Baños de mar

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Cuando la playa de Barcelona aún no era playa

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Baños de mar Cuando la playa de Barcelona aún no era playa Paco Villar


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Edita Ajuntament de Barcelona Consejo de Ediciones y Publicaciones Jaume Ciurana i Llevadot, Jordi Martí i Galbis, Jordi Joly i Lena, Vicente Guallart i Furió, Àngel Miret i Serra, Marta Clari i Padrós, Miquel Guiot i Rocamora, Marc Puig i Guàrdia, Josep Lluís Alay i Rodríguez, José Pérez Freijo, Pilar Roca i Viola. Director de Comunicación y Atención Ciudadana Marc Puig Director de Imagen y Servicios Editoriales José Pérez Freijo Jefe Editorial Oriol Guiu Coordinación Editorial María Birulés Producción Maribel Baños Texto y selección fotográfica Paco Villar Peña Diseño y maquetación www.victoroliva.com Imágenes Archivo Paco Villar, Arxiu Fotogràfic de Barcelona (AFB), Arxiu Històric de la Ciutat de Barcelona (AHCB), Arxiu Mas, Arxiu Nacional de Catalunya (ANC), Arxiu Víctor Oliva, Biblioteca de Catalunya (BC), Colección Roisin, colecciones particulares, Institut d’Estudis Fotogràfics de Catalunya (IEFC), Museu d’Arqueologia de Catalunya - Barcelona (MAC Barcelona), Museu d’Història de Barcelona (MUHBA), Reial Acadèmia Catalana de Belles Arts de Sant Jordi (RACBASJ). Edición y Producción Imatge i Serveis Editorials Municipals

Passeig de la Zona Franca, 66 08038 Barcelona Tel. 93 402 31 31 www.bcn.cat/publicacions © de la edición: Ajuntament de Barcelona © del texto: Paco Villar Peña © de las imágenes: los autores y archivos mencionados ISBN: 978-84-9850-351-7 Depósito legal: B-42.325-2011 Impreso en papel ecológico Ilustración de la cubierta: Litografía de Ramon Casas. Revista Pèl & Ploma, julio de 1899 (fragmento).


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Índice 9

Presentación del alcalde I N T RO D U C C I Ó N

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Cuando la playa de Barcelona aún no era playa CAPÍTULO 1

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Los baños de agua de mar en la antigüedad: su valoración terapéutica CAPÍTULO 2

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Los baños terapéuticos de mar se ponen de moda. Un establecimiento de buen tono: Los Baños tras Correo CAPÍTULO 3

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Dos grandes proyectos de baños de mar para una Barcelona en pleno crecimiento. Los baños de oleaje de B. Deldon: una ensenada artificial en la playa inmediata al fuerte de Don Carlos CAPÍTULO 4 El viejo sueño de un gran balneario en la playa de Can Tunis: un largo historial de intentos CAPÍTULO 5 La moda de los baños de sol y la aparición del revolucionario maillot femenino en las playas barcelonesas. El bronceado masculino, ridiculizado Bibliografía


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Presentació ô

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quest llibre que tinc el plaer de presentar-vos omple un buit en l’extensa bibliografia sobre els hàbits i tradicions dels barcelonins, atès que se centra en l’estudi de la cultura dels banys de mar i analitza molt detalladament l’evolució d’aquesta pràctica en el transcurs dels segles. Fins avui, cap treball no havia abordat a fons l’estudi d’aquest costum popular tan arrelat a la nostra ciutat. Ara ho fa l’autor del llibre a través d’un recorregut per la història des de l’època romana fins al segle XX. Com a activitat lúdica, el bany de mar ocupa, avui, un lloc destacat en la nostra societat. Els últims anys hem vist com el litoral barceloní recuperava les platges per a ús públic, així com l’esforç tan notable que han fet les administracions per dotar la ciutat d’un espai urbà amb tots els serveis i comoditats.

Cal dir, però, que l’ús de la platja com a lloc d’esbargiment, tal com el coneixem avui, és una opció relativament recent. Si retrocedim en el temps, trobem que els banys de mar, emmarcats en la hidroteràpia, no han estat res mes que un recurs terapèutic, al qual molt sovint s’ha acudit per prescripció mèdica. Una gran varietat de vestigis d’èpoques passades ens parla de la cultura de l’aigua: els banys àrabs, el carrer dels banys vells, el dels banys nous, les termes romanes, documents oficials, cròniques, prohibicions, etc. En aquestes pàgines, doncs, hi trobarem multitud d’anècdotes interessantíssimes, curiositats i fets d’índole molt variada relacionats amb els banys. Us invito a capbussar-vos en aquesta crònica dels banys de mar a Barcelona.

