TrashLation

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ISBN: 978-84-608-2043-7 Primera edición: septiembre 2015. Impresión: Oman 500 ejemplares Proyecto TrashLation: Basurama, con el apoyo de las becas ART-EX del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación con la Agencia Española de Cooperación y Desarrollo. www.trashlation.tumblr.com / www.basurama.org Edición: Basurama (Juana Arana y Mónica Gutiérrez). Diseño y maquetación: Basurama. Textos: Basurama (Juana Arana, Mónica Gutiérrez y Alberto Nanclares), "TrashLation, un autorretrato del consumo en el mundo". Fernando Castro, "Relatos escatológicos, retratos inmundos". Traducción: Lilit Zekulin Thwaites. Han participado en TrashLation: Centro Cultural de España en Argentina, Embajada de España en Hungría, Embajada de España en India, Embajada de España en Japón, Embajada de España en Marruecos, Centro Cultural de España en México, Embajada de España en Noruega, Embajada de España en Sudáfrica, Embajada de España en China, Embajada de España en Filipinas, Embajada de España en Brasil, Embajada de España en Canadá, Embajada de España en Suecia, Embajada de España en Australia. Con la colaboración de: Melisa Callau (fotografías de Noruega). David Crespo, Heloise Fontaine, Sara Goic, Kim Leou, Carolina Reguera, Julia Rubio, Sandra San Gregorio y Eugenio Tarantino. Agradecimientos a: César Espada, Helena Santos, Claudia Llanza, La Libre de Barranco (Lima, Perú), Giuseppe De Bernardi (Tupac -Centro Cultural de Creación Contemporánea ), Christian Konrad, y a todos los participantes que se han animado a retratarse con su cara-b. Actualmente Basurama está formado por: Mónica Gutiérrez Herrero, Juan López-Aranguren Blázquez, Rubén Lorenzo Montero, Alberto Nanclares da Veiga, Manuel Polanco Pérez-Llantada, Pablo Rey Mazón, Miguel Rodríguez Cruz. Basurama colabora con la Galería Moisés Pérez de Albeniz. Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional (CC BY-NC-SA 4.0). // Project TrashLation: Basurama with the support of the ART-EX grants from the Ministry of Foreign Affairs and Cooperation together with the Spanish Agency for International Development Cooperation. www.trashlation.tumblr.com / www.basurama.org Edition: Basurama (Juana Arana and Mónica Gutiérrez). Design and layout: Basurama. Texts: Basurama (Juana Arana, Mónica Gutiérrez and Alberto Nanclares), "TrashLation, a self-consumption in the world". Fernando Castro, "Scatological Tales, Sordid Images". Translated by: Lilit Zekulin Thwaites. They have participated in TrashLation: Spanish Cultural Center in Argentina, Embassy of Spain in Hungary, Embassy of Spain in India, Embassy of Spain in Japan, Embassy of Spain in Morocco, Spanish Cultural Center in Mexico, Embassy of Spain in Norway, Embassy of Spain in South Africa, Embassy of Spain in China, Embassy of Spain in the Philippines, Embassy of Spain in Brazil, Embassy of Spain in Canada, Spain Embassy of Sweden, and Embassy of Spain in Australia. With the collaboration of: Melisa Callau (Norwegian photographs), David Crespo, Heloise Fontaine, Sara Goic, Kim Leou,Carolina Reguera, Julia Rubio, Sandra San Gregorio y Eugenio Tarantino. Especial thanks to: César Espada, Helena Santos, Claudia Llanza, La Libre de Barranco (Lima, Peru), Giuseppe De Bernardi (Tupac - Cultural Centre for Contemporary Creation), Christian Konrad and to all the participants that have been encouraged to portray themselves and their b side. Basurama is currently composed by: Mónica Gutiérrez Herrero, Juan López-Aranguren Blázquez, Rubén Lorenzo Montero, Alberto Nanclares da Veiga, Manuel Polanco Pérez-Llantada, Pablo Rey Mazón, Miguel Rodríguez Cruz. Basurama collaborate with Galería Moisés Pérez de Albeniz. Attribution-NonCommercial-ShareAlike 4.0 International (CC BY-NC-SA 4.0).


TrashLation es un proyecto de investigación y reflexión en torno al consumo, el desecho y a la identidad. Aquí se recoge una selección de los participantes durante este primer año. Personas de Argentina, Australia, Brasil, Canadá, China, España, Filipinas, Hungría, India, Japón, Marruecos, México, Mozambique, Noruega, Perú, Sudáfrica y Suecia se han retratado con su propia basura, mostrando esa otra cara de nosotros mismos que también (y tan bien) nos define. TrashLation recoge los dípticos formados por un retrato y una fotografía de la basura (no orgánica) que los participantes han generado durante las 24-48h previas a inmortalizar la imagen. Esto nos permite hacer una visualización a nivel mundial de la basura que cada uno de nosotros produce independientemente de nuestro estrato social, nuestro país de origen o nuestra edad. TrashLation is a research and reflection project about consumption, waste and identity. In this cataloge you will find a selection of participants collected during this first year. People from Argentina, Australia, Brazil, Canada, China, Spain, the Philippines, Hungary, India, Japan, Mexico, Morocco, Mozambique, Norway, Peru, South Africa and Sweden have portrait themselves with their own trash, showing the other side of ourselves that also (and so well) defines us. TrashLation compile diptychs made up by portraits and photographs of the (not organic) waste that participants have generated during the 24-48h before immortalizing the image. This allows us to have a global view of the waste that each of us produced regardless of our social status, our country or our age.

