BP Nº4, Octubre 2018 | La competición de las estrellas

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BALร N EN PROFUNDIDAD

Nยบ04 OCTUBRE 2018 _revista digital


BALÓN EN PROFUNDIDAD

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BALÓN EN PROFUNDIDAD I NÚMERO 3

DIRECCIÓN Y COORDINACIÓN Daniel Souto

edición Daniel Souto

redactores Albert Blaya Alberto Graña Christian Sánchez Andrés Sánchez Edgar Faroh Jordi Cardero Pau de Castro Unai Valverde

diseño Iván De Sales. www.ivandesales.com

Proyecto web www.balonenprofundidad.com

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lo mejor de bp en septiembre

- El Real Madrid de lado a lado -

- Modric en la mediapunta -

- Leo nos la descubrió -

- Un derbi de ajedrez en el Villamarín -

- Frenkie de Jong, todo o nada -

- El mejor ataque es una buena defensa -


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Y SEIS 6 CINCUENTA AÑOS DE MALDICIÓN.

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LA TRIPLE CORONA QUE CAMBIÓ EL FÚTBOL.

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LA GUINDA DEL PASTEL REALISTA SE LA COMIERON EN HAMBURGO.

PROLONGADO LETARGO DE 20 EL QUIEN BESÓ EL CIELO.

26 UNA ESTRELLA FUGAZ.


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EL TIEMPO AÑADIDO PERPETUO.

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CUANDO EL MADRID DIO LA ESPALDA A LA CHAMPIONS... Y VICEVERSA.

ESTAMBUL A EIBAR, 40 DE CREER EN EL FÚTBOL.

44 UN SUBMARINO CON ALAS. 50 SIN SABER CÓMO.


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SL BENFICA

_ Cincuenta y seis años de maldición. _

No son pocas las ocasiones en que ocurren cosas difíciles de explicar en el mundo del fútbol. Tratándose de un deporte, las sorpresas en forma de victoria totalmente inesperada, las remontadas épicas tienen cabida de forma más habitual. Sin embargo, aquel suceso más ‘paranormal’, aquel al que no encontramos una explicación lógica, también suceden en el balompié, aunque con menos frecuencia, y en estas líneas desarrollaremos uno de estos casos.

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TEXTO DANI SOUTO TWITTER @DANIISOUTO

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logró volver a sentirse campeón en el continente. No se puede aplicar por tanto este aciago destino a un único motivo de un momento concreto. ¿O sí?

orría la temporada 1960/61 cuando conoceríamos un nuevo campeón en Europa, el primer equipo que lograba poner fin a la tiranía blanca del Real Madrid de Di Stéfano, Gento, Puskas y compañía tras alzarse campeón en las cinco primeras ediciones de este preciado trofeo. El Benfica de Béla Guttman recogía el testigo venciendo en la final conocida como ‘la final de los postes cuadrados’ pues, tras cuatro disparos a los palos de los blaugrana, la victoria por la mínima frustró aún más a todo jugador y aficionado culé. Este mismo Benfica, con un joven Eusébio en sus filas, reeditó campeonato la temporada siguiente ante un Real Madrid que tenía ganas de revancha y de volver a ser dominador en el Viejo Continente. Sin embargo, un doblete del propio Eusébio contribuyó, junto al gran trabajo de sus compañeros, a hacer inútil el hat-trick que firmó Puskas para los blancos, asegurando un doblete histórico para el Benfica y consiguiendo el mayor logro en sus vitrinas: dos Copas de Europa.

El último técnico campeón en Europa con el Benfica, el ya citado Béla Guttman, tiene parte importante en esta historia y en la del propio club lisboeta. El entrenador húngaro llevó hasta la gloria a las águilas y por ello, tras el doblete cosechado en 1962, Guttman creía ser merecedor de un aumento de sueldo. Sus logros copaban el asombro en el continente y hacían que fuera un técnico verdaderamente venerado y reconocido por sus homólogos. Sin embargo, en el club no creían conveniente esa subida, ni tampoco su actitud al exigirla. Por ello, tras unas arduas negociaciones, el club portugués decidió prescindir de sus servicios esa misma temporada, al poco de haber elevado al cielo de Ámsterdam -donde se disputó la final del segundo entorchado- el último trofeo continental del Benfica. Tras el sorprendente despido, el técnico húngaro descargó su rabia en unas declaraciones que aún hoy, 56 años después, perduran y mantienen su vigencia: “En cien años ningún club portugués logrará ser Campeón de Europa, y sin mí, el Benfica nunca logrará alzarse con ningún título continental”. Unas duras declaraciones que, dado el momento en que se dijeron, con la gran plantilla que él mismo había construido, y la longevidad de su profecía -algo tan lejano en el momento como cien años hacia el futuro- no hicieron más que provocar burlas tanto en la prensa de la época como en el aficionado general. Aunque con el paso de los años, y tras las primeras derrotas en finales, ya en la edición siguiente de 1963 mismamente, el maleficio fue tomando un peso importante en la mente de los seguidores lisboetas. Incluso el propio Eusébio llegó a ofrecer una ofrenda floral en la tumba del téc

Dos Copas de Europa que suenan muy lejanas más de 50 años después. Extraña precisamente que, tras tanto tiempo, y tratándose de un club tan dominante en su competición doméstica, el Benfica no haya sido capaz de ganar ningún trofeo europeo desde entonces. Y oportunidades en más de esta mitad de siglo no le han faltado. Los lisboetas han llegado ni más ni menos que a ocho finales continentales; 5 en Copa de Europa y 3 repartidas entre Copa de la UEFA y Europa League, y en todas ellas acabó con la vitola de finalista. Esto no responde a un único factor, pues generaciones de futbolistas y técnicos muy diferentes fueron alcanzando dichas finales sin ningún éxito. Equipos de distinta naturaleza y estilo, momentos históricos del fútbol y la sociedad muy variados y en ninguno de ellos el Benfica

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un Manchester United que tres temporadas después, dirigidos por Best y Charlton en el campo, vencerían a los lisboetas en una nueva final, dando continuidad a la maldición. Tras esa eliminación en cuartos y un año en blanco por parte del Benfica, Guttman fue de nuevo despedido.

nico húngaro con la esperanza de que les perdonase para que el Benfica pudiese vencer en una nueva final. Pero esto, aún hoy, no ha llegado a suceder. También es cierto que la rotunda afirmación de Guttman pareció focalizarse sobre todo en su Benfica, quizás por la rabia personal que sentía hacia el club en ese momento, pues desde entonces el Porto tomó el relevo de los lisboetas en Europa, logrando a día de hoy dos Copas de Europa (una de ellas en formato Champions League) y dos Copas de la UEFA (una de ellas en formato Europa League). Cuatro trofeos que permitieron a la ciudad norteña de Oporto superar en palmarés europeo al gigante capitalino, algo que allá por la década de los 60, con el temible Eusébio comandando en el césped lo que Guttman dirigía y creaba desde el banquillo, parecía totalmente impensable. Es cierto que existe una opción al matiz, pues el propio Guttman volvió a dirigir al club lisboeta pocos años después, en la temporada 1965/66, pero la maldición pudo con el mismo que la había pronunciado. Con el conjunto de las águilas, en esa campaña, Béla no logró superar los cuartos de final ante

Una maldición que perdura y que en el presente también tiene su peso, incluso en una competición de reciente creación y que ni el propio Guttman podía prever: la UEFA Youth League. Como una de las canteras más prolíficas del continente, el Benfica traslada su buen hacer en la Champions League juvenil, con equipos siempre potentes y con opciones, pero que, al tratarse de competición europea, corren la misma suerte que los sénior. Con tan solo cinco ediciones disputadas, el Benfica llegó a dos finales, pero no hace falta decir cómo acabaron. Si seguimos al pie de la letra lo dictaminado por Guttman, al Benfica “solo” le quedan 44 años más de maldición. Veremos si el húngaro consigue perdonarles en su próxima final continental para dar fin a una maldición que cincuenta y seis años después nadie se toma a broma

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AJAX ÁMSTERDAM

La triple corona que cambió el fútbol

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scasos equipos de fútbol pueden presumir de haber conseguido una triple corona europea consecutiva en la Liga de Campeones. En esencia, solo han sido tres equipos los que lo han conseguido: el Ajax de Ámsterdam, el Bayern de Múnich y el Real Madrid por dos veces. Este año asistimos a un hito del fútbol moderno, ya que nadie había conseguido levantar tres Champions League, en su nuevo formato, de forma consecutiva. El Real Madrid lo consiguió certificando una tiranía en la competición que no se observaba desde los años 70. En esa década ya pasada, Ajax y Bayern se disputaron el dominio europeo, así como el mundial a nivel de selecciones nacionales. Las dos potencias asomaron la cabeza en cuanto a éxito europeo en esa década de los 70, pero sería el Ajax de Ámsterdam el equipo que pasaría a la historia por algo más que su éxito. Los neerlandeses serían recordados por su forma de jugar al fútbol, un estilo novedoso y evolucionado de equipos pasados y venerado gracias al éxito que consiguió la entidad. Como todo triunfo en el mundo del deporte, este se comenzó a cocer muchos años atrás. Varios son los nombres que se deben mencionar en aquel equipo que cambió la forma de entender el fútbol como deporte y el primero de ellos quizá sea el menos conocido. Johan Cruyff cambió la forma de entender el fútbol del FC Barcelona en todos sus estamentos, marcando un estilo desde los equipos más jóvenes. Esa forma de concebir el trato de la pelota y llegar al gol fue concebida en su Ajax de principios de los 70. Rinus Michels, su mentor y entrenador en esa etapa tierna de su carrera, le adoctrinó en esa filosofía. Sin embargo, para llegar al fondo de la cuestión hay que excavar aún más. Esas influencias y forma de pensar de Rinus Michels las adquirió de Jack Reynolds, un británico que se quiso separar el inmovilismo inglés en lo que a pensamiento y estilo se refiere.

TEXTO CHRISTIAN SÁNCHEZ TWITTER @DELABLANCA10

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él, Michels mimó a Cruyff bajo su filosofía de juego. Bajo esa forma de jugar, Johan Cruyff se convirtió en uno de los mejores jugadores de toda la historia, llevando al Ajax a su primera final de Copa de Europa en el año 1969.

Reynolds recaló en la entidad de un Ajax de Ámsterdam apenas conocido en la época a nivel continental. Como formador y técnico, el británico quiso dar forma a un proyecto dentro del club neerlandés. Configuró una forma de jugar desde la base, para que la adaptación a los equipos mayores fuera más sencilla y la entidad dispusiera de un sello personal en cuanto a estilo y forma de juego. Jack Reynolds había sido influenciado por la orquesta futbolística que supuso el ‘WunderTeam’ austriaco al mando de Sindelar y, años después, por la grandísima Hungría de los Puskas, Czibor o Hidegkuti que tuvo su zénit futbolístico en los años 50. La desgracia de la guerra y del propio fútbol impidió que aquellos equipos de leyenda fueran reconocidos por todos al no poder conseguir un título importante.

