MIRAR ATRÁS Lourdes Martínez Latorre
Madrid, 12 de julio de 2010
Dicen que todo esfuerzo tiene su recompensa y así es. Habían transcurrido unos años muy intensos. Fueron noches en vela estudiando, fines de semana encerrados en casa mientras los compañeros salían a divertirse, comida rápida para aprovechar al máximo el poco tiempo que tenían para ellos mismos, para su relación… A pesar de ello, aunque su vida social se había visto afectada, finalmente, había llegado el día y había merecido la pena. Después de seis largos años, se graduaban como médicos en la facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid.
Sandra Gutiérrez siempre había querido dedicarse a la medicina. De pequeña jugaba con su hermana mayor, Isabel, a ser médicos y pacientes. Ya de niña tenía las ideas bien claras. En el colegio los maestros siempre decían que era una estudiante ejemplar, perseverante y trabajadora hasta conseguir sus objetivos. A diferencia de su hermana, Sandra, tenía un aspecto delicado, era menuda y delgada. Su cabello era castaño claro y lacio y sus facciones finas y diminutas. Había heredado el color de los ojos de su padre que, según como daba el sol, cambiaban de marrón avellana a verde oliva. Era una chica muy sencilla, le gustaba vestir cómodamente y era habitual que usase pantalones vaqueros, jerséis holgados y calzar zapatillas Converse. El padre de Sandra, José Gutiérrez, trabajaba como taxista y Pilar Medina, su madre, empezó a trabajar como modista cuando las niñas cumplieron doce y dieciséis años, pues con un sueldo no bastaba para salir adelante. Además, la crisis económica en la España del 2008 había provocado una importante bajada de los salarios que afectó a todos los sectores económicos del país y en 2010 la economía seguía resentida. Al fin y al cabo, lo que querían José y Pilar era que sus hijas tuviesen la oportunidad que ellos no habían tenido, poder estudiar y tener una vida más acomodada.
Sandra, consciente del gran esfuerzo económico que hacían sus padres por ella y anteriormente por su hermana, dedicaba su tiempo al logro de sus estudios, a sacar las mejores notas y no defraudarlos. Pablo Espinosa Ledesma era el pequeño de cuatro hermanos, todos ellos médicos y varones, hijos del prestigioso y respetado cardiólogo Ricardo Espinosa. Pese a que su familia podía permitirse más caprichos que otras, habían educado a sus hijos mediante el valor del esfuerzo, a trabajar duramente para conseguir cualquier meta y, además, priorizaba el respeto hacia los demás como aspecto fundamental para crecer como persona. Como todos sus hermanos, Pablo era un chico alto, y aunque no practicaba ningún deporte, físicamente se veía fuerte. Tenía una genética privilegiada. Debido a la diferencia de edad con respecto a sus hermanos, su madre lo trataba como si fuese un niño pequeño, con lo cual, el joven crecía sobreprotegido, algo que no le ayudaba demasiado, ya que le costaba mucho tomar decisiones por sí mismo. Era un chico tímido e inseguro en la mayoría de las ocasiones. Ocurrió como un amor a primera vista. Sandra se dirigía a su primera clase de Microbiología. No tenía claro qué asiento tomar cuando Pablo, con mirada tí-
mida, le dijo que podía ocupar la silla de al lado. Se hicieron inseparables. Sandra iba muchas veces a casa de Pablo para estudiar y repasar los exámenes. El padre de este les ayudaba de manera especial, puesto que era muy buen médico. Al poco tiempo se dieron cuenta de que estaban hechos uno para el otro y empezaron una bonita relación de pareja.
