Me llamo Carlota, tengo 8 años y siempre he sido una niña tímida y vergonzosa que intenta pasar desapercibida. Aunque llevo con los mismos compañeros desde infantil, solo tengo una amiga, Vera, que al contrario que yo, es muy abierta y nada tímida.
Era el primer día de clase y yo estaba muy nerviosa; me ocurría siempre que empezaba el curso, hasta me dolía el estómago de los nervios. Pero, una vez que empezaban las clases, se me pasaba.
Tenía muchas ganas de ver a Vera y, cuando nos encontramos en la fila, nos dimos un gran abrazo.
Teníamos una profesora nueva que no conocíamos; era bajita, regordeta, con gafas y muy, muy guapa. Cuando entramos en clase, la profesora nos fue dando un abrazo uno a uno y eso a mí me encantó. Además, olía de maravilla.
Después se presentó, se llamaba Luz y nos dijo que era nueva en el colegio y también estaba un poco nerviosa, pero que tenía muchas ganas de conocernos y enseñarnos muchas cosas, especialmente sobre las emociones. Yo no entendí muy bien lo que quería decir, pero seguí escuchando.
Nos dijo que nos presentásemos de uno en uno y dijésemos algo que nos gustase de nosotros mismos y algo que nos gustaría mejorar. Empezó ella diciendo:
—Me llamo Luz y una cosa que me gusta de mí es que soy muy observadora y algo que me gustaría mejorar es ser más ordenada.
Mis compañeros empezaron a presentarse y cada uno decía cosas distintas, pero cuando llegó mi turno, dije mi nombre, me quedé en blanco y no supe qué más decir. Luz se acercó a mí y me preguntó:
—¿Qué es lo que más te gusta de ti, Carlota?
Y yo le dije:
—No sé, nada.
—¿Cómo que nada? Seguro que hay muchas cosas de ti que te gustan; lo que ocurre es que no sabes verlas, pero no te preocupes, que en este curso vas a aprender a ver todas las cosas buenas que tienes —y cariñosamente me acarició la mejilla.