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adiós a los remordimientos

Cambiar tus procesos de pensamiento puede liberarte de culpa, vergüenza y tristeza

Adiós a los lamentos

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Lisa FieLds

Karin Schätzle, quien creció al sur de Alemania, deseaba tocar el chelo, pero en su pequeño pueblo no tenía posibilidades de dar clases. En su lugar aprendió a tocar la flauta y el clarinete, pero siguió soñando en ser violonchelista. Sin embargo, nunca dio clases, convencida de que para ser buena tendría que haber aprendido desde la infancia.

Nada puede invadir más los pensamientos ni provocar tanto insomnio como el remordimiento. Quizá te culpas por haber puesto fin a una antigua relación amorosa, por haber hecho una mala elección en tu carrera profesional o por tener miedo de salir de tu zona de confort, igual que Schätzle.

“Lo que aparece siempre en los patrones de arrepentimiento es que, al envejecer, la gente suele pensar en las cosas que no ha hecho, en vez de en las que hizo”, señala Tom Gilovich, profesor de psicología en la Universidad Cornell de Nueva York, quien estudia las diferencias entre el arrepentimiento de acción y pasividad. “Hay muchas cosas que no hacemos debido al miedo social”.

Un mal sentimiento bueno

Los remordimientos suelen hacernos sentir mal, pero esos sentimientos negativos no siempre son perjudiciales. Los estudios muestran que, en un principio, el arrepentimiento nos ayuda a aprender de los errores.

“Quienes expresan remordimiento por una decisión tomada, a menudo hacen una mejor elección la siguiente vez”, dice Aidan Feeney, catedrático de psicología en la Queen´s University de Belfast, quien estudia los efectos del arrepentimiento y los remordimientos en la toma de decisiones.

Al analizar tu situación podrás aprender sobre ti mismo, hacer cambios en el futuro y, con un poco de suerte, obtener mejores resultados la próxima vez.

Esta técnica le funcionó a Schätzle cuando tuvo una nueva noción del chelo a los cuarenta y tantos años: tal vez debería haberlo tocarlo en su juventud si deseaba dedicarse de manera profesional, pero esa no era su meta. Entonces, empezó a dar clases.

las personas mayores que dejan que los lamentos las dominen pueden tener problemas físicos y mentales.

“Ojalá no hubiera esperado tanto, porque me encanta”, comenta Schätzle, de 52 años, residente hoy en Stuttgart. “Durante un tiempo casi estuve enfadada conmigo misma; pensé que si hubiera empezado antes, ahora sería capaz de tocar piezas más difíciles. Pero luego me di cuenta de que, para mí, eso no era lo que representaba el violonchelo. Lo que importa es que disfruto al tocarlo”.

El daño de pensar demasiado

¿Qué pasa si el arrepentimiento domina tus pensamientos y no logras (o no puedes) actuar para resolverlo en un plazo razonable? Desafortunadamente, estos pensamientos repetitivos pueden tener un impacto negativo en tu vida.

“El remordimiento puede ser una emoción muy destructiva”, indica Feeney. “Si te pasas lamentando las innumerables posibilidades que alguna vez existieron, pero ya no existen, es muy probable que resultes perjudicado”.

Imagina, por ejemplo, a una mujer jubilada que quisiera haber tenido hijos en vez de enfocarse únicamente en su carrera profesional. Este tipo de consecuencias no se pueden remediar, y el arrepentimiento puede volverse insoportable. Las personas mayores que permiten que los remordimientos los dominen, corren el riesgo de desarrollar problemas físicos y mentales.

“Hemos demostrado que el lamento es una causa importante de depresión entre los mayores, más que entre los jóvenes”, señala Carsten Wrosch, profesor de psicología en la Universidad Concordia de Montreal, quien estudia el impacto de los remordimientos a lo largo de la vida adulta. “Es más probable que se presenten enfermedades cardiacas. No inmediatamente, sino 5, 10 o 20 años después”.

Evita lamentarte

Hay varias estrategias que pueden ayudar a liberarse de las poderosas garras del remordimiento.

“Una de las funciones principales del arrepentimiento es corregir nuestros errores”, dice Marcel Zee Lenberg, profesor de psicología social en la Universidad de Tilburg, en Países Bajos, cuya investigación se centra en el impacto del remordimiento en la toma de decisiones. “Otra función es asegurarse de que recordemos nuestros errores y aprendamos de ellos. En ambos casos, es importante que el arrepentimiento sea doloroso. De lo contrario, no nos motivará”.

Prueba las siguientes tácticas:

� Deja de juzgar el pasado. A los 13 años, Paola Tosca era una típica adolescente más interesada en socializar con sus compañeros que con sus padres. Cuando su padre murió de manera repentina a causa de un infarto, Tosca se arrepintió inmediatamente de cómo había administrado su tiempo.

“No haber tenido suficiente tiempo para conocer a mi padre, Stefano, es mi mayor y más profundo arrepentimiento”, comenta Tosca, hoy de 62 años, residente de Grasse, Francia. “Me di cuenta de que no le dediqué el tiempo que debía”.

Cuando la gente piensa en antiguas decisiones, es común que crea erróneamente que hizo una elección equivocada, lo cual puede empeorar la sensación de arrepentimiento.