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TrashLation, un autorretrato del consumo en el mundo Basurama Cuando asociamos consumo a "desgaste" nos referimos a un proceso en el que consumimos la energía de nuestro cuerpo, la que convertimos a partir de los alimentos que comemos. Asumir que es necesario consumir para hacer frente a las necesidades más llanas es uno de esos datos identificativos fundamentales que nos correlacionan globalmente. Hoy en día, sin embargo, el consumo tiene más de deseo que de necesidad. El consumo como deseo nos une en el anhelo mental, pero nos aleja inevitablemente a la hora de materializarlo. El consumo no es consumismo. Sociedad de consumo es un término utilizado en economía y sociología para designar el tipo de sociedad que corresponde a una etapa avanzada de desarrollo industrial capitalista y que se caracteriza por el consumo masivo de bienes y servicios, disponibles gracias a la producción masiva de estos. José Luis Pardo argumentaba ya en 2006, revisando el principio de El Capital, "tendríamos que decir, hoy, que la riqueza de las sociedades en las que domina el modo de producción capitalista se presenta como una inmensa acumulación de basuras." Como tal, no se refería a la basura como aquellos restos inconsumibles ó invendibles que produce la industria, sino que quería decir que la riqueza de las naciones consiste hoy en día en la producción, almacenamiento, transporte y venta de basura. Como ejemplo exponencial e ilustrativo del paradigma de la venta y consumo de basura más extremo, podríamos tomar el caso del crack; llamado de manera muy gráfica, "basuko" en Colombia. En efecto, el crack se trata de una droga producida a partir de los residuos de la producción de cocaína. Hoy en día, la industria contemporánea puede vender sus restos tan bien como puede producir productos que irán directamente a la basura, como es el caso de la breve vida de muchos envases de plástico. En términos puramente económicos se entiende por consumo la etapa final del proceso económico, especialmente del productivo, definida como el momento en que un bien o servicio produce alguna utilidad al sujeto consumidor. En este sentido hay bienes y servicios que directamente se destruyen en el acto del consumo, mientras que hay otros en los que su consumo consiste en su transformación en otro tipo de bienes o servicios diferentes. Así, actualmente hay muchos productos inservibles, nacidos para morir, que


en puridad, no tienen más utilidad que ser vendidos y comprados. Tal y como ocurre con las viviendas dedicadas a la especulación, en la economía financiera actual, la expectativa de riqueza y el riesgo que implica produce más beneficios que su propia existencia. En este caso el consumo sigue siendo un factor fundamental para la economía de hoy en día; más por lo que activa en torno a sí mismo, que por los propios bienes que produce y vende. Si pensamos el consumo en términos de costes, sabemos que dentro de la cadena de producción cuesta más la ejecución de la lata que la del propio refresco que contiene, aunque la lata sea reciclada. Incluso pagamos más por la caja de tomates que por los tomates en sí, lo que nos demuestra que en gran medida invertimos nuestro salario en pagar por unos envases, basura, que desechamos en cuanto han cumplido su corta función. Además, la cadena no acaba ahí, pues debemos devolver esa basura desechada (reciclaje) a las empresas que nos la vendieron en primera instancia, amenazados, en el caso de no hacerlo, por el mensaje subyacente de ser ciudadanos incívicos, insolidarios o insostenibles. Más interesante es sin duda el concepto de consumo como identidad: lo que compramos (y posteriormente tiramos), hoy en día, nos define como lo que somos. Más allá del producto en sí, miramos la marca que lo cubre. Hacemos la vista a un lado y al otro antes de elegir un producto en el supermercado, reparamos antes de que nos vean comprando aquello que no va acorde con nuestra identidad y generamos debates por la marca de cerveza que uno debe beber o los nombres de whiskies que debe conocer. Lo que consumimos y cómo lo consumimos, en realidad, nos define, porque lo hacemos parte de nosotros y, sobre todo, porque nos hacemos parte de ello. Los bebedores de leche de soja son consumidores conscientes, los que compran a granel son consumidores sostenibles, los fumadores están a punto de desaparecer como perfil social. Podemos llegar a entender que actualmente nos convertimos en ciudadanos por la vía del consumo; en un tiempo en el que el salario no está asegurado, adquirir una televisión, un aire acondicionado o tal vez más adelante una vivienda genera una expectativa de crecimiento personal y ascensor social, además de una sensación de pertenencia a un "algo común y respetable", características fundamentales del concepto de la ciudadanía liberal. Nuestras vidas están hoy en día trazadas por nuestros rastros económicos: el consumo como memoria es sin duda otro determinante asociado a nuestra identidad diaria. La tarjeta internacional Visa conoce dónde has usado tú tarjeta desde que la tienes: podría recordarte cada uno de tus actos con la mayor precisión; y tu supermercado puede decirte cuántos paquetes de cereales has comido desde 1998. Más allá de los datos "de rastreo", es un hecho que establecemos relaciones con las marcas que compramos y en cierta medida supeditamos nuestra vida a los vínculos con esos productos: conocemos los supermercados que venden nuestros artículos o nos guiamos por la ciudad teniendo en cuenta la oferta de determinadas zonas, lucimos una marca en


nuestro pecho y en nuestros pies, aunque tenga que ser en su versión "falsificada"1. El consumo como expolio de la riqueza común. En el siglo XXI ha vuelto con fuerza el mecanismo de países proveedores de materias primas para los mercados globales. Obviamente, el (neo)extractivismo de riquezas naturales es una forma de expolio de la riqueza común, pero el consumo (vía turismo, vía shopping, vía especulación y gentrificación urbana) es una forma de consumir nuestras formas de vida, de relaciones, nuestras formas de riqueza común social. TrashLation, el proyecto. La investigación sobre nuestra identidad-consumo nos plantea evidencias y nos hace caer en tópicos y generalidades, pero también nos impresiona con algunas concordancias sorprendentes. TrashLation, pretende rastrear todos estos conceptos y acepciones, alejándose de la encuesta y la sociología, husmeando en el imaginario colectivo global del consumo y la intimidad de la basura de cada persona que ha querido participar en el proyecto. Este proyecto no trata de comparar el consumo excesivo pero aceptable de occidente con el consumo creciente y grotesco de los países del sur2, sino que desea dialogar sobre cómo cada uno se ha zambullido en su basura inorgánica y ha elegido lo que a su juicio mejor lo representa. Su forma de vida, su capacidad adquisitiva, su "gusto" como distinción social, sus caprichos, secretos o vicios. La realidad es que existe un filtro en todas las personas para elegir, no aquello que realmente las define como lo que son, sin tapujos, sino con lo que quieren que se les asocie. Eligiendo su basura, hacen un autorretrato de su identidad-consumo. Al autorretratarnos con nuestra basura, enseñamos nuestra cara-b, más pública y a la vez más íntima que ninguna, lo que tiramos a la basura, seguramente la parte más secreta de nuestra cocina, y la que compramos en el (super) mercado, uno de los últimos lugares de encuentro y vida cívica. En esa tensión se sitúa TrashLation, generando más que una gráfica, un paisaje de nuestras vidas hoy en día.