Xavier Trias Alcalde de Barcelona §

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Presentación ô

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ste libro que tengo el placer de presentaros llena un vacío en la extensa bibliografía sobre los hábitos y tradiciones de los barceloneses, pues se centra en el estudio de la cultura de los baños de mar y analiza con detalle la evolución de esta práctica a lo largo de los siglos. Hasta ahora ningún trabajo había abordado a fondo el estudio de esta costumbre popular tan arraigada en nuestra ciudad. Ahora lo lleva a cabo el autor mediante un recorrido por la historia desde la época romana hasta el siglo XX.

Como actividad lúdica, el baño de mar ocupa actualmente un lugar destacado en nuestra sociedad. En los últimos años hemos visto como el litoral barcelonés recuperaba sus playas para uso público, así como el importante esfuerzo realizado desde las administraciones para dotar a la ciudad de un espacio urbano con todos los servicios y comodidades.

No obstante, el uso de la playa como lugar de recreo tal como la conocemos hoy es una costumbre relativamente reciente. Retrocediendo a lo largo del tiempo, encontramos que los baños de mar, enmarcados en la hidroterapia, no han sido otra cosa que un recurso terapéutico más que se practicaba bajo prescripción médica en multitud de ocasiones. Una gran variedad de vestigios de épocas pasadas nos habla de la cultura del agua: los baños árabes, la calle de los baños viejos, la de los baños nuevos, las termas romanas, documentos oficiales, crónicas, prohibiciones, etc. En estas páginas encontraremos, pues, multitud de anécdotas interesantísimas, curiosidades y hechos de diversa índole sobre ello. Os invito a zambulliros en esta crónica de los baños de mar en Barcelona.

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a mañana del 22 de noviembre de 1990 fueron derribados los Baños de San Miguel, el último establecimiento de su clase que quedaba en pie en la Barceloneta. En esa ocasión todos los afectados tenían noticia previa de la demolición y no se produjeron las escenas dramáticas ocurridas en el mes de mayo del citado año; cuando las piquetas y las excavadoras borraron de un plumazo los Baños del Astillero y los Orientales cogiendo por sorpresa a concesionarios, arrendatarios de bares y casetas, trabajadores y a un grupo de usuarios. Todos ellos sabían que el cumplimiento de la Ley de Costas implicaba su desaparición, pero aún mantenían la esperanza de que las populares instalaciones por lo menos completarían la temporada de verano. Sin embargo, por orden del Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo, las excavadoras, con el apoyo de la policía nacional, estaban listas para entrar en acción a las ocho de la mañana.

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n los Baños Orientales, una treintena de mujeres intentó impedirlo aferrándose desesperadamente a la rejas que limitaban el recinto. La policía las desalojó sin contemplaciones, cortó los alambres de la verja de entrada y las excavadoras avanzaron entre las quejas y protestas de los allí reunidos. Para hacer todavía más terrible la confusión empezó a llover con fuerza. La gente corrió para salvar lo máximo posible. Las máquinas no se detuvieron y redujeron poco después los Baños del Asti-

llero y los dos restaurantes contiguos El Patio del Astillero y La Costa del Astillero a escombros. Cesó el ruido de las excavadoras, y el de los truenos y relámpagos. Un silencio angustioso se apoderó de todos los presentes. Los que pudieron lloraron… No ocurrió lo mismo con los Baños de San Sebastián, sin duda el establecimiento más popular y emblemático de la Barceloneta. Permaneció en funcionamiento hasta el verano de 1987, pero tanto el estado de conservación de su gran piscina, como el del propio edificio central inaugurado en 1928, eran lamentables. Se estudió la posibilidad de restaurar éste último, pero al final sucumbió bajo la piqueta en 1988 sin realizarse siquiera un inventario digno, tal como señaló en su momento Mercè Tatjer. Los ciudadanos barceloneses habían perdido casi sin darse cuenta parte de la memoria histórica de su vida cotidiana ante el empuje de la futura Barcelona Olímpica. El último paso de esta operación de limpieza totalmente necesaria, que tenía por objetivo abrir la ciudad al mar y recuperar la playa para el uso público, fue derribar los populares chiringuitos; iniciativa que tuvo todavía más detractores al ser considerados algo típico y entrañable. Con la desaparición de los Baños de la Barceloneta se cerraba una etapa que se había iniciado en la segunda mitad del siglo XIX, cuando comenzaron a surgir junto a las casas de baños