“A menudo no nos damos crédito por haber tomado la mejor decisión”, indica Wändi Bruine de Bruin, profesora de teoría conductual de la elección en la Escuela de Negocios de la Universidad de Leeds, quien estudia los efectos del remordimiento en la salud mental. “Es probable que ahora tengas información distinta a la que tenías entonces. Si se quiere usar el arrepentimiento productivamente, te debes preguntar ‘Teniendo en cuenta lo que sabía en ese momento, ¿habría hecho algo de manera diferente? ¿El qué?’”. Para sobrellevar la pérdida de su padre, Tosca, directora general de una empresa informática en Grasse (Francia) y escritora, se ha dedicado a trabajar duro y vivir al máximo, creyendo que esto lo habría hecho sentir orgulloso.

“He basado mi vida en su ausencia”, dice ella. “Mi deseo de vivir intensamente, de tener éxito, nació al morir mi padre”.

� Acepta lo que no hiciste. Durante su juventud, la londinense Olivia Wolferstan le dijo algo a su abuela de lo cual desearía haberse retractado.

“Un año, ella preparó varias tartas de café y yo me encargué de decirle que mi familia y yo estábamos un poco hartos de esas tartas, y que podría hacerlas de otro sabor”, comenta Wolferstan, de 28 años. “Fue evidente que a mi abuela le afectaron mis palabras. Jamás volvió a hacer una tarta de café”.

A medida que pasan los años, es posible que tengas menos poder para cambiar las circunstancias de las que te arrepientes. Aceptar esta impotencia podría ayudarte a afrontarlo.

“La gente debe conformarse con lo que hizo o no hizo, pues es probable que no haya muchas oportunidades de cambiarlo”, dice Wrosch. “Hemos demostrado —con respecto al remordimiento— que si alguien es capaz de liberarse del deseo de enmendarlo, no experimenta las consecuencias. Involúcrate en otras actividades. Eso puede funcionar como un mecanismo de anulación”.

� Busca tu sabiduría interior. Cuando cumplas 60 años habrás acumulado mucha más cosas que lamentar que las que tenías a los 20, pero no todas tienen el mismo impacto.

“Los remordimientos que realmente nos afectan son aquellos no resueltos; cosas que jamás se pudieron arreglar”, señala Bruine de Bruin. “Si crees que deberías haber ido a la universidad o que deberías volver a ella, puedes tomar cartas en el asunto cuando aún eres relativamente joven. Al pasar los años, esto se vuelve cada vez más difícil”.

Afortunadamente, muchas personas mayores están mejor capacitadas para controlar sus emociones. “Poseen la sabiduría que aporta la experiencia de vida”, señala Pär Bjälkebring, catedrático de psicología en la Universidad de Gotemburgo, en Suecia, quien estudia cómo afectan los remordimientos la toma de decisiones al envejecer. “Cuando las personas

mayores se enfrentan a una situación de la cual una persona más joven podría arrepentirse, son capaces de enfrentarse a ella”.

Para su investigación, Bjälkebring pidió a jóvenes y mayores que registraran sus frustraciones durante una semana.

“Los participantes de mayor edad vieron sus remordimientos de manera distinta, tratando de aceptar lo que estaba pasando”, indica Bjälkebring. “A lo largo de una semana, los mayores tuvieron menos remordimientos y usaron distintas estrategias para enfrentarse a ellos. Fueron más funcionales”.

Otras investigaciones muestran que las personas de mayor edad se sienten menos abrumadas por los remordimientos.

“Cuando eres joven puedes quedar atrapado, y los detalles concretos son vergonzosos”, dice Gilovich. “Al envejecer, lo analizas desde una perspectiva más amplia: ‘En general he tenido una buena vida, aunque he cometido algunos errores”.

� Valora tu situación. Las investigaciones muestran que la razón más común para el arrepentimiento son las oportunidades perdidas. La gente suele fantasear con lo que cree haber perdido, pero ignora las desventajas que podrían haber surgido. “Las oportunidades perdidas son mundos mejores frustrados”, indica Zeelenberg. “Si uno hubiera tomado una decisión distinta, o actuado diferente, el resultado habría sido mejor”. ¿Nunca recibiste ese ascenso laboral? Es probable que pienses en el dinero que dejaste de ganar, tener en cuenta el estrés que habría representado tu nuevo puesto.

Durante más de 30 años, la finlandesa Maiju Kauppila ha sido funcionaria, aunque su verdadera pasión son las redes sociales y el marketing. Los últimos 12 años ha canalizado su entusiasmo por las manualidades y los blogs de estilo de vida en una exitosa presencia online.

“El blog y mis redes sociales se han convertido casi en un segundo trabajo para mí”, comenta Kauppila, de 54 años. “Sin embargo, no me he

atrevido a abandonar mi carrera profesional, a pesar de que sé que podría tener otra carrera”.

En vez de imaginar una realidad alternativa, céntrate en las cosas buenas de tu vida.

“Evita hacer comparaciones”, recomienda Bruine de Bruin. “No te preguntes continuamente si serías más feliz con otra pareja, otra casa u otro trabajo. Eso desgasta tu felicidad. Si haces comparaciones, concéntrate en lo que te convierte en alguien afortunado, no al contrario. Trata de alegrarte, en vez de arrepentirte”.

� Ten una visión optimista. La investigación de Gilovich ha descubierto que puedes reducir el poder del arrepentimiento si logras encontrar algo positivo que haya sucedido a partir de a la situación que te hizo sentir remordimiento.

“Racionalízalo; identifica los aspectos positivos”, comenta Gilovich. “No debí haberme casado con esta persona. Fue un error. Pero al menos tengo unos hijos maravillosos, que no habría tenido de otro modo”.

Joann Perahia, neoyorquina de 62 años, lamenta no haber ahorrado de joven, pero ver el lado positivo hace su situación más tolerable.

