Javed Khan
Diario de un contagiado
CAPÍTULO 1
El contagio
En febrero de 2020 yo tenía ochenta años y me en-
contraba bien de salud, caminando diariamente cuatro o cinco horas deambulando por Madrid. Las noticias sobre un maligno virus que se había detectado en Wuhan (China) empezaban a extenderse por el mundo, principalmente por las redes sociales y los periódicos digitales. Las autoridades chinas trataron de ocultar el alcance de lo que ya se estaba convirtiendo en una pandemia, para finalmente admitir que el virus era una nueva cepa de coronavirus. La OMS, Organización Mundial de la Salud, cursó avisos a todas las naciones instándoles a tomar precauciones, tales como pedir a los ciudadanos usar masca-
rillas, lavarse las manos, no tocarse boca, nariz y ojos, mantener una distancia de seguridad de un metro o dos, y acudir urgentemente al médico si se tenía fiebre o síntomas de dificultades al respirar. En España el gobierno social comunista, por medio de un supuesto «experto» en Epidemiología y su ministro de Sanidad declararon públicamente que el virus no afectaría a España, y que ocasionalmente se producirían unos pocos casos. Los medios, periódicos escritos, emisoras de radio y sobre todo la televisión, todos «empesebrados» y al servicio del gobierno de turno, sea cual sea su ideología, callaban, ocultaban las noticias, estaban subvencionados, regados con dinero público. Yo, que soy muy ingenuo, me creí estas patrañas y seguí haciendo mi vida ordinaria, salía a pasear todos los días, me sentaba en las terrazas a tomar café, me reunía con mis amigos, y a mediodía iba a mi bar favorito a paladear mi Ribera del Duero preferido. No tomaba ninguna precaución, porque entre otras cosas, ni el supuesto «experto» ni el Ministerio de Sanidad había emitido ningún consejo o norma de seguridad para evitar los contagios. Como era de prever, el virus se extendió de forma vertiginosa, sobre todo a raíz de la manifestación feminista del 8 de marzo, que el gobierno, contravi-
niendo las indicaciones de la OMS recomendando evitar congregaciones masivas, autorizó ante la presión de este colectivo, encabezado por la esposa y la madre del presidente del gobierno. Como resultado el número de contagios se incrementó exponencialmente, y entre los afectados estaban esas dos señoras. Yo me conciencié y empecé a tomar precauciones, pero ya era demasiado tarde. Una mañana me levanté con un poco de fiebre; no obstante, seguí con mi rutina diaria, salí a pasear, pero notaba que me cansaba más de lo habitual, empecé a toser, una tos seca, fuerte, que no podía dominar. Sin volver a casa me dirigí a urgencias del hospital más cercano, que resultó ser el clínico de San Carlos. El diagnóstico fue tremendo, ¡estaba contagiado!, ya no me dejaron salir del recinto. El hospital había pasado de cuarenta camas de críticos a ciento cincuenta, y en el pico de la pandemia el hospital llegó a tener hasta mil ingresados a la vez. Llamé desde urgencias a mi familia y les comuniqué la noticia. Al principio les pareció una broma de mal gusto, pero lentamente fueron asimilándola. Después de cuatro días en urgencias me trasladaron a planta. Podía comunicarme por WhatsApp, y sobre
todo desde el correo electrónico de la Tablet que siempre llevo conmigo. Cuando la doctora Fernández en urgencias me explicó que el contagio estaba en la fase SARS (Síndrome respiratorio agudo grave) no entendí muy bien el significado, por lo que amablemente se extendió en la explicación y en las previsibles consecuencias. Aunque, en principio, me negaba a aceptar la realidad, paulatinamente fui asimilando la situación. Sabía que estaba en el estrato de máximo riesgo, a mi edad se sumaba que era diabético y que diez años antes había tenido un amago de infarto. Analizando fríamente la situación llegué a la conclusión de que este sería mi último tango en la Tierra. Había oído y leído qué mucha gente que había estado en coma y había vuelto a la vida, de una forma muy breve, pero muy clara rememoraban, como en una película, todos los acontecimientos de su vida. Pasajes de su niñez y de su vida adolescente. Me propuse que cada día, que estuviera en el hospital y mientras me mantuviera lúcido, rememoraría una etapa de mi vida.
