Cuéntame una historia, abuela

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n a u histor ia, e m a t n é u C Cloti López Gómez

ABUELA

Rocío González Rey

Ilustradoras:

Dalia Irais Morales Norma Chavarria



PRÓLOGO LA IMPORTANCIA DE CONTAR HISTORIAS

«Esto era un rey que tenía tres hijas, las metió en tres botijas y las untó con pez. ¿Quieres que te lo cuente otra vez?», recitaba mi abuela mientras mondaba judías, cocinaba o arreglaba la casa. «¡Sí!», respondía yo, entusiasmada. «Esto era un rey que tenía tres hijas, las metió en tres botijas y las untó con pez. ¿Quieres que te lo cuente otra vez?». «¡No!», contestaba yo después de escucharlo varias veces.


«Yo no te he dicho ni que sí ni que no», decía ella. «Solo te he dicho que esto era un rey…». Y así empezaba otra vez la retahíla, hasta que cambiábamos de actividad. Pasé mucho tiempo de mi infancia con mi abuela y mi bisabuela, que siempre tenían un cuento o una canción preparados para entretenerme mientras ellas se hacían cargo de las tareas cotidianas. A veces me hablaban de su infancia; mi abuela tuvo que pelear mucho para ir al colegio, y nunca se sintió cuidada en aquel espacio que, en aquella época, estaba reservado a los hombres. Muchos años después, cuando la sentí mayor y me di cuenta de que en algún momento se marcharía, decidí grabar algunas de sus historias; pero no he podido conservarlas, y aunque guardo algunas en la memoria, me habría encantado tener un registro de todo lo que contaba; sobre todo, lo que tenía que ver con su infancia en el pueblo y los primeros años en Madrid, ciudad a la que su familia migró desde un pueblo de Salamanca, para escapar de la guerra. Cuando Rocío me contó que estaba recopilando las historias que su abuela custodiaba en la memoria, me pareció que aquel era un proyec-


to importante; no solo para ellas, sino también para todas las personas en las que, al leerlos, se reactivaría el recuerdo de lo vivido y lo escuchado. Para las más mayores que guardaban muchas historias que contar y serían así, más conscientes de su valor; para las más jóvenes que, sin haber conocido las costumbres y formas de vida que aquí se narran, sabrían que hubo un tiempo más lento, más sencillo, más difícil en muchos aspectos o, simplemente, distinto; pero, en cualquier caso, un tiempo que forma parte de nuestro orígenes y nuestra memoria personal y colectiva. Conocer el pasado, reconocernos en él, nos ayuda a entender quiénes somos; a construir el sentido, las razones por las que hacemos o dejamos de hacer determinadas cosas; a decidir el futuro hacia el que nos gustaría dirigirnos, sumando a él los saberes de quienes vivieron antes. Los cuentos que aquí se recogen forman parte de las experiencias vividas por la abuela de Rocío; pero al mismo tiempo, nos hablan de acontecimientos universales que aún pueden suceder en algunos entornos rurales. Narrados


con frescura, están tomados directamente de la oralidad, listos para ser contados. Nos recuerdan las fórmulas clásicas de los relatos que se transmitían de viva voz: «Érase una vez, Érase que se era… Y colorín colorado, este cuento se ha acabado». Así sabíamos que se abría el espacio de la escucha y la transmisión; se suspendían las tareas para habitar el tiempo y la palabra. Mientras leo estos relatos me transporto hasta el lugar en el que casi parece que estuvieran sucediendo ahora, en este instante. Vuelvo a escuchar a mi abuela, a todas las abuelas, alrededor de una mesa camilla. La oralidad, la imaginación y la memoria; la posibilidad y la capacidad de contar historias forman parte de lo que somos, nos define como humanidad. Y esa capacidad de contar y escuchar, de preservar el mundo en las historias es lo que puede ayudarnos a cuidarlo, también, en el día a día. La convivencia con los animales y nuestra dependencia de ellos; las tareas artesanas y manuales como la rueca y el huso, torcer y cardar la lana. La posibilidad y lo inevitable de arreglar y reparar, la


costura, los retales y los remiendos. Los espacios para el intercambio en comunidad, como el baile, o para el encuentro cómplice con otras mujeres, como los que se dedicaban a la costura y al lavado: «Cuando yo era pequeña, para lavar la ropa y fregar los cacharros, teníamos que sacar el agua del pozo y calentarla, así que a veces preferíamos ir al arroyo con las cosas metidas en un barreño para limpiarlo allí. En el arroyo muchas mujeres nos juntábamos para hacer las tareas de limpieza y, ya de paso, hablar de nuestras cosas», cuenta la abuela Cloti. Te dejo que disfrutes con sus historias. Espero que te animen a recordar y contar las que guardas en tu memoria; a escuchar y preservar las que conservan otras personas cercanas a ti. Que siga creciendo el telar de las historias; que nos acompañen y nos abriguen sus hilos en las noches largas de invierno. Lidia Luna Narrativas y otras lunas