“Ahora es imposible recuperar el dinero que no gané”, dice. “Pero he logrado criar a mis hijos sin tener que trabajar fuera, y ellos son estupendos. Si hubiera salido a trabajar, no creo que mis hijos fueran tan maravillosos”.

� Lleva una vida activa. La gente suele arrepentirse por no haber hecho algo, más que por haberlo hecho, y por eso los investigadores sugieren que podrías tener menos remordimientos al actuar más.

“Si estás tratando de decidir entre hacer o no algo y la única razón es: ‘¿Qué va a decir la gente?’, debes hacerlo”, señala Gilovich.

El alemán Rudolf Thode, de 62 años, soñaba con volar desde que era niño. Pero se convirtió en agricultor con una mujer que no apoyaba su fantasía. Aun así, iba a un aeródromo cercano cada vez que tenía tiempo libre. Hace unos 13 años, un instructor se acercó a él, y el granjero finalmente decidió dar clases de vuelo.

“Fue una sensación increíble ver mis tierras de cultivo desde lo alto”, dice Thode. “Habría sido mucho mejor si hubiera cumplido mi sueño cuando tenía veintitantos años. Pero lo que realmente cuenta es el hecho de que por fin se hizo realidad”.

Lamentarse por no haber hecho algo no está fuera de tu alcance si te lo permites.

“Puedes prevenir remordimientos futuros”, comenta Gilovich. “No es raro que las personas jubiladas piensen: ‘Siempre quise aprender otro idioma o tocar un instrumento, pero a mi edad ya no puedo’. Es verdad que no te vas a convertir en un violonchelista famoso, pero sentirás una gran satisfacción al hacerte cargo de un lamento. Inténtalo”.

En la cima de una montaña suiza, el snowboarder se separó de sus amigos. Entonces se desató una tormenta de nieve

41 Horas solo

en la nieve

daniel J. Schüz

de SonntagSZeitung

“¡holaaaa!” Nicolas JuNge-hülsiNg grita hacia el valle lo más alto que puede. “¡Daaniii! ¿Dónde estás?”

Daniel Petek contesta a Nicolas hasta quedarse ronco. “¡Aquí!”. Parece como si se estuvieran contestando el uno al otro, pero ninguno de los dos oye al otro por la fuerte corriente descendente que sopla violentamente por el valle de Urseren y lanza la nieve contra la ladera del Gemsstock. La repentina tormenta ahoga todos los sonidos y oculta por completo cada silueta detrás de un opaco velo blanco. Las huellas en la nieve se ocultan primero por la acción del viento y, segundos más tarde, se borran por completo.

el viernes 4 de marzo de 2016, había comenzado bien, con un bonito sol de primavera y una nieve polvo perfecta. Los aficionados a los deportes de invierno del club de esquí alemán de Radolfzell, aprovechaban el fantástico tiempo en la estación de esquí de Andermatt (Suiza).

Sobre las cuatro de la tarde, el monitor de esquí Daniel Petek volvió a la cima con un grupo de diez personas, para que pudieran bajar esquiando por última vez el famoso freeride de Guspis, diez kilómetros de fuera de pista hasta Hospental.

Nicolas es nuevo en el grupo y, a sus 18 años, el más joven. También es el único snowboarder del grupo. Pero no es un inexperto ya que, con 11 años, ya lo llevaba su abuelo a los Alpes del Valais. “Los deportes de invierno son mi vida”, afirma el estudiante de bioquímica. “¡Tanto el esquí como el snowboard!”

Mientras realiza un trayecto largo, se da cuenta de que a su tabla hace tiempo que le hace falta un buen encerado, ya que no desliza bien. Al final tiene que bajarse de la tabla e ir caminando por la densa nieve mientras los esquiadores se deslizan por la pendiente con facilidad.

Pero, ¿dónde están Dani y el resto? Puede que hayan seguido recto hacia abajo o que se hayan desviado más adelante a la izquierda.

El padre de Nicolas, Bernhard Junge-Hülsing, médico, tendría que haber estado también con el grupo. Pero como estaba con una gripe resistente, había dicho a su hijo: “Vete sin mí. No me encuentro bien”.

De repente, completamente solo en la montaña, a casi 2.300 metros, Nicolas se siente triste y desamparado. Con los dedos entumecidos por el frío, saca su teléfono móvil del bolsillo para llamar a su padre, pero la batería se está agotando y prácticamente no tiene cobertura. Se corta inmediatamente, nada más pulsar el botón de llamada.

hospental 1.452 m

urseren gurschen

Gemsstock 2.961 m

Castelhorn 2.973 m guspis la cabaña de pastor

Con buen tiempo, el freeride Guspis, de 10 kilómetros, es apto para principiantes. A la derecha, Nicolas Junge-Hülsing con su tabla de snow.

de vuelta en el resort de esquí, el móvil de Junge-Hülsing vibra. Es Dani Petek, que le dice: “Hemos perdido a Nici.” Pasadas las 16:30 horas, Junge-Hülsing da la voz de alarma.

a Salvo, por ahora

Nicolas mira fijamente la monótona extensión blanca. Lo único que ve es nieve, rocas y peñascos, hasta que de repente, el contorno de algo oscuro y cuadrado llama su atención.

Se dirige hacia allí y descubre un pequeño refugio. Parece una choza de madera más que una cabaña de un cazador: un refugio de pastor con una puerta de establo. Está atrancada, pero tras unos golpes con la tabla de snowboard, cede.

