Memorias en el olvido, Relatos de la época del salitre

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índice Contenido Página Prólogo 5 Relatos Salitrera Humberstone Memorias al viento 9 - Mujeres y la pampa 14 - Vida de él 15 - Cómo se hacía el salitre 23 - Vuelta al recuerdo de niño 24 Carta al Sr. administrador 26 Viuda de Santiago Mursell Díaz 27 Ventas de pan pulpería Cala-Cala 31 Ventas de zapatos calamorros 32 Molestía de dueñas de casas 35 Molestía de trabajadores 38

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Prólogo Este libro reúne siete relatos, los cuales son publicados en memoria a quienes vivieron en “el ciclo salitrero”, uno de los procesos económicos, sociales y políticos más trascendentes de la historia de Chile. Durante dicho período, en el que la economía del país se estructuró en base al llamado “oro blanco”, miles de hombres y mujeres debieron no solo adaptarse a las complejas condiciones laborales propias de la minería del salitre, sino también a la vida cotidiana en el desierto más árido del mundo. Se formó así entre Pisagua y Taltal una particular sociedad pluriétnica, sustentada por una lógica del trabajo y la solidaridad y determinada en sus hábitos por el espacio vital del campamento minero. La cantidad de personas que vivía en una oficina salitrera variaba de acuerdo a varios factores, como los procesos productivos que allí se ejecutaban, la compañía a la que pertenecía y el cantón salitrero al que correspondía. Cada cantón (unidad territorial que aglutinaba un grupo de campamentos) tenía un poblado central, donde los trabajadores y sus familias podían acceder a servicios que el campamento no ofrecía: espacios de diversión, servicios religiosos, sanitarios, educación, cementerios, medios de comunicación, comercio libre, etc. Es en estos espacios donde nacen estos relatos, que se espera, rescatar del olvido, siendo fundamentales para conocer cómo vivían y se desarrollaban nuestros compatriotas en el pasado.

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memorias al viento El problema que tengo para escribir estos recuerdos son las palabras, porque tuve muy poco estudio y no sé muy bien cómo expresar lo que siento. Pero de todos modos me parece mejor hablar como yo mismo y no que otra persona cuente la historia por mí, esta historia que es la de todos los muchachos de ese tiempo, mis compañeros de escuela y de futbol. Y es ahí donde entra el problema de mi poca educación, porque a mí me gustaría escribir algo bonito, ya que a pesar de todo; esos años de la pampa son mi pasado y el de mi gente. Bueno, también es posible decirle a alguien que me haga alguna corrección. Y voy a empezar entonces, porque ya estoy viejo, se va la vida y también la memoria y no va quedando nadie que haya vivido esas penurias y pueda contar cosas de primera mano. Pero antes de hincar el diente en este trabajo, quiero hacer una declaración; si cuento mi vida de una, no es solamente para que la lean mis nietos, es sobre todo porque quiero hacerle un homenaje a mi madre, y en su persona, a todas las mujeres que vivieron y sufrieron en las salitreras. Porque se ha escrito mucho del pampino, del obrero, del caliche y la camanchaca, pero poco se ha dicho sobre la mujer, sobre sus privaciones, sus humillaciones y sus penas. Y así fue. Me llamo Daniel Enrique Aguirre Santander y nací en la oficina

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Chacabuco, cantón de Antofagasta, el 18 de abril de 1926, Mis padres eran Nicolas Aguirre Torres y Antonia Santander Santander. Mi padre había llegado a la pampa allá por 1920. Venia de Chapilca, un pueblo al interior de Coquimbo, cerca de la cordillera donde la familia tenía algunas tierras. A pesar de estar muy cerca del mineral de oro El Indio, la vida era pobre ahí y no fue difícil para los “enganchadores”, convencer a mi padre y a otros campesinos, con ilusiones de la pampa salitrera donde iban a ganar mucha plata y tener acceso a muchas cosas buenas. Mis padres se conocieron en la oficina Anibal Pinto. Mi madre era de Illapel, pero había llegado a esas tierras con su abuela, atraídas sin duda por las mismas promesas que encandilaron a los “enganchados”. Ahí se casaron y emprendieron juntos a la aventura a buscar mejor vida. No recuerdo haberle oído a mi mama la impresión que tuvo al llegar a la pampa, como debe haberse apenado al ver tanto desierto y soledad. Sé que una vez casada recorrió con mi padre varias oficinas salitreras, Alianza, Ramirez, Mapocho, Chacabuco, porque mi padre era obrero sin especialización y se trasladaba de un lado a otro desempeñado distintas faenas: un día de bita ripio, es decir separando la borra que quedaba después de la elaboración, otra de muestro para ver la calidad del terreno, así como rompiendo e caliche a pleno sol. Mientras tanto empezamos a nacer nosotros, mis dos hermanas, mi hermano y yo. Todos nacimos en Chacabuco, porque el campamento Aníbal Pinto no tenía hospital ni policlínico. Cuatro fuimos y dormíamos a todos en una pieza, si es que puede llamarse pieza; el espacio era

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muy chico, divido con una calamina del otro espacio donde dormían mis padres y donde tomábamos nuestras comidas, se puede decir que la comida era escasa porque todo estaba racionado, empezando por el agua que traían en estanques con ruedas arrastrados por caballos. Esta agua, la vida de todos, era salubre pero igual la tomábamos felices para calmar esa sed del desierto que debe ser peor que en otras partes del mundo, sed de polvillo y remolinos que arrastraba el viento. Recuerdo que pocos niños sobrevivían en el campamento y que siempre se le echaba la culpa a esas aguas. La ducha que conocíamos era el agua servida de la elaboración del salitre, más salubre aun. Nos metíamos a los estanques y gozábamos jugando con el agua aunque la piel nos quedaba después como cuero. Más de una vez, mis compañeros cometimos el crimen de bañarnos en el estanque de reserva de agua servía a todo el campamento, lo que ganábamos unos fuertes bastonazos en el lomo de parte de los serenos que actuaban de policías. Muchos años más tarde, se instalaron en la oficina unas duchas públicas. Una señora buena gente, nos hacía entrar a los niños y nos correteaba cuando habíamos pasado unos segundos de más bajo el agua. ¡Era una alegría grande! La comida era escasa, pero nos salvábamos porque a veces subían a la oficina grandes cantidades de albacora que era muy buena y menos cara que la carne. También llegaban tarros con leche y queso de Holanda, así como mortadela en conserva. ¡Había fiesta entonces! Es claro que en esos años, en Alianza; que era el campamento de la oficina Brac, se seguía el régimen de las fichas, por medio del cual se pagaba el salario a los obreros en fichas con el nombre de la oficina, no

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se les permitía comprar en ningún otro lugar que no fuera la pulpería de la oficina. Era el último nivel de explotación: tener a los clientes cautivos. Todos los envases, tarros chicos y grandes, se utilizaban para el uso diario. Una orejita transformaba una lata de tomates en una taza de desayuno, cuando no en juguetes improvisados que nos habían felices, autos, camiones, trenes. Tengo que decir con pena que hasta grande no conocí la ropa hecha ni los zapatos. Mi pobre madre compraba sacos harineros, los teñía con unas anilinas que vendían en la pulpería y cosiendo a mano, fabricaba pantalones, camisas y delantales para las niñas. Lo único que no me hacía eran mis tenidas de futbol, así fue como aprendí a manejar la tijera y la aguja y me fabricaba mis propios pantalones de

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juego, lo que me sirvió mucho en la vida. Cuando nacieron mis hijos y la plata no era mucha, yo cortaba y cosía gran parte de su ropa. Yo sé que me estoy enredando con las fechas, pero es así como se me vienen los recuerdos. Pero ahora quiero hablar de lo que más me importa: la vida de mi madre y de las demás mujeres de la pampa.

Mujeres y la pampa En los campamentos no había luz eléctrica, de modo que a las cinco de la mañana mi mama se levantaba y a la luz de un chonchón que llamaban pato y preparaba la comida para mi padre. Recuerdo haber visto medio dormido las sombras que se movían en la oscuridad y sentido el olor de la comida. Después de la partida del padre empezaba su faena con los hijos: hacer que se levantaran por partes en la palangana que contenía esa agua tan preciosa en el desierto y darnos de comer lo que pudiera. Así, lo más decentitos posibles, nos despachaba a la escuela. Las casas del campamento no tenían servicios sanitarios y aunque es desagradable hablar de esas cosas, tengo que describir la realidad. En la madrugada pasaba un carretón recogiendo los desperdicios de las casas que se habían dejado en un tarro en la puerta. No es extraño que la gente protestara, los pedidos eran tanto para mejorar sus condiciones de vida, como para cobrar mejores salarios. Las mujeres del campamento tenían que reunirse en grupos para hacer sus necesidades en algún lugar de la pampa, lo más lejos posible, para

