Cuenta la leyenda que, hace muuucho tiempo, en lo alto de la montaña de mi pueblo, vivía una bruja que se llamaba Taraxacum. Gracias al agua mágica de un pozo que ocultaba en una cueva, ya fuera la estación que fuese, todo el jardín que rodeaba su casa relucía por los llamativos colores que tenían sus amadas flores que, junto a los animales del bosque, la adoraban, ya que viviendo junto a ella nunca hibernaban.
Por fuera, era como las demás: fea y tenebrosa, pero por dentro era toda bondad. Siempre estaba de buen humor; por mucho que los niños fueran a fastidiarla, ella siempre respondía con su sonrisa desdentada.
Un día de frío invierno, todos los niños del pueblo enfermaron. Empezaban con altas fiebres hasta quedarse desvanecidos y atrapados en un profundo sueño sin salida, sonambulando, sin ser conscientes de los peligros que les rodeaban en la realidad.
Uno de los niños que enfermó, sin saber nadar, se metió en el río con el agua casi congelada. Otra niña creía volar como las hadas de sus cuentos, buscando alturas para batir sus alas. Otro, por las noches, se adentraba en lo más profundo del bosque y aullaba a la luna buscando su manada; y así un sinfín de casos, no quedándoles más remedio que encerrarlos en sus dormitorios para que sus sueños no les hicieran daño.
