos ellas con mi misma sorpresa. Las nubes primigenias no se inmutan, sino que toman velocidad, como inspiradas por mi daño, como si en sus vientres punzara más vida de la que pueden soportar. Entonces, como un parto de dimensiones épicas, cual Gea pariendo a los Titanes, el cielo engrandaría, cual la antítesis femenina de Urano, una monstruosa masa multiforme. Esta reflejaría en su materia, por unos instantes, los colores del arco iris. Cesaría su temblequeo al tiempo que se incorporaría. Como una bestia... una bestia definitiva. Opaca al fin, nunca tan oscura como la noche, lloraría insípida, como un cometa que sufriera la lejanía de las estrellas del cosmos. Mucho más humana que cualquier otra bestia... quizás por eso se la llamara definitiva. Comprendería el lenguaje de los elementos con su sola presencia. Por ellos se volvería agua, y se perdería en las inexploradas profundidades, allí donde los seres marinos iluminan con luz propia, para invernar hasta que acudiera al mismo mundo su pareja. Los vórtices nebulares seguirían su curso, inalterados, a pesar del nacimiento. Esta vez yo estaría decidido. Con mi carne y mis huesos, y aunque mi alma resultara desgarrada, detendría esas aspas que todo lo sometían. Ciega de toda amenaza, solo podría advertir su ira quien notase su leve oscilación. Como un tornado encerrado en paredes de diamante, cuyo centro concentra presión y se enfrasca sobre sí mismo, pero no puede liberarse, vedando el arremetimiento salvaje de su naturaleza. Como una aureola infinita, del tono triste de los robles, me erguiría sobre sus filosas extremidades, casi invisibles. Finalmente me oiría, pues de su oído nada escaparía. Primero mi propio vientre seria
despedazado. Sin sangre, solo quizás con bilis, bañaría las constelaciones más cercanas, aunque en la noche inmensa, no sería más que un estornudo. El dolor de muchas guerras amenazaría con poseerme. Pero lo ignoraría, una vez más, con suerte, lograría que jugara a mi favor. Mis dedos, mis brazos, mis muñecas, mis mil ojos, mis labios, mi cabello, todo me seria arrancado para detener su rotación. Más fuerte que el tiempo, más pesado que el pasado, cubriría mi cuerpo, pegajoso y espeso, cada uno de sus engranajes. Mi pelea contra el desconocido enemigo sería terrible. Pero en contra de toda estrategia, y de mi propia fe, triunfaría por unos momentos, antes de que la máquina de nubes se descalibrara, tomara otra ruta, y arrasara con lo poco que quedaba de mi... atacándome por la espalda. Por presenciar tal espectáculo, los mares de la tierra hervirían, y el carbón multiforme del cosmos perecería antes de fundirse en un diamante. Y yo, luego de retorcerme en ciclos que bajo mi luz durarían miles de milenios, me volvería blanco y viejo. Mi triunfo llegaría con mi fin, y el del mar, y el de la tierra, y el de la máquina, y el de su industria, y el de su creador. Solo los árboles reflejarían mi esencia allí donde otro cielo rebelde se sublevara, cual un Ares que abrumado por la paz buscara confrontar a sus propios patriotas. 2008
Sacrificios Un sabio hechicero me dijo una vez: -No te sacrifiques en vano por algo que puede fallar… sacrifica a los que te sirven hasta que no falle… intenta recién cuando estés seguro… o cuando no te quede nadie a quien sacrificar… Y si aun así fallas… tengo un buen amigo que es nigromante… ¿Qué podéis perder? 2007
A la espera del olvido La espera es el refugio de los cautos, la vida de los inmortales, consientes o no, todos estamos atados a ella tal como a la vida en su conjunto. Vida…que palabra complicada. Enroscada, con y sin sentido, simple y abstracta. Alentadora y depresiva, fugas y prolongada. Alentador… ¿qué es alentador? La suerte de un amigo, el cumplimiento de una proeza, la espera con recompensa, la vida simple. Todos tenemos un amigo, uno que vale por muchos, o muchos que valen por uno. No existen personas solitarias, solo personas a las que les gusta andar solas. Nadie en el fondo desea ser abandonado al olvido. El olvido es el peor enemigo de la vida. ¿Desalentador morir en el olvido no? Pero tarde o temprano a todos nos llega. A medida que pasan los años nos encariñamos más con el alentador capricho de vivir, lo que solo hace más difícil las despedidas, incluso con los amigos. Así, a la espera alentadora de una vida simple y con amigos que nos recuerden más allá del olvido, existimos, soñamos, vivimos, morimos, nos recuerdan, nos olvidan, y nos esfumamos. Pero tras nosotros otros vienen, alentando a la vida a prolongarse. Es ese
momento nuestra espera termina. Ya no somos uno, sino todos, fundidos en el polvo de la tierra y ahogados en la esperanza de un paraíso espiritual. 2007
Traiciones Timor y Spes eran los mejores amigos. Un día mientras caminaban por el campo, Spes cayó en un hoyo, y Timor fue a socorrerlo. Otro día mientras caminaban por el bosque, Timor fue acorralado, y Spes acudió a rescatarlo. Luego de algunos días mientras caminaban por la margen del rio, vieron a una hermosa sirena nadando, y Timor y Spes discutieron, y sus voces graves se alzaron: - ¡Yo la he visto primero! - ¡Pero yo he oído su canto! - ¡Estoy más enamorado que nadie! - ¡Pero yo nunca dejaré de estarlo! Así mientras discutían, la amistad se iba esfumando. Entonces sacó Spes su daga, dispuesto a enfrentarlo, pero Timor pensó que no valía la pena el sangrado. Dio media vuelta, y se perdió en el ocaso, olvidando tras el al querido amigo estafado. Mientras caminaba sin rumbo, Timor escucho anonadado, un grito seco y mortal proveniente de la orilla del lago. Cuando llegó al lugar solo encontró una daga, en cuyo filo mortal la sangre del dueño yacía derramada. Su eterna amistad había sido traicionada. 2007
Ultimo caso La sangre ya estaba seca cuando llegamos. Ese era un rostro que me hubiese gustado ver sin las marcas que me habían llevado allí. La falda negra todavía
permanecía intacta, pegada a sus muslos firmes como la noche anterior, claramente: no había sido una violación. A pesar del rigor mortis, la victima parecía dormir, no apacible, pero si con un irónico espasmo de dolor e ironía en el rostro. Una morbosa y bella imagen de no ser por el balazo en la frente. Nadie hablaba de más. Era más fácil remitirse a las muestras que indagar en impresiones y sentimentalismos. Me hubiese gustado que solo fuese un caso más, pero inevitablemente mis propios sentimientos me habían implicado. -
¿Usted la conocía? No, solo estuve un par de veces en su cama. Lo envidiaría si no se tratara de una vil prostituta… ¿y a que viene esa sonrisa? Después de todo valió la pena. Estas mujeres solo confiesan en su entorno.
El asistente se limitó a retirarse, tragándose el veneno de su propia lengua, cuando apareció en escena el médico forense: -
Pruebas de HIV positivas. 2007
Cuento de un duende unípedo Había una vez un duende navideño que viajaba de casa en casa arrancándole los corazones a los hamsters descuidados. Siempre saltando en su único pie traspasaba ágilmente las puertas y ventanas vedadas tras la divulgación de su excéntrica costumbre. Pero un día, mientras saltaba la ventana de una humilde iglesia, ésta se astilló, y el duende tuvo que quedarse colgado de su único pie, temiendo que al moverse el ventanal se hiciera añicos. Al día siguiente lo halló un sacerdote, que portaba una antorcha de fuego rosa: - Hijo… ¿Qué estáis haciendo ahí colgado? El monstruito verde se limitó a gruñir. - No, no, no. – Dijo el hombre – Ese no parece un lugar apropiado para rezar. – E hizo un ademán reprobatorio. Entonces el duende le saltó a la cara en un arrebato muy navideño. Y aunque la ventana no cedió, ya todo el barrio había sido convocado por los gritos del tipo. Solo cesó de pellizcarle los ojos cuando estuvo rodeado de una docena de antorchas afeminadas. Soltó a su morada víctima y se puso, como era usual en esas ocasiones, sus lentes negros. Se hizo invisible. Y comenzó a deslizarse hacia un costado mientras la muchedumbre usaba el nombre de dios en vano. Pero entonces, olvidadizo y medio ciego por la penumbrosa del lugar, el duende chocó de frente el ventanal astillado. El caos fue tal que sorprendió la similitud simiesca de los sacerdotes, que al tratar de cubrirse sacudían sus brazos por sobre sus cabezas. Salieron todos saltando en un pie (valga la redundancia), por los vidriecillos maliciosos que se esmeraban en herirles los pies, descalzos y regordetes.