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de pila unos barracones de temporada para poder tomar con más comodidad los entonces llamados baños de oleaje. Su época dorada transcurrió en el primer tercio del siglo XX, pero en los años posteriores a la guerra civil española todavía conservaban intacta su funcionalidad y gozaban de una gran popularidad. Los mismos Baños de San Sebastián, equipados con su nueva piscina de dimensiones olímpicas construida en 1942, atraían invariablemente todos los fines de semana y los días festivos a un montón de bañistas que utilizaban mayoritariamente el tranvía como medio de transporte. La piscina, dotada con unos espectaculares trampolines, era conocida por los parroquianos habituales como la dels homes y en ella lucían palmito jóvenes de aspecto atlético que se lanzaban al agua desde los trampolines de mayor altura. Las instalaciones de los Baños de San Sebastián eran las mejores y, entre la variedad de servicios que ofrecían, los bañistas tenían la posibilidad de alquilar hasta cinco modelos de traje de baño diferentes, desde el más sencillo al más lujoso. Los que no podían o no querían pagar una entrada, iban a lo que se conocía por playa libre, es decir, la que no estaba ocupada por ninguna sociedad de baños. En los pequeños retazos de playa libre no había casetas ni duchas, y la gente se cambiaba de ropa tapándose con una toalla. Naturalmente, la arena estaba mucho más sucia, ya que nadie la cuidaba, pero el turbio mar era el mismo para unos que para los otros. Eran tiempos en los que imperaba un férreo clima moral que hoy nos haría sonreír. Las disposiciones vigentes entonces, vagas e imprecisas, prohibían el uso de bañadores que bien por su diseño o por las partes del cuerpo que dejaban al descubierto, ofendieran el pudor y la decencia pública. Los bañistas más veteranos seguro que aún recuerdan la pareja de la guardia civil con el fusil bajo el hombro recorriendo la playa una y otra vez para velar por su cumplimiento, soltando en todas las ocasiones que se presentaban la frase tan repetida de: “Señorita, por favor, súbase los tirantes”. Y la muchacha de turno se subía los tirantes obediente, para volvérselos a bajar en cuanto los guardias se alejaban. Los hombres tampoco se escapaban de la moral impuesta por el régimen franquista.

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Podían bañarse con tan solo el bañador, pero al salir del agua debían cubrirse por encima de la rodilla. Con el paso de los años las costumbres playeras se liberalizaron un poco, incluso se toleró el bikini. Pero había prácticas adquiridas que permanecían inalterables. Los Baños Orientales mantenían una sección exclusivamente para mujeres que excitaba enormemente el morbo de los mirones porque muchas de ellas, según decían, se bañaban en la piscina casi sin ropa. Rememoraba el periodista Josep Maria Huertas la impresión que le produjo ver al lado de la pared que limitaba el recinto un grupo de hombres mirando por los agujeros que la vieja madera tenía. No eran adolescentes, más bien todo lo contrario. Y había alguno que llevaba hasta prismáticos. Los Baños de la Barceloneta comenzaron a entrar en franca decadencia a lo largo de la década de los sesenta. Fue un proceso de degradación muy lento que no se quiso o no se pudo evitar. Los establecimientos decimonónicos de baños de pila fueron derribados; no obstante, tanto los Orientales como los de San Miguel y Astillero, con sus casetas y piscinas al aire libre de agua fresca y limpia, continuaron prestando servicio a las clases populares barcelonesas. Ni el Seiscientos, ni el mes de vacaciones seguidas, ni el acusado deterioro de sus instalaciones pudieron acabar con ellos. Pero la historia de los baños de mar en Barcelona va mucho más allá de los recuerdos que tengan dos, tres o cuatro generaciones de barceloneses. Sus orígenes se remontan nada menos que a la fundación de la ciudad por los romanos. Los últimos hallazgos arqueológicos parecen confirmar la importancia que tuvieron para los habitantes de Barcino los baños de agua de mar. En concreto, se trata del descubrimiento de unas grandes termas suburbiales situadas en su fachada marítima, que ahora se cree que era la principal de la urbe. El libro comienza en este periodo, destacando el papel que desempeñó en la civilización romana el empleo del agua de mar como un elemento beneficioso para la salud, tanto en las termas públicas y privadas, como en su medio natural. Y acaba el 12 de julio de 1936, cuando el obispo de Barcelona publicó en su Hoja Do-


