Crònica gràfica de Barcelona 1931-1954
Aquest llibre és el resultat d’un estudi del llegat fotogràfic dels Pérez de Rozas, una de les nissagues més importants del fotoperiodisme barceloní. El primer de la nissaga, Carlos Pérez de Rozas Masdeu (Madrid, 1893 - Barcelona, 1954), va ser un dels professionals més significats de la transformació i modernització del llenguatge fotogràfic en els anys trenta. Estructurat en tres parts, Segona República, Guerra Civil i primer franquisme, el llibre proposa una extensa selecció de les seves fotografies, moltes de les quals formen part de la Crònica Gràfica, una de les agrupacions documentals més importants de l’Arxiu Fotogràfic de Barcelona, en què, des del 1990, està dipositat el fons de negatius dels Pérez de Rozas.
Pérez de Rozas Crònica gràfica de Barcelona 1931-1954
Pérez de Rozas
Pérez de Rozas Crònica gràfica de Barcelona 1931-1954
Pérez de Rozas Crònica gràfica
de Barcelona 1931-1954
PĂŠrez de Rozas
Pérez de Rozas Crònica gràfica de Barcelona 1931-1954
Policies revisant la claveguera davant la prefectura de policia durant la insurrecció anarquista. 9/01/1933. Pérez de Rozas
PUBLICACIÓ
EXPOSICIÓ
Edició
© de l’edició 2015
Editorial Efadós Ajuntament de Barcelona Arxiu Fotogràfic de Barcelona Institut de Cultura de Barcelona
Ajuntament de Barcelona i Editorial Efadós
Pérez de Rozas. Crònica gràfica de Barcelona (1931-1954)
© dels textos
novembre de 2015 – maig de 2016
Cap del projecte Jordi Serchs i Serra, cap de l’Arxiu Fotogràfic de Barcelona
Comissaris Andrés Antebi, Teresa Ferré i Pablo González / Observatori de la Vida Quotidiana (OVQ)
Textos Xavier Antich Jordi Calafell / AFB Andrés Antebi / OVQ Teresa Ferré / OVQ Pablo González / OVQ
Coordinació Jordi Calafell / AFB Mariona Teruel / AFB
Documentació Montserrat Ruiz / AFB
Disseny gràfic Marta Solà / Editorial Efadós
Digitalització Jordi Calafell / AFB Marina Obiols
Correcció lingüística i traduccions T&S. Traducciones y tratamiento de la documentación, SL
Xavier Antich Jordi Calafell / AFB Andrés Antebi / OVQ Teresa Ferré / OVQ Pablo González / OVQ
© de les fotografies de Sagarra-Torrents, pàg. 40-43 Arxiu Nacional de Catalunya
Organització Arxiu Fotogràfic de Barcelona – Institut de Cultura de Barcelona
Cap del projecte Jordi Serchs i Serra, cap de l’Arxiu Fotogràfic de Barcelona
Tiratge analògic Jordi Calafell / AFB
Administració Albert Gil / AFB Josep Maria Sánchez / AFB
Digitalització Laboratoris Color EGM
Coordinació recursos digitals Departament de Sistemes d’Informació ICUB
Disseny i programació web i interactius
© de la fotografia de J. M. Sagarra pàg. 35, els hereus
Comissaris
Edittio
© de les reproduccions de La Vanguardia
Andrés Antebi, Teresa Ferré i Pablo González / Observatori de la Vida Quotidiana (OVQ)
Coordinació
Nnconcept
Jordi Calafell / AFB Mariona Teruel / AFB
Disseny gràfic
La Vanguardia
Editorial Efadós Carrer d’Edison, 3, Nau A Pol. Ind. Les Torrenteres 08754 El Papiol Tel.: 936 731 212 www.efados.cat
Ajuntament de Barcelona www.bcn.cat/barcelonallibres ISBN Ajuntament de Barcelona: 978-84-9850-738-6 ISBN Editorial Efadós: 978-84-16547-08-1 Dipòsit legal: DL B 25292-2015
Comunicació Mariona Teruel / AFB
Documentació
Producció suports multimèdia
6
Emilio Pérez de Rozas
«MÁQUINAS EN BANDOLERA» .......................................................................................
18
CARLOS PÉREZ DE ROZAS MASDEU (Madrid, 1893 - Barcelona, 1954)
Andrés Antebi, Teresa Ferré i Pablo González / Observatori de la Vida Quotidiana [OVQ]
«CRÒNICA GRÀFICA»: FOTOGRAFIA, ARXIU I POLÍTICA .......................
32
Jordi Calafell
Quim Pintó / PFP
Producció i muntatge de l’exposició Maud Gran Format
Montserrat Ruiz / AFB Maria Mena / AFB
Correcció lingüística i traduccions
Conservació preventiva
T&S.Traducciones y tratamiento de la documentación, SL
Rafel Torrella / AFB
LA RONDA DE LOS PÉREZ DE ROZAS .....................................................................
PÉREZ DE ROZAS, 1931–1954. EN ELS INICIS DE LA RETÒRICA FOTOPERIODÍSTICA MODERNA .....................................
FOTOGRAFIES SEGONA REPÚBLICA (1931-1936) ..............................................................................
AGRAÏMENTS L’Arxiu Fotogràfic de Barcelona i l’Observatori de la Vida Quotidiana agraeixen a la família Pérez de Rozas, a José Manuel Aguirre, a Xavier Argemí, a Teresa Grandas i a l’Arxiu Històric de la Ciutat de Barcelona la seva participació en el projecte.
46
Xavier Antich
74
GUERRA CIVIL (1936-1939) ............................................................................................... 124 PRIMER FRANQUISME (1939-1954) .......................................................................... 156 TRADUCCIONS DELS TEXTOS ....................................................................................... 201
L’Arxiu Fotogràfic de Barcelona agraeix especialment la col·laboració de la Fundació Banc Sabadell i de Laboratoris Color EGM.
