PARA DOMINGA
Diego Sebastián Salazar

IPrimero de noviembre
La vida me cayó como brazas en la espalda. Era un domingo (o lo parecía al menos, tenía ese aire dominguero); todos estábamos en la casa y el conflicto iba y venía. Esta vez era culpa mía, era evidente: los gestos gemían deslealtad al código, las gotas del mate no apaciguaron el gran silencio. Lo guardé demasiado tiempo, ya era demasiado tarde. ¿Fueron diez años?
En la nube en la que viví durante algún tiempo decidí mantener en secreto cada momento, quería ser dueño de mi existencia, de mis días en la tierra, como quien viaja y busca que los ojos actúen de cámara fotográfica. Pero yo no soy así, solo siento en exceso y recuerdo lo que siento ensimismado, oculto, agravante de una cultura simple. Alguna vez escuché que la juventud es revolución, aunque quizás es por la inmadurez de no ver que no hay tal cosa. Vemos a los viejos y creemos que están equivocados, «en algún momento hay que rendirse» parecen decirte. Todo humano está obsesionado con ser un dios, pero solo alcanzamos la plenitud cuando dejamos de luchar.
Abandonar la guerra porque no hay oponente, violencia no ejercida que se realiza sobre nosotros mismos: dormimos menos, comemos mal… todo por un objetivo difuso sin un cimiento que lo sostenga; incluso el primer filósofo supo extraer de ello solo lo esencial. Que esto quede como un ejercicio, los osados que se atrevieron a vivirlo terminaron en un pozo y en sus últimas palabras dijeron que no había verdad en ningún sitio, que no hay tal cosa: «Ríndete, hombre, no es para tanto, la figura de valentía es una estupidez gorda; vive tranquilo, piensa, come, duerme, muere, pero no atentes contra los principios de este mundo. No somos hacedores, cambiamos un poco la forma de nuestro hogar pero sigue el mismo sustrato». Dios gana sin hacerle falta ser un dios.
Mi madre palideció cuando vio la desdicha en mi pecho y vio en mí esa pesadez de los años, siendo aún demasiado joven. Se culpó a sí misma, se giró para mirar a los árboles y dejó caer una lágrima mientras yo refunfuñaba. Creí que por tener razón podía insultar y solo conseguí destruir una bella tarde. Por primera vez fui el egoísta. Ella se sintió bien, al menos hasta que la euforia terminó. Solo; con razón, pero solo. ¿Qué más he de pedirle a un día «fulminante»? Sentí tanto que me quedé sin sentir; un poco de soledad quizás recargue las ideas antiguas
de bienestar. Quizás algo de trabajo ayude al gran motor de cualquier desgracia: la mente. Dos días. Dos días en la embriaguez. Yo tenía razón, pero ¿de qué sirve tener la razón? Caminé por la casa, como quien ve al problema desde otra perspectiva. Pensé cuando entré «se me ocurrirá algo mejor», pero solo pude mirar el rifle; quería una bala en la cabeza, trataba de imaginar qué se sentiría cuando degollasen mi cadáver. Asesinarme en la razón bruta y que escrito con tiza quedase sobre un gran tronco: «Aquí yace el hombre con razón». Existir era mucho más sencillo eliminando el núcleo. La muerte es la única solución para el obstinado obrero del pensamiento. Mueres teniendo razón o vives para equivocarte.
Tras tres grandes gritos decidí retomar la conversación con ella. Me fui disipando mientras razonaba (tiendo a olvidar que las cosas no son estáticas, por más que me afane a dejar todo en su lugar). El movimiento siempre me encuentra y yo le grito garabatos «déjame este momento solo un poco más, hasta que las nubes se abran». No me gusta la oscuridad de las relaciones, de alguna forma me dejan en medio. Culpo al maldito silencio, al hambre de soledad, al cansancio y al infortunio de mis ancestros; pronto yo seré el culpable de los garabatos de mis hijos. ¿Viviré entonces? Sol de domingo, respóndeme pronto, dame la combi-
nación correcta de palabras para dejar de herir a quienes me aman, ayúdales a odiarme como yo me odio, proyecta mi imagen en sus visores, dame la libertad de perecer en mi verdad.