Hay un catre junto a la pared. Sobre el colchón hay una manta, una camisa y un forro polar. También hay una vela, una sartén, un hornillo portátil, tres botellas de plástico sucias, un paquete grande de espaguetis, un tarro de salsa de tomate, algunas pastillas de Avecrem, un mechero, y una lata de pintura de espray azul.

Nicolas lanza un suspiro de alivio. Estoy a salvo, por ahora; puedo pasar la noche aquí. Por la mañana, escalaré hasta la estación del teleférico en la cima. Debería poder hacerlo en siete horas si las condiciones son buenas.

Pero sabe que el pronóstico da nieve de sábado a miércoles.

previSión de nieve

Empieza a anochecer en la montaña cuando Markus Koch pone rumbo a la base del Servicio de Rescate Aéreo Suizo conocido como “Rega”. El piloto de helicóptero y su tripulación acaban de trasladar a un esquiador herido al hospital de Spital Schwyz y están deseando tener una noche libre.

Entonces la radio chisporrotea. “Atención Rega 8”. “Aquí Rega 8, ¿qué tenemos?” “Necesitamos que inicien la búsqueda de un snowboarder perdido en Gemsstock, en alguna parte de la ruta de Guspis.”

El piloto cambia el rumbo 195 grados y asciende hasta los 2.740 metros; no puede volar más bajo porque el viento sopla con fuerza en el valle de Urseren a casi 100 km/h.

en alguna parte ahí abajo, la desesperación de Nicolas crece cada vez más: el mechero está vacío y no funciona. Coge la lata de pintura en espray y le da la vuelta. Por la otra cara puede leer “altamente inflamable, no pulverizar sobre una llama viva”.

Se le ocurre sujetar el mechero sobre la mecha de la vela y lo intenta encender una y otra vez mientras simultáneamente pulveriza la pintura azul encima. Funciona: la mecha enciende y la utiliza para encender el hornillo.

Mientras derrite nieve en un cazo sobre el hornillo, Nicolas oye un ruido sordo más allá del ruido del viento que ulula por las grietas de la cabaña. ¡Un helicóptero!

Sale corriendo fuera. El helicóptero está dando vueltas sobre la posición donde exactamente se encuentra, pero ¿por qué vuela tan alto? ¿Y por qué se desvía?

Supone que el piloto no puede verlo con la tormenta.

Christian von daCh es el técnico del teleférico de Gemsstock que dirige la búsqueda. El centro de operaciones Rega ha recurrido al Rescate Alpino Suizo (ARS), fundación sin ánimo de lucro dirigida por Rega y por el Club Schweizer Alpen. Ha comenzado la operación para salvar la vida del joven snowboarder.

Von Dach sale con 20 ayudantes para buscar en la zona baja de la ladera del Gemsstock, junto al valle, con foco y equipos de visión nocturna.

Mientras, Daniel Petek y el resto de su grupo siguen ahí fuera, enfrentándose a la tormenta de nieve. Llevan dos horas y media en el mismo punto llamando a gritos a Nici en la oscuridad.

Nicolas acerca el mechero a la mecha de la vela y lo iNteNta eNceNder mieNtras pulveriza piNtura eNcima.

El piloto Stefan Bucheli, quien, junto a Christian von Dach (arriba), rescató al chico.

A las 19 horas, suena el teléfono de Dani. Es Von Dach. Pide a los turistas que bajen de vuelta al valle. “Una vez que se hace de noche, es mucho más peligroso —y no queremos tener que empezar a buscar a más personas.”

Mientras, los oficiales del CID del cantón de Uri se dedican a llamar a los bares locales de Hospental para asegurarse de que el adolescente no esté agradablemente sentado en un cálido bar en cualquier parte.

temiendo lo peor

En su refugio de montaña, Nicolas ha devorado su primera ración de espaguetis. Luego sale a recoger más de nieve para derretirla y poder llenar las botellas vacías con agua caliente y así poder calentarse. Se queda en calzoncillos y pone la ropa sobre la manta para conservar el calor corporal de la forma más eficiente posible.

De repente, oye de nuevo el sonido de las aspas de los rotores. ¿Ha vuelto el Equipo de Rescate Aéreo Suizo en mitad de la noche?

Es un helicóptero militar. Los líderes de la operación de rescate han reclutado un Super Puma de la base aérea de Alpnach con una cámara de toma de imágenes térmicas que pueda detectar cualquier señal de vida en la nieve. Pero la cámara no

puede “ver” a través de las paredes del refugio de Nici.

Sobre la medianoche, abandonan la búsqueda hasta el día siguiente. El equipo de rescate vuelve al cuartel general para una sesión informativa, mientras en el albergue juvenil, los miembros del club de esquí y el padre de Nici temen cada vez más por él.

Mientras avanza la noche, las posibilidades de encontrar a Nicolas con vida disminuyen a cada hora que pasa. Algunos están empezando a pensar que puede haber caído por un barranco o un precipicio.

Aunque todavía espera un milagro, Junge-Hülsing también empieza a temerse lo peor. “Es mejor que te quedes en casa”, le dice a su mujer, Katrin, por teléfono. “No hay nada que puedas hacer para ayudar aquí.”

Katrin permanece en Múnich, esperando noticias. Josefine, de 11 años, conocida como Fini, se sienta a su lado. “Nici está vivo, lo sé”, dice la pequeña de las tres hijas. “Puedo sentir cómo late su corazón.”

Más de 40 horas después, Bernhard puede abrazar de nuevo a su hijo.

un infierno blanco

Cuando la esperanza decae y el miedo se apodera de ti, es muy fácil dejarte derrotar por la soledad.