Patrocina:
5
LA RONDA DE LOS PÉREZ DE ROZAS Emilio Pérez de Rozas
Yo entiendo que ustedes quieran saber, a través de mí, cómo hacía esa gente las fotografías. Quiénes eran. Cómo se organizaban. Cómo era su día a día. Qué conocimientos, comportamientos, derechos y obligaciones, trucos y rezos, habían heredado del gran Carlos Pérez de Rozas Masdeu. Y, créanme, les entiendo, porque no hay mayor tentación al coger un libro como el que usted tiene en sus manos que averiguar, a usted que le encanta la historia, a usted que le chifla la fotografía, a usted que se identifica con el país, sus gentes, su vida, su historia, con Barcelona, que saber, a través del último Pérez de Rozas —porque, que lo sepa, aquí se acaba la saga—, qué fue de ellos, qué cámaras utilizaban, qué trucos de revelado ideaban, a quién copiaban… O si eran, como fueron, se lo juro, autodidactas, si creían en Leica o confiaban en Canon, si usaban Kodak o Ilford… Empiecen a creerme: no sé nada de todo eso. Nada. Ni me lo contaron, ni jamás pregunté. ¿Por qué? Se lo contaré muy fácil y, sobre todo, muy brevemente. Mejor aún, en tres palabras. Perdón, en una e inmensa, muy grande, que no escribiré con mayúsculas, aunque debería: pasión, amigos, pasión. Yo, todo lo que vi en aquel piso, en aquel inmenso piso de la ronda de la Universitat, 23, 3.º 2.ª (al que le añadieron, incluso, una pequeña habitación del 3.º 1.ª, el piso de al lado, para guardar millones de
negativos), fue pasión. Pasión por ser fotoperiodista, por acabar siendo periodistas (iban a un montón de sitios donde no iban los plumillas y, luego, les tenían que contar qué había ocurrido), por ser los mejores y más audaces y, sobre todo, los primeros reporteros en llegar. Aquel piso, amigo, donde vivía la abuela Consuelo, la esposa de Pérez de Rozas Masdeu, cuyo inmenso retrato a lápiz colgaba del despacho donde jamás se hizo reunión alguna, ni negocio, ni se recibió nunca, nunca, a nadie, no era un piso, como tampoco la abuela era una abuela. Era la matriarca y lo más parecido —y, entiéndanme bien, con cariño, adoración y devoción— a la abuela Blasa de la película ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, creada por Pedro Almodóvar para que la representara Chus Lampreave. Y allí, arremolinados alrededor de la abuela Consuelo, que coleccionaba jamón york, huevo hilado y marrón glasé, trabajaban, de sol a sol, los 365 días del año, durante las cinco o seis décadas que lo hicieron (sin un día de vacaciones, puedo jurarlo y ¡lo sufrí!), Carlos, Kike y Manolo, los auténticos Pérez de Rozas, hermanos de Pepe Luis, Julio y Rafael, que también echaban, de vez en cuando, una mano. Pero no, ni hablar, no crean que ahí se acaba la historia. Sería una historia demasiado normal, habitual,
Carlos Pérez de Rozas Masdeu durant la seva joventut. Autor desconegut
6
7
vulgar y, sobre todo, una historia para la que no hubiese sido necesario ni libro, ni colección, ni exposición. Ni tampoco el duro, durísimo, trabajo de investigación, recolección, análisis y selección de la maravillosa gente del Arxiu Fotogràfic de Barcelona y del Observatori de la Vida Quotidiana. A la vigilancia, siempre de guardia, siempre atenta, siempre controlando, de la abuela Consuelo, en cuyo bolso se guardaba minuciosamente, como si de una gran hucha se tratase (y lo era, ¡vaya si lo era!) el dinero que los Pérez de Rozas iban recolectando a lo largo del mes; a la actividad enfermiza, desde las ocho y media de la mañana hasta las once de la noche, del laboratorio, se añadía, amigos, la apasionante vida de la familia Pérez de Rozas Arribas, es decir, de mis papás, del matrimonio Carlos-Rosario, que llegó a tener, en vida, hasta 10 hijos. Lo han leído bien: la abuela, dos tíos todo el día trabajando en casa, papá, mamá y 10 hijos, aunque cuatro murieron de niños, danzando por los pasillos, además del mono Gutiérrez y el bulldog Box de papá, a quien saludaban todos los tenderos de la ronda de la Universitat cuando salía a pasear. Y, por supuesto, en aquella casa, aquel mundo loco y apasionante, siempre, siempre, había un bebé gateando y, por supuesto, driblando cámaras, fotos y llevándose todos los gritos (y broncas y horas de castigo sentados en los sillones del pasillo) por haber puesto sus dedos, sin querer —«sí, sí, ya sé que ha sido sin querer ¡faltaría más!»—, en una de las fotos que ya estaban esmaltadas y listas para llevar al diario. Aquello, amigos, no era un piso. Ni una casa. Ni un despacho. Ni un laboratorio. Ni una oficina. Aquello era lo que popularmente se conocía en Barcelona, en la ciudad de la magia, como La Ronda. Porque La Ronda era un micromundo en el que se mezclaba la pasión por vivir con la pasión por trabajar. No había mayor placer que oír sonar
8
aquel precioso y reluciente teléfono de baquelita negro que colgaba de la pared que había frente a la puerta del laboratorio, el centro de investigación y desarrollo capitaneado por el tío Manolo (porque aquello sí era un departamento de I+D, con su bloc de recetas de revelados exclusivos, secretos, únicos, incluido). Porque cada llamada era un encargo, un incendio, un suceso, un acto, una foto. Allí llamaban los bomberos antes de ir a apagar un incendio. O la policía antes de detener al ladrón. O la vecina. Y todos, todos, en Navidad tenían su detalle, desde una caja de puros hasta una caja de cava. Cada vez que sonaba aquel teléfono, los Pérez de Rozas daban un salto de alegría, fuesen las diez de la mañana o las diez de la noche. Uno podía llegar a pensar que los bomberos prendían fuego a las casas, la policía robaba para detener a alguien y la vecina se inventaba un crimen en su escalera solo para llamar de inmediato a La Ronda. El caso es que un Pérez de Rozas fuese hacia allí. Y si para hacer la foto necesitaba una escalera, allí estaba esperándole la escalera. E, incluso, ya había quien la había desplegado, señalándole con oficio desde qué escalón se veía mejor el suceso. Como había ocurrido con el abuelo Masdeu, era muy posible que un acto no empezase hasta que llegaba alguno de los Pérez de Rozas y, por supuesto, no había foto hasta que no llegaban Carlos, Kike o Manolo. Pero les diré más (y, ya verán, no se lo van a creer). Los tres metros cuadrados de pared blanca que rodeaban el teléfono de baquelita parecían un cuadro de Dalí o Picasso. La pared, amigos, estaba totalmente tapizada, empapelada, dibujada, pintarrajeada con cientos, miles, de teléfonos, algunos con su nombre incluido, a lápiz o bolígrafo. Y es que, a lo largo de décadas, Manolo, cuando salía a coger el auricular para atender la llamada, siempre llevaba