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asegurarles un poco de tranquilidad. De regreso, era ya la hora de preparar las comidas y después de haberse lavado, ellas también por partes en una palangana; se dedicaban a cocinar lo que tuvieran a su alcance, aun no repuestas del cansancio de haberse levantado al alba, ya estaban de nuevo en la brecha alimentando a los chiquillos, haciendo cola en la pulpería, lavando la ropa como podían con el agua salubre. Tenían que preparar la comida de mediodía para sus hombres y con frecuencia llevarla ellas mismas a la calichera, caminando a pleno sol y trepando por los ripios. Distracciones no había ninguna, una película que se mostraba de vez en cuando en el galpón que llamábamos teatro y la banda de música que tocaba en la plaza los jueves y los domingos. El trabajo era duro, pero el trabajo de la mujer del obrero era aún más, el sol en medio de la nada, eran peores que en cualquier otra faena.

Vida de él No sé exactamente cuándo empecé a trabajar, debió ser entre los seis o siete años. En ese entonces ya tenía conciencia de que debía ayudar a mi mama y ayudarme yo mismo. Por unas monedas me iba a las calicheras llevando balones con agua y viandas para los obreros solteros. Me imagino que debo haber sido fortacho a esa edad. Me hice de un lustrín improvisado y ofrecía mis servicios a los pampinos endomingados. Esas moneditas iban a para al presupuesto de la familia. Como niño curioso y aficionado a las maquinas, siempre andaba rondando por los garajes

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donde se estacionaban los vehículos que venían de Iquique. Ahí me conocieron unos comerciantes que subían mercadería. Un día, un señor que estaba encargado de las bolsas del correo, me ofreció unos pesos por distribuir las cartas en el campamento. A esas alturas yo era ya un trabajador conocido, un verdadero cartero. Me presentaba en el matadero donde se faenaba el ganado en pie que subían a la oficina desde Iquique o de algunos pueblos del interior. Los matarifes eran buenas personas y me permitían limpiar de grasa el cuero de los animales, cosa que aprendí a hacer bastante bien sin romper el cuerpo con el cuchillo. En pago me daban unos pedazos de carne para mi gente y me hacían tomar un vasito de sangre. “Para que te hagai fuerte, chiquillo”.

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Hoy me da un poco de asco el cuento, pero parece que la receta era buena, porque aquí me tienen. Nunca he comido cazuela o carbonada como aquellas que hacia los matarifes con los restos de la carne para entrega y que me convidaban con generosidad. No sorprendía a nadie cuando me paseaba con un cartel por todos los vericuetos del campamento, anunciando que esa tarde iba hablar en el local de teatro don Elias Lafferte, un gran personaje que era solista y que convocaba a todos los habitantes del campamento. También se hablaba de un caballero Recabarren que era muy importante para la gente y de Eloy Ramírez que era un dirigente pero también obrero. Creo que me estoy olvidando de la escuela, porque todos estos trabajitos los hacía en mis horas libres. La escuela era pobre pero ahí aprendí todo lo básico, todo lo que me permitió mejorar mis conocimientos más tarde,

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pero sobre todo, la recuerdo con cariño porque esa fue “mi única escuela”. El señor cabezas, profesor de trabajos manuales, descubrió que tenía cierta habilidad manual y me enseño a hacer sillas para niños, juguetes y algunas cosas para la casa. Lo que aprendí con él me ha servido toda la vida. Como todos los cabros yo prefería jugar futbol que estudiar, pero algunos varillazos en las canillas me devolvieron al buen camino, aprendí a leer, a contar y a escribir con una letra que me salía bastante buena. Este fue el principio de otros negocios. ¿Cuántos años tendría entonces? ¿Diez, once? Un día en que andaba paseándome con un cartel, anunciando la película de la semana, el encargado del teatro me pidió que le ayudara con los letreros. Me tuve que encaramar en una escalera para escribir sobre la puerta del teatro el nombre de la película. Había que hacer unas letras bonitas con algunos adornitos y como yo había aprendido en la escuela, me resultó harto bien. Esa vez el pago que me daban era el permiso de ver las películas. La que me dejaba entrar era la señora Violeta que tocaba el piano en la función, me tenía buena y a veces me daba algún dulce. Me acuerdo que se vestía muy elegante para tocar en las películas: vestido negro, en el cuello una cinta negra también, con un prendedor. Lo que más nos gustaba a todos los chiquillos era la película además del futbol con pelota de trapo. Podíamos ver la misma película todas las veces que la repitieran y nos entusiasmábamos igual con las proezas de los héroes. Pero un día falto un operario, el que instalaba los rollos y pasaba las películas.