1. Los precarios, (la gran mayoría) sólo pueden comprar marcas blancas y productos low-cost, que a su vez pertenecen a los grandes grupos empresariales, los cuales anuncian sus productos premium en revistas, carteles y pantallas cada vez más invasivas. Esos productos premium se adquieren, en su mayoría, en su versión falsificada ó trucha, aunque los mercados de lujo han crecido mucho, tanto como la desigualdad, desde que se desencadenó la gran recesión del siglo XXI con la caída de Lehman Brothers. 2. La clásica gráfica que relaciona el consumo de chocolate per cápita con los premios Nobel nacidos en cada país se suele utilizar para demostrar el hecho de que "correlación no implica causalidad", es decir, no podemos colegir que comer chocolate hace ganar premios Nobel. Sin embargo, sí podemos colegir que los países que más veces han ganado el Premio Nobel son aquellos donde más chocolate se come, que son precisamente y no en vano los países más ricos de Occidente.


Relatos escatológicos, retratos inmundos Fernando Castro Flórez "Os echaré al rostro la inmundicia, la basura de vuestras solemnidades, y seréis echados donde se echa a ella" (Malaquías, 2,3).

En un mundo estrictamente desquiciado aumentan los síntomas escatológicos, en la doble acepción o ambigüedad que esa palabra tiene: a la vez teoría de las ultimidades y estudio de los residuos. Algún tipo de rara justicia hace que tengamos que atenernos a esos desperdicios. Puede hablarse de un origen estercolar o excremental del derecho de propiedad, de la misma manera que ciertos animales orinan en su guarida para que siga siendo suya, muchos hombres marcan y ensucian, defecan sobre los objetos que les pertenecen, para seguir siendo sus propietarios: la polución reterritorializa planetariamente un sujeto que excluye todo lo que considera "diferente". Pero ese nicho global tiene que plantearse una higiene que afecta tanto al cuerpo como a los conceptos. No es precisamente la limpieza, ni la "exquisitez" algo presente en la obra de muchos artistas contemporáneos, interesados más bien en provocar una reacción vomitiba. Podríamos poner en relación el camino del exceso en la estética actual con la clausura de la representación que propuso Artaud que suponía crear una escena no teológica tanto como poner sobre ella la vida en lo que esta tiene de irrepresentable; el teatro de la crueldad, creado para emprender una nueva colocación y danza del cuerpo que lo apartara de la nada coagulada en la que se manifiesta, fue un momento de la búsqueda de la fecalidad, en la que el argumento onto-teológico supondría aceptar que si Dios existe es una mierda, "cuya representación más perfecta es la marcha de un incalculable grupo de piojos". La conclusión es que todo lo que huele a mierda también huele a ser, el hombre que eligió cagar también ha consentido en vivir muerto. (Sobre)vivimos entregados al vértigo del consumo que, literalmente, nos consume, vamos generando una "subjetividad", valga la paradoja, al mismo tiempo físicamente obsesa y anímicamente anoréxica, da la impresión de que cuantas más cosas acumulamos más se instala en nuestra existencia el sentido de la falta. Obsesionados por barrer sin pausa (en una ideología paranoide de la "higienización") lo que generamos es propiamente la basura de la que, en todos los sentidos, no queremos saber nada. Hemos convertido al planeta en un gigantesco basurero que, aunque aparentemente invisibilizado, está imponiendo una ley que podría entenderse en clave de "retorno de lo reprimido". Necesitamos que lo in-mundo, aquello que se ha consumido y, por tanto, está "agotado", desaparezca de nuestra vista aunque nuestra voracidad insaciable esté propiciando una contaminación acelerada que supone una amenaza muy seria para la vida, un peligro que tampoco queremos contemplar. El colectivo Basurama lleva años trabajando de forma lúcida y también lúdica, con rigor e intensidad, en esa zona escatológica empleando la estrategia (crítica) del


bricolaje-reciclaje. Su práctica evita la sublimación poética del trapero o la retórica del "ensamblaje infantil" en el terreno en construcción y tampoco deriva hacia una percepción exótica de lo marginal. Nuestra imparable producción de desperdicios es entendida, en clave histórico-materialista, en clave de consumo, reclamando una táctica tergiversadora que tiene que ver con el análisis que Michel de Certeau hiciera en La invención de lo cotidiano. El proyecto TrashLation de Basurama no presenta esa masa amorfa de lo pegajoso y repugnante sino que retrata lo "inorgánico" junto al semblante del consumidor. Basurama indica que se trata de husmear (término apropiado para un ámbito en el que todo lo que huele sencillamente huele mal) "en el imaginario colectivo global del consumo y la intimidad de la basura de cada persona que ha querido participar en el proyecto". El argumento post-cartesiano que aquí funciona ("Eres lo que tiras") no busca lo claro y distinto ni puede articular la certeza del sujeto como un proceso racionalizador sino al contrario como un amasijo de cosas que hacen visible lo que consumimos y, por tanto, está destinado a desaparecer en el basurero o a transformarse en la industria del reciclaje. La "exposición" de lo inorgánico-consumido funciona como retrato material e in-mundo del "propietario" de lo desechado. En cierto sentido, la indagación en lo que Basurama califica como "intimidad de la basura" lo que revela (efectivamente en el modo fotográfico) es la extimidad del sujeto. El arte actual rechaza el viejo mandato de pacificar la mirada, prefiriendo que el objeto se levante con su carga de horror o con el deseo pulsátil de esa realidad. Podemos resaltar el tipo de discusión problemática que ha realizado Hal Foster, en su libro The Return of the Real, cuando señala que la verdad de la cultura contemporánea está en el cuerpo dañado, en el sujeto traumatizado o abyecto. En la discusión sobre la sesión del seminario lacanaiano titulada "¿Qué es un cuadro?", respondiendo a una cuestión sobre la relación entre el gesto y el instante de ver, de repente se ofrece un argumento que tiene algo de interpolación: "la autenticidad de lo que sale a la luz en la pintura –leemos en Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis- está menoscabada para nosotros, los seres humanos, por el hecho de que sólo podemos ir a buscar nuestros colores donde están, o sea, en la mierda". ¿Habremos descubierto ya el secreto, la composición que se esconde bajo la críptica denominación de "técnica mixta" que acompaña a tantos cuadros? Penoso consuelo el de este descubrimiento de que la creación es una sucesión de pequeñas deposiciones sucias, con independencia de que sea el paradigma de la frialdad o la reinstauración del fascinum que llama el psicoanalista "mal de ojo". Los individuos que han participado en TrashLation están doblemente fotografiados: a través de su basura inorgánica y en la convencional pose frontal que da cuenta, aparentemente, de su "identidad". La impresión que tenemos al contemplar esa yuxtaposición de rostros y rastros, de semblantes y basuras, es la de que no hay nada ni repugnante ni mucho menos traumático como si lo escatológico hubiera sido sometido a una tonalidad manifiestamente divertida. Las sonrisas