Retrat de la família Pérez de Rozas. Autor desconegut
• A la pàgina següent, retrat de Consuelo Sáenz de Tejada. Pérez de Rozas
9
en su oreja un lápiz o bolígrafo (él jamás ha fumado; Carlos, sí, en pipa, para que la ceniza no provocase un incendio en el laboratorio) y no tardaba ni medio segundo en escribir en aquella pared el número de teléfono del que llamaba «por si acaso». Y, sí, había cientos, miles, pero Manolo siempre, siempre, sabía dónde estaba y de quién era cada número. Lo juro, han de creerme. Vivir en La Ronda era como vivir en un mundo inventado, construido, fabricado, única y exclusivamente por los Pérez de Rozas. Sí, ya sé que me dirán que todas las familias son iguales y poseen su mundo. No, sigan creyéndome, no como esta, no como la nuestra, no como La Ronda. Piensen que todo empezaba a las siete y media de la mañana, cuando los niños (Carlos, Emilio y Pepo) y las niñas (Rosario, Mamen y Montse) nos preparábamos para ir al cole (los Sagrados Corazones del caritativo padre Damián; sí, el de los leprosos, el de Molokai, el de la isla maldita, estaba en la calle de la Diputació, 250; las Franciscanas, en la plaza de la Universitat, es decir, los dos a un salto de casa) y llegaban Kike y Manolo para, junto a papá, repasar los diarios del día. Y aquello no era un desayuno, ¡era Troya! ¡Apocalypse Now! Solo faltaban los tiros. Y porque no habían más armas que nuestros Cacaolats y bocadillos. La discusión, la pelea, los gritos, los reproches eran siempre los mismos. La Vanguardia, Solidaridad Nacional y La Prensa no siempre acertaban —a juicio de Carlos, Kike y Manolo— con la edición de sus fotografías. Es decir, los Pérez de Rozas, que lo sepan, jamás, jamás, vivieron y trabajaron en las redacciones. Ellos, por sí solos, eran una agencia, un pool. El medio (especialmente Cifra Gráfica, de Efe, y La Vanguardia, Solidaridad Nacional y La Prensa), teniendo a un Pérez de Rozas en plantilla, tenían a los tres. Perdón, tenían a toda la familia,
10
incluida la abuela Consuelo, que velaba por sus intereses, que eran los de todos. De forma y manera que la jornada concluía cada tarde-noche con el mismo ritual, idéntico. Un día tras otro. Los niños y las niñas debíamos dejar la mesa del comedor limpia como una patena y acabar, aceleradamente, los deberes (entonces hacíamos —¿verdad?— muchos deberes, nunca supe para qué demonios íbamos al cole si hacíamos tantos deberes en casa), porque era la hora del reparto. Sobre la inmensa mesa, se colocaban minuciosamente cuatro sobres marrones con el sello, común y único, ya saben, o pueden sospecharlo, de Pérez de Rozas (¡jamás se ha sabido qué foto es de quién, de Carlos, Kike o Manolo!) y, en una esquina del sobre, escrito con rotulador gordo: La Vanguardia, Efe, Solidaridad Nacional y La Prensa. Y, a partir de ese momento, los tres Pérez de Rozas, con un puñado enorme, grueso, grueso, grueso, de fotografías de todos los acontecimientos que habían cubierto a lo largo del día, imágenes que se acababan de estirar, de alisar, en nuestras literas recién salidas de la esmaltadora de bombo (¡jamás podíamos irnos a dormir antes de la nueve de la noche!), iniciaban la distribución de cada una de ellas. Ni que decir tiene que la Agencia Efe (Cifra Gráfica) y La Vanguardia se llevaban siempre, siempre, el mejor material, aquel que ellos, mientras nosotros desayunábamos, esperaban disfrutar, pero…, pero el editor gráfico, especialmente el de La Vanguardia, cuyo nombre omitiré (¿verdad?, sí, lo omitiré, es absolutamente innecesario), nunca hacía la selección que a ellos les gustaba. Y ahí, amigos, también deben creerme en este apartado, se producía siempre el mismo intercambio de reproches entre los hermanos: «Te lo dije, Carlos [o Kike, o Manolo], si no te gustaba esa foto no haberla enviado al periódico, no haberla metido en el sobre
11
porque sabías que ese bobo [¿ven por qué omití el nombre?] la iba a escoger y publicar en la portada del hueco o en interiores». Y ahora que escribo enviarla (más que la foto, el sobre), recuerdo que esa era, durante varios años, una de mis misiones nada más regresar del cole, nada más acabar los deberes. Coger los sobres, cruzar Balmes, cruzar Pelai, acercarme a Cifra Gráfica, entregarle el sobre al tío Rafael (otro hermano de la saga), y entrar en el despacho de… (no escribiré el nombre, no, no y no) y depositar sobre su mesa la selección de fotos del día para La Vanguardia. Luego, caminando, acercarme a la Soli y La Prensa y hacer de mensajero. Esa misión, la de mensaca, la empezó haciendo mi hermano Carlos, la heredé yo y, claro, yo se la pasé a mi hermano Pepo. Y todos, todos, mientras sorbíamos el Cacaolat, escuchábamos, cada mañana, la retahíla de improperios que papá y sus hermanos lanzaban sobre los que no habían valorado (a veces, sí, a veces, sí) su trabajo diario. Y nos íbamos al cole pensando que no queríamos para nosotros aquel trabajo tan esclavo e injusto a la vez. Pero el caso es que en La Ronda se vivía una gran felicidad, fruto, sobre todo, de pertenecer a una saga, a la que muchos de ustedes considerarán un clan. Lo era, pero era un clan de pasión, de disfrute, de enamorados de su profesión. De una profesión que les había llegado a todos, a todos, fruto de la casualidad y, por supuesto, de haber aprendido el oficio en el día a día, de forma autodidacta. Digámoslo ya: sin estudios. «Recuerdo —ha llegado a contarme Kike— que cuando cumplí los 14 años fui a ver a papá al comedor y le dije que no quería estudiar más, que quería trabajar con él. Yo no sabía que quería ser fotógrafo: quería ir con él a los sitios y ayudarle. O simularlo. Recuerdo también que papá me dijo [con aquella voz heredada, digo, no sé, de la corte de
12