La historia parecía repetirse cuando en aquella final el conjunto neerlandés fue vapuleado por el AC Milan. Nuevamente, esa gran forma de entender el fútbol parecía no llegar al éxito merecido como en los años 30 con Austria o en los 50 con Hungría. Para más inri, al año siguiente el Feyenoord, rival antagónico del Ajax, levantó la ‘orejona’, convirtiéndose en el primer equipo de los Países Bajos en conseguir tal trofeo. Ese hecho sacó a relucir la rabia de un equipo que en 1971 vencería al Panathinaikos en la final de la Copa de Europa, llegando así al éxito perseguido y mostrando al mundo una forma de jugar nunca antes vista. Tras ese gran logro, Rinus Michels decidió abandonar el equipo y es en ese momento donde llega el último personaje de renombre en la evolución de ese equipo de leyenda.

Unos extremos muy abiertos, con habilidad para el desborde y velocidad, además de gran toque de balón. Jugadores que tuvieran la técnica y visión para dotar de cierta fluidez por denEl Ajax concebido por tro, además de interpretar Reynolds aunaría las in- los movimientos adecuados para generar espacios. fluencias recibidas de esos Eso, más una eminente dos conjuntos y evolucio- tendencia ofensiva, eran naría su concepción de la las principales caracterísmano de Rinus Michels y ticas de la obra de ReyJohan Cruyff. nolds. El técnico británico tuvo a su cargo al Rinus Michels jugador, por lo que este mamó de lleno la idea futbolística de su entrenador. Una vez asumió el cargo del conjunto de Ámsterdam, Michels adoctrinó a su equipo en base a las ideas que Reynolds le había inyectado, añadiendo además un toque personal con varios aspectos clave: la no definición de posiciones, huyendo de lo estático e inmóvil, en un entramado guiado por la libertad donde todos atacaban y defendían y un nivel físico nunca antes visto hasta la época, necesario y obligado para llevar a cabo esa forma de juego. Todo esto bajo un 4-3-3 donde la movilidad y la presión tras pérdida eran una obligación.

El rumano Stefan Kovács asumió el cargo de un equipo en la cresta de la ola, algo nunca sencillo. Kovács hizo mejorar al equipo, en parte, gracias a una reubicación de Cruyff. El rumano quiso que el genio neerlandés estuviera más cerca de la creación de la jugada para luego tener libertad para llegar al área siempre que quisiera. Ese cambio no pudo ser más acertado, ya que con él en el banquillo el éxito europeo de aquel equipo de leyenda se prolongó dos años más. En 1972 se consumó la venganza del Ajax sobre el Feyenoord al levantar la Liga de Campeones en De Kuip, un título ganado en la final disputada en Rotterdam ante el Inter de Milán. El tercer entorchado europeo consecutivo llegó en Belgrado, frente a la Juventus de Turín. Los neerlandeses pasaron a tener el trofeo en propiedad gracias a esos tres triunfos consecutivos. A partir de ahí, la llama de aquel equipo se fue apagando con la salida de sus principales estrellas, las cuales se volverían a juntar, en gran medida, en la conocida como ‘Naranja Mecánica’ que se quedaría a las puertas de dos copas del mundo consecutivas gracias a una injusticia futbolística sin parangón. Pese a todo, ese Ajax de Ámsterdam de los años 70 puede presumir de ser más recordado por el legado futbolístico que dejó y por lo que ayudó a la evolución del fútbol moderno más que por las tres Liga de Campeones que consecutivamente levantó. La máxima competición de clubes a nivel europeo fue la vía que los neerlandeses utilizaron para cambiar el fútbol

Todo lo comentado queda muy bien pintado, pero llevarlo a cabo es otro cantar. Sin la figura de un líder que comande al equipo y motive a los suyos a darlo todo sobre el campo las cosas siempre son más difíciles. Por eso, nada de lo anteriormente comentado se puede entender sin la figura del Johan Cruyff jugador. A mediados de los años 60, Rinus Michels asumió el cargo de un Ajax de Ámsterdam que luchaba por no descender a Segunda División y donde comenzaba a ver la luz un jovencísimo extremo habilidoso de físico demasiado delgado. Igual que hizo Reynolds con

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REAL SOCIEDAD

La GUINDA DEL PASTEL REALISTA SE LA COMIERON EN HAMBURGO. TEXTO UNAI VALVERDE TWITTER @UNAAIVALVERDE

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Una fantástica generación de jugadores formados en Zubieta había cuajado por fin, para competir por todo y contra todos, dirigidos por Alberto Ormaechea. Sin embargo, lo que hubiera redondeado una época de oro y gloria, quedó en el olvido en aquella fatídica tarde de Hamburgo en 1983.

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l fútbol le estaba dando alas a un equipo modesto, de ciudad pequeña, de presupuesto bajo y con jugadores de la casa. La Real Sociedad de Alberto Ormaetxea estaba empezando a asustar en España ya que se metía entre los primeros de manera cada vez más continua, consiguiendo levantar su primera liga en la temporada 1980-1981, y la segunda consecutiva en la 81-82. Un hecho insólito e histórico sin ninguna duda. El equipo dirigido por Ormaetxea iba a pasar a los anales de la historia sin duda, tanto de la entidad txuri urdin como de la liga española de fútbol. Sin embargo, le faltaba algo para tocar el cielo y la gloria definitivamente, y era, nada más y nada menos, que dar la campanada en la Copa de Europa, triunfar en la competición europea por excelencia.

Llegan las ligas y la consagración en Europa Alberto Ormaetxea estaba consiguiendo lo imposible: hacerse grande en España. Llegó la famosa primera liga en el 81, en Gijón, con el gol de Zamora. Y al año siguiente de nuevo, como si de un grande histórico se tratara, la Real volvió a alzarse con el título de campeón de liga en España, esta vez venciendo en Atotxa. Dos títulos que daban a conocer el nombre de la Real Sociedad por toda Europa.

Los Satrústegui, Zamora, Gorriz, Ufarte, Arconada y compañía ya eran grandes, pero querían ser gigantes. Y el reto venía después, en la 82/83, queriendo asaltar Europa, la Copa de Europa, la competición más grande.

No era un reto sencillo ni mucho menos. Principalmente porque los donostiarras se planteaban las competiciones europeas como un premio, un regalo, una oportunidad de disfrutar y aprender que se les brindaba por haber ganado la liga española. Y eso, quieras o no, te limita a la hora de tener ciertas aspiraciones. Sin embargo, no importaba demasiado. La Real jugaba a fútbol muy bien y ganaba, y hacía vibrar a los suyos, y eso ya era suficiente.

Las dos anteriores temporadas con título hicieron que los grandes se reforzaran y dejaron a la Real en un segundo plano en el ámbito nacional aquella campaña, la cual finalizarían séptimos. La Real, sin embargo, se veía capacitada para dar el golpe en Europa, donde se vio emparejada con el “asequible” Vikingur islandés a primeras de cambio, en dieciseisavos. Los realistas no tuvieron demasiados problemas en apear a los campeones islandeses venciendo ambos partidos, el primero 0-1 en tierras nórdicas gracias al gol de Satrustegi, y el segundo por 3-2 en Atotxa donde marcaron Satrustegi, de nuevo, y Uralde por partida doble -que fue el Pichichi realista de la competición con 4 dianas-. Aquella primera ronda fue en septiembre del 82, con la temporada apenas empezada. Y la Real ya estaba en octavos de la máxima competición continental, mientras Athletic y Real Madrid se posicionaban en lo alto de la tabla de la liga con el Barcelona detrás pese a tener a Maradona.

El equipo realista de aquella gloriosa época sigue tatuado en las mentes de los aficionados, incluso en las de los que no vivieron aquello. Arconada, Celayeta, Gorriz (jugador con más partidos vistiendo la camiseta realista en la historia), Kortabarria, Larrañaga, Olaizola, Bakero, Diego, Zubillaga, López Ufarte, Uralde, Otxotorena, Orbegozo, Zamora, Satrustegi, Begiristain, Gajate, Biurrun, etcétera. Un equipazo, y de la casa.

Un proyecto ambicioso que venía de atrás y se alargó de distintas maneras La Real era un equipo modesto que se reveló ante los grandes. No fue cosa de un día, sino un resultado de un gran trabajo de años. Los primeros buenos resultados se vieron con Rafa Iriondo a los mandos en la 73/74, cuando lograron la cuarta plaza liguera que les daba billete europeo, el primero de su historia. Ya empezaban a aparecer nombres que luego serían importantes como Kortabarria, Zamora o Satrustegi. Fue una época de transición al éxito participando en competiciones europeas (UEFA) hasta en cuatro ediciones (74/75, 75/76, 79/80 y 80/81) en seis años. En el debut europeo cayeron a las primeras de cambio ante el Banik Ostrava checo, pero a partir de ahí el equipo fue ganando experiencia y superando rondas y rivales cada vez más fuertes. Cabe mencionar la casi gesta en la 79/80 ante el Inter de Milán, cuando tras un 3-0 en contra en la ida (donde los tifosi lanzaron bolsas de orina a los desplazados realistas), la Real a punto estuvo de mandar para casa al por entonces gigante europeo en la vuelta tras ponerse 2-0 con doblete de Satrustegi en un partido memorable, según cuentan todas las crónicas. Un polémico arbitraje dejó fuera a la Real aquel año. Cosa que se repetiría años más tarde en la Copa de Europa.

La Champions y la oportunidad de llegar al Olimpo Los octavos de final no tardaron en llegar ya que se disputaron entre finales de octubre y principios de noviembre, y a la Real le tocó el histórico Celtic de Glasgow escocés. Un rival duro de roer, más aún si tenemos en cuenta que la Real ya no estaba al nivel de los dos años anteriores y perdía partidos de manera más continua. La Real, y el ardiente Atotxa, pasaron por encima de los escoceses en la ida venciéndoles por 2-0, y en la vuelta en tierras británicas, pese a perder, un gol de Uralde les daría el pase a los dirigidos por Ormaetxea, que se plantaban en cuartos de la máxima competición continental por primera vez. Tras el largo parón de la competición (no se reanudó hasta mediados de marzo) la suerte le fue esquiva de nuevo a los realistas en el sorteo, ya que el Sporting de Portugal fue el rival que les

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estaba endeudado y querían hacer caja con la taquilla con un rival de entidad y no repetir la baja afluencia -30.000 asistentes, menos de la mitad- de los cuartos ante el Dinamo Kiev.

tocó, otro grande de Europa muy asentado. La Real, con los nervios de la primera vez, cayó derrotada en Lisboa por 1-0, con el as en la manga de que Atotxa remontaría solo. Y así fue. Un 2-0 en casa con goles de Larrañaga y Bakero metió a la Real, a un equipo modesto que no sabía ni cómo había llegado hasta allí, en las semifinales de una Copa de Europa. Lógicamente fue una fiesta aquello, y Donostia se volcó con su equipo.

Por si la eliminatoria no estaba lo suficientemente complicada, la ida sería en Atotxa, y la vuelta en el Volksparkstadion. Además, la Real no podría contar con Txiki Beguiristain por estar haciendo el servicio militar, y tampoco con Satrustegi y Kortabarria. La cosa pintaba fea, como dijo años después en una entrevista Diego, jugador de aquella época y protagonista de la semifinal; “eran totalmente favoritos, nadie daba un duro por nosotros”. Ormaetxea también estaba preocupado con el rival, “el Lodz polaco era un rival más asequible, pero tendremos que aceptar que jugamos contra el Hamburgo” decía horas después del sorteo de Zúrich.