ABUELA Y NIETA

Si tuviera que describir a mi abuela Cloti con

tan solo dos palabras, elegiría estas: «hada madrina». Y aunque no tenga una varita mágica para convertir en un santiamén un melón en un florero, sí posee la magia de transformar un pantalón en una falda, una pequeña ramita en un abundante árbol o hacerte un caldito de rechupete de cuatro cosas que tenga en la nevera. Mi abuela es una increíble costurera, nunca ha vestido ninguna prenda tal cual saliera de la tienda, siempre la ha rematado con algún detalle que


la hiciera aún más original. De familia humilde y rural, se apaña con lo que hay y con lo que tiene. Es una magnífica jardinera, cuidadora de las plantas y las flores. Llega a casa y rápidamente comienza a sanar el geranio, el poto o las cintas. Mi abuela siempre sabe cuándo hay que regar o cuando la planta necesita más luz. Mi abuela es una abuela divorciada. Decidió separarse de su marido en 1998, cuando todavía no era muy común. Lo cierto es que este acontecimiento siempre me ha llamado la atención sobremanera, y cuando presento a mi abuela suelo alardear de que se separó de mi abuelo. Es muy poderosa y, desde muy pequeña, una rebelde. Soy su nieta mayor y, como tal, he tenido (y sigo teniendo) el privilegio de pasar tiempo con ella y de ser buenas cómplices. Entre nosotras hay un vínculo de confianza que me hace sentir muy afortunada y agradecida como nieta. Su casa fue mi principal refugio en los primeros años de mi adolescencia, el lugar al que acudía cuando discutía con mi padre (que es su hijo). Siempre hemos hablado de casi todo y nos he-


mos hecho preguntas que solo entre nosotras podíamos resolver. Los secretos son evidentes y el amor es incondicional. Siempre compartiendo sabiduría conmigo. Son muchas las charlas que se han dado entre nosotras; en algunas, también ha participado su hermana Gloria, que es tres años mayor que mi abuela. Hace dos décadas que viven puerta con puerta, así que los cafés y las manzanillas suelen estar acompañados. En algunos de esos momentos he tenido oportunidad de hablar con ellas sobre la vida cotidiana, pero también de aquellos nudos que se van formando en las familias y que en ocasiones nos separan. Sin embargo, en sus discursos siempre están presentes las historias que marcaron su infancia. Los recuerdos de un pasado que las alivia y hace el día a día más ligero. Son felices al recordar esos años en el pueblo segoviano donde nacieron. Alrededor de una mesa camilla o arropadas en una manta en el sofá, han sido muchas las horas durante las cuales me han contado varias historias de esas que las llenan de alegría.


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Cloti, una mujer de setenta y siete años, cuenta de forma sencilla y familiar sus hazañas y travesuras de la niñez y juventud en este libro de cuentos. De familia rural, humilde y trabajadora, Cloti nos hace viajar a la infancia de finales de los años cuarenta, con frescor y vitalidad. Junto a su nieta Rocío, creó esta recopilación de cuentos durante el confinamiento por el COVID-19. ¿Qué mejor forma de bucear por la incertidumbre que avivando la memoria? Cloti nos hace reír, emocionarnos y conocer la vida en el medio rural con una familia numerosa.

Valores Implícitos: Esta creación es amor, es realidad, es alegría, tristeza y cercanía; es un salto a la infancia, un canto a la inocencia y una vuelta a lo esencial; es un retrato de los pequeños detalles, una ventana de claridad, una conexión con el medio rural, con el campo y los animales; es un abrazo hilando palabras, y un apoyo en tiempos de incertidumbre. Es parte de lo que somos. Es una creación conjunta: abuela y nieta.

ISBN 978-8419454-03-4

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788419

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