Es el día de hoy que el duende se pregunta en donde habían escondido los benditos hamsters. Era invierno en ese mundo loco, y aunque ya hubiese pasado más de una semana, el amargado duende navideño seguía buscándose cada mañana restos de vidrio en su ganchuda nariz. Había pactado consigo mismo no volver a meterse en el “territorio de puercos” como él los llamaba, a menos que tuviese la certeza de una presa fácil. ¿Por qué le gustaba tanto descuartizar hamsters? Porque también le encantaban fritos, a las brasas, o a baño María. No había nada más sabroso que un hamsters gordo y bien cosido acompañado con unas papas fritas y un buen vino patero. Pero en esos días de frío, escasez, y traumática bondad, tenía que limitarse a comer tréboles de cuatro hojas en conserva. Su madriguera se hallaba bajo un árbol cualquiera, entre las raíces. Allí adentro guardaba todo lo que necesitaba: una camita que había resultado de la reducción de una cuna, un fuego que se alimentaba de las mismas raíces del árbol, una decena de libritos de bolsillo sobre duendes famosos, duendecillos endiabladas, polos norte paralelos, y sádicas recetas culinarias. Y aún más apartado, a un costado del hoyo lleno de agua verde que era la cocina, en una esquina a la que apenas llegaba luz, estaba un diminuto armario con espejos en las puertas exteriores, en el que guardaba todos sus artilugios mágicos, entre ellos sus lentes. Tras rehabilitarse física y psicológicamente, como si fuese un asesino serial, escogió cuidadosamente el lugar de su próximo ataque: una tienda de mascotas. Cuando estuvo atravesando a oscuras el conducto de ventilación de la única veterinaria del pueblo, lo único que lamentó fue no haberlo pensado antes. Aún con el incentivo de la carne fresca le era difícil moverse en la estrechez, con su única pierna de media a rayas. Así continuó hasta que halló un ventilador oxidado y lo cabeceó para dejarse caer de cara al piso. Inmediatamente se puso alerta, saltando entre las jaulas vedadas, oliendo y mascullando. Se movía de sombra en sombra, hasta que en un descuido codeó la celda del perico. - ¡Crua! ¡Cucurucho de cucarachas! ¡Crua! ¡Acarrear canelones! ¡Crua! ¡Es el fin del mundo! El griterío despertó a los gatos, y los gatos a los perros, y los perros al guardia. Un tipo con falda escocesa y peinado puntiagudo en cresta llegó con una linterna en una mano, y una lámpara en la otra. El duende se puso los lentes. - ¡Pajarraco de la ostia! ¡Cállate! - ¡Cucurucho de cucarachas! ¡Crua! ¡Estás calvo! ¡Crua! ¡Es el fin del mundo! El único “unípedo” presente aprovechó la discusión para arrastrarse pegado a las jaulas, totalmente ajeno al contenido vivo de éstas. Entonces un perro ciego, gordo y azulado lo olisqueó en el aire encerrado, y en cuanto tuvo su pierna al alcance la mordisqueo cariñosamente. El susto fue tal que llamó la atención de todos hacia la mitad del pasillo. - ¿Quién ostia anda ahí?- Lo apuntó con la linterna.
- De verdad está calvo… - Pensó el duende para sus adentros con demasiada fuerza, y se echó a saltar estrepitosamente hacia el pasillo siguiente seguido por el guardia, que se guiaba por el ruido de su carrera incompleta. Baboseado hasta el cuello resbaló en algún momento de su atropellada carrera, y fue a chocar contra un suave colchón de aserrín, valla a saber uno como. Se quitó los lentes para ver bien donde estaba, y lo sorprendió la iluminación que había surgido de repente. Metros y metros de colinas marrones y acerrinadas terminaban en un grupito de casitas que le llegaban a la rodilla, a un lado de una gran rueda de ejercicio, echa totalmente de oro. Al principio creyó que era un sueño, pero casi se convenció de lo contrario cuando al mirar dentro de una cuchita vio tres jugosos, rechonchos, y bien dormidos hamsters. Instantáneamente amagó a meter la mano, pero un olor celestial llevó su atención hacia el horizonte. Vio decenas y decenas de más y más hamsters, de todos colores, corriendo hacia él. Desquiciado trató de desenfundar los dos cuchillitos que llevaba siempre con él, entre su único muslo y su media: uno especial para fiambres y otro para untar. En vez de eso sacó dos antorchas rosas encendidas. Las lanzó a un costado y se preparó a estrangular a cuantos pudiera, pero llegaron tan rápido y eran tantos abrazándolo contra el suelo que pronto no puedo moverse. Era sobrehumana la fuerza de esos roedores endiablados. Y para su horror las llamas que el mismo había provocado los estaban alcanzando. Sin aviso un hámster le mordió la nariz y despertó. Estaba retorcido contra el costado de una de las jaulas, tiritando. Miró hacia el otro extremo y vio al mismo perro ciego, gordo y azul, pero esta vez con alitas de perico. Se aterró aún más al verle caer la baba sobre el pecho celeste. Trató de alejarse, y recibió un lengüetazo tan espeso y salivado que le recordó cuando jugaba con sus primitos en infusiones de barro y estiércol. Al fin realmente despertó. Abrió un solo ojo, y se dio cuenta de que todavía tenía los lentes puestos. Había estado inconsciente casi veinticuatro horas. El choque terrible que le había provocado la resbalada contra el portón que daba a la sala de los roedores le había asegurado horas de delirios muy navideños. Se paró tambaleándose y suspiró al confirmar que no estaba ni en una pradera imaginaria, ni en una jaula demasiado real. 2007
Desterrado El joven demonio miró al cielo, lloroso y desafiante. Desplegó sus alas negras…y con un poder excepcional, comenzó a domar a la tempestad. La domó, la tranquilizó, la acarició, la sedujo. Dentro suyo…la venganza hacia lo mismo. La tormenta amainó, susurró, rogó, llovió. Despiadado él la azotó con hirientes mentiras, y salvaje, la tempestad rugió, traicionada pero sometida. El joven demonio miró otra vez al cielo, sarcástico y desafiante. Erizó sus alas negras…y con un odio sobrehumano, guio la tormenta hacia las alturas. La tempestad cumplió…viajó y destruyó.
Llovieron ángeles. Ahora los dioses lamentarían su destierro y sangrarían sus lágrimas. Pero dentro suyo…su conciencia hacia lo mismo. 2007
El archimago Un hechicero y un archimago se estaban alistando para tomar una pócima de inmortalidad. Por un lado el hechicero, maligno pero obediente, cumplía las órdenes del archimago, y por otro, el archimago, benévolo pero firme, hacía cumplir sus órdenes. Ayudándolos estaba una hermosa joven llamada Risa, de la cual el archimago estaba secretamente enamorado. Desconocía elle la finalidad de la pócima. Puesto que estaba allí solo para ayudar. Entonces fue el turno del archimago de ser examinado. Cambió de lugar con el hechicero y se ubicó en la cima de un alto pedestal. Al son del caldero y los pasos de Risa, el archimago preguntó: - ¿Tengo pulmones? - Si tiene.- Respondió el hechicero. El archimago respiró profundo, el aire encerrado de la cueva. - ¿Tengo estomago? - Si tiene. El archimago eructó, y el eco reverberó en los muros. - ¿Tengo ojos? - Si tiene. El archimago vio como las caderas de Risa se movían de un lado a otro, muy cerca del olvido, o de una caricia piadosa. - ¿Tengo corazón? - ¿Tiene?- Preguntó el hechicero dubitativo. - …… El archimago no respondió. Solo vio como la silueta de Risa se alejaba. - ¿Tengo cerebro? - …… El hechicero no supo que decir, no podría contradecirlo. Risa desapareció de la vista, envuelta en sombras…tentadora… …pero el archimago no se movió… Tomaron la pócima. El archimago rio. La cueva se derrumbó sobre ellos… …y Risa pasó al olvido. Inmortal…el archimago no volvió a reír… …¿Tiene corazón?... – Le murmuró el hechicero también inmortal. 2007
Locos (Adentro) - ¡Dicen que tiene cien ojos!- Dijo uno. - ¡Y que sus garras asemejan espadas!- Dijo otro.
- ¡Y que su aliento desata las pestes!- Dijo un último. - Lastima que no podemos ir a enfrentarlo…- Dijeron los tres. - ¿Es que acaso están locos?- Dijo el chico nuevo. - Quizás…- Dijo el primero. - Ya no recordamos lo que es estar sobrios.- Dijo el segundo. - De todas formas…cualquier cosa es mejor que esto.- Dijo el tercero pateando el muro de concreto.