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El administrador del teatro, me dijo entonces: “oye cabro, tu que eres despierto, ven a ayudarme aquí con la película” Y así fue como me transforme en experto del cine. Es claro que esto lo digo en broma, porque lo que hacía era poner los rollos y pasar la película. Como no me alcanzaba la altura, me subía a unos cajones de madera. Hasta invente un aparatito que era como una puerta que se corría, para tapar unas letras muy feas que aparecían entre cada tambor. Aprendí a manejar bien la maquinita, pero un día me equivoque y puse el tambor 6 antes del 5 y los comboys muertos resucitaron y volvieron a la pelea en medio de la rechifla del público. Cuando le conté este cuento a la señora, ella me dijo que me había adelantado a Cinema Paradiso, una película en que pasaba algo parecido y que parece que era muy buena. Solo que mi Paradiso fue anterior al de la película bonita. Por mi trabajo en el teatro me pagaban y había días en que ganaba un salario como el de mi padre. A esas alturas, mis amigos y yo empezábamos a fijarnos en las niñas. Los días jueves en que la banda tocaba de las 9 a las 2 de la tarde, ensayábamos los bailes, bailando entre nosotros los amigos. Era divertido vernos y ese ensayo permitía que el domingo pudiéramos sacar a la bailar a las chiquillas sin hacer un mal papel. Para ese entonces el futbol que era nuestra pasión, se fue combinando con el baile que nos hacía sentirnos grandes. Después de todo, en medio de las penurias, éramos harto felices. Pero los años iban pasando de verdad y llego el día en que termine la escuela. En ese entonces me dio mucha pena. Como era el mejor alumno de mi clase me dieron una beca

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para ir a estudiar a Iquique en la escuela de Artes y Oficios: me pagaban el estudio y el alojamiento. Me acuerdo cuando mi padre me dijo con pena que no podía pagar las cosas que me exigían para entrar a la Escuela: un terno, dos pantalones, dos camisas, ropa interior y zapatos, claro. Así no más fue: perdí la beca por falta de plata. Pero eso no fue lo más duro. Resulta que la política de la compañía era que todos los niños que terminaban la escuela tenían que entrar a trabajar ahí mismo. Los mandaban a recoger restrojos para usar como leña y les pagaban unos centavos. Si no querían, al padre le quitaban la asignación familiar y a veces la casa. Eran el tiempo de la crisis del salitre, la segunda y última, de manera que todo el mundo cuidaba su puesto aunque fuera miserable.

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Yo estaba consciente de esto, ya había visto muchas caravanas de obreros con sus familias, cargando el colchón que era casi lo único que tenían, y recorriendo a pie las distancias entre las oficinas, en busca de trabajo. A pesar de todo, le dije a mi padre que yo no iba a trabajar en la oficina, que quería irme a Iquique. El trataba de convencerme de que el salitre no se iba a acabar nunca y que aunque las condiciones eran duras, el trabajo era seguro. Lo que más me costó fue ver llorar a mi mama que no se conformaba con que me fuera a la aventura, sin un techo donde cobijarme. Pero yo era porfiado y ya tenía algunos planes porque me había hecho de varios conocidos. El que me saco de la oficina fue don Alberto, dueño de un camión que traía la mercadería, yo lo ayudaba a vender cuando era chico. Este caballero era muy buena persona y fue mi salvación en ese momento. Habló con mis padres y les pidió permiso para llevarme porque solo tenía catorce años y necesitaba autorización de los padres para viajar. Les dijo que me iba a enseñar mecánica en su taller y que podría trabajar en el garaje donde guardaba sus camiones. Les dijo además que me daría comida y me arreglaría un alojamiento. ¡Y vaya su cumplió! Mis padres aceptaron y con mucha pena se despidieron de mí. Ahí estaban en fila. Ellos dos y mis hermanos, diciendo adiós. Mi padre me entrego mi colchón y unas mantas para que no me fuera sin nada. “los voy a venir a ver cuándo suba con el camión…” les decía, pero con una mezcla de pena y de ganas de libertad. Era todavía muy joven para darme cuenta de que en los remolinos que levanto el camión al partir, se

