GOLONDRINOS

A vuelapluma escribo estos versos, empapados en una falsa tinta que no sé si alguien real leerá. Son palabras como tiritas desgastadas, que mis heridas cubren, pero mis cicatrices no pueden tapar. Remedios caseros que enfermedades incurables intentaron curar. Gritos que pocos escucharon y todavía menos quisieron escuchar. Balas que me hirieron, pero no me consiguieron matar. Golondrinos.
Recuerdo la pureza de ese sentimiento que hacía vibrar cada centímetro de mi cuerpo. Te quise con todas mis fuerzas, llegando a cometer el error de quererte más que a mí. Y no me arrepiento, jamás lo haría, pero ojalá no hubiese sido tan necio creyendo que llegaríamos hasta el fin.
Ahora recojo los frutos del desengaño, que se traducen en la imposibilidad de volver a vivir. Maldito me dejaste y maldigo el día en que te conocí.
Busco en el espejo y encuentro cicatrices, algunas curadas y otras que duelen como profundas llagas. Nuevas heridas que parecen hechas con la más afilada daga, ya no tienen nombre propio y así más deprisa sanan. Busco en el espejo y el reflejo me devuelve todo aquello que he vivido. Ya no huyo del dolor, de él aprendo, y solo sigo mi camino.
Han sido veinte inviernos, pero parece que han pasado unas cien vidas. Diez maldiciones y un par de vicios con los que busco encontrar salida. Imposible contar todas las caídas, el mismo número de lágrimas derramadas por las partidas. Que un millón de errores cometí, pero también un millón de aciertos que no supieron ver.
Si trescientos sesenta y cinco días tiene el año, trescientos sesenta y seis solo me encontré.
Y después de veinte inviernos he cambiado mi destino. No consentiré ni una más en lo que quede de camino.
Todo empezó en aquel agitado septiembre. Nació y creció como un cactus en el desierto, solitario y sin ayuda, más fuerte que ningún otro ser. Pese a todas las tormentas, no se marchitaba, se hacía más grande cada mes.
Nunca pensé que romperías los esquemas del desierto que creía conocer. Y llegó mayo.
Cada mes oficio el mismo ritual en tu honor.
Son las nueve de la noche, la casa está vacía, comienza a bajar el sol.
El voluntario llega preparado para el sacrificio. Sabe a lo que viene, yo no miento como tú.
Es una acción instintiva, mi mente necesita un poco de luz.
Cierro los ojos y me muevo lento.
Digo tu nombre y pienso en tus ojos por dentro.
Cada día me pregunto si en algún momento aparecerás.
Te busco en otras pieles, pero tú nunca estás.
Como un robusto árbol estaba yo en medio de la inmensa nada.
Te acercabas a mí, te daba mis frutos, y solo pedía que me regaras.
Pero nunca lo hacías, y te di una fruta envenenada.
Fue entonces cuando me gané la fama, como si estuviera mustio me señalaban.
Y un día, no hace mucho, comprendí lo que pasaba. Solo tenía que convertirme en el reflejo del agua que no me dabas.
Yo era el niño al que temía la puntualidad británica. Veinte minutos antes llegaba a cualquier lugar. Siempre tenía que esperar.
Día tras día estaba ahí, de pie, echando un ojo al reloj a cada momento.
Largos minutos sin más compañía que el bullicio y el sonido del viento.
Poco a poco me fui acostumbrando y comencé a imitarles.
Por más que intente no hacerlo, ahora siempre llego tarde.
Llegaste y me hiciste explotar en un pequeño Big Bang.
Tú eras un planeta y yo el satélite que de su mano siempre va. Un universo en combustión del que apagaste todas las estrellas.
Espero que lo que no me diste, se lo puedas dar a ella.
Tengo la extraña manía de pasar las noches en vela, y hace no mucho las ocupaba pensando en ti. En tu forma de ser, de mirar, en esa media sonrisa que en una nube me hacía flotar. Y aun sabiendo que eras imposible, me aferraba a tu imposibilidad, soñando con que un día me fueses a amar. Pero tal y como dicen, el tiempo todo lo cura, y tantas noches en vela me han devuelto la cordura. Sintiéndolo mucho, ya no te quiero para mí, aunque espero que encuentres la felicidad al fin.
Eres el reflejo de la época en que pretendía que me quisieran sin hacerlo yo. Te deseo lo mejor, pero tengo un concepto distinto de lo que es el amor. Nunca pensé que sería de esta manera, siempre te imaginé volando y yo a la eterna espera. Pero todo cambió en ese amargo año, y aunque no lo creyeras, esperaba que en mi día aparecieras. Con mucha pena, tuve que decirte adiós.
Vuelvo a estar aquí, sentado frente al fin del mundo. Su belleza muestra la brutal rapidez del tiempo, lo que he hecho, lo que no he sabido hacer. Al fondo puedo ver una luz cegadora, lo que está por venir, lo que no vendrá. Observo en la inmensidad de este lugar lo que el cruel destino decidirá.
No valgo.
¿Qué hago aquí? Lo he hecho todo mal. Va a empeorar. Me van a dejar. No lo voy a conseguir. Me he quedado atrás.
¿Qué sentido tiene vivir? No puedo más. Estoy maldito. Me lo merezco. Te echo de menos.
Mil mariposas me reventaban el estómago cada vez que te acercabas a mí. Esa piel morena, esos ojos verdes, esa boca tan parecida a la mía. Esa sonrisa que alimentaba mi alma día tras día. Esa cabeza que escondía lo que solo yo pude descubrir. En todo tu ser, amor, con locura me perdí.
Golondrinos es una colección de 77 poemas escritos a lo largo de tres años. En ellos, Álex Cassen reflexiona sobre el amor y el desengaño, la felicidad y la tristeza, la esperanza y la desilusión, la vitalidad y la enfermedad.
Golondrinos son 77 heridas del autor que, desde el momento en que el lector abra el libro, también serán suyas.
978-84-19454-47-8