LA eliminatoria, en mayúsculas, y todo lo que la rodeó En plena primavera ya, la fecha estaba acercándose poco a poco. Ese 6 de abril estaba marcado en rojo en todos los calendarios donostiarras. La ida de la semifinal de la Copa de Europa. Pero, primero venía el sorteo. Cuatro equipos, tres rivales posibles. El Widzew Lodz polaco, la galáctica Juventus de Platini, y el temible Hamburgo alemán. Y el azar, le volvió a jugar una mala pasada a la Real ya que quedaron encuadrados con los alemanes. La Real, pese a ser doble campeona de una liga importante como la española, seguía sin tener la vitola de favorito ni de rival difícil siquiera. Tan exagerado era que los aficionados alemanes, además de alegrarse por el sorteo, empezaron a reservar billetes de avión y alojamiento para la final que se disputaría en Atenas. Sin embargo, jugadores y dirigentes del Hamburgo, dejaron claro que habrían estado más contentos de haberse enfrentado a la Juve, puesto que el club

El día llegó y Ormaetxea alineó a estos once hombres para barrer a los alemanes en Atotxa: Arconada, Celayeta, Gorriz, Gajate, Zubillaga, Gurrutxaga, Bakero, Diego, Zamora, López Ufarte y Uralde. El ambiente era espectacular, con un Atotxa lleno hasta la bandera, pero el Hamburgo se adelantó casi llegados a la hora de partido. Sin embargo, el poderoso Gajate recogió un rechace e igualó la contienda a menos de un cuarto de hora del final para delirio del estadio. Empate a uno que dejaba fuera a la Real a no ser que ocurriera un milagro en Alemania.

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Hasta que llegó aquel partido de vuelta del 20 de abril, ocurrieron varias cosas más. Zamora y Gajate cayeron lesionados dejando a Ormaetxea con solo 14 jugadores del primer equipo disponibles y teniendo que llamar a dos del Sanse para completar la lista. Todo el mundo daba por eliminada a la Real, incluso periodistas españoles hablaban en la previa de que el objetivo era no hacer el ridículo. Por fin se designó al árbitro del encuentro que sería un suizo, Bruno Galler. La afición y el equipo se desplazaron y el día llegó. La noche más importante de las carreras de los realistas, sin ninguna duda, que llegaron a Alemania con ganas de hacer algo grande, que se recordara por los tiempos. El partido iba bien, con empate a cero y pocas ocasiones. Sin embargo, en el descanso sucedió algo curiosamente relevante, y es que uno de los linieres se lesionó, y su sustituto fue un alemán que apareció de la grada, o como lo describió López Ufarte hace pocos meses en Fiebre Maldini: “una persona que no se sabe muy bien de dónde salió”. La segunda parte iba igual, pero en el minuto 76 Jakobs adelantó a los locales. Lejos de venirse abajo, el ya mítico Diego empató el encuentro, llevando al equipo provisionalmente a la prórroga en el 80. Quedaban diez minutos en unas semifinales en Alemania con un linier alemán del público. Era la crónica de una muerte anunciada. El Hamburgo sacó un córner en el 84, y el rechace sirvió a Magath para chutar. Su disparo golpeó en un atacante y Von Heesen, en un clamoroso fuera de juego empujó el balón a gol poniendo el definitivo 2-1 que dejaba fuera a la Real de una final continental. Todos vieron aquella infracción, todos menos el linier alemán que indicó gol. Un cúmulo de sentimientos afloró en aquel momento. Como decía Diego; “la posibilidad que tuvimos de jugar una final de la Copa de Europa, que parecía imposible para aquella Real Sociedad y estuvimos tan a punto...que la rabia fue enorme”. Más aún cuando el Hamburgo levantó la Copa de Europa con facilidad semanas después. La rabia y tristeza de toda la Real no empañó una aventura única que celebraron todos pese a la derrota como si hubiera sido una victoria. Aquel 20 de abril de 1983, la guinda del pastel de una época dorada realista, se la comió el Hamburgo

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a temporada 2017/2018 en Europa será recordada por muchos acontecimientos históricos como, por ejemplo, la tercera Champions League consecutiva del Real Madrid. Sin embargo, separándonos algo de los focos que otorgan los títulos, podemos poner el foco en otro ganador de la competición continental. El Hamburgo, después de varios años consecutivos coqueteando con su primer descenso oficial, confirmó su caída a los infiernos de la 2. Bundesliga. Uno de los clubes con más historia dentro del fútbol germano confirmaba lo que años antes había ido evitando en una situación que parecía tener un final claro. De esta forma, el viejo continente pasaba a tener un nuevo campeón de Europa en una Segunda División. Ya queda lejos aquel disparo de Magath ante el que Zoff no tuvo nada que hacer hace más 35 años.

Los grandes años disputados en la Oberliga finalizaron en seco con la creación y fundación de la Bundesliga -liga alemana actual-, donde el Hamburgo fue admitido en calidad de fundador. En la recién nacida Bundesliga, el rendimiento del club no fue el esperado por sus actuaciones en la Oberliga. Los años siguientes fueron temporadas de transición, donde los mayores éxitos de los hanseáticos fueron un quinto puesto en la Bundesliga y una copa de la liga alemana ante el Borussia Mönchengladbach. Con el segundo puesto de 1976 llegaron los años dorados europeos y domésticos del club. Anteriormente, en el curso 60-61, llegó hasta las semifinales de la Copa de Europa, donde fue eliminado por el Barcelona. Aunque el primer título europeo que lograron fue la Recopa de Europa al vencer al Anderlecht en la final, el trofeo

Como anteriormente comentamos, este conjunto del norte de Alemania se encuentra en una posición complicada. Desde el quinto lugar logrado en el año 2009, el Hamburgo fue descendiendo posicio-

El prolongado letargo de quien besó el cielo nes hasta confirmar su descenso a 2. Bundesliga de forma definitiva en 2018. Hablamos de un equipo histórico del fútbol alemán que nunca había estado en el ‘infierno’ de la Segunda División del fútbol germano. El club hanseático nació de la fusión de tres clubes en junio de 1919, recién finalizada la Primera Guerra Mundial. Y los títulos comenzaron a llegar ya en la década de los veinte. Tras algunos años en la zona de ocupación británica donde se consiguieron varios entorchados más, fue traspasado a la competición del norte, la 1. Oberliga donde fue campeón todas las campañas menos una.

de liga conseguido en 1979 supuso la participación directa en la Copa de Europa del año siguiente. El premio que realmente ansiaba la afición. Con un gran juego, el club del norte llegó a la final de dicha competición, en la que cayó ante la gran revelación de la competición y una de las grandes sorpresas del fútbol mundial: el Nottingham Forest de Bryan Clough. Los buenos puestos en la competición doméstica aseguraban, año a año, su participación en Europa. En 1982 vuelve a conseguir la Bundesliga y llega a otra final europea, esta vez de la UEFA donde vuelven a caer derrotados. La mala suerte se cebaba con los alemanes en competiciones europeas después de sus dos finales perdidas. Fue de la mano de Ernst Happel cuando los alemanes consiguen su mayor logro desde que se creara allá por un uno de junio de 1919: la Copa de Europa de clubes.

TEXTO CHRISTIAN SÁNCHEZ TWITTER @DELABLANCA10

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del encuentro corrió a cargo de los alemanes, mérito de una buena presión de los mediocentros en la zona de salida rival. A la hora de sacar el balón, el punta Hrubesch se El Hamburgo de Happel será recordado por sus títulos quedaba enganchado en el medio para apoyar en la salida y su juego a comienzos de la década de los ochenta, y rápidamente incorporarse a las posiciones de arriba. Con pero sobre todo por la Copa de Europa conseguida ante el rival replegado, el plan para hacer daño era la incorpola Juventus de Trappatoni. Los italianos se presentaban ración de los hombres del medio a las zonas cercanas a la como los, a priori, favoritos. Juntaban a un grupo de frontal del área rival. El toque-movimiento/incorporación jugadores temidos dentro del panorama europeo como era una de las premisas en eran los Zoff, Gentile, Sciel juego de los alemanes. Fue de la mano de Ernst Happel rea, Tardelli o Rossi; todos

El éxito del trabajo

cuando los alemanes consiguen ellos miembros de la Italia Las combinaciones por su mayor logro desde que se creara campeona del mundo un año la banda se realizaban allá por un uno de junio de 1919: antes en España, precisala Copa de Europa de clubes. por la constante superiomente ante Alemania. La reridad, contando con el vancha del pueblo germano apoyo del lateral y del mediocentro escorado al lado de quedaba en las manos de un Hamburgo que ya recelaba progresión. El repliegue del rival beneficiaba por ello el por conseguir un gran título europeo, pero de por meplanteamiento de Happel. Ante los balones perdidos, el dio, además de los jugadores nombrados anteriormente, peligro a la espalda del doble pivote era claro, de ahí la se encontraba un joven, pero decisivo, Platini. presión en bloque alto para forzar el despeje orientado de los italianos. Estos balones largos, hacia la carrera de El panorama era el deseado por cualquier jugador, uno de los nueves eran, normalmente, neutralizados por pero la presión era máxima en estas alturas y esta los corpulentos centrales alemanes. Platini era la única podía hacer mella en el devenir del partido. Happel opción en esas ocasiones. La perla francesa retrasaba decidió alinear a Stein en la portería. La línea defensu posición al nivel de sus propios centrales para inisiva estuvo formada por Kaltz en el lateral derecho, ciar una conducción en salida. Su contrastada técnica era Hieronymus y Wehmeyer como centrales y Jakobs la encargada de salvar la presión alta del Hamburgo y en el costado izquierdo. El sistema defensivo se los replegaba en campo propio. Milewski y Groh eran completaba con la ayuda de los dos mediocentros por esenciales para esa movilidad en el centro del campo. el carril central y de los extremos a sus respectivos El primero de ellos era más bien un falso extremo por laterales. El sacrificio defensivo de los hombres de la izquierda por su constante tendencia al medio desde banda era clave para dejar sin ideas al ataque italiala banda que dejaba el carril libre para las subidas de no. Groh se colocó en la derecha y Milewski como Jakobs. Groh no subía la banda en casi ninguna ocasión falso banda izquierda. Magath y Rolff fueron los teóllevada por ese costado. El alemán recogía el balón y se ricos mediocentros. Esta dificultad en la colocación iba hacia el medio. En ocasiones se le podía ver atravede los mediocentros surge de la continua movilidad y sar el campo de banda a banda, pasando de la derecha a polivalencia de la que gozaban y que era clave dentro la izquierda, generando superioridad en un costado, pero del planteamiento de Happel. La punta del ataque la desequilibrio en el otro. formaron Hrubesch y Bastrup.

