El leopardo Pardo

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CRISTINA ALVAREZ GONZALEZ

ILUSTRADO POR MARÍA CORONEL GARCÍA

PRIMEROS AÑOS

EN LA SABANA

Érase una vez un pequeño leopardo con la piel cubierta de parches oscuros. Tenía cuadrados amarillentos en el centro, parecidos a la forma que tienen los huevos de perdiz pequeños. Físicamente, el animal se parecía a su padre, que se llamaba Rayo y era muy veloz. En la personalidad se parecía a su madre, una preciosa pantera negra de la familia de los leopardos llamada Clara, de carácter bastante contradictorio. Si Rayo quería ir a un lugar, Clara, entusiasmada, decía que sí, que iban todos. Al cabo de cinco minutos lo pensaba mejor, se le ocurría otro plan y decía que no, que no estaba segura. Los fines de semana solían despertarse con los primeros destellos de luz.

—Rayo, vamos a planear algo en familia —decía Clara.

—¡Vamos a la playa! —decía el papá.

—¡Sí! Gran idea —decía la mamá—. Podemos refrescarnos del calor que hace aquí, conocer otros animales y, si tenemos suerte, cazar algunos pececillos en la laguna.

Sin embargo, al cabo de cinco minutos, la mamá murmuraba:

—Pensándolo bien… No sé si quiero esta vida de cazador para el leopardo Pardo. Quizás es mejor quedarnos bajo la sombra de los árboles, esperando a que llegue el alimento, y enseñarle una vida más tranquila y con más verduras en nuestra alimentación.

La mamá tenía sus estrategias para medir el interés de Rayo, y al mismo tiempo intentaba inculcarle valores al pequeño. Si Rayo insistía, iban a remojarse un poco; si no, se quedaban en la sabana a la sombra de los árboles, esperando a la presa más despistada. Sin embargo, lo único que conseguía mamá pantera era que el leopardo Pardo heredara algunos rasgos de esta personalidad tan indecisa. El leopardo Pardo aún no hablaba cuando el papá y la mamá hacían planes de fin de semana, pero ya iba adoptando el peculiar carácter audaz de la mamá y ciertas manchas en la piel como el papá. Todo se pega en la vida.

LA SABANA Y EL LEOPARDO PARDO

Acostumbrado a jugar solo, nunca había querido mezclarse con otros animales de la sabana. Veía tigres, panteras, leones y otros felinos de su misma familia cazar en grupo y divertirse. Pero a él, así como a su madre, le gustaba más buscar otras formas de pasarlo bien.

—¿Qué haces mirando todo el día sentado en la rama del árbol, Pardo? —le decía su madre desde abajo.

—Estoy aprendiendo cómo se juega, mamá.

—¿No sería mejor ir a jugar, hijo?

—Sí, pero yo me divierto así —decía siempre el leopardo Pardo. Lo original y rebuscado terminaba siendo más divertido para el leopardo Pardo, pues no le gustaba conformarse con lo de siempre. Creía su familia que el leopardo Pardo pensaba así, pero los demás animales consideraban que era un cobarde a la hora de enfrentarse a situaciones de peligro, y que todo lo que tenía de pacífico lo tenía también de miedoso. Por este motivo, ni tenía demasiados amigos ni demasiado éxito con las panteras. Así que el día que cumplió la mayoría de edad, les dijo a sus padres:

El equilibrio de morfeo

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