Madrid, que tuvo que abandonar al arruinarse su familia] un simple “mañana mamá te dirá algo”. Y, al día siguiente, ya no me despertaron a las ocho para ir al colegio. Ese día, ya le llevé el flash a papá». Y ese papá, es decir, mi abuelo, Pérez de Rozas Masdeu, fue quien, de casualidad, por casualidad, se inventó el oficio de fotoperiodista, de reportero. Porque si no se arruina el bisabuelo en Madrid, él no habría venido a Barcelona. Y, a partir de ahí, ya ven la que se ha liado. Muchos Pérez de Rozas y ríos de pasión por una profesión que, dicen, está desapareciendo. Insisto: en nuestra última generación, la del móvil y Twitter, hay de todo menos fotoperiodistas. Nadie en la familia, ni siquiera los que aún no habían nacido (yo tenía solo dos años) olvidarán jamás el día que murió el abuelo, el patriarca, el hombre que nos inoculó el virus de la fotografía, del fotoperiodismo, de la pasión por, como dijo alguien no hace mucho, «contar a la gente cosas que le ocurren a la gente», el periodismo más genuino y auténtico. Y viejo. «Fotos, fotos, todo el mundo llamaba a casa pidiéndonos las fotos del Semiramis con los repatriados de la Unión Soviética. Todo el mundo quería ¡ya! las imágenes de aquel enorme, entrañable y popular acontecimiento, mientras nosotros tratábamos de sobreponernos a la desgracia y hacíamos nuestro trabajo con el cuerpo de papá, ya sin vida, en una de las habitaciones de La Ronda», recuerda el tío Manolo. «Ni llorar nos era permitido», añade el tío Kike. «No podíamos quejarnos, ni protestar, ni siquiera recordarles a nuestros jefes de las redacciones que teníamos a papá de cuerpo presente en nuestra casa». Yo, entonces, tenía solo dos años, pero Manolo y Kike recuerdan aquel instante como si fuese hoy. «No solo era la desesperación de haber perdido a
papá, cuando nosotros le pedimos encarecidamente aquel día que no saliese de casa y, al final, accedimos a llevarlo a Montjuïc, pero diciéndole que no se moviese, que lo iríamos a buscar cuando acabase todo. No era solo eso, no, era también la tristeza, el escalofrío de tener su cámara y su rollo con las fotos que había hecho desde el balcón de la montaña mágica por revelar. Dejamos aquel carrete para el final y, cuando visionamos el negativo y vimos la imagen del Semiramis entrando en el puerto, Carlos, Manolo y yo rompimos a llorar». El abuelo Masdeu no quiso esperarse a que lo fuese a recoger alguno de sus hijos y, emocionado, apasionado por y con el momento, quiso seguir tomando fotos de aquel día histórico. El abuelo abandonó Montjuïc y fue, descendiendo a pie, hasta que, poco antes de llegar a la basílica de la Mercè, en medio de una calle Ample repleta, le falló el corazón. Allí fue atendido por los transeúntes, metido en un portal e, inmediatamente, trasladado a La Ronda. «Recuerdo como si fuese ahora que no tocamos su máquina, la dejamos sobre uno de los mármoles del laboratorio y, cuando ya habíamos revelado nuestros rollos, nos armamos de valor y nos decidimos a revelar el suyo. Su máquina la guardamos y nunca más se volvió a usar». «Fue su último ejemplo, su lección póstuma, una manera maravillosa, quién sabe, de decirnos “ahí os quedáis con el trabajo que yo amé y que a vosotros os apasionó”», recuerda Manolo. «Pero también fue la mayor puñalada de nuestras vidas, pues papá solo tenía 61 años y no solo habíamos aprendido de él lo que nos había enseñado, no, también aprendimos viendo cómo se comportaba, cómo trabajaba, cómo se relacionaba con la gente, cómo le querían y cómo jamás renunciaba, ni siquiera aquel 2 de abril de 1954, a ayudarnos a cubrir una información, tan
dura y emocionante, que acabó por parar su corazón», remata Kike. Pero aquel bendito abuelo y aquella bendita ruina de su familia en la corte de Madrid hicieron que la abuela Consuelo y los suyos, y los nuestros, y mamá Rosario y la tercera generación, viviésemos apiñados alrededor de aquel mágico laboratorio, fuesen a peinarse (¡era sagrado, amigos!) a la habitación de la abuela antes de salir a la calle para que nos duchasen con colonia Galatea y saliéramos repeinados a la ronda de la Universitat. Y no solo eso, sino que vieses cómo mamá tenía siempre un niño en brazos, el tío Manolo te acariciaba (¡nadie es tan maravilloso como él!) con sus enormes manos con las uñas teñidas de marrón —fruto de los malditos líquidos que utilizaba (revelador y fijador, especialmente) para hacer magia con las copias— y el tío Kike te llevaba a pasear y a tomar una Coca-Cola con patatas al Sandor de la plaza de Calvo Sotelo (ahora, cómo no, Francesc Macià) en su novedoso Mini Cooper o en aquel precioso descapotable Facel Vega que se compró. Luego, con el paso del tiempo, te das cuenta de que ellos, Kike y Manolo, te quisieron tanto o más que papá. Que tú, que formabas parte de La Ronda desde el mismo momento en que nacías, también formabas parte de sus familias, porque ellos nunca tuvieron otra familia que tú. La tuvieron, pero vivían contigo siempre, los 365 días del año. Y es ahora cuando te enteras de que ellos trabajaban de día y vivían de noche. Pero eso, antes, nunca se atrevieron a contártelo. Como aquellas dos putas mudas con las que conversaban, junto al restaurante Los Caracoles, tras salir del Liceu. O del frontón Colón. O de cualquier local del bullicioso Paral·lel. Es ahora cuando sabes que aquel anillo de oro y brillantes que el abuelo Pérez de Rozas Masdeu
13
Celebracions amb família i amics a casa dels Pérez de Rozas durant la dècada del 1930. Autor desconegut
14
15
error». «¿Por qué?», debí añadir muy dolorido. «Pues muy sencillo, Emilio: si ganas, dirán que las fotos las he hecho yo; y si pierdes, ¡cómo puede perder un Pérez de Rozas un concurso fotográfico!». Una vez más, papá la había clavado.
Placa professional de Carlos Pérez de Rozas a la ronda de la Universitat, 23, 3r, 2a
lucía en la mano derecha era un regalo del torero Joselito. Es ahora cuando intuyes que la pasión por ser reportero que tú aún conservas es fruto del ADN de estos pájaros motivadores de felicidad y alegría por el trabajo de curiosear e inmortalizar con sus cámaras. Tú intuías que querías ser como ellos, o parecerte, pero ellos jamás, ni papá, ni Kike, ni Manolo, te empujaron a ser periodista. Tal vez no quisieran una vida tan esclava para sus hijos y sobrinos. O tal vez, quién sabe, no querían que el maltratador de sus fotos tuviese también heredero e infravalorase las tuyas. Yo también un día, como le ocurrió al monstruo Kike, me acerqué a papá y le dije que no sabía si quería ser periodista, cuando resultaba que mi hermano Carlos, Antonio Franco y Maria Rosa Mora ya me habían inyectado su gen. Y recuerdo como si fuese ahora (y aquí han de seguir creyéndome) que papá me dijo, sin soltar su pipa, ni levantar la vista del crucigrama de La Vanguardia (los hacía todos, los clavaba todos, no fallaba uno): «Emilio, tú has de ser lo que quieras, lo que te guste,
16
lo que te apasione, pero, sobre todo, has de intentar ser el mejor en aquello que elijas. ¿Basurero? Perfecto, pero ¡el mejor basurero del mundo!». Todo eso ocurrió, que lo sepan, poco tiempo después, muy poco tiempo después, de que me llevase (sigan confiando en mí, nadie me desmentirá) una de las mayores broncas que he sufrido en mi vida. ¡Se me había ocurrido presentarme a un concurso fotográfico que organizaron en el cole! Y papá se enteró. Y me llevó al rincón de pensar. Eso sí, tuvo el detalle (difícil, por no decir imposible en un piso tan multitudinario) de que no hubiese nadie, nadie, a nuestro alrededor. Lo hizo para preguntarme cómo se me había ocurrido presentarme a ese concurso. «Simplemente, papá, porque el primer premio es un balón y unas botas de fútbol Matollo». Hubo un silencio de veinte segundos, que a mí me pareció un día. No, no, ¡que fue un día! Y me dijo: «Has de retirar tus fotos, Emilio, le dices al padre Bernardino que te has equivocado, que ha sido un
Como la acertaba cuando discutía con Kike para que en La Ronda no entrase otra cámara que no fuese una Leica y, mucho menos, una máquina japonesa. Cuando mi tío se compró —en Arpi, claro, todo se lo compraban en Arpi, y a plazos— una Canon réflex, papá dijo que él no la tocaría. Y mira que tenía un estuche precioso con un Summicron, un minitele de 135 mm y un teleobjetivo 200. Pues papá ni la miraba. No sabía ni dónde estaba. «Esa cámara lleva un japonés dentro que hace las fotos», bromeaba mientras sacaba brillo a su M-3 o disparaba su impresionante Hasselblad para que oyésemos cómo sonaba su disparador, «igual que cuando cierras la puerta de un Rolls-Royce». También la acertaba papá, también, cuando me abroncaba en mis visitas a Sarrià y al Camp Nou para protagonizar mis primeros pinitos. Yo me ponía al otro lado de la portería en la que se ponía él. Y, claro, con mis 15 años pelados, llevaba mi Leica con el 135 mm, enfocaba el punto de penalti y disparaba a todo lo que se movía a su alrededor. ¡Mentira! Cada vez que se producía una jugada de peligro o un gol (les hablo de mi primer año de prácticas, no más allá de esos meses primerizos), papá, tras la jugada, me miraba y, con el dedo índice sobre el obturador de su Leica, me preguntaba con gestos si tenía la acción, si había captado el momento, si había hecho la foto, vamos. Y yo, que me sentaba sobre el césped como el espectador más privilegiado, debía reconocerle que no, que me había deleitado con la jugada, pero que la foto, de existir, estaría en su película Kodak Tri-X, no en mi
carrete, casi virgen e inmaculado. Eso, con perdón, cuando no se me ocurría ir al trofeo Conde de Godó de tenis y dedicarme, con la Canon réflex de Kike, a hacer detalles de los tenistas, gestos, carantoñas, muecas de esfuerzo o agresividad tras conectar el golpe (yo quería imitar al amigo de papá, Raúl Cancio, o al desaparecido Paco Elvira, un prodigio de la raqueta), pero en el 90 % de las ocasiones no tenía la bola. «Sin pelota, no hay foto, Emilio, ¡cuántas veces he de decírtelo!». Ahora, ya con 63 años, es decir, 48 años después, estoy convencido (créanme también en esto, ya es lo último) de que cualquiera de aquellas muecas habrían ganado el concurso de los Sagrados Corazones. Y yo aún tendría mi balón y mis Matollo en casa. Tengo la M-3 que me recuerda a papá, porque a Kike y a Manolo aún puedo rozarlos. Ellos han sido nuestra vida, nuestros lazarillos. Y yo aún formo parte de la de ellos. Y todo porque el bisabuelo se arruinó en la corte de Madrid. Y Pérez de Rozas Masdeu se convirtió en un catalán más, en un reportero, en un fotoperiodista, en el fotógrafo de la Exposición del 29. Lo que no saben los genios, amigos, cómplices y maravillosos investigadores, que han decidido homenajear, recordar y resucitar a nuestro imperioso Pérez de Rozas Masdeu, es que él, como papá, como Kike, como Manolo, solo creía en una cosa que no se puede enseñar, que se tiene o no se tiene: «Solo hay un secreto, hijos, saber cuándo hay que apretar el dedo. Escoger el momento». Por eso los móviles o las cámaras digitales jamás acabarán con la fotografía, con el genio fotográfico: porque el truco, amigos, sigue estando en el momento, en el instante de apretar el obturador. Porque solo hay un momento. Y si no lo captas, se pierde. No volverá. Como los Pérez de Rozas.
17
«MÁQUINAS EN BANDOLERA» CARLOS PÉREZ DE ROZAS MASDEU (Madrid, 1893 - Barcelona, 1954)
Andrés Antebi, Teresa Ferré i Pablo González Observatori de la Vida Quotidiana [OVQ]
Ben lluny del lloc comú que tendeix a presentar els reporters gràfics com a herois solitaris solcant els carrers amb la seva càmera a collibè, el naixement i la consolidació de l’ofici de fotoperiodista a casa nostra tenen molt a veure amb formes ben diverses de treballar en equip. Del lloc dels fets al laboratori i del laboratori a les redaccions dels diaris i les revistes, els pioners —els fotògrafs que van aconseguir obrir-se camí en un terreny d’entrada menystingut i amb un futur incert— destacaren per la seva capacitat de formar grups coordinats, tant des d’un punt de vista estrictament empresarial, associant-se i contractant ajudants i dependents, com convertint el propi entorn familiar en una empresa dedicada full-time al servei de l’actualitat gràfica.
Els seus ulls i objectius —primer amb càmeres de plaques i després amb dispositius cada cop més lleugers— van ser testimonis privilegiats de molts dels episodis més transcendents de la història recent de Barcelona, de les seves convulsions socials i polítiques, de les transformacions urbanístiques, dels canvis culturals… I les instantànies que avui conformen el seu llegat, l’arxiu de fotografia de premsa més gran dels que s’han conservat a la ciutat, constitueixen una de les eines gràfiques ineludibles per a qualsevol interessat a conèixer millor com van ser els barcelonins i les barcelonines d’abans, durant i després de la Guerra Civil.
Entre aquests darrers brilla amb llum pròpia un cognom, Pérez de Rozas, que ha marcat, fotografia a fotografia, esdeveniment a esdeveniment, la història del fotoperiodisme barceloní durant la major part del segle xx. Un cognom que, precisament per la dimensió col·lectiva de la seva tasca, resulta impossible associar a un nom propi. Ells, pare i fills, sempre van voler signar Pérez de Rozas, orgullosos de la potència multiplicadora de la nissaga, sense atendre mai a la dimensió individual de l’autoria.
El principi d’aquesta història, però, té un nom propi. Els fills i els néts recorden Carlos Pérez de Rozas Masdeu, iniciador i patriarca de la nissaga, com un treballador infatigable que, literalment, va donar la vida per l’ofici de reporter gràfic.