Otra de las variantes en ese juego de movimiento y rotación constante es la capacidad del nueve con el balón. De los dos hombres de arriba, uno de ellos es más móvil que el otro, y ese es el encargado de venir a recibir y aguantar el balón para la subida de los hombres de mediocampo. Ese movimiento se complementaba con la diagonal in-

Félix Magath fue el auténtico controlador del medio campo alemán, ya que además de organizar, se quedaba y lanzaba los balones largos hacía las posiciones de arriba mientras sus llegadas al ataque se producían escorado a la banda izquierda. El dominio al comienzo

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entre los centrales. Ante esa colocación los italianos no encontraban huecos y el marcaje de Platini les restaba imaginación. Esta fue la combinación defensiva ganadora, junto un seguro Stein en la portería.

terior del otro delantero para aclarar el espacio en una de las bandas y que los extremos percutieran por ese costado. Los disparos lejanos eran otra opción clara en ataque, sobre todo tras una jugada a balón parado. Para tratar de sacar tajada de ellos, los laterales ubicados en el lado débil se mantenían fuera del área para enganchar un disparo en caso de centro pasado o mal despejado. También fueron esenciales las ayudas defensivas sobre Platini y sobre Rossi. El pichichi del mundial 82 tuvo que jugar alejado del área por la acumulación de jugadores en la frontal, en una línea de cinco en repliegue. En defensa y, sobre todo tras el gol de Magaht, se pasó a un mayor repliegue en 4-4-2, con la variante de una línea de cinco cuando uno de los mediocentros se metía

Las grandes vigilancias sobre Platini y la inspiración de Magaht otorgaron la ‘orejona’ a un gigante sumido en un profundo letargo actualmente. No se puede hablar de la formación del fútbol actual conocido sin tener en cuenta a un Hamburgo que, pese a encontrarse en 2. Bundesliga, es uno de los clubes con más historia de la competición germana. No obstante, es uno de los tres equipos alemanes que han levantado la Champions League, junto a Bayern de Múnich y Borussia Dortmund

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ESTRELLA ROJA

Una estrella fugaz Yugoslavia siempre fue un país sumamente complejo, un gran rompecabezas en el que sus partes fueron incrustadas a presión para encajar. Nacido de las ruinas del imperio austrohúngaro tras la Primera Guerra Mundial (en principio como reino serbocroata-esloveno), la unión de la nación siempre fue un tema delicado, más teniendo en cuenta que durante el segundo conflicto bélico global los croatas se aliarían a los nazis, persiguiendo y matando a sus pares serbios. Solo la imponente figura del mariscal Josip Broz logró lo impensado: hacer que las naciones balcánicas lograran cierta estabilidad con los años. Y juntos.

TEXTO JUAN PABLO GATTI TWITTER @GATTIJUAN

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inalizando la Segunda Guerra Mundial los miembros de la Liga Juvenil Antifascista de Serbia Unida decidieron formar una Sociedad de Jóvenes de la Cultura Física, la cual terminaría por germinar en el Fudbalski Klub Crvena Zvezda el 4 de marzo de 1945. Cuando el conflicto bélico acabó el Mariscal Tito mandaría cerrar a varios clubes que habían sido colaboracionistas con los alemanes, hecho del cual los de Belgrado se verían beneficiados, ya que los restos del SK Jugoslavija y el BSK Belgrado pasarían a ser anexados por este, pudiendo utilizar desde el inicio un estadio, oficinas y hasta jugadores. En su primer año ascenderían a la liga yugoslava y ya desde la década del 50´ comenzarían a reinar en el país, erigiéndose como uno de los conjuntos más poderosos de la nación del “socialismo de la autogestión”, junto con su par serbio del Partizán y los croatas Hajduk Split y Dinamo Zagreb. Mientras los rojiblancos se mantenían firmes en Yugoslavia, Tito intentaba hacer malabares. Hugo Raúl Satas y Sergio Pujol expresan en Historia de nuestro tiempo. El

“Para este verdadero mosaico de países hermanos que muy poco se querían, Tito se valió de constituciones (1946, 1963, 1971 y 1974), siendo la de 1974 precisamente la que intentó aplacar viejos resentimientos y las siempre presentes tensiones étnicas, para lo cual estableció un sistema de seis repúblicas: Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Macedonia, Montenegro y Serbia, y dos provincias autónomas pero incorporadas a Serbia: Kosovo y Vojvodina (…) como el Mariscal Tito fue presidente de por vida, entre 1974 y 1980 no hubo problemas. A su muerte en 1980, estos estallaron masivamente”.

Mientras el país comenzaba un lento pero inexorable camino hacia la autodestrucción, el Estrella Roja empezaba a manifestar también su poderío fuera de la nación, llegando, por ejemplo, a las semifinales de la Copa de Europa de 1971 (cayendo sorpresivamente con el Panathinaikos del Puskas entrenador) y de la Recopa de 1975 (derrota por penaltis ante el Real Madrid), antes de arribar a su primera final continental. En la Copa de la UEFA de 1978-1979 derrotaron en un arduo camino al Dynamo Berlin, Sporting de Gijón, Arsenal, West Bromwich y Hertha Berlin antes de sucumbir apenas por 1-2 en el global ante el poderoso conjunto germano del Borussia Mönchengladbach. Tras esta primera época dorada en Europa el Estrella siguió dominando en Yugoslavia, aunque no pudo volver a posicionarse dentro del continente como pretendían. Claro, hasta la Copa de Campeones de la temporada 1990-1991.

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La gloria antes de la caída Los cambios en el Estrella Roja comenzarían a gestarse en 1986, año en el que el Steaua Bucarest traería la primera Copa Europea para los países de detrás del muro, lo que inspiraría a los rojiblancos a buscar lo mismo. De hecho, el plan de los dirigentes Dragan Dzajic y el ex baloncestista del club (y medallista olímpico con Yugoslavia) Vladimir Cvetkovic era que el Crvena se coronara en Europa en un plazo de cinco años. Y vaya si cumplieron. Ya en 1987 consiguieron llegar hasta los cuartos de final de la Copa de Campeones, venciendo en la ida de dicha instancia al Real Madrid en el colosal Marakana por 4-2; y si bien caerían en el Bernabéu por 2-0 en la vuelta -lo que los eliminaría de la competencia- dejarían en claro que el objetivo era posible. En esa nueva época dorada el club lograría ganar cuatro ligas yugoslavas (solo el sorprendente Vojvodina lograría quebrar la racha en 1989) y se metería, además, en cuatro finales de copa, aunque solo ganaría la edición de 1990. En aquellos años en los que la institución buscaba consolidarse se fichó, entre otros, a Robert Prosinecki, Dejan Savicevic, Darko Pancev, Miodrag Belodedici (un desertor del régimen de Nicolae Ceausescu) y Sinisa Mihajlovic, subiendo también al primer equipo nombres de la talla de Stevan Stojanovic y Vladimir Jugovic. Esto había quebrado las reglas que tenía históricamente el Estrella Roja, más caracterizado por explotar la cantera antes que por ser un club comprador, aunque las expectativas ameritaban dicha inversión. En la temporada 1989-1990 el Estrella Roja brilló más que nunca en la Primera Liga, sacándole 11 puntos de ventaja a su escolta, el Dinamo de Zagreb (recordemos que solo se daban dos puntos por victoria), torneo en el que el macedonio Pancev anotaría la friolera de 25 goles en 32 encuentros. Además, lograron el único doblete local de aquella gran época al derrotar en Copa a otro conjunto croata, el Hajduk, por 1-0 (con gol de Pancev, quién sino). La campaña 1990-1991 sería, sin embargo, extremadamente convulsa, ya que el proyecto del Mariscal Tito de ver a una Yugoslavia fuerte empezaba a tocar su fin y de la peor forma. Los movimientos independentistas de Eslovenia y Croacia se hicieron cada vez más fuertes e insostenibles, más teniendo a un ser como Slobodan Milosevic en el poder, alguien que buscó darle más poder a Serbia sobre el resto

de las repúblicas yugoslavas. Pero no solo eso fue lo que generó el fin de la nación socialista: el fuerte endeudamiento, una inflación del 217% anual y una desocupación que alcanzaba hasta el 50% en zonas atrasadas serían detonantes fundamentales en lo que acontecería en Yugoslavia en los años sucesivos. Y en ese clima enrarecido comenzó a prepararse el Estrella Roja para asaltar Europa. Ljupko Petrovic, entrenador del Vojvodina campeón, armó uno de los mejores conjuntos que se recuerdan. Stojanovic (que era el capitán), Sabanadzovic, Najdoski, Belodedici, Marovic; Jugovic, Mihajlovic, Prosinecki; Binic, Savicevic y Pancev fueron la base de un conjunto que haría historia. El 19 de septiembre comenzó la andadura por el máximo torneo continental, pero el empate a uno en casa ante el Grasshopper suizo hizo saltar las alarmas tanto en la prensa como en los hinchas, que no podían creer que nuevamente se les fuera a escapar el sueño continental, aunque el extremismo duró muy poco, ya que en la vuelta el cuadro rojiblanco vapuleó a su rival con un contundente 1-4. El siguiente escollo sería el Rangers escocés, conjunto que caería sin atenuantes en Belgrado 3-0 y que apenas lograría empatar a un gol en casa. En esa instancia caería, por ejemplo, el Napoli de Maradona ante el Spartak de Moscú soviético, en una muestra de lo dura que era la competencia entre los campeones continentales. En cuartos de final el rival sería el Dynamo Dresden de la Alemania Oriental. Aquí se daría el debut En las semifinales el Bayern europeo de Mihajlovic, Múnich sufriría el efecto contrajusto en el Marakana, golpeador de los yugoslavos, sobre uno de los estadios más todo a la dupla letal que formaimponentes del Viejo ban Savicevic y Pancev, quienes Continente. Los comuen Alemania Federal lograrían nistas no serían rival remontar el gol de Wohlfarth para para el Estrella Roja, llevarse a casa un gran 1-2. que ganaría ambos choques con sendos 3-0 para arribar a las semifinales, instancia a la que no llegaron tanto el Milan como el Real Madrid, dos de los mejores conjuntos de la época. En Belgrado y ante 80 mil furiosos y animados espectadores comenzaron ganando con tanto de Mihajlovic, aunque Augenthaler y Bender igualaban la eliminatoria de manera sorpresiva. Solo el gol en contra sobre la hora del propio Augenthaler le daría al Estrella Roja la oportunidad de disputar su primera final de Copa de Campeones.

