

OJOS DE ACEITUNA
Una mirada amable al alzhéimer del abuelo
Me llamo Carla y os voy a contar
lo que pasó en mi casa cuando tenía once años. Esta es la historia de mi abuelo Julián, una persona muy importante en mi vida, que comenzó a cambiar a causa del alzhéimer, una enfermedad cuyo nombre apenas sabía pronunciar. A través de mis recuerdos, reflexiono sobre cómo esta enfermedad afectó nuestra vida familiar y cómo, tras su traslado a una residencia, encontré consuelo en mi vocación como maestra de Educación Especial. Esta historia no es una visión clínica, sino un relato íntimo de lo que significa amar y acompañar a alguien que empieza a perderse en sus recuerdos.
Valores implícitos
La historia subraya la importancia del amor familiar, la paciencia y la compasión ante la enfermedad de un ser querido. Carla aprende a valorar los momentos compartidos con su abuelo, incluso cuando la memoria comienza a desvanecerse. La transición a la residencia es un momento difícil, pero la familia se mantiene unida, mostrando cómo el amor puede adaptarse y perdurar. Carla convierte esta experiencia en una fuente de empatía y apoyo para los demás.
Raúl González Sandonís
Ilustraciones de Juan Jesús Bonilla Ruiz
OJOS DE ACEITUNA
Una mirada amable al alzhéimer del abuelo


Me llamo Carla y os voy a contar la historia de lo que ocurrió en mi casa cuando yo tenía once años.
Vivía con mi padre y mi madre en un pequeño pueblo. Lo mejor de vivir en un pueblo es que también estaban allí mi abuelo, mis tíos y mis primos.
Todos juntos formábamos una gran familia.
Pero esta no es mi historia, es la historia de mi abuelo…
Desde joven, trabajó en el campo, cultivando la tierra para poder llevar comida a casa.
Era un trabajo duro, pero le gustaba mucho.
Mientras tanto, mi abuela se encargaba de la casa y cosía.
¡Era muy hábil con su vieja máquina de coser!
O eso me han contado, porque yo no la conocí…
Cuando nací, mi abuelo se puso muy contento.
Yo era su primera nieta y quiso que me llamaran Clara, como mi abuela, pero al final desordenaron un poco las letras.
Tengo muchos recuerdos bonitos con mi abuelo…
Él me enseñó a montar en bicicleta, a jugar al ajedrez y a las cartas.
Nunca imaginé que esos recuerdos felices pronto se convertirían en los únicos que tendría con él…


Nos empezaron a decir que pasaban cosas raras:
—Julián no ha sabido cuánto le tenía que devolver —nos decía el tendero cuando iba a hacer la compra.
O…
—Cuando echamos la partida en el bar, no da una —se quejaba Juan, su amigo de toda la vida.
No me lo podía creer: la persona que me enseñó todo lo que sé de las cartas —y a la que nunca gané— ahora no era capaz de jugar con sus amigos, algo que había hecho millones de veces.
Mi madre habló con mis tíos y les contó todo lo que estaba pasando:
—¡Exageras! —dijo Alberto—. Papá está perfectamente.
—Seguro que no es para tanto —dijo Marina—, son cosas de la edad.
Así pasó el tiempo y esos despistes fueron a más. A no saber dónde estaban las llaves se le sumaron otras cosas…


Carla reflexiona sobre los últimos años de su abuelo con alzhéimer, desde la convivencia familiar hasta su vida en una residencia, y cómo, a partir de su dolor, encontró la fuerza para ayudar a otros.