Guión del vídeo 'insideout' (Belén Zahera)

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insideout belén zahera ____________________

Escribo estas líneas porque tengo en mi haber largas horas de lectura. Durante años he recogido con la vista todos esos signos confusos, he reproducido fielmente los vacíos entre las palabras y descifrado las intenciones de algunos, que son siempre otros. Pero lo que ustedes necesitan es un intérprete negativo, que pueda arrojar algo de sombra sobre este resplandor de lo posible. Un escritor que entierre las formas visibles y señale aquellas que todavía permanecen ocultas. Un narrador con manos documentadas, capaces de sostener cada renglón pronunciado. Lo que ustedes necesitan es un cebo; un lector que se adelante al relato, que lo construya al mismo tiempo que lo lee. Lo que ustedes necesitan es un relato que se escriba con el habla. Lo que ustedes necesitan es comenzar olvidando algunas cosas.


Parte I _________________ En aquel tiempo existía un ejército de copistas encargados de reproducir con exactitud los caracteres de su propia lengua. Así, mediante la imitación cuidadosa de cada trazo, preservaban la existencia de las más distinguidas obras literarias. Cada uno de ellos se iniciaba en este noble oficio a una edad muy temprana, de tal modo que adquirían la facultad del habla al mismo tiempo que aprendían a dominar el arte de la copia. Durante años sus maestros les instruían en el correcto manejo del pincel y de la tinta, en la adecuada presión del trazo y en las múltiples posiciones que debe adoptar la mano según la inclinación de las figuras. Desde niños, los copistas estaban rodeados de objetos maravillosos cuyas líneas debían observar cuidadosamente, con el fin de adquirir la destreza necesaria para entender las apariencias. Así, estudiaban el peso de las cosas, las variaciones de escala, los cambios de temperatura, el equilibrio, la tensión, la trayectoria de los cuerpos, los efectos de la luz o la textura de las superficies. Día tras día, aplicaban este conocimiento a la repetición de cada letra, de cada contorno, hasta que, después de muchos años, conseguían convertirse en los guardianes de las formas más perfectas de escritura. Sin embargo, había una condición esencial. Para poder desempeñar su tarea los copistas debían renunciar a la capacidad de leer. Era bien sabido que ningún hombre sería capaz de dominar el mundo de las formas mientras conociera su significado más allá de lo que expresa la grafía. De ser así, la pericia necesaria para copiar de manera exacta se vería comprometida por los matices del texto, y la actividad de imitar sería sustituida por la de crear. Los sabios copistas aceptaban esta regla sin objeción alguna, pues sabían que el único modo de preservar cualquier cosa es abandonar la posibilidad de su interpretación. Tenían la certeza de que su conocimiento, aunque incompleto, solo podría alcanzarse si se anteponía la verdad de la representación a la verdad del significado. Con el tiempo, cuando la importancia de la grafía pasó a un segundo plano y el mundo abstracto reemplazó al concreto, algunos hombres comenzaron a sugerir que los copistas habían sido víctimas de una imposición atroz e injusta. Dijeron que despojarles de la lectura había sido una estrategia de dominación para apartarles del contenido de las obras, del conocimiento más elevado. Hubo muchas revueltas, y muchas insignias, y muchos altercados. Finalmente los copistas aprendieron a leer, algunos por la fuerza, otros por convicción. Entonces, se abrió ante ellos una profundidad inabarcable y olvidaron la íntima relación que antaño tuvieron con la superficie de las cosas. Pero como no se les permitió dejar de ser copistas, pues alguien debía seguir protegiendo el contenido de los textos, su bello oficio se convirtió en un reducto de torpes y frustrados. Y todas las formas se extinguieron en aras de lo trascendente.


Parte II _________________ Se dice que las lenguas anticipan su muerte antes de desaparecer por completo, encarnando su agonía en la figura del último hablante. Éste, incapaz ya de comunicarse con otros, experimenta lo más parecido a la muerte; es un ser sin relación, un resto vivo, un sujeto que se extingue. El último hablante hace aparecer el cadáver del lenguaje en su forma más perfecta. Movidos por la curiosidad, un grupo de hombres acometió la tarea de encontrar al último hablante de una lengua desconocida. Para llegar hasta él debían moverse siempre atravesando los planos que componían la realidad de su mundo, y nunca jamás rodearlos. Este viaje hacia el interior era de suma importancia. Cualquier persona que se dispusiera a encontrar algo sabía que para ello era necesario penetrar en la superficie de las representaciones. Éstas se consideraban portadoras de grandes secretos y, por tanto, todo lo que merecía ser conocido se hallaba siempre en las profundidades. Los hombres observaron las figuras del primer plano, con sus pieles curtidas y cuidadosamente acomodadas sobre carcasas sólidas, hechas de poliuretano, fibra de vidrio o escayola. Estas estructuras se denominaban “formas” y surgían del vaciado literal de todo contenido. Sus poses habían sido modeladas como las oraciones de una historia; al volver sobre ellas siempre repetían lo mismo. Cuando dejaron atrás las figuras, los hombres observaron las escenas del segundo plano y los esbozos del fondo. Anduvieron a través de casquetes de hielo, de desiertos rojizos, de bosques, estepas y grandes lagos. La luz recortaba la silueta de los árboles y toda la vegetación brillaba como empapada de un barniz sintético. El terreno estaba aglutinado con engrudo y todo movimiento había sido esculpido sobre polímeros de metacrilato. Las piedras de granito eran huecas, extremadamente ligeras y suaves. Era como si toda la naturaleza estuviera protegida por el sentido de la vista. Y los hombres se sintieron a salvo, porque en ese lugar nada podría deteriorarse ante sus ojos. Al llegar, los hombres descubrieron cinco objetos que fueron incapaces de reconocer. Desesperados, actuaron entonces como lo habían hecho siempre, y en lugar de detenerse continuaron buscando. Durante meses intentaron acceder al contenido de esos cuerpos, pero en su interior solo hallaron las cavidades, los huecos y los pliegues de una superficie deformada que siempre era la misma. Acudieron entonces a la memoria, tratando de reconstruir un pasado que nunca habían conocido. Estudiaron todos los puntos que formaban las caras de esas criaturas amorfas; sus relaciones, sus picos, sus hendiduras, sus espacios vacíos. Estiraron, comprimieron y alteraron todas las mallas; crearon infinitos prototipos, tratando de interpretar una historia cuyos estratos se habían condensado para siempre. Todo fue en vano. Supieron entonces que todas las búsquedas terminan allí donde el interior se encuentra consigo mismo; allí donde la línea más nítida oculta la curvatura de un ciclorama que, inesperadamente, cambia el sentido del viaje y nos devuelve de nuevo a la superficie.


Exhaustos, los hombres se rindieron ante la figura del último hablante. Incapaces de comunicarse con él, entendieron que ningún límite podía posponerse eternamente; que no todas las superficies podían ser atravesadas, ni todos los vacíos podían ser ocupados. Ante el cadáver del lenguaje solo quedaron las formas. Y todos los copistas analfabetos se vengaron de aquel modo.


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