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Esperaba en la gran final el “conjunto galáctico” del Olympique de Marsella, que contaba en sus filas con nombres de la talla de Manuel Amoros, Basile Boli, Chris Waddle, Jean Pierre Papin, Abedi Pelé y Jean Tigana. El equipo arribó a Italia -el encuentro se iba a disputar el 29 de mayo en el Stadio San Nicola de Bari- seis días antes del encuentro, para que los jugadores se pudieran concentrar mejor en el partido y no en todo lo que ocurría a su alrededor: dentro del país se acercaba la guerra fratricida, pero a nivel personal muchos comenzaban a ser tentados por clubes “occidentales” que pretendían pagarles lo que nunca iban a poder ganar en su patria. En la previa del partido el club fue organizando distintos encuentros para descontracturar a los futbolistas. Fue así que se presentaron ex jugadores, entrenadores y hasta celebridades. El Estrella Roja para esas alturas ya no tenía nada que perder: habían vuelto a ganar la liga (la última que se disputaría como nación íntegra) y perdido con lo justo la copa, con lo que pasase lo que pasase ante el Marsella -que era el favorito- ya se podían dar por satisfechos.

había empates los cotejos se decidían desde el punto de penalti y al vencedor se le daba el punto correspondiente, por lo que tenían más experiencia en esto que los franceses. Al nacido en Brusnica Velika la táctica le salió a la perfección, ya que los cinco lanzadores del Estrella acertaron en sus disparos, mientras que Amoros falló el suyo, lo que terminaría en un 5-3 para los serbios, en uno de los triunfos más impactantes de la historia del torneo, pero a la vez toda una metáfora de aquellos años: Yugoslavia había nacido como una estrella fulgurante, capaz de crear incluso un “tercer mundo” sobre Estados Unidos y la Unión Soviética, aunque esto sería algo fugaz. Al conjunto de Belgrado le ocurriría exactamente lo mismo: tenían todo para seguir reinando, pero la caída de Yugoslavia -y la posterior guerra- desmembraría al equipo y precisamente este año volverían a disputar la Champions League tras haber disputado por última vez el torneo en la temporada 1991-1992

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Petrovic decidió para este encuentro que el equipo jugaría más a “romper” al Marsella que a tomar las riendas del partido, lo que derivó lógicamente en una igualdad sin tantos en los 120 minutos de juego. ¿Por qué el entrenador tomó esa decisión, sabiendo que era arriesgada? Porque en la liga yugoslava al ganador se le daban dos puntos, pero cuando

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El tiempo añadido perpetuo. TEXTO PAU DE CASTRO TWITTER @DECASTROJEP

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MANCHESTER UNITED

El período suplementario es la última parte del guion de un partido pero, a diferencia de los parámetros narrativos, puede ser decisivo o inocuo. El desarrollo de los acontecimientos durante el encuentro –o la eliminatoria- determina su protagonismo, esencialmente parcial: o sí o no.

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n caso de ser poco diferencial, el tiempo añadido no deja de ser un par de minutos más, pero en caso de serlo, el enfrentamiento puede trazar un rumbo regido por el instinto sobre la táctica, el caos sobre el orden. Un pequeño tramo temporal que puede tener el poder de cambiar las cosas que han sucedido durante los noventa minutos, hasta poder hacer fracasar todo el relato que se haya construido en un partido, una eliminatoria o una final. Su extraordinariedad es tan elevada tanto por su posibilidad de relevancia absoluta en tan poco tiempo como por la carga emocional que eso conlleva. Un explosión de felicidad, una decepción aplastante, unos instantes en la eternidad.

Antes de la finalísima, los dos equipos llegaron en dinámicas muy diferentes en términos de tensión competitiva. Por un lado, el Bayern de Múnich liderado por Lotthar Matthäus llegaba muy descansado para la cita en el Camp Nou. El combinado bávaro acariciaba su decimoquinta Bundesliga el 4 de mayo, tres semanas antes del encuentro frente al Manchester United, y el otro campeonato que le quedaba por disputar era la Copa de Alemania, la DFB Pokal, el día 12 d el próximo mes. El conjunto dirigido por Ottmar Hitzfeld era el líder en solitario con doce puntos de ventaja sobre el segundo clasificado, el Bayer Leverkusen, a falta de 4 partidos por disputar, el último de los cuales contra el equipo patrocinado por la farmacéutica con quien, hasta el momento, tenía ganado el goal average.

Recientemente, el Camp Nou ha sido testigo de la remontada más épica de la historia de la Champions League, completada en el tiempo extra, pero, dieciocho años antes, había sido sede de una de las remontadas en finales más míticas desde que se reinauguró la competición continental más importante del mundo. La vuelta a la tortilla in extremis que le dio el Manchester United en el marcador en apenas tres minutos le permitieron llevarse la edición del campeonato de 1999 con el condicionante que lo hiciera en el tiempo añadido. Una victoria histórica con la que los diablos rojos cosecharían la segunda Copa de Europa, la primera en formato Champions, que quedaría impregnada en la retina de los aficionados reds. En el último capítulo de la serie que Amazon Prime dedicó al Manchester City de la temporada pasada, “All or nothing”, el padrastro del defensa skyblue Vincent Kompany, casualmente seguidor del United, llevaba la camiseta con la que el conjunto red consiguió aquel histórico hito con el distintivo de la final de la Champions de 1999, dando fe de la importancia tanto de lo “qué” se consiguió como la manera “cómo” se lo llevó.

Por el otro, el Manchester United Los red devils habían aterrizaba con las piernas más cosechado una Preexigidas pero con la moral muy mier muy importante alta después de haberse llevado por la batalla frenésu quinta Premier League en siete tica que mantuvieron años en la última jornada contra con el Arsenal hasta el Tottenham Hotspur y alzarse el último momento. con la FA Cup frente al Newcastle El conjunto de Arsène por dos goles a cero 4 días antes de Wenger había mantela final de Champions. nido el liderato hasta la penúltima jornada, cuando perdió en casa del Leeds United mientras veía cómo el equipo de Alex Ferguson conseguía los tres puntos en el campo del Middlebrough. Aun así, sobre el verde del Camp Nou, la frescura del equipo alemán se impuso a la alta moral del conjunto inglés en los primeros compases del partido. Tanto por sensaciones en el juego como en las áreas.

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Los bávaros consiguieron adelantarse al marcador bien temprano mediante una falta directa ejecutada al palo corto por el maestro de aquella época, Mario Basler. Fue uno de los dos nombres de la final. Más allá del gol porque la conclusión horrorosa fue un buen resumen de su carrera: nunca consiguió desplegar lo mejor de sí mismo. Después de la diana del alemán, los diablos rojos lo intentaron con una marcha más, pero el partido se instaló en la zona medular sin que los legendarios Peter Schmeichel y Oliver Kahn tuvieran demasiados problemas. El guion del partido seguiría vigente en la reanudación, con el United intentándolo más y el Bayern mostrándose fuerte en su área, aunque tuviera el segundo gol en un balón que chocó contra el poste. Aun así, en este segundo tiempo llegaría el factor desequilibrante del encuentro: el banquillo. Si bien Ferguson ejecutó un cambio menos que su homólogo alemán, que completó los tres, solo le bastaron estos dos nombres que introdujo para llevarse una orejona histórica.

pulsado por la retaguardia bávara. Ryan Giggs rescató de mala manera la segunda jugada con una volea floja aunque, a despropósito del galés, se convirtió en un tremendo pase para que Sheringham diera un empujón desorientador que dejó perplejos a los jugadores de Múnich. Con el empate en el marcador y a seis jugadas del pitido final, el Manchester fue el equipo que menos se vio en la prórroga y acabó escribiendo la línea más bonita de su historia en otro centro de Beckham, que remató el goleador Sheringham en el primer palo hacia el segundo y que Solskjaer trató de alargar a gol. Aquella diana representaba al noruego, segundo nombre de la noche, que durante su carrera siempre cumplió como revulsivo desde el banco. La victoria apoteósica en el Camp Nou supondría la cumbre de una temporada inmejorable, siendo el tercer título para los red devils en apenas diez días. Para el conjunto bávaro fue un fracaso rotundo, pues no solo perdieron la final de la Champions sino que se alejaron moralmente de la otra que tenían que disputar diecisiete días después, la de la DFB Pokal frente al Werder Bremen, en la que también saldrían derrotados; esta vez, desde el punto fatídico

Corrían los primeros segundos del tiempo extra y el United disponía de un córner con la final cada vez más cuesta arriba. El elegante Beckham, designado después hombre del partido, envió el cuero hasta el corazón del área, donde fue ex

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Cuando el Madrid dio la espalda a la champions... Y viceversa. Tres Champions League consecutivas. Cuatro victorias en las últimas cinco ediciones. Una etapa gloriosa en la que el Real Madrid viene corroborando su preponderancia en el continente copando además los principales galardones individuales mientras ha ido construyendo auténticas leyendas de la competición con una grandeza competitiva sinérgica entre ellos y su club.

TEXTO ANDRÉS SÁNCHEZ TWITTER @ANDRES_QBF

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os nombres de Sergio Ramos, Marcelo Vieira, Luka Modric o Cristiano Ronaldo tienen una melodía con relación muy armónica al reconocido himno de la competición y es fácil asociarlos a grandes noches de martes y miércoles cuando Europa se para para ver jugar a los mejores. El Real, que traía consigo un recorrido histórico y dominante en la competición, ha confirmado su grandeza en estos últimos años, siendo ya la mayoría de sus Champions a color. Es fácil ahora ensalzar al mito, subirse al barco del que parece mirar a los demás desde arriba. Como si no costara. Sin embargo, no hace tanto, el club se vio inmerso en una crisis de resultados en la que era teóricamente su competición fetiche que reflejaba una realidad terrible: la pérdida de identidad sin la cual la camiseta blanca ni capta a unos ni intimida a otros. Todo ocurrió entre el año 2004 y el 2010. Durante esas seis temporadas, el Real Madrid no consiguió superar la barrera de los octavos de final de la Liga de Campeones, cayendo siempre en esa ronda. Carente de certezas, proyecto o referencias, fue superado por rivales muchas veces sobre el papel inferiores a él. Y todo llegó progresivamente tras la previamente exitosa etapa de los Galácticos, culminada por el noveno entorchado en 2002 en Glasgow y adornada por un gran rendimiento nacional e internacional de la mano de Raúl, Figo o Zidane. El proyecto terminó justo cuando parecía que alcanzaba su máximo logro. Allá por 2004, el Madrid de Carlos Queiroz entraba en el año con el objetivo claro, merecido y realista de alcanzar el triplete. Una proeza que se fue desmoronando en unos últimos paupérrimos meses y que, en clave Copa de Europa, supuso el primer inesperado golpe al caer eliminados en cuartos de final por el Monaco de Fernando Morientes. Y a partir de ahí, la luz de la Champions se apagó y comenzó la penitencia de los de Chamartín. A mitad de la temporada 2004/2005, Vanderlei Luxemburgo llegó al equipo con la intención de modernizar el sistema, aportar una frescura necesaria y generar nuevos automatismos que potenciaran las capacidades de la todavía potente plantilla blanca. La Juventus de Fabio Capello fue un hueso competitivo durísimo que no pudo superar. Tras el entrenador brasileño, fueron llegando muchos otros con perfiles y experiencias previas diferentes que no llegaron a consolidar una línea de trabajo. Aunque, y eso sí que es intrínseco en el ADN blanco, cada temporada se enfocara la Copa de Europa como principal objetivo, y además con dos argumentos de peso: la siguiente era la Décima, con todo lo que ello suponía a nivel histórico, y además y en cualquier caso, la Champions debía ser siempre la favorita entre todas las competiciones. La siguiente temporada fue Juan Ramón López Caro el encargado de dirigir al Madrid en las eliminatorias europeas. El rival era el todopoderoso Arsenal de Arsène Wenger, que arrasaba en Inglaterra y que contaba con una plantilla amplia y de calidad cuyo juego

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El verano de 2006, Ramón Calderón accedió a la presidencia y llegó con la idea de ganar desde el día 1 con un proyecto de garantías a corto plazo. Confió el banquillo a un director de grandes plantillas como Fabio Capello y trajo a Ruud Van Nistelrooy para que fuera, junto a Raúl y Guti, certeza precoz para competir y ganar. Tras realizar una Liga muy seria que acabó en todo lo alto de la clasificación, cayó en Liga de Campeones ante un Bayern de Múnich muy potente que recuperó su derrota en el Bernabéu en un partido de vuelta en el que intimidó y demostró un perfil competitivo superior al de un correcto Real Madrid. En la siguiente temporada 2007/2008, en la línea de intermitencia instalada en el club, Calderón cambió el rumbo y decidió apostar por un entrenador netamente diferente a Fabio. Bernd Schuster llegó con los objetivos de refrendar la nuevamente adquirida supremacía nacional a la vez que elevar el nivel en Europa a partir de un estilo más vistoso y propositivo que el de su antecesor. Para ello, contó con una de las plantillas más versátiles y talentosas de esta oscura etapa, que le daban multitud de opciones para generar un sistema dominante desde el control y el ataque. Una defensa que aunaba la experiencia de Cannavaro o Heinze con el empuje de Ramos o Pepe, un centro del campo con la calidad de Sneijder o Guti y una línea de ataque con la velocidad, regate y gol de Robinho, Robben, Raúl o Van Nistelrooy. En la 2008/2009 llegó una de las derrotas que más hundió al madridismo por abultada, merecida y esclarecedora. Caminando irregularmente por una Liga Española en la que el FC Barcelona de Pep Guardiola ya empezaba a mostrarse, fue emparejado con el Liverpool FC de Rafa Benítez. Los reds formaban un conjunto esplendoroso que, sin ser regular, podía garantizar un rendimiento top en partidos de máxima exigencia, merced a la extraordinaria jerarquía de un centro del campo formado por Javier Mascherano, Xabi Alonso y Steven Gerrard, un técnico con conceptos tácticos claros y bien arraigados en Anfield y que además contaba con uno de los mejores delanteros del mundo por aquel entonces: Fernando Torres. La historia es conocida y no es necesario recordar el chorreo (Fernando Boluda dixit) que sufrió el Madrid siendo eliminado por un global de 4-0 tras un partido de vuelta antológico del Liverpool que como local desbordó, desarboló y ejecutó a un Real muy lejos de un escalón competitivo aceptable. Y, tras tocar fondo, cuando aficionados propios y ajenos, de España y Europa, se planteaban si la conexión entre el Madrid y la Copa de Europa se había roto, apareció un rayo de esperanza. El presidente que había reformulado al club desde la modernización económica y la máxima ambición competitiva volvía para sacarlo de un foso cada vez más sucio y profundo. La grada se había cansado de olvidarse de falsas promesas, de dar tiempo a futbolistas que no daban el nivel requerido y de ver cómo los mejores jugadores del mundo hacía tiempo que no soñaban con su equipo. A Florentino Pérez se le pidieron dos cosas. Primero, que instalara una estabilidad institucional que llevara consigo una continuidad deportiva para que el club volviera a lo más alto. Y segundo, volver a ser ese reclamo internacional para que las grandes estrellas del continente vistieran de blanco y posibilitaran el reto que parecía lejanísimo e inalcanzable: luchar por la Décima Copa de Europa. Y no tardaron en llegar. Cristiano Ronaldo, Kaká y Xabi Alonso no podían sino garantizar un rendimiento que automáticamente colocaran al equipo más allá de la barrera de los octavos de final de la Champions League. Y más si a estos les acompañaban referencias del club como Iker Casillas, Sergio Ramos, Guti o Raúl. Manuel Pellegrini fue el encargado de dirigir al plantel. El chileno consiguió aguantar el fortísimo tirón del Barça a nivel de puntuación liguera, pero no llegó a consolidar, por falta de tiempo o de ideas, un sistema que potenciara el talento de su plantilla y le diera ventajas ante sus potentes rivales. Con tanta calidad, en Liga bastaba, pero la Copa de Europa era otra cosa. Es otra cosa. Ofrece preguntas y plantea retos que primero hay que entender y después intentar superar. Hacía

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La doble derrota en octavos de final contra la Roma de Totti, Mancini y De Rossi fue uno de los golpes más difíciles de asumiR por el evidente nivel de una plantilla que había demostrado además trazas de equipo campeón.

se sostenía por la gestión de un Cesc Fàbregas que enamoró a la Premier y comenzó a cambiar su paradigma táctico y, por supuesto, por la jerarquía, potencia y elegancia de Thierry Henry. El Madrid estaba inmerso en una búsqueda de bases sobre las que edificar un proyecto de futuro y, todavía verde y con sus deseadas futuras referencias como Robinho o Sergio Ramos pendientes de cocción, no llegó a acercarse a la clasificación. Todo además tras la dimisión de un Florentino Pérez que vio cómo su idea de un Madrid poderoso se diluía entre hastío, caprichos y desencuentros.


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monía que desarrolló su rival más importante, y esto ocasionaba una presión tan asfixiante que tornaba en miedo y desconfianza. Mourinho se negó a plegarse y, de la mano de sus guerreros Ramos, Pepe o Cristiano y del buen desarrollo que permitió a talentos como Di María u Özil, reflotó la imagen deportiva del club dando siempre a sus jugadores la convicción de que podían competir y ganar. Es cierto que tuvo una de las mejores plantillas que podemos recordar, pero no lo es menos que su talento táctico y emocional, mientras duró la conexión con sus jugadores, marcó la diferencia y probablemente hoy día parte de la personalidad y jerarquía que mantiene el club en Europa se deba a aquel legado.

falta adquirir una identidad que los jugadores pudieran defender. Y, tras la inesperada eliminación en octavos de final en el Bernabéu contra el Olympique de Lyon, Pellegrini dejó el club y dejó su cargo a José Mourinho. El portugués sí venía con la experiencia de haber dirigido a grandes equipos en la competición continental e incluso de haber ganado ya dos veces la final, con plantillas ciertamente inferiores a la que manejaría en Madrid. Llegaba además como una estrella, algo raramente vinculado al banquillo blanco y que le daba tiempo y capacidad de mando para montar un proyecto realmente ilusionante. Para mayor vínculo con la grada y el club, venía de eliminar al FC Barcelona de Lionel Messi, un conjunto y un jugador que amenazaban con destruir el alma blanca cada vez que se veían las caras. Aunque precisamente el máximo rival apeó al Madrid en las semifinales de aquella edición, e incluso le vapuleó en aquel 5-0 en el Camp Nou en choque liguero, Mou parecía el indicado para devolver al Madrid a su posición en Europa. Por lo pronto, fue el técnico que sacó al equipo del atolladero y con el que se consiguió finiquitar la maldición de los octavos de final.

La posición del Real Madrid en Europa en el 2018 es completamente opuesta a la de aquella época negra. Los jugadores fueron capaces de aprender de cada derrota y ahora se conocen todas las preguntas del examen. Ramos, Marcelo o Benzema se erigen como maestros de otros que no perdieron tanto como Kroos, Modric e Isco, pero que sí han conocido la historia que aquí se cuenta. Ancelotti y Zidane aprovecharon tal experiencia para llevárselo todo, y ahora parece algo natural. Pero no hay que olvidar aquellos años que embistieron con fiereza los cimientos del club que descuidó una relación que pensaba permanente pero que, al dejar de regarla, puso en riesgo de marchitarse

Por tanto, y a pesar de lo convulsa que fue su estancia en el Bernabéu, hay que reconocerle al entrenador portugués su labor para cambiar el paradigma del club. En el Madrid se cruzaron las consecuencias de sus malas decisiones con la brutal hege-

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TEXTO JORDI CARDERO TWITTER @JORDICARDERO

De Estambul a Éibar, Creer en el fútbol

Visitar Ipurua fue uno de los momentos más especiales viví como aficionado al fútbol. Entre el verde de las montañas, Éibar se erige como cualquier otro municipio. Incluso podría pasar desapercibido cuando recorres el zig-zag de la carretera, justo al lado del estadio. Pero tiene algo especial.

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ay un cartel que vigila el recinto, con el lema: “Otro fútbol es posible”. Y es que unos 30.000 habitantes han visto cómo su equipo de fútbol ha llegado a codearse con la élite del fútbol nacional. ¿Cómo no va a ser posible otro fútbol? Ipurua, con dos bloques de pisos vigilando el estadio y unas montañas altas con pequeñas casas, nos recuerda que el fútbol no es lo más importante en la vida. Aunque ocupa un gran lugar dentro de nuestro corazón. Y si alguna vez nos enamoramos de este deporte fue porque es uno de los espacios que permite creer. Donde la racionalidad no siempre gana. Donde la irracionalidad a veces pesa más que cualquier otro argumento. Si no, el Eibar apenas tendría seguidores y no estaría en Primera División. Del modesto Ipurua a la final de la Copa de Europa hay un largo camino. Pero incluso allí se hace eco la frase de los defensores del “todo es posible” (al menos en el fútbol). Rafa Benítez quiso creerlo una noche de mayo en Estambul. “Empecé con un discurso motivacional para mantenerlos en tensión. Les pedí que empezaran de nuevo a hacer su trabajo y que intentaran revertir la situación. Hice énfasis en que aún faltaban 45 minutos y, sobre todo, en nuestra obligación de abandonar el campo orgullosos de nosotros mismos, sabiendo que habíamos hecho todo lo que estaba en nuestra mano”, recuerda Benítez en el libro A season on the brink de Guillem Balagué. El Liverpool perdía 3-0 ante el Milan. El mítico equipo de Maldini, Cafú, Kaká, Seedorf, Shevchenko o Crespo. Ganar una final de Champions League es el sueño de muchos niños. Y como recuerda Maurizio Sarri: “el niño dentro de cada ju-

gador nunca debe apagarse, porque es justo lo que mantiene el carácter lúdico del juego”. La inocencia de los chavales que juegan en el parque -o donde sea- tras salir de la escuela, trasladada al olimpo del fútbol. ¿Es posible divertirse o disfrutar la final de la Copa de Europa? Quizás en ese momento los italianos lo estaban haciendo, porque el marcador era difícilmente remontable. Todo empezó mal para el Liverpool. Ni un minuto tardó en adelantarse el Milan, Maldini remató una volea dentro del área, a centro de un joven Andrea Pirlo. Los ingleses reaccionaron atacando, pero dos goles de Hernán Crespo dejaron a los reds con un 3-0 en contra al descanso. Un pase al segundo palo de Shevchenko y una definición de vaselina del argentino fueron suficientes como para establecer una ventaja -casi- definitiva. En este momento llegó la charla de Benítez. Un equipo puede tardar años en disputar una final de Copa de Europa, aunque sea su objetivo principal. Es una competición que no siempre valora al mejor equipo, sino al que mejor gestiona sus emociones, al más inteligente. Al dominador de momentos. Y el Real Madrid lo sabe. Nunca es el momento de rendirse. El entrenador madrileño terminaría su discurso apelando a -como diría Sarri- el niño que cada jugador lleva dentro:

“Creed que podéis hacerlo y podremos. Daos la oportunidad de ser héroes”.