Dos viejos caballos tienen el control de mi vida. Mi volante es la rienda que una tarde de ensueño decidí soltar. Aquello que se conoce como locura fue uno de los viajes más emocionantes que tuve. Los caballos corrieron sin parar. No dejaba de llover (pero en el sonreír está el motivo). En la tempestad se reúne la fuerza; en esta travesía no sobreviven todos, algunos se quedan a medio camino. Hay un gran cartel que dice: este camino se cierra para siempre, tendrás que encontrar otra ruta, una que no conozcas; mejor avanzar hacia algún lado que quedarse quieto: la quietud es la muerte, el movimiento es vida.
Sobreviví el viaje a duras penas, perdí prácticamente cualquier forma de conservar los recuerdos. Soy tan terco que pensé que podría almacenar los momentos y se me escaparon todas las emociones en un instante (las buscaba y buscaba, todos los días caminando en círculo). ¿Dónde puse esta emoción benigna? Me negaba a aceptar que ese momento se la llevó y que las emociones pertenecen a los momentos, que no las puedo guardar para usar a mi antojo. Soy un ente vacío esperando a llenarse, un vaso que ve el agua caer
sin saber si estará caliente o fría. Me dejo dominar por la inmensidad de no tener el control de absolutamente nada. «Entonces el control es una ilusión» concluí tras reír nerviosamente, «se me escaparán estos dos viejos siempre; solo me queda confiar en que tomen el camino correcto».
Mi madre estaba sentada en un tronco junto a su coche, y solo veía su pelo recogido porque tenía la cara tapada por sus manos (no sé si lloraba o si intentaba entender). Pensé en los pasajes que había de haber visto para molestarse tanto con mi actuar, no entendí el amor en la rabia. Jamás tuvo sentido, y claro, si lo razono no tiene sentido. Pero es la preocupación de qué hará el otro con sus manos; así como yo no quería que ella llorara, ella quería que yo no dejara la universidad aunque me doliera el alma… mejor es sufrir y aguantar que morirse de hambre y decepción. Sabía que el mundo es demasiado cruel para su niño frágil. Quiso protegerme de todo, pero quizá ahora entendió su error.
Tenía que dejarme ser. Una petición tan simple se convirtió para mí en un tortura, y lo último que quería ver era mi infelicidad. Supongo que intentaba aceptar que eso no sería lo que veía en mí. Finalmente estaba forjando una imagen más realista de su hijo: una persona no tiene ni defectos ni virtudes; pero ella creía en la virtud y por eso acentuaba de mí esa faceta inteligente, una
que yo, por supuesto, detestaba. Quería explicarle, además, que esa misma inteligencia era la gran hacedora de todas mis desgracias, se me ocurrieron cosas para sufrir y perdí el control. No hay orden, seguridad, democracia, plenitud o felicidad en mi cabeza, he eliminado cada una de esos detalles por tratar de ser perfecto ante los ojos del mundo, pero de qué me sirve armar una estatua tan bonita si por dentro se está pudriendo. «Este niño está envenenado; este, tu hijo, ha sido envenenado por la ficción de Hollywood, creció viendo basura en internet y de ahí sacó una idea de lo que es la vida». Pero es tan distinta, y al igual que ella fue desmitificando cada quimera romántica o propaganda «yanqui», se fue eliminando el mito del hijo pródigo en su cabeza. No puedes obligar a un animal a que sea como tú quieres o terminará «quemándolo» todo para ser libre. ¿Le puedes culpar de odiar todo lo que le has dado? ¿Cómo culpar a quien intenta huir de la cárcel en la que nació?
Y sus lágrimas eran como brazas en la espalda que ardían conforme yo decidía ser honesto. La rectitud de la verdad quemó hasta su última gota de paciencia. Ya solo quedaba la inevitable separación de almas. «Volveré en otros pocos minutos tibios —pensé—, mientras rememoro algún sueño reciente».