Nici se tumba en el colchón y enciende el móvil durante unos segundos para poder consolarse mirando la foto de su madre, su padre y sus tres hermanas.

Y entonces hace algo que no haría normalmente: reza, pronunciando las palabras con voz alta y clara: Dios mío, no puedo llamar a las personas que están preocupadas por mí, por favor hazles saber que estoy vivo y estoy bien. Y si alguien piensa que es su culpa, diles que no es culpa de nadie.

El sonido de su propia voz le convence de que alguien le está escuchando.

De vez en cuando, se queda dormido y todo parece ir de maravilla. Está en casa con sus amigos y su familia. Ya no está solo. Después, se despierta y la pesadilla comienza.

El sábado, la tormenta azota las paredes de la cabaña durante todo el día, mientras que la nieve alcanza ya varios metros de altura. Cuando Nicolas abre la puerta, un infierno blanco se extiende ante él.

Escalar hasta la cima ha dejado de ser una opción, y menos intentar descender la montaña. Si se desencadena una avalancha, podría sepultar a las personas que están intentando subir la montaña para rescatarlo.

domingo por la mañana. De vuelta a la base Rega, Stefan Bucheli mira al cielo. Aunque las nubes están empezando a disiparse, el Gemsstock sigue completamente cubierto.

El piloto no quiere perder ni un solo minuto. Pone en marcha la turbina y despega. Recoge a Von Dach en la estación del teleférico, a medio camino.

Las nubes lo obligan a dar un rodeo: Bucheli tiene que volar alrededor del Macizo de Saint-Gotthard y acercarse a la localización donde el snowboarder fue visto por última vez, desde el Paso del Oberalp.

“Ahí abajo,” grita Von Dach y señala un hueco entre las nubes.

“¡Hay alguien allí!” Ahora, el piloto puede ver también una figura saludando con los brazos sin parar a las puertas de una cabaña de madera.

Después, los dos ven las letras escritas en la nieve del tamaño de un hombre: ¡SOS!

“¡Es él!”

niColas, sollozando, se derrumba en brazos del jefe del grupo de rescate. “Ya no tienes que preocuparte”, dice Von Dach, tratando de tranquilizar al adolescente rescatado. “¡Lo has hecho muy bien!”

Un rato después, padre e hijo están en la puerta de la casa del granjero Remo Christen, en Hospental. — Su cabaña me ha salvado la vida —dice Nicolas. —Solo quería darle las gracias y pedirle perdón por haber roto la cerradura.

Su padre saca la cartera. —Por supuesto pagaremos los daños.

El huraño pastor contesta que les mandará la factura. —¿Y qué pasa con los espaguetis y la salsa de tomate? —¡Eso es cortesía de la casa!

dE SonntagSZeitung (13 dE marzo dE 2016), CopyriGht © tamEdia aG, tamEdia.Ch

eScuchar con atención

mi vida es como una canción de la que solo conozco algunas partes de la letra, canto esas partes muy fuerte y balbuceo el resto.

@cehudSpeth (chriStopher hudSpeth)

Hacer yogures y sanar mentes

Hacer yogures y sanar mentes

Cómo un psicólogo se convirtió en empresario y ayudó a dar un vuelco a las vidas de otras personas

Giles TremleTT de THe observer fotografías de paola de grenet

Trabajadores de la empresa láctea La Fageda, en Gerona.

En 1984, un decepcionado psicólogo llamado Cristóbal Colón conducía su Citroën 2CV por un frondoso bosque catalán llamado La Fageda d’en Jordà. Cristóbal había paseado muchas veces por este etéreo bosque con sus perros Boyeros de Flandes, pero en ese momento iba solo, con el objetivo de comprar una granja. Este tipo serio y barbudo de 34 años había abrazado las ideas de Marx y Freud durante los años de la Transición española a la democracia en los setenta, pero estaba

decepcionado al ver la situación de los psiquiátricos, donde los inadaptados sociales eran aparcados por un país que creía que con proporcionarles cama y alimento había cumplido su deber. “Algunos eran enfermos mentales, pero otros simplemente eran considerados raros por la sociedad”, afirma.

Cristóbal, llamado como el descubridor de América, vivía en la cercana población de Olot y tuvo una idea inverosímil. Decidió que los pacientes del psiquiátrico local de Gerona necesitaban trabajar. No creía que

las personas que no encajaban en la sociedad debieran ser incluidas entre las 2.500 enfermedades mentales catalogadas por los psiquiatras. “Lo único que las definiciones de dichas enfermedades tienen en común es la idea de que somos lo que es nuestra mente. Pero somos mucho más que eso,” afirma Cristóbal.

Ni tampoco quería que los pacientes hicieran simplemente cosas para ocupar el tiempo. En vez de ello, creía que podían formar parte efectiva de la economía local y que ello les permitiría ser valorados como miembros que contribuyen a la sociedad. “Quería que recuperaran su dignidad y su libertad. El psiquiátrico se las había arrebatado. Cuando las personas buscan en sus bolsillos para comprar algo, automáticamente dan valor al

trabajo que se ha hecho para elaborar el producto.”

Pero como sabía que no iba a ser fácil encontrar a alguien que contratara a su frágil y a veces excéntrico grupo de trabajadores, se dio cuenta

“Quería que los pacientes recuperaran su dignidad y libertad. El psiquiátrico se las quitaba”.

trabajadores en esta zona. Sin embargo, algunos vecinos se preguntaban si el propio Cristóbal se habría escapado de un manicomio. “Yo le decía a la gente que me llamaba Cristóbal Colón, que venía del psiquiátrico y que quería montar un negocio en medio del campo”, recuerda. “Con este nombre y este tipo de proyecto, algunos pensaron que el loco era yo.” Su cooperativa de trabajadores especiales, a la que llamó La Fageda, por el bosque donde estaba localizada, empezó a Cristóbal Colón: “La gente pensaba que estaba loco”. proporcionar trabajos manuales desde su sede de que debía convertirse en empre- en un viejo convento que compartía sario. Había sido aprendiz de sastre con la brigada contraincendios. Pero a los 14 años (antes de convertirse en Cristóbal quería una granja. “Quería psicólogo) y, aunque era un hombre fabricar algo de valor, no proporcionar práctico, no tenía experiencia como mano de obra barata a los demás.” empresario. También quería que su Cuando Els Casals salió a la venta empresa se estableciera en un lugar —con una masía destrozada tras años de gran belleza natural. “Sabía que de abandono, pero con espacio para era bueno para mí,” afirma. “Así que, una pequeña lechería— lo consideró ¿por qué no iba a ser bueno para los una señal del destino. Estaba en un demás?” entorno maravillosamente bello justo

La zona de la Garrotxa, en el cora- detrás del bosque. Cristóbal persuazón de Cataluña, parecía ser una loca- dió a los bancos locales para que le lización ideal. Como había trabajado prestaran parte de los 90.000 euros como psicólogo en Gerona, tenía que necesitaba para comprarla. Pero, contactos y conocía a potenciales ¿podría esta empresa, participada

por una mano de obra considerada enferma mental, competir en el crudo mundo del capitalismo del siglo XX? Muchos pensaron que no.

más de 30 años después, Cristóbal dirige una empresa con 256 empleados y una facturación anual de 16 millo-

Afortunadamente, para entonces la marca La Fageda tenía el suficiente éxito para añadir la producción de mermelada a su actividad. “Hemos cometido muchos errores”, asegura Cristóbal. “Pero ahora sabemos que hay muchas cosas que desconocemos, y por eso las consultamos con

Pronto se hizo obvio que el proyecto mejoraba radicalmente las vidas de sus trabajadores-propietarios.

nes de euros. La Fageda, que elabora yogures, mermeladas y helados de alta calidad, ha sido objeto de estudio en escuelas de negocio tan lejanas como la de Harvard. Más importante aún, cumple su objetivo de dar empleo prácticamente a toda la población de personas mentalmente enfermas capaces de trabajar en La Garrotxa.

Ha habido muchos altibajos. Algunos intentos, como el de establecer un taller de carpintería, una tienda de pintura o un negocio de suministro de abono fracasaron estrepitosamente. El floreciente negocio de la leche se arruinó con la entrada en la UE y las cuotas obligatorias. Entonces, La Fageda se vio forzada a convertir la leche que le proporcionaban 350 vacas frisonas en yogur. El vivero forestal, uno de los más grandes de este tipo en España, se quedó sin trabajo con la crisis en 2008. otras personas. Y ese es nuestro punto fuerte.”

La Fageda se basó en el entusiasmo durante muchos años, y tanto el personal como los trabajadores, se dedicaron incluso los fines de semana a recorrer muchas ciudades para exponer sus amorosos terneros y ofrecer muestras de sus yogures. Los encargados a veces trabajaban hasta altas horas de la noche para conseguir suministrar los pedidos a tiempo.

Por fin triunfaron los cremosos yogures ricos en grasas hechos con la propia leche de La Fageda. Hace quince años, Cristóbal empezó a contratar a un equipo de gestores profesionales, aunque él seguía siendo el jefe, y su voz se imponía en las asambleas de cooperativistas donde solo unos pocos entendían lo que decía y todo el mundo estaba feliz de seguir su mandato.

pronto fue evidente que el Proyecto de La Fageda mejoraba radicalmente las vidas de sus trabajadores-propietarios. Aquellos que habían intentado quitarse la vida en repetidas ocasiones, no volvieron a intentarlo. Los que comenzaron a llevar un sueldo a casa todos los meses dejaron de ser una carga para sus familias. Para otros, las unidades residenciales de La Fageda en Olot supusieron también una solución a sus necesidades fuera del trabajo.

María Portas fue una de las primeras en viajar a los bosques de La Fageda a mediados de los 80. Hija única de una familia de campesinos pobre, había quedado al cuidado de su anciana madre antes de que sufriera una crisis, le diagnosticaran esquizofrenia paranoide y fuera enviada al psiquiátrico.

Hoy, con 77 años, sigue viniendo a la granja todos los días, a un club de pensionistas que forma parte de los servicios de apoyo de La Fageda. “Me siento segura aquí”, explica. Se siente feliz en el vivero forestal y está orgullosa de lo que han logrado. El trabajo sigue siendo importante,

Margarita Martínez con su hijo Luis, uno de los trabajadores de La Fageda.

aunque para ella queda poco que hacer. “Es algo que descubrimos con las personas mayores”, afirma una de las trabajadoras sociales, Violete Bulbena. “Quieren trabajar por encima de todo. Algunas personas de generaciones más jóvenes no tienen tanto empeño.” cional, los trabajadores y los llamados “profesionales”. Estos últimos son principalmente los directivos, los terapeutas y los trabajadores sociales. “Nos gusta decir que aquí hay personas que tienen informes que afirman que tienen un grado de discapacidad y que hay otros que todavía no los

“Nuestros visitantes son nuestro mejor marketing. La gente se va encantada, no solo con el yogur”.

entre las historias más destacables está la de Luis Martínez, de 57 años, cuya madre, Margarita, oyó hablar de La Fageda en su ciudad natal de Mendoza, en Argentina. A Luis le habían diagnosticado esquizofrenia. “Yo simplemente creo que es diferente, con una forma diferente de ver el mundo,” afirma Margarita, que hoy tiene 88 años.