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Y tras esas palabras, llegó uno de los momentos más recordados de la final. Los primeros en creer fueron los aficionados reds. Si hay algo que hace especial al Liverpool es Anfield. En la puerta de entrada ya reza el “You’ll never walk alone”. El “This is Anfield” al final del túnel de vestuarios, que te lanza delante de miles de personas con la bufanda en dirección al cielo, recordando a todo visitante del templo que el Liverpool es más que un equipo de fútbol. Porque en Inglaterra, la cultura es diferente. No sabemos cuánto influyeron ni las palabras de Benítez ni el peso de la afición, pero el Liverpool, en apenas quince minutos, igualó el 3-0 adverso. Inició la remontada Steven Gerrard, entonces ya capitán con 25 años, rematando de cabeza un centro Riise. El momento de creer -por qué no- en que igual sí era posible, el cambio de mentalidad para seguir creyendo. En el que Dida ya no parecía imbatible. Smicer, con un lejano disparo, redujo a un solo gol la diferencia. Por inercia, porque no había otro camino, el tercer gol era cuestión de minutos. El apogeo emocional del Liverpool tenía que culminarse con el empate, como mínimo. Luego, el contexto sería distinto. El Milan de Carlo Ancelotti, al que ya se le empezaba a esclarecer el pelo, observaba cómo no podía reaccionar. Y tras un taconazo de Baros dentro del área, Gerrard vio cómo tenía en la punta de su bota el empate. Levantó la cabeza para vencer a Dida con la mirada, pero Gennaro Gattuso se lo impidió. Le derribó por detrás. Penalti. “La lotería de los penaltis”, dicen muchos. Una reflexión que menosprecia muchos aspectos a tener en cuenta. Una


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tanda que llegaría tras el pitido final. Dida desafió a Xabi Alonso, que se encontraba ante uno de los momentos claves de su prolífica carrera como futbolista, mirándole a los ojos. Lo falló el tolosarra. Pero hubo un símil con el “You’ll never walk alone” de después del descanso. El no renunciar, no rendirse. Se lanzó a por el rechace y con la zurda empató el partido. En la prórroga hubo ocasiones para evitar los penaltis, sobre todo por parte del Milan, pero la figura de Dudek ya se estaba preparando para hacer historia e impidió la victoria de los italianos. Y entonces llegaron los penaltis. Esa “lotería” en la que en el último de los casos depende de la suerte. El tipo de carrera del lanzador, la orientación del cuerpo, la parte del pie de golpeo y, por encima de todo, el miedo. El miedo a fallar. O la ambición a marcar. Aspectos extra futbolísticos que bien

podrían tener más incidencia que la propia calidad del jugador. Hasta que llegó el lanzamiento de Shevchenko, Balón de Oro y uno de los delanteros más temibles de la época. Pero ahí estaba Dudek, con el sustento emocional de ya haber parado en la tanda. Con la posibilidad de ser un héroe. Y de serlo. El Liverpool terminó ganando la Copa de Europa. Sabemos que, como mantiene el Eibar, “otro fútbol es posible”. Aunque el camino está lleno de dificultades y los que mandan prefieren tomar otras direcciones, apartar la mirada. Una de las bases que sustenta el lema apela a la irracionalidad del fútbol. Remontar un 3-0 en contra en una final de la Champions League o luchar por un modelo deportivo propio, ante las montañas de millones de euros que acaparan los grandes clubes. Porque si siempre ganasen los mejores, el fútbol no sería fútbol

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VILLARREAL CF

Un submarino con alas. El buen fútbol se apoderó de Villarreal. O Villarreal del buen fútbol. El caso es que la temporada 2005-2006 pasó a la historia del conjunto castellonense. Con una plantilla llena de nombres mayúsculos y comandados por Manuel Pellegrini, los amarillos lograron quedarse a un paso de disputar la final de la UEFA Champions League. Tan solo el Arsenal los privó de un sueño que ya de por sí es eterno.

TEXTO ALBERTO GRAÑA TWITTER @BERTOGRANHA

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mible por el juego realizado. Un fútbol en el que la posesión comenzaba a apoderarse de su estilo para deleitar la visión de los aficionados, guardando en sus retinas instantes históricos. Desde la calidad y el mando de Juan Román Riquelme, el 8 mágico de aquel equipo, los castellonenses brillaban. El argentino ponía la pausa en el momento oportuno, la que castiga y hace daño a sus rivales provocando indiferencia. El ritmo del partido lo marcaba Román. Él encendía el interruptor y lo apagaba cuando quería irse a dormir, pero su magia se mantenía aún en los sueños más profundos. Precisamente, de la magia de sus pases y de su inteligencia fuera de lo terrenal se aprovechaba un uruguayo llamado Diego. Forlán ponía el gol, ese que llevaba en la sangre y que hacía temer a porteros y defensas rivales. Con un disparo lleno de precisión y potencia, el ex jugador del Manchester United por aquel entonces protagonizaba las tablas de goleadores de La Liga, siendo el pichichi en la temporada 2004/2005. A estos dos pilares fundamentales debemos sumar la experiencia defensiva y el liderazgo de Arruabarrena o Quique Álvarez, defensores que encarnaban el alma de los que luchan en todo momento, como si esta se uniese con el escudo, dotándolo de fuerza y pasión. O también el criterio, la fuerza y la contundencia de un mediocentro como

veces la vida es amarga y en todo momento de felicidad conseguirá aparecer un segundo de sufrimiento que nos empujará bruscamente hacia atrás. Un pequeño golpe de realidad para bajarnos de la nube que desearíamos fuese eterna y se mantuviese por los siglos de los siglos. ¿Os imagináis a un submarino de color amarillo y con alas sobrevolando el cielo europeo? No hace falta pensarlo como si de un sueño se tratase ya que la historia del fútbol nos ha permitido vivirlo. Corría la temporada 2005-2006 y las ilusiones del Villarreal C.F y de todos sus aficionados estaban en lo más alto. No hacía mucho, en la temporada 1999/00, ascendían a la Primera División del fútbol español y unos pocos años más tarde se estaban codeando con los mejores conjuntos europeos y mundiales en esto del balompié. Barbosa, Viera, Arruabarrena, Arzo, Javi Venta, Josemi, Peña, Quique Álvarez, Gonzalo Rodríguez, Sorín, Calleja, Font, Josico, Senna, Riquelme, Cazorla, Forlán, Tacchinardi, Guille Franco, Guayre, Roger, José Mari… los pupilos de Manuel Pellegrini llegaban de hacer una temporada sensacional, con un tercer puesto en liga por detrás del Real Madrid y del F.C. Barcelona y era hora de demostrarle a Europa quiénes eran. Tras un comienzo duro, en el que los jugadores lide-

El debut en la Champions League no se presentaba sencillo. Tras haber derrotado al Everton de David Moyes o Mikel Arteta entre otros en la fase previa, los groguets se encontraban en el grupo con rivales de una entidad sobresaliente. Manchester United, Benfica y Lille serían los encargados de poner piedras en el camino de la ilusión castellonense. Marcos Senna, uno de los artífices de la Eurocopa obtenida por la selección española en el año 2008.

rados por “El ingeniero” chileno Manuel Pellegrini conseguían obtener 3 puntos de los 9 posibles, con tres empates consecutivos, parecía que las emociones fuertes se guardaban para el final. Pero el destino es caprichoso, y en ese deseo de triunfo de la cenicienta del grupo, al Villarreal le aguardaba un primer puesto en esa liguilla clasificatoria gracias a un empate frente al Manchester United en Old Trafford y a dos triunfos ante lusos y galos. El conjunto amarillo era por entonces un equipo te-

Volviendo al hilo de esta bonita historia europea, el Villarreal se clasificaba como líder de su grupo en la Champions League, un hito que marcaría la historia de los amarillos y que mejoraría con el paso de las semanas. Glasgow Rangers e Inter de Milán fueron las víctimas de un equipo realmente en alza. Un doble empate frente a los escoceses le daba el

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Tras un rechace londinense por un centro que llegaba desde la izquierda, el esférico quedaba dividido entre José Mari y un inexperto Clichy. Aplicando la fórmula de que “la experiencia es un grado”, José Mari puso el cuerpo para que Clichy se cayese sobre él, provocando un penalti que metía en la eliminatoria al Villarreal. Era el minuto 89 y los castellonenses veían cómo esa frase, convertida en tópico en el mundo del fútbol, se hacía realidad. O al menos una de las partes, ahora solo faltaba meterla.

pase a los de Vila-Real y una remontada en la eliminatoria frente a los italianos, gracias a un gol de cabeza de Arruabarrena, haría estallar de alegría y llenar de lágrimas los ojos de miles de hinchas castellonenses, que veían cómo su equipo conseguía batir a todos sus rivales con un fútbol delicioso. Y hablando de sensaciones culinarias, llegaba el plato fuerte: el Arsenal de Henry, Reyes, Pires, Cesc, Ljungberg, Bergkamp, Campbell o Van Persie, entre otros. Aunque el héroe de esa eliminatoria no se encuentra entre ninguno de los citados anteriormente. La ida se disputó en Highbury, mítico estadio londinense. Kolo Touré se incorporaba al ataque en una jugada para anotar el único gol del encuentro, tras una actuación un tanto discutida del colegiado. El conjunto dirigido por Pellegrini luchó y llegó muy vivo para el partido de vuelta que disputaría en su casa y con su gente.

El Villarreal consiguió ganarse el corazón de muchos en esa temporada, por juego y por los retos conseguidos, coloreándolo de amarillo. Es injusto decir qué pasó con aquel penalti, pero aceptando la realidad, lo justo es mencionarlo: finalmente Román lo falló. O adoptando una justicia verdadera: Lehmann lo detuvo.

La vuelta se convertiría en el partido más importante para los groguets. Sin Bergkamp, por su conocido miedo a volar, pero con todo su potencial ofensivo y defensivo, el Arsenal de aquellos años era un equipo realmente temible que tenía en Henry a su máxima estrella, al que un aficionado que saltó al campo le colocó una bufanda blaugrana, cosas del destino. El partido seguiría un ida y vuelta muy competido pero con un Villarreal volcado y entregado. El submarino amarillo parecía tener alas y volar por un cielo teñido también de amarillo.

Como el guion de los mejores cuentos, esta historia tuvo momentos felices, amargos y tristes. Pero nadie le quitará al Villarreal, a sus jugadores, cuerpo técnico y aficionados, la hazaña conseguida esa temporada. El triunfo del humilde frente a los grandes. La ilusión ganando a la razón. Solo un minuto les privó de la gloria, aunque su triunfo fue otro: el de hacer volar en sueños a una afición que por un momento se imaginó a Román metiendo la pelotita. Quedémonos con ese minuto de besos al balón, un minuto en el que todos en nuestro interior gritábamos gol

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Las ocasiones se producían en las botas de los jugadores locales, en un Madrigal lleno a rebosar. Y llegó la jugada que pararía el partido y el corazón de todo aficionado al fútbol. Muchas veces, jugadores y entrenadores salen en las ruedas de prensa previas a los partidos diciendo que ellos desean ganar, y que para eso les da igual que sea de penalti y en el minuto 90.

