En la noche me muevo muy lento

GUSTAVO DEMARIA MOLINARI / BS. AS.

EN LA NOCHE ME MUEVO MUY LENTO Gustavo Demaría Molinari / Bs. As.

Al comienzo fue el olor. Esa fue mi primera percepción de la noche. Es que ese aroma tiene una textura que la diferencia del día. Entré al baño, ese era el lugar donde algunos seres humanos se transformaban, intercambiaban y mutaban. Todos eran afables, no había diferencias, sólo querían mejorar, aunque sólo en la apariencia, eso los hacía diferentes. La modernidad y el barroco se entrelazaban para dar un resultado no clasificable por mí. Líneas, curvas, geometrías desesperadas volaban del retrete al espejo, haciendo ver otros seres. Pero la fiesta necesaria estaba en otro lugar. Digo necesaria, por imprescindible, seguramente la consigna acertada era fiesta o muerte, es difícil vivir una existencia tan normal sin terminar agotándose. Eso es lo que pasa en la noche, nada es del todo normal, por eso es tan atractiva. El ambiente imaginario de una vida plena, estaba esperando. La noche era el lugar propiciatorio del paraíso que no debimos abandonar. El nocturno escenario era la suma poco equilibrada de luces, sombras y algunos cuerpos entrelazándose; otros esperaban ansiosos la llegada de una oportunidad al goce transformador. Yo fotografío, (no como quiero, sino como puedo), una y otra vez, tratando de entremezclarme en sus circunstancias. Dice John Berger, en el Sentido de la Vista: “El mundo es la forma de la pasión y todos los sucesos que experimentan o imaginan constituyen la iconografía de su pasión. Por eso la pasión está dispuesta a arriesgar la vida. Se diría que la vida es la forma de la pasión”. Estos personajes aman la noche con todo su corazón, con su sangre, sus pinturas y sus caricias. Seguramente estarían dispuestos a arriesgar sus vidas, para poder seguir transitando en la oscuridad.