Sigmund Freud/ notas de algunos textos fundamentales Totem y tabú 1912-1913 Algunos aspectos comunes entre la vida mental del hombre primitivo y los neuróticos. Cuando se impone la necesidad de matar a un animal habitualmente respetado, se excusa la tribu cerca de él y se intenta atenuar, por medio de toda clase de artificios y expedientes, la violencia del tabú; esto es, el asesinato. En ciertas ocasiones solemnes y en determinadas ceremonias religiosas se revisten los individuos con la piel de determinados animales. Entre los pueblos que viven aún bajo el régimen del totemismo se utiliza para estos usos la piel del tótem. Existen tribus e individuos que se dan el nombre de los animales tótem. Muchas tribus se sirven de imágenes de animales como símbolos heráldicos y ornan con ellas sus armas de caza o de guerra. Los homAssoun, Paul-Laurent, Le fétichisme. Paris, PUF, 1994. bres se dibujan o tatúan en sus cuerpos las imágenes de estos animales. Cuando el tótem es un animal peligroso y temido, se admite que respeta a los miembros del clan que lleva su nombre. El animal tótem defiende y protege a los miembros del clan. El tótem se distingue del fetiche en que no es nunca un objeto único, como este último, sino una especie animal o vegetal; con menos frecuencia, una clase de objetos inanimados, y más raramente aún, una clase de objetos artificialmente fabricados. Pueden distinguirse, por lo menos, tres variedades de tótem: El tótem de la tribu, que se transmite hereditariamente de generación en generación. El tótem particular a un sexo; esto es, perteneciente a todos los miembros varones o hembras de una tribu dada, con exclusión de los miembros del sexo opuesto. El tótem individual, que pertenece a una sola persona y no se transmite a sus descendientes. Las dos últimas variedades presentan una importancia insignificante comparadas con el tótem de la tribu. Aparecieron muy posteriormente a éste y no son sino formaciones accesorias. En muchas circunstancias importantes, el miembro del clan procura acentuar su parentesco con el tótem, haciéndose exteriormente semejante a él; esto es, cubriéndose con la piel del animal o haciéndose tatuar en el cuerpo la imagen del mismo, etc. En los sucesos solemnes, tales como el nacimiento, la iniciación de los adolescentes y los entierros, se exterioriza en palabras y actos esta identificación con el tótem. Los lazos totémicos son más fuertes que los de familia en el sentido que actualmente les atribuimos y no coinciden con ellos, pues el tótem se transmite generalmente por línea materna, siendo muy probable que la herencia paterna no existiese al principio en absoluto. La restricción tabú correlativa consiste en que los miembros del mismo clan totémico no deben contraer matrimonio entre sí y deben abstenerse en general de todo contacto sexual. Nos hallamos aquí en presencia de la exogamia, el famoso y enigmático corolario del totemismo. ...nos limitaremos a recordar: primero, que es un efecto del pronunciado horror que el incesto inspira al salvaje; segundo, que se nos hizo comprensible como prevención contra el incesto en los matrimonios de grupo, y tercero, que primitivamente se halla encaminada a preservar del incesto a la generación joven, y sólo después de un cierto desarrollo llega a constituir también una traba para las generaciones anteriores.