FILIPINES, MADRID, BARCELONA…
Nascut a Madrid el 1893 al si d’una família de l’alta burgesia, Carlos va passar els primers anys nedant en l’abundància i els privilegis, emparat per una fortuna que no parava d’augmentar. El pare, Joaquín
Joan Andreu Puig Farran, Carlos Pérez de Rozas i Manuel Azaña al balneari de Sant Hilari Sacalm. 13/08/1934. Autor desconegut
18
19
Pérez de Rozas, militar de carrera, era delegat de la Hisenda espanyola a les Filipines, i la primera infància del futur fotògraf va teixir-se amb travessies marítimes, palaus i criats de calça curta. El seu futur ja escrit de multimilionari va enfosquir-se dràsticament tan bon punt l’Imperio español es va col·lapsar amb la pèrdua de les colònies el 1898. En tornar d’ultramar, el pare va morir d’una malaltia poc coneguda i, des d’aleshores, la família va anar perdent pes, diners i influència als selectes cercles de la Villa y Corte. Per a la seva mare vídua, María Luisa Masdeu, l’ambient de Madrid va tornar-se asfixiant. Era un deshonor que aquells que havien gaudit d’una alta posició haguessin de buscar feina. Així, l’any 1903 —Carlos tenia deu anys— va decidir traslladar-se a Barcelona amb tota la família a la recerca d’una nova vida. El canvi de residència fou apadrinat pel fill primogènit, José Pérez de Rozas Masdeu (18821959), polític republicà, secretari personal del totpoderós marquès de Foronda i periodista que ja vivia a la Ciutat Comtal. Redactor del diari Las Noticias, arribà a dirigir el diari El Liberal i, entre el 1917 i el 1921, fou el president de l’Associació de Premsa Diària de Barcelona. LES PRIMERES FEINES
Els contactes amb l’elit local van permetre als nouvinguts establir-se amb relativa comoditat a Barcelona. Una de les persones que més els van ajudar va ser Rafael Roldós, pioner en el negoci de la publicitat en premsa escrita i propietari del diari Las
Barcelona Gráfica. 11/06/1930 (AHCB)
20
Noticias, aleshores un dels rotatius de referència. Roldós obrí les portes de l’ofici periodístic a Pérez de Rozas el 1911 incorporant-lo com a ajudant de redacció a la plantilla. Allí, fent tota mena de tasques auxiliars, li va néixer la passió per les informacions d’actualitat. Amb els primers estalvis, Carlos va comprar una vella màquina de retratar i va impressionar les seves primeres fotografies. Els diumenges, durant llargues passejades amb el seu germà, va començar a aprendre com anava tot plegat. L’amateurisme va ser un vist i no vist. L’any 1912,1 Las Noticias va apostar pel jove Pérez de Rozas com a fotoperiodista titular del diari. Així, va començar a cobrir actes institucionals, esdeveniments esportius i espectacles que tenien lloc a la ciutat, al costat dels primers noms destacats del fotoperiodisme barceloní, com ara Alessandro Merletti, Frederic Ballell i Josep Brangulí. Signava amb el seu nom i l’afegit de «Las Noticias». Tenaç, va aprendre l’ofici dia a dia, d’aquí cap allà, càmera en mà. I també va saber aprofitar el seu origen i el caràcter extravertit per fer-se una posició en els ambients de les classes benestants de la ciutat. En poc temps va ampliar la nòmina de clients i va començar a publicar a la revista esportiva Stadium —signava Rozas—, al setmanari catòlic La Hormiga de Oro i a la revista gràfica andalusa La Unión Ilustrada, entre d’altres. El bon rumb d’aquelles primeres passes professionals va coincidir amb la formació de la seva pròpia
1. La primera fotografia que hem localitzat signada «Foto Pérez de Rozas de Las Noticias» correspon a la notícia de portada «Borrás en Barcelona, Borrás hacia América» el dia 7 de març de 1912.
21
família. El 1916, durant una funció operística al Liceu, va conèixer Consuelo Sáenz de Tejada. El festeig va ser curt i aquell mateix any la parella contragué matrimoni a la capella particular del bisbe de la ciutat. Primer van anar a viure en un pis del carrer de Mallorca, però durant el primer embaràs de Consuelo es van traslladar a casa dels Sáenz de Tejada, a la plaça de la Universitat, 7. Mercedes va ser la primera de la descendència. En van venir vuit més: José Luis, Carlos, Manuel, Consuelo, Pilar, Julio, Kike i Rafael. L’ECLOSIÓ PROFESSIONAL
Durant la dècada del 1920, Carlos Pérez de Rozas va anar allunyant-se progressivament del diari que l’havia vist néixer i, en general, de la fotografia de premsa, al mateix temps que com a fotògraf assolia un impuls definitiu a recer de l’organització de l’Exposició Universal del 1929.2 L’any 1922 ingressà al cos de funcionaris municipals que treballaven al certamen i, braç a braç amb altres càmeres rellevants del panorama local, fou durant uns quants anys testimoni i notari del sorgiment d’una nova ciutat. L’encàrrec, força ambiciós en l’àmbit fotogràfic i amb una clara intenció propagandística, era impulsat per les forces vives de la ciutat i requeria dedicació exclusiva. Tots aquells registres, incorporats anys més tard a la col·lecció de l’Arxiu Històric de la Ciutat, conformen avui el fons més important que es conserva
sobre les transformacions urbanístiques associades a l’Exposició del 1929.3 Durant la celebració del magne esdeveniment, entre el 1929 i el 1930, Pérez de Rozas va ser autoritzat, juntament amb el seu col·lega i amic Joan Andreu Puig Farran, a muntar un estudi fotogràfic per fer retrats al Saló de Projeccions del recinte firal. L’èxit va ser absolut. La qualitat dels materials que empraven —uns objectius flou importats d’Alemanya— i l’experiència adquirida al laboratori els permetien impressionar magnífiques fotografies 18 × 24 en molt poc temps, sense necessitat de retoc. Cobraven tres pessetes per còpia i en van arribar a tirar prop de 90.000. La crème de la crème els buscava per immortalitzar-se.4 RETORN AL FOTOPERIODISME
Acabada l’Exposició, la societat Pérez de Rozas & Puig, rebatejada Art-Express, va establir-se en un nou estudi situat a la planta baixa del Palau de Las Noticias, a la Rambla. Les vaques grasses, però, es van acabar. Art-Express es va trencar i Pérez de Rozas va obrir un altre estudi, també de curta volada, al carrer de Ferran. Novament, l’ombra de la fallida econòmica planava sobre la família, però el fotògraf se les va empescar per reciclar-se. El 1932 va reincorporar-se a l’Ajuntament com a col·laborador del departament fotogràfic de l’Arxiu Històric de la Ciutat.5 Des d’aleshores i fins al final
2. L’exposició de 1929 significà un salt professional per a tota una generació de fotoperiodistes a Barcelona. Sobre aquest tema vegeu: Antebi, Andrés; González, Pablo; Ferré, Teresa; Adam, Roger. Repòrters Gràfics. Barcelona 1900-1939. Barcelona: Ajuntament de Barcelona, 2015, pàg. 78-87. 3. Sobre aquest tema, vegeu: Torrella, Rafel. El registre fotogràfic de Montjuïc, 1915-1923. La metamorfosi d’una muntanya. Barcelona: Quaderns del Seminari d’Història de Barcelona, 2008, pàg. 21. 4. Fins i tot el rei Alfons XIII visità l’estudi de Rozas & Puig (vegeu Barcelona Gráfica, 11/06/1930). 5. El 13 de juny de 1932 pren possessió del càrrec de fotògraf amb categoria d’oficial segon (Arxiu Municipal Contemporani. Expedients de personal funcionari. Exp. núm. 11.563).
