Julita y el pueblo tigĂźi
JosĂŠ Antonio Mozos Mozos Ilustrado por: Carol Stilman
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ulita era una niña un poco peculiar, vivía en un pequeño pueblo llamado Villardos en un monte de la isla de la Gomera, una isla mágica llena de vegetación y escondidos barrancos por donde corría el agua. Julita vivía con sus padres, Tente e Isa, su hermana mayor Vero, y su abuelita Esperanza. Su pueblo se llamaba Villardos, y era un lugar donde todos los vecinos se conocían entre ellos y se vivía muy a gusto. 3
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Julita iba todos los días al colegio, le gustaba mucho ir porque allí aprendía muchas cosas, ya que ella era una buena estudiante y disfrutaba aprendiendo. Le encantaba jugar en el recreo, y a la salida del cole con sus amiguitos Sara, Ramón y Alberto, les gustaba mucho correr por las calles e ir al bosque cercano a jugar al escondite y a hacer casitas en los árboles. Un día estaban las cuatro amiguitos jugando en el bosque, cuando Julita vio un pájaro muy bonito que se iba posando en las ramas de los árboles. Entonces decidió seguirlo para observarlo más de cerca, y se fue adentrando en el bosque; de repente se dio cuenta de que se había adentrado tanto que no sabía dónde estaba ni cómo regresar con sus amigos; se preocupó un poco al verse desorientada e intentaba volver a 4
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donde estaba jugando, pero el sol se estaba yendo, y Julita se asustó todavía más al ver que se estaba haciendo de noche y no sabía cómo salir de aquel espeso bosque. Los tres amigos, al darse cuenta de que Julita no estaba con ellos y que la noche iba cayendo, empezaron a buscarla preocupados por ella mientras gritaban su nombre, pero como no la encontraban, pensaron en seguir buscándola un rato más, y si esto no tenía efecto, volverían al pueblo y avisarían a sus padres para que los ayudaran a buscarla; y así lo hicieron. Mientras sus amigos hacían esto, Julita seguía asustada y desesperada intentando buscar la salida entre la espesura del bosque. De repente empezó a oír unas voces muy flojitas, como si hubiera alguien murmurando a su alrededor, y Julita empezó a preguntar: 6
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—¿Hay alguien ahí?… —y repetía—: Por favor, ¿hay alguien ahí?... Si hay alguien, por favor que me ayude, estaba jugando con mis amigos, me he perdido en el bosque y no encuentro la salida para volver a casa. Julita, viendo que nadie le respondía, se sentó apoyada en el tronco de un viejo árbol, y cubriéndose la cara con las manos comenzó a llorar lamentándose —Ahora no podré ir a casa, me quedaré aquí solita toda la noche en el bosque, y mis padres se preocuparán mucho —y seguía llorando. Julita empezó a notar como si alguien le tocara el pelo, pero miró y no vio nada ni a nadie a su alrededor, por lo que pensó que sería el aire. Entonces se volvió a cubrir la cara con sus manos y siguió llorando. 7
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—Hola, no llores —escuchó de repente una voz muy flojita. —¿Quién está ahí? —preguntó Julita. —Hola —volvió a responder la vocecilla. Julita se preguntaba qué estaba pasando allí y de dónde vendría esa voz, y preguntó: —¿Hay alguien ahí? —¡Hola! De repente, Julita empezó a ver a su alrededor a unos seres pequeñitos, luminosos y con alas, como si fueran mariposas, y se sorprendió muchísimo. ¿Qué serían esos pequeños seres que le hablaban? Entonces decidió entablar una conversación con ellos. —Hola, ¿quiénes sois? —Hola, somos tigüis. —¿Tigüis?, ummm… ¿qué son tigüis? 8
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—Somos un pueblo de seres diminutos y alados que nos encargamos de cuidar los árboles de este bosque. —Entonces, ¿sois como las hadas y los gnomos? —Algo parecido, ellos son nuestros primos lejanos. ¿Te has encontrado alguna vez con alguno de ellos? —No, y pensaba que no existían, solo los conozco de los cuentos que he leído. —Pues sí que existen igual que nosotros, como puedes ver. Cada uno tenemos nuestra tarea en el cuidado de la naturaleza. —Y vosotros, ¿dónde vivís? —Vivimos aquí en el bosque. —Sí, pero vuestras casas ¿dónde están?, porque yo he estado muchas veces en el bosque y nunca he visto las casitas pequeñas en las cuales supongo que viviréis. 10