(Aqui pasamos del tabú al mito, donde el mito de Edipo instala el horror al incesto, en tanto relato y no en relación al objeto, la prohibición organiza al grupo en tanto relato y no en tanto imagen del totem.) Totem es, pues, por un lado, una designación de grupo, y, por otro, un nombre patronímico, presentando también, en esta última acepción, una significación mitológica. Todas estas significaciones del concepto de tótem están, sin embargo, muy lejos de hallarse rigurosamente delimitadas. En ciertos casos retroceden a último término algunas de ellas, convirtiéndose entonces los tótem en una simple nomenclatura de las divisiones del clan, mientras que en otros pasa, en cambio, a primer término la representación relativa a la descendencia o a la significación ritual del tótem… La noción del tótem sirve de base a la subdivisión interior y a la organización del clan. Estas normas y su profundo arraigo en las creencias y los sentimientos de los miembros del clan hicieron que el animal tótem no fuera considerado al principio únicamente como el nombre de un grupo de miembros de una tribu, sino casi siempre también como el antepasado de dichos miembros… De este modo llegaron tales animales antepasados a ser objeto de un culto… Haciendo abstracción de todas las modificaciones y atenuaciones ulteriores, podemos considerar como característicos del totemismo primitivo los siguientes rasgos esenciales: Los tótem no eran primitivamente sino animales y se los consideraba como los antepasados de las tribus respectivas. El tótem no se transmitía sino por línea materna. Estaba prohibido matarlo o comer de él, cosa que para el hombre primitivo significaba lo mismo. Por último, los miembros de una división totémica se veían rigurosamente prohibidos a todo contacto sexual con los del sexo opuesto pertenecientes al mismo clan. No podemos menos de reconocer en estas 'zoofobias infantiles' ciertos rasgos del totemismo, aunque bajo un aspecto negativo. Sin embargo, debemos a S. Ferenczi la interesantísima observación de un caso singular, que puede ser considerado como una manifestación de totemismo positivo en un niño. En el pequeño Arpad, cuya historia nos relata Ferenczi, las tendencias totémicas no surgen en relación directa con el complejo de Edipo, sino basadas en la premisa narcisista del mismo, o sea en el miedo a la castración. Pero leyendo atentamente el historial clínico de Juanito, antes mencionado, hallamos también en él numerosos testimonios de que el padre era admirado como poseedor de órganos genitales de gran volumen, y temido al mismo tiempo como una amenaza para los órganos genitales del niño. Tanto en el complejo de Edipo como en el complejo de la castración desempeña el padre el mismo papel, o sea el de un temido adversario de los intereses sexuales infantiles, que amenaza al niño con el castigo de castrarle o el sustitutivo de arrancarle los ojos. Lo siniestro 1919 Podemos elegir ahora entre dos caminos: o bien averiguar el sentido que la evolución del lenguaje ha depositado en el término «unheimlich», o bien congregar todo lo que en las personas y en las cosas, en las impresiones sensoriales, vivencias y situaciones, nos produzca el sentimiento de lo siniestro, deduciendo así el carácter oculto de éste a través de lo que todos esos casos tengan en común. Confesamos sin tardanza que cualquiera de ambas vías nos llevará al mismo resultado: lo siniestro sería aquella suerte de espantoso que afecta las cosas conocidas y familiares desde tiempo atrás. En lo que sigue se verá cómo ello es posible y bajo qué condiciones las cosas familiares pueden tornarse siniestras, espantosas.
La voz alemana «unheimlich» es, sin duda, el antónimo de «heimlich» y de «heimisch» (íntimo, secreto, y familiar, hogareño, doméstico), imponiéndose en consecuencia la deducción de que lo siniestro causa espanto precisamente porque no es conocido, familiar. Pero, naturalmente, no todo lo que es nuevo e insólito es por ello espantoso, de modo que aquella relación no es reversible. Cuanto se puede afirmar es que lo novedoso se torna fácilmente espantoso y siniestro; pero sólo algunas cosas novedosas son espantosas; de ningún modo lo son todas. Es menester que a lo nuevo y desacostumbrado se agregue algo para convertirlo en siniestro. «Heimlich, a. (-keit, f -en): 1.-también heimelich, heimelig, propio de la casa, no extraño, familiar, dócil, íntimo, confidencial, lo que recuerda el hogar, etc. a) (arcaísmo) perteneciente a la casa, a la familia; o bien: considerado como propio de tales; cif. Lat. familiaris, acostumbrado: Die Heimlichen, los íntimos; die Hausgenossen, los cohabitantes de la casa; der heimliche Rat, el consejo íntimo (Gén., 41, 45; 2. Samuel, 23, 23; 1. Crón. 12, 25; Prov. 8, 4); término reemplazado ahora por Geheimer (ver: d 1) Rat; véase: Heimlicher De esta larga cita se desprende para nosotros el hecho interesante de que la voz heimlich posee, entre los numerosos matices de su acepción, uno en el cual coincide con su antónimo, unheimlich (recuérdese el ejemplo de Gutzkow: «Nosotros, aquí, le llamamos unheimlich; vosotros le decís heimlich»). En lo restante, nos advierte que esta palabra, heimlich, no posee un sentido único, sino que pertenece a dos grupos de representaciones que, sin ser precisamente antagónicas, están, sin embargo, bastante alejadas entre sí: se trata de lo que es familiar, confortable, por un lado; y de lo oculto, disimulado, por el otro. Unheimlich tan sólo sería empleado como antónimo del primero de estos sentidos, y no como contrario del segundo. El diccionario de Sanders nada nos dice sobre una posible relación genética entre ambas acepciones. En cambio, nos llama la atención una nota de Schelling, que enuncia algo completamente nuevo e inesperado sobre el contenido del concepto unheimlich: Unheimlich sería todo lo que debía haber quedado oculto, secreto, pero que se ha manifestado. Pegan a un niño 1919 Aportación al conocimiento de la génesis de las perversiones sexuales En aquellas fantasías más tempranas y simples, que no mostraban relación ninguna directa con las impresiones escolares o las lecturas del niño, la investigación trató de llegar a un más profundo conocimiento. ¿Quién era el niño maltratado? ¿El sujeto mismo de la fantasía u otro niño distinto? ¿Y quién era el que maltrataba al niño? ¿Una persona adulta? Y entonces, ¿qué persona era ésta? ¿O imaginaba el niño ser él mismo quien golpeaba a otro? Todas estas interrogaciones recibían la misma hosca respuesta: «No sé…; pegaban a un niño.» Tal fantasía, emergida en temprana edad infantil, al estímulo, quizá, de impresiones casuales, y conservada luego para la satisfacción autoerótica, había de ser considerada por el análisis como un signo primario de perversión. Uno de los componentes de la función sexual se habría anticipado a los demás en la evolución, se habría hecho prematuramente independiente y se habría fijado, escapando así a los procesos evolutivos ulteriores y testimoniando una constitución especial anormal del individuo correspondiente. Sabemos que tal perversión infantil no persiste obligadamente a través de toda la vida, pues puede sucumbir luego a la represión, ser sustituida por un producto de reacción o transmutada por una sublimación. (Aunque quizá lo que sucede es que la sublimación nace de un proceso especial, obstruido por la represión.) Pero cuando estos
procesos no se desarrollan, la perversión persiste en la vida adulta, y al comprobar en un individuo una aberración sexual -perversión, fetichismo, inversión- esperaremos justificadamente descubrir por medio de la investigación amnésica un suceso infantil que haya provocado una fijación. El primer resultado de nuestro estudio se refiere a la génesis de las perversiones. No tenemos por qué variar nuestra hipótesis, que atribuye en este punto máxima importancia a la intensificación constitucional o a la anticipación de un componente sexual; pero con esto no está dicho todo. La perversión no aparece ya aislada en la vida sexual del niño, sino que es acogida en el conjunto de los procesos evolutivos típicos - por no decir normales- que ya conocemos. Queda relacionada con el amor objetivado incestuoso del niño con su complejo de Edipo; surge por vez primera basada en este complejo, y a su desaparición queda subsistente como resto, muchas veces único, del mismo, como legataria de su carga libidinosa y sustentáculo de la consciencia de culpabilidad a él adherida. Por último, la constitución sexual anormal ha mostrado su energía imponiendo al complejo de Edipo una orientación especial y obligándole a subsistir en un fenómeno residual desacostumbrado. Dos momentos Los origenes del fetichismo 1909 En el fetichismo encontramos una alusión a dos mecanismos: 1) el factor infantil y 2) el factor de la reminiscencia. Ebing cree que debe asumirse que el fetiche logra su gran significación a partir de una asociación simultánea, puesto que coincide con la primerexcitación sexual. Un ejemplo en la clinica El paciente se convirtió en un filósofo especulativo, los nombres desempeñan para él un papel especialmente importante. En este paciente algo similar a lo que tuvo lugar en el dominio erótico aconteció en el dominio intelectual: desvió su interés de las cosas hacia las palabras, las cuales son, por así decirlo, los ropajes de las ideas; esto da cuenta de su interés por la filosofía. El mecanismo del caso es el siguiente: es una cuestión relativa a la pulsión de mirar, la cual gusta de contemplar y se gratifica con el acto del desnudamiento. Si esta pulsión es reprimida, repentinamente surge allí del otro lado una alta estima por lo que concierne de modo específico a las escenas del desnudamiento. Ya no quiere mirar más o que se le recuerde acerca de ello, pero ahora venera el vestuario, ahora venera aquello que en principio le impidió ver: se convirtió en un fetichista del vestuario a partir de la represión de su deseo de mirar. El hecho teóricamente importante en esta explicación radica en que nos muestra que este caso de fetichismo no deriva de una reminiscencia, sino que ha ocurrido una represión de la pulsión. Y estamos al tanto de que aquí ha acontecido una represión de la pulsión que nos es ya conocida a partir de otros casos. Se trata de un tipo de represión que ha sido establecida por la división del complejo. Una parte es en verdad reprimida, en tanto la otra es idealizada, lo cual en nuestro caso se constituye específicamente en un fetiche. Este recurso de la represión nos era ya conocido por otros ejemplos antes de convertirse en la explicación del fetichismo.