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había quedado enredada mi infancia. Hoy en día sé que en algunas oficinas, sobre todo del sector de Antofagasta, las condiciones de vida de los obreros era mejores, pero siempre muy duras. Las oficinas más nuevas usaban el sistema “Guppgenheim” que, según entiendo era más mecanizado. Pero el salitre que yo conocía era el otro, el que les acabo de contar, el salitre del Tamarugal, el del sistema “Shanks”. Me cuesta mucho describir la faena, si me equivoco un poco me tienen que disculpar.

Como se hacía el salitre Todo empezaba en la calichera y esto lo repito porque los jóvenes de hoy se imaginas que el salitre se sacaba con una pala y se metía en sacos. No señor, nada de ilusiones. El caliche había que desprenderlo del suelo, apunta de picota y pala. Este material en bruto se metía en camiones tolva que lo llevaban a la planta. Según creo, en los tiempos más antiguos transportaban el caliche en carretones arrastrados por caballos. Una vez en la planta, que no pasaba de ser un conjunto de galpones con techos de calaminas, el caliche se metía en cintas transportadoras que lo llevaban a unas chancadoras, maquinas muy primitivas donde se iba moliendo en pedazos lo más chicos posibles. De ahí pasaba a los cachuchos que eran como unas ollas grandes de presión donde el caliche se cubría de agua, se sometía al calor y con vapor iba formando un cocimiento. Por una cañería, se descargaba después de algunas horas en bateas. En la plata estaba la casa de la química,

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de modo que no sé si se agregaba algo más. En todo caso, ese material suspendido en el agua se iba depositando de a poco en las bateas. Cuando el agua se evaporaba, al fondo quedaba el salitre blanquito. Yo sé que había que hacer otros procedimientos para separar el yodo, el potasio y otras cosas más, pero eso lo hacían los de química. Faltaba todavía establecer que ley había dado la faena del día, lo que dependía de la calidad del caliche y de la elaboración. La ley creaba muchos problemas porque solo se podía sacar y embarcar en los vagones del tren los que tuvieran un alto nivel de pureza. El calor y el vapor de las bateas eran muy intenso; yo lo sabía porque como chiquillo intruso siempre andaba rondando por las faenas.

Vuelta al recuerdo de niño Atrás fueron quedando las casas del campamento, la planta, la pulpería, la casa del patrón; mientras el camino se alejaba rumbo al puerto. Yo iba lleno de esperanza y de curiosidad. No le tenía miedo a esta nueva etapa de mi vida, al contrario, yo quería aprender, trabajar, salir de la miseria. Y cuando pienso en esto se me hace muy claro un pensamiento tuve suerte, es cierto, trabaje duro, es cierto, pero tuve ayuda. Nunca, ni a los 14 años, hasta hoy, me ha faltado el apoyo de los demás. El mayor apoyo me lo ha otorgado mi mujer, pero también mis patrones, que con el tiempo se convirtieron en mis amigos. Y por eso le doy las gracias a Dios, soy un agradecido de la vida.. Y aquí tal vez debería dejar este relato porque lo que quería hacer era

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contarles a mis hijos y a mis nietos lo que era la vida de la pampa para un niño como yo, creo también que es justo que es diga las experiencias que recogí ahí fueron armando mi vida futura y la de ellos. En la pampa aprendí el principio de todos los oficios que desempeñe en mi vida: chofer de autos y camiones, mueblistas, fabricante de juguetes, mecánico, aprendiz de sastre, relojero, dirigente sindical y dar charlas sobre el salitre como lo he hecho últimamente en los colegios. Así, a través de esos alumnos tal vez se transmitan conocimiento de lo que fue la época del salitre y no mueran del todo las memoria del tamarugal.