Héroes (Afuera) Observaron alrededor. El horrendo reptil giraba y giraba, y aunque no pudiesen verlo, lo sentían. Entonces uno preguntó: - ¿¡Por qué nos acosas!? - Debo hacerlo.- Respondió una voz fría y siseante que parecía venir de todos y ningún lado. - ¿Quién te lo ordena? - La necesidad. - ¿Qué puede buscar un viejo dragón en nuestra tierra infértil?- Preguntó en la retaguardia el granjero. - Lo mismo que vosotros buscáis extraer de ella. Y el silencio inundó la llanura, como si los campesinos nunca hubiesen existido. 2007
En el plano Debajo de mí una infinita línea azulada recorría mi camino inalterable hacia el horizonte, siempre al frente, siempre adelante, solo tendría fin cuando llegase al límite del mundo. Una gruesa línea por sobre mi cabeza había sido (desde que tenía memoria) el límite de mi imaginación. Noté entonces que un punto rosado brincaba hacia mí. Era Gamma, mi enamorada. Juntos decidimos partir hacia delante, hacia el frente. Queríamos ver por vez primera el límite del mundo plano. Nos tomamos todo el tiempo que necesitamos. En esa dimensión nadie se apresuraba. El tiempo no fluía, porque no había tiempo. ¿Cómo sería la vida en una tercera dimensión? Pobres mortales, atados al tiempo y a lo físico. Arrogantes caminantes de un mundo infinito*. Continuamos, despacio, sin mirar a los lados…sin poder mirar a los lados. Sin darnos cuenta y en menos de lo que dura una idea, tuvimos el fin de “todo” frente a nosotros. Era hermosa, la silueta de Gamma contra el vacío negro del génesis. Entonces, tuve una idea. Estaba cansado de ese mundo inalterable. Juntos, nos arrojamos a la noche. Pobres inmortales olvidados por el tiempo. Soñadores; caminantes de un mundo estrecho. *Referente al mundo real, esférico. 2007
Nuestra ira Muchas veces quise que me salieran alas, como los seres mitológicos que tanto me fascinan. Pero limitándome a imaginarlo, no es la primera ni la última vez que se formará la imagen en mi cabeza desbocada. Presentare a este personaje como una especie de antagonista, puesto que lo único que podría unirnos en el sinfín de universos paralelos que fábrica cada renglón seria nuestra propia ira… total e inevitablemente irracional. Y aunque dudo que un ser con su poder se limitara a mi contexto, estoy seguro que también podría tener el corazón roto. Hasta puedo asegurar que esa furia incoherente sería una forma de desviar la engendrada hacia el amor no correspondido. Él también tendría a esa joven, (cualquiera, pero todas para él) frente suyo, en cada pensamiento, a su lado, en cada respiro… y no podría tocarla. Porque el verdadero demonio… es el mundo. Y el verdadero universo, se reduce a dos. 2006
Elemental ¿Cómo sería ser el viento? Probablemente podríamos expresarnos mejor, ampliamente. Todo el mundo sabría nuestro humor. Como brisas y tornados, tormentas o rápidas ráfagas, podríamos cruzar el mundo, inmunes y vulnerables a su suerte. ¿Y si fuéramos agua? No, el agua es dañina. Moja todo lo que toca y lo vuelve flácido y débil. Da vida sin medida, y alimenta a nuestro peor enemigo, cual la madre de un diablillo especialmente molesto. ¿Y si fuésemos tierra? Inmutables perduraríamos tras los siglos. Inmutables resistiríamos el ataque de la lluvia. Inmutables lloraríamos en los abismos haciendo temblar la tierra, para que todos sintieran nuestra ira. Pero la realidad es una y solo una, somos lo que somos y no podemos cambiarlo. Por el viento que nos guía, por el agua que aborrecemos, por la tierra que anhelamos y por lo que no podemos cambiar. Somos eso y solo eso… somos fuego. 2006
En el manto de la noche La luna refulgía blanca en el cielo, contra el fondo gris. La veía escondida, entre el manto de la noche y la tierra húmeda. Nunca podía alcanzarla, y ella, advirtiendo mi fascinación, pocas veces se mostraba completa. La observaba y la observaba desde mi ventana celestial, hasta que un día me decidí, debía llegar a ella. La seguí por el cielo, con cautela, tímido. No sería una empresa fácil, la naturaleza se nos interponía. Pero el día menos pensado, contra todas las expectativas, la alcancé, y fuimos ella, yo y el fondo gris del cosmos. Entonces nos despedimos hasta el próximo eclipse. 2006
Capítulo VII:
La música de Tormenta Prólogo De penas y glorias no es esta historia, ni de amor y ternura esperen página alguna. Del día a día nadie me tenga envidia, porque no habrá en mi vida un día que no se repita. Siendo uno más y uno solo me será imposible contar todo, lo que mi mente retorcida, palmo a palmo reflote de lo hondo. Y la música lo será todo porque todos la disfrutan, codo a codo o en disputa nadie se perderá un solo canto. Podrá ser un lamento un susurro o un aliento, pero mientras muestre sentimiento estará con nosotros, cualquiera sea el momento. Acción y victoria, desmerece esta paradoja, pero de recuerdos y amigos encontraras que me sobran. Porque los amigos son siempre respaldo novias y novios, amigos consumados, casi hermandad podrán algunos llamarlo cuando todo un día, se hace breve a su lado.
Están en la alegría y el llanto sin pedir nada a cambio, más que una boca que aconseje y un oído que sepa interpretarlos.
Origen El debate se alimenta de saliva cuando de orígenes se trata, porque no importa de donde se venga nadie desmerecerá su amor por la patria. Perdón por no pedir la vida diría quien habría sido parida, por un vientre que la dio a luz habiendo querido expirar. Drama quizás pues el drama es la vida, porque a todo pesar sin drama, no valdría vivirla. Mujeres, que el peso de la vida llevan en su vientre atadas a las cadenas de un hogar de piedra, se quejan, pero no marchan a la guerra. Y resignadas a bajar la frente esperan el regreso con desazón, como si en un coliseo colmado de gente se practicara la compasión. Allí por más espadas aplauden las gradas, vitoreando la estupidez
del pobre masculino que enfrascado en torneos y toneles de vino, olvida en vano a su dulce amada. No es machismo ni mucho menos sino aprecio hacia ustedes, que más arpías que mujeres defienden con garras lo suyo. Ya estarán por entender que al gusto adulto no puedo atender, porque en mi mente borroso se agita lo que no guarda el corazón que palpita. Releo prosa a prosa y mi propia sonrisa se esboza, por las calamidades que pueda causar cada palabra que deje mi puño, y sus ojos oscuros puedan tragar. Cual un conjuro insanamente impuro o cual la estela de una estrella fugaz, pueden seguir o no leyendo lo que cada renglón deje atrás. Como el karma de una vida pasada cada segundo párese una balada, de vikingos que chocan espadas en mis oídos, con violencia impensada. Hermanos vikingos ayudan al parto mientras estrellas fugaces imitan el llanto. La música del origen atenúa el letargo mientras un joven,
en la otra esquina del barco recuerda que la gloria de haber sido uno, no es ni más ni menos que su legado.
La isla, Soledad Mi época no es en años ni mi tiempo uno, sino varios puedo ser vikingos perdidos antaño o un joven de tu siglo, en el cuerpo de varios. Antaño escribí en papiro ahora en hojas de árbol otrora en placas de acero, pero solo pido que lo que escribo le sea ajeno a los años. Retomando el relato Tormenta se llamaría la niña nacida en la escotilla del barco, que aún al borde de naufragar haría justo su reparto. Su madre nació con ella y a Yggdrasil destinó su alma, más todos los que la vieron parir serian heridos, y no de armas. No es que así lo crea ni que solo me limite a imaginarla, veo nítido su cuadro en mi mente con la muerte a sus espaldas una sonrisa en su rostro, y en sus manos una plegaria. En los mares actuales resulta imposible medir un desastre de aquella calaña, pues lejos del barco chocar las costas fue a parar a las montañas. Más que gloria, música o drama el que busca salvarse
por sobre una niña un horrendo destino es lo único que halla, debe por eso haber sido que lo que lo salvo, fue salvarla. En una isla olvidada por el mundo terminaron, más que vagabundos criaturas sin familia apenas sabiendo caminar. Si lo hizo, no recordaba mal alguno ni tan despiadado ni tan crudo para merecerse ese lugar, solo en una isla remota con una criatura a quien criar. Cien años no alcanzan para acostumbrarse a la soledad, mil tampoco, pues sería terrible el pesar, y a su vez solo toma segundos pretenderla remediar. Triste pensar que en ese entonces él solo llevaba consigo, sus veinte años de edad. Triste es la guerra que resuena en mis oídos, triste como el llanto de Tormenta o el pésame de antaño, su mito. Porque la música y el tiempo son todo y a nada más que a ellos hay que rogar, que nuestras hazañas venzan al tiempo y nuestro nombre nunca se cese de cantar.
Nace la música La noche seguía al día con tan poca sincronía, que debía trepar a un árbol para saber si amanecía.
Asimismo la casería era ocasión de disputa, pues un dilema derivaba en una duda el ir a cazar con la niña o el dejarla librada a su suerte, con el peligro allí latente y el horror de serle difunta. De bosques y montañas y animales de todas calañas, se habitó el terreno y se elevaron columnas ahumadas. Ágiles como naves eran allí los siervos, más grandes que los infiernos montados serian imparables. Los días eran lentos y su mente en declinamiento, solo aceleraba su madurar. Otro en su lugar a Tormenta hubiese dado muerte, pero más que atado a su suerte cuidarla le hacía recordar, que si al barco había sobrevivido de ningún sitio era imposible escapar. Aunque un ángel haya tirado el lápiz que uso ahora para narrar, no puede dictarle mi mente que hubiese hecho en su lugar. Thanatos lo llamaré en esa era aunque darle un nombre griego, sea de poco fiar uniré a sabios y a guerreros, en un solo cuerpo mortal. Si para ellos la filosofía era lógica, matemática y música con ello también puedo jugar, porque la música del cosmos es una y nos envuelve a todos por igual.
Años fríos pasaron hasta que la niña por su cuenta pudo andar, y Thanatos debió detenerla cuando lo único que le faltó andar, fue el mar. Realmente desierta era la isla en algún lado, perdida en el mar, que lejos de brindar esperanza una suicida melancolía hacia aflorar. De la mejor manera que pudo trató Thanatos de enseñar, la importancia del trabajo arduo y la gloria por ideal primordial. Solo un par de años necesitó Tormenta, para en sus labios la sinfonía gestar que mitad niña mitad sirena, cantaría por siempre en el mar. De dulzura rebosaron las olas, de alegría el viento comenzó a girar, todavía se escucha su rezó las noches de lluvia estival. Los peces se arrastraron hasta la costa los frutos maduraron por demás, los siervos estiraron sus cuellos, todo el mundo se detuvo a escuchar. Thanatos se infló de orgullo y en sus ojos brilló una flama fugaz, se mezclaron en él, el cariño por ser uno el orgullo del padre, y una nota de paz. Los años se sucedieron, todos iguales hasta que Tormenta aprendió a navegar, su cariño fue grande, con los animales del agua difícil que alguien lo pudiera igualar,
el joven de veinte años se había hecho hombre y pronto sería, tiempo de zarpar.
Leyendas Desde mi ventana veo bestias mecánicas rugiéndole a una luz que no respetan, tan solo un choque y unas vueltas, y tras ellas otras lo intentan. En sillas de hierro estoy sentado casi libre, casi atado no espero nada, menos ser recompensado solo una orden, y la ansiada libertad. Odín bendiga mi inteligencia y a la memoria que Munin guarda con presteza, porque si de algo sirve la mitología es para drenar la locura de mi cabeza. Fanatismo juvenil llámenlo algunos histeria, por lo que escribo vale vivir si vivo feliz con tal dependencia. Almas devotas al motivo de su existencia habrá que hallarlas con destreza, cada vida cambiando, frente a un obstáculo cualquiera cada vida cambiando más, mientras sean menos las certezas. Vikingos arrasan mi mundo de ideas cantándole al viento cual una odisea, que se narren sus historias a pulso y tinta fresca mezclando la realidad, con mitos y leyendas. Hermanos y hermanas
sentados a la mesa mientras la música de vida, llena las bandejas. A la mano, veneno y néctar. Y cual única verdad, un elegante dilema. ¿Vivir para verla cantar, o sucumbir a la tormenta?
Hija del caos La isla estudio Thanatos de las costas a las simas, sin más recato bajo sus pies que el gusto por la exploración misma. Aprendió los nombres de los peces y las horas de la cacería, los días de eclipse lunar y los recovecos de su guarida. Con la niña solía vagar largas tardes en armonía, probando banquetes sin igual en los que los animales se ofrecían. Pero a pesar del gusto inmortal y diferente de cada comida, cada una parecía repetirse cada una, al igual que los días. Una de esas tardes perdida de su vista, Tormenta empezó a cantar pero esta vez acontecía drama sin par, profundo como una herida.
El suelo comenzó a temblar al tiempo que el mar sin fin se embravecía, el cielo comenzó a sangrar y su mirada en piedra fue convertida. Cual un conjuro insanamente impuro o cual la estela de una estrella fugaz, los ojos de Tormenta se tiñeron de blanco y lágrimas negras comenzó a llorar. No hubo intento del padre confuso que consiguiera frenar, la ira ciega de la niña al mundo, que más que niña se había tornado un arma mortal. Narrarlo toma versos, pero duró varios minutos hasta que cayendo sobre el barro, dejó esta de llorar lejos perdida en un sueño profundo, ahogada en su cólera sin igual. Semanas Thanatos no pudo conciliar el sueño hasta que cayó en la cuenta a su pesar, de que el rezo de la madre antes de muerta, había sido una maldición al mundo terrenal.
Fue en principio una lluvia dispar y un par de hojas heridas, vestigio de belleza sobrenatural lo que sobre la tierra esparcía.
Al cuidado de ese mortal quedo un poder tal, que no asombre, a ningún hombre que el mismo Thor, pudiera anhelar.
Fuerza empezó a tomar el dulce canto fluyendo a la deriva, sofocante tronar gutural vomitó la garganta de la niña.
Ni el vikingo más experimentado ni el más sabio se hubiese podido entrenar, para enfrentar un caos semejante
blandiendo tan solo, el calor paternal.
Destinos En una ciudad de cemento ideo todo, y no miento cuando digo que hasta un árbol me sirve de inspiración.
Los árboles tiemblan, sombras los penetran las raíces se queman, y las hojas en fuego están. Carteles y sendas, luces y aceras, aúllan consumidas por un fuego infernal.
Soles sobre mi cabeza cual luceros de alma encendida, brillan las luces desde cualquier esquina anunciando el anochecer.
De pronto todo se asienta las llamas desaparecen en niebla, mis ojos se cierran y es hora de descansar.
Mi única ventana da a una iglesia que más lúgubre que recia, párese respirar.
Un sueño y solo un sueño me evita el día a día, y en ocasional armonía de mi propia isla me deja escapar.
Trato siempre de cambiar caminos aunque sean iguales los destinos, veo más donde camino cuando no pienso por donde andar. Cual guerreros en un prado sin semejanza, pero igualmente inspirado encuentro grandeza a cada paso, cuando en el bosque emprendo el andar. Mi mente maquina aunque no lo quiera versos y versos, de rosas a hiedras olvidándomelos con el tiempo, al no tenerlos donde sembrar. Camino y camino, en pisos de piedra a paso agitado, en la ciudad diferentes caminos uno nunca recuerda, pero los que más anhela no se le han de olvidar. Como la música de Tormenta mi mente se tienta de ver lo que me rodea, caer solo por ser mortal.
No es locura, sino vigilia o quizás locura en modo plural, porque todos esperamos el día en que las cosas comiencen a cambiar.
La balsa Rima a rima hieren como espinas, las palabras desatadas de una vida siempre igual. Sin pensar en otra cosa que mis propias ideas en prosa, solo espero el relato completo, con tiempo y paciencia poder narrar. Tormenta jamás tocó instrumento era para su época invento sin idear, pero la sinfonía que salía de sus labios como la teogonía, es digna de contar. Exquisita como una rosa cantaba en lengua piadosa, males que el mundo padecía pero nadie podía aplacar.
Cada luna que la noche escolta, cada día reflejado en el mar es la gloria que su canto aporta, a todas las cosas, y a una en especial. La imaginación es su legado como ser uno lo es al final, porque todas las cosas hermosas, en el mismo espejo se han de reflejar. Proeza fue la balsa que de Thanatos engarza, el poder de los navíos y la fuerza de su obrar. Como un cuerpo de mujer lustro cada palmo de su ser, para que surcara el mar con agilidad sin igual. Cantando cooperó la niña rodeada de animales, que desde todos los puntos imaginables acudieron a ayudar. Arrastraban en sus papilas todas las ramas perdidas, y con cuerdas de hiedras unidas ensamblaban y sobreponían. Detalle a detalle no hubo uno que no halle, en su arte Thanatos pareció implacable. Agua y alimento ni deprisa ni muy lento, pescados, carnes y setos para la partida, hubo cientos. Década y lustro teniendo solo lo justo, estuvo Tormenta lista para lanzarse a la mar. Diecisiete años en la isla
casa, escuela y autopista, vivo como Tormenta, a la vista de una esperanza atemporal. Aunque no lo cante ni para menos sería, me esforzare con retratarlo, aunque la arena este desierta y la lucha ya pérdida. Enamorado de mi propia pasión reflejo en la balsa toda una vida, porque todos sentimos en la paz, el suspiro de la tormenta vecina.
Amistad, hasta el Valhalla Atado y no, a la amistad muchos vienen, para que pocos persistan algunos se van, para volver algunos vuelven, pero solo a la vista. La realidad plasmar en muros de tinta, poco sirve, pero no está de mas que de todos modos insista. Así Thanatos perdió con la marea a su familia, todo amigo se le arrancó para volver a encontrarlo en la niña. Porque muchos se van e inesperada es la partida, y aunque sobrecogedora la soledad, al olvido nunca debe dársele cabida. Tanto tiempo sin amar mezcló en el vikingo las heridas de tener una niña que cuidar, y a la vez ni amada, ni mujer, ni familia. Peleaba por no dejarse enamorar tratando de ver en Tormenta
a su niña, pero tan hermoso era su cantar que pronto a su sinfonía sucumbiría. De ella poco podía observar porque sin querer, al parecer seducía, ella siempre lo había visto como un igual a la vez como hombre, y como artista. Porque la amistad a veces se empaña para bien o para mal, como un ojo de mirada omnipresente es mejor que ciertas cosas, tan solo escapen a su vista. Porque los amigos son siempre respaldo novias y novios, amigos consumados jamás olvidarlos es el gran legado, que Odín ha dejado, a todos sus heraldos.
Vestida de océano Una duda en tal hombre surgía solo aplacada por los vientos: ¿Librados a que suerte quedarían, si se desataba nuevamente el infierno? Le enseñó entonces con presteza con convicción y sin pereza, a la niña aquella ira que su alma carcomía. Conceptos vagos, ella no comprendía en su vida sobre la isla poseer un odio tal, sin saber de dónde surgía. Prometió de aquel modo controlar la bipolar sinfonía, mas por librarlo a él del mal
que por apreciar su propia vida. Difícil reto a Thanatos suponía explicar que el mundo no era una isla, más sin poder armar una lista de lo que existían, pero no estaba a la vista. Más que oídos, con ojos se vestía Tormenta al verter su simpatía por todas las cosas que crecían, sobre las que su cabeza, no dejaba de girar. Se paseaba de seda vestida rozando su piel, algodón azulado, hermosa doncella fue así para tanto que Zeus hubiese matado, por el solo rose de sus labios. Si de mujeres hermosas se han enamorado a ella como igual, no pueden compararla, porque en ella se juntan y ni uno se le escapa detalles que a las demás, les hicieron amarlas. Difícil describir, tal belleza innata cabellos color rubí, y ojos escarlata pies blancos como el marfil, y manos como rocío de plata. Las rimas solas se hacen fluir poco a poco, en cada verso destacadas porque las palabras en mi no quieren dormir, presas de mi mano inspirada. De realidad tendrá poco esta historia, de amor y ternura, me veré habré ratificado, que aunque sea de desagrado la poesía lo libera en mí, porque mi ser no sabe expresarlo.
Una noche silenciosa, opuesta a la que vivo sin ventanas veían las estrellas, cuando el mar les susurró al oído: “Ambos saben porque fueron concebidos pero no libren a mis aguas sus destinos, porque no están escritos, en mis olas sus finales.” A lo que Tormenta entonó encendida: “Palpitan con nosotros las heridas, de años sometidos a tu deriva.” Y Thanatos defendió: “No son tuyas nuestras vidas, y si matar debo para prevenirla iré hasta el fondo del mar, para salvar a mi tan amada niña.” El océano se revolvió y allí sobre una tierra perdida, Tormenta y Thanatos abrazados le hicieron frente, sin salida. El mar finalmente cedió mas por lástima que por malicia, y en la noche se retractó retirado por la luna Mani, de su acometida.
Pasado y futuro De penas y gloria se tiñe esta historia, como de graba las tumbas que el viento erosiona. La balsa estaba lista y el océano a la vista, incentivaba la partida, pero la memoria no borraba. Para la niña, mujer y doncella la isla Soledad era el mundo,
y hasta Thanatos temía en lo profundo que fuera de allí, no fuese lo esperado. Como cambiar de país como al extranjero librarse uno, nuestros ancestros nos sabrán contar como a uno se le agranda el mundo. Muy joven para pensar quizás solo me infundo, la idea de abandonar mi propia tierra en un no muy lejano futuro. Mucho que dejar, mucho y muy profundo. Solo el tiempo responderá: ¿Escapar, o enfrentar el futuro? Como vikingos adoradores del mar la pareja se refugió en lo profundo, una de las últimas noches sería que dormían al resguardo de muros. La decisión estaba tomada pero él se libró a imaginar, que si por siempre permanecían allí tampoco sería mal final. No es machismo ni mucho menos el tratarlas como objetos, porque si la luna es uno de ellos, bien vale compararlas. Esa noche durmió Tormenta acurrucada en su pecho, como en mi cabeza pero lejos de ser esta una promesa, a la mañana siguiente se había ido.
Cual Audhumla, la primigenia Como padre la buscó, lejos de buscar lo que encontró: En una cascada de rocío glaciar
descarada su cuerpo dejaba lavar sin importarle, cual un animal quien pudiera descuidado observar. Helado, como al encuentro inicial el hombre vio a la mujer, pero luchó por contener lo que la naturaleza le imponía concretar. Borró esa imagen de su mente que mil escultores tratarían de recordar, y como si fuese un encuentro casual la llamó desde la lejanía, preocupado al andar. La joven no se inmutó, solo en su interior se sonrojó, dejó libre su cabello y delicadamente se envolvió. Tarareando la orilla alcanzó, la hora de partir al fin se estimó pues si los vientos así se mecían, para el atardecer la balsa partiría. Ya estarán por entender que al gusto adulto no puedo atender. Seria mentir decir que hubo un roce de piel, pero no miento al afirmar que no hubo cariño más puro que aquel. Porque a mí y a Thanatos no se nos puede describir, porque somos como cualquier joven, todavía atados a nuestro sentir. Nos pasa lo que a todos solo que lo sabemos describir, y más en su época que en la mía dicha facultad, no era de prescindir. Pero Tormenta era distinta y lejos de en descripciones morir, no se le párese a joven alguna,
porque todas perecen al fin. Parecerse a ella se ha vuelto anhelo como a María en otro credo, más cada una tendrá en su seno algo que ella no podrá repetir, una familia a quien amar y un cuerpo único al cual vestir.
Esencia Temas primigenios, cimientos de la humanidad, unirlos en un verso, trasciende cualquier Edad. Del pisar de Thor muere Angrboda, del este al oeste muere el sol, en el cielo las ramas del árbol, pero para morir, ¿quién los creo? El atardecer llegó en Soledad, sobre sus pies la rígida balsa frente a ellos una liquida bastedad, y en el cielo un dios que bramaba: “Incautos han de ser al tan joven emprender, viaje semejante a la deriva.” “Desafiaremos tu obra dios de gloriosa horma. No por el final, sino por la lucha y la honra.” “Bienaventurados sean entonces pero teman a la marea yo, Loki, la he padecido, y hace siglos evitó correrla.” A lo que la joven exclamó encendida: “Al temor no damos cabida con vuestra bendición o en contra, zarpáremos a mejor futuro sin que los dioses nos socorran.” “No necesito más armas que las palabras que recitó,
y de la suerte que sea su destino yo no seré, ni aliado ni enemigo.” El cielo de pronto clareó como si el sol se hinchara ceñudo, pero no hubo augurios de mal más que una brisa sin rumbo. Se hizo de minutos la hora hasta que Thanatos desde la proa, confirmó la unanimidad. Peces los empujaron desde la costa al son de un dulce canto, la vela se desplegó al centro lista y firme para su comando. El arte de navegar conocía la joven y una decena de modelos, había visto fabricar pero como navegar en carne propia, en el mundo no hay igual. Espejo parecía el agua tan cristalina y de tal tranquilidad, que hizo pensar a Thanatos por unos minutos que el mar había cedido a su voluntad. Hermosa era Tormenta contra el fondo azul inmortal, las luces de la tarde en su rostro dificultaban el pensar. Veo y en vano intento indagar como si entre sueños la realidad, dejara altiva escapar por mis ojos mi corazón.
ahí recuerdos que guardar.
Civilización galopante Viajar en cien caballos es un pesar y no callo, que aunque mi música me invada triste es no tener parada. Ruedas el pavimento destrozan mientras almas de viento las rozan, mi música su paso corona sin distancia, ni tiempo, ni forma. En volumen superlativo me torturo y me bendigo, al empaparme los oídos del sentir de cada artista. Porque mi música está en la lista primera en prioridades, es la más pura de las verdades que para vivir hay que sentirla. Cura todas las heridas menos físicas que mentales, pero aleja más los males, que cualquier adicción perdida. Como damas de cristal en metal revestidas, de cabello negro a la par de unas rodillas desnutridas. Valquirias en las leyendas, ya voces en el tiempo pérdidas, envueltas en alas de piedad, y con la mirada siempre encendida.
Desde mi ventana los veo en algún punto del cielo, al andar entre las nubes sus cuatro remos, de espuma la infinidad salpicar.
El paisaje impulsa el pensar, el pensar en las acciones cometidas, de las acciones, algunas que evitar son la cruz del alma pensativa.
Y con un dejo de razón me vuelvo a acostar, y me resisto a dormir, a la inconciencia retornar, pero en mi cabeza exaltada,
Como Thanatos, hundido en la balsa la culpa llega sin tardanza si se duda del pasado, y el futuro se abalanza.
Despreocuparse es la salida y no meditar en sobraza, como Tormenta dormida, evitar la balanza.
Abrazada de su hermano y esposo no podía hallar reposo, pues por miedo a no liberarla la música, debía tragarla.
¿Cuándo termina la realidad y empieza la desgracia? De sabios es medirla, pero más sabio es modelarla.
Pero tal dulzura que no empalagaba atrapó a Thanatos con su triste mirada, y en vano luchó el por pensar en otra cosa que no fuera besarla.
La suerte se ha de repartir pero esta en nosotros alentarla, números serán al fin pero la fe ha de ser innata. Fe, música y sentir acompañan cada palabra, mientras mi mente las vomite sin fin, y mi puño luche por grabarlas.
Segundo Dos días pasado el trajín de la embarcación tener preparada, la isla de la vista escapó por una línea celeste escoltada. Navegaban durante el día, y a su fin en las corrientes cálidas marcaban parada, lejos, lejos allende en el mar mil corales la balsa surcaba. El sendero se hacía tan natural que la ruta les parecía enseñada, cual la flama que Prometeo robó un viento celestial los guiaba.
Drama quizás pues fue tal el impulso que sentía, que una lagrima la delató y puso todo a la deriva. Mil mármoles querrían imitar el beso de aquella pareja, que fueron tan el uno para el otro, que hoy ninguna se le asemeja. Que hubiese durado una eternidad no hubiese sido más piadosa condena. Se hubieron liberado finalmente, de sus oxidadas cadenas.
El beso La acción y la victoria se relegó a mi memoria, y basándome en el origen no lo puedo discutir. El odio no es planeado ni el amor regalado, pero para que persistan se han de alternar sin más recado.
A su suerte el muchacho clamó y Tormenta alentó en una balada, a las alegres criaturas que les seguían el paso ahora con destreza redoblada.
Paradoja bien descripta en las hojas, y en la tinta pero en el seno de la vida, mucho más han de dañar.
Al anochecer del día segundo la joven exhaló y respiró profundo en la noche de estrellas inspirada, ni la primera ni la última en ser evocada.
No hay odio en mi relato más que el de Cronos a sus vástagos, dichos jóvenes serían bienamados hasta la hora de su fin.
Quince años hasta el beso tan joven y tan preso, la contención de Thanatos, deberíamos venerar. No está mal cometer error de cualquier índole, en los albores. Es humano errar, pero de hombres intervenir. Como el mar tubo conciencia, más allá de toda ciencia, para dejar Soledad al fin eso fue todo lo que Thanatos necesitó sentir. Nadie sabrá que sintió Tormenta solo quizás, una mujer que lea atenta pero a mí que lo escribo, una gran nube me lo veda. A mejor destino van lo vikingos al morir con una moneda bajo la lengua, pero si en la guerra no han de partir mejor morir, por quienes aún los recuerdan.
Quinto Se ha hecho el quinto día sin espera ni melancolía, para los jóvenes fueron desde el segundo, días de feliz vida. Despertaban al alba escudriñando a lo lejos, bebían agua de lloviznas y degustaban sobrados alimentos. Flotaban sobre espejos cada cual con su reflejo, viento en popa y animales perplejos seguían su avance, sin cavilar. Era tal la confianza con el océano que atados al bote incluso se bañaban,
y entre caricias, el agua salada su cabello rubí desalineaba. Todos los dioses del Olimpo y el Valhalla al parecer, habían sucumbido pues no había mayor amenaza, que en el viento un suspiro, que codiciara esos ojos escarlata. Como aquellos dos, hubo pocos más felices sin lugar en el mundo, más que una balsa donde hundirse. A fuerza de fe y con la suerte de su lado asomaba una canción, cual un beso o un abrazo sinfonía de creación, no se vería igualado su vigor sobrecogedor, cuando la balsa hubiese atracado. Con tan solo días, de saber que se amaban ambos supieron que había sido siempre y se ahorraron esas palabras. Cuando cual una advertencia en la penumbra tolerada, vieron al norte una cruz de gaviotas que graznaban: “No se amen sin pensar, no corrompan así sus almas. Como para Eva y Adán su amor es la manzana.” “Nadie lo podrá evitar, aunque seamos así carnada, desafiaremos juntos todo mal y pereceremos sobre la tierra amada.” Tan decidida al hablar le pareció su amada, que con la sonrisa colmada Thanatos no necesitó hablar.
La cruz se deshizo y como elevadas por un hechizo, las gaviotas en picada se ahogaron en vendaval. Sobre el lugar en el que habían caído una perfumada rosa asomaba, azul, de naturaleza extraviada, se deshizo cuando ella la alzó. Sus pétalos volaron al este y el viento de pronto viró. En el horizonte se vio tierra, tan solo una línea en la lejanía inmensa, pero suficiente en sus vidas enteras para desear vivir, de corazón.
Piedad y promesa Siendo uno más y uno solo me será imposible contar todo, pero los detalles que se me escapen los relego a su imaginación. Me he contradicho desde el primer capitulo y la historia giró, y no me remito, toda fue mi culpa porque crezco con lo que escribo. Desde el bosque, desde el viaje desde donde sea que trabaje, poco a poco encontré el coraje para llegar a este final.
no se crean solos ni por un instante. Sean gaviotas, el sol o los mares alguno de ellos los resguardará. No cabe religión en mi lenguaje así que no lo dejen malinterpretar, solo necesité un tema cualquiera para dejar mis dedos elaborar. Que sea música mi poesía en tu mente y en la de cualquiera, estoy seguro que al leerla como yo, inconsciente, la habrán de cantar. Imaginación, suerte y amistad, amor, soledad y patriotismo, relegados a mil abismos aquí encuentran vitalidad. Es mi sociedad me describo donde dichos sentimientos hallan lugar, porque fuimos uno al principio, y seremos uno al final. Sexismo, odio, desdicha, belleza y divinidad, son males que todos vivimos entonces también los vale contar. Porque al fin somos todos vikingos luchando y muriendo por un propio ideal. Que las acciones de Thanatos nos iluminen, y la dulzura de Tormenta nos enseñe la piedad.
Séptimo
No dejo ningún mensaje solo lo que tus ojos en las hojas palpen, abierto como un libro seré por un instante para obligar a tu mente a analizarme.
A la vista de la ansiada tierra remaron y remaron los últimos días, dejando de lado las poesías e impulsados por el amor, sintiendo calor en su interior como si sin alas, pudiesen volar.
Antes del debacle
De vigor fueron esas horas
acercándose y librados a las olas, el mar que pareció interpretar poco a poco los comenzó a impulsar. La tierra era ahora una sombra y motivos tenían de sobra, para pensar en todo un continente. En el joven la esperanza latente, lo impulsaba a continuar. El mar rompió el espejo y entre el viento y su cortejo, la balsa se pudo sola navegar. Aquel día en sus vidas seria quizás la despedida, de todo lo que habían dejado atrás. Olvidando sus promesas y enamorado de su voz tersa, su amado le permitió cantar para completar la escena perfecta, que era tan solo poderla contemplar. De sinfonía como aquella no ahí siquiera epopeya, tan clara y tan bella, que hasta los dioses se detuvieron a escuchar. Las nubes bailaron en sus dedos, cien criaturas salpicaron a sus pies, los siglos volvieron en sus ojos, y la luna rompió su eje para poderla escuchar. La creación detuvo su marcha como alegoría a sus principios, no hubo ni bestia ni niño, que no sintiera su latido. La música bajó, peleó y ganó la partida todas las guerras del mundo, en sus versos hallaron cabida. Infinitos nacidos, lloraron a su tempo
coros de ángeles olvidados, volvieron a la vida unos momentos. La música de Tormenta se transformó en el latido, del basto cosmos conocido y de quien en él hubiese existido. Pero algo en su mente sobrepaso el equilibrio, la penuria y la corrupción arrancaron de su voz un quejido. Una lágrima se la escapó y fue el caos concebido, siglos de dolor transformaron el canto en lamento y como al séptimo día del nacimiento, la creación se sacudió. Las nubes sofocaron el cielo, mil criaturas murieron por dentro, los siglos se perdieron en el tiempo, y el sol a la luna tragó. Thanatos desesperó, intentando por cualquier medio callarla, más sin poder forzarla llorando la besó. En su corazón mortal latió el dolor de toda la existencia, que sin poder contenerla irremediablemente estalló. Tan rápido aconteció que cuando la joven reaccionó, temblaron las estrellas. El mar se embraveció el sol sangró de impotencia, la balsa se quebró, y la joven perdió la cabeza. Al morir su amado murió también ella, y con la tormenta como tumba el mar la sepultó.