aparecen con naturalidad, las actitudes son extremadamente relajadas, el ambiente es de absoluta complicidad y desenfado, no parece que esa yuxtaposición de lo in-deseado (los objetos que anteriormente habían sido objeto del deseo voraz y ahora son casi menos que nada) y de la identidad (la imagen sustantiva que nos convierte en únicos o, etimológicamente, en "idiotas") sea una instantánea de la angustia (ese proceso que psicoanalíticamente nos lleva a aceptar que "somos" la cosa que nos atenaza e incluso repugna). La "realidad" que se traduce en los semblantes/inmundos de Basura supone, tal vez, que se ha atravesado la fantasía para gozar el síntoma o, sin complicar tanto la cosa, que estos sujetos pueden, literalmente, "dar la cara" revelando incluso aquello que forma parte de lo indigno, sucio y carente de valor. Sin duda en la genealogía del When Trash Becomes Art (tematizado en forma de libro por Lea Vergine), Merda d´artista (1961) de Piero Manzoni tiene un valor casi "fundacional"; conviene tener presente que esa mierda no está sencillamente "enlatada" (neutralizada, invisible, incolora e inodora, como el dinero), en realidad, está escrita, es el signo de un desagrado. Pero, como Barthes sugiriera a propósito de Sade, el lenguaje posee esa facultad de negar, de olvidar, de disociar lo real, una vez que se escribe la mierda no huele. Con todo, culturalmente el olor es lo innombrable y lo bello surge de la eliminación del olor, concomitante al proceso de individuación del desperdicio y a su instauración en la esfera de lo privado. Hay una antinomia esencial entre lo excremental y lo estético, puesto que aquel se resiste a ser un signo. En última instancia hay un non olet primordial, hasta el punto de que todo olor remite al de la mierda: ¿qué otra cosa hace el perfume sino enmascararlo precariamente? Pero todo lo que se desprende de lo estético cae en la producción y esas repugnantes sustancias que expele el organismo deben convertirse en ganancias doradas. Sin duda, la basura inorgánica de TrashLation no huele, ni siquiera causa repugnancia en sus "propietarios". Los miembros de una familia fotografiada con "su basura" hacen exultantes el "signo de la victoria" como si hubieran superado una prueba crucial o sencillamente estuvieran satisfechos con el reciclaje de su extimidad. Esa "inorganicidad" retratada con tanta familiaridad no es, ni mucho menos, unheimlich (lo inhóspito, esto, aquello familiar que se ha tornado extraño por causa de la represión) sino un conjunto de cosas "agotadas" pero representativas. Así Basurama advierte que cada uno, tras "zambullirse" en su basura inorgánica, "ha elegido lo que a su juicio mejor le representa". Ciertamente no solamente se ajusta la pose sino que las "cosas desechadas" y recuperadas para ser "expuestas" están sometidas a un filtro que produce una singular definición que nos permite no solo contemplar distintas formas de "identidad-consumo" sino proyecciones deseantes, paradójicamente, sedimentadas en lo residual. Contemplamos por tanto una fenomenología del (dis)gusto por medio de unos auto-retratos de cosas in-mundas entre las cuales está, sin duda, nuestra propia subjetividad higienizada y bienpensante.


Hay leyendas populares y relatos que establecen que alguien manchado por la culpa puede librarse de ella tragando mierda de un clérigo virgen, así como aparecen reyes que beben tres tragos de orina para desahogarse en una verdad que la vergüenza bloqueaba; Dominique Laporte llega a la conclusión con crudeza: aquello que la boca del poder se traga es la mierda de Dios mismo. Lo que va a parar al retrete está también santificado, pues el Estado que colma a sus sujetos, inundándolos de mierda, no podría dejar de purificarlos. ¡A cada cual su mierda! es el grito de guerra de la ética del ego establecida en un Estado que invita a los sujetos a posar sus culos sobre sus montones de oro. Lo impuro se desliza hacia la abominación, también en el sentido del interdicto. Es evidente que la atribución de peligro es un modo de colocar un tema fuera de toda discusión. Si la impureza es la materia fuera de sitio, debemos acercarnos a ella a través del orden, conviene recordar que la suciedad es aquello que no podemos incluir cuando deseamos mantener una configuración: "las ideas acerca de la separación –advierte Mary Douglas en su crucial ensayo Pureza y peligro-, la purificación, la demarcación y el castigo de las transgresiones tienen por principal función la de imponer un sistema a la experiencia, que de por sí es poco ordenada". Es preciso acentuar las diferencias, puesto que sin ello no será digno de anhelo el sistema, la tabla ordenada de semejanzas. TrashLation traiciona (en la clave de aquel proverbio italiano: "traduttore traditore") la identidad higienizada para exponer los desechos si bien en forma "estetizada". Cada quien ha geometrizado (incluso aquellos que aparentemente han diseminado sus residuos inorgánicos en forma "caótica") lo que tendría que estar en la basura; parece como si algunos quisieran forman con los objetos gastados una suerte de puzzle imposible o juegan buscando simetrías y matizaciones cromáticas. Sin duda, el caso extremo de esta fantasía (de la subjetidad) residual es la que encontramos en la fotografía de la basura blanca que acaso delate tanto una pulsión sublimatoria cuanto una inercia minimalizadora. El desorden repugnante de la basura ha sido sometido a ordenación expositiva por los sujetos auto-retratados en TrashLation hasta llegar a constituir una especie de exorcismo de lo informe. Para Bataille informe no es sólo un adjetivo con un determinado sentido sino un término que sirve para desubicar, rompiendo esa exigencia que hace que cada cosa tenga su forma: "afirmar que el universo no se parece a nada –escribió en un crucial texto en su revista Documents- y que sólo es informe es lo mismo que decir que el universo es algo parecido a una araña o a un escupitajo". Esta es una noción que desplaza el paradigma estético de la sublimidad, de la misma forma que cobra mucha importancia la emergencia de la perversidad, frente al discurso de la "seducción" característico del postmodernismo hegemónico. En el espacio perverso, nada es fijo, todo es móvil, no hay una finalidad particular. En un tiempo de clonaciones en el que se ingresa en una vivencia póstuma, con una evidente dislocación cultural, surgen actitudes que asumen el provocativo territorio del simulacro. Estamos en el umbral de la obra de arte de la abyección del sujeto,


