Andrés y Óscar eran dos buenos amigos. Compartían juegos y tenían aficiones comunes; a los dos les encantaba jugar al baloncesto y quedaban algunos fines de semana en un parque cercano a su casa para jugar con otros amigos. Un día Andrés estaba esperando a su amigo Óscar en el parque para echar un partido. De pronto vio a dos niños mayores a los que conocía de vista del Colegio, parecía que se estaban dirigiendo hacia donde él estaba. Andrés pensó que igual querían jugar con él y les dijo: - Hola chicos, ¿queréis jugar conmigo?. Podemos tirar unas canastas con mi balón mientras viene mi amigo. Ellos entre risas dijeron que sí. Andrés era muy buen tirador y consiguió ganarles fácilmente. Los chicos empezaron a mosquearse y a decir que Andrés hacia trampas. Terminaron quitándole el balón y se marcharon corriendo. Al poco rato llegó Óscar y encontró a Andrés llorando. Óscar sorprendido le preguntó qué le pasaba y Andrés se lo contó. Óscar, indignado, le dijo que no se preocupase, que él iba a ayudarle a recuperar su balón. Al día siguiente, en el recreo, los dos amigos vieron a los chicos mayores jugando con el balón de Andrés. Óscar se acercó y les dijo: - ¡Ese balón es de mi amigo, tenéis que devolvérselo!. Ellos le empezaron a insultar y le dijeron que les dejara en paz y que no se le ocurriera decir nada a los profesores si no quería meterse en problemas. Óscar atemorizado se fue; pero a partir de ese día, cada vez que los chicos mayores veían a Óscar en el patio, le seguían y no le dejaban tranquilo: le pegaban, le insultaban y le amenazaban con esperarle a la salida si se lo decía a algún profesor. Andrés veía lo que estaba pasando y sentía una gran compasión por su amigo, pero tampoco se atrevía a decir nada a los adultos, y mucho menos a defender a Óscar enfrentándose a los chicos mayores. Durante todo un trimestre Óscar tuvo que soportar el continuo acoso de aquellos chavales sin que nadie hiciera nada para remediarlo.
Por fin un día, otro niño mayor que llevaba tiempo observando lo que pasaba, no pudo aguantar más y le contó a su tutora lo que estaba ocurriendo. La tutora se lo comunicó al Director y aquellos chicos mayores tuvieron que devolver el balón a su dueño y recibieron un buen castigo: les nombraron vigilantes del patio y el resto del curso lo pasaron ayudando a los niños que sufrían algún tipo de problema durante el recreo. Así aprendieron la lección:
“HAY QUE RESPETAR A LOS DEMÁS Y NO HACERLES LO QUE NO TE GUSTARÍA QUE TE HICIERAN A TI”