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Carta al sr. administrador Antofagasta, 26 de Enero de 1919 Señor administrador de la Oficina “Ausonia” Mi señor nuestro: “Confirmamos nuestra anterior fecha 18 de diciembre ppde.” MOVIMIENTOS SUBVERSIVOS:- de buena fuente nos hemos impuesto que se proyecta un movimiento para los días 6 y 7, y posiblemente después, al fracasarles la primera fecha. La autoridad militar toma desde luego sus disposiciones para conjurar cualquier acto subversivo, distribuyendo fuerzas de caballería e infantería en el interior. Tanto por nuestro propio interés como por cooperar a la acción de las autoridades, sírvase redoblar la vigilancia y todo individuo sospechoso denunciarle a los carabineros o fuerzas de líneas, manteniéndonos al corriente de todo lo que pase. Saluda a Ud. Atte. pp. BABURIZZA LUKINOVIC Y CIA.

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Viuda de santiago mursell díaz “Reservada” 22 de marzo de 1924.Señor administrador De la oficina “CHACABUCO” Estación Salinas Mi señor nuestro: VIUDA DE SANTIAGO MURSELL DIAZ.- esta señora se ha presentado a nuestro escritorio manifestándonos que en esa oficina no se le ofrece ninguna facilidad para ganarse la vida. Dice que pidió autorización para establecer un puesto para la venta de verduras y que se le negó el permiso necesario por no ser permitida esta clase de establecimientos en las Oficinas de la Compañía. Si bien todo esto está de acuerdo con las disposiciones vigentes, somos de opinión que en el caso de la viuda de Mursell debe hacerse excepción hasta donde sea posible, considerando entre otras circunstancias, que aun no se ha firmado la escritura de liquidación del accidente sufrido por su marido.

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Como deseamos evitar que ésta señora recurra a otros medios que podrían resultarnos molestos, le rogamos darle alguna facilidad para qué se procure los medios de subsistencia suficientes para ella y sus hijos. Si lo que solicita no conviene a nuestros intereses o vendría a sentar un precedente perjudicial, le agradeceremos insinuarnos alguna otra solución para dar a la viuda de Mursell una respuesta positiva el martes próximo a más tardar. En esperas de sus noticias. Saludan a Ud, atentamente Op. BABURIZZA, LUKINOVIC & CIA. Agentes de la CIA SALITRERA LASTANIA

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Ventas de pan pulpería cala-cala Compañía Salitrera de Tarapacá y Antofagasta MEMORANDUM N° 54/46 SEÑOR: Don José D. Rivera V. 27 de Enero de 1946 Administrador – PRESENTE Señor: El día sábado 25 y el domingo 26, en la Pulpería de Campamento Cala Cala; las señoras del Memoh han pretendido impedir que el público adquiera su pan en la Pulpería aduciendo que es de mala calidad. Solo a última hora han permitido libre compra. Se les ha explicado que por ahora estamos usando una harina con cierto porcentaje integral, debido a la imposibilidad de la Compañía para conseguir harina de mejor calidad, recalcándoles que la ciudad de Iquique se encuentra desde hace días sin pan. Les facilitan su labor de desorden a las señoras memoristas, el que en esa Pulperías no intervienen serenos ni mucho menos Carabineros, vigilancia que nos permitimos ahora solicitar por algunos días mientras pasa esta ráfaga de desorden, facilitando la libre compra de sus mercaderías a los pobladores que lo deseen. Lo que tengo el deber de poner en su conocimiento. JEFE DE PULPERÍA

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Ventas de zapatos calamorros Compañía Salitrera de Tarapacá y Antofagasta OFICINA “S. HUMBERSTONE”, 11 de Marzo de 1946. Memorandum Pulpería N° 64/46 Señor Administrador de la Oficina “S. Humberstone” PRESENTE.Señor; El precio de costo de los zapatos calamorros es el de $84.90 el par, los que en pulpería son vendidos a un 25%, habiéndoles calculado una duración mínima de tres meses. El hecho de que en nuestras pulperías estemos casi diariamente rechazando ordenes por ventas repetidas de calamorros, demuestra el poco control que para otorgarlas tienen algunos Jefes de las diversas secciones de trabajo. El obrero que en pulpería ve su orden rechazada, se cree con derecho a reclamar, lo que está empezando continuas molestias a nuestra sección. Tanto en Máquina como Maestranza, Tráfico, Bodega, pero principalmente en la Sección Pampa, (Jefe de Pampa, Vigiladores, Correctores, etc.) son