sedimento de una desnudez vergonzante tratada "metalingüísticamente" como pura forma y cromatismo. Lo abyecto está emparentado con la perversión, puesto que no asume una interdicción, una regla o una ley, sino que la desvía, la descamina o la corrompe, propicia una confrontación con nuestra propia arqueología personal: es algo radicalmente excluido, un objeto caído, que nos atrae hacia donde el sentido se desploma. Basurama no quiere en TrashLation ni plantear un "ensayo sociológico" (tampoco se trata de prolongar la reflexión sobre esas "vidas desperdiciadas" a las que ha prestado atención, por ejemplo, Zygmunt Bauman) ni reciclar los residuos en una clave transgresiva o provocadora, más allá del arte abyecto o de la "estética de lo informe" (a la postre reducida, museísticamente, en el paradigma archivístico), lo que muestra es un retrato colectivo en el que se trenza el consumo, la identidad y la memoria en la vertiginosa dinámica del expolio de los recursos comunes. Aquella consideración crítica de Hans Sedlmayr que sufría con "la pérdida del centro" se vuelve quimérica en el tiempo de la consumación de la nausea, cuando todo está inevitablemente polucionado. El excremento es un paradigma del drama que constituye la dialéctica de la objetividad, es percibido siempre como un objeto excitante que no puede ser disociado del sujeto fenomenológico; sorprendentemente lo más asqueroso se convierte en emblema de la utopía correlativa del deseo: poseer el objeto perdido. Cuando se contempla el tema de lo excremental en un contexto psicoanalítico surge la relación de equivalencia con el dinero, esto es, con la propiedad y con el objeto propio. Los sujetos que participan en TrashLation deciden "trasladar" su basura inorgánica desde la bolsa a la "virginal superficie" que les identificará. Los desperdicios parece que han sido "higienizados" en estos autorretratos divertidos. Y, a pesar de todo, no dejo de sentir que algo falta. Ángel González García señaló, con su habitual lucidez, que el resto no es lo que sobra sino lo que falta "y lo que falta es, precisamente, la facultad misma de distinguir lo que sobra de lo que falta". En un momento en el que demasiadas cosas huelen, en un sentido tan dramático como el shakesperiano, a podrido, la tarea del trashductor sigue siendo la de evitar el literalismo. En toda traducción hay algo intraducible que, según Benjamin, tenía que ver con el carácter de lo literario. TrashLation nos muestra la fricción de los rostros y los rastros, de la identidad y de lo inmundo, de la subjetividad y lo inorgánico, del consumo y de lo agotado. Esta traducción escatológica muestra una in/extimidad que, al mismo tiempo, transparenta y vela deseos y temores, revelando que no es posible mostrarse sin tapujos. Los restos, más que mortales reciclables, invitan a construir relatos que no darán cuenta del "destino último" sino de la precariedad (in)consciente de nuestras vidas.


TrashLation, a self-portrait of world consumption Basurama When we associate consumption with diminishment we are often referring to a process in which we consume our body’s energy, the energy we generate from the food we eat. The assumption that it is necessary to consume in order to satisfy our most basic needs is one of those fundamental identifying markers that links us globally. Nowadays, however, consumption has more to do with desire than need. The mental yearning for consumption as desire unites us, but it also inevitably separates us when that desire becomes a reality. Consumption is not consumerism. The consumer society is a term used in economics and sociology to designate the type of society which corresponds to an advanced stage of capitalist industrial development. It is marked by the massive consumption of goods and services that are available thanks to largescale production. When reviewing the principle behind Das Kapital in 2006, José Luis Pardo was already arguing that "today, we would have to say that the wealth of those societies in which capitalist production methods dominate is distinguished by an immense accumulation of waste." In saying this, Pardo’s notion of trash was not a reference to the unfit-for-consumption or unsaleable waste produced by industry. Rather, he wanted to say that the wealth of today’s nations goes hand in hand with the production, storage, transport and sale of waste. We could take the case of crack as illustrative of the most extreme paradigm of the sale and consumption of trash. In effect, with crack we are dealing with a drug made from the residue of the production of cocaine. Contemporary industry can sell its waste as easily as it can create products that will immediately become waste. This is evident in the brief life of much plastic packaging. In strictly economic terms, waste is the final stage of the economic process, especially of a productive process. In this sense, there are some goods and services that self-destruct in the act of consumption, while the consumption of others consists of their transformation into another type of good or a different service. So, there are currently many useless products, born to die; products whose sole purpose is to be bought and sold. As happens with investment properties, so too in the current financial climate, the prospect of wealth and the risk this implies produce more benefits than does their actual existence. In this sense, consumption continues to be a fundamental factor in today’s economy, more


for what it stimulates than for the actual goods it causes to be produced and sold. If we consider consumption in terms of cost, we know that within the production line, making a can costs more than the drink it contains, even if the can is recycled. We pay more for the box which contains tomatoes than for the tomatoes themselves, a fact which demonstrates that, to a large extent, we invest our money in paying for containers – trash – which we discard once they have served their brief purpose. And the production line doesn’t end there, since we have to return those discarded waste products (recycling) to the companies that sold them to us in the first place, because of the threat contained in the underlying message that if we don’t, we are anti-social, unsupportive or "unsustainable" citizens. But the concept of consumption as identity is even more interesting: these days, what we buy and subsequently discard defines who we are. Beyond the product itself, there is the brand behind it. Before we select a product in the supermarket, we look around, observe, so that we won’t be seen buying something that doesn’t go with our identity. We generate discussions about the beer brands one should drink or the names of whiskies one should know. In fact, what we consume and how we consume it defines us, because we make it part of ourselves and, even more to the point, because we make ourselves part of it. Those who drink soy milk are conscious consumers; those who buy bulk are sustainable consumers; and smokers are on the point of disappearing as social entities. We might get to the point where we understand that we are becoming citizens through consumption. At a time when income is not guaranteed, the acquisition of a television, an air conditioner or, further down the track, a dwelling, generates an expectation of personal growth and social improvement, together with a feeling of belonging to a "shared and respectable entity", all of which are fundamental characteristics of the notion of a liberal citizenry. Our lives today are marked out by our economic footprints: consumption as memory is clearly another determining factor associated with our day-today identity. The international Visa card knows where you have used it ever since you have had it: it could remind you of each and every one of your activities with absolute accuracy. And your supermarket can tell you how many packets of cereal you have eaten since 1998. Apart from this tracking data, it is a fact that we establish a relationship with the brands we buy, and to a certain extent, we subordinate our lives to our links with those products: we are aware which supermarkets sell our products; we make our way through the city keeping in mind what is on offer in particular zones; we flaunt brand names on our chests and on our feet, even if they are the fake versions thereof.1 1. Those who are in a financially precarious position – the great majority of us – can only buy generic brands and low-cost products that in turn belong to the major business groups which promote their premium products in magazines, on billboards, and ever more invasive screens. On the whole, these premium products are acquired in their fake versions, although luxury markets have grown considerably – to the same extent as inequality – since the unleashing of the great recession of the 21st century with the fall of Lehman Brothers.