CAPÍTULO 2
Ingresado DÍA 1
Mi primera noche en el hospital fue terrible, no po-
día conciliar el sueño, trataba de asimilar la situación, pero poco a poco me decía a mí mismo que las cosas son como son y vienen cuando tienen que venir. No pude desayunar, sobre las diez de la mañana apareció una joven, que se presentó como doctora Pérez y que me dijo que ella y su equipo estarían a mi cuidado. Era alegre, extrovertida, parlanchina, pero sin ser agobiante, transmitía optimismo y confianza. Enseguida me sentí a gusto con ella, me transmitió seguridad y confianza. Era alta, esbelta, y aun con la bata puesta se podía apre-
ciar que tenía un cuerpo bien formado, pechos medianos pero firmes, erguidos. Piernas largas que se dejaban ver un poco arriba de las rodillas, los botones inferiores de la bata estaban abiertos, en un rasgo de feminidad. Se la veía muy profesional y entregada a su trabajo, transmitía calor humano, parecía que todavía no se había convertido en esa especie de robot que algunos profesionales adoptan para desprenderse de sus emociones. Debe ser una tarea muy dura ver tantas desgracias humanas y no poder remediarlas. Me informó que me harían un PCR para recoger una muestra de fluido, sin añadir más explicaciones. Mi curiosidad me llevó a buscar en Internet en qué consistía la dichosa prueba. Me horroricé al saber que me insertarían un hisopo nasal largo (exudado nasofaríngeo) en un orificio para obtener flujo de la parte de atrás, y que el proceso se repetiría en el otro agujero. Pero que también podría ser que usaran un hisopo nasal más corto (exudado de turbinado medio) para obtener la muestra. Y que en algunos casos se inserta un hisopo largo en la parte de atrás de la garganta (exudado orofaríngeo). Esta información no hizo nada más que aumentar mi congoja y angustia. Me informé de que el PCR es una prueba molecular que detecta el material genético del virus que causa la
COVID 19, usando una técnica de laboratorio llamada «Reacción en cadena de la Polimerasa». La prueba puede detectar la infección desde el inicio de la misma. Cuando volvió a visitarme por la tarde, me dijo que las pruebas habían diagnosticado que tenía un SARS (Síndrome respiratorio agudo grave). Me explicó cuál sería el tratamiento y las pautas a seguir. El tratamiento sería a base de corticoides, una combinación de Ritonavir y Lopinavir que se habían usado en el tratamiento contra el Sida. Completado con Interferón Beta, que contribuye a que el sistema inmunitario del cuerpo combata las infecciones y proteja a las células para que no sean infectadas. La doctora fue muy clara y contundente al enfatizar que los comprimidos había que tragarlos enteros, sin masticar, romper o machacar. Esta lectura me dejó muy tocado anímicamente, todo indicaba que el proceso iba a ser duro y traumático, pero estaba decidido a enfrentarme a la realidad, así que proseguí mi búsqueda de información. Conocí que la insuficiencia respiratoria es un proceso que se caracteriza por la incapacidad del sistema pulmonar y cardiaco de establecer un adecuado intercambio de oxígeno y dióxido de carbono.
Cuanto más leía más aterrador me parecía el futuro, pero no sé si por curiosidad o simplemente morbo seguí aplicándome a la lectura. Llegué a comprender que el desequilibrio nutricional, (y yo en desequilibrios nutricionales soy especialista, porque, como no me gusta comer, hago auténticas barbaridades) perjudica la función de los músculos respiratorios, disminuye la masa muscular y el diafragma altera su capacidad de contraerse. Otra consecuencia del desequilibrio nutricional es que el impulso ventilatorio, que es la orden que el cerebro envía al sistema respiratorio para respirar, disminuye, y en consecuencia llega menos oxígeno a la sangre. La información se completaba con pautas para una correcta alimentación. Dudé si continuar con la lectura, estaba seguro de que serían pautas que contradecirían completamente las que yo había tenido hasta ahora. Decidí seguir con el viacrucis. El escrito recomendaba la ingesta de frutos secos, aceite de oliva virgen extra, aguacates, lácteos de calidad, pescados azules y mariscos. ¡Por fin había una coincidencia, los mariscos! La guía seguía con carnes, huevos, y proteínas vegetales e instaba a incrementar el consumo de frutas —¡Aleluya!, podría vivir solo de frutas!—, y continuaba con la ingesta de verduras y hortalizas por su riqueza
en vitaminas, minerales, fibra y antioxidantes. Mi pauta alimenticia había sido la antítesis. Con estos antecedentes y mi diabetes, las perspectivas de sobrevivir al COVID no eran demasiado halagüeñas. Decidí que «al mal tiempo, buena cara» y que me enfrentaría con entereza y dignidad a las circunstancias. O por lo menos lo intentaría. Decidí que para no dedicar todo el tiempo a lamentarme y autocompadecerme, podría poner negro sobre blanco algunas de las más importantes vivencias de mi vida.
Un señor mayor recibe un día la terrible noticia de que está contagiado de Covid. Decide enfrentarse a la enfermedad con entereza y dignidad, recuerda que algunas personas que habían regresado de la muerte decían que se les había pasado por su mente una fugaz, pero intensa parte de su vida. Él decide documentar el proceso de su enfermedad y repasar algunas de las vivencias de
228567 788419 9
ISBN 978-84-19228-56-7
su ajetreada vida.
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