22
Sagarra, Centelles, Gonsanhi i Pérez de Rozas, entre d’altres companys, cobrint una arribada de la Volta a Catalunya. 9/06/1935. Autor desconegut
23
de la seva vida, va aportar fotografies a la «Crònica gràfica de Barcelona», projecte pioner que pretenia crear, d’una manera sistematitzada, un fons fotogràfic de la vida pública barcelonina. Cobrava unes 1.400 pessetes anuals a canvi de lliurar mensualment una mitjana de seixanta fotografies. Aquell mateix any va tornar a exercir plenament com a reporter gràfic. De la mà de Joan Pich i Pon, el propietari, s’incorporà a la plantilla d’El Día Gráfico. A Barcelona, el rotatiu fou una de les apostes més decidides per la premsa il·lustrada engegades durant el primer terç del segle xx i tingué com a col· laboradors la majoria dels fotoperiodistes professionals de l’època. De fet, l’entrada de Carlos Pérez de Rozas va coincidir amb la progressiva desaparició de la signatura de Josep Badosa, fins llavors reporter de referència del diari. Fou a mitjan aquesta dècada quan els dos fills grans, Pepe Luis i Carlos, van començar a ajudar el pare. Al principi, els marrecs donaven un cop de mà amb el material a peu de carrer o repartint les còpies, fins que, a poc a poc, prengueren també les màquines de retratar. La firma Pérez de Rozas ja no va ser mai més fruit del treball d’un sol reporter. A les pàgines d’El Día Gráfico i La Noche, el vespertí de la mateixa empresa editora —Publicaciones Gráficas, S. A.—, tots tres publicaven dia a dia el seguiment de les convulsions socials i polítiques en la intensa Barcelona dels anys previs a la Guerra Civil. Fins a tal punt arribaren a actuar com un sol home,
El Día Gráfico. 3/03/1936 (AHCB)
24
que resulta del tot impossible distingir qui premia el disparador. Del carrer al laboratori i un altre cop al carrer, els Pérez de Rozas van acabar conformant un dels equips més sòlids i dinàmics que es recorda. Eren capaços de servir imatges de qualitat amb molta rapidesa i, en acció, tenien avantatge sobre els seus col·legues: en la cobertura de grans esdeveniments gairebé sempre hi anaven tots tres, coordinats prèviament, per oferir perspectives complementàries dels fets que registraven. Carlos Pérez de Rozas fill explicava en una entrevista com funcionava aquesta concepció col·lectiva de la feina: «Creo que aportamos [al periodismo] la organización del trabajo en equipo, como ahora se dice. La complejidad de las tareas que teníamos que realizar nos obligó a estudiar cómo deberíamos coordinar nuestros esfuerzos para que el trabajo fuera más eficaz. Así, cuando conocíamos que se iba a celebrar un acto importante —un desfile, por ejemplo— nos reuníamos casi siempre para montar una operación logística o militar. Éramos tres a actuar, papá, Pepe Luis y yo. Uno esperaba al personaje en el muelle o en el aeródromo; hacía las fotos del recibimiento. Otro impresionaba escenas callejeras. Otro se situaba en los lugares estratégicos, a los que sabíamos que iría el personaje. Juntábamos luego las fotos —ya Manolo empezaba a especializarse en el laboratorio— y ofrecíamos a nuestros periódicos un conjunto completísimo del acto. Una misma firma —la de Pérez de Rozas— daba continuidad a lo fotografiado mediante un sistema colectivo. Por allí nos llegaron nuestros éxitos».6
6. Solidaridad Nacional, 3/11/1967, pàg. 16.
25
Al carrer manaven ells, però, a casa, era el tàndem Consuelo-Mercedes qui imposava la seva llei amb severitat. A més d’organitzar la multitudinària logística quotidiana, elles s’encarregaven d’endreçar el laboratori i d’assumir una tasca vital en la qual els homes mostraven una absoluta incapacitat: documentar i classificar un arxiu que augmentava constantment a cop de fet d’actualitat. El domicili-laboratori-agència registrava una activitat frenètica. El cap de família acostumava a entrar-hi i sortir-ne sense parar. Això sí, sempre que arribava a casa, es posava el pijama i el batí, ni que fos per una estoneta. Quan no tenia assumptes professionals entre mans, dedicava el seu temps a la ràdio, el piano i els cotxes, tres de les seves grans aficions. Se’l recorda com un home molt exigent amb els seus, amb pocs amics íntims, no adscrit políticament ni gaire interessat per les qüestions religioses. Era, abans que res, pare i periodista gràfic. ULLS A LA REREGUARDA
L’inici de la guerra i l’esclat revolucionari a la Barcelona de l’any 1936 van sorprendre la nissaga de reporters en un moment d’esplendor professional. Tots plegats van mantenir-se plenament actius i les seves màquines van retratar la vida quotidiana a la rereguarda barcelonina des de l’aixecament militar fins al final de la guerra. També van ser artífexs d’un seguit de reportatges arreu del país, entre els quals destaquen els efectes dels bombardejos. I, com la majoria de professionals barcelonins, van retratar les vicissituds de la guerra al front d’Aragó.7
La família, sempre associada políticament al lerrouxisme, no va trigar a tenir problemes. Pocs dies després de l’esclafament popular del cop militar, durant un registre a casa seva per part de la CNTFAI van ser destruïdes nombroses plaques de vidre de l’arxiu que feien referència als actes d’Alfons XIII. Ho recordava el seu fill Kike: «Fueron abriendo las cajas de las placas y las iban tirando al suelo. […] Cuando vieron que tenía 20 estantes llenos de placas de la época que papá había hecho con todas las visitas de las autoridades de aquella época, empezaron a romperlas todas. Es la única vez que yo he visto llorar a mi padre». Amoïnat pel perill que podien córrer la resta dels negatius, Pérez de Rozas Masdeu va dipositar-los a l’Arxiu Històric de la Ciutat. Els seus vincles amb Agustí Duran i Sanpere, que s’encarregava aleshores de la comissió de salvament de patrimoni de la Generalitat, van facilitar l’operació. Els veïns de la casa familiar van donar-los una setmana per abandonar l’immoble. La seva presència podia posar en perill la comunitat. A corre-cuita, van instal·lar-se en un nou pis molt proper, al 23 de la ronda de la Universitat, on van tornar a muntar el laboratori. Malgrat les topades, durant la guerra, Carlos Pérez de Rozas va col·laborar activament amb la CNT-FAI. Tal com es pot documentar resseguint les imatges del seu arxiu, va fer cobertures dels mítings, dels diversos homenatges a Buenaventura Durruti o de la tasca de Mujeres Libres, entre d’altres. Moltes
7. Com a exemples, les portades d’El Día Gráfico del 23 d’agost de 1936 i de La Noche del 16 de setembre de 1936.
26
Umbral. 25/09/1937 (AHCB)
27
gràfic va ser denegada a tots aquells considerats no addictes al nou règim. Molts dels fotoperiodistes barcelonins que havien treballat durant els anys vint i trenta foren víctimes de dures represàlies. Homes com ara Gabriel Casas, Joan Andreu Puig Farran, Agustí Centelles i Pablo Luis Torrents van acabar en camps de concentració, van haver d’exiliar-se o foren arraconats i desposseïts de la seva feina.