Aldover, 24 de abril de 2022
11:00h
Se podría decir que era uno de los días más calurosos
de aquel mes de abril. Los rayos de sol hacían que la pequeña villa de Aldover brillara como nunca. Parecía como en una postal, de esas que se venden como souvenir. Durante el mes de marzo había llovido extraordinariamente, los árboles y el río habían cogido un tono imperioso y el conjunto que formaba era radiante: un verde olivo característico de la zona. En Aldover residen 911 habitantes, la mayoría de ellos de edad avanzada. Siempre ha sido un pueblo tran7
Lourdes Martínez Latorre
quilo, en los que nunca pasa nada extraordinario. El lugar perfecto para aquellos que son amantes de la naturaleza y la tranquilidad, ajeno al bullicio de las grandes ciudades o del turismo costero, tan demandado en los últimos años, un lugar de retiro para aquellos que necesitan unos días de calma e incluso para los que quieren terminar sus días de vida con pausa, sin prisa. No había nadie por las calles. El sábado 23 de abril se había celebrado la festividad de Sant Jordi, festejada en toda Cataluña, y aunque las fiestas en el pueblo son en septiembre, siempre se celebra este día de manera especial, puesto que Sant Jordi es el patrón de esta pequeña localidad. Así pues, los doverencs (así llaman a sus habitantes) estaban ese día soportando la resaca de la fiesta en sus casas, ya que el día anterior la fiesta en el pabellón municipal se había alargado hasta las tantas de la madrugada. —¡El niño está insoportable! —exclamó Julia. —Bueno… voy a decirle que prepare su bicicleta y lo llevaré a dar un paseo —contestó Carlos con desgana. —Tener hijos es muy bonito, pero son para siempre —repetía constantemente Carlos a sus amigos solteros o a aquellos que no tenían niños—. Necesitan atención las 24 horas, aunque estés cansado, o como aquel día con resaca. —Así pues, no quedaba otra que pasear con Marc y su bicicleta por el pueblo. Estaban bajando por la calle que lleva hacia el mirador 8
Mirar atrás
que da al río. A sus cuatro años Marc era un experto montando en bici y Carlos no contaba con su mejor día para correr detrás de él, a pesar de ello, no quedaba otra opción, con los niños ya se sabe, no puedes despistarte ni un segundo. «¡Quién me mandaba beberme seis cubatas!» decía para sí mismo. Mientras el pequeño correteaba por la zona donde montan la plaza de toros en septiembre, Carlos se fijó que entre los árboles que bordean el río se asomaba un bulto, aunque no podía distinguir bien de qué se trataba. Desde la distancia, no fue hasta que estuvo cerca cuando se percató de que allí yacía el cuerpo de una mujer. Primeramente, se aseguró de que el niño estaba lejos, no quería que vivenciase a su temprana edad el suceso. Intentó cerciorarse del estado en que se encontraba la mujer hallada y fue entonces cuando reparó en que el cuerpo se encontraba sin vida. Se sobrecogió, pero pudo reaccionar de manera resolutiva llamando de inmediato al 112. Tras la llamada desde su teléfono a emergencias, no tardó en llegar una unidad de los Mossos d’Esquadra de Tortosa.
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Madrid, 22 de diciembre de 2013
Sus sueños se estaban cumpliendo. Estaba junto al
hombre que amaba y las familias de ambos mantenían una buena relación. Asimismo, a finales de año ambos terminarían el MIR y estaban ya en el último año como médicos residentes de medicina interna en el Hospital Universitario Santa Cristina de Madrid. Tenían opción de seguir trabajando en el mismo lugar y esto era una gran suerte. Habían reformado un apartamento, propiedad de los padres de Pablo, en el distrito de Salamanca, entre el paseo de la Castellana y El Retiro, pero, aun así, Sandra sentía que le faltaba algo, no era del todo feliz. 11
El 24 de abril de 2022, el día amanece tranquilo en el pequeño pueblo de Aldover. Se respira un ambiente cálido y calmado, apenas se escucha nada por las calles, todos están en sus casas descansando después de una noche llena de diversión en el pabellón municipal de la localidad, donde se celebran las fiestas patronales de Sant Jordi. Cerca de la zona del embarcadero que da al río, Carlos pasea tranquilamente con el pequeño Marc cuando de pronto halla el cadáver de una mujer; tras llegar los agentes de los Mossos d’Esquadra, todo indica que esta no ha sufrido una muerte natural. Pronto, las cadenas de televisión comarcales empezarán a hablar del escenario de un crimen. El equipo de investigación de la zona tendrá que trabajar duro, el inspector Ballester y la subinspectora Valls no descansa-
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