También tragó el mar, su isla natal borrando toda existencia, encarcelando su presencia tal que ni su solo nombre la pudiera delatar. Algunos dicen que no murió que el océano no pudo encerrar tal dolor, y la sepultó de olvido y graba como una sirena nacida en la tierra, y en la mar enterrada. Así se separaron tan solo cinco días de haberse amado, siete de progresar, y quince años de haberse criado. La música de Tormenta por siempre se vio aplacada, a la mente relegada y solo entendida por el corazón. Al verso último de ser cantada que su voz nunca sea callada, que la historia no se corrompa y que la sinfonía no se olvide jamás.
Que el tiempo sea su morada hasta el final de todas las cosas, cuando se vuelvan a reunir en prosa Tormenta, Thanatos y su drama. No seré el primero que se ufana, de la ironía del Ragnarok. 2008
Capítulo VIII: La ciudad de los hombres A aquel viajero singular lo conocí alrededor de una hoguera, de esas que se arman al costado del camino, donde un vaso de vino barato es un lujo que no nos podemos permitir siquiera anhelar. Había oído algo de él, una sombra bárbara que prescindía de presentación o nombre alguno. Le decían montaraz, que en su lengua significa algo como “el de los montes”, oriundo de la región. Yo era un poeta, un trovador andante. Hijo de una noble familia cuya pequeña fortuna se vio opacada por la desdicha. El mayor legado de las fugaces monedas fue el aprendizaje en las artes de lectura y escritura, que me introdujeron a la poesía. El recitar de magníficos versos me situó en los caminos, contando viejas historias y en busca de otras nuevas. Partí sin pesar, carente de casa, hermano, hijo o esposa alguna que dejar atrás, solo el querido recuerdo de mi bearnesa Orthez. Pues en ese momento allí estaba, los hombres dispuestos en torno al fuego, con las voces apagadas y sin bebida para encenderlas. Hasta la naturaleza nos era miserable, con poca madera para quemar. Sus bestias de carga tiritando, la caravana entera sufriendo las inclemencias del clima. Aquí y allá como pedazos de nubes caídas, la nieve teñía el paisaje. Mi sed de historias me había llevado hasta allí, y aunque ahora me arrepentía de haber abandonado el cálido abrigo de las ciudades, no tenía nada que perder con dirigir la palabra a tan misterioso personaje. Al oírme, salió al instante de su ensimismamiento, haciendo un gesto con la cabeza para verificar que le estaba hablando. En su voz se hizo notar el acento hosco de los bárbaros naturales del otro lado de los Pirineos, que se veían allá en el horizonte, no muy lejanos. Mi primera reacción fue el recelo, ante aquel originario del pueblo que rivaliza con el mío. El montaraz, perceptivo, notó la expresión de desconformidad en mi rostro, pero continuó hablando, impasible, acostumbrado a que su lengua fuera causante de agravios. Ostentaba una prodigiosa habilidad narrativa y su habla, mezcla de mi lenguaje y el suyo, hacía de este un relato distinto a cualquiera que se me fuera confiado con anterioridad. Al pie de las montañas, oculto en algún recoveco entre colinas blancas, un poblado de no más de treinta casas despertaba la nostalgia en su ser. Por lo que entendí, dijo ser mercader, partido de sus suelos gélidos en busca de una mínima riqueza que le permitiera llevar a su familia al norte, más allá incluso de mi patria. Su solitaria travesía había comenzado en la miseria, rumbo al oro que solucionaría sus penas. Pero, aunque hubiera recorrido miles de ciudades, no había avanzado ni un paso. Al final, con una mínima y sorpresiva sonrisa me reveló que, aunque con el peso de un rotundo fracaso en su espalda, la razón de su presencia en ese paraje era volver a su amado suelo. En respuesta a su cautivante relato de vida, ofrecí el mío. Aunque, si la desgracia se pudiera beber en copas, yo solo degustaría un trago amargo mientras él se embriagaría. Despertó mi compasión, pero no fue por esta que entablé una particular amistad con el montaraz. A pesar de nuestros orígenes distintos nos hicimos rápidamente hermanos del camino, ambos por igual lejos del hogar, pronto compartiendo historias que trascendían las propias y elevando las voces con júbilo. Fue entonces que me ofreció la hospitalidad de aquella ciudad que no pisaba hace una década, con la promesa de que solo costaría unas pocas horas de viaje y
ninguna moneda en absoluto. ¿Sabía el montaraz los sucesos que habían acontecido allí desde su partida? Siguió un breve viaje, en demasía fatigosa, más para mi persona, no tanto para el nómada de andar ligero. No había camino ni señales, y las bestias de carga quedaron atrás, incapaces de desplazarse por tales sitios. Pero él conocía el rumbo, como un sinuoso e invisible sendero con cantidad de giros abruptos imposibles de memorizar. En medio del blanco con motas pardas, en el centro de un pequeño valle rodeado de montañas nevadas. De allí el nombre, Montenevado, un caserío perdido entre paredes de roca, aislado de la influencia de las ciudades y sus cuantiosos conflictos y ambiciones. O al menos eso parecía. Era primera hora de la mañana cuando caminábamos entre las humildes casas. No se veían mujeres o niños, que debían estar guarecidos en sus frías viviendas. Muy a pesar de ello, aquel pensamiento resultaba perturbador. En tan hostil ambiente, donde solo los hombres más fuertes sobreviven y los débiles perecen, en medio de aquella blancuzca nada, aquel no era sitio para esposas o hijos. Pero los hombres, en el fondo perezosos y malcriados, no dudan en hacer la vida de sus cercanos desgraciada con tal de aliviar su propia desdicha por nacer en tierras infértiles. Y allí estaban los hombres, no muy lejos, ocupándose del negro ganado que contrastaba con el suelo, para alimentar una familia que en primer lugar no debería estar allí. Al avanzar entre el caserío unas pocas miradas curiosas se desplazaron hacia nosotros, mientras yo seguía de cerca al montaraz. Al momento se detuvo de frente a una casa, que debía de ser la suya, mirando de cerca una cruz cubierta de escarcha, como si el mismo Dios lo hubiera insultado. Avanzó a zancadas hasta la puerta y golpeó. Resultaría inútil describir ese ansiado reencuentro familiar, pues la felicidad fue tan fugaz como la de un espejismo en el desierto. El rostro de aquella esposa diez años más envejecida se cubrió de lágrimas de alegría y tristeza. También los del montaraz, que pese a lo que ella le dijera, sabía por la cruz la noticia de su difunto hijo. Y fue cuando el hombre me presentó a su esposa que en el rostro de ella se dibujó una expresión diferente. Tras saludarla con unas pocas palabras, me miró, aterrorizada. Se giró a su esposo, y tal vez creyendo que no entendería su lengua, habló. Pero logré entender. Al parecer la gente de mi patria, de los pueblos de mi lenguaje y de mi sangre, había descubierto aquel pequeño pueblo entre las montañas. A la vieja usanza del dominio del más fuerte sobre el más débil, un cobrador con su séquito armado recorría el valle cada tres lunas, con la imposición de arrasarlo todo si los habitantes no se sometían. Por vez primera no me sentí orgulloso de oír nombrar a alguien de mis tierras, pero a pesar de estos nuevos sentimientos, mi suerte cambió para mal. Recuerdo que el montaraz dejó de hablarme. Que al atardecer los hombres dejaron el ganado y se apiñaron a mí alrededor. Que discutían y que la voz salvadora me condenó. Que el montaraz gritó algo como “Carga las culpas de su pueblo, pero no ha dañado a ninguno de nosotros. Si debe morir, que sea de frío y de hambre, como sus jefes pretenden muramos nosotros”. Y de esta manera me encerraron en una oscura celda de piedra, confinado. Allá afuera, después de condenarme, los hombres entraron en debate. Fue el regreso del montaraz, de una voluntad aun no doblegada, lo que despertó el fervor en sus venas e incitó la rebelión, aunque se tratase de una batalla perdida de