La mujer que sobre el vestido lleva un suéter está debajo de mí. Sé que soy o estoy en un árbol, pero aún
no sé cuál es (se parece a tantos otros…) sé que está solo, y quien mira hacia abajo, quien la ve durmiendo es él. Entonces sueño que soy ese viejo ¿roble? estando ahí, sintiendo las ramas como brazos. Cuánto envidio al poeta que a menudo viene porque es quien tiene la posibilidad de hablarle. Pero mientras la protegeré del sol (pero no del todo, tampoco quiero que sienta el frío de la soledad). El árbol se enoja conmigo y yo, dentro de su cuerpo, me odio al verme dubitativo, en la distancia, temeroso de que sus ojos se abran y me encuentren mirándola. Merodearé por sus mentes algunos momentos y luego me esfumaré junto al sol. Esa fue la promesa a mi dañada madre mirándola a los ojos. Lo siento, de verdad, pero mi dolor parece dominarme hasta el punto de exigir mi partida y si no puedo irme de la desgracia entonces tendré que aprender a vivir en ella, hasta que mi cuerpo no de para más. Seré el vejestorio andante en cada evento (ahí está el fracaso), el rebelde que jamás aprendió lo que significa vivir en sociedad; anormal y cabeza dura para siempre. Y un poco sensual, pero solo cuando bebe y no le domina el nerviosismo de ponerse la careta. Que ha de hablar con solo los que quieran escucharle de verdad. Que desechará con su mirada fría y distante cualquier saludo casual y a quien sus pensamientos lo encarcelaron en una montaña de la cual
nunca podrá salir. Alguien que se condenó a la miseria porque es la única forma de igualar lo que lleva dentro con lo que proyecta hacia fuera. Un sirviente del diablo, un científico artista… una contradicción con patas.
¿Qué determina el compromiso de mi corazón hacia la poesía? Cualquier zapato que utilice me lleva al mismo cuarto, a la melancolía de la incapacidad emocional. El mundo es demasiado grande y yo un ermitaño de los sentimientos. Creo que la vida se debe estudiar fuera, soñando mientras se está tumbado en la tierra (ensuciando nuestra ya delicada piel), que nos queme el sol y que nos enferme el frío: podremos aguantar.
Me detuve para contemplar la visión de un mundo lleno de ángeles, donde la familia es la prioridad en la cabeza de un ser válido. Debemos tener todas estos objetivos antes de hacer cualquier otra cosa. Añoré la calma de sus abrazos y esas miradas de conocerse hace tanto tiempo. ¿Será tan importante el tenerse? Después de ver a ese par de «polluelos» sonreír así quizás no es tan estúpido. Está más allá de cualquier idea romántica; es compromiso, seguridad, exclusividad… ¿Por qué necesito cosas que no existen? Quizás estoy cometiendo el error de pensar. A nadie le hace bien meditar sobre ello, la curiosidad te lleva a un vacío sin fin donde justo al borde de colapsar y de creer que perderás la cordura para siempre, cuando
parece que agotaste tu capacidad intelectual, justo ahí te acuerdas de un nombre (que algunos usan mal y lo confunden). La última parte de esta reflexión fue la calidez de un beso nocturno, la compañía gratuita de una criatura alada, «Soy un ave blanca con alas negras». Y desperté atado a una nube de lágrimas (para siempre o quizás solo mientras recuerde).
Alguien encendió la luz del pasillo, yo la dejé encendida. Así marco durante otro rato la presencia de mi padre, que camina encendiendo luces por todos lados. Yo voy detrás de él y las apago, pero la del pasillo la dejo, quiero que sus manos sean las últimas en su interruptor favorito; no le quitaría la primera y la última luz que enciende todos los días, aunque sepa exactamente dónde pulsar para ver un pasillo que conoce de memoria. Enciende quizás solo por rutina (hace años que no lo necesita). Quizás piensa que así también enciende la casa, y que puede otra vez desayunar con sus hijos.
¿Dónde está la nostalgia? Volví a mi habitación, a mis juegos, a mis libros, a mis escritos y a mi música estática. Creí haber vagado, solo imaginé que fui a algún lado. En realidad fue como si me hubiese dividido, y envié a la guerra a la parte más fuerte de mí. Jamás creí que necesitaría a mis dudas para salir victorioso. Me equivoqué al apuntar solo a un lado la flecha. Ignoré el
Fue ella quien me sacó de la cama; comprendía la tristeza mejor que yo. Su espíritu era fuerte y gentil, a veces furioso, pero de furia inocente, como la naturaleza misma. Ella me enseñó a vivir, disfrutar de estar antes que ser, viendo más allá de mis ojos humanos, volviendo al inicio animal. Juntos caminamos hacia el atardecer, aunque ella se adelantó.
La volveré a ver en el ocaso de nuestras promesas, cuando me una a la libertad del descanso eterno.