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minical un duro ataque contra la inmoralidad, que según él, invadía las playas de la época. Un largo recorrido histórico que, visto desde la óptica actual, sin duda sorprenderá al lector. Los primeros baños de mar en la playa protagonizados por las clases populares en las postrimerías del siglo XVIII; la prohibición expresa del baño a las mujeres y su posterior tolerancia condicionada a la separación de sexos y a una indumentaria monjil, cuando la mayoría de los hombres se bañaban desnudos. Las primeras casas de baño en una Barcelona donde la moral cristiana consideraba la higiene personal poco menos que un pecado. El triunfo de la hidroterapia como paso previo para el fomento de la higiene en una sociedad en la que no fue habitual bañarse hasta por lo menos el primer tercio del siglo XX. La playa, los bañistas, los balnearios y los barracones de temporada, la indumentaria tanto femenina como masculina, en fin, las costumbres playeras y su evolución a lo largo de los años, son los grandes protagonistas; sin olvidar anécdotas y

sucesos como el que puede ser el primer ataque de tiburón documentado. Corría el año 1864, y el verano siguiente fue capturado un ejemplar de cuatro metros que regresaba a por más. La natación como modelo de baño masculino, los estilos predominantes y las nuevas formas de nadar, las primeras gestas y proezas natatorias, las primeras actividades de ocio marítimo y los pioneros de la natación deportiva. El éxito de la Barceloneta en detrimento de otras playas, debido a las grandes distancias en una ciudad con poco transporte público y vías de comunicación deficientes. La moda del bronceado corporal y del maillot femenino, los primeros productos cosméticos relacionados con los baños de mar y de sol, los primeros concursos de belleza en bañador, y la irrupción del escandaloso maillot de dos piezas, son otras tantas curiosidades que el lector podrá descubrir en esta crónica. Baños de mar. Cuando la playa de Barcelona aún no era playa es un libro escrito con la pretensión de recuperar del olvido una memoria histórica de la vida cotidiana desconocida para muchos, la de la historia de los baños de mar en Barcelona.

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Restituci贸n ideal de la Colonia Iulia Augusta Faventia Paterna Barcino. Centre de documentaci贸 del MUHBA.


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Capítulo 1

Los baños de agua de mar en la antigüedad: su valoración terapéutica ô

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l uso del agua de mar como elemento beneficioso para la salud estuvo muy valorado en la antigüedad tanto por sus propiedades minerales como por su alta concentración en sal. Los textos de médicos grecolatinos y autores clásicos la recomendaban para el tratamiento de determinadas enfermedades ya fuera en la modalidad de baños calientes, fríos o naturales, o bien en duchas, baños de vapor y de asiento. En Occidente, fueron los griegos los primeros en escribir sobre las virtudes terapéuticas del agua de mar. Así Hipócrates (469399 a.C.), el padre de la medicina, la prescribía “para los afectados por prurito y comezón en baños de vapor caliente”, consi-

derándola adecuada “para las heridas limpias y para bajar los hinchazones, como les ocurre a las heridas de los pescadores, pues éstas no supuran si no se las toca”.. Asimismo, apuntaba que “en compresa, calma las úlceras y detiene su crecimiento”, y aseguraba que “el baño salado calienta, ya que teniendo un calor natural atrae fuera del cuerpo la humedad”.1 También fueron los griegos los primeros en aprovechar los rayos solares con efectos salutíferos, y en incluir la natación como parte de su educación básica. El filósofo Platón dejó escrito: “¿Debería confiarse un cargo a personas que son lo contrario de la gente culta, las cuales, según el proverbio, no saben ni nadar ni leer?”.2

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Planta de la Colonia Iulia Augusta Faventia Paterna Barcino. Hipótesis de Julia Beltrán de Heredia. Dibujo de Emili Revilla. MUHBA.

