5 minute read

CAPÍTULO 17 La partida del globo

CAPÍTULO 17

La partida del globo

Advertisement

Pasaron tres días sin que Dorothy tuviera noticias de Oz, y fueron días muy tristes para la niñita aunque sus amigos se sentían felices y contentos. El Espantapájaros se afanaba de las ideas que bullían en su cabeza. Al andar de un lado a otro, el Leñador sentía el corazón que le golpeaba el pecho, y dijo a Dorothy que había descubierto que era un corazón más bondadoso y tierno que el que tenía cuando era de carne y hueso. El León afirmaba no tener miedo a nada en la tierra y estar dispuesto a enfrentarse a un ejército de hombres o a una docena de los feroces Kalidahs. De modo que todos estaban satisfechos, excepto Dorothy, quien anhelaba más que nunca regresar a Kansas.

Para su gran júbilo, el cuarto día la mandó llamar Oz, y cuando entró en el Salón del Trono la

saludó afablemente. —Siéntate, queridita. Creo que he hallado el modo de sacarte de este país.

—¿Y de regresar a Kansas? —inquirió ella ansiosamente.

—Bueno, no estoy seguro respecto de Kansas —fue la respuesta— , pues no tengo la menor idea del rumbo a tomar; pero lo principal es cruzar el desierto, y entonces ha de ser fácil hallar el camino de regreso al hogar.

—¿Cómo puedo cruzar el desierto?

—Te diré lo que pienso —expresó el hombrecillo— . Cuando vine a este país lo hice en un globo. Tú también viniste por el aire, ya que te trajo un ciclón. Por eso creo que la mejor manera de cruzar el desierto ha de ser por el aire. Ahora bien, para mí es imposible hacer un ciclón, pero ha estado pensando en el asunto y creo que puedo hacer un globo.

—¿Cómo?

—Los globos se hacen con seda a la que se recubre de goma para que no escape el gas. En el Palacio tengo seda de sobra, de modo que no será difícil fabricar un globo. Pero en todo este país no hay gas para llenar el globo a fin de que se eleve.

—Si no se eleva no nos servirá de nada —puntualizó Dorothy.

—Verdad —contestó Oz— . Pero hay otra manera de hacerlo volar, y es llenándolo de aire caliente. No es tan bueno como el gas, pues si el aire se enfriara el globo caería en el desierto y los dos estaríamos perdidos.

—¿Los dos? —exclamó la niña— . ¿Irás conmigo?

—Sí, claro. Estoy cansado de ser tan farsante. Si saliera del Palacio mis súbditos descubrirían muy pronto que no soy un Mago, y entonces se enfadarían conmigo por haberlos engañado. Por eso tengo que permanecer encerrado en estos salones todo el día, lo cual es cansador. Más me

gustaría irme a Kansas contigo y volver a trabajar en el circo.

—Con gusto acepto tu compañía —dijo ella.

—Gracias. Ahora, si me ayudas a coser las piezas de seda, empezaremos a confeccionar el globo.

Dorothy tomó aguja e hilo y, tan pronto como Oz cortaba las piezas de seda de la forma adecuada, ella las iba uniendo. Primero colocó una tira de seda verde clara, luego una verde oscura y después otra verde esmeralda, pues Oz quería dar al globo diversos matices de su color preferido. Tardó tres días en unir las piezas, pero cuando hubo terminado tenían un gran globo de seda verde de más de seis metros de largo.

Oz le pasó una mano de goma liquida por la parte interior a fin de hacerlo hermético, y luego anunció que el aeróstato estaba listo.

—Pero necesitamos la canasta para ir nosotros —manifestó.

Dicho lo cual envió al soldado de la barba verde en busca de un gran canasto de ropa, el que aseguró con muchas cuerdas a la parte inferior del globo.

Cuando todo estuvo listo, Oz hizo anunciar a sus vasallos que iba a visitar a un gran Mago colega que vivía en las nubes. La noticia cundió rápidamente por la ciudad y todos salieron a ver el maravilloso espectáculo.

Oz ordenó que llevaran el globo frente al Palacio y la gente lo miró con gran curiosidad. El Leñador había cortado un gran montón de leña que ahora encendió, y Oz mantuvo la boca inferior del globo sobre el fuego a fin de que el aire caliente que se elevaba del mismo fuera llenando la gran bolsa de seda. Poco a poco se fue hinchando el aeróstato y se elevó en el aire hasta que el canasto apenas si tocaba el suelo. Oz saltó

entonces al interior del canasto y anunció en alta voz:

—Me voy a hacer una visita. Mientras falte yo, el Espantapájaros los gobernará, y les ordeno que lo obedezcan como me obedecerían a mí.

Ya para entonces el globo tiraba con fuerza de la cuerda que lo retenía sujeto al suelo, pues el aire en su interior estaba muy caliente, lo cual lo hacía mucho más liviano que el aire exterior.

—¡Ven, Dorothy! —llamó el Mago— Apúrate, antes que se vuele el globo.

—No encuentro a Toto —respondió Dorothy, quien no quería dejar a su perrito.

Toto habíase alejado por entre la gente para ir a ladrarle a un gatito, y la niña lo halló al fin, lo tomó en sus brazos y corrió hacia el globo. Estaba a pocos pasos del mismo y Oz le tendió la mano para ayudarla a subir, cuando se

cortaron las cuerdas y el aeróstato se elevo sin ella.

—¡Vuelve! —gritó— . ¡Yo también quiero ir!

—No puedo volver, queridita —respondió Oz desde lo alto— . ¡Adiós!

—¡Adiós! —gritaron los presentes, y todos los ojos se alzaron hacia el Mago que cada vez se alejaba más y más hacia el cielo.

Aquella fue la última vez que vieron a Oz, el Mago Maravilloso, aunque es posible que haya llegado a Omaha con toda felicidad y se encuentre allí ahora. Pero sus vasallos lo recordaron siempre con mucho cariño.

—Oz fue siempre nuestro amigo —se decían uno a otro— . Cuando estuvo aquí construyó para nosotros esta maravillosa Ciudad Esmeralda, y ahora que se ha ido nos dejó al Sabio Espantapájaros para que nos gobierne.

Así y todo, durante mucho tiempo lamentaron la pérdida del Gran Mago y nada podía consolarlos.

This article is from: