Película de culto: Battle Royal

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Miércoles. 29|

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"BatÜe Royale" Kinji Fukusaka, 2000

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"Battle Royale", nombre extraído de los combates de lucha libre que reúnen a más de dos luchadores, es una de esas rarezas niponas que muy de vez en cuando llegan a las pantallas comerciales españolas (eso sí, con dos años de retraso). El trasunto de esta controvertida película es una especie de parodia gore del programa televisivo "Gran hermano". Sí, como lo leen. El Gobierno japonés, para contrarrestar la violencia escolar, confraataca con un juego de supervivencia én el que sólo hay que tener presente cuatro sencillas reglas: 1. El juego dura tres días. 2. Cada jugador empieza con provisiones, agua y un arma aleatoria. 3. Si sobrevive más de un jugador, todos morirán. 4. No hay escapatoria. Cada veinticuatro horas debe morir alguien, no existe límite de días. Para asegurar que los estudiantes cumplen las reglas se les impone el collar Guadalcanal 22 (isla del Pacífico donde se desarrolló la batalla decisiva entre Japón y Estados Unidos en la Segunda Guerra Mimdial). El maestro de ceremonias no es otro que Takeshi Kitano, ahora consagrado como cineasta de culto gracias al León de Oro que cosechó en la Mostra de Venecia por "Hana-bi, flores dé fuego" (1997), y guionista en su momento del programa de televisión "Humor amarillo". Variopinto curriculum. Este sanguinario largometraje, presentado en la XII Semana de Terror de San Sebastián de 2001 y en el Festival de Cine de Sitges del mismo año, se encuadra dentro de la vertiente más gore del cine japonés, de la que han salido títulos memorables como "Tetsuo" (1989) y "Necromantik" (1987). "Battle Royale" no es otra cosa que ima "body count" (cuenta cuerpos), categoria que se le atribuye a las cintas donde los asesinatos se suceden uno tras otro sin dar tregua al espectador. A lo largo de sus casi dos horas, que se hacen un poco largas (todo hay que decirlo), podemos observar todo un tratado sanguinolento de cómo exterminar a nuestros congéneres. De hecho el espectador familiarizado con este tipo de películas se puede entretener en apuntar memorísticamente las múltiples maneras que emplean estos aprendices de Rambo para extinguir la vida del prójimo. Los amantes de títulos gores como "Braindead, tu madre se ha comido a mi perro" (1992, Peter Jackson), "Posesión infernal" (1982, Sam Raimi) o del clásico "La matanza de Texas" (1974, Tobe Hopper) verán colmadas sus ansias de ver cuerpos descoyuntados, cabezas rebanadas, féminas destripadas, miembros cercenados y demás lindezas propias del género del que Gordon Hershell Lewis sentó las bases allá por los años 60 (en 1963 dirigió "Blood Feast", primer largometraje realmente gore de la historia del cine), y que tiene tantos seguidores como detractores. "Battle Royale", basada en una popular novela escrita por Koshun Takami en 1999, está dirigida por Kinji Fukasaki, autor de nimierosas cintas sobre yakuzas (mañosos japoneses) en los 60 y 70, así como de las secuencias japonesas de la película "¡Tora! ¡Tora! ¡Tora! (1970), dirigida por Richard Fleischer. Tras tanta casqueria se oculta un mensaje de deshumanización. "Battle Royale" muestra un Japón en el que impera un régimen totalitario de estilo estalinista, donde la humanidad y la sociabilidad carecen de importancia. El juego vendría a representar la falta de humanidad y los estudiantes los distintos comportamientos a la ausencia de leyes. La cinta cuenta con xma secuela, "Battle Royale 2: Réquiem", que no está basada en el libro, en la que en vez de obUgar a los pupilos a matarse entre sí, les impelen a combatir contra el grupo terrorista Wild 7. Debido al tremebundo éxito del übro y de la peUcula, el escritor Takami decidió crear \m manga que se desarrolla en quince tomos. También existe un videojuego denominado "Battle Royale Ultímate".