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a en época romana, el escritor Plinio el Viejo (23-79 d.C.) le dedicaba al agua de mar un amplio apartado en su Historia Natural, señalando diversas aplicaciones, calientes y frías, según la enfermedad a tratar: por ejemplo, para las neuralgias, fracturas de huesos y contusiones era necesaria el agua de mar caliente. La aconsejaba por sí misma en forma de duchas y baños, afirmando que iba bien para “los senos inflamados, las vísceras y la delgadez extrema”. Para los dolores de cabeza y oído indicaba “el vapor de agua de mar hirviendo con vinagre” y para “los miembros que han sufrido una luxación, ya sean de personas o de cuadrúpedos”, explicaba que no había nada mejor que la natación, pues “vuelven (los miembros) a su sitio fácilmente nadando en cualquier tipo de agua”. Entre otras utilidades señalaba que aspirar agua de mar en la navegación era bueno para los tísicos, y hacía referencia a su empleo en forma de bebida: “También se bebe, aunque no sin perjuicio para el estómago, para limpiar el cuerpo y soltar por una parte la bilis negra o la sangre coagulada”. Plinio mencionaba una bebida llamada Thalassomeli, compuesta de agua de mar, agua de lluvia y miel: “Para este uso se trae el agua de alta mar y se conserva en una vasija de barro embreada. Es muy bueno para purgar, no provoca molestias de estómago y tiene un sabor y olor agradables”.3 La utilidad del agua de mar también estaba presente en la obra de Celso (siglo I d. C.) De Medicina, donde la aplicaba contra la gota, en baños de agua de mar caliente, y contra la hidropesía, la ictericia y la parálisis en baños en el propio mar. En los casos de tos crónica sugería vivir a orillas del mar y practicar la natación.4 El médico griego Oribasio de Pérgamo (320-420 d.C.), siguiendo las prescripciones de su compatriota Galeno (129-200 d.C.), creía que “la mejor agua para tomar un baño frío, sobre todo cuando se empieza a tener esa costumbre, es el agua de mar, porque está provista de una virtud refrescante suficiente, y el picor que produce la sal que ella contiene, en ocasiones puede calentar”. En relación con su uso a diferentes temperaturas, Oribasio recomendaba el baño templado “con el fin de que los enfermos puedan permanecer en ellos durante largo tiempo, porque una temperatura que sobrepasa el grado conveniente es propicia para eliminar las fuerzas”. Hablaba de los ba-

ños de arena y era partidario de la natación para obtener resultados plenos: “Aquellos que tomen los baños de mar fríos, así como los que los tomen calientes, deben nadar en esta agua, después de lo cual deberán hacer unciones con aceite, y rascar la piel con estrígiles (raspador de metal en forma de cuchara muy curva en cuyo hueco se depositaban los aceites y ungüentos), para quitar completamente la humedad”.5 Para la mayoría de los autores clásicos el tratamiento con agua de mar en muchas ocasiones no era completo si no se aprovechaban otros elementos del contexto marino para enriquecerlo, como la arena, la brisa, las algas y el sol, es decir, lo que actualmente conocemos con el nombre de talasoterapia,6 y así lo manifestaba Plinio el Viejo al escribir: “No hay nada mejor para la salud del cuerpo que la sal y el sol”.7

Las riberas marítimas, espacios de descanso y recreo en el mundo romano. Bayas, la gran playa mundana de la época

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os romanos fueron los primeros en frecuentar las riberas del mar en verano para poder disfrutar del saludable ambiente marítimo, construyéndose suntuosas villas de recreo junto a las playas más hermosas. El poeta Publio Papinio Estacio describía en el siglo I d. C. el marco donde estaba ubicada la villa de recreo de su amigo Polio Félix, entre Sorrento y Massa, de esta manera: “La naturaleza ofrece el escenario: hay una sola playa que interrumpe el roquedo y da entrada a los campos al pie de las escarpas. Un primer atractivo del paraje: humean unos baños con dos bóvedas y el agua dulce fluye desde la tierra al encuentro de la mar amarga. Es allí donde prefiere bañarse el ágil coro del Forco (hijo de Neptuno, dios del mar) y Cimidocea (ninfa marina), la de los húmedos cabellos, y la glauca Galatea (una de las Nereidas)”.8 Al romano de élite le gustaba pasear por la playa y sentir como sus pies se hundían en la arena, mientras recibía la agradable caricia de la brisa marina; calentarse al sol durante un buen rato y si llegaba el caso, §