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—Tampoco nos habías visto nunca a nosotros, y hemos estado siempre aquí en el bosque. Julita asiente y dice: —Es verdad. Pero entonces, ¿dónde están vuestras casitas? —Pues están escondidas en los troncos de los árboles y debajo de sus raíces. —¡Aaah…, bueno! ¿Y tenéis nombres? —Sí, claro, ja, ja, ja… —sonríe una jovencita tigüi—. Yo me llamo Sali, y estos tres son mis amigos Clari, Pinchi y Lipi. Y tú, ¿cómo te llamas? —Yo me llamo Julita. —¿Y por qué estabas tan asustada y gritando? —Porque estaba jugando con mis amigos, me he perdido en el bosque y no sé cómo volver para poder ir a casa. 11
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—¡Oooh, pobrecita! —Pero ahora que os he encontrado me siento más tranquila. ¿Solo sois cuatro tigüis? —No, ja, ja, ja…, somos muchísimos más, un pueblo numeroso repartido por todos los continentes y dedicados a cuidar los árboles de los bosques de la Tierra. En este bosque vivimos una comunidad de unos doscientos tigüis. —¿Y podría ver vuestro poblado, por favor? —No, Julita, pero no porque no queramos, sino porque tú eres demasiado grande para poder entrar el tronco de un árbol. —Jooo… —exclamó Julita. —Pero podemos avisar a nuestros familiares y amigos para que los puedas ver y conocer. 12
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Julita se alegró muchísimo y dijo: —Sí, sí, por favooor. Una de las tigüis se adentró en el interior de un tronco, y en cuestión de unos segundos empezaron a salir tigüis de los troncos de los árboles. Julita se quedó impresionada y con la boca abierta. De repente apareció un tigüi muy mayor, con el pelo y la barba blanca, y se acercó a Julita. —Hola, niña humana. —Hola. —Yo soy Pron, el jefe de esta comunidad de tigüis, junto a mi esposa Lina, que es aquella que está allí. —Hola —dijo Lina. —Encantada y sorprendida de conoceros —respondió Julita. Entonces Pron tomó la palabra: 13
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—Nuestros antepasados llevan miles de años protegiendo los árboles de este bosque, y en todo este tiempo el contacto con humanos ha sido muy escaso. Solamente nos han podido ver seres humanos que eran puros de corazón, y si tú has conseguido encontrarnos, es porque lo eres, y espero que esto no se pierda a medida que vayas creciendo. —Me siento muy afortunada, y me gustaría saber si podría venir a visitaros de vez en cuando y ayudaros a cuidar de este bosque —respondió Julita. —Por supuesto, siempre y cuando no le cuentes a nadie nada de nuestra existencia y sigas siendo una niña de corazón puro. Esta es la única condición, y mientras se cumplan estas reglas, podrás venir a visitarnos y ayudarnos a cuidar del bosque —le dijo el viejo Pron. 15
Ocho Suricatos
Una niña se pierde en un bosque mientras juega con sus amigos, y encuentra unos pequeños seres alados, los tigüis, que le cuentan quiénes son y la ayudan a salir del bosque. Desde ese momento, la niña colabora con ellos en la labor que desarrollan, hasta hacerse mayor y distanciarse de ellos. Después de un tiempo sin verse, retoman la amistad para llevar a cabo una gran acción, que salvará al bosque de su destrucción. Valores implícitos: Una historia entrañable que mezcla lo real y lo imaginario para transmitir una serie de valores muy necesarios en nuestros días, como serían el cuidado y respeto de la naturaleza, que es el «hogar» de la humanidad; el compromiso, el respeto a los demás, la amistad y la ayuda a los que lo necesitan. Todos ellos son valores imprescindibles para poder crear un mundo mejor que el actual.
ISBN 978-84-18017-57-5
A partir de 8 años 9 788418
017575
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