Hace nueve años decidió emigrar a España —de donde sus padres eran originarios— y alquiló un piso en Olot. Un día apareció en La Fageda en un taxi con Luis. “Ahora veo que está feliz”, explica. “Le gusta trabajar. Cuando lo ves tan feliz con sus compañeros, te das cuenta de que estas personas tienen un ángel dentro.”

la fageda está dividida en tres categorías: los clientes que asisten a las instalaciones de terapia ocupatenemos”, afirma Albert Riera, jefe de comunicación desde hace una docena de años.

María, hija de Cristóbal y una de las psicólogas de La Fageda, afirma que no necesitan médicos en las instalaciones. Una forma no intrusiva de supervisión les permite hacer un reparto de tareas a medida, mientras al mismo tiempo vigilan su salud. “Normalmente nos damos cuenta cuando algo comienza a ir mal y entonces pedimos ayuda médica inmediatamente”, explica.

Al igual que La Fageda cuida de su gente, cuida también de sus vacas. El ganado se encuentra en grandes establos abiertos. Si los visitas, te los encontrarás mordisqueando el heno mientras suena música de cámara barroca por los altavoces. Es marketing sutil. La Fageda tiene un acuerdo de mecenazgo con la sala de concier-

tos más importante de Barcelona: el espectacular Palau de la Música.

La Fageda nunca se ha vendido como una causa social. “Queremos competir como cualquier otra marca”, afirma Cristóbal. “Nuestro mensaje tiene que ser que, aunque tenemos a personas con discapacidad, somos perfectamente capaces de hacer las cosas bien.” La granja tiene un centro de visitantes que atrae a 55.000 personas al año. “Es el mejor marketing que podemos hacer,” afirma Cristóbal. “La gente no se va simplemente disfrutando de nuestro yogur, sino que después de ver el bosque, las vacas, escuchar la música y ver a los trabajadores, son nuestros mejores promotores”.

Eso significa que La Fageda ha encontrado el santo grial del marketing apelando a los sentimientos. También funciona con los vecinos. “Hemos ayudado a situar a la Garrotxa en el mapa, y los vecinos están orgullosos de proclamar La Fageda como parte de su mundo.”

como cualquier otra empresa, La Fageda tiene que tomar decisiones duras. A Cristóbal lo invitan a dar conferencias en las mejores escuelas de negocio del mundo, pero el objetivo de la empresa sigue siendo proporcionar trabajo y cuidados a las personas mentalmente enfermas de la región de la Garrotxa. Cristóbal es feliz de seguir siendo una marca local. “No necesitamos acumular riqueza”, afirma. “Pero el mundo de los negocios es un lugar estupendo para desarrollar la dignidad y habitar en él.”

Cristóbal tiene hoy 68 años y es consciente de que no podrá dirigir la compañía durante mucho tiempo más. En 2015, cambió el estatus de cooperativa de trabajadores a fundación sin ánimo de lucro. Se ha contratado a un joven equipo de ejecutivos, en su mayoría mujeres. El objetivo es profesionalizar la gestión y la junta directiva de la Fundación y prepararla para el traspaso, tal y como dice Cristóbal, “antes de que muera o enferme de Alzheimer”.

Para personas como Luis Martínez, La Fageda no solo es garantía de trabajo, sino de asistencia futura. Para su madre, Margarita, La Fageda resolvió el problema más preocupante para todos los padres mayores con hijos dependientes. “Se iba a quedar solo cuando yo muriera, pero es especial y necesita a alguien que le guíe,” afirma. Margarita no será la primera persona que muera sin esa preocupación sobre sus hombros.

En 2007, la peluquera de la Garrotxa Paquita Casas, cuyo hijo Miquel fue uno de los primeros cooperativistas, aguantó en el hospital hasta que su hijo entró en la residencia de La Fageda. Murió pocos días después. “Sé que cuidarás de él”, le dijo a Cristóbal.

© Guardian News and Media Ltd 2017

Un regalo que trajo olvidados recuerdos

guitarra La de navidad

Jean Chavot

Mi hijo iba a cumplir diez años. Seguía cogiéndome de la mano cuando salíamos juntos, pero me la soltaba cuando nos encontrábamos con otros niños, especialmente chicas. Esa tarde de invierno habíamos recorrido las calles parisinas iluminadas con las luces navideñas. Con nieve sucia bajo nuestros pies, nos detuvimos delante del escaparate de una tienda de música, con su mano envuelta por la mía.

Observamos las brillantes guitarras en sus caballetes. Con sus largos cuellos adornados con espumillón parecían avestruces con un lazo. Con ese patético aspecto fueron excluidas inmediatamente; mi hijo soñaba con una guitarra salvaje a la que pudiera domesticar. Entramos en la tienda.

Cuando solo tenía un año, solíamos cantarle unas notas todas las mañanas para ver si estaba despierto. Digo “solíamos”, pero especialmente su madre, con su preciosa voz de cantante. Él respondía con las mismas notas. Se convirtió en un juego cambiar la melodía y hacerla cada vez más compleja, y escuchar cómo la repetía inmediatamente antes de romper a reír con su risa ondulada. Era su manera de decir: “¡Otra vez! ¡Otra vez! “

Cuando se fue haciendo mayor, le preguntábamos de vez en cuando si quería tocar algún instrumento. Al ser músicos, nos parecía lo más natural, particularmente dado su evidente talento —dicho con la mayor objetividad posible teniendo en cuenta mi papel de padre—. Habitualmente respondía con un NO alto y claro.