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sorprendidos por los obreros con pedidos de órdenes para compra de calamorros, porque indiferentemente las solicitan a unos u otros Jefes y, si hay bastantes casos de ventas de calamorros a un mismo obrero en meses seguidos, constan algunos casos de ventas repetidas en un solo mes. Ahora, muchas órdenes son confeccionadas en cualquier pedazo de papel, algunos de tamaño minúsculo que dificultan su archivo, malamente escritos, ilegibles. Talvez sería conveniente la confección de talonarios impresos especiales para ventas de calamorros. Por lo tanto, consideramos imprescindible impartir las instrucciones necesarias recomendando a las diversas secciones un mejor control para la dación de órdenes para compra de calamorros e indicarnos en forma oficial en nombre del Jefe o empleado responsable encargado de otorgarlas en cada una de las siguientes secciones de trabajo, tomando como base que nuestras pulperías atienden a las poblaciones de Oficinas S. Humberstone y Santa Laura y de Campamento Cala Cala: Sin otro particular, Saluda atentamente a usted, Jefe de pulpería

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Molestia de dueñas de casas TELEFONEMA N° 220/46 De: Oficina “S. Humberstone” Para: Bienestar Recibido por: Sr. Santiz Hora: 20.30

Transmitido por: Sr. Senno Fecha: 03/05/1946

Hoy a las 16 horas, nuestro Jefe de Bienestar fue llamado por teléfono desde Santa Laura por el Presidente del Sindicato Obrero, Justo Díaz, quien le manifestó que dueñas de casas de esa Oficina protestaban racionamiento carbón y venta entero proporción granza vista escasez este artículo, y que éstas amenazaban con no comprar estas condiciones y no cocinar mañana. Jefe Bienestar fue S. Laura y les manifestó tanto habían como alrededor 50 dueñas casa imposibilidad aumentar esta ración, pero que se les vendería solo entero, agregándoles podían suplir resto ración con leña tamarugo, lo que no aceptaron.

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Díaz pidió venta hoy ración condiciones anteriores o media hoy, media mañana por la mañana y media mañana por la tarde, a lo que se le contestó que era imposible vista significaría volver a ración completa. En vista de esto, dueñas casas no compraron hoy confirmaron su negativa cocinar mañana.

A pedido señor Eusebio Carrasco, señor Senno fue Santa Laura a las 19.10 horas pidiendo a Díaz solicitara por escrito sus peticiones, quién contestó que no podía hacerlo por ser este asusto sólo de las dueñas de casas y no del Sindicato, agregando que tenía conocimiento que mañana no se cocinaría. Dueñas casas piden se cambie ‘venta carbón en la mañana’ en vez de la tarde, petición que puede solucionarse en ésta. Administrador

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Molestia de trabajadores TELEFONEMA N° 221/46 De: Bienestar Humberstone Fecha: Mayo 4 de 1946.Recibido por: Señor Ormeño

Para: Administración General Trasmitido por: Señor Zavala

Siguiendo nuestro telefonema N° 220/46 de ayer comunico a Ud. Que hoy no salió a trabajar la gente de Pampa Santa Laura.Los llenadores carros fueron a la Pampa y se están regresando.Dan como razón que no trabajaron porque tanto las dueñas de casa como las cantinas no les dieron desayuno.- Tenemos conocimiento que después de almuerzo no saldrá a su trabajo el resto de gente de Pampa.El personal de Derripiadores de Santa Laura se bajaron después de derripiar solo cinco fondadas a las 7.1/2 a.m. de la tarea de siete fondadas.Alegando que no les habían traído desayuno; se les ofreció darles desayuno por la compañía, y cuando este se estaba preparando se fueron a sus casas.El personal de Maquina de Humberstone y Keryma están sacando su primer turno del día.J. J. Rivera V. Administrador.

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Agradecimientos

Relatos recopilados gracias a Oficina Salitrera Santiago Humberstone Diseño gráfico, editorial e ilustraciones por Bárbara Cortés Bravo Francisca Rocha Carvajal Inger Yáñez Wilson Iquique, Chile 2015

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