Consumption as the plundering of communal wealth: The idea of countries as suppliers of raw materials for global markets has returned with a vengeance in the 21st century. Clearly, the (neo)extraction of natural resources is a type of plundering of communal wealth, but consumption (via tourism, via shopping, via urban speculation and gentrification) is one way of consuming our lifestyles, our relationships, our shared social wealth. TrashLation, the project Research into the notion of our consumption-identity presents us with evidence and leads us to resort to clichĂŠs and generalities, but it also impresses us with some surprising correlations. Trashlation aims to follow the trail of all of these concepts and meanings, distancing itself from surveys and sociology, while poking its nose into the collective global imaginary, and the intimacy of the trash of each person who wants to take part in the project. This project does not aim to compare the excessive, if acceptable, consumption of the Western world with the grotesque and growing consumption of the countries of the south2. Rather, it is a desire to have a conversation about how each person has submerged him or herself in their inorganic trash, and selected what he or she believes best represents them; their lifestyle, their purchasing capacity, their socially distinctive "tastes", their secret whims or vices. The fact is that everybody uses a filter when making their choices: they do not select those things that honestly define them as they really are, but rather those things they want others to associate them with. In choosing their trash, they present a self-portrait of their consumption-identity. When we portray ourselves through our trash, we are showing our B-face, the more public and at the same time, the more intimate side of ourselves: the things we throw into our rubbish bins, surely the most secret part of our kitchens, and the things we buy in the (super)market, one of the last remaining places to gather, and take part in civic life. TrashLation is situated within this tension, generating not so much a display, as a landscape of our lives today.

2. The classic graph which links the per capita consumption of chocolate with the winners of Nobel Prizes in each country is often used to demonstrate that "correlation does not imply causality", that is, we cannot conclude that eating chocolate leads to the winning of Nobel Prizes. We can, however, infer that the countries whose people have won Nobel Prizes most often are those where the most chocolate is eaten. It is little wonder that these are precisely the wealthiest Western countries.


Scatological Tales, Sordid Images Fernando Castro Flórez "I will spread filth on your faces, the filth of your solemn feast, and you will be tossed out on the dungheap with it." (Malachi, 2, 3)

In our totally deranged world there is an increase in scatological/eschatological symptoms, that is, both in the practical study of waste and in the theological theory of end matters. Some sort of strange justice forces us to live with that waste. One could even point to a dung or excremental origin of the right to property, given that, like certain animals that urinate in their lair to ensure that it remains their territory, many men mark and befoul, defecate on the objects they own to ensure continued ownership. Across the planet, pollution re-marks any subject who excludes whatever he or she considers "different". But this global condition must take into account hygienic practices which affect the body as well as such ideas. Neither cleanliness nor "exquisiteness" is present in the work of many contemporary artists, who are more interested in provoking an emetic reaction. We could create a link between the path of excess in today’s aesthetics and the end of performance proposed by Artaud. This presumed the creation of a performance that was not so much theological as one which showed all that was unpresentable in life. The theatre of cruelty, created to launch a new arrangement and dance of the body which would distance it from the coagulated void in which it manifests itself, was a moment in the search for "foulness" in which the onto-theological argument would presume accepting that if God exists, he is crap "whose most perfect representation is the march of an incalculable horde of lice". The conclusion is that everything that smells of shit, also smells of existence, that the man who chooses to shit has also agreed to a living death. We survive by being passionate about the frenzy of consumption which, literally, consumes us. We are generating a "subjectivity", paradoxically both obsessive physically and anorexic spiritually, which gives the impression that the more things we accumulate, the greater the sense of lack in our life. Obsessed with endless throwing out (in a paranoid ideology of "hygienity"), what we are generating is, strictly speaking, waste about which, in every possible sense, we want to know nothing. We have turned the planet into a gigantic rubbish dump which, although seemingly hidden, is imposing a law which could be understood in the spirit of "return to the repressed". We need the in-worldly – that which has been consumed and which is thereby "used up" – to disappear from our view, even when our insatiable voracity is fostering an accelerated contamination which presents a serious threat to life, a danger we also don’t want to contemplate. The Basurama collective has spent years working in this scatological/eschatological zone in a lucid and ludic manner, and with rigour and intensity, employing a do-it-yourself - recycling strategy.