Cuando le preguntaba por qué, me — Entonces, ¿por qué guitarra y no decía que no quería “acabar viéndose piano? obligado a tocar ante 300 personas.” — Porque me gusta el contacto fí-

Había asistido a muchas de mis re- sico con el instrumento. presentaciones y de las de su madre. Su madre y yo nos miramos. No Me preguntaba si se había sentido de- estábamos acostumbrados a que hacepcionado, si el pánico escénico era blara con ese nivel de lenguaje. No contagioso o si se había desanimado al dijo nada más ese día, pero esperávernos pasar por ello. ¿Podría ser que bamos haberlo entendido. Le compré catalogara en su mente las escalas, los una guitarra y lo matriculamos en una ejercicios de canto y los escuela de música. ensayos como una ocu- Aunque apreciaba a pación de adultos, una forma de aprender a vivir? ¿O tenía algún otro Con un gesto, remití al los guitarristas clásicos como Fernando Sor y Heitor Villa-Lobos, era motivo que sería inútil vendedor a mi natural que quisiera explicar a alguien con el hijo. Él era interpretar música más limitado entendimiento el cliente. acorde con su gusto, en de un adulto? una guitarra elegida por

Tenía un compañero él mismo, con la que de clase que daba clases pudiera desarrollar un de piano y tocaba “La Pantera Rosa” “contacto físico” perfecto. Fue cuando divinamente. Mi hijo la aprendió de íbamos en busca de ese instrumento oído inmediatamente, siendo cons- cuando entramos en la tienda de múciente por primera vez que en casa sica esa Nochebuena. había un piano. Durante semanas, Un dependiente nos saludó como tocó la melodía en todos los tonos y si estuviera haciéndonos el favor de teclas posibles, con la cabeza hacia atendernos entre una gira de los Roabajo y los ojos cerrados…. lling Stones y una sesión con Charlie

Un día, para nuestro alivio, dijo sin Parker. Sus explicaciones las dirigió rodeos: “quiero aprender a tocar un a mí únicamente, como titular de la instrumento”. tarjeta de crédito. Con una inclinación —Bien —dijimos rápidamente an- de cabeza, le remití a mi hijo, que era tes de que cambiara de opinión. realmente el cliente. — ¿Quieres tocar el piano? El dependiente entendió aquello — No, la guitarra. como que yo no tenía ni idea de guita— ¿Como papá? rras, y mi hijo, obviamente, tampoco. — No —contestó, con cierto desdén Sacó una guitarra que era “para soen la voz. los,” según dijo, después otra con in-

crustaciones de madreperla, después todas las guitarras odiosamente caras que no había conseguido vender. Mi hijo no podía ver nada que le gustara. Era demasiado tímido para tocar delante de los extraños. Preguntó: “¿puedo mirar por mi cuenta”? El dependiente, disgustado porque niñatos como este se dedicaran a enredar, le dejó que se adentrara en las profundidades de la tienda.

Mientras esperaba, pensé en mi primera guitarra. Me hubiese gustado que mi padre viniera a la tienda de música conmigo, pero él decidió que fuera a elegirla con el hijo de nuestros vecinos. Se llamaba Michel. Sus padres estaban desesperados porque quería dejar de estudiar medicina y convertirse en guitarrista y él sentía tanto conflicto interno que no sabía qué hacer.

Mi padre había ayudado a Michel a hacer realidad su pasión y también intervino para tranquilizar a su familia. Fue estupendo que hiciera eso, admirable. Pero yo tenía clara una cosa: mi padre nunca me hubiera dejado que abandonara mis estudios para seguir mi corazón. Yo odiaba a Michel y le tenía una tremenda envidia.

Llegué un cuarto de hora tarde a la cita con él para comprar el instrumento. Él ya se había marchado, o más probablemente ni siquiera había acudido a la cita. ¡No pensaba marcharme a casa con las manos vacías! Elegí mi guitarra solo. Cuando llegué a casa tuvimos una bronca tremenda. ¿Quién me creía que era? Era una pequeña guitarra barata de principiante. Me había enamorado desde la primera nota. Sonaba fantásticamente.

Mi hijo volvió de la trastienda, con una guitarra folk. Definitivamente era la adecuada. El dependiente intentó convencerle de que se comprara una más cara haciéndole una rápida demostración. Tuvimos que aguantarnos la risa cuando destrozó la introducción de “Stairway to Heaven.” Entonces mi hijo dijo: “¡Vamos papá!”

El dependiente llevó la guitarra al mostrador. Mi hijo eligió unas cuantas notas y pegó la oreja al cuerpo del instrumento. Hizo una mueca. — Esta no es la mía. — Sí, lo es. Es el mismo modelo —le aseguró el dependiente. —No es la suya —le dije.

El dependiente volvió al almacén. Y apareció después con la guitarra folk. Mi hijo tocó unas notas. Me sonrió.

el día de navidad, cogió su guitarra de debajo del árbol, la desenvolvió y se la dio rápidamente a mi padre, ansioso por oír su veredicto. Con la solemne intensidad de un experto, su abuelo tocó algunos acordes. — Suena de maravilla. — ¡La elegí yo solo!” —señaló mi hijo. — Bien hecho. Estoy orgulloso de ti —dijo mi padre.

Nos sentamos para disfrutar de la comida de Navidad. Ese año el pavo nos supo mejor que nunca.

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