BALCEI 191

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editorial

Balcei 191 septiembre 2020

#alcorisasaleunida

QUEREMOS, NECESITAMOS PROYECTOS ILUSIONANTES

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urante los meses duros de esta pandemia del Covid-19, solamente tuvimos tiempo para defendernos del miedo, matar las horas con un ocio hambriento, abrir balcones para cerciorarnos que el vecino estaba como nosotros y aplaudir a unos profesionales de la sanidad a los que, cuando ya casi salíamos de un mal sueño, hemos olvidado sin seguir con disciplina las advertencias y pautas que nos marcaron para una «nueva normalidad» (nos consuela ocultar la realidad cruda y dura con eufemismos amables). Hoy, nuestra confianza en esa «nueva normalidad» ha sido arrinconada por una realidad donde el miedo reverdece a la misma velocidad del incremento de los contagios. Pero no podemos volver a esconder la cabeza en la tranquilidad de nuestras casas. Es necesario asumir las molestias de convivir con un virus destructor y pensar que tenemos que hacer un esfuerzo para construir realidades nuevas, aunque estas vengan lastradas por unas circunstancias negativas. Nuestra comunidad de Alcorisa, como otras tantas, necesita recomponerse y pensar en el futuro. Pero no el de hoy para mañana, sino el que se debe perfilar a medio y largo plazo. Todo, porque se trataría de proyectos meditados, de una necesidad y oportunidades básicas, que sostengan con garantías la vida y el crecimiento de nuestro pueblo, que no sean efímeros y de soluciones puntuales o parciales. De la misma manera que una vida personal o de grupo necesita, además de los proyectos para comer y vivir en el hoy y el ahora, una proyección vital hacia un futuro alcanzable a medio y largo plazo, un pueblo no puede vivir solamente de un «presentismo», instalado en el «vive hoy y mañana Dios dirá». No puede alimentar el futuro de sus vecinos manteniendo solamente lo alcanzado; y menos cuando lo alcanzado fracasa, tiene vida corta, o no garantiza el futuro estable de una gran parte de sus habitantes. Todo esto es más sangrante cuando tenemos el alma colectiva molida por los acontecimientos recientemente vividos; por los desmantelamientos de industrias importantes, que se intentan compensar con alternativas que se programan a costa de esquilmar irreversiblemente el territorio; y con la falta de futuro para una juventud que, paradójicamente, intentamos que se forme bien, aunque no sabemos para qué ni para quién. Así, esta larga reflexión, justificativa de los males endémicos que nos atacan, tiene que llevarnos a que las asociaciones, los grupos de gentes que se mueven por nuestro pueblo, los jóvenes y los viejos, con el Ayuntamiento y las instituciones a la cabeza, abramos debates, reflexiones, discusiones, observaciones y todo lo demás que pueda conducirnos a materializar unas propuestas que atiendan a nuestro medio y largo plazo. Sin miedo, rompedoras, pero sensatas. Y, sobre todo, realistas, encarnadas en el territorio y contando con lo positivo que pueda enseñarnos nuestra historia reciente, nuestros modos de vida y la potencialidad natural, cultural y humana de nuestra tierra. Y que se expongan, se discutan, se aprueben y obliguen a las autoridades competentes a mojarse y dar respuestas. Respuestas que vayan más allá del «lo estudiaremos», «nombraremos una Comisión de estudio», «leeros los estudios teóricos de la Universidad X». Con todo ello, también es posible que enganchemos a una juventud que, con sus salidas a estudiar, empieza a desencantarse del futuro que su pueblo pueda brindarles, marchándose a iniciar el desarraigo y llevándose consigo la riqueza de su formación y la inversión que en ellos han realizado sus familias. Empecemos también por preguntarles y decirles que no se pueden inhibir del futuro a medio y largo plazo de la tierra que los ha visto nacer. Recoger ideas, debatirlas desde la realidad que nos envuelve y echarle agallas y motivación para defenderlas. Entre todos, nos ilusionaremos por nuestra comunidad, sin escribir cartas a los Reyes Magos o comprar boletos a una lotería mientras nos lamemos las heridas de la impotencia. Porque si no lo hacemos, si nos declaramos impotentes diciendo «bah, toda la política es una mentira, los políticos no nos hacen caso, esta tierra no da para más, vivimos lejos de los centros de decisión, etc» y, lo que es todavía peor, «quita, quita, que me dejen en paz; yo no me meto con nadie y ya tengo mi sueldo asegurado, si no es aquí, en otro lugar», entraremos en un vacío existencial (sí, las comunidades también pueden padecer esta enfermedad), que nos llevará a la nada. Y la nada es eso, la nada.

Tiempo de inquietudes y esperanzas.


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