Their practice avoids the poetic sublimation of the junkman and the rhetoric of the "easy assembly" in this field under construction; and it does not drift towards an exotic perception of the marginal. Our unstoppable production of waste is understood – in the historico-materialist sense, in the consumption spirit/sense – to be reclaiming a distorted tactic which has to do with the analysis Michel de Certeau made in The Practice of Everyday Life. Basurama’s TrashLation project does not display this amorphous mass of the sticky and the repugnant. Rather, it portrays the "inorganic" together with the mien of the consumer. Basurama point out that it is a question of poking one’s nose – an appropriate expression for an environment in which everything that smells, smells bad – "into the collective global imaginary, and the intimacy of the trash of each person who wants to take part in the project". The post-Cartesian argument in operation here ("you are what you throw out") does not look for the obvious and distinct, nor can it articulate the certainty of the subject as a rationalizing process, but rather, as a jumble of things which make visible what we consume and which, for this reason, is destined to disappear into the waste dump, or to be transformed by the recycling industry. The "exhibition" of the inorganic-consumed functions as a material and in-worldly portrait of the "proprietor" of what has been trashed. In a certain sense, the investigation of what Basurama describes as "the intimacy of waste" actually reveals (photographically) the ex-timacy of the subject. Art today rejects the old mandate of soothing the gaze, preferring that the object elevate itself with its cargo of horror, of the pulsating desire of its reality. We can highlight the sort of problematic discussion Hal Foster has carried out in his book The Return of the Real, when he points out that the truth of contemporary culture lies in the damaged body, in the traumatised or abject subject. In the discussion about the session in the Lacan seminar entitled "What is a picture", in response to a question about the relationship between the gesture and the moment of seeing, the following argument, which has something of an interpolation, is offered: "The authenticity of what emerges in painting," we read in The Four Fundamental Concepts of Psychoanalysis, "is reduced in us human beings by the fact that we can only search for our colours where they are, that is, in shit." Might we have discovered the secret already, the composition which hides behind the cryptic name of "mixed technique" which accompanies so many pictures? A pitiful consolation, this discovery that creation is a succession of small dirty droppings, whether we are dealing with the paradigm of indifference, or the restoration of the fascinum which the psychoanalyst refers to as the "evil eye". The individuals who have taken part in TrashLation are doubly photographed: through their inorganic waste and in the conventional frontal pose which apparently accounts for their "identity". The impression we gain as we contemplate this juxtaposition of faces and traces, of demeanour and waste, is that here there is nothing either repugnant or, to an even lesser degree, traumatic; it is as if the scatological/eschatological


had been subjected to a manifestly amusing tonality. Their smiles are natural, their attitudes are extremely relaxed, there is an air of total complicity and ease. There is no indication that this juxtaposition of the un-desired (which previously had been objects of voracious desire and are now almost less than nothing) and identity (that substantive image which converts us into unique beings or, etymologically speaking, into "idiots") is a snapshot of angst (psychoanalytically, the process which leads us to accept that "we are" that which torments, and even disgusts, us). The "reality" which is translated in the faces/sordid objects of Basurama, perhaps assumes that fantasy has been crossed in order to enjoy the symptom or, to simplify this, that these subjects can literally "face the consequences" by revealing even that which forms part of the undignified, the dirty and the worthless. There is no question that within the genealogy of When Trash Becomes Art (presented in book form by Lea Vergine), Merda d’artista by Piero Manzoni claims an almost "foundational" value. It is appropriate to keep in mind that this shit is not just "canned" (neutralised, invisible, colourless and odourless, like money]; in fact, it is written, it is the sign of something distasteful. But as Barthes suggested in relation to de Sade, language possess this capacity to deny, to forget, to dissociate what is real – once you write shit, it doesn’t smell. That said, culturally speaking, smell is unmentionable, and beauty emerges from the elimination of smell, concomitant with the process of the individuation of waste and its establishment in the sphere of the private. There is an essential antinomy between the excremental and the aesthetic, since the former resists becoming a sign. In the final analysis, there is a primordial non olet, to the extent that all smell remits to that of shit: what else does perfume do other than to precariously mask it? But everything that is detached from the aesthetic succumbs to production, and those repugnant substances which our organism expels ought to be converted into golden gains. The inorganic trash of TrashLation clearly does not smell; it does not disgust its "proprietors". The members of one photographed family display exultant "V for victory" signs, as if they had overcome a crucial test or were simply satisfied with the recycling of their ex-timacy. The "inorganicity" portrayed with such informality is far from being unheimlich (inhospitable; the familiar thing which has become odd thanks to repression); rather, it is an ensemble of "exhausted" but representative" things. And so Basurama advises that the participants, after submerging themselves in their inorganic waste, "have chosen what they judge to best represent them". Clearly, not only the pose has been adjusted. The objects which have been "discarded" and then recovered in order to be "exposed" have also been subjected to a filter which produces a unique definition that not only allows us to contemplate distinct forms of "consumption as identity" but desirous projections, paradoxically deposited in the residual. Thus we contemplate a phenomenology of (dis)pleasure through self-portraits of "in-worldly" things among which, no doubt, is our own "hygienised" and sanctimonious subjectivity.


There are popular tales and legends which maintain that anyone stained by guilt can free themselves by swallowing the shit of a virgin priest, just as there are kings who drink three gulps of urine to unburden themselves of a truth that shame was blocking. Dominique Laporte crudely reaches the following conclusion: what the mouth of power swallows is the shit of God himself. What ends up in the toilet is also sanctified, for the State which satisfies its subjects by inundating them in shit cannot stop purifying them. ‘To each his own shit!’ is the war cry of the ego ethic established by a State which invites its subjects to place their bums on top of mountains of gold. The unclean slide towards abomination, also in the sense of the ban. It is evident that attributing danger to it is a way of placing a subject outside the bounds of discussion. If uncleanness is the out-of-place subject, we should approach it through order; it should be remembered that filth is what we cannot include when we want to maintain a default setting: "Ideas about separating, purifying, transgressing, have as their main function the imposition of system on the inherently untidy," advises Mary Douglas in her key essay Purity and Danger. It is essential to accentuate the differences, given that otherwise the system, the orderly table of similarities, will not deserve to be yearned for. TrashLation betrays (in the sense of that Italian expression "traduttore traditore") the hygienised identity in order to expose the waste, albeit in an "aestheticised" form. Each TrashLation participant has geometrised what ought to be in the rubbish dump (even those who have seemingly scattered their inorganic waste in a "chaotic" manner). It looks as if some of them would like to make a sort of impossible puzzle with their used objects, or are playing at finding symmetries and chromatic blending. There is no question that the extreme case of this residual fantasy (of subjectivity) is the one we find in the photograph of the white trash which perhaps betrays as much a sublimatory impulse as a minimalizing inertia. The repugnant chaos of waste has been subjected to an expository arrangement by the self-portrayed subjects of TrashLation to the point of constituting a sort of exorcism of the formless. For Bataille, formless is both an adjective with a particular meaning and a term which serves to dislocate, breaking that requirement that each thing have its form: "affirming that the universe resembles nothing and is only formless is the same as saying that it is something like a spider or a gob of spit," he wrote in a key text in his magazine, Documents. This notion displaces the aesthetic paradigm of sublimity in the same way that the emergence of perversity gains considerable importance in light of the discourse on "seduction" characteristic of hegemonic postmodernism. In perverse space, nothing is fixed, everything is mobile, there is no particular end. In an era of clones in which one enters into a posthumous experience, with an obvious cultural dislocation, attitudes which take over the provocative territory of simulation emerge. We are on the threshold of a work of art about the abjectness of the subject, the sediment of an embarrassing nakedness treated "metalinguistically" as pure form and chromatism. The