antemano. Las mujeres y los niños tuvieron la peor parte, enviados a esconderse en las cuevas de las heladas montañas con el fin de no ser un estorbo en la pelea armada. Al caer la noche ya había sido elaborado un plan. Un hombre orgulloso, confiado de la ignorancia de los nativos y en la destreza de los hombres que caminan alrededor de él, avanza con pasos cortos. El recorrido a ese despreciable pueblo es exhaustivo; solo espera llevarse lo que pueda, siempre y cuando sea de alguna riqueza, y emprender el viaje de regreso. Al llegar al caserío, observa a los hombres de las nieves, apiñados alrededor de una gran hoguera que derrite el blanco suelo, cargados con bultos, que a continuación entregarán a sus hombres. Todo marcha como debe ser: una transacción común, por lo que se da el lujo de unos instantes de distensión. Mira hacia los lados y luego a las estrellas de una noche con luna. Pronto todo está listo, la comitiva llevando lo obtenido sin mediar palabra, se dispone a partir. Pero al momento el tiempo se acelera. Los fuegos se apagan. La única fuente de luz es la débil luna. Y de un momento a otro, ya es demasiado tarde para los que llevan los fardos, los más rezagados. Un frío punzante los invade, pero nada tiene que ver con la nieve bajo sus pies. Es el metal de una muerte rápida. Es el inicio de la contienda y de las armas de fuego nacen estruendos. Montenevado se levantaba ante sus opresores. Me doy el gusto de suponer, de imaginar, que así fue la llega del cobrador, dándole entonación épica, pero la muerte no tiene gloria alguna. No estaba yo en medio de la pelea, sino que seguía encerrado en la diminuta celda. El estallido de las municiones llegaba hasta mis oídos, a los que resultaban aún más hirientes los gritos de muerte de los caídos. Esperé con resignación a que alguien, ya fuere de un bando del otro, entrara al lugar para darme una final efímero. Estaba listo para ese destino cuando se abrió la puerta. Se trataba del montaraz. Aquel traidor, pensé yo, me tomó por la camisa y acercó la espada. Agitado y con un ojo morado me dijo imperativamente “No se derrama más sangre hoy, vete”. Y entonces corrí, todavía pensando si eso era parte del plan del montaraz desde un primer momento, cuando me condenó. Sin embargo, la batalla no era mi lugar, puesto que estaba vestido con cierto parecido a los de Montenevado, pero sus habitantes conocían mi identidad. Busqué refugio detrás de una casa razonablemente lejos de la riña, entre las sombras. Pronto la batalla finalizó. Realmente esta fue más breve de lo que mis palabras puedan describir, pues para mi duró una eternidad. Los montaraces obtuvieron la victoria. Los cuerpos mutilados de los vencidos estaban tendidos sobre la nieve y su propia sangre. Algunos de ellos aun conservaban la vida, y se movían por tomar las armas nuevamente. Los vencedores, rápidos, los ejecutaron uno por uno. Si en el acto de dar muerte puede llegar a existir respeto alguno, este fue el caso. Pero no pudieron sofocar los gritos de terror de todos aquellos que veían en el filo del hierro la entrada al Infierno. Sus gritos resonaban en las paredes montañosas del valle y helaban hasta la sangre hirviente de los que recién habían defendido fervorosamente su hogar. El último grito fue el más penetrante, como si el Diablo mismo hubiera gritado desde la apariencia del mortal que iba a engrosar sus filas. Y al Diablo le respondió Dios, o al menos las fuerzas de la naturaleza, con un grito más potente, pero que no procedía de garganta alguna. Sin más preámbulos, la ladera misma de una de las montañas se desprendió con un sonoro crujido. La nieve, inofensiva bajo nuestros pies, se volvió una bestia indomable allí arriba, arrasando todo a su paso. Los pocos árboles en su paso
quedaron sepultados. Y al llegar al pie de la montaña, la avalancha se abrió camino por el valle, hasta la orilla misma del pueblo. Por un momento todo se volvió blanco. Permanecí quieto, maravillado por tal espectáculo que la naturaleza ofrecía, pero una vez despejada la neblina comprendí que, aun debajo de los árboles que fueron asfixiados bajo las masas blancas, las cuevas de los refugiados estaban en esa ladera. El éxtasis del triunfo fue cosa de un pasado lejano. Muchos hombres cayeron en sus rodillas, otros gimieron, uno incluso intentó sin mucho afán quitarse la vida pero sus compañeros lo detuvieron. Los pocos que tenían esperanzas corrieron a desenterrar a sus amados sepultados en vida. El silencio era absoluto, a la vez que el dolor. Y entonces, no porque nadie la notara, sino porque a nadie importaba la presencia del trovador, creí oportuno marcharme. No necesité palabras de despedida, no eran adecuadas. Ni siquiera las palabras en sí mismas eran necesarias. No vi al montaraz nunca más, ni siquiera entre los hombres que, afligidos por la tristeza, aun miraban fijamente el lugar del derrumbe. Sólo caminé mientras las almas desmoronadas se volvían más y más lejanas, dejando atrás aquella ciudad donde no había mujeres, niños ni risas; solo nieve, hombres y amarga soledad.
2009 Ignacio Cousseau
Anexo: El Linaje Divino: Mapa y genealogĂa
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Los Invocadores y el Mensajero del Alba: Mapa
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Híbrida: Genealogía
Nombres Propios Para enriquecer la comprensión final de lo que parecen (en la mayor parte de los relatos) nombres azarosos o simples delirios estéticos luego nominalizados cabe señalar que los nombres propios tanto en “Los poderes de Xapparion” como en “Híbrida” parten del proyecto de idioma que surgió con “El Linaje Divino”, y en la mayoría de los casos se condicen con las características de los personajes o denotan una característica oculta. Una transcripción de las reglas del idioma, incluso en su composición más básica, resultaría en vano, por su misma naturaleza siempre incompleta y desarraigada prácticamente en su totalidad de otras lenguas (exceptuando el latín y el griego en minúsculas proporciones). Como puede verse en la genealogía de “El Linaje” los nombres se traducen directamente y además de nombrar caracterizan. Por ello anexo una lista de los nombres principales (los que tienen traducción) con sus respectivos significados y en orden alfabético para el lector curioso. El Linaje Divino Personajes ASREMON: El poder del caos secreto. Llamado comúnmente El Mago.
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BERMIL: El que ve en sueños. CASSILK: Hijo del cielo. Llamado comúnmente El Maligno. También llamado Nubireorn, El que escucha a los bosques. CORPOREUS: El del cuerpo imperecedero. FLUBION: El de pies ligeros. GALUS: El maestro del hacha. KRITORES: Los que asemejan cuervos. LARAIL: Llamada La bella. MECAN: Llamada La dama del bosque. MEGAIL: Llamada La bella. MILIAN: La estrella. NARCILION: El espectro del rubí. NASSAREM: La portadora del caos. NERA: La hacedora de lluvia. OILOSSE: El hielo cálido. OKTAR: El despiadado. PANTROEMIL: El que gobierna los sueños. SIGNALIA: El espíritu de la tierra. TEODON: El primer jinete. TIFANIA: La dama verde. URFINIEL: La santa ninfa. XAORE: Llamada La dama del mar. XERON: El navegante XUSSOREUS: El fuego imperecedero. Lugares ARMEA: El paraíso. ASSRAM: Las aguas serenas. EORN: El bosque. GEA: El mundo. NURIA: La caballería. SILDAR: La esmeralda.
Híbrida AGNAR: El toro. ASTRA: La destructora. Llamada comúnmente Oráculo del Futuro. ARMEA: Paraíso. ATLAN: La Ciudadela. Llamado comúnmente Puño de Ceniza. AYAX: El salvaje. DAGON: El de las mandíbulas ocultas. DAMUS: El de hierro blanco. DEBRAOXIR: Intraducible. Relacionado con los dragones. ELVEN: La tempestad. EXRAGUN: Intraducible. Llamado comúnmente Oráculo del Presente.
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INX: El escalador. IPSON: El que duerme. ISSA: La luna. LILITIEN: La del corazón de seda. Llamada comúnmente Lilit, Corazón. MAER: El valiente. NOMON: La fortaleza. ORGON: El oso. PARMAOXIR: El que habla con dragones. PORON: El que corre. SIGDAM: Espíritu de hierro. XILIA: La que es. Llamada comúnmente Oráculo del Pasado. XOTON: El basilisco.
Los poderes de Xapparion DAEMON: El que lleva el cuerno. EDRANISSA: Luna de zafiro. NARSS: Rubí. KLERA: La tropa. XAPPARION: El de la espada de oro. XILIA: La que es. XIRON: El dorado. Si se trata de una deformación de Xeron, El navegante.
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