Ilustrado por
Marta Custardoy
Cuando era aún una niña, leía una y otra vez las poesías de Bécquer hasta sabérmelas de memoria. Cada vez que las leía, encontraba en ellas una emoción nueva escondida detrás de algún último verso que me hacía abrazar más fuertemente mi almohada. Yo quería ser Elisa, quería que me amaran hasta el punto de morir de amor en ese intento, con desesperación y con angustia, y con la idealización de una mujer intangible e inalcanzable. Era una niña que comenzaba su adolescencia lentamente y que no sabía más del amor de lo que en la literatura y poesía había leído. Sigo amando la poesía de Bécquer. Sigo leyendo a Bécquer y me sigue emocionando su forma de hablar del amor romántico. Pero después de más 30 años (desde aquellos días en los que, lánguida y extenuada por los suspiros del amor idealizado, se me mecía el alma) sé que el AMOR es otra cosa. El amor verdadero viene de un compañero o compañera de vida. El amor verdadero es un hombre o una mujer que te acompañará en la batalla de tu día a día. El amor verdadero no son caricias, ni palabras bonitas ni promesas por cumplir, no son unos ojos profundos en los que reflejarte, desnuda de ti. El amor verdadero no es un espejismo en un mundo imaginario proyectado sobre un castillo de naipes. El amor verdadero viene de un hombre o de una mujer que te apoya en cada momento de tu vida y que te acompaña siempre en los peores días. El amor verdadero es el apoyo continuo, el que se alegra de tus éxitos, el que te da espacio para ser tú misma, el que te da la libertad que te ayuda a crecer, el que se ríe contigo y el que te deja dormir por las mañanas cuando estás cansada. El amor verdadero es respeto, es incondicionalidad y es continuidad, jamás es ambivalente. El amor verdadero te lo perdona todo y te ayuda a envejecer feliz caminando tu propio camino, accediendo a una paz que va mucho más allá que cualquier ilusión de cuento romántico. El amor verdadero no duele. El amor verdadero, a veces, es complicado, pero su fortaleza puede con todas las adversidades.
Queridos niños, leed y enamoraos de Bécquer, pero buscad el amor verdadero más allá de la poesía. Marta Montes, directora de BABIDI-BÚ
Rima XI soy ardie o Y nte, —
, a n e yo soy mor
Rima XIII Tu pupila es azul, y cuando ríes, su claridad suave me recuerda el trémulo fulgor de la mañana que en el mar se refleja. Tu pupila es azul y cuando lloras las transparentes lágrimas en ella se me figuran gotas de rocío sobre una violeta.
símbolo de la pasión, l e oy s yo de ansia de goces mi alma está llena:
Tu pupila es azul y si en su fondo como un punto de luz radia una idea, me parece en el cielo de la tarde una perdida estrella.
¿A mí me buscas? —No es á tí, no.
Rima VII
—Mi frente es pálida, mis trenzas de oro; puedo brindarte dichas sin fin, yo de ternuras guardo un tesoro: ¿A mí me llamas?
Del salón en el ángulo oscuro, de su dueño tal vez olvidada, silenciosa y cubierta de polvo, veíase el arpa.
—No; no es a ti.
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas como el pájaro duerme en las ramas, esperando la mano de nieve que sabe arrancarlas!
—Yo soy un sueño, un imposible, vano fantasma de niebla y luz, soy incorpórea, soy intangible, no puedo amarte: —¡Oh, ven; ven tú!
¡Ay! pensé; ¡cuántas veces el genio así duerme en el fondo del alma y una voz como Lázaro espera que le diga «Levántate y anda!»!w
XVI a Rim
azules s a l r e c e m l a Si
campanillas de tu balcón, crees que suspirando pasa el viento murmurador, sabe que oculto entre las verdes hojas, suspiro yo.
Si al resonar confuso a tus espaldas vago rumor, crees que por tu nombre te ha llamado lejana voz, sabe que entre las sombras que te cercan te llamo yo. Si se turba medroso en la alta noche tu corazón, al sentir en tus labios un aliento abrasador, sabe que aunque invisible al lado tuyo respiro yo.
XXXI Nuestra pasión fue un trágico sainete en cuya absurda fábula lo cómico y lo grave confundidos risas y llanto arrancan. Pero fue lo peor de aquella historia que al fin de la jornada a ella tocaron lágrimas y risas y a mí, sólo las lágrimas.
Rima X Rima LXXVII Dices que tienes corazón, y solo lo dices porque sientes sus latidos; eso no es corazón... es una máquina que al compás que se mueve hace ruido.
Los invisibles átomos del aire en derredor palpitan y se inflaman, el cielo se deshace en rayos de oro, la tierra se estremece alborozada, oigo flotando en olas de armonías rumor de besos y batir de alas, mis párpados se cierran... ¿Qué sucede? —¡Es el amor que pasa!
ISBN 978-84-18297-41-0
9 788418
297410