Encontramos otra vez un placer pulsional perdido, pero aquí el objeto directo de su complejo está separado de la pulsión y se constituye en fetiche. Cabe mencionar además que varias peculiaridades de nuestra vida amorosa han de ponerse en conexión con la capacidad para la supresión. (no es ella, sino su pie o su cabello...se sustraen del otro y toma entidad propia) .O sea se produce una supresión de la pulsión, represión parcial y elevación a ideal de una parte del complejo reprimido. Lo que yace en el fondo de los fenómenos de represión es en todos los casos el temor a la degradación, que surgió originalmente a partir del temor a ser ensuciado. Esto produce en el paciente una disposición emocional que debe llamarse sensibilidad. Esta sensibilidad, partiendo de la cual surge el ataque agudo, el síntoma, etc., forma el núcleo de la unidad de las neurosis. Freud esta en contra de la conexcion entre fetichismo y masoquismo, es secundario, que fetichismo debe ser considerado cuando hay una idealizacion. Agrega que represión de las pulsiones libidinales procede de la pulsión yoica, la pulsión para autoconservación. Por tanto, es una cuestión relativa a la lucha entre dos pulsiones: que intenta preservar lo individual y la que intenta sacrificarlo a los propósitos de especie.
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Fetichismo – Sigmund Freud (1927) ....cierto número de varones cuya elección de objeto era regida por un fetiche. Ese fetiche, que provenía de su primera infancia, no debía leerse en alemán, sino en inglés: el «brillo {Gianz} en la nariz» era en verdad una «mirada en la nariz» («glance», «mirada»); en consecuencia, el fetiche era la nariz, a la que por lo demás él prestaba a voluntad esa particular luz brillante que otros no podían percibir. Si en este se quiere separar de manera más nítida el destino de la representación del destino del afecto, y reservar el término «represión» para el afecto, «Verleugnung» seria la designación alemana correcta para el destino de la representación. Pero en la situación que consideramos, por el contrario, parece que la percepción permanece y se emprendió una acción muy enérgica para sustentar su represión. Entonces, el pie o el zapato -o una parte de ellos- deben su preferencia como fetiches a la circunstancia de que la curiosidad del varoncito fisgoneó los genitales femeninos desde abajo, desde las piernas; pieles y terciopelo -esto ya había sido conjeturado desde mucho antes- fijan la visión del vello pubiano, a la que habría debido seguir la ansiada visión del miembro femenino; las prendas interiores, que tan a menudo se escogen como fetiche, detienen el momento del desvestido, el último en que todavía se pudo considerar fálica a la mujer. Empero, no pretendo aseverar que en todos los casos se averigüe con trasparente certeza la determinación del fetiche. (El amor de Swan, Proust) Dentro de la vida anímica de aquellos, sólo una corriente no había reconocido 'la muerte del padre'; pero existía otra que había dado cabal razón de ese hecho: coexistían, una junto a la otra, la actitud acorde al deseo y la acorde a la realidad. Esto acontece, en particular, cuando se ha desarrollado una fuerte identificación al padre; el fetichista desempeña entonces el papel del padre, a quien el niño, en efecto, había atribuido la castración de la mujer. Su acción reúne en sí las dos aseveraciones recíprocamente inconciliables: la mujer ha conservado su pene, y el padre ha castrado a la mujer. Otra variante, pero que al mismo
tiempo constituiría un paralelo del fetichismo en la psicología de los pueblos, sería la costumbre de los chinos de mutilar primero el pie femenino para luego venerar a lo mutilado como a un fetiche. Se creería que el hombre chino quiere agradecer a la mujer haberse sometido a la castración. Para concluir, es lícito formular este enunciado: el modelo normal del fetiche es el pene del varón, así como ese órgano inferior, el pequeño pene real de la mujer, el clítoris. ...... para concluir Sin embargo, no debemos dejarnos influir con exceso en nuestros juicios sobre los primitivos por la analogía con los neuróticos. Es preciso tener también en cuenta las diferencias reales. Cierto es que ni el salvaje ni el neurótico conocen aquella precisa y decidida separación que establecemos entre el pensamiento y la acción. En el neurótico, la acción se halla completamente inhibida y reemplazada totalmente por la tarea. Por el contrario, el primitivo no conoce trabas a la acción. Sus ideas se transforman inmediatamente en actos. Pudiera incluso decirse que la acción reemplaza en él a la idea. Así, pues, sin pretender cerrar aquí con una conclusión definitiva y cierta la discusión cuyas líneas generales hemos esbozado antes, podemos arriesgar la proposición siguiente: «en el principio era la acción».