Caricatura de Carlos Pérez de Rozas Masdeu, obra de Fresno. 1946
d’aquestes fotografies es van publicar a mitjans anarquistes, com ara la revista Umbral o el periòdic setmanal Campo. Órgano del Comité Regional de Relaciones de Campesinos. D’aquest darrer va rebre un dels encàrrecs al qual més esforços va dedicar: una sèrie de reportatges monogràfics de les col·lectivitzacions agràries arreu de Catalunya. L’equip va seguir publicant a El Día Gráfico i La Noche, mitjans col·lectivitzats pels seus treballadors a través de la Cooperativa Obrera de Publicaciones Gráficas, S. A., i va mantenir també el contacte laboral amb Las Noticias, convertit en portaveu de la Unió General de Treballadors, a partir del maig de 1937. Que la nissaga estava en plena activitat també ho demostra la documentació professional de l’Agrupació Professional de Periodistes (APP), on, a principis del 1938, Carlos Pérez de Rozas consta com a tresorer de la secció de reporters gràfics.8
28
Davant l’empitjorament de la situació a la rereguarda, els Pérez de Rozas van llogar una casa a Begues i s’hi va traslladar tota la família, mascotes incloses. Els fotògrafs restaren a Barcelona treballant, tot i que una part del laboratori de la ronda de la Universitat va quedar inutilitzada durant un dels bombardejos feixistes. El patriarca, que estava revelant allà en aquell precís instant, va salvar la vida de miracle, però una part important del seu arxiu va desaparèixer. ELS QUE ES VAN QUEDAR
Amb l’entrada de les tropes franquistes a Barcelona el gener de 1939, s’iniciava un llarg període de repressió i de terror. També per als reporters gràfics. La Ley de Prensa promulgada el 1938 pel bàndol franquista imposava un control sever sobre la informació i limitava l’accés a la professió periodística. A partir d’aquest moment, el carnet expedit per les autoritats esdevingué imprescindible per exercir l’ofici, i la possibilitat de treballar com a reporter
Uns altres, pocs, van continuar exercint. D’aquests, «la majoria dels periodistes dels diaris barcelonins vinculats al partit radical van poder seguir treballant sense problemes durant els primers anys del franquisme».9 Per tant, no és gens estrany que, amb els seus vincles familiars i contactes, Carlos Pérez de Rozas i els seus fills fossin ben vistos per les noves autoritats. Mentre el patriarca es mantenia discretament al marge, els dos fills grans es van contagiar de l’eufòria falangista i van allistar-se a la División Azul. «Tenemos mucho trabajo y aquí también se puede servir a España», va respondre astorat el pare en assabentar-se’n. Finalment, va ser només Pepe Luis qui va embarcar amb els Zapadores de Asalto a servir la causa nazi. En l’àmbit professional, la nissaga ocupà una posició hegemònica en la premsa barcelonina durant el transcurs de la dictadura i, sens dubte, és un dels pilars en la configuració de la visualització del règim
franquista pel que fa no solament a Barcelona, sinó també a la resta de Catalunya. Era habitual que els Pérez de Rozas acompanyessin les autoritats i fessin la cobertura d’inauguracions i reconstruccions de tot tipus, a més de celebracions destacades tant del calendari eclesiàstic com esportiu. Des que La Vanguardia va tornar a incorporar fotografies a les seves pàgines, el nom Pérez de Rozas restà indissolublement associat al rotatiu. Durant les escadusseres visites de Franco i la seva família «por tierras catalanas», és la seva signatura la que apareix en exclusiva al peu de les imatges fins al 1949, quan han de «compartir» el Caudillo amb el fotògraf madrileny Campúa. Amb tot, la nissaga obtingué i conservà durant dècades el monopoli de l’únic diari d’empresa que s’editava a Barcelona. Tot un aparador que facilitava encàrrecs privats molt més ben remunerats. A més, foren signatura habitual de Solidaridad Nacional, rotatiu de l’anomenada prensa del Movimiento, i serviren imatges per a Efe, l’única agència de notícies creada pel règim. A partir del 1939 també foren col·laboradors de la revista gràfica de la Falange Fotos. A la feina de fotoperiodistes cal afegir que continuaren nodrint la «Crònica gràfica» de l’Arxiu Històric fins que va desaparèixer el projecte, als anys noranta del segle passat. Pel que fa a la fotografia propagandística, el fill primogènit, José Luis, fou fotògraf oficial d’Auxilio Social, l’organisme de beneficència nacionalcatòlica per excel·lència.
8. Pocs mesos abans de la guerra, l’Agrupació Professional de Periodistes es vinculà sindicalment a la UGT. 9. Fabre, Jaume. La contrarevolució del 1939 a Barcelona. Els que es van quedar. Universitat Autònoma de Barcelona. Tesi doctoral. En línia: <http://hdl.handle.net/10803/4787> Consulta: juliol de 2015, pàg. 242.
29
L’empresa familiar continuava creixent. Dos altres fills, Manuel, tancat al laboratori, i Kike, càmera en mà, començaren a fer les primeres passes en l’ofici durant la dècada dels anys quaranta. Tots dos asseguraren, conjuntament amb els seus germans grans, la bona marxa del negoci. Al llarg de la seva trajectòria, sempre van mantenir aquell híbrid entre vida familiar i vida professional, que fou un dels fonaments del seu èxit. Emilio, un dels néts del fundador, explica gràficament l’ambient que es vivia a la ronda de la Universitat quan era petit: «Tú abrías la puerta y había una familia con 8 hijos y tres o cuatro tíos trabajando a saco. Y medio piso era familiar y medio piso era laboratorio. Mi hermano Carlos cuenta que, en el mismo cazo donde nos hacían a nosotros la leche para desayunar, mi tío Manolo preparaba los potingues del revelado. […] Aquello era nuestra casa, pero no era nuestra casa, era La Ronda, el despacho, el laboratorio. No han tenido vida, no paraban nunca, 365 días del año trabajando».
MORT CÀMERA EN MÀ
L’activitat professional de Carlos Pérez de Rozas Masdeu va començar a minvar a finals de la dècada del 1940. Cada vegada passava més temps amb la dona a la segona residència de Santa Coloma de Gramenet. Va començar a interessar-se pel cinema i sortia amb la càmera ocasionalment, i només cobria professionalment els esdeveniments assenyalats. En una d’aquelles dates marcades al calendari, en «acte de servei», el reporter gràfic va trobar
Fotos. 25/02/1939 (fons OVQ)
30
sobtadament la mort. Va ser el 2 d’abril de l’any 1954, un dia de forta càrrega emocional a Barcelona per l’arribada del vaixell Semiramis, amb els repatriats de Rússia. Els Pérez de Rozas, com feien sempre en aquells casos, es van repartir les zones per cobrir durant la jornada sense comptar amb el pare. Però el patriarca hi insistí i es va afegir a l’equip. No volia —o no podia— quedar-se a casa. Finalment se’l va destinar a fer fotografies, primer, des de Montjuïc i, després, a baixar cap a la missa per als retornats programada a la basílica de la Mercè. El cor li va fallar, mentre intentava arribar a l’ofici, enmig d’un carrer Ample ple de gom a gom. Mort el pare, el millor homenatge que van saber retre-li els fills va ser continuar la missió fins al final: «Fotos, fotos, fotos. […] Nos pedían de todas partes fotografías y teníamos que servirlas, sin una protesta, sin una queja, como nos había enseñado nuestro padre, que yacía inmóvil con las pupilas cerradas para siempre en una habitación próxima. Ni llorar nos era permitido. Dejamos para el revelado y como último carrete el extraído de la máquina de papá. Manolo, con sumo cuidado, lo bañó en los ácidos. Surgió frente a nuestros ojos, fatigados e insomnes, el perfil del Semiramis. […] Asistíamos al revelado de esa fotografía con asombro, como si fuera la inicial vez que presenciábamos el fenómeno. […] Cogimos la máquina de papá y la guardamos cuidadosamente, como una reliquia. Ninguno de nosotros la ha vuelto a utilizar. […] Muerto papá, teníamos que seguir la organización familiar. Seguir con la máquina en bandolera, que es lo que él nos había enseñado desde pequeños».10
10. Solidaridad Nacional, 3/11/1967, pàg. 16.
31