Estábamos ya finalizando el año 2019 y en casa se acordó que iríamos a visitar a nuestra familia, que vivía en otro país. Ese año pasaríamos la Navidad con mi tío, su esposa Juli y la familia de ella. Todos ellos se habían ido a vivir a Escocia y hacía algunos años que no los veíamos.
Los abuelos y yo estábamos emocionados, y más aún porque estaríamos allá en Navidad. Era seguro que ese año el Niño Jesús (o Santa, como le dicen casi todos en mi escuela) dejaría en el árbol de allá nuestros regalos. Aún no habíamos decidido qué pedirle, pero sí sabíamos que debían ser cosas que no tuviésemos y necesitásemos de verdad en ese país, sobre el cual ya nos habían contado que no era calentito como el nuestro.
Llegó el día tan esperado de nuestro viaje. Fue un trayecto muy largo, pero la alegría que producía en nosotros la cercanía de ese encuentro con el tío y su familia hizo que pareciera corto.
Llegamos a Edimburgo al día siguiente de haber salido de nuestro país. Era de noche y todos nos estaban esperando en el aeropuerto: mi tío Hugo, la tía Juli y también el Sr. Julio y la Sra. María, los padres de ella. Como ellos eran los padres de mi tía, yo les decía abuelos…
De allí nos fuimos a la casa. Iwy quería ir primero a un supermercado, pero creo que la alegría de ver a su hijo y a la familia hizo que se le olvidara tan anhelado deseo. Ya habría tiempo para eso...
Al llegar a la casa, todos nos quitamos nuestros abrigos y observamos que mis tíos y los abuelos de allá se pusieron unas largas batas de mangas, trenzadas a la cintura, similares a la que la abuela Choco usaba en nuestra casa para salir de la ducha. Parecían calentitas porque, mientras nosotros sentíamos frío de pies a cabeza, ellos estaban relajados y nos ofrecían bebidas frías para brindar.