El Día (Santa Cruz de Tenerife) 29/10/2008. Página 96

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F o t o g r a m a d e "El niño con e l p i j a m a d e r a y a s " , dirigida por Mark Hermán./CEDIDA

Retales de un holocausto "S. Jorge Dávila La película no tiene nada que ver con el menú cinematográfico que exhibió Mark Hermán en otros títulos como "Échale la culpa al botones", "Little Voice", "¡Qué pasada!" o incluso en "Tocando el viento". Desconozco si el director logró el propósito que perseguía o, simplemente, se limitó a copiar de "pe a pa" el guión sobre el que creció el best seller de John Boyne, pero "El niño con el pijama de rayas" transmite al espectador un conjunto de impresiones idénticas a "La vida es Bella", el drama-cómico que más prestigio le entregó al hiperactivo Roberto Benigni (1997). Eso sí, la historia que nace en Arezzo ("La vita é bella") es 23 minutos más triste que la cinta británica. Entonces, hace once años, el púbüco se subió durante casi dos horas a una auténtica montaña rusa de emociones. Tan pronto se reía con ima tonteria inventada por Guido, un italiano con raíces judías, en medio de su estrafalario cortejo a Dora. Tan pronto tenía que contener la respiración, víctima del holocausto que mostraba el director-actor en un campo de concentración nazi con la única compañía de su vastago (Josué). Hermán se apoya en una calamidad universal para edificar un relato que provoca im sabor amargo a la clientela. Corta, pero intensa. Así evoluciona el argumento . de una amistad imposible profundamente concücionada por la presencia de una alambrada. Dos menores, dos mundos, dos realidades... y un desenlace. Un guiño iró-

O^ Mark Hermán se recrea en la amistad imposible de dos niños, separados por una alambrada, para alimentar una dramática historia que retoma recursos ya usados en otras cintas igual de tristes como "La vida es bella "

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Biblioteca de la Universidad de La Laguna.

nico a la muerte que, esta vez, golpeará a los dos bandos por igual. A los belicosos y a los pacíficos. El Berlín de 1942, de nuevo, es la ciudad sobre la que emerge un plato natural que acabará derivando en una trama existenciaUsta. La vida como gran mentira. Los menudos, tanto Bruno como Shmuel, desconocen los horrores de la Solución Final y del holocausto. El crio alemán fractura, como si de un sencillo juego se tratara, una y otra vez la burbuja que lo aisla de las crueldades que planifican los altos mandos militares -entre los quefigurasu padre- al servicio de Adolf Hitler para buscar un aliado de travesuras, mientras que su compañero, el que según Bruno aguarda pacientemente su llegada al otro lado del alambre vestido con un pijama a rayas, tampoco conoce exactamente cómo desaparecen sus compañeros del campamento. Simplemente, sabe que éstos se marchan un día a una excxu'sión de la que nunca regresan.

Irónico final En vísperas de esta unión, Bruno sustituye las comodidades y amistades berlinesas por una fortaleza en la que solamente tiene un rudimentario juguete, un columpio casero, en el que agota casi todo el tiempo que le deja libre el tutor que le instruye en tomo a las tesis patrióticas de una nación que está al borde de la derrota. Eso sí, las peores atrocidades que puede proyectar la mente humana se amontonan a unos metros del jardín familiar. Nadie está al tanto de las fugas de Bruno hasta que ya és demasiado tarde. Shmuel, en cambio, no puede ver más allá del bosque que tiene delante de la "cortina" metálica que le da conversación y, a veces, hasta algo de comer. Poco a poco, los niños van dando forma a un universo donde no hay ni un gramo de maldad. Ni siquiera, aquel día en el que el alemán deja al prisionero de guerra a merced de una brutal paliza que, curiosamente, es el principio del cambio. Con el perdón se desborda un final dantesco. Un pijama a rayas se convierte en un billete hacia una habitación donde desaparecen gaseados los judíos: el Tercer Reich fue responsable de más de 5,8 millones de asesinatos de esta naturaleza. Hermán no da opciones al espectador. Los dos niños mueren. Buscó el equilibrio perfecto, un duro contrapeso, para exponer xma solución dramática, salomónica, salvaje, pero que respeta en su integridad el concepto de amistad que construyeron clandestinamente Shmuel y Bruno. "El niño con el pijama de rayas" tiene elementos de extrema diireza que se entremezclan con escenas sensibleras con una textura sólida. Tiene muchos grises, días de tormenta y planos oscuros que ganan claramente la batalla a los momentos en los que brilla el sol. Normal. Con xma temática tan áspera y cruel dificilmente se le puede sacar ima sonrisa al espectador. Ni siquiera cuando Shmuel enseña sin complejos su torcida dentadura.


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