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pescar, refrescarse o nadar: los romanos, aunque buenos nadadores, temían al mar y sus incertidumbres y, en general, optaban por zambullirse en los ríos, si no se trataba de un paraje adecuado y con el mar en calma. El otium romano, espacio de descanso dedicado a la vida privada donde cada individuo se organizaba el tiempo a su gusto, se ejercía preferentemente a orillas del mar. Por una carta del abogado y escritor Cornelio Frontón (100/110-170 d.C.) dirigida a Marco Aurelio, sabemos cómo pasaba el emperador el día en su retiro de Alsio, una ciudad etrusca junto al Tirreno: “¿Desconozco yo la intención con que te has ido a Alsio, tal vez para dar gusto a tu espíritu y dedicarte allí durante cuatro días enteros a la diversión, al entretenimiento y al tiempo libre? Y no dudo que tú te has preparado así para disfrutar unas vacaciones en ese apartado rincón de la costa: tumbándote al sol de mediodía hasta que llegue a vencerte el sueño (...), justamente hasta la hora propia de las Musas, las once de la mañana (...). Más tarde, te adentras en la playa y das una vuelta en torno a las murmurantes lagunas. En ese momento tal vez, si te parece bien, subes a una embarcación cualquiera con el fin de gozar, arrastrado hasta alta mar, gracias a la suavidad del viento, con la vista de los remeros y el sonido de los remos; inmediatamente te vas de allí a los baños, para someter tu cuerpo a una fuerte sudoración; luego te vas al banquete regio, con ostras de todas clases, peces pescados con caña y entre escollos, como dice Plauto, con aves cebadas a su tiempo, delicados postres, frutos, dulces, golosinas, generosos vinos en copas resplandecientes, sin indicación que denote alguna falta”.9 Bayas, situada al nordeste del golfo de Nápoles, tanto por sus fuentes mineromedicinales termales como por el entorno privilegiado del que surgían, se convirtió en la gran playa mundana de la antigüedad. Plinio el Viejo señalaba que sus aguas eran incomparables y de una gran variedad de composición y cualidades: “En ningún lugar son tan abundantes como en la bahía de Bayas, ni con más tipos de aplicaciones terapéuticas: unas son sulfurosas, otras ricas en sodio, otras en nitro, otras en asfalto, algunas tienen mezcla de ácidos y sales; otras son útiles por su elevada temperatura, y tienen tanta potencia que calientan

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los baños y hacen hervir incluso el agua helada en las bañeras”.10 Allí acudían emperadores, potentados, artistas y las mejores familias de Roma para descansar, divertirse o curarse de alguna enfermedad; hospedándose en las numerosas villas y palacios edificados en sus parajes más próximos, y utilizando el gran complejo termal construido para el uso, tratamiento y disfrute de las aguas termales. Julio César fijó su residencia veraniega en el punto más elevado del litoral, desde el cual se dominaba la fantástica ensenada.

El empleo del agua de mar en los baños públicos. Los balnea y las thermae romanas, origen y desarrollo

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os romanos no sólo utilizaron el agua de mar en su ambiente natural, también la emplearon siguiendo las prescripciones médicas en bañeras, duchas o piscinas de casas particulares y, sobre todo, de baños públicos, los llamados balnea y thermae, ambas palabras de origen griego. Los griegos fueron los primeros que dieron al baño una función social, al idear un edificio para tal fin en relación con los ejercicios gimnásticos. Más tarde, los baños pasaron a ser una mera dependencia de los gimnasios, cuya estructura más sencilla consistía en un patio rodeado de pórticos y columnas, flanqueado con habitaciones cubiertas. Las dependencias destinadas al baño estaban compuestas por una sala de masajes, un cuarto para los baños tibios, el calentador y la estufa. Los bañistas, una vez acabados los ejercicios corporales, se lavaban en recipientes dispuestos en tierra o incrustados en el suelo. Y tras el baño caliente, se hacían rociar con agua fría, frotándose con aceite antes de vestirse.11 Los romanos, admiradores de la cultura y pensamiento helenístico, asimilaron la tradición griega de los baños y la incorporaron, como tantas otras cosas, a sus costumbres elevándola al rango de cura médica; pero en cambio mostraron una actitud más pasiva con respecto a las prácticas físicas, considerándolas una actividad preparatoria para el mismo.


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