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Juan Román Riquelme cogía el balón como si de un hijo propio se tratase, besando hasta el agujero de la válvula en un momento tenso, histórico e ilusionante. Tanto que las lágrimas de alegría de cada uno de los aficionados groguets bañaban el cuero. Román cara a cara frente a Jens Lehmann, portero internacional alemán del Arsenal. La tensión podía cortarse con un cuchillo. El argentino respiró, tomó carrerilla y… no todas las historias acaban comiendo perdices, pero tampoco es necesario recordar ese cruel y breve instante, pues ya todos conocemos el desenlace, con el Arsenal perdiendo en París ante el FC Barcelona.

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“A fin de cuentas, puede que lo más coherente sea admitir que el fútbol es un enigma de dimensiones cósmicas. Un proceso enrevesadísimo en el que cada nuevo detalle cuenta y contradice el anterior. Una suma de perfectas confusiones. El fútbol no tiene explicación, o al menos no una sola.”

Marcel Beltran.

Sin saber cÓmo TEXTO ALBERT BLAYA TWITTER @BLAYASENSAT

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21 de mayo de 2008. Moscú. La lluvia arremetía con fuerza e insinuaba que algo gordo iba a pasar. Cualquier final es mejor con lluvia. John Terry, alma y corazón del Chelsea, tenía en sus botas la primera Champions League de la historia del equipo de Roman Abramovich.

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u mirada, de tipo duro, curtido, no dudaba. Era pura determinación. Bajo palos, Edwin Van der Sar, pero daba igual quién estuviera ahí. Terry entendía que, para marcar y trascender, debía olvidarlo todo. Quitar la carga emocional, sentimental, esa maldita losa que condena al lanzador, que lo atrapa y lo absorbe. Había olvidado quién era. Qué hacía allí. Marcar para volver a recuperar su identidad. Seguía lloviendo, y en su infinito cinismo, el fútbol se unió sutilmente -fútbol y lluvia- para dejar uno de aquellos finales que se clavan en algún lugar dentro de ti. Los dioses del fútbol, si es que los hay, odiaron a John Terry, tanto como para hacerlo resbalar, con tanta malicia para hacer que el balón lamiera el poste. Le abrieron las puertas de la gloria, pero solo una milésima de segundo, lo justo para hacer que Terry sintiera qué es ser campeón sin serlo, para arrebatárselo al final. Así lo quiso el fútbol, y la lluvia. Un año después, llegó Andrés Iniesta. El de Fuentealbilla, tímido y retraído, apareció para demostrar que en el fútbol sí existen las divinidades, unas que no atienden a la tiranía de la pelota, pues están por encima de ella. El manchego tenía un mensaje, su derechazo inapelable desahució el sueño europeo del Chelsea por segundo año consecutivo, de nuevo de forma cruel. Gol del que nunca marcaba, grito al cielo del que nunca levantaba la voz. El Chelsea caía de rodillas, y su columna vertebral veía cómo se les acababa el tiempo.

André Villas-Boas aterrizó en Londres con el cartel del nuevo José Mourinho, héroe e ídolo en Stamford Bridge. El técnico portugués venía abalado por su impecable año en Oporto, donde logró el triplete, proclamándose campeón de Liga, Copa y Europa League. Y todo ello con su tremenda juventud, casi aterradora para un entrenador de élite (33 años). Pero su andadura, lejos de parecerse a la de José, estuvo marcada por la irregularidad. Tras perder frente al Wigan, el 3 de marzo de 2012, fue cesado de su cargo, a casi 20 puntos del líder y, aparentemente, eliminado de la Champions League con un 3-1 en Nápoles. El Chelsea, desposado de todo lo que le había hecho temible la última década, cambió la piel del lobo por la del cordero con la llegada del interino Roberto di Matteo. Con el italiano, fue otro equipo. Su única identidad fue el sufrimiento. El Chelsea logró una remontada de peso al eliminar al Napoli en Stamford Bridge con un contundente 4-1. Quizás podamos poner allí el punto de inflexión que vivió el equipo en su glorioso 2012. Murió, o eso pareció, tantas veces, que sería atrevido decir que fue en ese momento, y no en otro, cuando volvieron a creer. Los cuartos de final frente al Benfica se saldaron con un pase que ponía al peor Chelsea desde la temporada 2002/2003 en unas semifinales de la Champions League. Aguardaban Real Madrid, Bayern de Múnich y FC Barcelona, el que fuera el lobo era ahora la cenicienta, su vestido era otro.

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Didier Drogba tras una pérdida de Messi se llevó el partido. El fútbol no responde a la racionalidad, no tiene un orden lógico en sus acontecimientos, pero el Chelsea se empeñó en hacer que obedecieran a su patrón, que todo pasara por la fina capa de la imposibilidad para convertirse en una realidad. Tras Stamford Bridge todo era posible.

El sorteo, siempre caprichoso, les emparejaba con el FC Barcelona, vigente campeón de Europa, equipo de Xavi Hernández, Andrés Iniesta, Sergio Busuquets y, por supuesto, Leo Messi. Josep Guardiola ante su último reto, entre ceja y ceja el repetir como campeón de Europa, algo que nadie había logrado en ese formato. El contexto pre-eliminatoria que manejaba el conjunto de Di Matteo era altamente complejo, con un plantel a años luz del que disponían los blues en mayo de 2009. Los pesos pesados seguían siendo los mismos: John Terry, Petr Cech, Frank Lampard, Ashley Cole y Didier Drogba. Los supervivientes del sueño roto del Chelsea, de Moscú y de Stamford Bridge. Ya nadie les creía.

El Camp Nou esperaba, vestido de gala y con aires de remontada, conscientes que hacía dos años habían sufrido las carnes de la derrota, casi en la orilla, en manos del Inter de Milán de José "La derrota es siempre Mourinho. El FC Barcelona una mutación previa a no quería ir por los derroteuna victoria" ros del fútbol de suburbios, apunta la poeta Anna aquel que se juega con el baGual. lón parado o en el aire, pero nunca corriendo por el verde. Llegó el 1-0 tras una jugada a balón parado, un centro de Isaac Cuenca y un disparo a boca de gol de Sergio Busquets. Tres elementos que nadie creía que fueran a ser protagonistas en la cocción del primer tanto. El Chelsea, que había hecho del área pequeña su búnker, veía cómo Gary Cahill y John Terry no podían evitar el primer gol. Poco después, tras un aluvión de

La ida se jugó en Stamford Bridge y fue, en todos los sentidos, un avasallamiento del conjunto azulgrana, que puso cerco sobre la portería del guardameta checo, probándole de todas las maneras. El FC Barcelona generó una gran cantidad de ocasiones; 19 disparos en total por los 4 del conjunto local. Además, el 72% de la posesión fue suya. Las estadísticas en el fútbol suelen ser el peor de los indicativos para un deporte que escapa de toda lógica. El Chelsea, con un solitario tanto de

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siones demoradas por el larguísimo Petr Cech, llegó el primer punto de inflexión de una noche marcada por la épica. John Terry le propinó un rodillazo a Alexis Sánchez sin venir a cuento, por lo que el colegiado decidió expulsarlo. Tan cerca y tan lejos. El capitán volvía a fallar bajo la mirada de todos, esta vez de forma incomprensible, como retando la mirada de los Dioses del Fútbol y cayendo fulminado. Tras Moscú, a un paso de una final, el capitán se iba cabizbajo con su equipo embotellado y sin opciones de marcar. Y, poco después, de nuevo Andrés Iniesta aparecía para vestirse de demonio y poner el 2-0. Si no fuera porque estamos hablando de fútbol, el partido hubiera acabado con los jugadores dándose las manos, aceptando que aquello era como las leyes astrofísicas, inquebrantables. Y así se lo tomaron los de Di Matteo, que antes del descanso lograron, en una de sus pocas internadas, batir a Victor Valdés con una vaselina irreal de Ramires. Todo en este Chelsea parecía bailar entre la realidad y la ficción, la vida y el sueño. Tras el descanso el FCB subió líneas, la posesión rozó el 83% para los culés, ávidos por marcar, conscientes que un gol les ponía en la final. Suyo fue el guion de película cuando Leo Messi se citó con Petr Cech desde los 11 metros tras un absurdo penalti del héroe de la ida, Didier Drogba. El disparo del argentino reventó el larguero del Camp Nou con un crujido seco, casi afónico, que compadeció las 98.000 almas que allí se amontonaban. El fallo del 10 pareció poner el partido en el limbo, como si nada de lo que pudiera suceder a partir de ahí fuera a ayudar a los catalanes a llegar a la final. Y así fue. Fernando Torres regaló uno de esos momentos que reconcilian a un jugador con el mundo del fútbol, y su gol tuvo un tinte simbólico, con el eterno niño burlando una vez más el Camp Nou. Lloraba Messi sobre el césped mientras el Chelsea avanzaba sin saber cómo. Pero qué va a importar. Al final, solo es fútbol. La final se jugaba en Múnich y allí esperaba el Bayern. Su feudo, reconvertido en un infierno custodiado por una unión de hinchas

bávaros recibía a la cenicienta que a estas horas de la película ya no podía esconder su piel de lobo. Sin John Terry, expulsado, Didier Drogba y Petr Cech se alzaban como dos estatuas colosales que soportaban el peso de todo un club. La historia en sus manos. Como en Barcelona 13 años atrás, el club alemán volvió a sufrir el escarnio en sus carnes. Si pudiera definirse una derrota de forma universal, o si la derrota tuviera implícita una imagen nítida sería la de aquella noche. El gol de Müller en el 81 parecía abrir y cerrar el partido en un mismo gesto, un cabezazo inapelable. Sin balón, el Chelsea forzó un córner que sirvió para que Drogba marcara con el corazón de todos los aficionados blues que abarrotaban el fondo norte del Allianz Arena. Su testarazo es ya historia de la Liga de Campeones, volteando el cuello, con un salto imperial, enviando el cuero con fuerza, teledirigido, como si su misión hubiera sido siempre aquella, la de conseguir un sueño en forma de Copa de Europa. Los fantasmas del pasado acudieron de nuevo, y en la prórroga Drogba cometió una torpeza dentro de su área: penalti. El fútbol estaba entestado en hacer que Drogba fallara, pero la suerte, o dígase Petr Cech, le mantuvieron ahí arriba. ¿Quién se acuerda de estos penaltis ahora? Arjen Robben, perseguido durante toda su carrera por unas voces que le martirizaban, acusándole de no decidir en los partidos grandes, volvía a estrellar otra oportunidad, y el Bayern se veía evocado a la tanda de penaltis, ese momento en el que el jugador deja de ser él, el momento de máxima evasión, el único en el que el fútbol pone en bandeja la victoria -que se lo digan a John Terry-. En aquel instante todos sabíamos quién iba a ganar. Porque la historia de aquel Chelsea, de aquella Liga de Campeones, estuvo siempre escrita, aunque invisible para nosotros. Didier Drogba y Petr Cech custodiaron el desenlace hasta que fue inevitable. El Chelsea se alzaba con su primera Liga de Campeones. Sin saber cómo

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