abject is linked with perversion given that it does not accept a ban, a rule or a law, but rather diverts it, misdirects it or corrupts it. It fosters a confrontation with our own personal archaeology: it is something radically excluded, a fallen object, which attracts us towards a place where meaning collapses. In TashLation, Basurama have no wish to propose a "sociological essay" (it is not a matter of extending these "wasted lives", to which Zygmunt Bauman, for example, has paid attention); nor to recycle that waste in a transgressive or provocative manner, beyond abject art or the "aesthetic of the formless" (in the end, reduced, museum-like, to an archivalist paradigm). What Basurama’s TrashLation shows is a collective portrait in which consumption, identity and memory are woven together in the vertiginous dynamic of the plundering of shared resources. That key concept of Hans Sedlmayr which he sustained through "the lost centre" becomes chimeric in the period of the consummation of nausea, when everything is inevitably polluted. Excrement is a paradigm of the drama formed by the dialectic of objectivity. It is always perceived as a stimulating object which cannot be dissociated from the phenomenological subject. Surprisingly, what is most disgusting turns into an emblem of the corresponding utopia of desire: to possess the lost object. When one considers the topic of the excremental within a psychoanalytic context, a relationship of equivalence with money emerges, that is, with property and with the object itself. The subjects who take part in TrashLation decide to "transfer" their inorganic waste from the bag to a "virgin space" that will identify them. The waste appears to have been "hygienised" in these amusing self-portraits. And yet, despite all this, I cannot help feeling that something is missing. Ángel González García pointed out with his customary lucidity that the remnant is not what is left over but what is missing; "and what is missing is precisely that very ability to distinguish what is left over from what is missing". At a time when too many things smell rotten – in the Shakespearean-ly dramatic sense – the work of the trashlator continues to be to avoid being literal. There is something "untranslateable" in every translation which, according to Benjamin, has to do with the nature of the literary. TrashLation shows us the friction between faces and traces, identity and the sordid, subjectivity and the inorganic, consumption and the spent. This scatological/eschatological translation demonstrates an in/ex-timacy which both reveals and conceals fears and desires, revealing that it is impossible to show oneself honestly. Waste, more than recyclable mortals, invites the construction of tales which will not tell of the "final destination" but of the unwitting uncertainty of our lives.



Nombre / Name: Narsimha PaĂ­s / Country: India / India Edad / Age: 51



Nombre / Name: Aipha Pitjen País / Country: Sudáfrica / South Africa Edad / Age: 25



Nombre / Name: Barbara Vidal País / Country: España / Spain Edad / Age: 37



Nombre / Name: Anders Wiig Letnes PaĂ­s / Country: Noruega / Norway Edad / Age: 23



Nombre / Name: Anton Carlsson PaĂ­s / Country: Suecia / Sweden Edad / Age: 14



Nombre / Name: Alvaro Trejo PaĂ­s / Country: Brasil / Brazil Edad / Age: 54



Nombre / Name: Carlos Pardo País / Country: España / Spain Edad / Age: 34



Nombre / Name: Indiím Gama País / Country: Sudáfrica / South Africa Edad / Age: 61



Nombre / Name: Charity T. Gigje PaĂ­s / Country: Filipinas / Philippines Edad / Age: 38



Nombre / Name: Diego Rossell País / Country: Perú / Peru Edad / Age: 30



Nombre / Name: Elisabet Mathisen PaĂ­s / Country: Noruega / Norway Edad / Age: 43



Nombre / Name: Gao Feng PaĂ­s / Country: China / China Edad / Age: 40



Nombre / Name: Hu Peixi PaĂ­s / Country: China / China Edad / Age: 21



Nombre / Name: Cathrine Nkouatse País / Country: Sudáfrica / South África Edad / Age: 28



Nombre / Name: Isabel Rey País / Country: España / Spain Edad / Age: 45



Nombre / Name: Jean N. Thamthanakorn PaĂ­s / Country: Australia / Australia Edad / Age: 30



Nombre / Name: Julia Simões País / Country: Brasil / Brazil Edad / Age: 10



Nombre / Name: Leo Winter PaĂ­s / Country: Alemania / Germany Edad / Age: 1



Nombre / Name: Lili Nagygyörgy País / Country: Hungria / Hungary Edad / Age: 18



Nombre / Name: Liu Jia Xu PaĂ­s / Country: China / China Edad / Age: 8



Nombre / Name: Madson Reis PaĂ­s / Country: Brasil / Brazil Edad / Age: 28



Nombre / Name: Marjorie Luno PaĂ­s / Country: Australia / Australia Edad / Age: 84



Nombre / Name: Delta Paulina Nhabomba PaĂ­s / Country: Mozambique / Mozambique Edad / Age: 12



Nombre / Name: Anders Wiig Letnes PaĂ­s / Country: Noruega / Norway Edad / Age: 23



Nombre / Name: Paco Clavel País / Country: España / Spain Edad / Age: 65



Nombre / Name: María del Valle Olivella País / Country: España / Spain Edad / Age: 62



Nombre / Name: Pilar Citoler País / Country: España / Spain Edad / Age: 77



Nombre / Name: Anders Wiig Letnes PaĂ­s / Country: Noruega / Norway Edad / Age: 23



Nombre / Name: Rie Shiroto Pa铆s / Country: Jap贸n / Japan Edad / Age: 23



Nombre / Name: Rosina Tshutshu País / Country: Sudáfrica / South Africa Edad / Age: 35



Nombre / Name: Vanesa Borgli PaĂ­s / Country: Noruega / Norway Edad / Age: 54



Nombre / Name: Visu Ntuli País / Country: Sudáfrica / South Africa Edad / Age: 52



Nombre / Name: Wang Long Chao PaĂ­s / Country: China / China Edad / Age: 48



Nombre / Name: Zsolt Kovácsi País / Country: Hungría / Hungary Edad / Age: 48



Nombre / Name: Petra García País / Country: España / Spain Edad / Age: 84



Nombre / Name: Natalia Cinqualbrez PaĂ­s / Country: Argentina / Argentina Edad / Age: Desconocida / Unknown



Nombre / Name: Raúl Mejía País / Country: México / Mexico Edad / Age: 56





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